Partida Rol por web

-Hum... Pues tengo resaca. ¿Es siempre tan horrible? -Se arrastró hasta sus muslos y apoyó la cabeza en ellos-. ¿Por qué bebe la gente si se acaba así?

Le rodeó la cintura con un brazo y le dedicó otra sonrisa. Tenía el cuerpo delgado y fibroso, sin ser carne de gimnasio pero con la belleza propia de un chico joven y sano. Después de haber roto el hielo en más de un sentido, su naturalidad resultaba agradable y atractiva.

Enterró los dedos en los rizos y empezó a acariciarle la cabeza, procurando sin darse cuenta que recordara lo menos posible al consuelo de una madre. 

-Bueno -dijo, con una voz sabia que enmascaraba sentimientos de culpa y pulso de gelatina-, si consigues pensar en algo que te haya traído la bebida a lo mejor lo entiendes.

-Bueno. Sí -respondió con una sonrisa tontorrona mientras se dejaba acariciar-. Si no me doliera la cabeza sería todavía mejor.

Se incorporó pesadamente y le cogió de la mano, tirando de él hacia la cama.

-Ven. Vamos a dormir. Igual cuando me despierte se me ha pasado.

Se mordió el labio para no reírse y se resistió a los tirones de Craig, sabiendo que Van Doren, y por tanto Eddie, les estaban esperando. Aún así no tuvo corazón para darle las noticias y se dejó arrastrar.

-Bueno. Pero un rato, ¿eh? Que tengo que tener cuidado. Demasiado sueño embellecedor y reparador y no puedo salir a la calle sin deslumbrar a todo el mundo.

La visita del redcap le había espabilado y no iba a poder dormirse, pero no veía que tenía de malo posponer el mal rato de Craig un poco más.

Craig tomó el brazo de Calandra y lo puso sobre su pecho. Cerró los ojos e inspiró hondo.

-He soñado... que volaba -dijo con voz soñolienta-. Tú estabas ahí. Era todo cielo y volaba hacia... alguna parte. Creo que la señora Van Doren estaba también ahí. Era bonito...

Se interrumpió y giró el cuello para mirar al pooka a los ojos.

-Me alegro mucho de haberte conocido, Cal. Me gustas.

Calandra sintió un estremecimiento seguido de una ola de calor hormigueante que empezó en el pecho y se extendió hasta los dedos de los pies, que encogió como si le estuvieran haciendo cosquillas, y hasta las orejas, que se le pusieron rojas. Tuvo que convertir una exclamación de júbilo en una sonrisa tan ancha como la de Eddie.

-Anda, duérmete, que no dices más que tonterías -le dijo, y posó los dedos índice y pulgar sobre los párpados de Craig para cerrárselos con ternura.

Craig debía de estar realmente agotado, porque no tardó en respirar fuerte y rítmicamente.

Damara aprovechó que Calandra se escabullía de vuelta a la habitación para tantear en busca de la mochila, que por fin localizó a sus pies debajo de un cojín. Sacó el libro y se puso cómoda, intentando obtener algún dato de interés que pudiera ayudar al grupo cuando llegase la hora de enfrentarse a la quimera una vez más.

Al cabo de un rato Calandra salió de su habitación suspirando y se dirigió al baño con un bulto de ropa debajo del brazo. Apareció en el salón al cabo de media hora ya vestido, con una camiseta de tirantes enorme y plateada, tan brillante que hubiera podido usarse para envolver un balón y hacer las veces de bola de discoteca, y una toalla en la cabeza a modo de turbante.

Suspiró más fuerte aún y se dejó caer en el sofá. Miró a Damara y sonrió como un bobo.

-¿Le has dicho a Wylard que haga el desayuno?

-No -dijo alzando el libro a la altura de su cabeza-, pero he descubierto algo nuevo. Todavía me gustaría darle otro repaso más tranquila, no he cubierto toda la información, pero de momento parece que no vamos a poder elegir el día ni la ocasión. Cuando vayamos a por la quimera, tenemos que hacerlo bajo la luna llena.

Calandra se deslizó para apoyar la cabeza en el regazo de Damara, con los pies apoyados en el respaldo del sofá.

-Qué romántico -suspiró.

-No, no -dijo ella suavemente, como quien le explica las cosas a un niño pequeño-, vamos a pelearnos con una quimera casi indestructible, de noche y que ya conoce mi cara. No es nada romántico. Es preocupante e irregular y posiblemente alguien muera. Pero si te hace ilusión puedes traerte al hijo de Van Doren y si consigo prenderle fuego otra vez os dejamos allí a la luz de la hoguera. 

-¿Lo harías de verdad? Ah, eres un encanto. Pero no me gustaría que Craig pillase la gripe calavérica. A lo mejor puedes prenderle fuego a alguna otra cosa cuando volvamos.

-Hmmm, a lo mejor... -dijo distraídamente, manoseando el libro. Desde la noche anterior le habían estado viniendo unos pensamientos muy extraños. Ahora estaba calculando si valdría la pena algo tan ridículo como sentarse delante de una hoguera si la compañía valiese la pena, una vez se terminara todo aquel lío de la quimera... lo descartó rápidamente, pero de algún modo aquellos pensamientos se quedaban flotando en algún lugar de su cabeza-. ¿Qué tenemos hoy en la agenda?

-Ya has oído al jefe. -Hizo una mueca dentuda para que Damara identificara al tal jefe-. Hay que ir a devolverle a mamá araña su bombón de chocolate.

-¿Y quieres que te acompañe, o va a ser una introducción formal a la familia? -dijo con una sonrisita, devolviendo el libro a la mochila.

-Sí -respondió Calandra, y se levantó del sofá de un salto. Le dio un beso a Damara en la sien y revoloteó hacia su habitación-. Venga, venga, venga. A ponerse en marcha.

Se sentó en la cama y sacudió el hombro de Craig con suavidad.

-¿Craig? ¿Estás despierto?

El mortal se dio la vuelta para indicar que así era.

-¿Cuándo te has ido?
 

-Me temo que tengo malas noticias. Pero también tengo muy buenas noticias. Así que abre bien las orejas.

Cruzó las piernas al estilo indio y escondió las manos en el hueco. Esperó a que Craig se quitase las legañas y pareciese lo bastante despierto como para comprender lo que decía.

-Las buenas noticias son que, si hago lo que me pide, el hombre que ha estado aquí hace un momento no volverá para talarme los brazos con ese machete que llevaba.