Partida Rol por web

El disparo de Gustavo resonó en medio de aquella calle vacía por encima de las voces que lanzaba Guillermo. Una persona normal probablemente habría caído fuliminada por el tiro en la cabeza, empapado en su propia sangre. Sin embargo estaba claro que aquella criatura distaba de ser algo natural. Aunque se tambaleaba furiosa el disparo no la había derribado y ahora hacía molinillos su enorme látigo sobre su cabeza mientras lanzaba aullidos guturales.

Angel estaba pendiente de la pareja encadenada que, al sentir el disparo, se tiró de rodillas cubriéndose de forma instintiva con sus brazos. Aunque el monstruo había dejado de torturarles permanecieron allí tirados, temblando, como animales cegados por las luces de un coche.

Las pupilas dilatadas y encajando la mandíbula Guillermo solo pudo mascullar un —Mierda!— al afianzar sus pies en el suelo para descargar un disparo sobre aquella monstruosidad. 

Gustavo abrió los ojos de par en par. Esperaba otro desenlace. Sobretodo cuando el impacto había sido directo y, sin embargo, aquel bicho no solo aún estaba en pie, es que se disponía a contraatacar.

El sonido del arma de Montalbano sacó a Cortés de su ensalmo pero no para bien. El agente había fallado y las décimas de segundo siguientes eran cruciales. 

Solo cabía volver a disparar. Tantas veces como fuesen necesarias.

Bien, las víctimas no parecían ser más que víctimas, temerosas y haciendo lo más sensato que podían hacer en esa situación.

Lo que le dejaba a Gutierrez tranquilidad para analizar la situación, echar un vistazo hacia atrás para asegurarse que la mole aquella no traía refuerzos y descerrajarle un tiro.

Lo que era facil, aquella cosa era grande y lenta, por lo que no fallaría ni con tres jotabes en el cuerpo.

Abrieron fuego sin piedad. Tampoco la criatura parecía esperarla. El mangual dio vueltas por encima de su cabeza y por un momento Gustavo pensó que aquella monstruosidad no iba a detenerse nunca. El disparo de Montalbano erró su destino pero tanto Gutiérrez como él impactaron de nuevo, haciendo que finalmente el gigante se derrumbase entre una nube de polvo que por un momento les impidió ver que pasaba. Se movieron nerviosos alrededor del individuo caído, casi sin creerse que estuviera ya muerto. Pero lo estaba. Permanecía tirado en medio de la calle como una marioneta desmadejada a la que hubieran cortado sus hilos.

Los dos cautivos encadenados permanecían en el suelo, con las manos sobre la cabeza, temblando.

Los policías miraron a su alrededor. Los disparos tendrían que haberse escuchado a mucha distancia pero no vieron actividad en las chabolas que los rodeaban. Sin embargo a lo lejos se escucharon unos aullidos estremecedores. Eso hizo que los encadenados reaccionaran y se levantasen del suelo torpemente, con los ojos abiertos como platos y las bocas abiertas en un mudo grito.

Guillermo se sentía acorralado en aquel lugar. La monstruosidad en el suelo, las caras de aquellos pobre diablos y los aullidos no ayudaban mucho a su estado de animo. Miró atrás y adelante. Y en todas direcciones en aquella encrucijada. Estaban perdidos. Perdidos en medio de una ciudad extraña con seres sobrenaturales y donde parecía que las pesadillas podrían cobrar vida. 

Empezó a hiperventilar. 

Pero no podía dejar que aquello le sobrepasara. Necesitaba aferrarse a algo. Algo terrenal. Algo que le recordase lo que era vivir. un buen carajillo, un puro de cojones o una loncha de jamón. O quizá un cigarrillo. Apretó la mano contra su pecho restregándola en el bolsillo donde antes guardaba el tabaco. Allí tenía los chicles con nicotina. 

Metió la mano en el bolsillo interior y extrajo el móvil. Buscó en la marcación rápida y apretó el botón. El cabrón de Duras les metió en esto y ahora podría sacarles de esto. Al menos ayudarles. 

Aldara se había quedado en shock, o esperando a ser el disparo definitivo...aunque no tenía muy claro, ni a donde debía disparar a un ser humano mucho menos a un monstruo, le tembló un momento el semblante antes de empezar a calmarse...- Casi esperaba que esa cosa no muriese a tiros...

Gutierrez había escuchado muchos gritos a lo largo de su vida; yonkis pasando el mono, mujeres a las que comunicaba la muerte de su hijo, hombres que perdían todo... pero nada como lo que acababa de llegar a sus oídos en esa extraña ciudad.

- Joder. - tuvo que contenerse para no patear a aquel tipo que acababan de tumbar a tiros sin darle el alto porque Cortés había tenido el gatillo fácil.

Miró alrededor, primero a sus compañero para comprobar que ninguno estaba herido, y comenzó a organizar la situación.

- Eh, Billy el Niño. - chasqueó los dedos a Cortés. - Comprueba si tiene pulso y mira si tiene las llaves de los grilletes. Monteros, mira a ver si esos pobres diablos hablan cristiano.

Hizo un gesto a Seoane para que le siguiese y comenzó a revisar la calle en dirección contraria a la procedencia de los gritos.

- Tenemos que salir de aquí. Joder. - volvió a echar un vistazo rápido al cadaver en el suelo. - No queremos que nos encuentren a su lado cuando llegue la policía local...

Gustavo se acercó al cadáver del ser que yacía en el suelo sin mediar precaución. Parecía evidente que estaba acabado pero cualquier persona con un mínimo de prudencia habría sido cauteloso al acercarse. Quería verlo de cerca. Necesitaba hacerlo y comprobar hasta dónde llegaba aquella aberración antinatural. Observó el cuerpo exangüe con gesto divertido. Sacudió incluso uno de los brazos con el pie para comprobar la consistencia de aquella carne no humana. Estaba fascinado. 

El calor de la pistola aún se sentía en la mano. Y era una sensación agradable. Salvo en la Academia nunca había tenido que usar el arma. Y ahora lo había hecho por primera vez contra aquella criatura de pesadilla. Era... paradójico, como poco.

Metió la mano en el bolsillo interior y extrajo el móvil. Buscó en la marcación rápida y apretó el botón. El cabrón de Duras les metió en esto y ahora podría sacarles de esto. Al menos ayudarles. 

- Eh, Billy el Niño. - chasqueó los dedos a Cortés. - Comprueba si tiene pulso y mira si tiene las llaves de los grilletes. Monteros, mira a ver si esos pobres diablos hablan cristiano.

 - Tenemos que salir de aquí. Joder. - volvió a echar un vistazo rápido al cadaver en el suelo. - No queremos que nos encuentren a su lado cuando llegue la policía local...

Cortés miró a su alrededor y estalló en una carcajada histérica. Abría los ojos como platos y casi le faltaba el aire por tanto reír.

- Pero, ¿qué puta mierda os habéis creído, par de gilipollas? - chilló entre incrédulo y divertido. - ¿En serio estás usando el móvil... aquí? ¿De verdad esperas que aparezca un patrulla de un momento a otro? Y, ¿documentación? - rió de nuevo con ganas renovadas. - Ese demonio no tiene ni bolsillos, capullo. No estamos en Madrid, idiotas. Aquí no hay metro, ni contaminación, ni policía, ni, por supuesto, cobertura... ni personas. Solo hay... - abrió los brazos en un gesto dramático - ...realidad.

Cortés cambió el gesto. Ahora su ceño se fruncía con fuerza a la vez que caminaba como un tigre enjaulado. 

- Eso... ese grito inhumano que habéis oído es lo que se acerca. Y me da que son los amigos de este que aquí yace. así que olvídate de movil, de grilletes y de leer los derechos... Hay que correr como putas si no queremos ser los próximos mártires en la procesión del dolor. Durás nos metió en esto y Judas nos ha dicho como salir. La puerta de la fuente. Hay que encontrarla o estamos jodidos. Así que moved el culo y dejad de actuar como si supieseis lo que está pasando porque estáis tan perdidos como el que más. Y además resulta patético. 

Cortés dio por terminada la conversación y echó a andar hacia la ciudad. Intuía que habría que internarse más y más en aquella urbe hasta encontrar la fuente. Solo esperaba que Judas no les hubiera traicionado.

- El que quiera quedarse... ha sido un placer. 

No sabía si por el cansancio, la irrealidad de la situación o simple y puro miedo, pero Patricia se había quedado congelada cuando el monstruo se había abalanzado hacia ellos. Menos mal que sus compañeros habían reaccionado como les habían enseñado o a estas alturas no estarían contando el cuento.

Bajó el arma, aún un poco shockeada, dispuesta a seguir las órdenes de Gutiérrez, pues en aquel momento necesitaba alguien que le dijera que hacer. Más no llegó a dar un paso cuando Gustavo estalló con todo.

-Tiene razón -dijo por lo bajo, en contraste con los gritos que acababa de proferir su compañero-. Tenemos que seguir, esto no es la realidad como la conocemos y no está en nuestra mano imponer la ley española en este territorio. Quiero vivir... al menos un poco más.

Levantó la vista y asintió a Cortés-

-Vamos... te cubro la espalda.

Cortés tenía razón en algo: allí no había cobertura de ningún tipo. Ignorando las órdenes de Gutierrez se lanzó a la carrera por una de las callejas seguido por Patricia. Los demás los siguieron ya que, después de todo, se alejaban de los aullidos. Atrás quedaron las dos figuras encadenadas que, torpemente, se dirigieron hacia una casa cercana quizás con la intención de esconderse.

Los aullidos crecían en sonoridad. Ahora se escuchaba como una demencial partida de caza de fuera tras los policías que, por algún motivo, sentían que lo que fuera que les perseguía era mucho más terrible que el enorme y absurdo gigante del látigo. Por un lado tenían esa sensación onírica de que todo carecía de sentido pero, por otro lado, notaban la realidad de forma más intensa que su vida cotidiana hasta el momento.

Entonces miraron un momento hacia atrás y vieron sombras que los perseguían entre los callejones. No eran más que esbozos que se movían a gran velocidad, sombras oscuras que parecían absorber la luz a su alrededor mientras aullaban de forma desquiciada. Pero los aullidos despertaban terrores ancestrales de cuando la humanidad, recién caída en el sueño, se sentía cazada por aquellos que antaño les habían servido como mascotas.

Fue en ese momento cuando vieron los regueros de agua que corrían a los lados del camino polvoriento que había entre las casas. ¡Si había una fuente tendría que estar al final de los mismos! Apuraron el paso por las callejas estrechas intentando alejarse de sus siniestros perseguidores en busca de esa salida.

Gutierrez estaba mayor, llevaba mucho tiempo fumando y bebía más de lo que cualquier médico le recomendaría... pero aquellos aullidos, aquellas sombras que veía por el rabillo del ojo, le hicieron correr como hacía años que ni siquiera se le había pasado por la cabeza.

- ¡Rápido, joder! - gritó a sus compañeros, señalando con la pistola que no soltaba el agua en los laterales de la calle. - Si no es la fuente, al menos habrá cobertura...

Jadeaba al hablar y notaba que su corazón hacía un esfuerzo en mantener su cuerpo en marcha pero había una parte en su cerebro, una parte primitiva, que le decía que corriera, que los depredadores estaban llegando y tenía que encontrar un árbol al que trepar...

Quizá sucedió de forma más inmediata de lo que Cortés se hubiera esperado. Pero lo que estaba claro era que el haber dado matarile a aquella deformidad del látigo iba a traer consecuencias fatales para el grupo. Los aullidos que se acercaban como si de una jauría de perros salvajes se tratase así lo certificaban. Gustavo ya había iniciado la ruta y encontrar aquel reguero de agua le indicaba que podía estar en el camino correcto. Sus compañeros le seguían de cerca, en un grupo apretado. Casi trastabillaban mientras aceleraban el paso y miraban hacia atrás tratando de calcular cuál era la distancia que les separaba de aquellos temibles perseguidores. 

El arma aún humeaba en la mano y el agente tenía cada vez más cierta la sensación de que para salir de aquel lugar... de aquella realidad iba a tener que volver a usarla. Solo tenía fe en que su habilidad con ella fuese igual que la vez anterior.

Y ese pensamiento... aquella sensación de tener que matar para sobrevivir... unido al hecho de que todos corrían empujados por un pavor nunca antes experimentado hizo que Cortés estallara.

Que estallara en una sonora carcajada.

- Vamos... aprisa o seremos los próximos en estar bajo el látigo. - rió fuera de sí.

Gutierrez corría como no había corrido en mucho tiempo. Por puro instinto decidió subir al porche de una de las destartaladas fabelas que había en el camino para luego encaramarse sobre el techo de hojalata. Eso hizo que lo que le perseguía perdiera el rastro, siguiendo hacia adelante hacia presas más fáciles. Gustavo seguía corriendo por la calle cuando vio a lo lejos la fuente. ¡Estaba tan cerca y tan lejos a la vez! Sentía los aullidos tras él y vio que Aldara estaba a su altura.

Pero entonces escucharon los gritos. Patricia había tropezado y caído al suelo, y el breve momento en que Montalbano se había detenido para ayudarla había llegado para que las criaturas que venían dándoles caza se abalanzaran sobre ellos. Cuando la mujer se dio la vuelta vio una masa informe de oscuridad y huesos cubierta de una capa gelatinosa de carne correosa que parecía mostrar músculos sin piel. Había algo mecánico en aquella criatura que tenía como sustitutos de algunas de sus venas gruesos cables de metal. Pero las fauces abiertas eran las de un enorme depredador, del tamaño de un tigre. Por puro instinto Patricia rodó a un lado justo en el momento en que el morro de la bestia, cegada por su sed de sangre, golpeaba el suelo polvoriento donde había estado ella unos segundos antes¹.

Montalbano no tuvo tanta suerte. Atento como estaba en ayudar a Patricia no pudo esquivar a la segunda de las bestias que se abalanzó sobre él con tanta fuerza que el hombre voló de espaldas, con la criatura encima, varios metros. Sintió como una de sus costillas se quebraba bajo el peso del impacto, pero lo peor era que tenía las fauces abiertas de la monstruosidad sobre su rostro².

El viejo rodando por el suelo forcejeaba con el sabueso a punto de hendirle las fauces en el pecho.

—ME CA... MECAGOEN ... ME CAGO EN LA PUTAAAAAAAAAA!

La fuerte explosión estalló a quemarropa contra la criatura. Le dejó a él mismo los tímpanos momentáneamente aturdidos mientras seguía tratando de sacársela de encima.

A Gutierrez la fuente le importaba una mierda, más aún cuando escuchó los gritos de Aldara y de Montalbano a su espalda, por lo que no dudó un segundo en retroceder por los tejados hasta tener a la vista a aquellas criaturas que hasta ese momento solo habían sido borrones a su espalda.

- ¡Montalbano, a tu izquierda! - le gritó para que se apartara un poco y tuviera línea de tiro a una de las criaturas para dispararle desde arriba.

El agente se sentía extraño corriendo por aquellas calles. Las voces que le seguían auguraban una muerte segura y atroz pero aún así él tenía la sensación de que podría darle esquinazo. Que la fuente estaba a la vuelta de la esquina y que la salvación estaba asegurada. Incluso en caso de que no fuese así, morir allí, en la realidad, no parecía tan mal plan en la mente herida de Gustavo Cortés. Correr era casi como un juego... una sensación adrenalítica que inundaba su cuerpo.

Hasta que escuchó como sus compañeros eran apresados por las criaturas de la realidad. Su risa desmedida se cortó en seco. Aquello era de verdad. Morían de verdad... sus compañeros estaban cayendo bajo las fauces de aquellos monstruos. Algo tenía que hacer. Seguía corriendo por instinto pero no podía hacerlo eternamente. Tampoco podía hacerlo hacia la fuente y dejar a los demás atrás. No podía, ¿verdad? 

Habría que enfrentarse. 

Cortés paró en seco con la pistola en ristre y esperó a que su captor estuviera a tiro. 

Alcé la pistola y la disparé sin más pensamiento contra la criatura que era más cercana a mí, ya casi por el instinto de supervivencia llegar este momento de la existencia a por fin disparar contra algo, y tenía que ser en un mundo de fantasía o de locura mental...- ¡FUEGO; FUEGO!... dije disparando tratando de que la bala fuera suficiente para hacerla caer muerta al suelo.

Montalbano estaba tan aterrado que le costó darse cuenta de que el disparo descerrajado a quemarropa había reventado la cabeza de aquella cosa, fuera lo que fuera. Se la sacó de encima como pudo, a patadas, mientras se arrastraba hacia atrás¹. Otro disparo resonó desde lo alto y Ángel consiguió rozar al monstruo que perseguía a Patricia. Por desgracia para ella aquello no detuvo el avance del monstruo. Patricia intentó huir, pero la bestia no parecía dispuesta a permitírselo, por lo que le lanzó una dentellada por la espalda. El mordisco fue devastador, aferrando por la clavícula a la mujer y lanzándola por los aires como un muñeco roto. Antes de que tocara el suelo ya tenía a la monstruosidad a horcajadas de ella, acercando su boca a la cara. Luchando por mantenerse consciente Patricia buscaba su pistola en un desesperado intento de librarse del animal².

Gustavo mantuvo la sangre fría mientras se giraba para encararse a su perseguidor. Cuando vio el ángulo correcto abrió fuego impactando en el lomo de la bestia que trastabilló un poco, pero se alzó de nuevo para abalanzársele encima³. El agente se sorprendió de la energía con la que criatura recorrió de un salto el espacio que lo separaba de él. Las zarpas del ser golpearon dolorosamente su pecho mientras su boca le mordía inclemente en el pecho³.

Aldara en su desesperación abrió fuego hiriendo también al monstruo que la perseguía. Aunque consiguió herirlo trastabilló un momento, cosa que fue suficiente para que la criatura se abalanzase sobre ella derribándola mientras le mordía el brazo⁴.