Partida Rol por web

-El tiempo se agota -siente las palabras más que escucharlas, si realmente es posible oír en la doble dimensión en la que se encuentra Ramón.

El anciano se retuerce en las llamas translúcidas, su figura se inclina encogida, pero Alin lo sostiene, envuelta ya completamente por el fuego que la rodea. A pesar del ¿peso? de cargar con el anciano, la muchacha mantiene una mano extendida en dirección a Ramón.

El hombre escucha, esta vez sí, es un ruido físico, de eso está seguro, varios disparos, y se resiste a mirar hacia el suelo, hacia los cuerpos reales del viejo y la chica, ¿debe hacer?

Mientras las llamas remolinean, la tormenta arrecia, cayendo de pronto sobre ellos y alguien grita.

La escena deja a la percebeira completamente petrificada, como si el tiempo de aquella estampa dantesca, ajena a este mundo, se hubiera congelado. Podrían haber pasado tan solo un par de segundos; o tal vez semanas, meses incluso, mientras Berta permanece horrorizada frente a la onírica situación que se alza ante ella; con el arma en alto, mientras el eco del disparo resbala sobre ella como otrora lo hiciera la lluvia.

Un pensamiento, o más bien un instinto, vuelve a poner en marcha el reloj:

-El niño.

Tal vez lo siguiente en recobrar la vida fueran sus piernas; tal vez su respiración. Sin tener muy clara la razón, Berta avanza a todo correr, encomendándose al medallón de Santa Bárbara, dispuesta a salvar a la criatura. Sea lo que fuere que está ocurriendo, no parece que ninguna de las personas... o los seres... que tiene delante vayan a atender a razones. Ni a disparos al aire. ¡Quién sabe siquiera si a un tiro entre las cejas! No hay tiempo para averiguarlo. Ahora mismo solamente tiene un objetivo: agarrar a ese bebé y salir corriendo, literalmente, como alma que lleva el diablo.

-Para lo cual, probablemente tenga que esquivar al menos al primer tipo... -reflexiona, constatando aliviada que no ha perdido completamente la cordura.

El gigantón, con su enorme mole ocultando esas estrellas desconocidas y el resplandor verde que aureola más allá del acantilado, se gira sorprendido por el disparo al aire y deja caer al bebé sobre el altar que es ahora la peña negra. El chillido asustado y los lloros confirman que el niño vive.

Se inclina hacia delante como tratando de adivinar lo que pasa... es ahora o nunca.

Resumen de situación.

1. Berta está el pie de la peña. Ha gritado algo sobre dejar a un rapaz y pegado un par de tiros.

2. Pedro está unos metros por detrás de Berta, resollando y tratando de...

3. Manuel está muy lejos, pero ha echado a correr como un loco para acudir a la peña (quedan tiradas por hacer).

4. Ramón anda flipando todavía más lejos. Se ha entretenido con algo y debe decidir.

Berta continúa su alocada carrera con renovado ímpetu, alentada por el llanto de la criatura, agachándose tanto como puede, como si eso la acercase más a su objetivo y la alejase de las zarpas de su enemigo (que, por lo que imagen que en estos momentos tiene de su propio estado mental, bien podría tratarse de un molino de viento).

La estrategia, en cualquier caso, parece dar resultado. El gigantón otea desconcertado en derredor, buscando un origen del disparo y de los gritos acorde con su desmesurada estatura, mientras las aspas se agita amenazantes en la oscuridad, casi un metro por encima de la cabeza de la percebeira.

Prácticamente a cuatro patas, Berta llega hasta el bebé sin que nadie parezca reparar en ella. Aprieta la criatura fuertemente contra su pecho y, tal como había planeado, sale corriendo con ella, sin apenas apartar su cara del suelo hasta haber rodeado el altar de piedra y enfilar, rápida como un Talgo, el camino de vuelta al bosque, esperando encontrarse con sus compañeros.

El tiempo parece descomprimirse y alargarse imposiblemente dentro de aquel círculo mágico, a falta de mejores palabras para describirlo.

El veterano Manuel corre como un perro de presa, angustiado por los disparos, no quiere más muertes en su conciencia y la visión de Berta, malherida, desangrándose como el policía Anxo Suevo, da alas a sus pies. Alumbrándose con la linterna, no es momento para la discreción, avanza campo a través, saltando entre los matorrales y las peñas como si tuviera treinta años menos. 

En su carrera atisba al doctor Neira, apoyado en el suelo, tratando de incorporarse.

-Corra -masculla el hombre entre dientes-. Tropecé, pero estoy bien. Les alcanzo.

Manuel se detiene de improviso, cuando el haz de luz ya ilumina la peña negra y a Berta quien corre en zigzag hacia ellos. Tras ella, una enorme figura -la imagen del enorme gigantón con el que se cruzaron sólo una noche atrás asalta su mente-, que lentamente, como un lento pero imparable camión empieza a perseguirla, poco más de cinco metros la separan de su perseguidor.

Por el rabillo del ojo, ya que su atención se centra en su amiga y compañera, Manuel ve otra figura tras la peña negra, tumbada en el suelo, como si fuera un altar.

-¡O rapaz! el muy cabrón tenía un neno -grita Berta, inclinada, corriendo como alma que lleva el diablo y con algo entre los brazos.

***

Mientras, en otra esfera, en otro tiempo, Ramón siente más que percibe el eterno vagabundeo de Esteban y su compañía, guiados por el anciano, de un lado a otro, trazando infinitos espirales en torno a viejos enclaves, adorados desde antes de que el tiempo fuera tiempo, antes de que el primer homínido bajara de los árboles, guardando y cuidando la delicada red que llamea ante sus ojos en un prístino fuego blanco.

¡Súbitamente se ve asaltado por una ola de dolor!

Una mancha oscura, de un verde enfermizo, se extiende por la intrincada red de energía, oscureciendo cada cruce...

Lejos, muy lejos, suenan voces...

¡O rapaz! el muy cabrón tenía un neno

Una oleada de bilis recorre la forma física de Ramón, nada de lo que está sintiendo o viendo puede ser real. Siente la mano fría ya del viejo, los sollozos de Alin a su lado.

-¿A qué estáis esperando? -pregunta, sin dejar de correr- ¡Cosed a tiros a ese hijo de puta!

Está firmemente convencida de que a su perseguidor solamente le interesa el crío y no se detendrá a enfrentarse con sus compañeros. Con un poco de suerte, Manuel podrá vaciarle todo el cargador, ya sea de frente o por la espalda... y comprobar si eso es suficiente como para enviar a ese demonio de vuelta al infierno.

-Reza para que así sea -comprueba el estado del niño-. De lo contrario...

Un escalofrío la recorre de arriba a abajo cuando comprende que, si no consiguen derribar al gigantón a balazos, lo único que tal vez pudiera desbaratar sus planes es que no capture al niño con vida.