Partida Rol por web

CABECERA

Finalmente Jean ha acudido sólo a la inauguración de la exposición de la que todo el mundo habla. Bueno, todo el mundo no, la parte del mundo más elitista: los parisinos que se interesan por el arte.

La exposición no es más que un variopinto conjunto de obras de arte tradicional africano, sin más criterio que el de los coleccionistas que han decidido exponer y vender. Por cierto, uno de ellos merodea por allí y es famoso por promover hasta lo alto a sus amantes y de hundir en la miseria a sus ex.

La galería es de las más bonitas de la ciudad, ocupa una planta baja y un primer piso en el barrio de Marais. Las ventanas del primero dan al Sena y esta noche huele a comida. Parece que están sirviendo una especie de arroz con estofado típico a los visitantes.

Hay lleno total y había que ser “alguien” para conseguir una invitación.

Contrastaba la humildad con que se abría al espectador el sublime arte africano, tan profundo, con la pomposidad con que  lucía su miseria la jet set parisina, tan superficial. Incluso podía encontrársele su encanto.
El ambiente es amenizado por una proyección de música africana.

Nada más entrar y dar unos pasos pudo reconocer a un músico de moda, que está flipando con el vídeo y comentando algo a una chica africana muy guapa que le mira sonriendo, un crítico de arte, que está dando un sermón a una señora extravagante -ese una vez escribió “Jean Jacques es un genio inmaduro que no conoce a la gente y no tiene idea del alcance de lo que pinta. Más que un diamante en bruto, es una roca de otro mundo que necesita millones de toneladas de peso de presión para llegar a mostrar su auténtico brillo”  en una importante revista de arte, cosa que no hizo más que hacer subir su fama.

También llamó la atención del pintor una chica de ojos un poco achinados que permanecía ensimismada delante de una preciosa estela de más de dos metros de altura.

Y no podía faltar el comisario de la exposición, un antropólogo francófono que anda omnipresente, atendiendo y haciendo presentaciones.

Paseo por la exposición, intentando disfrutar de ella y empapándome de todo lo que la cultura y el arte africano. Buscando inspiración para alguno de mis futuros trabajos. El arte refleja la cultura de una sociedad, y siendo totalmente honestos, lo que más me interesa es como estas dos culturas cohesionan.

Me detengo un breve momento para observar al resto de invitados. Me quedo mirando al critico de arte durante un tiempo. Se enterara. uno de estos días haré una verdadera obra de arte. Algo tan magnifico que le dejará boquiabierto. No me apetece dirigirme a el ahora. Por el rabillo del ojo veo la estala junto a la chica de ojos achinados. Por la concentración que parece mostrar, es posible que ella si haya encontrado inspiración. Me acerco a hablarle mientras observo la estela.

-Es fascinante, ¿verdad? Algo tan simple, pero tan elaborado. Pone en perspectiva nuestra concepción del arte.- En ese momento me dirijo a la mujer, con una pequeña sonrisa. -Jean Jaques, encantado. Acabas de encontrar la inspiración en esta pieza, o intentas saber que es lo que nos quiere transmitir?-

-Nuestra concepción del arte es banal.

Se giró con una sonrisa, le dio dos besos a Jean. Cosa común en estos sitios.

-Soy Ellen Lloyd. Es un verdadero placer conocerte.

Y se hizo a un lado para dejarle sitio frente a la escultura.

-Es como una mariposa atravesada por un alfiler. Aun así se puede ver cómo mueve las alas.

Pero no es una mariposa.

-El placer es mio, Ellen.- Contesto a la par que me pongo enfrente de la escultura, en el sitio que me ha ofrecido. Pongo una mano bajo mi barbilla y me concentro en la pieza. Estoy un minuto largo observando la forma, los colores, la talla.

-Creo que puedo ver lo que dices. Sabes por qué empiezo a creer que es cada vez más sublime? Hace que me pregunte cosas.- Me río un poco, y me reajusto las gafas. -Veo la mariposa, pero, ¿crees que pueda ser una concepción de un espíritu africano? Pero sobre todo la mejor pregunta que tengo es: ¿Por qué nos observa, y que piensa él de nosotros?-

Me retiro del puesto, y vuelvo a enfocarla con la mirada mientras río un poco. -Creo que debería haber puesto más atención a nuestro amigo antropólogo  de allí- digo mientras hago un gesto en su dirección general. -¿Pero dónde estaría el arte en eso?-

Visiblemente intrigada, se puso de puntillas y estiró el cuello, como queriendo mirar a la escultura que tenían enfrente a los ojos. Más de tú a tú.

En pocos segundos relajó la postura.

-Quizá podamos sorprender al sabio barbudo. Dijo refiriéndose probablemente al antropólogo que era un hombre negro que lucía una prominente barba blanca.

-¿Te parece que le dediquemos, no sé, otro rato, y luego preguntemos al antropólogo a ver qué nos dice la tradición?

Sus ojos se entornaban milimétricamente dibujando una expresión divertida, como de gato planteando enigmas.

-No es por querer validar o no nuestra… visión…., pero será edificante compararla con el registro de los antropólogos.

Muy bien. Un último vistazo. A ver qué puedo descubrir por mi mismo.

Jean Jeacques se alejó un par de pasos para tomar perspectiva.

Primero sintió ganas de pintarlo. Se dió cuenta que había un "alguien". Que podía hacerle un retrato. Era una figura inmóvil pero no inanimada, más parecida a un cocodrilo quieto, saciado en la orilla de un río, que a cualquier escultura que hubiera visto antes. Cuando entendió el alcance que tenía la fuerte intuición de que ese objeto tuviera alma, un escalofrío le recorrió la columna vertebral.

Era un ser consciente que imponía. No se trataba de una mariposa. Tal vez una serpiente. Una enorme y poderosa serpiente. Este no era sitio para algo así.

Exhalo fuertemente. No me había dado cuenta de que había contenido la respiración durante unos cuantos segundos, lo que incluso me sorprende a mi mismo. Me reajusto las gafas, en un intento de mantener la compostura. En ese momento, me vuelvo hacia mi acompañante.

-Vaya, perdóname, pero cuando me encuentro con alguna pieza de tal... envergadura, puedo perderme fácilmente.- Miro de reojo a la estatua, aún inquieto. - ¿Te parece que le preguntemos ahora a alguien más versado en el tema? ... Estaba pensando en la posibilidad de retratar esta pieza, pero más información siempre es útil.

Ellen hablaba

-Claro que sí… ¿sabes? yo creo que…

pero no se hubo separado ni tres metros de la figura, dejó de caminar.

… el Arte con mayúsc….

La chica parecía contrariada. Intententó andar de nuevo pero se desvió hacia un lado. Como dibujando una órbita sin poder aumentar su distancia con esa cosa.

Orbitó de nuevo hasta estar frente a Jean y le miró fijamente, visiblemente inquieta. Luego desvió la mirada, de reojo, como haciendo ademán de volver la vista hacia atrás sin querer girar la cabeza. De repente sus ojos se abrieron de par en par y se echó la mano a la boca. Parecía haber recordado, o mejor haber caído en algo.Se notaba que le daba pánico girarse y ver la serpiente, que se erguía tras ella. Separó la mano de su boca y tendió la mano hacia el pintor, pidiendo auxilio.

....por fff....

El escalofrío que había recorrido antes la columna de Jean volvió helándole los huesos.

Respiro profunda y pesadamente conforme entrecierro los ojos. Me estoy empezando a asustar bastante. No puedo apartar la mirada de sus ojos.

-¿Ellen? ¿Te encuentras bien? Si esto es una broma, no tiene ninguna gracia.-

Estiro mi mano para cogerle la mano, con intención de apartarla de la estatua... La estatua. Le hecho un vistazo a la figura tras Ellen, con los ojos estrechados, y con todo mi ser en guardia. Muchas preguntas rondan mi mente ahora mismo, la primera de ellas: ¿Que eres?

Cuando tocó su preciosa mano Jean sintió un cosquilleo cálido en la yema de los dedos. Fue como intentar tocar algo tan delicado que no resiste el tacto.

La mano de Ellen se descompuso en un polvo tan fino que se elevó volátil, como humo de tabaco. Asustada, empezó a dar pasos hacia atrás forzadamente, como si una cuerda estuviera tirando de ella hacia la cosa. A cada paso su imagen entera se iba sublimando con una angustiosa parsimonia.

Aterrorizada, intentó decirle algo a Jean Jeacques. Pero de su boca ya no salía voz sino un aliento que exhalaba niebla.

Exhalando, sorprendido con los ojos bien abiertos, doy dos pasos hacia atrás. Me pregunto si lo que tengo enfrente mía esta sucediendo de verdad, cuestiono si lo que estoy viendo es posible... Pero lo esto viendo, así que claramente es posible.

Miro a mi alrededor, a los demás miembros de la exposición. ¿Soy el único que estoy viendo esto?

Aún así, un pensamiento más terrorífico se presenta en mi mente. Creo que no puedo hacer nada para ayudar Ellen.

Alrededor la gente seguía charlando, comiendo y bebiendo como si nada estuviera pasando. El volumen del murmullo parecía haber aumentado y recordaba al ruido que hacen las abejas en sus colmenas.

Sólo una señora mayor, de pelo blanco y corto y unas llamativas gafas redondas de pasta, observaba sin disimulo, no tanto lo que ocurría, sino al mismo Jean. Con una mirada de clara preocupación.

Dirigiendo una última mirada a Ellen, me doy la vuelta y comienzo a andar rapidamente hacia la señora. Ella me está mirando, así que a lo mejor puede ver lo mismo que yo y me puede ayudar...

Mientras ando, me pregunto que debo decirle. O si directamente me estoy volviendo loco y he empezado a alucinar o tener visiones.

Espero que pueda ayudarme a analizar la... "situación" actual.

La señora, estupefacta, sostuvo la mirada de Jean mientras éste se le acercaba. Se oían risas y la música blues africana. Pasó por entre los grupúsculos de gente hasta plantarse frente a ella, que habló primero.

- ¿No estaba usted solo, verdad?

Dijo indicando disimuladamente el objeto con un ligero gesto de la cabeza. Como si fuera de mala educación señalar con el dedo.

-Yo... no...- ¿Lo había visto ella también? Vale. Debo tranquilizarme. Mantén la compostura, Jaques. Mantén la compostura. -Ha visto usted desaparecer a la chica también, ¿verdad? Estaba frente a mi, y al momento siguiente... desaparecida.- Me reajusto las gafas y suspiro. Me agarro las sienes. Creo que esta es, y va a ser una noche muy larga.

La señora se quitó las gafas, sacó un pañuelo blanco de su pantalón negro y se puso a limpiar los cristales. Sus ojos brillaban dentro de esa cara de anciana.

-Señor Jeacques, le he observado desde el principio cuando entró en la sala y se dirigió hasta la talla. Me hizo gracia cómo esquivó usted todo contacto social para dirigirse a una obra de arte tan enigmática. Aquí la gente prefiere el arroz especiado con ternera. -Dijo haciendo una broma sobre el apetitoso olor de los platos típicos, más propio de un restaurante que de una galería de arte- Entonces vi que no estaba sólo. Traté de verlo, verla -se puso las gafas- pero a mis ojos usted hablaba amistosamente con la nada. Aunque sentí que allí había alguien.¿Una mujer, dice?

Me sujeto un poco la cabeza. ¿Habré estado alucinando? ¿Había tenido una visión? Vale, soy el primero que reconoce que a veces veo un poco más de lo que está a simple vista, pero nunca de una manera tan intensa.

Sacudo un poco la cabeza, tengo que relajarme. Me centro en la señora frente a mi. -Lo siento. Tendrá que disculparme, creo que debo estar un poco enfermo, tal vez ligeramente febril.- Doy una sonrisa ligera, intentando mantener la compostura. -Parece ser que usted me conoce, pero yo a usted no. Puedo saber su nombre?-

Dentro de mi, esto produce un pequeño sentimiento de satisfacción. 

-He disfrutado con sus cuadros. Adquirí uno de sus retratos sentados. Una dama pensativa, con las manos en la cabeza, en una silla. Francamente admirable.

Se tomó la libertad de tomar el brazo del pintor y lo hizo con tanta naturalidad que cuando se dio cuenta Jean ya estaban paseando por la galería.

-Sabe, cuando era pequeña una mujer vino un par de veces a mi casa a hablar con los espíritus. No había vuelto a sentir ese cosquilleo desde entonces.

Me llamo Agathe Débuchy. No se preocupe, le guardaré el secreto. Pero si le vale mi opinión, había alguien allí.