Partida Rol por web

Al buscar sobre los detalles impresos en la tarjeta, lo más que puedes encontrar es un panfleto informativo sobre el muelle de Hyde Street. Un lugar que parece estar destinado a la historia naval americana, en el cual fondean barcos que han sido declarados patrimonio histórico nacional, por haber jugado un papel fundamental en el transporte de mercancías entre el continente y las colonias.

Cuando te centras, sin embargo, en mirar la tarjeta con tus "verdaderos" ojos, lo primero que eres capaz de sentir es la tirantez que los hilos del tiempo ejercern sobre la misma, como si arrastrasen de ella desde la mismísima costa de San Francisco. Estos hilos, sin duda entresacados del tejido intrincado del Tapiz, resuenan de manera dinámica, proporcionando una sensación ineludible de inevitabilidad. 

A lo lago de la jornada, Frank tampoco te pudo aclarar nada más. No sabía quién era esa mujer, y sus conocidos tampoco habían oído aquel nombre. 

Decidiste entonces acercarte a la zona del muelle, saborear un café, relajarte. Tras la celosía, el mundo parecía encontrarse en paz y sin embargo, tal y como había ocurrido cada vez que habías intentado atravesarla desde que habías llegado, al vislumbrarla te sobreviene un sentimiento... De tirantez. De presión constante. De cambio encasillado, de fuerza encorsetada. La sensación es incómoda, sin lugar a dudas. Y parece fluir de manera constante, como si de hecho se encontrase encarrilada a través de un embudo que sólo la dejase derramarse en su justa medida. 

Aquel sentimiento te sobrevino, y durante un instante pudiste entrever el mundo tal y como lo veían los seres que no pertenecían a las tierras de la carne. Edificios grises, construcciones rígidas de bordes casi perfectos, carriles plateados, férreros, a un lado y a otro, dividiendo el terreno en diferentes secciones. Remansos de caos, de desorden puro, aquí y allá, contenidos entre aquellos carriles, entre las construcciones perfectas. Un ruido ligeramente chirriante, constante, que se repetía aquí y allá. El sonido de un motor a ralentí, a lo lejos. Y de pronto, de nuevo el parque, como si una fuerza desconocida te hubiese vomitado, justo en el lugar del que habías partido en un principio. 

Una sensación nauseosa se instaló en la boca de tu estómago, y la sensación cálida y líquida de la sangre que goteaba por tu nariz llegó antes siquiera de que te invadiese su sabor ferroso. Un niño con una pelota de baloncesto entre las manos, desde los arbustos, te miraba asustado, con los ojos abiertos como platos. Y antes de que pudieras alcanzarlo, o decirle cualquier cosa, corrió, perdiéndose entre la vegetación del parque. 

Bien, todo parecía indicar que debía presentarse en ese lugar en dicha fecha. Y no antes, ni después. Max lo tenía claro.

Pese a ello, la idea de acercarse a echar un vistazo rumiaba en su cabeza. No sabía qué esperaba encontrar, quizá una puerta misteriosa con un cutre letrero de papel pegado en la madera. O quizá un callejón sin salida con algún mendigo pidiendo algo para comer. Podían ser mil cosas y podía ser ninguna.

Pero finalmente Max decidió hacer caso a su mentor. Se pasaría en la fecha indicada. Mientras tanto, no podía hacer mucho más por averiguar algo acerca de la identidad de esa... vidente. Así que decidió dedicar los siguientes días a casos más mundanos... y a entrenar. Sobre todo a entrenar.

Todo eso de la magia era muy nuevo para él. No estaba seguro de qué podía y qué no podía hacer, pero aprendía cada día más. Sabía también que no debía probar el alcohol... no al menos cuando pensaba usar la magia. Alcohol y magia eran una mala combinación... pero él no podía evitarlo. Estaba en su naturaleza, y así se lo hizo saber a un maestro, que continuó enseñándole a regañadientes.

Habiendo preparado todos los detalles precisos, Naem Strauts realizó un llamado, desde la comodidad de la bañera del hotel al que había llegado, quizá por libre albedrío, quizá de manos del Destino. 

Una sensación vibrante recorrió por entero su cuerpo, mientras su alrededor cambiaba, tomando la tonalidad de una amplia gama de grises, mientras el grifo de la bañera goteaba, de pronto más lejos de lo que hubiese podido imaginar. Un humo, intangible, oscuro, se condensó a su alrededor, llenando la bañera, poco a poco, cubriendo primero sus piernas, y su torso, deteniéndose momentánemanete, rondándolo, como si quisiese estudiarlo, probarlo, examinarlo...

Un ligero siseo resonó entre las paredes de cerámica de la vieja bañera, y la marea humeante ascendió. Cubrió su pecho. Cubrió su cuello, su rostro. De pronto inmóvil, Naem sintió que durante breves segundos, dejaba de respirar. ¿O habían sido horas? ¿Quizá días? Un mareo palpitante se instaló en el fondo de su cabeza, mientras su cuerpo se debatía, ahora a ciegas, en una cárcel invisible que aprisionaba su caja torácica. 

Creyó desfallecer. Quizá de hecho lo hizo. El sabor de la sangre llenó su boca. Algo real. Algo a lo que aferrarse... Algo que acabó por hacerlo abrir de nuevo los ojos y darse cuenta de que no se encontraba en el mismo lugar del que había partido. 

Una bañera bastante más desvencijada que aquella en la que se había introducido lo rodeaba. El moho poblaba las esquinas en las que se juntaba la estructura a los azulejos de la pared, y el grifo parecía llevar años sin usarse. El baño en el que se encontraba estaba lleno de polvo, y una ventana rota dejaba entrever unas vistas diferentes a las de Nueva York. Unos sonidos radicalmente opuestos, aunque sin duda similares.

Era el sonido, la imagen de San Francisco, la que se desplegaba ante sus sentidos. Y ante él, los primeros pasos de un camino. Gantavy

Thomas entreabrió los ojos, con la pequeña tarjeta entre las manos. Y al alzar el rostro descubrió que no se encontraba solo. Frente a él, en una suerte de mezcla entre un sillón desvencijado y la propia silla que se encontraba frente a sus ojos mundanos en el café, una figura achaparrada, desdibujada por las arrugas de la edad y salpicada por las canas de los años barajaba un mazo de cartas que pudo entrever y reconocer. El Mago, la Torre, el Destino... Eran cartas del Tarot. 

Una risa benevolente y ajada por la senectud resonó en su cabeza, brotando de aquella cara de facciones aún por definir, mientras una sensación de balanceo, de inestabilidad bajo sus pies, se instalaba en la boca de su estómago. La figura lo miró, y durante un instante, hubiese jurado que sonreía. Aunque no podía saberlo. No lo veía. Era más bien una intuición. 

Una voz femenina, ominosa y preñada de experiencia se extendió entonces, como si llenase el local, reverberando- ¿Destino, o libre albedrío?- escuchó, sintiendo que el eco de las palabras entrechocaba dentro de las paredes de su propio cráneo- Nos encontraremos en la noche de la víspera de Todos los Santos. - añadió, a modo de sentencia, para entonces esfumarse, tan repentinamente como había llegado, dejándolo a solas con su café, con aquella música pop contemporánea que ahora casi resultaba alienígena de fondo. 

Durante un momento, Ethan tan sólo pudo tragar saliva, aún confuso y sobrecogido por la extraña visión que había tenido desde la Umbra. De forma casi refleja, su mano acudió a su rostro para tratar de contener la hemorragia que manaba suave pero constante desde su nariz, derramándose por sus labios y su barbilla. Después, cuando su mente se aclaró un poco más, tuvo la suficiente lucidez para trazar rápidamente un símbolo de curación sobre su rostro, aprovechando la propia sangre que manchaba sus dedos. (Tirada de Vida 2)

Una vez estuvo seguro de que había dejado de sangrar, se limpió la cara y las manos con un pañuelo, y comenzó a pensar. ¿Qué era lo que le había dañado? ¿Se trataba de la misma fuerza que lo había arrojado fuera de la Umbra? ¿O había sido el hecho de que el niño le había visto retornar lo que había desatado a la Paradoja contra él? En cualquier caso, poco podría saber si no encontraba al muchacho, así que se dispuso a caminar un poco en su busca antes de regresar a su casa. (Tirada de Percepción + Investigación?, si sale algo resolvemos la escena)

Los siguientes días devolvieron al joven Despertado a su habitual normalidad. No había olvidado su cita en la noche de Todos los Santos, pero lo cierto es que tampoco podía acelerar los acontecimientos, de modo que terminó asumiendo que seguir con su vida sería suficiente. El trabajo, Frank y algunos ratos pasados con Lucy alejaron de su mente los presentimientos más ominosos, pero no era capaz de dejar de pensar en las extrañas percepciones que le ofrecía la Umbra de San Francisco… muy diferente a lo que había sentido en Nueva York, cuando Caoighmin comenzó a abrir sus ojos. Tras meditarlo, decidió emplear algunas tardes en investigar ese extraño efecto. Al salir del trabajo, acudió a algunos sitios dentro de San Francisco y a otros fuera de la ciudad, lo suficientemente lejos para no sentirse en ella y lo bastante cerca para poder regresar al anochecer a su piso. En cada uno de esos lugares, llevó a cabo la meditación para caminar de lado  y tratar de averiguar algo más acerca de la procedencia de esos extraños fenómenos. Además, trató de buscar a algún Umbrole urbano poco poderoso con el que poder comunicarse y, quizás, establecer cierta relación.(Tiradas extendidas de Espíritu 3 para Caminar de Lado varias veces, con preparación previa)

Además, si algo había aprendido Ethan de su maestro es que el viaje hacia la Iluminación es sin duda un camino solitario, pero también es uno que no conviene hacer en soledad. Y que cualquier cosa que te acompañe en tu camino puede ser siempre un potencial amigo. A raíz de eso, el joven Despertado terminó sus ritos para Despertar el espíritu de algunas de sus pertenencias. Su cazadora favorita, su ordenador y un pequeño cuchillo pronto fueron sacados de su profundo sueño. (No sé si quieres tiradas, esto son rituales extendidos…)

La experiencia que acababa de sentir le reveló lo suficiente, al menos lo justo, como para imaginarse que aquella persona que los había llamado tenía fuertes vínculos con lo oculto. Aun no sabía definir si se trataba de una Despertada, pero debía serlo, eso quería creer. Trató de pensar en las cartas del Tarot que contempló, recordar qué significaban, aunque la cartomancia no era una de sus especialidades.

Thomas sentía sincera curiosidad por esa citación, especialmente por la fecha elegida. Iba a tener que tomar un avión a Estados Unidos, viajar a San Francisco, no era la primera vez que lo hacia, pero sí en tales circunstancias. Pero antes que eso iba a querer documentarse, prepararse para ese viaje.

Destino o libre albedrío. repitió las palabras de la pregunta en susurros mientras se terminaba el café.

Sí, sentía curiosidad. El siguiente paso era satisfacer esa curiosidad, pero antes tenía que hablar con viejos conocidos.

La calle, Cathbad pensaba, era una amante exigente. Necesitaba dedicación y atenciones para dar todo aquello que tenía, para descubrir sus secretos a quien fuese lo bastante tenaz como para sumergirse en sus recovecos más profundos y ocultos. Y como amante exigente, era difícil inflamarla en un primer escarceo. Cathbad ya estaba acostumbrado a encontrarse con miradas hastiadas y rostros torvos como respuesta a sus indagaciones, de modo que el mutismo de los desesperados y los niños perdidos del muelle de San Francisco no era nada que lo pillase por sorpresa.

Como una sombra, deambuló por el muelle de Hyde Street, dejándose embriagar por el aroma delicioso y al mismo tiempo nauseabundo del mar, cargado de sal y la peste de los organismos en descomposición, que se maridaban para engendrar una melaza pastosa de nostalgia y recuerdos velados por nubes de tormenta. Nadie parecía verlo. O mejor dicho, fingían no verlo. Quod fuit est sicut quod erit, et quod erit est sicut quod fuit*. Así había sido desde que tenía memoria, y así habría de ser siempre. Tanto mejor, pensó la sombra. La impúdica falta de decencia humana jugaba a veces a su favor. Así podría recorrer el puerto sin que nadie lo importunase.

El panfleto que recogió del estante de una oficina de turismo estaba repleto de basura. Era la clase de información que solo resultaba útil para engañar a los turistas y robarles unos cuantos dólares por hacerles creer que el polvo que pisaban era más especial que algún otro, pero Cathbad necesitaba la verdad. Y la verdad no estaba escrita en papel y tinta. Al menos, ninguna verdad que le permitiera descubrir la ubicación del lugar que estaba buscando. Si solo hubiese de obedecer a los sentidos que gobernaban el reino de lo obvio, el Ojo de la Tormenta bien podría ser una leyenda urbana inventada por un crío de seis años.

Por eso, el brujo hubo de recurrir a otros sentidos, los que percibían el mundo intangible de lo maravilloso y lo terrible, de las pasiones y la muerte. Tomando el athame negro y recubierto de inscripciones del que Diana le hiciese entrega en su día, Cathbad lo movió con la precisión de un cirujano, cortando con su romo filo las ataduras que mantenían su conciencia anclada al universo terrenal. En cuanto terminó su breve ritual, le sobrevino una sensación de profundo y abrumador sobrecogimiento. Las calles y carreteras eran arterias colapsadas y embotellamientos sistemáticos que lo conducían todo en una dirección contra natura. Casi podía ver los ganchos, los alfileres que iban de acá para allá, extendiéndose decenas de metros y atravesando todo aquello que veía, aunque realmente no los veían sus ojos, sino que los sentía su corazón. A Cathbad le pareció como si todo lo que lo rodeaba permaneciese inmóvil y a la espera, del mismo modo que una libélula empalada por agujas aguarda su vivisección. Opresión y estasis.

Una gigantesca tela de araña invisible.

Los sentidos de Cathbad regresaron abruptamente a través de un cristal empañado tras el cual no había nada. El hechicero permaneció en silencio, con el ceño fruncido, mirando a un punto concreto que solo existía en su imaginación. No había nada que pudiese hacer, al menos hasta que supiera más. Y solo una persona podría darle el conocimiento que necesitaba: madame Verthank, en la noche de Samhain. Entretanto, Cathbad tenía preocupaciones más inmediatas, como saber qué iba a comer y dónde dormiría. Las demás cuestiones deberían esperar dos semanas.

La tarjeta había dicho todo lo que tenía que decirle, y eso era suficiente para saber lo que tenía que hacer, el tiempo y el destino lo estaban llamando y eso era una invitación que no podía resistir. En la mente de Steeve aún resonaban las piezas de ese rompecabezas, una vidente extranjera, un muelle de barcos antiguos, el ocaso en la noche de todos los santos, que es también la noche de todos los muertos en algunos lugares, justo un día después de Halloween. Había sin embargo una pieza extraña, el "ojo de la tormenta" parecía no encajar, a menos que se tratase de un barco o que efectivamente iba a desatarse una tormenta allí. Quería resolver ese detalle antes del momento indicado, así que decidió viajar lo antes posible a San Francisco y recorrer personalmente ese muelle.

Se tomó la tarde para armar su bolso de viaje, colocar en él sus pertenencias, y tramitar los permisos para mover su arma de un estado a otro. Reservó un departamento sencillo para hospedarse por dos semanas en San Francisco, a pocas manzanas del muelle, y cerró las oficinas con un cartel que decía "Enseguida vuelvo". 

I can see the lights in the distance,
trembling in the dark cloak of night.
Candles and lanterns are dancing, dancing
a waltz on All Souls Night.

31 de Octubre, tarde.

Seis Magos cruzan el centro de San Francisco camino a su encuentro con la misteriosa adivina, Madame Cleo. Retazos de una niebla tardía ruedan a través de los valles de cemento bajo Nob Hill. Mientras viajan hacia el norte por la calle Taylor, pasan el Hotel Hilton recubierto por sus paneles de aluminio, apartamentos de estilo clásico y revivalista, algunos como hermosas casas victorianas enmarcadas por una tracería de acero forjado. Algunos de los edificios más pequeños, como los clubs y teatros, lucen tejados pintorescos de estilo español o excedentes arquitectónicos de Chinatown.

Las calles están atestadas en la víspera de Todos los Santos. Niños disfrazados de monstruos, brujas y superhéroes deambulan por las aceras jugando al “truco o trato”. Grupos de padres preocupados por el bienestar de su progenie pululan no muy lejos.

En medio de la festividad, y del orden esperado en el seno de la misma, algunas pinceladas de caos salpican la escena. Aquí dos jóvenes de estética punk se pelean por el derecho a destrozar una calabaza decorada; allí un desahuciado buscando algo de suelto, primero pide y luego asalta a un hombre de negocios. La escena callejera sobrecarga los cinco sentidos: tráfico denso pero rápido; cláxones sonando y neumáticos chillando; el sabor espeso del humo de los tubos de escape; una sensación de claustrofobia.

En medio de todo, desde alguna radio, de los propios coches, o alguna televisión cercana, los seis pueden escuchar:

“… sin comentarios. Ahora vamos a conectar con Merika Seth, en directo desde Taylor y California. ¿Merika?”

“Gracias, Bob. Desde mi posición sugiero a todos los oyentes que eviten por completo el centro. Incluso Taylor, que normalmente está libre, está atestada por los vehículos que huyen del atasco en la Gran Avenida. La situación del tráfico se debe en parte a un aumento final del tráfico en la hora punta y a las multitudes de niños disfrazados. Pero principalmente podemos agradecérselo a la victoria en las Series Mundiales de esta tarde de nuestros Gigantes sobre los A de Oakland. Creo que todos estarán de acuerdo en que el apasionante resultado de esta serie de seis partidos compensa con creces el retraso.

Y esos temblores que dañaron los dos estados a principios de mes fueron toda la excitación que nos pudo dar la Madre Naturaleza. Este último día de Octubre acaba con una temperatura media de 16 grados centígrados. Para mañana, preveo un tiempo más excitante —tormentas y mucha lluvia para la primera semana de Noviembre.”

El primer presentador, Bob, corta a Merika: “Y todos sabemos que las predicciones de Merika nunca son erróneas. Esto ha sido el tráfico y el tiempo, aquí en la KWLF. A continuación…”

Los seis Despertados llegan a la intersección de Taylor y California a tiempo de ver a Merika Seth terminar su informe. Un tranvía verde y rojo gira lentamente hacia el este, subiendo hacia Nob Hill, arrastrado por su cable de acero sin fin. Entre los apartamentos y hoteles destaca de pronto la Catedral Grace, con su extraño estilo arquitectónico descrito como “Gótico de Cemento Armado”. Sus rosetones iluminan el anocher.

Ethan caminaba sin prisa, acercándose al lugar del encuentro. Se había acercado al centro en autobús, pues el atasco que saturaba las calles de la ciudad no era algo que hubiera pillado a nadie por sorpresa. Con las masivas aglomeraciones que generaba cualquiera de las grandes festividades, el centro de las ciudades se frenaba como un corazón enfermo. A pesar de la multitud que lo rodeaba, el joven mago caminaba ligeramente ausente, como si su atención estuviera muy lejos de la propia calle. Y, en cierto modo, era así, pues sus sentidos estaban más atentos en el colgante de cristal que colgaba de su pecho. Él mismo había fabricado el amuleto, siguiendo las indicaciones de su antiguo maestro, y se había acostumbrado a la sensación del frío cuarzo sobre su piel, que parecía transmitirle el tenue latido de la magia a su alrededor. (Cardinal 1: Vigilancia del Tejido)

Siendo absolutamente sincero, estaba nervioso. A pesar de que llevaba todo el día tratando de convencerse de lo contrario, era la primera vez que se inmiscuía en algo que podría resultar verdaderamente peligroso. Sí, es cierto, había tenido alguna que otra sorpresa desagradable en sus incursiones en la Umbra, pero nunca había tenido ese presentimiento tan… extraño. Como si algo fuera a suceder, y no lograra encontrar la forma de evitar que suceda. Era por eso que, a pesar de que quería pensar que todo esto no llegaría más lejos que una charla con la vidente, llevaba en el bolsillo de su cazadora un cuchillo que había preparado a tales efectos. No es como si supiera usarlo bien, claro… ni tenía intención de utilizarlo pero… de algún modo, ayudaba a ahuyentar sus fantasmas.

Al llegar a la intersección de las calles, se detuvo un momento y su atención recayó un poco más en el mundo físico. Casi sin proponérselo, desvía la mirada hacia la presentadora, que habiendo terminado su momento en antena, charla con sus asistentes. Al pasar junto a ellos, Ethan los observa con más interés, pero termina desviando la mirada cuando sus ojos se cruzan con los de Merika durante un instante. Al parecer, todo tipo de personas van a reunirse esta noche en esa zona. Y el pensamiento de que probablemente no sea el único Despertado convocado vuelve a cruzar entre sus ideas. Lo había pensado varias veces, pero no tenía una forma real de identificar a los que se definían como sus iguales. A menos que… destacaran. Él mismo no resultaba tan llamativo, es cierto, pero nadie podría pasar por alto a Caoighmin, y algunos otros Despertados de Nueva York que pudo conocer eran como mínimo… particulares.

Alentado por esa idea, echó un vistazo a su alrededor, tratando de buscar a alguien que se saliera de los estándares. Una curiosa noche para hacerlo, desde luego, sumido en una horda de duendes y fantasmas, pensó mientras observaba la multitud, y dedicaba una última mirada a Merika y su grupo. (Percepción + Alerta / Consciencia)

San Francisco se veía muy diferente bajo la luz del ocaso. Sin embargo, a aquel pájaro de mal agüero solo le hacía falta echar un vistazo al asfalto, a las fachadas de los edificios, cuya pintura reluciente no podía ocultar la inmundicia que se escondía en su interior, y a las ventanas empañadas de mugre, desde las que ojos inquietos observaban la calle. Nuevamente, constató que por mucho que cambiase de lugar, el juego seguiría siendo siempre el mismo. Arrugó la nariz como oliendo mierda. Sacó su arrugada caja de cigarrillos, rascó una cerilla y encendió tranquilamente un cigarro, cerrando los ojos un instante, dejándose inundar por la ciudad.

Lo primero que sintió fue el calor casi quemante de su cigarrillo, que fluía en oleadas desde sus labios, estimulando todo su rostro. Casi podía notar el suave crujido del tabaco consumiéndose en el interior del papel. Se concentró en la intensidad del fuego dador de vida, intentando despertar sus sentidos y otorgarles mayor agudeza. Un rumor confuso y caótico llegó a sus oídos, el ir y venir del tráfico en las calles del vecindario, y las voces de las almas que, o bien no habían vuelto aún a la seguridad de sus hogares, o bien no tenían ninguno en el que refugiarse. Ruido. Muy despacio, Cathbad abrió los ojos. Las luces de las farolas recién encendidas, las provenientes de las ventanas y los faros de los vehículos lejanos, e incluso el cigarrillo de algún fumador ocasional, se presentaban ante él como fuegos molestos. Inspiró lentamente por la nariz, y un olor caliente y empalagoso, mezcla de muchos aromas y hedores, llenó su cabeza, aturdiéndolo momentáneamente.

Intentando relajarse, Cathbad dio una calada a su cigarrillo, aspirando su tóxico humo, y se sintió algo mejor. Ante él se imponía, una vez más, el extraño y asfixiante paisaje del centro de la ciudad. Lo primero que pensó Cathbad era que aquello parecía el intestino de un animal que no hubiese cagado en una semana. Miles y miles de urbanitas alborozados se empeñaban en salir a celebrar Samhain como si tuviesen la menor idea de lo que significaba, congestionando el espacio y provocando interferencias tanto en el reino de lo visible como en el de lo invisible, haciendo imposible recibir nada que no fuese estática sensorial. Severo, cruzó la calle en dirección al cruce entre Taylor y California, prestando poca atención a las banales informaciones que alguna reportera lanzaba al aire desde la atestada calle. Sí contempló con algo más de detenimiento, si bien no con admiración, la catedral Grace, monumento a la vanidad y a la estrechez de miras. Gruñó. La visión de aquel ídolo superfluo lo ponía de mal humor.

Mientras avanzaba, Cathbad se levantó las solapas de la gabardina e introdujo las manos en los bolsillos; aunque caminaba con aparente despreocupación, era como si intentase protegerse de un ambiente sofocante y agresivo. Solo deseaba llegar a su destino lo antes posible, fuese cual fuese.

_{- Gantavy.}

Susurró entonces al dejarse, sí, dejarse hacer por las fuerzas espirituales y cósmicas. Claramente hace ya un año y algo había dejado de ser una persona normal, muy como su maestro en toda su sabiduría y grandeza de espíritu y de corazón le explicó, alguien que no solo no temía o más bien, no negaba la temporal muerte ante la chance de no solo ser uno con los espíritus de aquel mundo colorido que apreciaba por sobre todas las cosas, sino que lo aceptaba y abrazaba con gusto hacia consigo mismo. Tras el shock físico de lo poco humano que le quedaba, se agarró del borde de la tina o del lavamanos si estaba cerca, la pared incluso, pero del nuevo lugar donde se ubicaba. Con fundamentos básicos de la aptitud que conectaba todos los infinitos puntos en el espacio, "Correspondencia", era que más o menos entendía que no estaba en N.Y. donde llegó desde la India, sino que en otro lugar. Oh joder, esto era la costa oeste de U.S.A., había viajado el país entero a su largo o más bien a sus anchas en cosa de posiblemente minutos o pocas horas a lo mucho. Total, en el mundo dimensional o espiritual no existía el tiempo como dicho, pero sí aquí, y se le hacía impresionante aún si no dudara ni un poco de la gran habilidad que tenían los seres de la Umbra a los cuales reverenciaba, no con religiosidad ni fanatismo, sino con podría decirse, amor, sincronía.

Se alzó entonces mirando el lugar derruído en el que estaba. Para él era normal, incontables noches y días en los que tuvo que buscar refugios como este para sobrevivir una noche más, hambriento, cansado, sediento. ¿Por qué volvió a este lugar de todos los lugares? Porque tenía que y quería cumplir su misión, su búsqueda personal que le recomendó su maestro mismo. Miró por la ventana y reconoció el lugar sin problema.

Tras salir de ahí, se hizo con todo lo necesario, ya sea mendigando, haciendo shows callejeros, nuevos amigos, trabajos temporales si era necesario y lo que fuese, tal cual. Pretendía, por supuesto, haberle devuelto los favores al espíritu que le transportó aquí durante esos 15 días, de no haber sido la misma Umbra la que le abrazó amablemente y le dejó donde su Destino exigía. Pensó durante esos días entre meditación, show, supervivencia, fiesta y meditación de nuevo en si la Umbra misma era un gran, inmenso espíritu. Algo así era el caso como le habrá explicado su maestro en su día y su motivación, la de unir este mundo tangible y opaco con el universo lleno de chances que era el de los espíritus solos e reforzaba con más fuerza, aún con todas estas pesadillas y problemas que había encontrado en el regreso. Por lo general, se hizo con lo necesario humanamente hablando hasta ir al lugar encargado. ¿Qué, que eran 15 días que tenía y no unas pocas horas? ¿Tan apartado estaba de este mundo, esta bola de tierra no-dimensional que había obviado eso? Vaya.

• • •

Ya con todo conseguido, comida, cosas, plata, más plata, comida y más plata además de haberse reacostumbrado un poco al lugar en general terminó por dirigirse ahora sí al lugar en el momento que debía, dicho sea, el Muelle de Hyde Street en esta ciudad misma. Al ir escuchando y notando todo pensó en lo vápida y carente de espíritu que era esta civilización, este país. Apretó su puño casi por completo pensando en aniquilarlo todo pero entonces se calmó, pensando en que algo bueno tenía USA, y era su cultura urbana y callejera, el rap, graffiti y todo tipo de cosas en general, siendo últimamente otro de los paisajes que él apreciaba, nada más. Estar unos pocos años fuera le hizo ver todo al revés, diría, pero eso no era raro ni para un viajero ni para un Despertado, mucho menos para alguien que es ambas cosas. Así, suspiró y se deslizó entre las personas con sutileza, siendo ignorado y demás por las multitudes, obra de su "Arcano", la aptitud que él mismo ganó de manera intrínsica como le fue explicado para dirigirse hacia el lugar, si bien parando a ojear la catedral aquella por un rato.

Me pregunto si podré convocar o conversar con espíritus sacrosantos o ángeles de alguna especie aquí, pensó el joven a medida que observaba como ciertamente este lugar debía ser excepcional para poder charlar con ese tipo de seres dimensionales. Todo tipo de seres eran geniales, si bien no dudaba ni un poco que el Choeur Celeste dominaba todo este asunto y seguramente le echarían a patadas o calcinarían con un rayo sagrado por ser lo que era. Suspiró recordando las  historias de la discriminación a los Cuentasueños que le fueron contadas y superó su tentación, dirigiéndose sin más al muelle, su colgante de cuentas budistas rebotando sobre su cuello sutil pero constantemente. Quizá debería buscar algún ente al cual ayudar. Es más, buscaría si hay alguno alrededor para hacerle un favor rápido y de paso recargar, quizá, con algo de esencia espiritual su Maravilla.

¿Qué deparará el Destino ahora?

Máx miró el reloj. Aún era pronto para llegar a la cita pero estaba intranquilo. Con el tráfico que anunciaban en todas las emisoras seguramente podría retrasarse. Lo justo y suficiente para no llegar a tiempo.

Con esto de la magia había que ser muy preciso, o eso le decía siempre Robert. Aunque claro, había otros magos, como Gandalf, que siempre decían que un mago llegaba cuando tenía que llegar... ni pronto ni tarde.

Sonrió. Le había hecho gracia su propio hilo de pensamiento. Pero volvió a concentrarse en la carretera. Había prestado poca atención al asunto de Madame Cleo. Apenas le había dedicado un par de días desde que recibiera la invitación, pero al dar todo con puntos muertos y, tras escuchar el consejo de su mentor, decidió dejar que el destino siguiera su curso y presentarse tal y cómo se le solicitaba.

Conducía su viejo Camaro. Viejo que no destartalado, pues a pesar de sus escasos ingresos se las apañaba para mantenerlo funcionando. Con multitud de rayones y la capa de pintura descascarillada, con algo de esparadrapo y cinta aislante para sujetar uno de los retrovisores, aquel coche desde luego no merecía la pena ser robado. En su época había sido un gran coche... pero era obvio que había pasado por tiempos mejores.

Blanco, con algunos regueros de óxido y la puerta del copiloto mal enganchada y a punto de caerse, era el único medio de transporte que Max podía permitirse a día de hoy. Y ojalá su exmujer no decidiera apretarle un poco más con el tema de la pensión.

Y entonces sus ojos se fijaron en la catedral Grace a medida que anochecía. El espectáculo era muy bello y la estructura de algunos edificios de la ciudad lograba en ocasiones captar toda la atención de Max... sumiéndolo en un mundo de paz, calma y tranquilidad.

Le dabas vueltas a aquel asulto, planteándote qué lugar tenía aquella pieza que no encajaba. El ojo de la tormenta. Algo que no parecía ser un lugar fijo y que en cambio aparecía como sitio en el que debías encontrarte con aquella mujer misteriosa en la víspera de Todos los Santos. Podía sin lugar a dudas tratarse de una referencia meteorológica, pero aquello resultaría quizá demasiado extraño. Incluso para alguien como tú, que ahora era capaz de Ver.

El Ojo de la Tormenta debía existir entonces, como algo y no como un evento climático. Un sitio que poder pisar, que no se encontraba aún pero que se encontraría en aquel muelle. Sí, pensar en un barco resultaba tremendamente juicioso. Sin lugar a dudas, era lo más probable. 

Al poco de empezar a sangrar y tras el miedo inicial, la sensación familiar de la paradoja retozando a tu alrededor te invadió, dejándote claro que aquella había sido su obra. El niño había ejercido de testigo mudo de aquello que su mente dormida no era capaz de comprender, y por tanto, aquella fuerza colectiva te había golpeado de lleno.

Fuiste más cauteloso en siguientes ocasiones. Y volviste a experimentar lo mismo. La tirantez, la presión constante, el cambio encarrilado. Era más fuerte en el corazón de San Francisco, y por alguna razón, te devolvía violentamente una vez tras otra al lugar del que habías partido. 

Y la primera vez que intentaste aquello lejos de la ciudad, pudiste verlo, con asombro inevitable. Aquella versión de San Francisco, estaba cubierta por una gran maraña. Una telaraña de vértices y aristas perfectos y rígidos, entre cuyos hilos se debatía un Caos subyacente y amenazador. 

El día había llegado y la hora se acercaba, tiempo y espacio se enlazaban para dar nacimiento a un hecho que Steeve venía esperando desde hace varios días. Apenas llegó a San Francisco recorrió primero la ciudad, dejándose llevar por su intuición, y descubrió porque resultaba tan cautivante, era opuesta a Boston en muchos sentidos y a la vez tenía un encanto propio. Cuando se sintió a gusto en el lugar, pasó varias tardes en la costa, observando. Sus mente había llegado a la conclusión que el Ojo de la Tormenta era algún barco que iba a estar allí al momento del encuentro, pero no se sorprendió al notar que no se encontraba varado en la costa aún. Sin duda Cleo haría su aparición en el momento adecuado, ni antes ni después.

Había salido temprano del Hotel, pero no había tenido en cuenta el movimiento de gente, la devoción por esa fecha era mucho mas grande de lo que había imaginado en esa parte del país. Al pasar por el frente de la Cathedral Grace se quedó observando el edificio, la gran roseta central parecía un ojo gigante, sonrió ante la visión, como si fuese un adelanto de lo que estaba por venir. Mientras contemplaba el vitro central del edificio, alcanzó a escuchar a una reportera hablando acerca del tráfico creciente en la Taylor st. La Iglesia miraba al centro del Huntington Park, se sintió invitado a abandonar el camino por el que venía y acercarse al jardín. Llegó hasta una pequeña escultura, niños jugando sobre el agua, acaso Cleo ha cuidado ese detalle también? 

Se sintió excitado por la concordancia, sentía que todo comenzaba a moverse, la reportera, el ojo de la Catedral, el centro de la plaza, los niños jugando, todo ello marcaba el verdadero inicio del camino en la tarde de todos los santos. Tomó su moneda y la hizo girar en sus dedos, el reloj pulsera reflejó el atardecer mientras los cristales de sus lentes apuntaban al centro del vitro de la catedral. Todo se conectaba, el tiempo y el espacio se enlazaban poco a poco, Steeve percibía como esos hilos se unían de un modo intrincado, y el tapiz vibró una vez más, revelando la estela imperceptible de lo que está destinado a suceder.

Continuó caminando por el parque hasta Cushman st., los autos iban en la dirección opuesta, se hacía más simple caminar por allí, así que eligió esa vía para acercarse al muelle. Sus pasos eran confiados, sabía que delante de él se abría el camino para llegar al punto de encuentro en el momento indicado.

Había sido un viaje largo desde Australia, no es que Thomas no estuviera ya acostumbrado, pero sus traslados solían ser por razones más mundanas que por las que ahora le traían a San Francisco. En realidad era su primera vez en la ciudad californiana, y eso se traducía en un impulso curioso que al cuentasueños le llevó a mirar todo lo que le rodeaba con atención. Había vibraciones distintas en ese lugar, el reverberar de un mundo distinto al que había aprendido a amar en el hogar de su mentor.

Atentando contra lo aconsejado por alguien nuevo en la ciudad, Thomas decidió dirigirse al lugar citado a pie, sumergirse en las calles sanfranciscanas, ver a esos niños disfrazados, envolverse en esa jornada tan especial para lo que separa el mundo de la vigilia de los demás. Definitivamente las vibraciones eran distintas, pero ya tendría tiempo de escuchar las líneas de la canción de aquel lugar.

Ahora tenía una cita con la misteriosa Madame Cleo Verthank.

Te encuentras parado ante el semáforo en rojo, en el cruce entre las calles Taylor y California. El sonido de los motores, las bocinas de los coches alrededor. La voz a través de la radio, la imagen de la catedral... Aquellas habían sido suficientes distracciones para que a penas te dieses cuenta de lo que sucedía a tu alrededor.

Para cuando la luz del semaforo se pone en verde y oyes el rechinar de las ruedas de los coches, arrancas, sin a penas fijarte, y cuando miras hacia adelante logras darte cuenta. Un Honda Civic patina cruzando en diagonal la intersección, dirigiéndose hacia ti, hacia tu coche. En su interior, un hombre de unos 50 años intenta recuperar el control del volante con expresión de absoluto pánico, en medio de una algarabía de gritos y de frenazos, y de otros sonidos que no estás seguro de querer identificar.

Te encuentras dispuesto a cruzar a la altura del paso de peatones, seguro de que el semáforo se encontraba en verde para los viandantes. Distraído, observando, percibiendo a tu alrededor, a penas eres consciente del rugido multitudinario de motores que se desata a la vez de un lado y otro de la carretera, y del rechinar de frenos que suena a lo lejos. 

Cuando tu subconsciente parece soltarte, y te fijas, alertado por una sensación de mal presagio, logras ver un Honda Civic, cruzando la intersección en diagonal, con un hombre de unos 40-50 años al volante, tratando de recobrar el control del vehículo con expresión de absoluto pánico mientras se dirige cláramente hacia un coche de color blanco, cláramente desvencijado, amenazando con empotrar a cualquier otro vehículo o viandante que se cruce por su camino.

Una motocicleta, de hecho, se ve obligada a esquivar bruscamente, saliendo su conductor despedido hacia adelante al chocar contra el capó de un vehículo todoterreno. El sonido de su cuerpo al caer sobre el asfalto, bajo las ruedas que poblaban aquel atasco caótico, no presagiaba nada bueno. Otro coche a su lado, un turismo de color rojo, derrapa hacia la derecha. Hacia donde te encuentras tú.