Partida Rol por web

El caballo relinchó suavemente y decidió seguirte por mera curiosidad de ver qué hacías.

Empezaste a escarbar. La tierra estaba blanda gracias a la lluvia y no te fue difícil empezar a hacer un agujero hasta que, cuando éste tenía unos dos palmos, topaste con la tapa de algo duro: un cofre de madera. Ni muy grande, ni muy pequeño.

Apartaste la tierra y lo abriste, en su interior había varios objetos y un pergamino cuidadosamente doblado:

Loot:

Túnica del Erudito Nevarrano (+1 CA de mejora. Permite lanzar Leer Magia 1/día)
Diadema de Inteligencia +1
Capa de Resistencia +1
Estuche de Pergaminos (2 Reducir Persona, 1 Impacto Verdadero, 2 Montura, 1 Alarma, 1 Borrar)
4 Pociones de Curar Heridas Leves.
Poción de Invisibilidad.
2 Pociones de Escudo de la Fe +2
Saquillo de gemas tevinterianas valorado en 400 Soberanos
Daga Chasind Tallada.
Pelota de cuero para mabaris.

-Joooder, qué fiesta.-Digo incorporándome y buscando a tientas mi alfanjón.-Espero que los demás no anden lejos... menuda mierda. La próxima vez que andemos en sitios mágicos de esos nos atamos con cuerdas o algo. 

Una vez encontrada mi arma, salgo de la habitación en busca de los demás.

Gabrielle sonrió, emocionada, al encontrarse la carta de Nicolae. Abrió la cajita y curioseó todos los tesoros que había reunido para ellos. Decidió que pondría en conocimiento de los demás su contenido y después cogería lo que más le interesase. Cargó con la cajita de tesoros de vuelta al interior de la taberna.

—Creo que tengo la solución a nuestro problema —dijo al fin.

Hurgó entre las profundidades de su túnica y sacó la flor de lirio, tendiéndosela al espíritu.

—Con esto deberías poder volver al Velo, ¿no es así?

Te encontraste con que Astucia aún ni se había levantado del suelo, estaba sentado y miraba a su alrededor como quien se encuentra en el lugar más inhospito y raro del universo.

—Que... —dijo, y luego pareció intentar encontrar un término para lo que quería expresar pero no pareció encontrarlo del todo— ...silencioso es vuestro mundo.

Por algún motivo giró la cabeza en tu dirección antes de que hablases de la flor, como si hubiese adivinado que estaba ahí. Cuando la cogió entre las manos ocurrió lo de siempre: de dorado pasó a ser azul brillante... pero nada más.

—Me temo que no—suspiró—. Esto sólo funciona con vosotros porque separa vuestro cuerpo espiritual del físico momentáneamente, pero yo ya soy un espíritu ¡En teoría no debería estar aquí!

Te la volvió a dar y se revolvió el pelo con las dos manos. Debía ser el primer espíritu de la historia en deambular por el Mundo Material aunque no parecía estar precisamente celebrándolo. Más bien parecía confuso, o inquieto. O igual las dos cosas.

—Centellas... ¡Estoy rompiendo el tabú más gordo que hay!—refunfuñó—. ¿Cómo diablos ha pasado esto?

—¿Nuestro mundo silencioso? Para nada. Este sitio es silencioso, nada más.

Gabby se frotó las sienes y trató de pensar a toda velocidad.

—¿Y si yo entrara en el Velo...? ¿Podrías de alguna manera entrar conmigo?

—Claro que es silencioso, no hay... —Astucia pensó un instante qué era lo que faltaba—. Es el aire. No vibra, no... suena.

Se rascó la cabeza. Aquello era demasiado difícil de explicar con conceptos del Mundo Material. Antes de responderte, se lo pensó.

—Creo que podría si usara nuestro vínculo de puente, si te... poseyese. Como hacen los demonios. Cosa que no pienso hacer.

Cruzó piernas y brazos al mismo tiempo cual nativo sentado.

—Tranquila, se me ocurrirá algo. Sólo tengo que pensar—meditó con un ceñudo gesto—. Y evitar que nadie sepa que estoy aquí o me meteré en un lío muy gordo...

—¡Gabrielle! ¡Lynn! ¡Sion!—escuchaste una voz familiar (y preocupada) afuera—. Andraste misericordiosa... ¿Estáis ahí? ¡Alexei!

—Oh, oh...

Escuchaste los pasos acelerados de Balaena por el pasillo. La muchacha debía haberse levantado y encontrado con el percal de que de pronto la posada tan normal y corriente junto a la que habíais aparcado la carreta era ahora un caserón abandonado desde hacía sólo el Hacedor sabe cuantos años. ¡Y ahora os estaba buscando!

Para colmo, tu puerta era la primera, y había sido cordialmente derribada por Sion con lo que no había forma de cerrarla. Justo cuando caías en aquello, viste a la herrera asomar.

—¡Gabrielle!—se sorprendió al encontrarte—. Gracias al Hacedor, ¿estás bien? ¿Qué archidemonios le ha ocurrido a este lugar?

Entró en la habitación y al hacerlo pegó un bote en el sitio del sobresalto.

—Esto... —señaló desconcertada detrás de ti—. ¿S-Sabes que tienes...

Te giraste.

— ...un dalishano detrás?

Mientras los sudores fríos dejaban de atenazarte pudiste observar que, en efecto, lo que había detrás de ti no era un brillante y etéreo espíritu del Velo. Era... un elfo dalishano, con la piel tostada, el pelo blanco y los ojos dorados que vestía con las sencillas ropas de cualquier plebeyo y que se cubría ligeramente con los brazos. Sentado en el suelo.

Separó uno y parpadeó con gesto de circunstancia, casi como si se hubiese pegado el mismo pasmo con Balaena al verla entrar que ella con él al verlo ahí. Luego esbozó una sonrisita entre nerviosa y de disculpa.

Y la saludó moviendo sólo los dedos de una mano.

—Eh...

Se volvió. Parpadeó varias veces, como si comprobara que sus ojos no le engañaban.

—Sssssssssí —carraspeó—. Es una larga historia.

Se río nerviosamente y se rascó la coronilla.

Balaena primero boqueó como un pez sin atinar a decir anda, la situación era demasiado surrealista. Luego sacudió la cabeza y logró hablar,

—Ya me la contarás en otro momento... —suspiró mirando al cielo. Tenía bastante con un misterio incongruente como para sumar otro. Después señaló a Astucia con la palma abierta—. ¿Quién es este?

—Ast... —el "elfo" carraspeó— ...than. Me llamo Asthan.

Señaló la puerta tirada en el suelo continuando con pura improvisación.

—¡A-A tu amiga se le había caído la puerta encima!

Pero no por ello mentira.

Aquello logró que de nuevo el foco de atención se le quitase a él y recayera en ti.

—Hacedor... ¿estás bien?—Balaena te miró de arriba abajo, al parecer dando por sentado que simplemente había dado la casualidad de que aquel espontáneo salido del bosque te había echado una mano. Luego pareció retomar su pregunta inicial—. ¿Qué ha ocurrido con la posada? ¿Y dónde están todos?

—Eh... sí. Sí, creo que estoy bien. Ah... —se pellizcó el puente de la nariz—. Es complicado. ¿Recuerdas lo que sucedió en la Granja de los Grawpe? Pues esto ha sido un embrollo aún más grande. ¿Te parece si te lo contamos bien más tarde?

Se volvió hacia Ast... han.

—¿Por qué no vienes con nosotros, Ast?

Conforme te levantaste, te volviste a caer. No por ti, sino porque un mabari surgido de la nada te saltó encima.

Al parecer Kando acababa de guiarse hasta ti por el olfato. La buena noticia era que al menos no estabas ya solo, la no tan buena noticia fué que en aquel momento te llenó la cara de babas de un lenguetazo. Luego ladró alegremente y se te quedó mirando mientras movía la cola.

—Genial—resopló Balaena—. ¡Tenemos un sexto sentido para toparnos con los peores lugares posibles! Y por cierto, ¿no me irás a decir en serio que confías en un... en este elfo tanto como para invitarlo a acompañarnos sólo porque ha aparecido de la nada para ayudarte con la puer-? ¡¡AAAH!!

El caballo te había seguido por el pasillo y en aquel momento asomó la cabeza por la puerta relinchando con suavidad y pegándole un susto de muerte a la herrera.

—¡¿Qué coñ... narices haces tú aquí?!—exclamó ésta con los ojos como platos, apartando el morro del animal con una mano y llevándose la otra al pecho como si temiera que el corazón le fuera a salir huyendo—. Está bien, bien, ¡vale! Estoy tranquila. Estoy calmada...

Cogió mucho aire y lo soltó de golpe.

—¿Has visto a Lynn, a Sion y a los demás? Sólo te he encontrado a ti.

Se escucharon unos ladridos desde fuera. Y aquello desvió la atención de Balaena, al parecer Kando andaba por allí y o había encontrado a alguien o estaba buscando a alguien. Seguramente tras lograr salir de la habitación de Sion debía haber seguido tu rastro al exterior de la posada.

Balaena levantó un dedo.

—Voy yo a ver qué pasa ahí afuera—dijo. Luego miró al elfo—. Y ya veremos qué hacemos...

Cogió al caballo del ronzal y lo obligó a retroceder, de hecho, la escuchaste irse con él por el pasillo gracias al sonido sordo de las herraduras sobre la madera.

Pasaron, exactamente, diez segundos de absoluto silencio durante los cuales tú permaneciste de pie y "Asthan" sentado. Justo después de ese intervalo de tiempo, se palmeó la cara con las dos manos y se dejó caer dramáticamente de espaldas sobre el suelo.

—¡No me lo puedo creer!—exclamó con una mezcla de frustración, desconcierto, sorpresa... y un buen puñado más de sensaciones a la vez que ni él mismo parecía tener claro cuáles eran.