Partida Rol por web

Rudigar iba feliz y contento, viajando cómodamente, como si todo aquello se tratar de un picnic. Eso sí, lo contemplaba todo, aprovechando que por una vez no llovía. Un día claro había de disfrutarlo y ellos estaban de paseo siguiendo un río y junto a un bosque. La naturaleza inundaba sus sentidos: la brisa traía olores de las flores, del bosque, del río; las ramas y el correr del agua, los pájaros, los insectos y los pequeños anfibios emitían todo tipo de sonidos agradables; el sol bañaba todo aquel espectáculo de color, sereno y fluído, todo a la vez...

 Elendorn y Ragnar fueron los primeros en verlo: pisadas junto a la ribera; algunos huesos y raspas de pescado mal enterrados en la tierra; excrementos... No eran animales salvajes. A no ser que calzasen botas.

 Ambos se agazaparon al unísono para examinar la zona. Alguien ha estado aqui.

 Pero fue Rudigar quien, desde lo alto de su caballo, los puso al dia.

 Si, y no entiendo mucho de la lengua de los snaga, pero yo diría que esas marcas de ahi, de la piedra, son runas. Además, no encendieron fogata, pese a ser ya avanzado el otoño. Acamparon de día, eso es evidente. No se han convertido en piedra, pues podemos excluir a los troll. Creo que estamos ante un campamento orco. Creo que es de ayer. Dos dias como mucho. A tan sólo treinta o, como mucho, treinta y cinco kilómetros de la posada. Que audaces... hay que reconocerselo.

 El grupo se quedo perplejo ante la perspicacia mostrada por el mediano. 

 Sin embargo aunque estaba claro que habían acampado allí, no consiguieron seguirles el rastro. ¿Era posible que hubiesen cruzado el río a nado? Les tranquilizó no ver huellas de monturas como caballos, ponies o huargos...

Tras ojear un rato más el terreno circundante, regresé con mis compañeros y los invite a continuar la marcha.

Esto solo indica que vamos en la dirección correcta, debemos ser cuidadosos, pero no hay motivo para no seguir adelante...
Si nos topásemos con ellos, podría ser una buena noticia...ta vez sean pocos o se encuentren fatigados...se encuentran bastante lejos de su nido, si son realmente los que buscamos.

Rudigar, ¿Sabrías decirnos cuantos de ellos acamparon aquí?
Pregunte con esperanzas, después de asistir a la magnifica deducción del mediano...mi instinto me decía que el joven guerrero sabia lo que se hacia, al menos en aquella ocasión.

Elendin observaba con inquietud, pero no podía percibir lo que el hobbit había visto. Un poco fastidiada y triste miró a los demás por si habían visto algo ellos también. La historia se repetía, y con los mismos personajes, aquello parecía casi una señal. Se encogió de hombros y sonrió levemente al hobbit.

- Estupendo Rudigar, Ragnar lleva razón, vamos por el buen camino - sus ojos se achinaron, en una vana búsqueda de más huellas, pero no hubo suerte.

9 de Hithui.
16:00 - 20:00

 El resto de la jornada prosiguió sin incidentes. Al caer el sol tuvieron que parar a descansar. No podían estar lejos del afluente que debían vadear y, sin embargo, aún no lo habían encontrado. Deberían esperar a la mañana siguiente, con la luz del dia.

 Tras asegurar a los caballos, montaron las tiendas y luego el mediano se encargó de preparar las raciones para la cena. Hacía frio y el calor del fuego era una salvaguarda en medio de la noche. Sin embargo, la oscuridad no había hecho más que comenzar.
 

 9 de Hithui.
20:00 - 8:00
 

  Elendin y Tirlindë se encontraban ante la hoguera, observando el fuego y sus esponsales. Pensando y hablando sobre el futuro y el destino aciago que los aguardaba en aquellas ruinas dejadas de la mano de dios. Los compañeros dormían a pierna suelta en las tiendas. La noche parecía tranquila.

 De pronto, les pareció escuchar un ruido entre la maleza del bosque circundante.

Entre medias de la conversación, Elendin se paró en seco y miró a Tirlindë

- ¿lo has oído? - preguntó enigmáticamente mientras cargaba su arco.

Al noldo le sorprendió el rápido cambio de semblante de su amada, pero podía sentir su estado de alerta en cada fibra de su piel, por lo que acto seguido cambio su tono sereno y dulce por otro visiblemente preocupado y dijo:

-Creo que no, pero sabéis que me absorto demasiado cuando me habláis -dijo con una media sonrisa, para acto seguido sacar su arco y empezar a repasar mentalmente su hechizo de dormir, pues el rastro de los orcos en el río ya lo había puesto sobreaviso para el resto del viaje.

 Elendin fija su vista y, procedentes de la oscuridad del bosque ve surgir a tres orcos. De inmediato su cuerpo sufre una parálisis y entra en shock. Esos son los orcos que atacaron nuestro campamento. O algunos del mismo grupo, al menos: mismo color de piel, mismo tipo de ropas y abalorios, mismas armas...

 Aunque Tirlindë aún no conseguía verlos, pese a su gran vista de elfo, ya había comenzado a preparar el conjuro. Era precavido, cuando los orcos saltasen sobre ellos, él ya tendría el sortilegio a punto.

 Pero los orcos si vieron a Tirlindë y también vieron como Elendin tensaba una flecha en el arco... ¡asi que echaron a correr!

 Olvidándo toda precaución, se lanzaron al ataque agitando sus cimitarras en el aire.

La dúnedain tuvo un momento de bloqueo, en el que los músculos se le tensaron y dejaron de responderle. Unas décimas de segundo en el que un terror primario y que creía enterrado para siempre comenzó a aflorar, y cientos de recuerdos comenzaron a poblar su mente. La joven sabía que no debía fallar, que cualquier movimiento en falso condenaría al grupo... de nuevo. Por lo que recuperando la compostura, apuntó al primer orco y soltó la flecha.

El mago seguía sin saber bien de donde provenía la alarma, pero entonces vio como la montaraz disparaba su arma sin pensárselo un segundo. Aquello sorprendió a Tirlindë pero le valió para seguir la trayectoria de la flecha y dar finalmente con la localización del enemigo, no obstante tenía que seguir concentrado en su hechizo, sabía lo que le pasaba cuando no lo elaboraba debidamente...

No obstante si tuvo el tino de dar la alarma al resto de sus compañeros y gritar a viva voz:

-¡Alerta! ¡nos atacan!

 Los gritos y los golpes se sucedían en el exterior, mientras Fjalar y Rudigar dormían a pierna suelta en su tienda.

 Elendorn meditaba en la otra profundamente mientras Ragnar parecía dormitar bajo su manto de pieles.

 La flecha no se clavó en el condenado snaga, pero si cortó con un gran tajo su cara, arrancándole casi media oreja. Ni siquiera dejó de correr. Eran una raza despreciable y sucia, aunque había que reconocer que resistente.

 No llevaban escudos ni armaduras. Sólo esos ropajes sucios y sus cimitarras. Se lanzaron despreocupados sobre Elendin y Tirlindë, deseándo cobrar su tributo de sangre. El noldo pudo por fin verlos perfectamente. De momento, nadie había contestado a sus gritos.

- Una tranquila meditación debe permitir el filtrado de los sucesos del exterior - las enseñanzas de su maestro lo decían claro, frases que le demostraban que un elfo sabio busca estar siempre preparado - encontrar un árbol ancho y fuerte, aporta un lugar seguro en el que dormir, donde los trolls ni siquiera miraran, pero de vana seguridad en caso de pasar cerca orcos que tienden a destruir el hábitat natural.

Sus enseñanzas siempre fueron precisas, pero nunca le dijo como interrumpir eficazmente su meditación, y a pesar de que procuraba mantenerse alerta, sabía que a veces podía fallar.

-Zzzzzzzzz

El hobbit, tan despierto hacía unas horas, ahora estaba profundamente dormido, acostumbrado a la buena vida de la posada. Aquella era una primera jornada de viaje, después de varios días descansando cómodamente. Aquel profundo sueño era la consecuencia lógica. Además, no estaban matando a nadie, ¿verdad? Sin duda lo oiría. O puede que fuera alguien más visual y claro...

Elendin soltó su arco y desenfundó su espada.

- ¡Duérmelos! ¡O despierta a los demás! -  pidió ayuda a Tirlindë, mientras se preparaba para atacar al primer orco que llegase para lanzarle su ataque.

Para Tirlindë ya era demasiado tarde como para ir a levantar a sus compañeros, esperaba que su grito tarde o temprano los despertara, ahora le tocaba ir a auxiliar a su bella amada, la cual parecía tener una situación muy complicada debido a su cambio de armas. Por lo que sin dudarlo ni un instante y sin tener ningún aprecio por su propia integridad se tiró contra dos de los snaga, buscando tocar a cada uno, sólo necesitaba un simple roce para imponer su férrea voluntad y no iba a a preocuparse lo más mínimo por el precio que tendría que pagar por conseguirlo.

Así que para sorpresa de su amada, el noldo se tiró contra las piernas de dos de los orcos esclavos musitando su encantamiento mientras los tocaba.

[color=#086A87]Delante del trono de espadas todo eran reverencias y traiciones. Los humanos palidecían ante el poder, tanto como los enanos se inclinaban ante el oro. Fjalar había luchado contra ello toda su vida pero, ahora que el rey del trono de espadas le llamaba para entregarle su peso en oro, se había presentado sin dudarlo. "Ojalá no lo hubiera hecho" pensó cuando vio a la mano del rey esperando con su arma lista.[/color]

[color=#086A87]El combate se inició sin contemplaciones por ninguna de las dos partes, bajo la sonrisa de la guardia del rey que estaba preparada para cualquiera de los desenlaces. "Maldito hijo de hermanos" pensó el enano mientras cargaba con su hacha para tratar de hacer retroceder a su oponente. Había aceptado la misión del anterior rey unicamente por la gloria y el oro y ahora, con el viejo rey asesinado, tenía que pagar por su soberbia. Pero vendería cara su cabeza...[/color]

Perdida, callada,
los labios rojos en calma mesurada,
tejiendo lazos de su amor en vela,
por su mejilla una lagrima bajaba.

Triste, serena,
dormitando en los albores de la pena.
La dulce Naya con el alma rota,
el silencio de la noche espera.

 Los orcos se avalanzaron contra la feliz pareja.

 El hechicero acabó precipitadamente su conjuro y dos de los orcos cayeron dormidos bajo su férrea voluntad.

 El tercero, el más grande y decidido, no se amilanó por haberse quedado solo y tras esquivar el embite de la joven dunedain seccionó los tendones de su antebrazo con la oxidada hoja de la cimitarra. La espada de la montaraz cayó al suelo mientras ella se agarraba el brazo que sangraba profusamente.

 El noldo miró al orco con el odio y el rencor en sus ojos.