Partida Rol por web

Alberto había avisado y nadie hace esperar al capitán salvo yo, que comienzo a atalajarme como si de una recepción real se tratara, así como elijo mi perfume con cuidado, algo fragante pero no embriagador, ya que nos reuniremos todos y debo dar una imagen digna de un noble castellano.

 Así pues llego todo emeprifollado justo cuando acaba de pasar el último de los viajeros y cuando se halla cerrando la puerta me cuelo con un gracioso escorzo, parece que el pasaje  al completo nos hallamos en la recatada habitación, el capitán nos muestra su hallazgo y nada más terminar su demostración del avalones la voz de un miembro de la tripulación nos alarma de la presencia de un barco.

 Las damas du Sarracen y de Santamaria parecen presurosas de de mostrar sus destrezas con el acero la prudente pero horriblemente expresada decisión del Vodacció acompañado por sus dos rufianes, que poco tacto y que falta de decoro golpear la espalda del capitán del barco como si fueran íntimos, menudo mamarracho.

 Ejem, carraspeo, Mis señoras du Sarracen y de Santamaría, su espíritu combativo es un faro de inspiración para nosotros, pero antes de batirse y mostrarnos su valía con el acero podría preguntarles una cosa.¿ Han combatido alguna vez a bordo de un navío?, los conceptos ofensivos del la esgrima no varían pero si los defensivos ,pues el batallar sobre una superficie inestable  con continuos bamboleos origina un desplazamiento del centro de gravedad que condiciona tanto el equilibrio como la defensa haciendo que el más experto espadachín parezca un pato mareado sobre la cubierta de un barco si no esta adecuadamente entrenado en adaptar su equilibrio a la inestabilidad de la superficie. Y no me lo tomen a mal por favor, es solo la preocupación por dos bellas damas.

 Señor Hollreif sabia y prudente actitud, nunca hay que desobedecer las órdenes de la máxima autoridad donde te halles.

 Capitán a sus ordenes estaré preparado en mi camarote, he servido en la academia de san Cristobal y soy ducho en el manejo de las armas de fuego, así si considerais mi propuesta de serviros como tirador desde la cofia estaré listo en unos minutos.

 Y me dispongo a salir.  

Lola sonríe para sí mientras sale por la puerta acompañando a Angelique a la par que hace un gesto con la mano a José que vendría a decir “sí, sí, lo que tú digas, guapo” sin pararse tan siquiera a terminar de escucharle. Una risita se le escapa cómplice con su amiga. No entiende la necesidad de Angelique de retocarse, ya que la propia Lola está divina siempre y con cualquier zarandaja que se ponga, pero recoger un par de pistolas puede ser una buena idea, sí.

La noticia de los cuatro días ensanchó una sonrisa en el rostro de Virgilia para, en escasos segundos, verse abruptamente convertida en una o de sorpresa. Había pasado de tenerle cierto encanto a ese extraño animal a verlo como una estremecedora señal de peligro. Se apartó del loro en cuanto tuvo oportunidad y fue hacia la puerta con idea de volver a su camarote. Aunque al ver cómo Lola estaba ansiosa de luchar, se lo pensó mejor y permaneció allí. La seguridad y poder que trasmitían las otras mujeres a bordo le fascinaban. Aunque no les había dirigido muchas palabras, sí había observado su manejo con las armas y su confianza. Y mentiría si dijera que no le gustaría ver de qué eran capaces.

Mientras todos se iban marchando, cada uno con sus propias ideas de lo que hacer y lo que no, Virgilia sopesaba sus opciones. 
—¿Qué haréis vos, Luca? —le preguntó en vodaccio—. No soy mujer de armas, pero si fuera necesario las tomaría rauda y veloz. Aun así, reconozco que esta situación está muy lejos de lo que estoy acostumbrada... Creo que el castellano habló de los peligros de luchar en barco, además. Quizás lo mejor para mí sea quedarme en el camarote, aunque no sé si será tan seguro si casi todos los pasajeros salen a luchar. Estaría más bien sola, sin poder contar con ayuda en un caso extremo... —Dejando escapar un suspiro, dedica una mirada preocupada al joven mientras tamborilea, nerviosa, junto al inicio de escote—. ¿Vos pensáis luchar?

La joven Virgilia era la única mujer del barco que pensaba como una muejer. Lola, Angelique y Zelinda salieron en pos de la gloria de la batalla sin mirar atrás. Solo el peripuesto castellano...Antonio algo, indicó un principio que podía decantar la balanza en su favor. Más Luca no era avaricioso y dejó que las chicas ignorasen al castellano.

Ahora solo tenía ojos para Virgilia y el resto de mujeres no estaba delante. ¿Que le había preguntado?¿que si combatiría? Por supuesto que si, pero si la dama prefería compañía allí se presentaría Luca para defenderla de cualquier rufián.

-Mon Cherí.- Dijo Luca en montaignés, las únicas palabras que sabía por cierto, mirándola a los ojos para continuar en su vodaccio natal. -Sois una gran mujer que alenta el corazón de los hombres con vuestra valentía al no dudar de coger un arma si fuere menester.- Luca aprovechó para acercásele tomándola de ambas manos que levanto a la altura del pecho. -Más estas manos, cuales pétalos delicados, no deben temer tal tarea que asumo con gran pesar, pues nada me honraría más que ayudar en la defensa de este barco, como todo hombre que se precie debe hacer. Aguardadme en vuestro camarote damisela y pronto acudiré para defenderos.-

Era un hecho. Tenía que aparentarlo por lo menos y no gustaba de llebar la espada si no era necesario. De echo, hizo todo el viaje guardada en un baúl de su camarote. Hasta ahora.

El Capitán alzó la voz algo exaltado, rozando el enfado.
¡Un momento! gritó en dirección a Lola y Angelique.

Solo me faltaría tener gente correteando por cubierta en medio de la batalla... murmuró de mal humor.
Aquellos que quieran luchar, que vayan con el contramaestre Gracia.
Don José, vendréis conmigo. dijo en tono autoritario.

¡Momento! gritó el enorme ussuro, que hasta entonces había estado sin decir ni hacer prácticamente nada.

El Capitán se detuvo y lo miró como esperando saber qué iba a decir.
Yo no comprender. ¡¿Cómo pájaro hablar?! preguntó, mirando al Capitán como si se sintiera estafado.

Don Andrés bajó la cabeza y se tapó la cara con la mano abierta.
Este... pájaro tiene capacidad de habla... no es nada raro. ¡Y no es momento de hablar de eso! ¡Piratas! ¿Sabéis lo que son? ¡¿No os apetece darles unos hachazos?! dijo el Capitán, casi como si le hablara a un niño pequeño, con la paciencia a punto de acabársele.

Oleg se acercó a la puerta y sonrió.
Yo apetecer. y dicho aquello salió a toda prisa hacia su camarote.

La situación de alarma que se comenzaba a respirar también sirvió para ver un hecho hasta entonces inaudito; Zelinda sonreía.
Miró a Lola y Angelique y se apresuró para llegar a su lado.
¿No pretenderíais dejarme sin diversión? preguntó en un tono jocoso.

Os pusisteis en movimiento con direcciones opuestas.
Lola y Angelique fueron a sus camarotes acompañadas de Zelinda para terminar de pertrecharse para el inminente combate. La eisena tardó más en prepararse, al ponerse las partes que portaba de la armadura Dracheneisen.

Mientras, José acompañó al Capitán a la cubierta directamente, desde donde pudo apreciar cómo los soldados se preparaban para el asalto.
La niebla que rodeaba aquella fría noche, no permitía ver por donde venía el supuesto barco.

Por su parte, Gizur regresó a su camarote, donde habló con sus guardaespaldas para que le trajeran a Eliza.
Ambos se pusieron en movimiento rápidamente.

Y finalmente estaban Virgilia y Luca.
La joven noble regresó a su camarote animada por las palabras de su compatriota, el cual no se demoró en ir a visitarla para asegurarse de que estaba a salvo.

Tras tomar sus pistolas Angelique, y adecentar su vestimenta tanto ella como su inseparable Lola, corrieron a cubierta acompañadas de la eisena Zelinda.
Linda, si ya de por sí imponía lo suyo, acorazada de aquella forma y con ese guantelete armado al que llamaban Panzerhand, casi daba miedo.
Desenvainó la espada larga con la diestra para usar el Panzerhand con la siniestra.

También visteis llegar a Oleg, ¡como para no verlo! Los dos metros de ussuro iban ahora con un hacha que parecía tan grande como una persona.
Estaba serio y oteaba el horizonte tratando de ver algo entre la bruma.

Organizando a los hombres estaba el contramaestre Gracia. El corpulento castellano gritaba órdenes con su habitual mala hostia, y pronto los soldados así como los marineros se habían posicionado en dos filas de arcabuceros que rodeaban la cubierta.
Debajo suyo, en el cuarto de los cañones, ya habían tomado posiciones y tenían la pólvora a punto.
¡Señoritas! os gritó. ¡Venid aquí! os hizo grandes gestos para que os acercarais.

Si sabéis disparar, poneos en la segunda fila. Si esos desgraciados consiguen abordarnos, abriremos un pasillo para que entren y les rodearemos. Cuento con vosotras para el cuerpo a cuerpo. explicó, y la imponente figura de Oleg le obligó a añadir algo más.
Y contigo amigo. le dijo al ussuro que sonrió de manera exagerada y artificial.

Mientras, José recibió de manos de uno de los soldados un arcabuz, al tiempo que le indicaban el palo por el que subir.
Trepó y tomó posiciones en una de las cofias, con otros dos soldados que le saludaron con una leve reverencia.

El Capitán Rodríguez tomó posición en el puente de mando y comenzó a dar órdenes con aparente calma.
Un soldado le trajo su sable y su pistola, que se guardó en el cinto mientras tomaba el catalejo para tratar de ver el barco enemigo.

Poco a poco, entre la niebla se dibujó la silueta de un barco.

A cada tramo que avanzaba, podían observarse más detalles como su velamen negro y bastante maltrecho, una bandera negra con una calavera y un tamaño suficiente para cargar con un centenar de hombres y un buen número de cañones.
Avanzaba a gran velocidad con la clara intención de embestiros.

Enviaste a tus guardaespaldas en busca de la escurridiza Eliza.
Tuvieron que pasar unos minutos hasta que la joven espía entrara a tu camarote tras picar a la puerta.
¿En qué puedo serviros mi Señor? preguntó en su habitual tono bajo.

La noche y la niebla dejaban poca visibilidad, pero aún así por la ventanilla de tu camarote pudiste observar como se aproximaba a toda velocidad un barco como salido de la nada.

A cada tramo que avanzaba, podían observarse más detalles como su velamen negro y bastante maltrecho, una bandera negra con una calavera y un tamaño suficiente para cargar con un centenar de hombres y un buen número de cañones.
Avanzaba a gran velocidad con la clara intención de embestiros.

Virgilia se había retirado a su camarote siguiendo la petición del Capitán.
Luca también fue hacia allí, pero tardó un rato en llegar. Por alguna razón iba cargado con un mantel, velas, una botella de vino y quién sabe qué más.
Entró sonriente cuando Virgilia le abrió la puerta, ajeno al peligro.

La noche y la niebla dejaban poca visibilidad, pero aún así por la ventanilla de tu camarote pudiste observar como se aproximaba a toda velocidad un barco como salido de la nada.

A cada tramo que avanzaba, podían observarse más detalles como su velamen negro y bastante maltrecho, una bandera negra con una calavera y un tamaño suficiente para cargar con un centenar de hombres y un buen número de cañones.
Avanzaba a gran velocidad con la clara intención de embestiros.

-<<¿Puedo pasar?>>- Preguntó sonriente cuando Virgilia abrió la puerta. -<<He traído un par de cosas. Para amenizar la velada, ya sabéis, nada fuera de contexto mientras nuestros amigos se ocupan de esos piratas.>>-

Luca corrió entonces las mesilla que todos teníamos en nuestro camarote hasta el medio de la cama, desde donde los dos podríamos sentarnos y acceder a ella. Colocó el mantel sobre la mesita y sobre él dos copas, una botella de vino y un par de velas. Al encender estas apagó el candil de la habitación, dejándola con una atmósfera íntima, de penumbra perfecta.
Sonrió a Virgilia, la tomó de la mano y la condujo grácilemnte hacia la cama, al lado de la mesita, para que se sentara.

-<<Por la dama más bella de toda Santa Lucrecia>>- Dijo ofreciéndola una copa de vino para que brindara.

Luca observó por un instante aquello que había detrás de Virgilia. La ventanilla daba al exterior y podía apreciarse el navío pirata acercándose a toda velocidad. La verdad es que era imponente, pero estaba con Virgilia y había demasiados buenos espadachines en cubierta como para perder la oportunidad. Desechó la idea de que fuera una amenaza real al instante, volviendo a centrarse en los almendrados ojos de la joven con una duda en la mirada.

-¿Qué demonios estará haciendo el capitán que no vira para impedir la colisión?.-

La frente de Gizur se arrugó levemente y dejó escapar un lento suspiro.

—Genial...

Venían a por todas, no cabía duda de ello, y tampoco cabía duda de que el capitán no lograría cumplir con su promesa... Pero Gizur era un hombre de palabra. Si decía que ayudaría, ahí estaría para cumplir su compromiso, y si decidía que no lo haría, entonces brillaría por su ausencia. No iba a pelear para salvar aquel barco. De hecho, y aunque entendía perfectamente su posición y las consecuencias de no lograrlo en aquellas circunstancias, estaba interesado en establecer relaciones con los piratas: después de todo, necesitaban a alguien que comprase las mercancías que saqueaban, ¿no?

Aún así, sabía que abordarían la nave con una brutalidad y salvajismo propia de un vendeliano, propia de cualquier pirata que se hiciese llamar pirata, diezmando a quienes se interpusiese en sus caminos y... Gizur miró a Eliza. Sólo había un posible desenlace para una mujer así en medio de una horda de piratas sin escrúpulos, y aunque cierto era que la mujer estaba a su servicio, desperdiciarla en una situación así era un sinsentido total, y esto sin olvidar cómo vería su familia el hecho de que dejase morir a una de las mejores asesinas de las que disponían por mero orgullo... El vendeliano casqueó la lengua. Parecía que no iban a haber negociaciones. Bien, se quedarían en su camarote y, si la cosa se ponía demasiado fea, saldrían a ayudar. Aunque hacía poco había bromeado con ello, la verdad era que no le causaba ni un pelo de gracia tener que luchar con aquellas asquerosas náuseas.

—¡Borg, Aren, entren! —alcanzó a gritar segundos antes de que el gran barco pirata llegase a impactar de lleno en el Santa Catalina.

Al grito del capitán de ¡Un momento! Me limité a hacerle el mismo gesto con la mano que había hecho a José y que venía a ser “Sí, sí, lo que tú digas, me importa un comino” mientras seguía cuchicheando divertida con Angelique y ahora con Zelinda que parecía que se nos unía. Algunos cuchicheos venían a oírse más altos, ya fuera por maldad deliberada o simplemente fruto de la emoción del momento.

- ¡Cómo íbamos a dejarte sin diversión Zelinda! … ¡En este barco el acero lo manejan las mujeres! Jijijiji ….. ¡Los pobres hombres van a esconderse a los camarotes! ¡Pobres! Jajajajajajaja … ¿Creéis que a Oleg le qudarán bien unas trencitas? Jijijiji …. ¡Sí, seguro que es una mujer, que sabe manejar el acero y los hombres en este barco no! Jijijiiji …

Los comentarios hirientes y sarcásticos siguieron en el camarote mientras las chicas se ponían guapas para la ocasión. Lola decidió coger su par de pistolas por si acaso. Aquellos trastos endiablados acertaban de higos a brevas, pero entre que saltaban al abordaje y no saltaban lo mismo daba malgastar una bala que cansarse esperando con el acero en la mano.

- Oye, Zelinda, cuídate de que te empujen por la borda, que con la armadura esa nadar debe ser harto difícil – apunto Lola con cierta preocupación. Entendía la utilidad de la armadura de la eisena para detener golpes (y vive Dios que pensaba ponerme detrás de ella), pero en un barco era una apuesta arriesgada.

Asintió al señor de Gracia y tomó el arma de fuego que le tendían. Mejor gastar la pólvora ajena que la propia. Tampoco tenía necesidad de ponerse en primera fila para recibir las primeras estocadas y las balas perdidas de los piratas. Los hombres tenían su utilidad.

- Ten cuidado con los arañazos allá arriba jijiiji – pinchó Lola cuando José se disponía a subir allá arriba – Te dejaremos uno pequeñito para que puedas contar en las recepciones lo valiente que has sido contra los piratas, señorito jijiijiji – siguió pinchando conforme trepaba por el palo.

Oh mi señora Lola no ofende quien quiere sino quien puede, cuando querais me batiré con vos  con la espada,  o en otras apasionadas artes pero antes  cada cual  en su sitio los peones a pie de borda y los generales en lo alto. Digo mientras me descubro hacia ella y comienzo a trepar por los aparejos.

 Una vez arriba y aceptando el reconocimiento de mis compañeros de destino,  les digo:

 Aquí y ahora no hay títulos ni prebendas, somos compañeros de armas, hermanos en la batalla que se avecina castellanos todos y vamos a demostrarle a los malnacidos que se nos avecinan como nos las gastamos los  castellanos demoslés tal ración de plomo que cuando acaben sus malditas almas se vayan directas al fondo del mar , así que hermanos conmigo "POR CASTILLA, POR EL BUEN REY SANDOVAL Y POR NUESTRO CAPITÁN DON ANDRÉS"

 Preparemos nuestras armas, fijad los blancos y asegurad el tiro que cada disparo sea una baja, un enemigo menos para nuestros hermanos de abajo.

Angelique pone los ojos en blanco ante tanto discursito y exhortación por el rey, la patría y la oficialidad.

Cuando los hombres empiezan a soplar esas sandeces es por que no van a hacer nada especialmente util. Por su parte tenía toda la intención de por el momento quedarse en segunda fila. Disponía de tres pistolas de pedernal con las que dar un amable recibimiento a la banda de facinerosos que se acercaban a interrumpir su aburrido crucero.

Cubriendose la frente con la mano para evitar el sol la cegara prestó atención al barco en cuestión.

El barco pirata venía a toda velocidad con la clara intención de arrollaros, y más de uno dudaba de porqué no ordenaba el Capitán maniobras de evasión. Casi parecía que quisiera que le impactara de lleno en el lateral...

Cuando ya faltaban escasos nudos de distancia, el Capitán Rodríguez reaccionó y ordenó cerrar velas al tiempo que giraba bruscamente el timón.
El Santa Catalina redujo drásticamente su velocidad a la vez que cambiaba 90º su posición. El barco pirata no tuvo tiempo de rectificar su trayectoria, y sin quererlo habían quedado lado a lado con vuestro barco.

¡¡Cañones!! ordenó el Capitán, y como si de ecos se trataran, sus órdenes fueron repitiéndose varias veces hasta que los cañones del Santa Catalina comenzaron a descargar su furia contra los forajidos de la mar.

Los piratas también iban armados con cañones que no dudaron en disparar, pese a haber perdido unos instantes al verse truncada su maniobra de choque.
Al tiempo que los cañones tronaban, desde cubierta y desde lo alto de los palos comenzaron a caer una lluvia de disparos.

José desde la cofia había arengado a la pareja de soldados que le acompañaban, los cuales alzaron los puños como si ya hubieran vencido.
¡Por Castilla! gritaron y sus disparos comenzaron a enviar piratas a las aguas, al igual que los que propinaba el propio José.

Angelique también hizo gala de su puntería y al menos un par de desgraciados cayeron bajo las balas de sus pistolas. Incluso Lola, casi sin quererlo, le acertó a un rufián que intentaba saltar al Santa Catalina, enviándolo al agua.

Con el fuego cruzado, la cubierta se llenó de humo y de las primeras víctimas de vuestro bando; jóvenes soldados que habían formado la primera línea de arcabuceros.
Precisamente, su caída dejó el espacio suficiente para que los piratas vieran el momento de abordar.

¡¡Boarding!!* sonó una voz furiosa desde alguna parte del barco pirata.
Enseguida comenzaron a saltar o a llegar colgando de los cabos, una multitud de hombres de aspecto desaliñado; pantalones anchos, la mayoría descalzos, con el pecho descubierto o algún chaleco o camisa sin mangas. La mayoría llevaban pañuelos o sombreros en la cabeza, e iban armados con sables, cuchillos y algunas pistolas.

Enfrente, los soldados castellanos, con su coraza y sable, o incluso los marineros, ataviados con ropas de mayor calidad y armamento más fiable, parecían mucho más preparados.
Pero los piratas venían enfurecidos y atacaban de forma salvaje, haciendo que no estuviera nada claro quién iba a ser el vencedor.

Reunidos en tu camarote, que quedaba algo estrecho para cuatro personas (siendo tres de vosotros bastante corpulentos), notasteis como el Santa Catalina giraba de forma brusca 90º poniéndose lado a lado con el barco pirata.

Eso desató una lluvia de cañonazos de uno y otro bando, con uno de ellos impactando prácticamente en la ventana de vuestro camarote.