Partida Rol por web

Strumni pensaba en muchas cosas pero en nada ayudaba comentarlas con Mormnir ya que eso únicamente fomentaría la tensión entre humanos y enanos. Él no estaba allí para eso, quería que los dos pueblos se aliaran pese a sus diferencias y para lograr eso, él mismo debía mostrar un comportamiento ejemplar. Dudaba de las palabras del tuerto pero poco más podía hacer.

Entonces sucedió, reconocía ese escalofrío por la espalda, su cuerpo le había mandado señales parecidas en el pasado y nunca había sido presagio de nada bueno. El enano apretó los dientes y tocó el hombre de Mormnir, acto seguido señaló al lugar donde había visto algo moverse y preparó su ballesta. Sin avanzar demasiado echó un vistazo al suelo y con cuidado palpó el mismo intentando rastrear alguna clase de huella que le diera una pista de que era esa a lo que se podían estar enfrentando. Después de eso miró hacia los lados y a su retaguardia para cerciorarse de que nada les estuviera flanqueando. No quería ser el cazador cazado.

—¡No voy a dejarte sólo en una situación así, viejo cabezota!

Gunnar estaba todavía analizando los últimos sucesos ocurridos aquella noche, cuando aquél grito le sacó de golpe de sus pensamientos. La princesa Ingelyn acababa de espetarle eso al viejo Runi... y además había desenvainado su espada mágica, Rimkant. ¿Qué demonios ocurría...?

El grito de la princesa Ingelyn resonó en la habitación, mientras la espada Rimkant brillaba gélida en su mano. Todos los miembros de la comitiva se volvieron casi a la vez hacia donde estaba la joven heredera junto a Runi. El anciano agarraba su bastón, tenso, y fruncía el ceño. Pero antes de que nadie pudiera decir nada, estalló el caos.

Uno de los armarios de la estancia, que hasta ese momento había sido un simple armario lleno de vituallas, se abrió de golpe y de su interior salieron en tropel seis guerreros skaldi armados hasta los dientes, gritando como posesos. La escolta de Ingelyn apenas tuvo tiempo de coger sus armas, cuando aquellos hombres se lanzaron sobre ellos dispuestos a matar. Cuatro de los hombres de la comitiva cayeron heridos de muerte en cuestión de segundos, mientras los gritos y el tumulto se mezclaban con el sonido metálico del entrechocar de las armas y los escudos.

El interior de la granja se había convertido en un torbellino de sangre y caos, y tanto Ingelyn como Gunnar y Runi comprobaron con horror que no sólo se enfrentaban a los seis asaltantes que habían salido de nadie sabía dónde, si no que algunos de los miembros de la propia escolta acuchillaron por la espalda a varios de sus compañeros. Aquello era una trampa, y una de la que sería muy difícil salir con vida si no reaccionaban rápidamente.

Strumni indicó a su compañero enano lo que acababa de ver, y Mormnir asintió. Él también lo había visto y aferraba ya su hacha, listo para cualquier cosa que pudiera pasar.

En ese momento, escucharon un grito procedente del interior de la granja. Parecía la voz de la princesa Ingelyn, aunque no distinguieron lo que decía. Pero por su tono, parecía de pronto enfadada o asustada. Y casi inmediatamente, les llegaron más exclamaciones y gritos de sorpresa, furia y dolor. No les cupo la menor duda de que dentro de aquella granja se había iniciado un combate.

Pero antes de que pudieran hacer o decir nada, un grupo de guerreros skaldi surgió de los campos y se dirigió a la carrera hacia donde ellos estaban, con evidentes intenciones asesinas. Al mismo tiempo, algunos de los hombres que patrullaban fuera de la granja se alzaron contra sus compañeros y les atacaron por sorpresa, matando a varios. Strumni sintió un escalofrío y la adrenalina recorrió su cuerpo. El grupo había caído en una trampa.

Mormnir rugió junto al enano montaraz.

—¡Malditos humanos! ¡Sabía que no eran de fiar!

Se cambió el hacha de mano y se preparó para pelear.

Runi empezó a maldecir en todos los idiomas que sabía, echándose la culpa de todo lo que estaba sucediendo. Tenía que haber sido más concienzudo al examinar la casa, pues las señales estaban ahí. Lo que pasa es que él había sido un descuidado y ahora todos iban a pagar su negligencia. Más cuando vió que algunos de los propios soldados se unian a los atacantes su pesar cambió a furia.
Afortunadamente no era una furia ciega e irracional, si no una que auguraba una terrible venganza contra quién fuera el causante de todo aquello.

-Primero lo primero.-

La princesa estaba en peligro, no había querido marcharse. Lo cual había sido muy leal por su parte, pero también muy estúpido. Ella era la importante y a la que querían. Tendría que hablar luego con ella. Si es que había un luego.
Vaciló por un instante entre atacar o defenderse, pero finalmente decidió lo segundo. Si no estaba vivo no podría defender a la joven.

El viejo salmodió mientras agarraba con fuerza su bastón y cuando acabó una luz escarlata le recorrió unos instantes antes de desaparecer.

-Princesa. Ya que no os habéis marchado, hablaremos de eso más tarde, espero que al menos le déis buen uso a esa espada.-

La tensión era tal que podía cortarse con un cuchillo... y rellenar un pan con ella. Mientras tanto, el cerebro de Gunnar no dejaba de analizar los eventos de los dos últimos días. Por una parte, tenían aquel avistamiento de la Aguja que había puesto a todos en alerta, y por otra parte aquellos extraños ruidos y rastros que habían conseguido por todo el territorio de las granjas... nada de aquello tenía sentido, y el estrés de Gunnar fue en aumento segundo a segundo... hasta que el grito de la princesa atravesó el aire.

¿Había fallado Gunnar su misión? ¿Acaso todo estaba perdido? Gunnar no perdió el tiempo y se levantó.

Gunnar, al percatarse de la situación, también maldijo e insultó en todas las maneras conocidas. Así mismo, se incorporó con velocidad relámpago, y se dispuso a acercarse a la princesa lo más rápido posible, pero tras estudiar el panorama se percató de que varios traidores se interponían entre él e Ingelyn, lo que significaba que aquellos hombres pronto estarían muertos.

Cualquier atisbo de duda por parte de Gunnar de atacar a aquellos hombres que habían cambiado de capa desapareció tan pronto se dio cuenta de que éstos, a traición, habían asesinado a otros miembros de la comitiva. Con gesto sombrío, el capitán desenfundó su espada y empuñó su escudo, y cargó contra el traidor más cercano.

— ¡Por Skald! ¡Por el Rey Thorann! —bramó, en un intento por partida doble de intimidar a los atacantes y traidores y de embravecer a aquellos que habían permanecido leales.

La joven rubia se quedó totalmente petrificada cuando vió a aquel grupo de asaltantes salir del armario de una manera que se le antojaba surrealista, y por poco se le cae la espada de pura estupefacción. Pero su estupefacción se convirtió en rabia al ver como algunos de los que había considerado como 'los suyos' atacaron a traición a otros miembros de la comitiva. Una rabia que se vió canalizada en un grito más propio de la Ingelyn niña que de la Princesa Ingelyn.

Aun así si algo había aprendido bien aparte de cómo intentar ser una buena líder era cierto componente de táctica y la adrenalina e instinto de supervivencia la hicieron mirar toda la situación con ojo crítico a una velocidad que no creería en circunstancias normales. A su lado tenía a uno de los traidores frente a otro soldado skaldi. Frente a ella, más allá de Runi, otros dos enemigos frente a otro soldado leal: sabía que el anciano jamás le hubiera permitido hacer lo que estaba a punto de hacer de haberle preguntado, pero Ingelyn sabía hacer los cálculos suficientes para tener claro que por fuerte que fuese Gunnar esa batalla estaba perdida si se quedaba atrás sin pelear.

Así que se lanzó hacia adelante, cargando para librar a uno de los pocos soldados que seguía de su parte de enfrentarse en una pelea dos contra uno. —¡Por el Rey, esta noche lucharemos!— gritó Ingelyn antes de llegar hasta su rival y lanzar una estocada: esos desgraciados sentirían el frío precio de la traición de mano de Rimkant.

Gruño para sus adentros mientras preparó su ballesta, que ya portaba en la mano con anterioridad, sabía de las disidencias entre el grupo humano pero nunca pensó que fuera algo a ese nivel. Estaban en mitad de una revolución y el objetivo de aquello era claro.

—¡Mormnir hay que abrirse paso para salvar a la Princesa Ingelyn! ¡Es nuestra prioridad!

No gritó pese a que su tono era imperante. Mormnir era un guerrero veterano, bien equipado y curtido en batallas más complicadas que esa. Si hacían bien las cosas podrían salir de ese encuentro con vida. Valorando sus posibilidades el enano decidió que la estrategia más inteligente era usar la distancia que le proporcionaba su ballesta para evitar entrar en conflicto directo todo el tiempo posible.

—No te lances a la carga hasta que yo no tenga más remedio que dejar de disparar.

Dicho eso el enano retrocedió un poco y se preparó para disparar.

Cogido casi por sorpresa, el skaldi traidor al que Ingelyn atacó no pudo defenderse bien y Rimkant penetró su armadura. El guerrero lanzó un alarido que se cortó de golpe, y cayó fulminado.

Mientras, el soldado que se encontraba más cerca de Runi se lanzó a combatir contra otro de los traidores. Atacó con su hacha, pero su rival alzó el escudo y se defendió del tajo. Contraatacó con habilidad y logró golpear en la cara a su asaltante con el borde del escudo, para después clavarle la espada en el cuello. El skaldi cayó inerte como un saco.

Otro de los traidores se echó sobre Gunnar, pero el capitán no tuvo problemas para bloquear su embestida. A su lado, otro de los guardias leales avanzó para mantener ocupado a un tercer enemigo, y tras sorprenderle con una hábil finta, hundió su hacha en el estómago del traidor, que se desplomó.

El último de los soldados leales trató de impedir que el traidor que quedaba cerca de Ingelyn pusiera en peligro a la princesa, pero trastabilló y a punto estuvo de caer derribado en mitad del caos. Su oponente aprovechó la ocasión y rompió su defensa, evitando que pudiera cubrirse bien con su escudo y causándole una profunda herida en el costado que lo hizo caer inconsciente.

Mormnir asintió a la indicación de Strumni y aprestó el hacha. Emitió aquél gruñido característico de los guerreros enanos cuando se preparaban para acabar sin piedad con el enemigo.

Mientras, del interior de la granja seguía llegando claramente el sonido del tumulto, los golpes, los gritos y el entrechocar de escudos y armas. Debían darse prisa en despejar aquél frente para poder acudir en ayuda de la princesa Ingelyn. Pero para ello, primero tendrían que ocuparse de los tres skaldi que corrían hacia ellos con evidente sed de sangre en sus rostros.

Runi no pudo si no maldecir por lo bajo cuando la princesa se metió directamente en la pelea. Tampoco es que pudiera haber hecho mucho por evitarlo, depués de todo se parecía demasiado a su padre. Aún así le habría gustado que se mantuviese al margen.

-Al menos lo está haciendo bien.-

Ella había acabado con su enemigo, pero aún quedaban más. Y los que les eran leales estaban siendo masacrados. Necesitaban hacer algo contundente, y rápido. Al viejo skaldi ya no le gustaba hacer magia si podía evitarlo, pues ésta siempre tiene un coste. Es por ello que sólo en las situaciones más desesperadas recurría a sus conjuros, pero aquella era una de esas situaciones. Primero se protegió, ahora era el momento de atacar. Su escudo era algo sutil, pero lo que iba a lanzar a continuación era bien visible. Lo mismo así los que les habían traicionado se lo pensaban dos veces y se rendían.

-Claro. Y yo seré joven e inocente otra vez.-

Pese a esos pensamientos, Runi recurrió a su poder interno y mientras sujetaba su bastón con la mano izquierda la derecha se volvió azul y empezó a escarcharse. En cuanto estaba recubierta de hielo señaló al enemigo que estaba cerca de la princesa y un rayo azul le impactó en el pecho haciendo que se le congelase parte de la ropa que llevaba.

-No soy un simple viejo pedazo de mocosos, voy a congelaros hasta las pelotas.-

Dijo mientras se acercaba a la princesa tratando de interponerse en caso de que el que estaba a su espaldad decidiera acercarse a ella.

El rayo que salió de la mano de Runi atravesó la sala y acertó a su objetivo. No bastó para derribarlo, pero sí para cubrir parte de su torso de hielo y enfurecerlo, mientras le mantenía ocupado quitándose la escarcha de encima para que no le congelase aún más.

Cerca de allí, Gunnar continuaba su lucha contra los traidores.

Con gesto sombrío, Gunnar contempló el pequeño campo de batalla durante un segundo, lo suficiente como para levantar el escudo justo a tiempo para interponerlo entre su humanidad y el arma del que sería su próximo oponente. Así mismo, también se dió cuenta de que la princesa Ingelyn se había inmiscuido en la refriega. El capitán maldijo para sus adentros y procedió a lanzar un tajo a su oponente. Quizás antes era un compañero de viaje, pero ahora era una amenaza que debía ser eliminada.

El enano agarró su ballesta con firmeza y realizó un acto al que estaba muy acostumbrado. Con mucha calma elevó su arma, achinó un ojo contuvo la respiración y apretó el percutor que daba salida al virote que estaba destinado a tratar de acabar con la vida de uno de los enemigos.

Los ruidos no cesaban en el interior de la cabaña y eso agobiaba al enano pues temía que fuera demasiado tarde para salvar a la princesa Ingelyn de los insurgentes que trataban de revertir el poder establecido.

La princesa sentía con tanta fuerza el fuego de la frustración en su pecho fruto de haber sido traicionada que ni siquiera se paró a pensar en ese momento que estaba haciendo daño a compañeros a los que había tenido a su lado hacía escasos minutos. Era un pensamiento que vendría después, con el peso de la responsabilidad y de comprender qué había ocurrido.

Pero lo importante en aquel momento es que había fieles skaldi como aquellos guerreros, Runi y Gunnar que estaban tan en peligro como ella y por los que debía dar su mejor cara: la cara de una princesa no sólo capaz de llevar una negociación, si no de enfrentarse a todo aquello que se les pusiera por delante.

Así fue como miró rápidamente a su alrededor y vió a Runi a su lado, así que se movió para interceptar al quinto traidor mientras gritaba.

—¡¡Rendíos ahora mismo, soltad vuestras armas y podréis vivir!!— aun así Ingelyn no dejó oportunidad para que aquellos desgraciados, si el traidor no lanzaba su arma lejos trataría de asestar otra estocada para incapacitarle.

El proyectil de Strumni voló hacia los asaltantes y acertó a uno de ellos en mitad del pecho. La fuerza del impacto hizo que el guerrero detuviera su carrera y cayese fulminado.

Mormnir, por su parte, no quiso alejarse demasiado de Strumni para que no se vieran divididos, así que permaneció donde estaba, listo para recibir la carga de aquellos taimados humanos. Los dos más cercanos se lanzaron sobre él, y el primero recibió un hachazo que le alcanzó en el brazo del escudo, arrancándole un grito de dolor. Ninguno de los dos fue capaz de golpear al duro guerrero enano.

Mientras tanto, los guerreros que rodeaban la granja seguían combatiendo entre sí. Uno de los traidores que Strumni podía ver consiguió abatir a su adversario, mientras el otro lograba herir al suyo pero no derribarlo del todo. En el interior de la granja, se escuchó gritar a la princesa Ingleyn. Al menos seguía viva, pero si aquello seguía así, la situación no invitaba al optimismo...

Ver la vida de la princesa en peligro bastaba para espolear a Gunnar lo suficiente como para atravesar la defensa de su adversario, apartando su escudo y propinándole un terrible golpe descendente con la espada que casi lo partió en dos. Pero Gunnar no tenía tiempo que perder, así que se movió para acosar al traidor más cercano a Ingelyn.

La princesa, por su parte, trató de tomar el control de la situación y de convencer a los traidores restantes de que depusieran sus armas. Pero en mitad de la lucha y con el fervor de la sangre skaldi corriendo por las venas de todos, no consiguió que la escuchasen y continuaron combatiendo. Furiosa, atacó al traidor más cercano, que esta vez estaba más prevenido y casi logró defenderse del golpe, pero le hirió de todas formas, dejándolo bastante maltrecho.

Pero el skaldi renegado no se dio por vencido y contraatacó, dirigiendo un tajo desesperado a la princesa. Ingelyn estuvo a punto de bloquearlo con Rimkant, pero finalmente la hoja de su enemigo la alcanzó en el brazo opuesto y la joven sintió un intenso dolor lacerante, mientras la manga de su vestido se teñía de rojo. Aquello no pintaba bien...

Justo en el momento en que la princesa gritaba en el interior de la granja, Strumni oyó el sonido de los cascos de un caballo y vio que una guerrera skaldi a la que no conocía se acercaba desde el camino al galope. No era habitual ver a las gentes de skaldi cabalgando... pero empezaba a quedar bastante claro que en aquél viaje casi nada iba a ser habitual.

Por un momento, Strumni temió que los traidores contaran con refuerzos a caballo, pero un segundo después, uno de los guerreros traidores sacó un hacha arrojadiza y se la lanzó a la recién llegada. El hacha se clavó en el pecho del caballo, y su jinete tuvo que saltar de su montura para no quedar aplastado bajo su peso. La guerrera se levantó del suelo con su arma preparada y una expresión de confusión en el rostro. No parecía tener ni idea de lo que estaba pasando allí.