Partida Rol por web

Corres por la plataforma cuando sientes un tremendo dolor en pierna izquierda que te hace perder el equilibrio. Un virote te ha rajado la cara interna del gemelo. No es una herida muy severa pero acompañada con una nueva sacudida por los cañones hace que tu centro de gravedad quede fuera de la pasarela. Te precipitas de nuevo al patio cayendo contra la arena mientras escuchas el silbido de más proyectiles y el calor de explosiones arcanas.

La cabeza te da vueltas debido al golpe y tus ojos comienzan a nublarse. Eres consciente de que tu vida corre peligro en el lugar en el que te encuentras. Cogeando, debes volver a intentarlo. Sabes que tus opciones son reducidas y la cabeza te da vueltas...

Impotentes y sorprendidos veis cómo un proyectil impacta en el gemelo de Hazir haciéndole perder el equilibrio al tiempo que una nueva sacudida producto de los cañonazos desplazan la pasarela y hacen que su centro de gravedad quede fuera de la misma. El humano se precipita al vacío cayendo de nuevo al polvoriento suelo. Junto a los silbidos de los virotes y el siseo del fuego, escucháis el golpe seco de su cuerpo al impactar contra el suelo.

Entre las nubes de polvo, podéis ver que se mueve e intenta levantarse de nuevo. Pero parece mareado.

En cuanto el dolor subió por su pierna, Hazir le notó despertar. Su visión se volvió casi completamente roja, y de manera no suave y amenazadora como cuando le habían golpeado, sino súbita y violenta como un animal marino que emerge del agua para atrapar un pájaro, se notó desgarrar por dentro, como si algo se abriera paso a través de sus entrañas a mordiscos. Notó las escamas hiriéndole por dentro mientras luchaban por salir a la superficie, y su consciencia amenazó con desvanecerse, llevada por el hambre brutal y primaria que había aparecido en la boca de su estómago. Su lengua salivó, frenética, en previsión del inminente bocado, pero entonces Hazir apretó los dientes con tal fuerza que casi se muerde la lengua, y, mientras los hacía rechinar, tensó todo su cuerpo, obligándole a volver a tomar el control. Le había costado meses y meses lograr dominarle cuando le herían, pero se había hecho más fuerte, más resistente. Ya no era el niño rico que daba rienda suelta a todos sus instintos sin preocupaciones, ahora sabía controlarse. 

Mi cuerpo es mío. Mi cuerpo está bajo mi control. ¡Vete!

Repitó, como un mantra, mientras tensaba el vientre y los músculos de los brazos como si se hubiera quedado paralizado. Lentamente, o eso pareció, dominó al otro, le obligó a volver al interior de su estómago, obligó al hambre voraz a retirarse a las profundidades de su mente. Las escamas se retiraron de debajo de su piel, y las uñas, que habían crecido casi un centímetro, volvieron a su tamaño normal. Por fin, relajó el cuerpo, notando cómo el otro se retiraba, y escupió la saliva de sobra sobre la arena manchada de sangre y magia. Con los ojos chispeantes, pero ya relajado, mientras notaba la sangre correr por la pierna, se levantó, ignorando el dolor, y volvió a intentar subir por la plataforma. 

Cuando por fin los guardias confirmaron que ellos eran los presos que debían ir a bordo, el hombre se presentó. 

-Es un placer, señor Davenrost. Efectivamente, yo soy Hazir...

La voz de aquella extraña figura le interrumpió. En cuanto le vio, y vio a quienes le acompañaban, la sangre se le heló en las venas y la sonrisa se le congeló en los labios. La palabra acudió a su mente, funesta como una sentencia y pesada como una losa: nigromante. 

Aunque Hazir amara las cosas extrañas y las maravillas del mundo en su diversidad, no estaba loco, y sabía que había cosas con las que era mejor no jugar. Por mucho que a uno le parezcan bonitas las cobras, no acercaría la mano a una, y lo mismo pasaba con la nigromancia. Era sobrecogedora, poderosa y terrible, pero también enormemente peligrosa. Hazir se preguntó si no sería el nigromante, y no él, el que debiera estar en una celda. 

Al ver a los que le acompañaban comprendió la extraña actitud y el silencio de los que les habían traído allí. No muertos. Eso explicaba por qué no hablaban, ni dormían ni comían. 

Aún estaba pensando en ello cuando de pronto uno de los guardias gritó, al reconocer a uno de los no muertos, e inmediatamente, antes de que tuviera tiempo ni de volverse, la cárcel se convirtió en un infierno. Todas las bocas de los cañones dispararon al unísono, y la magia comenzó a volar en todas direcciones, mientras bolas de fuego tan calientes que cristalizaban la arena del patio caían a su alrededor. 

Estaba claro que Matadero era volátil como un barril de aceite de lámpara, y Hazir no tenía intención de quedarse en él más tiempo del estrictamente necesario. Sin pensárselo dos veces, echó a correr a velocidad sorprendente por entre las explosiones mágicas, esquivándolas con agilidad, y saltó sobre la plataforma, dirigiéndose hacia el interior. Sin embargo, no era solo magia lo que les llovía: multitud de virotes salían despedidos de las ballestas de los guardias, y, aunque Hazir logró no acabar quemado por las bolas de fuego, de pronto notó un súbito y relampagueante dolor que le subía por la pierna como un rayo helado. Uno de los virotes le había rajado el gemelo, y, aunque no se había clavado, fue suficiente para que perdiera pie y cayera de la plataforma, impactando duramente contra el suelo. 

Cayó sobre la arena, sangrando sobre el maltratado suelo del patio, y notó que la cabeza le daba vueltas, y durante un momento, un par de segundos, pareció que iba a desmayarse, o a vomitar, o algo similar. Tensó todos los músculos, apretó los dientes hasta que rechinaron, y entonces escupió a la arena, mientras volvía a abrir los ojos, que relucían brillantes con fuerza nueva. Ignorando el dolor de la pierna, Hazir se levantó con agilidad, clavó los ojos en la puerta que conducía al buque y flexionó las piernas para saltar, colocando una frente a la otra. Dejando una pequeña cascada de gotas rojas tras de sí, saltó con fuerza hacia delante y arriba, con el cuerpo horizontal y las manos extendidas hacia delante como un tigre que se abalanza. Cayó en el interior del barco, realizó una voltereta al aterrizar sobre el hombro, y quedó sentado en el interior. 

Rápidamente, apoyó la espalda en la pared del barco, tras asegurarse de que estaba a cubierto, y rasgó un largo jirón de sus vestiduras, dejando al descubierto una larga franja de músculos fuertes y bronceados por el sol del desierto. Vendó la herida del gemelo, dándole dos vueltas y atando la tela con un fuerte nudo bien apretado. Por fortuna, no parecía demasiado grave. 

Al ver al pequeño kobold intentando abrir la puerta en voz no muy alta le pidió que se apartara. Apartándose ella misma.

- Amok, un humano ha podido tumbar esta puerta, ¿vas a dejar que muestre más fuerza que tú? - dudaba que dejara que otro mostrara más capacidades, la competencia de "ver quien puede más" solía ser sana a la hora de mostrar la fuerza.

Todo pareció dar vueltas a su alrededor cuando escuchó el nombre del capitán de aquél navío, aunque la sorpresa empezó a perder su efecto cuando los cañonazos retumbaron en el aire y todo vibró con la fuerza de las balas destrozando piedra y hueso por igual. Por supuesto, también estaba el tema de aquél reptil que compartía celda con él. 

El por qué se había dejado engatusar por una lagartija hiperdesarrollada, un dragón en miniatura, era un misterio que sólo se podía explicar por una cosa: le gustaba llamar la atención. El problema es que no le gustaba tanto, y cuando Cisco pasó a su lado tras que él mismo derribara la puerta, tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no acabar con él y centrarse en el guardia. 

– ¡Ey! – dijo tras emitir un silbido como el que se usa para llamar a un caballo, atrayendo así la atención del guardia –. Creo que los presos se escapan, amigo – acabó, mientras se preparaba para el combate con una sonrisa maliciosa en el rostro, haciendo un gesto con dos dedos para invitarle a ir a por él.

Pensándolo en frío, seguir a Krishnarj no había sido una solución de lo más inteligente. No sólo no le había podido sorprender a solas (¿ya se podría sorprender a ese hobgoblin?) sino que la información que le había sacado era escasa y poco útil. Lo único que podía afirmarse con claridad era que no podían confiar en él, pero eso no era nada nuevo en realidad. Poca gente había en la que se pudiera confiar de verdad en ese lugar.

Sin comida, el día se le hizo especialmente largo al ladrón, el cual no tardó demasiado en arrepentirse de haber compartido tan alegremente su desayuno. Sin embargo aquello estaba lejos de ser lo peor que iba a suceder durante aquel día.

Al parecer varios de sus compañeros habían sido puestos en aislamiento debido a su comportamiento demasiado violento durante la pequeña revuelta. Lo bueno era que ahora Serge Leblanc sabía que contaba con compañeros fuertes, lo malo… Es que a lo peor el destino de esos compañeros cambiaba a uno menos halagüeño que un traslado.

El sol se ponía y aunque les habían dejado vía libre para salir al patio, Serge decidió no moverse mucho. Sin haber comido y con la temperatura bajando, no le apetecía gastar energía por que sí. Sin embargo, antes de que el sol se ocultara, algo llegó a la prisión. Algo que sólo había visto reflejado en algún que otro libro de historias para niños cuidadosamente guardados en las librerías de las casas nobles que solía saquear.

 -Mon Dieu…

Un barco volador. ¿Era ese acaso el transporte que iba a llevarles a la otra prisión? Viendo cómo el capitán les llamaba y que alguno de sus compañeros empezaba a subir, parecía lo más probable. Rápidamente el ladrón se acercó al barco para presentar sus respetos al capitán y empezar a subir. Pero antes de que pudiera pronunciar palabra, el caos se desató de nuevo, con los guardias de la prisión atacando aquel barco. Había que correr para salvar la vida. Porque por muy mala que fuera la otra prisión, el traslado era lo único que tenían para evitar morir encerrados. Con toda la velocidad que le permitieron sus piernas, el ladrón echó a correr para intentar subirse al barco mediante un par de saltos.

El goblin había estado agazapado junto a la pared. Aquel barco volador que se había posado en medio de la plaza era, sin duda, su trasporte. No entendió la facilidad con la que el humano de piel oscura se había colocado junto al barco mirándolo todo deseoso de subir, aquello no era natural, los árboles no vuelan, los barcos van por el mar. O eso le habían dicho, él solo había visto un barco en su vida a parte de ese y fue en el que le trajeron a esta prisión. 

Sin duda los barcos estaban empezando a ser como los cuervos, señales de mal agüero. Escuchó sin problemas las conversaciones que tenían lugar en el centro del matadero y vio estupefacto como los muertos caminaban sobre la cubierta del navío. Solo un loco subiría a ese barco por su propio pie. Tizoc maldijo no haber escapado de allí en cuanto tuvo ocasión. Y había tenido dos. Mierda y cebollas.

El revuelo se apoderó de la prisión cuando uno de los guardias reconoció a un no muerto de los que estaban sobre el barco. Las flechas y los gritos de uno y otro bando se desataron mientras sus compañeros comenzaban a subir al barco. Uno tras otro y sin dudar. Tizoc se maldijo mil veces por cobarde mientras miraba la pasarela hecho una bola junto al muro. Alona había subido y Serge estaba en ello. Los espiritus lo maldecirían si su cobardía suponía un impedimento para sus planes.

Cuando Serge puso un pie sobre la plataforma, Tizoc se decidió y corriendo cual simio cruzó el patio y comenzó a subir. Vio como Serge perdía pie y supo que tenía que ayudarle. El pacto era más importante que cualquiera de ellos por si solo. Enroscó su cola en la plataforma y se agarró con una de las manos a la misma. Con su mano libre sujetó a Serge agarrando un puñado de vendas. Si aquello no bastaba para que el humano se mantuviese sobre la plataforma el goblin no iba a tener fuerza para subirlo así que lo más probable es que se cayesen ambos, pero el goblin estaba dispuesto a dejar que eso pasase. Que los espíritus decidiesen. 

Pain

Mientras te diriges al guardia éste inicia una plegaria para ejecutar un sortilegio. Adviertes que, a diferencia de otros guardias, tiene una espada larga en lugar de alabardas pero aún está envainada. Sabes que debes realizar un ataque contundente a fin de bloquear el conjuro que está realizando.

Nickar

Cisco se detiene en la ejecución del conjuro (retrasánolo al final del turno). Amok escucha tus palabras y se alza en todo su esplendor. Coge carrerilla y al tiempo que grita -¡Yo soy Amoook!- se precipita contra la puerta. El golpe es tremendo y el hierro no cede lo más mínimo. Aturdido y dolorido retrocede hacia atrás sin poder creer que no pueda igualar la fuerza de aquel humano.

El momento en que Amok cae, Cisco aprovecha para cambiar de estrategia, recordando las palabras del Hobgoblin posa las manos en el suelo, debajo de la puerta, y modifica la superficie creando un hueco suficiente por el que pueda pasar su pequeña compañera. -Sólo, su pequeña compañera-

Ishrad

Escuchas las palabras de Pain, la frase de Nickar y el tremendo golpe de Amok. Sabes que ahora Cisco se dirigirá a tu celda para ejecutar el mismo conjuro y abrir tu celda.

Todos

Los cañonazos hacen retumbar la estancia y, tras la última andanada, el edificio comienza a temblar peligrosamente y a vuestras mentes llega la amenaza de derrumbe.

Tizoc y Serge ven como Hazir se levanta de nuevo. La sangre corre por su sien izquierda pero camina con paso firme. Corre de nuevo hacia la pasarela para volver a intentarlo.

Serge inicias también la breve pero peligrosa travesía cuando un impacto de bala de cañón en el muro más cercano hace saltar una lluvia de escombros. Uno de ellos te golpea en el hombro haciéndote perder el equilibrio pero, afortunadamente, consigues mantenerte sobre la pasarela.

Tizoc, ves el golpe que recibe Serge a escasos metros delante tuya mientras sientes a Hazir corriendo a tu lado. Ambos llegáis hasta él y, ya sea por compañerismo o porque está en medio, lo ayudáis a cruzar lo poco que queda del camino¹

Una nueva andanada sacude el barco en el momento en que los tres saltáis al interior.

-¡Bienvenidos al Despeñapresos!- se oye decir al capitán. Inmediatamente unos marineros ejecutan fuego de cobertura mientras otros os aferran (quizá con un pelín de rudeza) y os mueven hacia las bodegas para quitaros de la lluvia de proyectiles. Mientras lo hacen, una mezcla de escombros y proyectiles impactan contra ellos causando heridas de diversa consideración pero nada que imposibiliten sus acciones. Cojeando uno y maldiciendo los otros tres os meten bajo cubierta, descendéis por las escaleras pasando la primera bodega y os conducen a la segunda...²

Con el caminar típico de un murciélago utilizando sus propias alas, la chica las utiliza para salir sin ensuciarse y ponerse en pie como una diva.

- tranquilo Amok en poco te sacamos con las llaves, al parecer la otra puerta había mutado un poco - decía intuyendo al ver el suelo, lo ocurrido en la otra puerta.

Luego susurró a Cisco antes de que se retirara - un poco de fuerza bruta a menudo es útil - le puso la mano en la cabecita - buen trabajo.

Mientras iba de camino a las llaves, comenzó a tocar un réquiem.

Sujetando su flauta con las uñitas de las alas, mostradas ahora vaporosas, como si un aire inexistente las hiciera ondear como una capa. Una mirada piadosa hacia el guardia, y su mano izquierda señalando a la espalda de este, "que no veía lo que se le cernía encima". Pareciera que le dijera que ese era su réquiem, en espera de lo que detrás de él estaba llegando.

Un caminar tranquilo y decidido, avanzaba por momentos en dirección a las llaves, su mano derecha solo ayudaba a su tonada en los momentos en los que la melodía ganaba velocidad.

_^<<Así que un clérigo, ¿eh?_^>>, pensó, divertido, para sí mismo, sin dejarse distraer por lo que ocurría a su alrededor una vez vio los gestos de aquél hombre, preparando algún tipo de conjuro a través del poder canalizado de su dios.

– Lo siento, no hay tiempo para eso. 

Y no lo hubo. Sus propios movimientos generaron pequeñas llamas en sus puños, que unidas entre si dieron como resultado una poderosa ola de calor que apenas un segundo después iba dirigida contra el guardia. Tras esta, siguiendo la estela de fuego, él mismo se lanzó con grandes pasos contra su oponente. 

Sonriendo con una peligrosa mueca que se veía aún más terrorífica a la roja luz de las antinatural antorcha que chocaba en esos momentos contra el hombre, se colocó a su lado preparado para interferir con cualquier intento de escapar de aquello.

Pain y Nickar

El guardia recibe el impacto del calor con sorpresa y sin poder reaccionar a tiempo, pierde el equilibrio y cae hacia atrás, inconsciente. La escena queda enmarcada por la alegre melodía de Nickar que pasa volando al lado de Pain para coger las llaves y abrir las celdas.

Tras hacerlo, el estruendo de la batalla atrae vuestra atención, ambos podéis ver a través de la ventana por la que se asomó el clérigo. El navío volador, en toda su magnificencia, está sobrevolando sobre el patio. Serge sube corriendo por la pasarela, posada en el suelo polvoriento, cuando una explosión lanza escombros que le golpean violentamente. Hazir, visiblemente herido, y Tizoc suben detrás de Serge y lo ayudan a llegar hasta cubierta. Donde se encuentra ahora el cofre y vuestras pertenencias.

Ambos os miráis pensando lo mismo -No os queda tiempo-

El navío comienza a alzarse. La única oportunidad que tenéis de salir de Matadero se eleva poco a poco y comienza a girar. Advertís la dirección que va a tomar y cómo la pasarela pasará muy cerca del muro oriental de la prisión, al que podéis llegar con facilidad.

-¡Nickar!- la llamo al ver que tiene las llaves y alzo una mano. Mientras ella observa la situación por la ventana yo aferro el manojo delante de la celda de Ishrad para que, aquel que me ayudó, pueda disfrutar de esta oportunidad.

Abro la puerta de par en par -No queda tiempo- le digo al humano encapuchado.

Tras ello, miro al resto de compañeros y dudo si abrir la celda de Amok recordando las palabras del Hobgoblin. Matarlo y dejarlo aquí sería lo mismo... pero si lo hago, el grandullón estaría en deuda conmigo, además, con su corpulencia y peligrosidad, los ataques de los guardias irán directos a él, dándonos al resto la oportunidad de escapar.

Y después del rápido razonamiento, uso las llaves para abrir también a Amok que casi me aplasta al salir con violencia.

Tras salir de las celdas todos podéis advertir que el navío volador se marcha sin vosotros. El primero en iniciar la carrera es Pain, seguido de la voladora Nickar, Ishrad y Amok. En último lugar (no sin dificultad por las heridas) va Cisco.

Descendéis las escaleras con velocidad y, al llegar a la muralla, veis que la pasarela va a pasar rozándola un trecho. Ésto supondrá vuestra única oportunidad de subir a bordo (al menos para los que no vuelan).

-¡Yo soy Amoook!- grito sintiéndome vivo y corriendo con todas mis fuerzas arrollando a los guardias que pueda encontrar a mi paso. Sintiéndome imparable y con una sonrisa, salgo a lo alto del muro y corro por él en dirección a la pasarela.

Siento los impactos en mi cuerpo. Intento ignorar el dolor de las flechas y salto hacia la pasarela que se mueve en paralelo al muro. Sorprendentemente, la tabla de madera de cinco pies de ancho aguanta mi peso. Aferrado a ella, comienzo a subir, con cautela hacia la cubierta.