Partida Rol por web

Tras semanas de puro vagabundeo y miseria finalmente los brujos de la escuela del oso han encontrado un trabajo digno con el que llenar sus bolsillos en la deprimente aldea de Percha de Cuervo, capital del empobrecido feudo de un infame conde ajeno a las suplicas y necesidades de sus administrados. Tras dormir en una pequeña alacena alquilada por el dueño de la taberna "El Caballero del Pantano" , algo que suponía un lujo mayor para los brujos teniendo en cuenta los lugares que habían frecuentado últimamente, se encaminaron de buena mañana hacia el pequeño fortin desde donde gobernaba Vserad con el fin de presentarse como profesionales ante él, evitandose así cualquier tipo de malentendido y aprovechando la ocasión para contrastar si las palabras del borracho Larken tenían alguna validez o solo eran desvaríos de un loco que no ha conocido otra cosa que desgracia y mala vida. 

En cuánto los brujos llegaron al fortín, protegido por una empalizada de madera y piedra que lo separaban del resto de las casas de la aldea, se toparon con dos ceñudos guardias en su acceso. Alodus y Janos se presentaron como lo que eran y solicitaron audiencia con el conde. Los guardias, que parecían algo más disciplinados que los que los brujos habían dado cuenta en los pantanos, les hicieron esperar casi una hora frente a las puertas hasta que finalmente les hicieron pasar obligándoles a dejar allí todas sus espadas y armas para poder ser recibidos en audiencia. En el interior les condujeron con paso ligero hasta el interior de una gran mansión de piedra donde accedieron a un lujoso salón que contrastaba fuertemente con el ambiente pobre y casi ruinoso de las demás construcciones de la aldea. 

Sentado en un austero sillón un humano alto y de rostro soberbio ataviado con elegantes ropas sonreía de forma maliciosa mientras sujetaba una copa de vino y le daba un sonoro sorbo, se trataba sin duda de Vserad. Uno de los sirvientes del conde entró junto a los brujos y realizó una reverencia sin mirar siquiera a los ojos a su señor y presento a los invitados. 

- Ilustrisimo Conde.. se presentan los señores Aldous y Janos, dicen ser brujos, profesionales añaden, y venir a presentar sus respetos... - dijo dando varios pasos hacía atrás cediendo paso a los brujos. 

Los medallones de los brujos no vibraron, aquello era buena señal, pues de ser el conde algún tipo de ser oculto o monstruosidad con apariencia humana estos se hubieran agitado con violencia en sus respectivos pechos...

Janos entró tras su mentor en el interior de aquella acogedora y lustrosa sala. Estaba claro que el conde no era una persona dada a las penurias, pues el joven muchacho no había observado tal densidad de lujo en ningún momento de sus veintiún años. Cuando entró, una sensación de nerviosismo lo embargó, pues si su medallón vibrab,a sería el dato innegable de que aquel noble podría ser el malicioso monstruo que el beodo de Larken describiera la noche anterior.

Por fortuna, el medallón permaneció frío y ausente. Eso era una gran noticia. Ante ellos sólamente tenían una persona que había tenido más suerte al nacer que la gran mayoría de las gentes de Percha del cuervo.

Janos esperó a que su maestro iniciara la conversación.

- Conde Vserad... - Aldous inclinó la cabeza a modo de saludo sin demasiadas ceremonias. Tanta ostentación de lujo le ponía enfermo, más aún comparándolo con el paupérrimo estilo de vida del populacho.

Con total certeza, el Conde ya sabría el motivo por el cual se encontraban en Percha del Cuervo.
Por el momento, el medallón que pendía de su cuello no había reaccionado ante la presencia del aristócrata, por lo que el brujo relajó en parte su actitud.
- En efecto - dijo, aludiendo a la presentación del ujier - No queríamos pasar por sus dominios sin presentarle los debidos respetos.

Sin más preámbulos, Aldous fue al grano: - Verá, señor. No hemos podido evitar escuchar ciertos... rumores que indican que los aldeanos están sufriendo debido a los ataques de una bestia feroz. Quizá encontraría usted útil nuestra ayuda en estos tiempos de dificultad.

El conde frunció el ceño con la última intervención del veterano brujo y luego soltó una ligera carcajada sincera. - Sé poco acerca de los vuestros, pero esas mutaciones que dicen que tenéis deben haberos afectado el sentido común... eso que habéis oído de los campesinos son putas basuras para evitar su deber en el campo... - dijo realizando una pausa para dar un nuevo sorbo a su copa de vino. -  seguro que se han matado entre ellos para organizar toda esta farsa, al próximo que le oiga mencionar a ese "diablo" lo colgaré por mentiroso y destriparé a sus hijos para alimentar a mis perros. - concluyó con una actitud cruel y fría. 

Vserad miraba directamente a Aldous con rostro arrogante y tranquilo. El señor de Percha de Cuervo no hizo amago de ofrecerles asiento. Estaba claro que cuidaba los detalles, él era el señor de esas tierras y ellos unos brujos pordioseros, para los cánones de los señores feudales lo lógico es que los brujos se mantuvieran de pie, respetuosos y a poder ser cabizabajos.

- Sin embargo agradezco que hayáis venido a presentaros... nunca he conocido un brujo en persona, pero si vuestra reputación es real podría estar interesado en contrataros para algunos trabajos...  - propuso el noble francamente interesado. Si eso era así, los brujos de la escuela del oso no dudaban de que aquel conde disponía de los recursos suficientes como para una suculenta paga. 

Janos miraba al suelo. El muchacho le sacaba casi una cabeza y media a aquel indigesto noble que tenía delante, con lo que reventarlo de un espadazo, hubiera sido una opción muy fácil. El zagal apretaba la mano y la mandíbula con fuerza, pues deseaba no caer en la provocación y cometer un error que a buen seguro, sería el último no sólo para él, si no para el bueno de Aldous... ¡¡Cómo odiaba a aquellos inmisericordes nobles!!...

El diálogo de Vserad se relajó un poco, cosa que permitió a Janos reducir la fuerza que tensaba todo su cuerpo. El muchacho tenía claro que estos detalles no habían pasado desapercibidos para el prepotente conde, pero seguramente, no entraría mucho más al trapo con dos brujos delante. La fuerza de un cazador de monstruos profesional era imprevisible y no era desconocido que algunos de ellos eran contratados para asesinar políticos y reyes desobedeciendo los juramentos de neutralidad. La vida estaba muy mala y algunos con el don que ellos poseían no tenían otra opción de salir de la herrumbre si no era básicamente convirtiéndose en sicarios.

Permaneció a la espera de que su mentor prosiguiera el diálogo...

- Algunos trabajos...
Aldous ya imaginaba en qué podían consistir los encargos de semejante hombre. Con todo, no sería sensato contrariar a su anfitrión, por lo que el brujo esbozó un amago de sonrisa que pretendía ser cortés.

- ¿Reputación? Digamos que, además de ser andariegos y pedigüeños, también poseemos otras aptitudes que suelen colocarnos en posiciones ventajosas... - Esta vez, la sonrisa que se dibujaba en sus labios se tornó más inquietante.

Con un gesto teatral, abarcó toda la estancia con el lujo que la envolvía. - ¿Qué podría ser tan importante para que el señor de estas tierras precise los servicios de unos brujos? ¿Algo le inquieta?

Vserad esbozo una sonrisa gélida y dió un nuevo sorbo a su copa de vino. Luego cruzó las piernas y examinó detenidamente a Aldous. Estaba claro que Vserad  sentía poca empatía hacía los demás, algo que encajaba perfectamente con los últimos ajusticiamientos que había llevado a cabo con su propia plebe. Era duro y no tenía piedad alguna, sin embargo en aquellos tiempos oscuros eso no era algo que escapará demasiado de la normalidad pues la mayoría de los poderosos eran así.

No obstante la personalidad, inclinaciones o poder de aquellos que contratan a unos brujos no importan lo más mínimo, sólo importa el trabajo a realizar y que se realize el pago acordado, tal era también la frialdad de los tratos realizados con los cazadores de monstruos. 

- Sí, sí que los precisaría... está claro que parecéis más eficaces que cualquiera de mis soldados, y tengo cierto problema con el regidor de una aldea de mis dominios... - empezó a explicar con tono frío y lento. -  veréis... - dijo entrecerrando los ojos como si tratara de contener cierta rabia. - sé que me está robando, sé que se está quedando con parte de la recaudación de impuestos de su aldea y lleva días escondido en algun pantano cercano. Los patanes de mis guardias no logran dar con él, pero creo que vosotros podriáis cumplir este trabajo con creces. - sugirió satisfecho y dando otro sorbo a su copa de su rojizo vino, que ya se intuía solo con el color que tendría un sabor infinitamente mejor que la cerveza aguada de "El Caballero del Pantano" - una vez lo encontréis ha de ser ejecutado de inmediato. Os pagaré por su cabeza 150  monedas de oro y como señal de mi buena voluntad con vosotros dejaré que degustéis a una de mis esclavas elfas que guardo en las mazmorras... podéis empalarla hasta que os canséis. - dijo con media sonrisa como si dichas elfas fueran un mero objeto parte de su patrimonio.

Janos permaneció en silencio. Sabía que sus intervenciones, a veces disonantes y fuera de tono, podían enviarlo todo al garete, con lo que decidió permanecer cayado y abstraerse hasta el punto de no oír ni una sola palabra de ese noble prepotente. En la calle se lo gustaría encontrar. Cara a cara. Uno contra otro. A puño limpio. Como en las peleas de boxeo que tenían lugar en muchas de las tabernas que había en las ciudades y aldeas. Si lo tuviera enfrente le iba a dar lo suyo...

El muchacho ignoró todo lo que aquel desagradable hombre decía. Ni tan siquiera la mención de la suma de orens lo volvió a conectar al diálogo que mantenía con su mentor. Pero entonces lo dijo...

¡¡Una elfa!!...- Jamás había visto ninguna. Muchos eran los que afirmaban que la belleza de tales doncellas no tenía parangón... ¡¡Y aquel hijo de la gran puta tenía una para maltratarla y rifarla a la escoria de peor calaña!!...

Nuevamente cerró su puño con rabia. 

- Lo imaginaba...
¿Qué otra clase de encargo podría venir de semejante hombre?

Luego mencionó a la hembra que tenía cautiva, y se la ofreció a los brujos como si de un trozo de carne se tratara.
¿Este tipo tenía a una elfa como esclava? Eso era despreciable; Aldous jamás había soportado la esclavitud, pero en el caso de un elfo... había leído acerca de estas curiosas criaturas, tremendamente hermosas, y también había estudiado la verdadera historia de esta bella y triste raza y de como las mentiras y el odio los habían condenado al ostracismo en una tierra que durante mucho había sido suya.

Secamente y sin disimular ya el enfado que sentía, respondió:
- Es una suma generosa, pero no somos esbirros de nadie. Nos dedicamos únicamente a eliminar monstruos. Sólo en contadas ocasiones despachamos a hombres, y desde luego, nunca por dinero.
- Con sumo gusto te arrancaba a tí el corazón, cerdo.

- No queremos molestarle más, con su permiso... nos retiramos ya.

El conde escuchó con rostro cada vez más enojado la respuesta del veterano brujo, su expresión facial era similar a la de un niño consentido al cual le han negado su último capricho. Cuando Aldous se disponía a realizar una cordial reverencia para despedirse del señor de Percha de Cuervo el conde dejó la copa en una mesita junto a su sillón con un sonoro golpe que no rompió la copa de milagro. - No os he dado permiso para retiraros aún, brujos... - dijo con tal dureza y tono amenazante que durante los instantes siguientes la tensión en aquella estancia era total. 

- ¿Decís que matáis a monstruos y engendros no? Pues de eso os estoy hablando, ese regidor es un monstruo pues ha robado a las arcas de mi feudo... ¿Cuántos pasaran hambre por esas pérdidas en impuestos? Es un ladrón y un monstruo, vosotros sois brujos y matáis monstruos, así que no entiendo el problema... - argumentó con cierta ira reflejada en su tono de voz. - Os doy una nueva oportunidad de entrar en razón...  ¿Vais a rechazar mi generosa oferta? - preguntó mirando fijamente a Aldous, quien de los dos era el interlocutor. - Pensadlo bien... - añadió con un tono lento y calculado.

Aldous se giró con el rostro crispado por la furia. Estaba claro que el Conde estaba acostumbrado a recibir todo lo que pedía, y no le entusiasmaba escuchar un "no" por respuesta.
- Ya, hijo de la gran puta, como si el destino de tus súbditos dependiera del pago de un sólo hombre...

El brujo sopesó la idea de aceptar el encargo y seguir con su camino sólo para no escucharle más, pero pronto desechó esa idea, pues eso implicaría romper un contrato y eso era inaceptable.

Haciendo acopio de toda la paciencia que pudo reunir -aunque ya comenzaba a agotársele-, habló de nuevo, calmando su furor: - Se lo ruego, señor; no confunda términos. Que considere usted a ese hombre un monstruo no lo convierte en uno. Nosotros NO somos asesinos a sueldo. Además, ¿qué impresión causaría el Conde enviando a dos andrajosos a cobrar sus impuestos? ¿No sería mucho más impresionante una comitiva de sus propios hombres, más duchos en esas lides?

- Piénselo bien... - dijo, parafraseándole.

El conde de Percha de Cuervo no se molestó ni a escuchar más a Aldous, levantandose con cierta agresividad se acercó a Aldous y estando a escasos centrímetros del veterano brujo le mantuvo una mirada hostil y desafiante. Posteriormente le escupió a sus pies. 

- ¡Hideputas desagradecidos! - dijo dándose la vuelta para tomar de nuevo su copa de vino que había dejado en la mesilla junto al sillón y acto seguido la estrelló contra una de las paredes haciéndola añicos. - Volved entonces a la pocilga de la que procedéis, mugrosos, si no sabéis apreciar la oportunidad de vuestras vidas cuando se os presenta... - exclamó furioso el conde de una forma que recordaba a la de un niño rico y consentido al que se le privaba de su último capricho. 

Estaba claro que la audencia había finalizado, y así lo hizo saber también cuando uno de los sirvientes abrió la puerta del salón para que los brujos salieran por ella. 

- ¡Que estas ratas desagradecidas abandonen ya mi mansión! - gritó de nuevo el encolerizado conde dirigiéndose al obediente siervo. 

Aldous aguantó la mirada del Conde sin apartar los ojos de los suyos. Ese cerdo podía ordenar que los mataran, pero el brujo no permitiría que ese despojo le intimidase.

Cuando Vserad escupió a sus pies, sus manos se movieron como accionadas por un resorte; deseaba verle arder más que ninguna otra cosa en el mundo. Por suerte, no llegó a trazar ninguna señal; logró mantener la calma al pensar en el hecho de que ese acto podría acarrear desgracias para su aprendiz, que no quedaría impune ante semejante suceso.

Una vez que el ujier entró en la cámara para sacarles fuera, Aldous se encaminó hacia la puerta y, sin dedicar siquiera una palabra de despedida a su anfitrión, colocó una mano sobre el hombro del joven, conocedor de su ardiente temperamento: - Vámonos, Janos.

- Síiiiiiiiiiiiiii...- Pensó emocionado el joven aprendiz.

¡¡Por fin ese hijo de mala madre iba a morir como un cerdo espetado!! 

Casi de forma imperceptible, su mano ya acariciaba el pomo de su espada de acero y lo único que aguardaba era un gesto de Aldous para que sin mirar atrás, el filo de su hoja le partiera el cráneo a ese condenado asqueroso... pero su mentor mantuvo la calma. 

Luego Vserad lanzó la copa de cristal contra el suelo pensando que aquella niñería podía llegar a impresionarlos... ¡¡Puto bastardo de mierda!! ¡¿Con qué se creía que se las veían ambos brujos?! ¡¿Acaso pensaba que su gesto era tal vez más intimidador que las fauces de un sumergido?!... ¡¡Por los dioses que le hubiera sacado uno a uno los dientes y habría echo polvo para ungir de poder su espada de plata!!

Aldous pasó a su lado y puso su mano apaciguadora sobre su hombro - Sí mestro. Aquí no se nos ha perdido nada...- dijo el joven brujo mientras su mirada le auguraba una dolorosa muerte al dueño de Percha del Cuervo.

Lo único que deseaba es que el día de mañana, el pudiera ser el artífice de la muerte de ese hombre tan ruin como abyecto.

El siervo del conde Vserad acompaño a los brujos de regreso a las puertas del fortín con rostro desganado y cara de pocos amigos. Una vez allí los guardias que franqueaban su entrada les devolvieron las cuatro espadas intactas. 

Ya habían cumplido las formalidades con el señor de aquel feudo y disponían algo de información sobre el "diablo" de las cosechas de sangre, sin embargo los cazadores de monstruos aún desconocían la naturaleza del supuesto monstruo por el que habían sido contratados...

Una vez estuvieron de nuevo en el exterior, Aldous olfateó el aire y estiró los brazos para relajar la tensión; le había costado muchísimo guardar la compostura y ahora sentía los músculos agarrotados.

- Se le ve un buen hombre, un tío sano. - Bromeó con el joven para quitar algo de hierro al asunto.

- Venga, tenemos trabajo que hacer. Tendríamos que buscar algún otro familiar de las víctimas, ¿no crees?

El brujo comenzó a caminar y mientras avanzaban, compartió sus pensamientos con Janos: - ¿No era hoy el entierro de Taller? Igual entre los congregados en el camposanto podamos hallar algo más de información... - Tras permanecer unos instantes abstraído, continuó: - No sé, Janos; todo esto es muy raro. Está muriendo gente y parece que los aldeanos viven en una especie de disimulo constante. Han estado buscando ayuda -según Ernestus- y ahora que venimos a investigar, parece como si les molestase nuestra presencia... y no me refiero sólo a nuestro aspecto... Me da muy mala espina todo esto, chaval. Ojalá me equivoque.

El joven brujo arrancó el cinto con las espadas de cazador de los brazos del guardia. Aquella reunión lo había puesto de mal humor - ¡¡Pues sí!!... ¡¡Sano y majo el tipo!!- dijo en clara alusión al Conde Vserad. Luego escuchó atentamente lo que Aldous tenía que decir. Odiaba admitirlo, pero su maestro era un tipo sabio y bregado en la vida. Leía como nadie las señales y detalles que se producían a su alrededor y si algo le olía a chamusquina es porque había algo podrido en todo aquel asunto.

- Yo también deseo que estéis equivocado...- dijo a modo de deferencia. Acto seguido asintió a la idea de acercarse a las exequias del joven Taller, quizás allí hallaran más respuestas.

Tras tan desagradable audiencia con aquel señor feudal, los brujos se encaminaron hacía las afueras de Percha de Cuervo donde había un pequeño cementerio. Ciertas dudas empezaban a aparecer en la intuición de estos ¿Escondía realmente algo alguno de los habitantes de aquella aldea entre pantanos? Lo cierto es que en aquellos tiempos oscuros había pocas personas que pudieran presumir de ser buenas, pues de una u otra manera todos guardaban cierta oscuridad o maldad en su interior. A pesar de ello había algo que tenían claro los brujos, las muertes, por lo menos la de Taller que era el que habían podido examinar, habían sido producidas por algo sobrenatural, dada la naturaleza de las lesiones en el cuello. No existía mano humana ni arma alguna que produjera aquel tipo de señales en el cuerpo.

Cuando llegaron al cementerio había unas pocas personas con rostros lúgubres reunidas frente a una fosa cuya profundidad ya empezaba a ser rellenada con la tierra que un improvisado sepulturero realizaba con una pala.

La madre del joven Taller lloraba mientras lanzaba unas pocas hojas de una flor blanquecina al lugar donde reposaban los restos del difunto. Ninguno de los presentes prestó interés a la presencia de los brujos. 

Las exequias estaban llegando a su término cuando los brujos llegaron al camposanto.
Aldous decidió aguardar prudentemente a una distancia suficiente para no incomodar a los presentes.
Una vez finalizadas las honras fúnebres, se aproximó a uno de los presentes cuando éste ya se disponía a partir.

En voz baja para no romper en demasía el silencio requerido en esos momentos, le dijo:
- Disculpe, no le molestaremos más que unos momentos. ¿Sabe usted por casualidad dónde encontraron el cuerpo? Me refiero a cuál fue lugar del ataque.