Partida Rol por web

El camino de aquel grupo de seis unido por el Destino, o quizá por el Libre Albedrío, llevaba, de mano de las directrices de Norna, hacia Haight-Ashbury, un conocido distrito residencial, situado en una privilegiada zona de clase media-alta de San Francisco.

No cabía duda del nivel adquisitivo de sus convecinos, pues únicamente en un barrio como aquel podía observarse tal conjunto de hogares cuya fachada correspondía a los estándares del siglo XIX. Casas victorianas estilo Reina Ana representaban aquellas que aparentaban ser más costosas. Y las viviendas más "pobres" constituían una exhibición de estilos arquitectónicos de la europa más refinada. Repartidos entre estos museos habitados, se encontraban apartamentos, casas y pisos de buena planta, con jardines adosados de aspecto cuidado.

Las aceras limpias y el mobiliario urbano conservado acababan por dar el broche final a aquella impresión de barrio bien posicionado a Haight-Ashbury, y a medida que el grupo se acercaba al 752 de la calle Ashbury, quizá incluso podía llegar a imaginar caballeros enfundados en sus trajes y damas protegidas por sus parasoles bajo un sol que en aquellos momentos brillaba por su ausencia, escondido tras nubes oscuras de lluvia inminente que parecían ir poco a poco oscureciendo el cielo. 

Finalmente, el grupo detenía su camino frente a la residencia de los Weaver. Una casa de estilo victoriano, bien cuidada, con un porche circular y una torre solitaria que parecía saludar, señorial, desde las alturas. A primera vista, todo parece tranquilo. La puerta está cerrada y las cortinas abiertas. El brillo de las imágenes en movimiento de una televisión y el sonido del noticiario de la mañana se adivina a través de las ventanas de un salón en penumbra. La voz de aquella mujer que había retransmitido el estado del tiempo desde el cruce, resonaba inteligible a medias. Merika Seth anunciaba chubascos tormentosos cuando las primeras luces de la mañana no eran capaces de traspasar del todo las densas formaciones nubosas. 

Norna se adelanta hacia la puerta y toca. Tardan en responder y ella mira por la ventana de la izquierda, guiada por el sonido de las noticias, sin ver a nadie.

-¿No sueles llevar las llaves cuando sales de casa? ¿Vivís tu madre y tú solas? -Preguntó Ethan, adelantándose desde la acera hasta colocarse al lado de la joven mientras se arreglaba con la mano derecha la camisa. El joven mago mantenía su mano izquierda junto al colgante de cristal sujeto a la cadena que le rodeaba el cuello, atento a cualquier forma de magia desconocida que pudiera sentir. Además, echó un buen vistazo a su alrededor. El resto de casas parecían vacías y tranquilas, pero también lo había parecido la catedral antes de que todo se sumiera en la locura. Relajar la atención era un lujo que no se podía disfrutar en tiempos de conflicto. Al menos, cuando se intentaba salir bien parado.

Había tenido bastante tiempo para pensar, mientras viajaban hasta el lugar en el que ahora se encontraban. Mientras parecían cambiar de ciudad, como si el escenario los hubiera trasladado de nuevo a otro lugar, a otro tiempo. Tan sólo la joven Norna, que en esos momentos observaba a través de la ventana, otorgaba algo de continuidad a los sucesos. Unos sucesos que cada vez involucraban a más poderes. Cob... Una entidad capaz de retorcer y destruir la razón y el cuerpo de aquellos que le servían. Pero también Madame Cleo, quien evidentemente tenía sus propios intereses en todo lo que sucedía. Los Merodeadores que habían aparecido en el cruce, en busca de Norna. Y finalmente esos extraños hombres que habían aparecido en la Catedral y habían abierto fuego sin más. Para esos últimos, Ethan conocía una palabra que había escuchado de labios de Caoighmin. Tecnocracia.

Demasiados actores, demasiados intereses, como para dar por supuesto que en la casa de Norna les esperaría simplemente una madre cariñosa preparando el desayuno. Una desagradable sensación de desasosiego se adueñó de Ethan, acrecentada por la lúgubre luz que dejaban escapar las nubes de tormenta. Tenía un mal presentimiento respecto a la visita a la casa.

-Tenemos que estar preparados para cualquier cosa. -Comentó hacia los demás Despertados. -Si alguien ve o siente algo raro... que avise en ese mismo momento.

Después, se giró hacia Norna de nuevo.

-¿Alguna forma de entrar si no abren? ¿Soléis dejar abierta la puerta de atrás? -Preguntó, mientras trataba también de observar algo inusual al otro lado de la ventana.

Lo primero que hizo Cathbad al salir del vehículo fue mirar al cielo. Encogió los ojos para que sus pestañas los protegiesen del sol que se filtraba a través de unas densas y arremolinadas nubes de lluvia, convirtiendo la mañana en un paisaje dramático y gris. Sorbiendo por la nariz, se levantó las solapas de la gabardina y echó a caminar junto a los otros Despertados, con las manos en los bolsillos.

Por algún motivo, los edificios de la zona de San Francisco en la que se encontraban le recordaba a Europa, a casa, aunque evidentemente todo era mucho más nuevo y estaba historiado hasta rozar el mal gusto. Sin embargo, los tejados abuhardillados que apuntaban hacia un cielo cada vez más encapotado le traían recuerdos que, por primera vez en mucho tiempo, le eran agradables. Se descubrió echando de menos su hogar en mitad de la campiña irlandesa, el suave y majestuoso ondular de la bruma en los densos bosques cercanos. Allí su mente estaba quieta, en paz, o al menos eso le pareció recordar en aquel momento. No había preocupaciones, y el tiempo parecía detenido eternamente en un inacabable espejismo de placidez. Ese fue uno de los motivos por los que hubo de marcharse: si dejas algo como está, se atrofia. Para que crezca debes estirarlo, someterlo a tensión, pero con cuidado de no romperlo.

Por eso ahora estaba allí, muchos años después. No sabía si estaba roto o no, pero al menos era funcional. Y para continuar siéndolo debía evitar que la nostalgia lo sedujera, arrastrándolo a la inacción contemplativa. Las cosas había que forzarlas a cambiar para que se diesen cuenta de que podían hacerlo. Pensó entonces en Norna, que había pasado por tanto en tan poco tiempo. ¿Cómo la afectarían los sucesos recientes? ¿La romperían? ¿Acabaría convertida en una de las cosas de las que intentaba huir? ¿Lo haría cualquiera de sus acompañantes? ¿Lo haría él mismo?

Sumido estaba en sus cavilaciones cuando la adolescente se detuvo, y todos con ella. Al fin habían llegado. Lo primero que oyó Cathbad fue el sonido de la televisión, que se filtraba a través de alguna ventana. Norna se aproximó a la puerta y llamó, pero los segundos pasaban y no había respuesta. El brujo tuvo un mal presentimiento. Sin decir nada, caminó a paso ligero hacia uno de los laterales de la casa, para ver si veía algo sospechoso en alguno de los callejones circundantes. Ethan no dejaba de hacerle preguntas a la niña. ¿Cómo se suponía que iba a oír algo si no se callaba?

Max se aclaró un poco la garganta y se humedeció los labios mientras se bajaba del taxi. La conversación le había dejado la voz algo más ronca de lo habitual, y se sentía seco como nunca. Quizá porque hacía ya rato que no pegaba el más mínimo sorbo a algo decente.

Se levantó un poco la solapa de la gabardina y se arrebujó en el interior de la misma intentando encontrar algo de calor mientras echaba un vistazo a la casa donde vivía Norna. Joder, debía ser rica. Por un momento se preguntó si su madre tendría algún caso que él pudiese investigar... no le vendría nada mal la pasta.

Estaba seguro de que no habría ninguna licorería cerca. Aunque seguramente en el interior de la casa tendrían algún escocés decente. Se quedó abajo, al pie de las escaleras, sin acercarse demasiado a éstas, y observó cómo Ethan y Norna se acercaban a la puerta. 

Y esperó.

El viaje hacia la casa de la madre de Norma permitió que las nuevas ideas de Steeve se asentaran, su cuerpo se relajó y su mente fue recuperando la calma. Había un nuevo brillo en su mirada, que si bien estaba muy lejos de expresar entusiasmo, al menos reflejaba una nueva actitud. El tiempo se dilató para él y se sumergió en la experiencia del viento sobre la cara y el silencio, mientras avanzaban hacia el domicilio al que iban.

Le llamó la atención el lujo de la casa cuando llegaron, no esperaba ver algo así, y se quedó observando en detalle lo que ocurría... y lo que no ocurría. Nadie contestó al llamado de Norma, y a medida que los minutos pasaban ese silencio se hizo cada vez mas pesado y ominoso. Ella había soñado la muerte de su madre y él mismo había ratificado esa profecía, y sin embargo, ahora pensaba que eso podía cambiar. Se mantuvo algo alejado del grupo, tenso ante lo inevitable, tratando de pelear una batalla que estaba perdida antes de comenzar. Abrió las manos y escupió en sus palmas, como un eco de lo que el brujo mendigo había hecho el día anterior, y comenzó a frotar una palma contra la otra. Mientras lo hacía volvió a observar la casa a través de sus lentes, aunque sus ojos no miraban el exterior sino que rastreaban lo que había allí dentro. 

Aunque los ánimos se habían calmado un tanto, notaba cierta tensión residual en el ambiente. Se distrajo canturreando mentalmente mientras se dirigían hacia allí, al llegar quedó asombrado por aquellas edificaciones de siglos pasados. No es que le fueran desconocidas, pero siempre le era curioso contemplar aquellos edificios tan extraños para los lugares donde él se movía. Bajó del coche recogiendo su guitarra al hombro, miró a todos los presentes y escuchó a Ethan, luego miró al cielo y suspiró. Silbó un tanto al ver el aspecto del conjunto.

—Parece un cuento de Poe —anunció ufano Thomas mientras echaba una ojeada al lugar con mayor detalle. Miró a Norna un instante, con la brevedad que alimenta a la intriga, y luego volvió la mirada hacia el edificio y se acercó tranquilamente hacia la puerta de entrada.

- Normalmente sí, pero ayer por la mañana... Bueno, discutí con mi madre. Y me fui sin pensar mucho. -admitió, preocupada y llena de culpabilidad, mientras aún oteaba el interior del salón, y se dirigía hacia la entrada, esperanzada, al percibir una sombra que otros también pudieron entrever a través de las cortinas, y unos pasos, en medio del silencio, acercándose hacia la puerta. 

Casi como por acuerdo tácito, Ethan y Max miran hacia los lados de la calle, atentos, y luego el uno al otro, con auténtica preocupación. 

Los dos habían percibido lo mismo. Dos hombres, ataviados con una gabardina negra, que ya habían aparecido en la periferia de su visión al llegar el taxi a las proximidades de la residencia de los Weaver, desaparecían ahora tras una esquina, como si de hecho hubiesen dado media vuelta, en dirección hacia donde se encontraba el grupo que acompañaba a Norna, aparentemente siguiendo de largo. A lo lejos, como dos manzanas hacia la derecha, un cadillac negro resaltaba entre la fila de coches de alta gama que se encontraban aparcados alrededor. 

- Hay algo extraño en todo esto. Noto la presencia de un patrón vital que se dirige hacia aquí desde dentro de la casa, pero también hay algo más... Algo que es vida, pero al mismo tiempo no lo es. En la buhardilla. -explicó Steeve, entrecerrando ligeramente los ojos mientras se quitaba las gafas para limpiarlas y volver a ponérselas. 

La puerta finalmente se abre, dando paso a una mujer que aparenta rondar alguna cifra indeterminada de edad entre los 40 y los 50 años. Un jadeo ahogado al contemplar la figura de Norna ante si, es lo primero que el grupo puede escuchar salir de su boca, antes de que la mujer finalmente baje el par de escalones que separa la puerta de la acera aprisa.

- ¡Oh, Norna!- exclama, con la voz rota, abrazándose a la joven, apretándola, con profundo alivio- ¡Me tenías tan preocupada!- añadió, separándose ligeramente, para contemplarla, como si quisiese comprobar que no había sufrido ningún daño- ¡No vuelvas a hacer algo así! 

Norna parece en un principio aún asustada, pero pronto, ante la cercanía de su madre, su tensión parece ceder en una suerte de llanto catártico contenido, en medio del cual se abraza también a su progenitora- ¡Oh, mamá! ¡Lo siento mucho!- exclama- Yo también estaba muy asustada... Pero es que pasaron muchas cosas... Casi me hago daño en un accidente de coche y bueno... Tuve un encontronazo con el Reverendo Williams... Y más cosas... - dijo, acompañando sus palabras de un sollozo de alivio, y de una sonrisa que hasta ahora nadie había visto aparecer en su rostro- Pero ellos me ayudaron. -señaló, mirando hacia los cinco hombres que la acompañaban- Son Ethan, Max, Cathbad... Steeve... Y...¿Thomas?

Ethan se dispone a examinar a conciencia el tejido que compone la Realidad, comprobando que, en efecto, una perturbación parece crepitar en el ambiente. Las trazas de un poderoso efecto de Vida y Cardinal, con una resonancia profundamente rígida y casi química, llenan el ambiente, quemando las fosas nasales. Y toman forma arremolinada, en torno a la figura de la madre de Norna, una vez aparece por la puerta. La mujer, envuelta en aquella resonancia tan rígida, no puede sino resultarle... Totalmente artificial. 

La sensación de peligro asaltó a Ethan de pronto. Comenzaba a acostumbrarse ya a ese desagradable presentimiento que parecía zumbar en la parte de atrás de su cráneo, como si al verse expuesto de forma continua a situaciones límite fuera ya capaz de anticiparlas en cierto modo. Al mirar a su alrededor, pudo ver a los hombres con gabardina desapareciendo detrás de una esquina. Los mismos que en la Catedral. ¿Los habían seguido, o siempre habían estado interesados en Norna y su familia? Era imposible saberlo aún.

Un vistazo a Max, que se encontraba junto a él, le dejó claro que también el detective se había dado cuenta de la presencia de los invasores.

Fue entonces cuando el cristal de su cuello dejó escapar un suave brillo verdoso. Sin embargo, a diferente del habitual tono esmeralda que acostumbraba a mostrar, ésa luz resultó fría y desagradable, como la de un neón a punto de apagarse, o la que se atribuiría a un residuo radiactivo. El joven tardó un instante en procesar la información que esa luz le ofrecía. Y cuando por fin lo hubo hecho, casi llegó a arrepentirse.

Ethan sintió cómo un horrible escalofrío recorría todo su cuerpo mientras la comprensión se abría paso en su mente. Un escalofrío que nacía en la base de su cuello y reptaba por su espalda lentamente, como una helada serpiente. Frente a sus ojos, Norna y su madre se abrazaban en mitad de un reencuentro que debería constituir una escena de alegría… y que sin embargo, a él tan sólo lo inundaba de un profundo horror.

No podía dejar de pensar en cómo, apenas unas horas antes, había devuelto a la vida esa flor marchita para demostrar a Norna el alcance de la magia. Ahora, como una burla cruel, un retorcido reflejo de su efecto se alzaba frente a él. Un macabro recordatorio de que la magia es simplemente poder, carente de toda moralidad o ética. El único límite partía del artífice. Las palabras de Steeve, a su espalda, no hicieron sino corroborar sus sospechas. Casi podía anticipar lo que encontraría en esa buhardilla.

Recomponiéndose de su espanto, Ethan reaccionó rápidamente. Alguien debía tomar las riendas de la situación, y era perfectamente consciente de que era posible que los demás no se hubieran percatado de la situación global. Con disimulo, aprovechando esos momentos en los que madre e hija se reencontraban, extrajo una libreta de su chaqueta, y garabateó en ella una nota rápida que arrancó tan pronto como hubo acabado.

Para cuando Norna los presentó, ya había acabado, y el papel era apenas una bola medio arrugada en su mano izquierda. Se adelantó para responder, mientras que, en un traspiés casual, chocaba ligeramente con Cathbad y depositaba en su mano el papel que acababa de escribir.

-Encantado de conocerla. –Dijo, tratando de aparentar una normalidad que no sentía. Sin embargo, ver la alegría en el rostro de Norna fue suficiente como para olvidar durante un instante la situación y conseguir esbozar una sonrisa. –Soy Ethan, Ethan Thompson. Y bueno… después de venir hasta aquí, supongo que al menos nos invitarás al desayuno. ¿No, Norna? –Bromeó con desenfado.

Nos están vigilando. Tecnócratas, como en la Catedral. Algo va mal con la madre. No es real. No podemos dejar a Norna aquí. Hay que buscar una forma de irse. Y ver qué hay en la buhardilla. Que todos lo lean.

Las palabras de Steeve sumieron a Cathbad en un estado de alerta. Estuvo a punto de advertirle a Norna que se alejase de la puerta, pero esta se abrió en aquel preciso instante, y una mujer de mediana edad, que debía de tratarse de la madre de la muchacha, salió a recibirla con un evidente alivio reflejado en su rostro. Las dos mujeres se fundieron en un abrazo reconfortante, mientras Norna trataba de explicarle a su madre toda la locura que había estado ocurriendo de un modo que ella puediese entender. A pesar de lo enternecedor de la escena, Cathbad distaba mucho de estar relajado. Casi podía sentir físicamente que allí se estaba gestando algo, y que no era nada bueno. Ethan, sin embargo, parecía inconsciente de aquella sensación, y se dirigió a la señora con la intención de saludarla. Pero entonces, justo antes de hacerlo, el muchacho tropezó accidentalmente con el mendigo, que se apartó en un gesto reflejo, solo para sentir que Ethan acababa de dejar un papel arrugado en su mano. «Un movimiento arriesgado», pensó el brujo, que no obstante admiró los arrestos del joven. Con gran discreción, colocó la palma de su mano mirando hacia arriba desde la altura de la cadera, con lo que solo hubo de bajar ligeramente la cabeza y los ojos para leer lo que Ethan había escrito.

«Mierda».

Ni corto ni perezoso, Cathbad sonrió y, sin demostrar ningún nerviosismo, caminó hacia la pareja formada por Norna y su madre, a la que se acababa de unir Ethan. Miró al último y, con toda la naturalidad del mundo, siguió la corriente a su comentario acerca del desayuno, añadiendo:

—Eso estaría muy bien, amigo. Después de todo, hoy es el cumpleaños de Norna. ¿No vas a invitarnos?

Al hacer esta pregunta, ladeó la cabeza para mirar a la adolescente con la intensidad de un hierro al rojo vivo, guiñándole el ojo que quedaba fuera de la vista de su «madre», con la esperanza de que la chica le siguiera el juego.

Problemas. Problemas y más problemas. Aquellos tipos buscaban a Norna y era evidente que iban a vigilar su casa. Max estuvo a punto de golpearse a sí mismo en la frente de pura frustración. ¿Cómo no lo había anticipado?

Un rápido cruce de miradas con Ethan le bastó para saber que el muchacho también se había percatado, y por sus siguientes acciones parecía tener un plan.

Sonrió y subió el pequeño tramo de escaleras para situarse tras Ethan, Cathbad, Norna y su madre.

- Un placer, señora Weaver. - Saludó con un leve asentimiento. Procuró mostrarse lo menos amenazador posible, pues dudaba de que la buena mujer estuviera dispuesta a invitar a cinco extraños a su casa.

Notó cómo le temblaba ligeramente la mano, a todas luces fruto de llevar tantas horas sin probar ni gota de alcohol, y la guardó con disimulo en el bolsillo de la gabardina. Aprovechó ya que estaba para volver a contar las escasas balas que le quedaban, y respiró hondo para calmarse.

- La verdad es que agradecería poder sentarme un par de minutos antes de ir al trabajo. - Admitió llevándose la mano libre a la rodilla y frotándosela un poco como si le molestara. - Esta vieja lesión no deja de incordiar... me hago mayor. - Comento con aire distraído y la mayor naturalidad del mundo. A lo mejor la señora Weaver se apiadaba de un desharrapado como él.