Partida Rol por web

Stephen Price era un tipo alto de unos cuarenta años. Vestía un elegante traje de smoking y lucía un bigote cuyo aspecto recordaba a algún actor de los años 50. En su mano derecha, aparte de una copa mediada, lucía un sinfín de anillos. La izquierda la mantenía cerrada y miraba como ido hacia el puño cerrado.

—Pasen. La puerta está abierta. ¿Han venido a quejarse del servicio? Es complicado encontrar gente que sepa atender con profesionalidad durante el fin del mundo ¿no creen?

Le patinaban las palabras al hablar. La botella casi vacía de vino de reserva que estaba encima de la chimena era testigo de la embriaguez del millonario. ¿O había un atisbo de locura también en su mirada?

—¿Sabéis que sucede con los escorpiones? Que no son de fiar... había una fábula... hablaba de un escorpión que picaba a la rana cuando le ayudaba a cruzar un río y mientras se hundía gritaba: 'no puedo evitarlo, es mi naturaleza'. ¿Créeis que los escorpiones de verdad hacen eso? Yo creo que sí... todos saben que si se ven rodeados por fuego se pican a si mismos para suicidarse¹. Lo mismo hacemos algunos... antes de irnos nos llevamos todo por delante. ¡Al infierno!

Douglas se adelantó y giro a Price para que le mirara.

- ¿Qué demonios ha hecho? ¿Que ha invocado?

No tenía tiempo para tonterías ni para negociar con un demente. Tenían que saber que había abierto Price para intentar revertirlo. Si supiera a que demonio había invocado podrían hacer el ritual de exorcismo adecuado, pero para eso debía saber el nombre del demonio.

En el fondo no sabía si podría hacerlo, pero conocía toda la teoría de exorcitacion de entidades. Se habia documentado sobre ello durante toda su carrera.

- Dígame el nombre de lo que ha invocado. ¿Con quién ha hecho un trato?

No reparó mucho en que el resto de huéspedes llegaban hasta que los vio justo a su lado, pensó que quizás los espíritus les habían dado a ellos también pistas sobre cómo encontrar al señor Price.

-¿El fin del mundo?- preguntó Irina sin comprender. -¿De qué habla? ¿Qué está pasando? ¿Por qué el Más Allá se manifiesta aquí con tanta magnitud?- añadió, porque era lo que le interesaba. Al fin y al cabo los espíritus que había visto estaban encolerizados, pero hasta ahora ninguno le había causado daño serio. 

Tras unos segundos añadió algo que también la perturbaba.

-¿Qué tengo yo que ver con esto?

- Hace cien años hicieron un ritual de los Mahogany, para que los Corruptores provieran de poder aprovechándose de la Red Vital. - explicó Amanda a Irina sin apartar la mirada de Stephen, en una postura que parecía enfrentarse con el rico dueño del hotel. - Y Stephen trató de hacer lo mismo, siendo engañado igual que ocurrió la vez anterior.

Se acercó entonces al hombre calmadamente, apoyando su mano en el brazo derecho.

- ¿Qué te prometieron, Stephen? ¿Qué es lo que ansiabas con tanto anhelo? - su tono había cambiado, como el de una madre preguntándole a su hijo por qué había arrancado las alas a la mosca y se había quedado mirándola revoloteando, una mezcla de afabilidad y curiosidad con una pezca de temor por la respuesta.

Michael se abrió paso entre todos los frikis camino al interior de la habitación de Price, directo a cogerlo por la pechera y empujarlo contra la pared. Al principio tuvo que sujetarlo porque el hombre no se tenía en pie. Cuando la espalda de Price tocó contra la pared, Michael levantó la pistola y la colocó en la sien del dueño del hotel.

—Ahora mismo me vas a decir de qué va todo esto, bastardo —exclamó prácticamente escupiéndole las palabras a la cara.

La amabilidad de Amanda se vio bruscamente interrumpida por la violenta entrada de Michael. La botella cayó al suelo, igual que la copa y lo que parecía un collar de hueso, mientras Price levantaba los brazos lentamente con una sonrisa de medio lado y los ojos entrecerrados. Parecía no ser consciente de las intenciones del hombre de la pistola. O quizás le daban igual.

—Ya no quedan Mahogany en este mundo, pero nos han jodido bien... El Alacrán...— señaló el colgante que estaba en el suelo —Nos dejaron el espíritu de la venganza ¿Quiere saber su nombre? Uchawakagara... Aquel que Venga en la Oscuridad... El Alacrán... Roostelvein quiso salvar la vida de su hija. Al menos lo intentó por algo noble. Yo...— el tipo se rió —Yo lo hacía por dinero. Estaba arruinado. Y entonces apareció ese tipo con la promesa de una solución: el genio en la botella. Y le creí. Restauré el hotel. Hice todo lo que me mandó. Y de pronto el dinero entró de nuevo a expuertas. Pero todo deseo tiene un precio. Los Mahogany querían la venganza y la tuvieron, pero no calibraron la magnitud. Nunca pensaron que serían parte de la población sobre la cual pidieron la venganza del Alacrán. Rooselvein quería recuperar a su hija y lo logró, pero no vino sola. Y yo, necio de mí, pensé que podría vivir con esto, que mi único coste sería el cargo de conciencia de unas cuantas vidas de desconocidos... Pero ahora me lo han dicho. Todo lo que he hecho para nada. Me quedan meses de vida. ¿Quiere disparar usted?— pareció despejarse un momento —¡Ya estoy muerto! ¡Dispare necio! ¡Dispare!

Una de sus manos aferró la mano de Michael para llevar el arma bajo su mentón mientras repetía:

—¡Vamos! ¡Ahórreme los remordimientos y el dolor! ¡La oscuridad se está comiendo mis entrañas! ¡DISPARE!

Por un instante estuvo tentado de apretar el gatillo pero Michael no era así. No tuvo fuerzas para hacerlo y eso hacía que, interiormente, sus entrañas se revolvieran de duda.

—No va a ser tan fácil para ti —dijo enrudeciendo aún más el gesto—. Supongamos que me creo esa estupidez que estás diciendo. ¿Cómo lo paro? ¿Qué hay que hacer para olvidarme de todo esto y largarme de aquí? ¿Dónde está el puto truco?

Michael guardó la pistola en el cinturón de su pantalón, a la espalda y agarró con la mano el cuello de Price.

—Hablá canalla o créeme que sufrirás hasta el último de tus días. Y sufrirás de verdad.

Dejo que Michael intimidara a Price mientras caminaba de un lado a otro intentando recordar todo aquello que recordaba de los libros que había leído.

Uchawakagara. Qué sé de él. 

En algún lugar de su cerebro había algo que le permitiera desterrar aquel demonio de la Tierra. Conocia todos ellos. De todas las culturas, de todas las épocas. No hacia más que caminar de un lado a otro con las manos en las sienes

El Alacran. ¿De qué me suena?

El nombre no le era desconocido. Le sonaba mucho y si se esforzaba encontraría una respuesta.

Las palabras de Amanda como las de Price le resultaban extrañas. El Alacrán y Uchawakagara eran conceptos desconocidos para la espiritista. Tampoco sabía de tribus como para saber quiénes eran los Mahogany. Irina miró a todos confusa, más confusa porque la mujer rubia sí que estuviera al tanto de todo, no la hacía conocedora de nada útil por sus pintas y sus formas de hablar.

Solo tenía claro que Price había hecho algo terrible y quería morir impune, tras arrastrarlos a aquella pesadilla.

-No se pueden jugar con las fuerzas del Más Allá, los fantasmas no vienen siempre solos y a veces no son quienes dicen ser- contestó a Price y luego frunció levemente el ceño al ver que quería que el hombre con la pistola le disparara. –Deberíamos dejarlo a merced de los espíritus, quizás eso los calme…

—Es imposible. Tendríais que realizar el ritual de cierre en el lugar donde se provocó la apertura, la habitación donde murió la hija de Roostelvein, donde convocaron al Uchawakagara. Está en la zona que fue devastada por el incendio: la única que se mantuvo en pie.

Douglas recordó donde había escuchado aquel nombre. Uchakawagara. El Alacrán. Un espíritu maligno vinculado a los nativos americanos, que había sido invocado en algunas de las masacres más terribles de la sangrienta historia de colonización de aquel país. Se atribuía a su poder lo sucedido en Roanoke¹. Pero resultaba tan peligroso e imparable que incluso los chamanes más vengativos intentaban evitar despertarlo. ¡Si toda una tribu había usado el poder de este espíritu para vengarse sería un enemigo de proporciones inconmesurables!

Como si lo hubiera escuchado Price continuaba su perorata:

—Y aún realizando el ritual, quebrando la figura que lo ata a nuestra realidad dentro del círculo de invocación, sólo lograríais sumirlo en letargo. La maldad jamás abandonará este lugar. Es demasiado poderosa.

Miro a Irina y se rió, aunque su rostro reflejaba más bien desesperación:

—¡Los espíritus no me harán nada! ¡Están encantados con mi intervención! ¡Les he proporcionado el único placer que les queda tras estar aquí atrapados: poder acabar con gente viva, descargar su furia sobre otros! Probablemente cuando hayan acabado con vosotros me dejarán vivo sólo para disfrutar enloqueciéndome. Vendrán otros después cuando nos echen en falta... y seguirán alimentándose de los siguientes.

Douglas le daba vueltas a lo que decía Price. No se podía parar al espíritu de la Venganza, pero sí que se le podía aprisionar. Si quebraban la figura en el círculo cerrarían momentáneamente el Portal y aunque cabía la posibilidad de que otro demente como Price lo reabriese en el futuro de momento sería una forma de evitar más muertes.

Amanda escuchó en silencio las palabras de Stephen, a la vista que el alcohol hacía que no necesitara demasiada ayuda para revelar lo sucedido.

Se agachó y tomó el colgante del alacrán delicadamente con ambas manos, casi reverencialmente.

- ¿Ésta es la figura que usaste en el ritual? - preguntó, temerosa de los poderes contra los que parecía que tendrían que enfrentarse. - Si conseguimos retenerlo, podremos salir de aquí y evitar que nadie más regrese, Stephen, haremos que enloquezca de hambre.

A ella realmente le daban igual futuros posibles víctimas, solo quería salir de allí, pero quizá de esa forma consiguiera motivar a Stephen o al resto para que pusieran todo su empeño en lograrlo.

Douglas se acercó a Amanda

- Vamos. Ven conmigo o dame el colgante. Tenemos que ir a la habitación donde se originó el ritual y cerrar el portal que mantiene al Alacrán en nuestro mundo.

En ese momento cayó en la cuenta de que no sabía exactamente cual era la parte devastada y reconstruida, aunque esperaba que no se refiriera a la habitación 237

- ¿Dónde está esa habitación, Price? ¿Es la habitación 237? Contesta, maldito bastardo. Tenemos que darnos prisa y cerrar el portal y retener al demonio.

Zarandeó al propietario del hotel que estaba ido y levantó un puño pensando en descargarlo contra la cara del loco. No lo hizo. Supuso que no ganaría nada con ponerse más nervioso.

Mientras esperaba una respuesta, iba pensando en como podrían entrar en aquella habitación y esquivar a la criatura que había dejado allí, en el caso de que fuera allí donde hubieran de dirigirse.

Michael apartó a Douglas bruscamente cuando éste se abalanzó sobre Price.

—¡Relájate! —ordenó tajantemente—. Este gilipollas nos va a llevar a esa habitación para que esos malos espíritus le coman el culo a él antes que a vosotros.

Hablaba en un tono burlesco, ridiculizando la historia de Price.

—Venga, ya has oído. En marcha. Cuando lleguemos allí y se os pase la tontería, me tocará reír a mi —dijo antes de acercarse al oído de Price—. Y entonces tu culo sufrirá maldito gilipollas —le susurró.

Irina pensó que si los espíritus eran realmente vengativos, no pararían su sed de sangre en Price. Pero él estaba convencido de controlar de alguna forma aquello, como si por darles un sacrificio él estuviera exento.

-Hay que ir a la parte quemada del edificio entonces, debemos intentarlo- miró al resto, esperando una respuesta afirmativa para ello. El hombre del arma parecía amenazar a Pric, obligándole a guiarnos. La espiritista pensó que no haría nada, morir no le parecía una amenaza a aquel hombre, al contrario.

Todos allí parecían exaltados, llegando a un nivel de enajenación colectiva casi. Irina solo deseaba poder salir de ahí. Estar rodeada de tan malas vibraciones hacía que por dentro se apagara y marchitara, como si el peso psíquico la agotara y sorbiera sus energías. Salió de la suite, esperando que el resto hiciera lo propio.

Habían llegado al ala incendiada sin demasiadas dificultades. Podría pensarse que el hotel contenía el aliento. ¿O quizás a su siniestra manera se preparaba para recibirlos? Descendieron en el ascensor a la segunda planta —esta vez no había nadie que lo operase— y avanzaron por los pasillos que conducían al ala de personal. En un determinado momento creyeron ver la figura espectral de una enfermera que corría alarmada pero desapareció mucho antes de llegar a su zona del pasillo. ¿O sólo lo habían imaginado?

¿Los oyes? Ya vienen. Necios. Creen que pueden pararnos.

Después de un pasillo con puertas cerradas se encontraron con una cinta que cortaba el paso. Un poco más adelante unos plásticos tapaban unos paneles de obra y se veía el suelo de madera que estaba siendo restaurado. Un poco más adelante se veía una zona muy dañada: las puertas de las habitaciones ya no estaban y algunas paredes estaban tan dañadas que el viento y la nieve se colaba a través de ellas.

Siento su miedo. Sus dudas. Sus deseos. ¿Los sientes tú padre?

Amanda todavía aferraba el colgante de hueso. Era curioso: sentía como si desprendiese algo de calor. Era una sensación extraña. Michael llevaba casi a empujones a Price, aunque este último no oponía demasiada resistencia. Parecía resignado a lo que pudiera suceder. Douglas observaba todo como si quisiera memorizar cada pequeño detalle. Irina estaba intranquila. Había dejado de escuchar a todos los espíritus. ¿Dónde estaban? ¿Se estaban equivocando de camino? ¿Y si pudieran irse sin más?

Como los alacranes que moran ciegos en la oscuridad recibimos a nuestras víctimas. Acepta nuestras ofrendas Señor de la Vengaza. Álzate y entreganos el calor de su vida para que nos acompañen en nuestra muerte eterna.

Avanzaron por la zona ruinosa. Se veían las marcas de las llamas en las paredes. Les parecía escuchar, camuflado en el viento, los gritos de quienes murieron en el incendio y de los que aprovecharon la confusión para abrazar lo peor de si mismos.

Que empiece el último acto.

Entonces escucharon la música. Era una melodía impregnada de una belleza trágica. Y sonaba por delante de ellos, apagada por el grosor de una puerta cerrada, una puerta sin número. La única que se mantenía en pie en aquel lugar en el que ahora estaban.

Era tu canción preferida padre.

Agatha, Edgard

Habían llegado a la zona calcinada. Muebles quemados, las paredes marcadas por la fuerza de las llamas. Intentaba guardar en su retina cada detalle de aquella destrucción. Si habían objetos por el suelo. Su mente truculenta hizo que buscara algún cadáver oculto entre las cenizas que cubrían el suelo.

Pero aquel no era momento para eso. Tenía que buscar el círculo de invocación para poder iniciar el ritual. Se giró hacia Price.

- ¿Dónde está el círculo, Price?

Mientras tanto las voces volaban entre ellos por aquella habitación. Las palabras le hicieron pensar en los acontecimientos que hubieron pasado allí tiempo atrás.

- ¿Padre? Se referirá a Edgard, el antiguo propietario. Eso quiere decir que la voz es de la hija, Agatha. ¿Aún rondan por aquí?

Tenían que darse prisa.

- Price. Responda.

Amanda avanzaba en silencio, notando en su puño cerrado el calor que emanaba del amuleto, como si contuviese tanta energía que se canalizaba de esa forma.

¿Quizá esa energía era la respuesta que llevaba tantos años buscando?

A medio camino se dio cuenta que llevaba el puño apretado contra el pecho, como si fuese una monja avanzando con el crucifijo contra el pecho. Pero no hizo amago de apartarlo, se sentía ligeramente confiada al saber que llevaba con ella el poder para salir de allí, al menos se aseguraba que ninguno la fuese a dejar atrás.

Y el periodista preguntó por el círculo, por lo que esperó, sintiendo el calor, a que Stephen respondiera.

Por un instante Michael dejó atrás a Price, que estaba siendo acosado a preguntas por Douglas, y se dirigió a esa puerta tras la cual se oía el sonido atenuado de la música. Se encogió de hombros y arrugó el ceño mientras se acercaba lentamente hacia la puerta. Una vez frente a ella miró atrás, donde estaba el resto del grupo.

—¿Quién toca esa música? —preguntó casi encandilado por la bella melodía.

Sin esperar respuesta avanzó otro paso y empujó la puerta.

No oír nada del Más Allá no le parecían buenas nuevas en este caso. Si los espíritus no descansaban en aquel lugar, debería de escucharlos como si estuviera en una jaula de grillos y, en cambio, el silencio era sepulcral. Así era también en el edificio hasta que el piano comenzó a sonar.

Irina miró el colgante que llevaba Amanda y los trompicones que daba Price ante el trato recibido para avanzar, pero permaneció de momento callada. No creía que pudiera aportar nada si “ellos” no se manifestaban. Siguió a Michael cuando abrió la puerta para entrar en la estancia.

Abrieron la puerta de la estancia.

Las paredes estaban empapeladas con un alegre patrón de corazones y ositos, a todas luces anticuado en su diseño y colores, del siglo pasado, pero claramente hecho para una niña de aquella época. Los muebles lacados en blanco, las mullidas alfombras, la gran cama con dosel al fondo: todo contrastaba brutalmente con la oscuridad en el que hasta el momento se habían encontrado sumidos.

Lo único que no cuadraba con aquel escenario era el círculo de piedras blancas en la zona de juego. En una de las zonas externas del círculo había una calavera de ciervo, con su cornamenta intacta. Enfrentada a la misma otra calavera humana en cuyos orificios oculares habían depositado las plumas de un águila.

De la cama con dosel llegaba una respiración dolorosa, infantil, que parecía que intentar aferrarse a la vida con desesperación.

¿Padre? ¿Son ellos? No dejes que nos hagan daño...