Partida Rol por web

Suzanne conducía agarrándose fuerte al volante siguiendo las instrucciones de Daniel hasta que el coche llegó al puente. Allí volvió a hablar.

-Doctora, parece que las manos no le obedecen.-Una sonrisa se empezó a dibujar en sus labios pero se convirtió en una mueca de terror de repente. Suzanne hizo un sutil gesto de pánico que avisó a Daniel mientras que sus manos, que apretaban con tanta fuerza el volante que parecía que iban a romperse, le dieron la sensación de que hacían amago de girarlo para guiar a la ambulancia contra la baranda del puente.

Se disponía a acelerar y girar para lanzarlos al río.

(Nota Metal: Los muy hijos de puta van hacer que mi primer disparo de servicio en cinco años sea a un compañero. Definitivamente si sobrevivimos puedes decir que el mundo se ha puesto cabeza abajo)

!Joder nos va a echar al puñetero Rio!!!
Automáticamente lanzo la pierna izquierda contra el pie derecho de Suzanne con la urgencia y brutalidad descontrolada que lo desplace del pedal del acelerador clavando hacia el freno para bien dejar sin potencia al vehículo, bien inutilizar la pierna, con suerte empezar a frenar.
Mi mano se estiran en el mismo reflejo para golpear con un disparo la nalga a la vista de Suzanne para si la Señora nos sonríe noquearla con el shock de la herida.
El gesto en mi mente traza el regreso del movimiento a la junta de sus brazos agarrados al volante, la culata y el peso del arma contra el brazo izquierdo, codo y resto de brazo al derecho.
Con tanto frenesí es quizás lo mas asombroso es que tenga tiempo de hablar a voz en grito.
¡Mierdaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaarghh!!

La pierna de Suzanne cedió al golpe de Daniel y sus brazos giraron el volante con violencia pero al faltarle potencia al motor la ambulancia apenas subió una de sus ruedas delanteras a la acera y sin llegar a golpear la barandilla volvió a la vía cruzándose en la carretera

Clementine se las arregló para no caer y Daniel se golpeó un codo contra el salpicadero quedándose su mano sin fuerza.

Quedaron parados en medio del puente.

Otro coche pegó un frenazo para evitar golpear a la ambulancia accidentada quedando detenido también en medio del puente, igual que el todo terreno que encabezaba el convoy, que frenó parándose en seco.

Entrecierro los ojos ante las palabras de la chica pero al ver su reacción casi puedo notar el momento en el que deja de ser ella y es... otra persona, un escalofrío me recorre. Comienza el forcejeo entre ella y Daniel, por un instante creo que vamos a terminar todos en el Sena y me apresuro a ir junto a Édith por si acaso tengo que sacarnos del automóvil.

El desfibrilador sigue sin cargar del todo así que me decido por la opción número uno en mi cabeza: el sedante. Rápidamente tomo una aguja del maletín y una ampolla de sedante, años de práctica como médica de emergencias en traslado me permiten, esta vez sí, llenarla apropiadamente aun en movimiento y clavársela en la espalda a la mujer: con suerte en dos o tres segundos ya habrá perdido algunas funciones motoras y en cinco estará dormida.

Conforme el líquido del pinchazo iba entrando se fue postrando sobre el volante quedándose sus músculos más engarrotados que relajados. Su sonrisa era una mueca.

La ambulancia estaba parada, cruzada en la vía.

Héctor, con un chaleco antibalas de la policía y un subfusil se aceraba hacia ellos.

Con dedos temblorosos y gesto dolorido estiro la zurda para comprobar el pulso de la chica.
Por un instante fugaz contemplo lo que sujeta Clementine que parece una jeringa usada.
No hay sangre y me alivia o no haber disparado o haber fallado. Lo cierto es que tengo el brazo de la pistola entumecido por un buen golpetazo en el codo.
Al acercarse Rubel le echo un ojo para ver como reacciona pues vestido de faena impresiona mientras me intereso por la niña.
¿Como esta Edith? ¿Sigue estable? mi intención es calmar los ánimos y averiguar lo que esta pasando. Quizás tengamos que inmovilizar a Suzanne y desarmarla. No me gusta el aspecto de como se ha quedado pero no quiero que Clementine le pierda la vista a Edith.

El cuerpo de Suzanne estaba retorcido, pegado al volante, rígido. Tenía los ojos muy abiertos y los labios contraídos en una sonrisa forzada. Era evidente para Clementine que ese no era el efecto esperado del relajante muscular.

Héctor se asomó por la ventanilla y preguntó si todo iba bien. Estaba centrado. Apartó la mirada, hacia un lado del puente.

Antes de que hubiera tiempo para una respuesta sonó un disparo, del lado contrario al que miraba Héctor, por donde estaba parado el vehículo del que había salido, y luego una ráfaga que Daniel reconoció como la ametralladora de Ivo.

Suzanne abrió un poco la boca sin dejar de sonreír, quedando una mueca espeluznante.

¡Maldita sea! Disparos y una posesa truculenta secuestrando el medio de transporte.
Con Hector e Ivo fuera repeliendo la agresión me decido a repartirnos la faena.
¡Reubel! Atento a todos los flancos. ¡Estamos en una emboscada!¡Protegeos!Van a intentar eliminarnos para llegar a la niña - no creo que haga falta añadir que tiene libertad de usar la fuerza que haga falta.
Clementine, la niña, cubríos - le digo observando la lucha primordial del cuerpo de Suzanne con el Parásito en su cabeza.
Con el brazo aun entumecido, libero el cinturón de seguridad para lanzarme sobre mi compañera del CSB para desarmarla, lanzando la pistola hacia la doctora, hacer palanca con el cuerpo, piernas, brazos, todo, y liberar el volante de la ambulancia.
Le voy a dar unos segundos. ¡Dios haz que valgan! Por que si no le volare las muñecas y me arrepentiré después.
Arrastro la mano izquierda por las superficies para volverla hacer sangrar y con urgencia se la planto en la frente embadurnandosela y le grito.
Suzanne Rostand...Por la Gracia de Dios que puedes oler a través de mi sangre. Por la voz que esta cerca. Lucha contra tu Invasor.Pateale, muérdele, mándalo fuera, inmunizate. Por la Gracia de nuestro Señor y el sostén de la Dama de la Ciudad. Toma de mi Fuerza.
Con violencia le golpeo una y otra vez con la palma de la mano, con el dolor incrementándose y la concentración expuesta a atravesar un trance con el filo de la fe y las energías que de mi necesite.
El plan B moverá esta ambulancia también. Pero si Dios nos sonríe...Seremos cinco en vez de cuatro y les comeremos la ventaja.
Solo unos segundos Señor. No quiero tullir a la muchacha.

Por fin la conductora había caído luego del pinchazo, aunque no por mucho me temía... Qué incomparable el horror tan profundo que nos rodeaba y que no quería abandonarnos. Ayudé a Édith a bajar de la camilla y atrapé el arma que me pasó Daniel, por algún motivo me sentía más segura con ella a pesar de que no tenía idea de cómo dispararla... Mejor eso que tener las manos vacías.

Mi instinto me pedía salir del vehículo con Édith, pero tuve que imponerme a mí misma con fuerza de voluntad: de momento no era lo más prudente. Di vuelta la camilla para hacernos una barricada, un reparo, y le dije a la niña que se quedara detrás.

Más disparos y Daniel ejecutando un exorcismo de emergencia... ¿Dónde estaban todos? ¿Acaso el resto del equipo no sabía a dónde íbamos, nadie chequeaba? ¿O es que nos habían dejado solos para evitar esto justamente? De pronto se me ocurrió que el mejor lugar para llevar a Édith quizás fuera con Arene, la otra kore. Que los chamanes lobo eran los únicos que podían protegerla ahora, pero ¿Cómo y con qué negociar en su favor? No quería que fuera una esclava y ella de seguro tampoco.

Haría todo por protegerla, todo cuanto estuviera a mi alcance, pero si no lo lograba... La idea de matarla llegó a mi mente, no voy a mentir. Si yo estuviera en una situación así preferiría que me mataran antes que volver a una vida miserable... Miré a la niña, miré a Daniel rogando que no hiciera falta preguntarle.

Le diría a él mi opinión en cuanto pudiera, ahora lo veía... ocupado.

En un último intento desesperado antes de disparar a su compañera Daniel rompió una de las muñecas de Suzanne quedando la mano muerta, vuelta del revés.

Luego, de la misma fuerza por arrancarle la otra muñeca del volante, ella salió despedida por la puerta del conductor, que había quedado abierta por el accidente, cayendo a la calzada.

Héctor se puso a disparar hacia el lado del puente que quedaba tras ellos gritando

-Arranca, arranca. ¡Están bloqueando la salida!

Cuando Clementine vocaba la camilla para proteger uno de los costados de la ambulancia de los disparos distinguió fugazmente -cerca del todo terreno que estaba parado a unos pocos metros- cómo Ivo, de espaldas, reculando, disparaba al aire, haciendo unos movimientos extraños, parecidos a convulsiones.

Le estaban apuñalando.

Lo que desee fuera espiritual se a trocado en físico con el exorcismo reducido a golpear carne y hueso humano. ¡Dios la tonelada de alcohol que me haga olvidar este instante no va a ser suficiente!
Aprieto los dientes y me echo en el asiento del conductor aun caliente e impregnado del olor de Suzanne.
Titubeo teniendo el impulso de ver como esta pero los disparos y la voz imperante de Hector Rubel me focaliza de lo accesorio a lo ineludible.
La llave en el contacto, el motor en marcha, y el hueco en la carretera.
Conecto la sirena y reviso dos veces la maniobra del cambio manual con la velocidad de in piloto de Indicar a 400 kilómetros por hora.
Con tiempo echaría un vistazo a la catedral en busca de rastro de refugio y protección mística pero después de un fallo tras otro de mis otros sentidos y la inexistencia de tiempo reduzco el plan a una linea única.
Salir a la autovía dirección el bosque de Remo y los suyos y pedir asilo. O provocar que el enfrentamiento se interponga en el camino de la oposición.
!Agarraos! ¡El viaje va a ser movidito! - grito en toda dirección. Empotro el movil en el salpicadero conectado para darme instrucciones de ruta y activo el reconocimiento por voz. - Chartres, centro ciudad. Ruta mas rápida.
Después inicio la marcha girando el volante para enfilar la dirección norte y dar cobertura a
Rubel, no atropellar a Suzanne y dejar atrás el coche que casi choca con nosotros, retornar a la Ille y volver a ir hacia el sur por el puente peatonal de la Double tras atravesar la explanada del parking de la Catedral.
Todo esto rascando las marchas espectacularmente por supuesto y haciendo rugir el motor. Pero la mecánica ni el gentío ni una banda de tipas y tipos sin los ovarios y cojones de venir a dispararme ellos mismos a la cara.

Durante toda la maniobra de escape sostuve a Édith en su lugar para que la rotación no la derribara ni moviera la camilla, aunque debo reconocer que un poco se movió, en cuanto tuviéramos un andar menos turbulento volvería a enderezar el camastro para que descansara el resto del viaje, eso si había resto del viaje... Me dio pena todo: la cabrona poseída, Reuben, el otro muchacho siendo apuñalado... Pena y violencia interna, ganas de ser un ser superior y aplastar a aquellos insolentes hijos de puta con un dedo.

Lo único que rogaba era que pudiéramos librarnos de ellos para poder llevar a Édith a un lugar... ¿Más seguro? ¿Al mal menor quizás? No tenía idea de qué planeaba Daniel en aquel momento pero confiaba en él, no teníamos más remedio que confiar el uno en el otro por el bien de Édith más allá de si fuéramos merecedores de esa confianza o no.

Miré a la niña y le dije que todo iba a estar bien en apenas un murmullo, acariciándole la cabeza rapada, disfrazando mi intento de calmarla y protegerla al mismo tiempo. Qué terrible debía ser para ella todo aquello, saber que el perro rabioso muerde a todos los que se interponen en su camino solo para alcanzarte y despedazarte.

Suzanne se quedó allí tirada, retorcida, como esas estatuas humanas que esperan en una posición incómoda a que alguien les eche una moneda para cambiar de pose.

El ruido de la sirena era tan estrepitoso que casi dolía. Los bajos chirriaban arrastrando el tubo de escape contra el asfalto.

Daniel evitó por poco al otro vehículo accidentado -el conductor trataba de desaparecer agachándose en su asiento- y pisó con una rueda delantera el charco de sangre que rodeaba el cuerpo Ivo. (Ivo yacía inerte con una joven de larga cabellera rubia clavándole una y otra vez con una fuerza y una violencia insólitas un largo cuchillo).

Édith se abrazaba con fuerza a Clementine que la sostenía a duras penas contra el zarandeo producido por las maniobras de Daniel.

El todo terreno que había encabezado el convoy arrancó y empezó a girar para emprender la persecución a Daniel. Conducía un hombre mayor, en pijama. En el asiento del copiloto subió corriendo otro chico, un joven, que sacó la ametralladora de Ivo por la ventana y disparó sin éxito.

Oyeron los disparos del subfusil de Héctor y Clementine lo pudo verlo corriendo y disparando al todo terreno que les perseguía.

Cuando Daniel giró hacia la catedral los perseguidores no hicieron ninguna maniobra, siguieron recto, calle abajo, a la deriva. El conductor caído frontalmente sobre el volante, el copiloto contra su ventanilla, con el brazo muerto, todavía agarrando la ametralladora que apuntaba al suelo.

En la explanada hacia la catedral, antes de llegar al puente peatonal se les cruzó un chico muy joven, casi un niño. Corrió hasta detenerse justo en frente de la ambulancia.

Las decisiones morales no se toman en un segundo. Si te dicen lo contrario no lo han probado.
Las acciones entre el bien y el mal y todo lo sucio que hay en medio se entrenan, se tallan a fuego lento. Te capacitas. Años a años.
Los sacerdotes las conducen por sus palabras. Los políticos por sus dobleces. ¿Los policías? Como los médicos trastocan su vida para decidir en un segundo sobre la aplicación de daño. La diferencia es que nosotros no juramos apartar todo mal de la gente. Si no proteger y servir.
El chico que se lanza en frente de la ambulancia ha sido reducido a mera arma contra los reflejos de la conciencia. La naturaleza frontal de la civilización en la que te has educado te exige frenar o dar un volantazo.
La degradación institucional de años de servicio y adoctrinamientos regulados te instruye a compartimentar. Alejar el momento. Apretar el gatillo. Esconder la duda.
Mi preparación no me hace frenar o apretar el claxon. Ligeramente tuerce el volante de la trayectoria y levanta del acelerador el pie que pisaba a fondo mientras embrago metiendo una marcha mas corta.
No es mi objetivo evitar la colisión si no hacerla lo mas lateral y menos brutal posible para proteger el motor y la transmisión. Y volver a acelerar con mas potencia.
Así me lo enseñaron y así los viejos mecanismos se ponen en marcha. Como otra vez allá en la Muga.
En mi cara crujen los dientes de la tensión con los que los estoy apretando. Mis manos son garras y mis pies bailarines.
En piloto automático lo único que resta en la mente es poder salir de aquí.
Dirección Sur. Hacia Chartres.
Y si los poderes que se contenían allí se han decido a desbordadarse topar con el frente de la ola que se precipite hacia París.

La ambulancia golpeó de lleno al chico, que salió despedido por los aires como un fardo. Muchos metros.

Un operativo de vigilancia antiterrorista del ejército custodiaba el puente peatonal. Tras un amago de apuntar al vehículo algo les hizo cambiar de opinión y le abrieron paso cubriendo su huida con disparos.

Todo eso quedó atrás en un instante.

En las calles la gente hacía paso frenando su coche o se detenía en seco en el paso de peatones alertada por el ruido de la sirena.

DOS MESES DESPUÉS

Dos mujeres entraron cargadas con cestas de la compra. Una, mayor y pequeña, vestida de negro con gafas de pasta gordas y redondas. Vestía de estricto luto, un tanto excéntrica pero curiosamente elegante, como si fuera un personaje escapado de un cuadro. La otra, veinteañera, tenía el pelo más bien corto, el cuello largo, una chupa de cuero marrón ligera, bajo ella una camiseta con el cartel estampado de "Metrópolis" y pantalones vaqueros ajustados con botas militares por fuera.

La mayor dejó caer sus trastos en el suelo y se acercó con presteza al visitante hablando primero hacia Theresa y Nao:

—Chicas ¿Quién es este ángel áureo que me habéis invocado?...

Y luego, con una sonrisa traviesamente maternal, a Elliot.

Me llamo Agathe y esta chica es Ellen. Bienvenido seas, guapo.

La música salía como por arte de magia. Saber tocar sin saber cómo ni cuándo se había aprendido hacía que pareciera que la melodía lo atravesaba, que venía de otro lugar y que solo lo utilizaba a él para llegar a éste. Le traspasaba como a una ventana abierta en verano, a modo de brisa cálida que iba animando sus miembros como si antes hubiesen estado entumecidos. Sabía que era una pieza de Liszt, sabía que la podía tocar con los ojos cerrados... Y nada más.

Cuando terminó, la sensación de bienestar y de despertar de sus sentidos reforzó la impresión de que entraba al fin en el mundo desde bambalinas. Lo sentía hasta tal punto, que comprendió que después de esto Theresa y Nao no le olvidarían en solo un instante. Eso le dio esperanzas; fuera lo que fuera aquella especie de maldición no parecía invencible.

Cuando vio el gesto de las dos, su forma divertida de aplaudir, rió. Rió por primera vez desde que podía recordar. Se levantó y estaba haciendo una reverencia teatral en agradecimiento cuando, al levantar la vista de nuevo, vio que entraban en la sala dos mujeres. La señora pequeñita resultaba como una especie de duende glamuroso y sus gestos y palabras solo hacían que apoyar esa impresión. Sonrió ante su amabilidad y su invintación:

-Me llamo Adam, señora, encantado- le dio la mano y después la alargó para estrechar la de la chica, observándola también con atención -Le agradezco mucho la invitación.

Theresa explicó poniendo voz teatralmente neutra.

-Adam conocía a los antiguos habitantes de este páramo.

Había un sutil tono de sumisión en su manera de dirigirse a Agathe, como si se estuviera justificando por haber dejado entrar a un desconocido.