Partida Rol por web

Thorwyn maldijo sus cortas piernas de enano. No se estaba dando la suficiente prisa, pero si iba demasiado rápido le descubrirían y su disparo se convertiría en una broma para las duras escamas de los draconianos. No, necesitaba acertar al hechicero draconiano y dejarlo fuera de juego. Si no lo hacía mediante la magia que ya no tenía, debía utilizar el ingenio... y algunos trucos aprendidos durante su infancia.

Resultaba curioso, uno siempre huye de su infancia, corriendo todo lo que uno puede para dejarla atrás, pero ésta le persigue a uno toda la vida...

Enrielle apresta dos nuevas flechas en su arco y dispara al malherido atacante de Lowen. Una de ellas consigue hacer diana en el cuerpo escamoso mientras que la otra se pierde en la noche. El hombre-dragón todavía se mantiene en pie a duras penas y trata de arrancar la flecha hundida en su carne hasta las plumas, pero Lowen le asesta un nuevo mazazo en la cabeza. Esta vez el cráneo fisurado termina de romperse y el desgraciado se desploma pesadamente en el suelo convertido en una estatua de piedra.

Haciendo caso omiso de su propio atacante, Lluvia Estelar se mantiene concentrada en emplear su magia espiritual para reforzar al caballero de la Corona, restañando sus importantes heridas.

Es entonces cuando el hechicero draconiano se dispone a conjurar un nuevo sortilegio ahora que ha conseguido liberarse de Jilhazhí. Esta vez nada se interpone entre él y Lluvia Estelar y su relámpago abrasador alcanza a la mística que-shu por la espalda, lanzándola de bruces contra su campeón solámnico.

Aprovechando que se encuentra desequilibrada, el segundo espadachín draconiano se lanza contra ella dispuesto a asestarle el golpe de gracia pero el camisote de mallas hace rebotar la torpe estocada.

Mientras, Thorwyn continúa avanzando hasta situarse en una posición ventajosa a unos seis metros por detrás del líder de los draconianos. Desde allí, amartilla su ballesta y dispone un virote que apunta hacia su desprevenida víctima cuando ve que ésta se gira hacia él. Lo han descubierto.

Loca de rabia por el mortífero conjuro lanzado hacia su "madre", la pequeña cría de león ruge enfurecida y da media vuelta para caer con garras y dientes contra el pérfido hechicero. Pero sus diminutas garras y colmillos resultan inútiles contra las impenetrables escamas del brujo draconiano. En cambio, él sí se lleva una buena patada como única recompensa por su infantil insistencia.

El segundo caimán trepa por el cadáver del caballo y se impulsa con su poderosa cola para encaramarse al pescante del carro y asestarte una feroz dentellada.

Tratas de relegar el dolor al fondo de tu mente y concentrarte en un objetivo cada vez, de modo que golpeas de nuevo a tu primer atacante. Moribundo por la lluvia de bastonazos que le has propinado, el ensangrentado reptil intenta escapar de regreso hacia el pantano pero lo rematas antes de que consiga librarse de su justo castigo por haber matado a Valev. Con el cráneo destrozado y el cuerpo apaleado, el caimán se deja caer de la carreta y ahí queda tendido incapaz de llegar hasta las aguas cenagosas en las que habita.

Sin embargo, tu segundo atacante no tarda en atraer tu atención sobre él con un nuevo bocado que deja sus colmillos marcados en tu pantorrilla.

─¡Maldición! ¡¿Para esto tanto cuidado?!

El arcanista enano, sorprendido preparado para disparar un pivote de ballesta, hizo lo que se esperaba de él, eso sí, apuntando con precisión. Por desgracia aquel no era su mejor disparo, ese habría llevado un par de segundos más y hubiera requerido que su objetivo no estuviera mirándole. Aún así, el astil de su proyectil asomaba del cuerpo del draconiano y empezaba a mojarse en su sangre.

─Tocado.

─¿Te creías a salvo? Estás muy equivocado...

Libre de la limitación de mantener el silencio, Thorwyn podía permitirse el lujo de hablarle a la criatura. Al menos la entretendría mientras sus compañeros llegaban. Aunque el precio por entretener a alguien tan mortífero como aquel hechicero podía ser alto...

Lowen sintió el cálido abrazo de la magia curativa cerrando sus heridas y disipando su dolor. Las fuerzas recobradas, sin embargo, le costaron a Lluvia muy caro: soportaba en sus carnes la ira de los dos draconianos, mientras Gilyasí volvía a arrojarse sobre el hechicero.

- No la toques, gusano. - dijo al draconiano más cercano, mientras se interponía entre él y Lluvia - ¡Muere!

Lanzó un nuevo mangualazo dirigido contra la cabeza de la criatura, poniendo en ello un gran ímpetu, aunque sospechaba que no el suficiente para acabar con tan duras criaturas.

- ¡Aaaaargh! - Gritó Kylian dolorido y con lágrimas en los ojos. 

Había derrotado al asesino de su Valev, pero ahora una segunda bestia arremetía contra él calvando sus poderosos colmillos en su pierna. 

El sacerdote luchaba por su vida, que se le escapaba por segundos. Casi sin fuerza lanzó un nuevo golpe contra su enemigo y el impacto, pese a golpear contra el caimán, no pareció afectarle. Un segundo palazo fue con más fuerza, pero si le hizo un rasguño fue mucho. 

Siento el fuego abrasando mi piel y cubriéndola de supurantes ampollas que estallan al más leve roce de mi ardiente armadura. Ahora al fin puedo comprender la agonía que debieron sentir los cultistas cuando Thorwyn los quemó vivos hace unas horas.

Grito de dolor mientras mi cuerpo es empujado hacia adelante y choco contra alguien. ¿Lowen? Probablemente. Eso me salva de caer de bruces al suelo y quedar a merced de mis enemigos.

—Sahanahráy-iiná, haz que pare este tormento, te lo ruego. 

Las lágrimas empañan mi vista y no consigo enfocarla con claridad pero consigo distinguir el cuerpo petrificado de uno de los draconianos y eso me hace sentirme afortunada de seguir todavía con vida a pesar de los incontrolables escalofríos que recorren mi cuerpo quemado. Sin atreverme a mirar atrás, sigo avanzando, alejándome de mis atacantes apenas el tiempo suficiente como para recobrarme de su último ataque.

Blandes tu bastón decidido a desembarazarte de tu segundo atacante pero la pérdida de sangre, el esfuerzo realizado hasta el momento y la maratoniana jornada sin descanso comienzan a hacer mella en tus fuerzas. Solo así se explica que tus golpes no consigan el efecto deseado contra la dura piel del reptil.

Por fortuna, son suficiente efectivos como para mantenerle a raya unos pocos segundos más y que no consiga asestarte una nueva dentellada.

Uno y otro os miráis sabiendo que el menor descuido puede ser decisivo.

Enrielle vio cómo la flecha impactó en el draconiano, y justo después cómo Lowenherz aplastó su cráneo con el mangual. Y apenas unos segundos después, un potente relámpago que iluminó los alrededores e impactó a Lluvia Estelar y la hizo chocar con el caballero. La exploradora frunció el ceño. Le había parecido ver el origen del relámpago lejos, tras la peculiar tienda de la que-shu y el carro-jaula. Se movió un paso y allí lejos, en el umbral de las sombras, vio la ominosa figura cornúpeta que se mantenía a distancia lanzando su aborrecible magia.

Levantó su arco de nuevo maldiciendo el culo del caballo que se interponía entre sus flechas y el objetivo. Ese bastardo escamoso estaba literalmente friendo a sus aliados, lo que no podía permitir ni mucho menos. Les había empezado a tener cierto aprecio -al clérigo no-,y además los necesitaba a todos lo más enteros posibles. De modo que, tratando de que sus flechas trazaran una parábola para esquivar el equino trasero, disparó su arco.

Por suerte para el animal, las flechas volaron en la oscuridad por encima de todos, pero la exploradora no llegó a ver si lograron alcanzar al brujo.

Kylian, exhausto agradecido a Gilean que le permitiera escapar de las fauces del cocodrilo pata poder seguir peleando. Sin embargo,os dos golpes que trató de asestarle fueron del todo ineficaces. La perdida de sangre y el cansancio, estaban haciendo mella en él. Eso era más que evidente.

Tras constatar que Lowen se las apaña bien con los espadachines draconianos, Enrielle tensa su arco en dirección a la que parece ser la mayor amenaza a la que os enfrentáis: el hechicero que los lidera. Por desgracia, las condiciones de luz no son óptimas y el hecho de que la criatura no pare de moverse enfrentando a unos y a otros no ayudan a que sus flechas resulten certeras. Ambas se extravían en la noche.

Dolorida y gravemente herida, Lluvia Estelar se aleja dando tumbos unos pocos pasos mientras implora el auxilio de sus espíritus para que alivien sus quemaduras. En respuesta a estas súplicas, siente cómo un suave bálsamo se derrama sobre sus quemaduras mitigando buena parte de su dolor hasta llevarlo a límites soportables pero muy lejos todavía de hacerlo desaparecer.

Viendo que Lowen se interpone entre él y su presa, el escamoso espadachín opta por acometerle a él antes de rematar a la derrotada que-shu. Pero el campeón solámnico no está dispuesto a dejarle pasar a ningún precio. Primero esquiva con soltura su estocada y después le golpea con su mangual con tanta violencia que lo arroja de espaldas al suelo con la mandíbula destrozada. Y de ahí no parece que vaya a levantarse ya.

Entretanto, el líder draconiano ha escuchado los sigilosos pasos de Thorwyn caminando por el barro y se ha girado hacia él. El arcanista enano apunta la ballesta en su dirección mientras su oponente comienza a conjurar un nuevo sortilegio, esta vez dirigido contra él.

Aprovechando que el draconiano está centrando su atención en Thorwyn, el cachorro de león le muerde en un tobillo y aunque el mordisco no parece causarle daño alguno, basta para romper la concentración del hechicero y malograr su conjuro.

El nuevo relámpago brota de las garras del draconiano pero se pierde en el pantano al pasar a tan solo unos centímetros por encima de Thorwyn y éste responde disparándole su virote. El proyectil queda alojado en su cuerpo mientras Jilhazhí continúa ensañándose con sus tobillos.

Se había interpuesto entre el peligroso draconiano y su amada, y lo había despedazado de un golpe brutal. Ciertamente, la bendición de Lluvia dotaba a sus músculos de una fuerza salvaje, y Lowen podía sentir su poderío. Sin duda los espíritus que-shu eran dignos de la veneración que les profesaba este pueblo. Con el camino despejado, Lowen se arrojó a por el hechicero, antes de que este volviese sus iracundos rayos hacia Gilyasí. Aunque estos habían demostrado ser poco precisos, el terrible impacto sobre Lluvia demostraba que podían resultar demoledores. Corrió hacia el draconiano, aprovechando el impulso de su último golpe, mientras trataba de hacer que el dragoncito se ocultase de nuevo.

- ¡Atrás Gilyasí! - gritó  - ¡Yo me ocupo! ¡Cuida de mamá!

Cargó con rabia, blandiendo su mangual con fuerza en el aire mientras corría, y descargó un furioso golpe contra el hechicero draconiano con la esperanza de partirlo en dos antes de que pudiese conjurar de nuevo.

— La jodida oscuridad... — se quejó por haber fallado de nuevo. Entonces, cansada de disparar a ciegas, hurgó en la mochila y sacó su antorcha siempreardiente. Quitó el trapo que la envolvía el extremo luminoso con una fuerte sacudida y la lanzó por encima de la cabeza de Lowen. El solámnico acababa de destrozarle el cráneo al draconiano restante con un brutal golpe, lo que despertó en ella cierta admiración.

La antorcha aún volaba por el aire arrancando erráticas sombras, pero Enrielle ya estaba preparando su arco de nuevo, dispuesta a disparar otra flecha a la mínima que volviese a divisar a aquel brujo.

Ese rayo había fallado por poco, el corazón de Runavieja latía como un tambor desbocado, pero había sobrevivido. Gracias al pequeño "leoncito". Tendría que agradecérselo más tarde. Si es que el draconiano no acababa con él a puntapiés.

─Decídete, draconiano, ¿vas a encargarte de mi o de ese guerrero que viene hacia aquí como un toro? ─dijo el enano albino mientras maniobraba para colocarse justo al otro lado del draconiano, forzando al draconiano a tomar una decisión: o bien encaraba al guerrero que acababa de aniquilar a mangualazos a dos guerreros de su estirpe, o bien se encaraba hacia el pequeño y blanquecino enano...

Mientras el draconiano decidía, Thorwyn reclamó el poder de la perla de poder, invocando un nuevo hechizo, un hechizo que ya había lanzado esa misma jornada, pero cuyo efecto se había desvanecido al no poder usarlo a tiempo: Impacto verdadero. Así, pese a la magia invocada, Thorwyn continuaba sin generar nuevos ataques, sin convertirse en una preocupación acuciante para el hechicero draconiano.

En los próximos segundos tal vez cambiara de opinión. De momento el enano le resultó inofensivo, aunque no fuera por mucho tiempo.

A través de la neblina de dolor, intento pensar tan rápidamente como puedo alguna forma de ayudar a mis amigos a acabar con el último draconiano y descubro con desesperación que ya no soy capaz de hacer casi nada. Estoy tan cansada...

Desde que salimos esta mañana de la posada apenas he dormido una hora y siento cómo el agotamiento y el sufrimiento de mi cuerpo debilitan mi conexión con los espíritus que me rodean. Y aunque nunca soy capaz de verlos, cada vez me cuesta más sentirlos. Tal vez por eso el alivio que pueden ofrecerme para mis quemaduras sea tan superficial.

Echo mano a mi abrasada espalda hacia el lugar donde suele estar mi ballesta y recuerdo con amargura que me la he dejado en el tipi al salir de él tan apresuradamente. ¡Qué desastre! 

Afortunadamente para mí, mis amigos tienen mucho más coraje que yo y no se dejan desanimar por la difícil situación.

—¡Vamos, Jiłhazhí, ven con mamá! —le llamo, haciéndome eco de las indicaciones de Lowen al darme cuenta de que mi pequeño ha vuelto a ponerse en peligro—. Estoy bien, ¿ves? No tienes que preocuparte de nada, cariño.

Cada vez más dolorido, fatigado y desesperado, sigues descargando bastonazos contra el enorme reptil sin que ninguno de ellos consiga hacer mella en sus defensas.

Un ruido repentino procedente de algún lugar indeterminado del pantaño hace que el caimán se gire violentamente, azotándote con su cola al hacerlo y lanzándote fuera de la carreta por la fuerza del impacto. Allí quedas tendido bocarriba sobre el suelo embarrado, luchando por respirar mientras esperas que en cualquier momento el monstruoso animal salte sobre ti y te arranque la cara de un mordisco.

Al otro lado del vehículo escuchas un chapoteo y después nada. Solo los ruidos de los revoloteantes insectos de la ciénaga y el lento fluir de las aguas pantanosas.

Te arrastras lentamente alejándote del carro accidentado y esperas por si volviera a aparecer el caimán o cualquier otra amenaza en tu campo de visión, pero parece que el animal se ha marchado atraído por alguna nueva presa potencial más sabrosa que tú.

Le dedico a Enrielle una mirada agradecida por proporcionarme esta nueva fuente de luz. Eso me permite volver a localizar al hechicero draconiano al que había perdido de vista y, con él, a Jiłhazhí. Desde mi ubicación actual no tengo una perspectiva muy clara de lo que sucede, pero sí la suficiente como para ver a nuestro peligroso enemigo echar a correr hacia el oeste.

No he visto a Thorwyn desde que comenzó la emboscada, aunque sospecho que el draconiano sí lo ha hecho y me temo lo peor cuando veo el fogonazo azul surgir desde algún lugar por delante de mi carro.

—¡Thorwyn! —le llamo, sintiendo una angustia creciente al no escuchar su respuesta— ¡Thorwyn!

Aunque no he visto qué le ha pasado, he sufrido en mis propias carnes el horror de esa magia perversa que empuña nuestro rival y me aterra pensar que mi heroico amigo enano haya caído también en sus garras. Veo a Lowen correr hacia allá blandiendo su mortífero mangual y yo también lo hago, rodeando mi carreta por el otro lado.

Salto por encima de la antorcha de Enrielle, me cuelo entre mi tipi y la montura de Lowenherz y paso junto a nuestro prisionero atado a la jaula sin mirarle siquiera. Cada paso es una agonía que me recuerda mis propias heridas, pero ese dolor me da alas para intentar llegar cuando antes junto a Thorwyn y evitarle que él sufra lo mismo.

Jadeando pesadamente y con los ojos llorosos, consigo localizarle finalmente. Le descubro tendido en el suelo y tan mortalmente pálido como siempre ha sido. No se mueve. No estoy segura de si respira. Sigo corriendo.

—¡Thorwyn! —grito de nuevo, esperando puerilmente que mi voz le haga despertar de su sueño. 

Enrielle alcanzó a ver que la criatura se abalanzó con nuevos destellos en las garras hacia alguien, pero con el carromato no llegó a ver más de lo que ocurrió. Supuso, no obstante, que se trataba del enano.

Devolvió la mirada a Lluvia Estelar y asintió. Esto no había acabado aún. Enrielle se agachó con una nueva maldición entre dientes y recogió la antorcha al tiempo que la otra mujer se alejaba llamando a Thorwyn. La exploradora, antorcha en mano, corrió hacia Lowen, también gritando.

— ¡Nudillos! ¡NUDILLOS! ¡ATACA! — gritó señalando a la carrera con la mano del arco a la zona donde estaba el draconiano. Esperó que al menos el animalejo no se equivocara de objetivo y se enganchara a picotear cogote del caballero...

Kylian se quedó unos segundos inmóvil en aquel maldito pantano. Mojado, dolorido y lleno de lodo no podía ni moverse. Ya se daba por muerto y llegó a pasarle por la cabeza que Gilean le había abandonado, pero no sucedió nada. Parecía que el caimán se había marchado, al menos de momento y le había dado cierto respiro. 

Kylian no lo dudó. Si quería salir de ahí con vida, antes tenía que invocar los poderes de sanación de su dios. Haber dudado de él había sido una tremenda estupidez, pues si seguía vivo y estaba a salvo era sin duda gracias a él. ¿Por qué razón se habría marchado sino el caimán? 

- ¡Oh Gilean, dios de la naturalidad, ni Dios patrón, sana mis heridas si es que sigo siendo digno de tus dones! - Acto seguido impuso sus manos sobre sus terribles heridas y estas comenzaron a sanar gracias a la interdicción de Gilean. 

Kylian se puso en pie, se sacudió un poco el barro y examinó la escena. Buscó a Valev, pero solo halló algunos trozos de lo que fue. Entre ellos un brazo cercenado. Kylian tragó saliva. Se trataba de una escena dantesca. Valev, su Valev, había... Había muerto de una forma terrible. El único consuelo es que había perdido la consciencia cuando empezó a ser devorado. 

- ¿Por qué? - Se preguntó a si mismo. - ¿Por qué tanto dolor? ¡Tanta crueldad! 

El sacerdote comenzó a llorar mientras recogía todos sus enseres. Tendría que regresar a pie hasta Robban. Ya no le parecía tan buena idea seguir infiltrado entre los nerakianos, pero tampoco contemplaba como una posibilidad el regresar con Lowen y el resto. No se fiaban de él y él ya no estaba a gusto entre ellos por ese motivo. 

Se agachó de nuevo ante el brazo cercenado de Valev. Llevaba algún tiempo rondándole la idea por la cabeza. Era algo extraño y con tintes sádicos, pero finalmente y entre lágrimas desesperadas lo hizo. Con la daga que había robado de un cuerpo sin vida de los cultistas, cercenó el dedo índice y lo envolvió en un trozo de tela guardándolo en su mochila. Quizás en el futuro podría devolverlo a la vida. 

Una vez con todas sus pertenencias encima y habiendo recuperado la reliquia de Valev, Kylian se puso en marcha. Debía salir de aquellos lodazales y llegar a Robban antes de que el grupo de Lowen le diera alcance. Con suerte creerían que había muerto en las aguas sucias de Nordmaar.