Venga, tranquilo, Pelayo... -digo, poniéndole la mano sobre el hombro- Madre mía, menudo marrón...Todo lo que sabemos lo hemos contado en comisaría. Lo único que se me ocurre es ir al poblado hippie y tratar de averiguar algo por la zona. Quizás alguno de los que hay por ahí pueda ayudarnos, o incluso, encontremos a Esteban y compañía. Venga, ¿quién se viene conmigo? -digo, mientras saco del bolsillo las llaves de la R4-
Supongo que el bar es ahora el lugar más seguro de toda Galicia y que habrá policía científica peinando el sitio, así que ya me enfrentaré al horror de ver lo que me han destrozado cuando encontremos a la muchacha...
Mientras el cabo Pelayo habla, Manuel se incorpora y se sienta trabajosamente en su silla. Recupera un poco el resuello, saca su cartera y coge una moneda de 500 pesetas. Se guarda la cartera de nuevo y haciendo una señal al barman estampa la moneda ruidosamente en la mesa vacía después de que cafés y chocolate hubieran volado por los aires. Se pone de pie y se sacude un poco la ropa. Inclinandose un poco cerca de Berta le pregunta. - Estás bien, Bertiña? - Ante la afirmación de ella, Manuel asiente con la cabeza. - Voy al ambulatorio, te veo luego. Dándole una palmadita en el hombro, Manuel echa a andar hacia la puerta.
- Tiene usted una manera muy curiosa de pedir las cosas, cabo.
- Muy bien Ramón, creo que podríamos echar un vistazo.
Me levanto con toda la calma posible, miro que en mi maletín tenga todo lo necesario por si hubiera que atender a alguien.
- Vamos Pelayo!
Tengo la impresión de que no vamos a encontrar nada bueno en el campamento. Así que miro a ver si me puedo llevar algún “souvenir” que me sirva de defensa.
Berta acepta la mano de su patrón y mira a sus compañeros, aturdida. ¿En serio? ¿Es que todo el mundo se ha vuelto loco, o qué? Recordaba a la muchacha que se había quedado con el inglés, y se preguntaba qué habría ocurrido. Tal vez habían vuelto a por él, pero no terminaba de entender por qué. O tal vez se había vuelto loco del todo... a estas alturas de la película, ya había entendido que no podía fiarse de nadie, y aquellos canturreos no le daban buena espina. Quién sabe. Tal vez, en ese estado, el inofensivo profesor Cross se había abalanzado sobre la chica y la había pillado por sorpresa. Pero ¿por qué no estaba allí ninguno de los dos? ¿Adónde demonios habrían ido? Era todo muy raro, pero ¿en serio iban a intentar ayudar al mamarracho de Pelayo, para que luego el hijo de la gran puta se adjudicase el mérito si todo salía bien, y les hiciera cargar a ellos con la culpa de cualquier cosa que saliera mal?
-Yo lo acompaño, Patrón -no tenía la más mínima intención de dejarlo solo-. Pero maldita la gracia que me hace.
Perdón a todos; a ver si a partir de ahora puedo conectarme con un poco más de frecuencia. A decir verdad, no me he enterado de si vamos todos juntos o no, pero básicamente la postura de Berta es seguir a Manuel para intentar impedir que se meta en líos (lo lleva crudo, ¿verdad? ;^D).
¿El abuelo va a revisar la próstata o tienes algo en mente?
voy principalmente a por un parte de lesiones, a ver si con suerte me curan algo y me subes algún nivel de salud. y si me sobra un poco de tiempo en la mañana, después pasarme por la comisaría a denunciar y después por algún bufete de abogados a ver si quieren representarme.
Si Manuel esperaba alguna disculpa por parte del cabo Pelayo... se ve ampliamente defraudado. Ante la invitación de Ramón y Pedro, el guardia civil se levanta despacio pero con el gesto animado ante la perspectiva de ponerse en movimiento.
-Vais a acabar convenciéndome de que esos zarrapastrosos tienen algo que ver. Toma, Nacho, yo pago todo el estropicio y la cuenta. Joder, hace un tiempo de perros. Pónmelo en la cuenta, ¿vale? Y dale un carajillo a la nena, que está más blanca que la leche, coño. Ni que hubiera visto cómo le volaba los sesos a alguien.
-Estos días enloquecen a uno.
-Yo lo acompaño, Patrón
La puerta tintinea cuando Manuel y Berta salen al exterior, a la constante lluvia. La mujer se detiene un momento y echa una ojeada, entristecida, a su espalda, a Ramón y a Pedro. Por un momento, tiembla visiblemente (quizás el frío y la humedad). La puerta se cierra.
Parece claro que os separáis...
Voy a abrir dos escenas, que para vosotros es casi lo mismo y a mí me facilita la vida.