Partida Rol por web

Mientras se ha movido por el camino ha sido fácil de seguir ¿Qué la habrá atraído hasta la ciénaga?

- Me parece que es el momento de solicitar la ayuda de Pharasma. Gracias por la luz Kal, de otra forma podemos pasar por delante del rastro sin verlo. 

Una breve oración es suficiente para solicitar ayuda. La realizo una vez por cada compañero incluyéndome a mí. Tras cada una toco brevemente a cada uno en el hombro para que la bendición surta efecto.

- Listo, me temo que no puedo hacer más, a ver si es suficiente.

Con la luz de la piedra mágica dirijo la vista al suelo e intento encontrar de nuevo el rastro.

La preocupación por la niña había logrado que el elfo se despistara de las palabras de sus nuevos compañeros. Sus ojos se centraban en aquel embarrado y oscuro paraje. La vegetación y el agua no ayudaban, y empezó a preocuparle el hecho de que de verdad no encontraran a la niña.

Cuando notó una iluminación provenir de donde estaba el tipo que se hacía llamar Kal, asintió en silencio. Aunque no le estuvieran mirando, movió la mano izquierda en unos gestos casi naturales, puesto que ya lo había realizado muchas veces, y murmuró unas palabras arcanas mientras liberaba una luciérnaga que había sacado de algún ignoto lugar.

Su bastón comenzó a emitir una luz que ayudó con la iluminación del lugar. Lo alzó y alumbró como pudo el suelo mientras se afanaba en ayudar buscando el rastro de la pequeña.

- Gracias. - Musitó en dirección a Silas tras recibir la ayuda mágica de éste.

Sebastian sacó uno de sus productos químicos y se echó unos pegotes en la cara para ahuyentar a los mosquitos. Los árboles agitaron sus ramas creando una breve brisa, y no al revés. Susurros que solo Sebastian podía oír.

Estamos ridículos. ¿No crees que encajaríamos bien en el Crooked Kin? Porque sabes que si te pillan en tu forma salvaje te enjaularán con los lobos trasgueros, ¿verdad?

¡Cállate, bicho de mal fario!

Tálafel... ¿te llamabas Tálafel, verdad? Tú llevas pocos días con esos... esas buenas gentes feriantes. ¿Dónde dormías con ellos al caer la noche? ¿Te dejaban un carromato para ti solo?

Sebastian era consciente de que no habrían metido al elfo en una jaula, por lo menos los primeros días mientras viajaba con ellos voluntariamente. Pero si Sebastian tuviera una secta maléfica que secuestra gente, que no estaba en sus planes tenerla, habría separado al elfo de los demás para poder confabular y hablar a sus espaldas.

Tal vez si le devolvemos a Aleece no tratarán de secuestrarme...

Habrá ido en línea recta-sugirió de manera despreocupada, centrado en sus propios miedos-. Así estaban dispuestas las huellas en tierra firme, haciendo eses ligeras entre los árboles. Si ignoras los márgenes y te centras en el centro de tu campo de visión, Kal, lo tendrás más sencillo para recuperar el rastro.

Gracias a la luz y a la ayuda de Sebastian y de Silas, Kal encontró el rastro de la niña. Era complicado de seguir, pues las huellas estaban hundidas en el barro. Pero las cañas estaban ligeramente apartadas dando la sensación de que había pasado por ahí, y facilitando un poco la tarea.

El rastro continuaba unos noventa metros hacia el interior de la zona cenagosa, y no podían dejar de preguntarse cómo y qué razones habrían llevado a una niña a un lugar como aquel. Y entonces vieron un pequeño claro. Entre toda la hojarasca pudieron distinguir que en aquel espacio despejado de vegetación alta, sí había, sin embargo, una gran cantidad de flores grises de aspecto lúgubre. 

El sonido de las pompas de la ciénaga y de los lobos aullando en la lejanía no hacían que sus nervios mejorasen lo más mínimo. Con muchísimo cuidado, asegurándose de que no hubiera nada en los alrededores, Kal encabezó la marcha del grupo hasta el mismo claro. El rastro se perdía allí, entre las flores del suelo. Pero el guerrero, que estaba atento al rastro que buscaba, encontró unas marcas en el suelo que salían en dirección norte. Silas pareció advertir lo mismo, pues ambos fueron instintivamente en esa dirección. 

De pronto, todos se quedaron quietos... 

Estás seguro de que has escuchado una voz. Un lamento, o un llanto, no sabrías decirlo con seguridad. Lo que sí sabes es que está en la dirección de las marcas del suelo, en dirección norte. Sin embargo, hay algo en la voz que no te parece normal. Como si la voz estuviera tapada por algo, o no fuese lo que parecía ser. 

En la oscuridad del atardecer, escuchando la respiración de tus compañeros, el único sonido que te saca de tu ensimismamiento por el paisaje y el miedo es el de las pompas de la ciénaga al explotar. Un sonido que realmente eriza la piel de la nuca. En cualquier momento podríais pisar un agujero y entonces... 

Y entonces lo escuchaste. Era un lamento, un llanto de una niña. Y venía claramente desde la dirección sur. Eso quería decir que el rastro que había visto Kal, no era el de una niña. Lo cual parecía obvio, teniendo en cuenta que parecía el rastro de algo que se había arrastrado. 

Estabas entusiasmado con haber encontrado el rastro en el suelo. Sonreías alegremente y apoyaste una mano en la espalda de Kal, que veías que estaba dispuesto a internarse de nuevo en la maleza a seguir aquella nueva pista. 

Y entonces lo escuchaste. Era el sonido de un llanto, de un sollozo. De una niña. 

Y venía desde la zona este, ligeramente desviado del lugar hacia el que se dirigía el rastro. Estabas seguro de que venía desde allí. Si os dabais prisa, podríais salvarla a tiempo. Pero claramente estaba en peligro. 

Estabas muy sorprendido de cómo aquel grupo de humanos había conseguido seguir las pistas como si de un elfo de los bosques se tratara. Desde luego no eran unos agricultores, y se les notaba que no era su primera excursión juntos. Trabajaban bien y en equipo y para ti era muy grato ver que todavía había gente que funcionaba de aquel modo. Y que lo usaba para -aparentemente- hacer el bien. Te recordó viejos tiempos, cuando viajabas con un joven Lorrimor en busca de artilugios sortílegos. 

Sumido en tus pensamientos casi no te diste cuenta. Pero entonces tus sentidos élficos te lo confirmaron. Escuchaste claramente el llanto de una niña. Venía desde el oeste. 

El rastro que había encontrado Kal se dirigía al norte. Entonces, ¿es que era una pista falsa? Lo cierto era que aquel rastro era muy diferente a los anteriores, pues parecía que lo había hecho alguien reptando, no a dos patas. Había serpientes en la ciénaga, eso era posible. No obstante, ... ¿Y aquel llanto?

Debían de darse prisa y acudir a salvar a Aleece. Aunque seguro que estaba herida o magullada, quizás incluso tuviera la cabeza contra el barro, o estuviera en un agujero. Era su voz, sin embargo, sonaba distinta. Y desde luego, sonaba apremiante. 

¿Qué es eso?

Me paro en seco. Echo la mano al hombro de Kal y le sujeto, impidiendo que siga andando. A la vez, levanto la otra mano a la altura de mi cabeza con la palma extendida y los dedos juntos. Necesito que todos se paren y estén en silencio para verificar que he oído lo que me ha parecido oír.

- ¡Ssshhhhhh! ¡Silencio! Escuchad. - digo en un susurro mientras aguzo el oído ... Sigue ahí, es un llanto sin lugar a dudas.

- ¡Es un llanto! ¿Podéis oírlo? ¡Viene de esa dirección! ¡Podría estar en peligro! - Me muevo todo lo deprisa que puedo en dirección al sonido, las precauciones olvidadas. Si es un llanto de congoja o de miedo no sé distinguirlo, pero no voy a correr riesgos.

El semi-elfo asintió sin entusiasmo a las palabras de Sebastian y dijo -En realidad... en terreno agreste es poco probable que se siga una dirección concreta, especialmente si es una niña perdida...- hubiese seguido discutiendo pero en realidad necesitaba concentrarse.

Desna había sonreído a Kal, las huellas fueron relativamente sencillas de encontrar y el guerrero mantuvo un cierto optimismo en esta situación tan Ustalavina: desagradable, enervante, inquietante y... bueno, todo lo malo que se le podía ocurrir a la florida mente de un guerrero.

Cuando escuchó el llanto las orejas ligeramente puntiagudas casi se erizaron como las de un sabueso, para luego fruncir el ceño y hacer un gesto a su equipo para que parasen.

Cualquier esperanza de pasar desapercibidos había desaparecido por la luz, pero con cierta precaución el guerrero susurró -Preparad vuestras armas y conjuros, esa voz no es normal y podría ser la niebla o... algo mucho peor.

Su semblante había adquirido un cariz funesto y el susurro terminó con el sonido rasposo de una espada saliendo de su funda preparándose para dar muerte.

- Talathel. Es Talathel. - Respondió el elfo a Sebastian durante el camino. - Sí, me dejaron un carromato solo para mí. Supongo que al viajar con ellos de manera temporal aun no me consideraban parte del grupo. Un mero acompañante, o protector. - Explicó mientras seguían el rastro.

Cuando llegaron al claro y el grupo se paró a revisar las flores y los posibles rastros, Talathel estudió a sus compañeros de nuevo con atención. Parecían trabajar muy bien en equipo y de manera eficiente... y por ello se alegró. Solo alzó la cabeza cuando escuchó aquel llanto que todos parecían haber percibido. Vio a Kal avanzar con precaución, y a Silas lanzarse a toda velocidad. El mago alzó una mano:

- ¡Espera Silas! Kal tiene razón. El llanto podría ser Aleece, pero casi no suena humano... Podría haber caído en un agujero o tener la cara contra el barro, o pueden ser muchas cosas. Vayamos rápido por si necesita ayuda, pero estemos preparados por si no es ella. - Sugirió mientras se situaba detrás tanto de Kal como de Silas, esperando recibir su protección de un posible cuerpo a cuerpo y preparando sus conjuros para reaccionar rápido a lo que fuera que se encontraran.

Lo único que tenía claro era que primero debían averiguar el origen del llanto, y dejar el rastro de la posible serpiente para más adelante. Entonces se fijó en la dirección en la que avanzaba el clérigo.

- Oye, y no es por ahí... El llanto viene de allá... - Añadió señalando hacia el oeste. Miró a Kal también, que avanzaba hacia el Norte... - ¿Por dónde lo habéis oído vosotros? Quizá es una treta para dividirnos... -

Kal tenía muy buenos reflejos, los suficientes para agarrar a Silas antes de que saliese disparado.

Al escuchar las palabras del elfo su rostro se ensombreció aún más, estaba claro que ocurría algo antinatural y dijo -lo he oído del norte- masculló antes de espetar a Silas a un par de centímetros de su rostro -el heroísmo déjalo a unas condiciones más claras, esto parece una emboscada. Salvaremos mejor a la niña si vamos en la dirección intermedia a los dos sonidos con los ojos y oídos abiertos. Preparaos para recibir un ataque.

¡Tenemos que salvarla! ¿Qué demonios estás haciendo?

Al principio molesto, forcejeo para soltarme, hasta que las palabras del resto se abren camino hasta la parte más analítica y fría de mi cerebro.

- Yo he oído un sollozo por allí - digo mientras señalo hacia el noreste -. Está claro que los tres no podemos tener razón, así que definitivamente algo está jugando con nuestros sentidos. Puedes soltarme, Kal, o harás que el brazo se me entumezca. - Me giro hacia el distraído doctor - ¿Tú has oído algo Sebastian?

Embrazo el escudo y agarro la maza. Si pudiera verme los nudillos a través de los guanteletes, estarían blancos. ¿Quién o qué puede ser tan depravado como para montar una celada con el llanto de una niña?

Lo cierto era que en cuanto Silas se separó de los demás en una dirección que no coincidía con los ruidos, Sebastian sospechó que la treta era de Tálafel. Eran conocidas las historias de elfos creando sonidos para alejar a los viajeros del camino y que se internaran en el bosque. Y que de pronto hubiera cambiado su nombre del Tálafel del principio a Talathel, denotaba que era un nombre falso de una identidad secreta. Pero contra todo pronóstico, fue Tálafel el que señaló el peligro, poniéndoles en alerta. Eso significaba que... ¿el elfo estaba de su parte?

Ah, ahora me siento mal por desconfiar...

Levantó la mano.

Yo oigo el llanto al sur.

Miró a su alrededor, pero aunque viera algo fuera de lo normal, ¿cómo saber si lo que veían sus ojos era más real que los falsos sonidos que escuchaban sus oídos?

Deberíamos arrancar unos juncos. Podemos usarlos para tantear el suelo por delante de nosotros. También deberíamos crear más fuentes de luz, prendiendo en llamas algunas flechas y disparándolas a árboles alejados. Eso debería darnos información adicional de cómo es nuestro entorno más allá de las actuales penumbras.

Ehm... mejor apuntad por encima de los seis pies de alto al disparar. No vaya a ser que le demos por error a la niña con todas estas fantasmagorías nublándonos los sentidos.

Buen trabajo, Tálafel.

Soltó el brazo de Silas sin disculparse, después de todo no sentía sus actos ni una pizca de boñiga.

Normalmente hubiese desdeñado la idea de prender llamas de Sebastian como una locura, pero en una ciénaga no veía probable que se crease ningún incendio. Sin embargo desdeñó lo de los juncos, fiándose más de sus propios sentidos y visión nocturna.

Mientras avanzaba lentamente hacia el noroeste; porque si todas las direcciones eran malas todas eran buenas y Desna parecía sonreír hoy, masculló -¿y ninguno de vosotros tiene alguna magia para poder ver cuál de las voces es real?

No es que pensase que la magia fuese inútil, pero los lanza chispas nunca parecían tener el conjuro adecuado a las necesidades así que añadió -si no es así sigamos avanzando, cualquier dirección es buena para recibir la emboscada y en dirección norte lo hemos oído dos.

- No os paréis. Si es la niña el sonido era apremiante... Lamentaría el resto de mi vida no haber llegado a salvarla por temer una emboscada. - Indicó a sus nuevos compañeros. Y su vida era condenadamente más larga que la de ellos. Aunque, claro, si no era la niña y era una trampa... Pero Talathel era un riesgo que correría, aunque no podía obligar a los otros tres a correr el mismo riesgo también.

Tras decir aquello volvió a murmurar unas palabras arcanas y a gesticular mientras lanzaba otro hechizo¹. Al finalizar miró primero en dirección oeste, hacia donde él había escuchado el llanto, y luego en dirección norte.

- Si detecto algo os avisaré, pero no contéis con ello. - Advirtió.

A pesar de que no estaban seguros de qué dirección tomar, pues cada uno parecía haber escuchado el llanto en un lugar distinto, Kal encaminó la marcha en una dirección aleatoria. Misteriosamente, o quizás por obra de los dioses, el resto del grupo no hizo caso a sus sentidos, sino a su instinto de supervivencia. Todos permanecieron juntos, siguiendo al guerrero que avanzaba con seguridad y el arma en ristre.  

Las cañas eran altas, en aquella zona y era complicado ir avanzando. No tenía nada que ver con el claro en el que acababan de estar. El sonido de las pisadas en la ciénaga parecía acallar el resto, pero de una cosa estaban seguros. No había ni rastro de aquel llanto o quejido. 

Con mucho miedo de donde ponían los pies, caminaban muy lentos, apartando como podían las cañas a su paso. No obstante, tanto Talathel como Silas, sentían cierta prisa por encontrar a la chica. Si realmente era ella la que se estaba quejando, el tiempo corría claramente en su contra. 

Y entonces Sebastián gritó. De la nada, a su lado, apareció una gran criatura con forma de araña. Era una araña que medía más de 6 pies de alto, las patas que salían de su gran abdomen medían aproximadamente lo mismo que el propio Sebastián. El gran abdomen ocupaba más volumen que Kal y su armadura pesada. Sin embargo, no todo su cuerpo era de araña. Poseía una cabeza de rostro humanoide, probablemente élfico, rodeado de una gran masa de pelo en la zona del pedicelo. Tras intentar darle un mordisco y fallar, el segundo ataque no fue tan desastroso y clavó los dientes en el brazo del alquimista. Acto seguido, dio un paso hacia atrás y desapareció. 

En un primer momento, pensaron que era entre las cañas. Y así lo asegurarían tanto Kal como Talathel. Pero Sebastián, que estaba muy cerca, y Silas, que conocía bien las leyes materiales, se percataron de lo que había sucedido en realidad. La araña no se había escondido entre las cañas. Había, literalmente, desaparecido.

Vamos a recuperar a la niña, dijeron. No os paréis, dijeron. Pero ellos no tuvieron que lidiar con las consecuencias, fue el bueno de Sebastian el que se llevó el mordisco en el brazo.

¡¡¡Iiiiih!!! ¡¡¡Quitádmela!!! ¡¡¡Quitádmela!!! ¿Eh? ¿A dónde fue?

Sebastián tosió, su salud se había deteriorado en los últimos segundos.

Ay, madre. Me contagió la rabia. O peor, algún veneno, una especie de psicotoxina que me hace ver a todos mis compañeros como unos completos idiotas. Ábreme tus brazos, Pharasma, voy a reunirme contigo.

Rebuscó en sus bolsillos llevado por la hipocondría. Seguro que tenía por ahí algún contraveneno, tal vez una sustancia neutralizadora en sangre o un mesmerizante octovusiano de triple acción. O... Miró a su mano, que había sacado un bote de limaduras de hierro de algún orificio. Frotó la lana contra su piel para imantarla y se vació las limaduras por todos lados: la cara, el cuello, las manos... Abrió el cuello de su camisa y echó un poco por el escote. Metió el pulgar entre el pantalón y la cintura e hizo palanca para ver su pequeño pene. Algún día lo necesitaría para que su genio pasara a un descendiente.

¡Por la ciencia!

Vació los últimos restos del bote. Picaba un montón, pero más desagradable le iba a resultar a la araña si intentaba morderle otra vez.