Partida Rol por web

—¡¿L-Lady Tymora?!—Kayle estaba estupefacta—. Yo... es... es un honor.

No obstante, de algún modo sintió también una oleada de alegría. La diosa de la suerte le estaba sonriendo. Literalmente. Se sentía capaz en aquel momento de escalar los Picos de las Nubes corriendo en vertical.

—Sí, mi señora. Lo haré—dijo esbozando una sonrisa radiante, teñida aún por la sorpresa—. Gracias, muchas... ¡Gracias!

—¡Espera Tabin! —le dijo Bel.

Aramil había hecho muy bien su trabajo: había echado agua fresca de su odre sobre las quemaduras, y había aplicado una mezcla de cebolla y miel sobre las peores. Eran remedios naturales, lentos, pero había conseguido bajar la temperatura de la genasí y ponerla fuera de peligro. Pero a su buena mano le acompañó un pequeño milagro: sobre las manos abiertas de Kayle apareció una solitaria flor de loto negro.

El elfo alcoholizado abrió mucho los ojos.

—¿Loto negro? ¿No es así como llamabais a esa chica?

El elfo mantuvo su expresión anonadada.

—Si esperabas una señal de la Dama Sonriente, no podías haber recibido una más clara. ¡Vamos!

—¡Está bien! —gruñó el elfo, acercándose a Kayle.

Rustal rebuscó por debajo del blusón hasta sacar un disco de plata unido a una cadena, lo metió en el cuenco de la mano izquierda y musitó una plegaria con los ojos cerrados. Tocó a la genasí con la otra mano, y un destello plateado brotó de las yemas de los dedos. El elfo sonrió como un chiquillo cuando su fe se vio recompensada con un encantamiento. Las quemaduras mejoraron a ojos vista, y Kayle, aunque seguía grave, recuperó la consciencia.

Kayle recupera 7 pgs, está a 4.

-¡Bien hecho, flacucho!-Digo dándole una soberbia palmada en la espalda.-¡Así se hace!

Kayle tosió una sola vez y soltó una voluta de humo. Luego directamente le dio un ataque de tos.

Tras varios segundos tratando de coger aire entre espasmo y espasmo, consiguió recuperar el resuello y emitió un quejido cuando entreabrió los ojos.

—¿Rustal?—musitó con voz estrangulada, tratando de enfocar la vista en el elfo. Al ubicarlo, esbozó una sonrisa dolorida—. Ella dijo que podías...

-Y tanto que podía.-Comento dándole otra palmada en la espalda.-Solo necesitaba un empujón.

Damira frunció el ceño, más si cabe, ante el comentario de Payne.

—No tengo paciencia para tus estupideces, sacerdotisa —dijo, con una calma que la sorprendió a ella misma. En otros tiempos, prácticamente le hubiera ladrado, o le hubiera arreado un puñetazo—. Sigue por ese camino y encontrarás más de lo que estás buscando.

Le debería haber dado el puñetazo. Ocurrirá tarde o temprano, y cuanto antes nos lo quitemos de en medio, antes podremos trabajar juntas.

La chiquilla del cabello blanco, Kayle, había resultado gravemente herida durante la pelea. Su cuerpecillo, despojado de la grácil energía con la que la había visto moverse durante el camino, como si tuviera alitas en los tobillos, parecía frágil como el de una muñeca. Aunque a Damira la mayoría de personas le parecían delicadas.

Sus dotes curativas podrían haberla sacado del peligro, pero la Santa solo le otorgaba sus dones durante el combate, cuando ponía su vida en juego y le confiaba su integridad física y la de sus compañeros de batalla. Pero aunque ni ella, ni aparentemente la loviatarita, eran capaces de sanarla, al menos el druida, además de sacarse lobos del morral, conocía técnicas mundanas para tratar las quemaduras y sacarla de peligro. Si nadie más podía ayudarla, les propondría llevarla a casa de Pasheera. La vieja semielfa la tendría corriendo otra vez antes de que les diera tiempo a explicarle qué había pasado.

Miró un momento hacia el grupo de jóvenes entre los que estaba su hijo. Ninguno estaba herido; solo la pobre chiquilla. Gracias a la Tríada.

—Boca abajo —gruñó al arquero—, y las manos detrás de la cabeza.

Apartó el arco del alcance del atracador de una patada, apoyó la rodilla en la espalda del hombre y le arrebató las armas que llevaba encima.

Un elfo borracho recobraba el favor de su diosa, sanando a Kayle. Damira no fue consciente de lo que ocurría a sus espaldas hasta que escuchó la débil voz de la joven.

—Una amenaza se cierne sobre mi —dijo Payne con voz cansada—. Muy bien, entonces me dedicaré a ignorarte con tanta fuerza que empezarás a dudar de tu propia existencia.

—No la hagas mucho caso —intervino Bel, tratando de que la sangre no llegara al río—. No es que tenga un mal día, es que es así de desagradable.

Rustal frunció el ceño, se meció por los efectos del alcohol y se tuvo que apoyar en una silla.

—¿De quién hablas? ¿De Loto Negro? ¿Cómo...?

Kayle no era capaz de alzar la cabeza del suelo. Le dolía absolutamente todo. Sin embargo, para responder a aquello, hizo un supremo esfuerzo y levantó un brazo tembloroso hasta tocar con el loto que tenía en la mano el disco con la efigie de Tymora que Rustal sostenía en la suya.

—Se... puede hacer muy poco con tan solo tener fe—masculló como si estuviese dando un recado o algo así—. Pero no podemos hacer nada que merezca la pena sin ella.

Depositó la flor encima y luego dejó caer el brazo como si aquello le hubiese costado la misma extenuación. No obstante, enseguida parpadeó otra vez.

—¿Céfiro?—musitó con un ribete de angustia arrollador—. ¡Céfiro! ¿Dónde está mi Familiar?

Tabin escuchó de refilón la conversación entre la loviatarita y la guerrera. No pudo evitar una leve sonrisa cuando Damira amenazó a Payne; era bueno saber que contaba con una aliada en el propósito de detestar a la sacerdotisa. Ahora que Kayle estaba bien -se acercó a ella para palmearle el hombro amigablemente para expresar su alivio-, podía pensar en la extraña desaparición de Morgan. Pero la maga fue la primera que habló de alguien desaparecido.

Aquello no le gustó nada.

-Tú-sabes-quién también ha desaparecido. Estaba allí hace un momento, y ahora...

-¿A quien os referis?-Pregunto.-¿Alguien a quien debamos buscar?

Las sutilezas del juego de palabras de Payne se le escaparon a Damira. Pero lo que somprendió le parecía bastante dudoso. Todavía no conocía a la sacerdotisa lo suficiente, pero hasta el momento no se había mostrado como el tipo de persona capaz de mantener la boca cerrada y guardarse las pullas y los insultos. Y si lo hace, mejor para mis nervios.

Y ahora desapariciones. Kayle no encontraba a su familiar Céfiro, el pequeño vendabal que revolteaba todo el tiempo alrededor de ella. Y Tabin mencionaba la desaparición de alguien más, cuya identidad daba a entender que ya conocían los demás, o al menos la maga.

—No te preocupes, cariño —dijo a Kayle con tono tranquilizador—. No puede estar lejos; le encontraremos. ¿Estaba contigo cuando esos dos hicieran la jugarreta del brasero?

Kayle había entendido perfectamente a lo que se refería Tabin pero la genasí estaba mucho más preocupada pro su Familiar.

A penas lo sentía y eso bien podía deberse a más de una cosa de modo que, en lugar de contestar inmediatamente a la semielfa, se incorporó trabajosamente apoyando las palmas en el suelo hasta lograr sentarse sobre un costado e se puso a buscarlo con la mirada. Fue entonces cuando la voz de Damira llamó su atención.

—Siempre está conmigo—respondió volviéndose un momento hacia ella.

Lo último que recordaba era la cegadora llamarada abrasadora ocupando todo su campo de visión y rogó en su fuero interno para que el pequeño elemental de aire hubiera salido disparado del interior de su capucha a ponerse a salvo antes de ser engullido también.

Los azares del destino hicieron que vieras en ese momento por el rabillo del ojo una nube salir de detrás de la pata de una mesa a varios metros y moverse erráticamente por el suelo. Bueno, no, no era una nube, era un tornado en miniatura.

El elemental de Kayle normalmente volaba y hablaba por los codos pero en aquel momento iba desplazándose por el suelo sin emitir un solo sonido. Debía estar desorientado o algo así porque parecía andar intentando ubicar a la maga.

Podía ser casualidad, o más probablemente uno de esas situaciones que pasan desapercibidas, en la periferia de los sentidos, hasta que alguien llama la atención sobre ellas. Un movimiento inusual en el rabillo del ojo de Damira captó su atención. El pequeño elemental de Kayle, o uno igual a él, se desplazaba a la altura del suelo con la gracia de un borracho.

—Ahí está —llamó la atención de la inquieta maga señalando hacia un punto bajo las patas de una de las mesas de juego—. Creo que no se encuentra bien.

El elfo no sabía muy bien qué decir, pero le cogió el gusto a sus renovados poderes clericales. Encadenó una plegaria con otra, hasta que sólo quedo carne rosada donde antes había quemaduras. La gente se había arremolinado en torno a vosotros y a los ladrones. Quizá no fuera el mejor momento para hablar de cosas privadas.

-Elfo, ¿Puedes encargarte de su familiar?-Digo señalando el lugar donde Damira nos indica que está.-Nosotros tenemos que vigilar a estas buenas gentes hasta que alguien avise a la guardia o algo asi.