Partida Rol por web

Con alivio, Cathbad vio cómo la herida de bala de la mujer empezaba a cerrarse sobre sí misma, de un modo casi imperceptible pero imposible de detener. Al menos había logrado detener la hemorragia y minimizar la gravedad del disparo. Si aquella desgraciada criatura acabase por morir, no serían ellos los culpables. Eso fue lo que se dijo el brujo mientras vendaba apresuradamente la herida del hombro de la segunda señora Weaver. Eso fue lo único de lo que fue capaz en su autocomplaciente intento por salvaguardar su frágil conciencia y su sentido de la moralidad.

Con un carraspeo, Cathbad se puso en pie. Ya había enmendado su propio error, de modo que no tenía sentido seguir pensando en aquella desgracia. No obstante, no podía deshacer los errores cometidos por los demás, y comprendió que era muy probable que el destino de aquella pobre mujer fuese desaparecer para no volver a ser vista jamás. Se esforzó por grabar sus rasgos en su mente, los mismos que más adelante trataría de olvidar; era lo mínimo que le debía a aquel ser humano condenado desde su antinatural concepción. Vendándose la mano herida, se volvió hacia la figura de Thomas, que esperaba en la puerta de la casa con la impaciencia patente en el gesto. Lanzó un resoplido de resignación por la nariz. Ajeno a lo que estaba sucediendo en la planta superior de aquel hogar profanado, exclamó:

—¿Por qué tardáis tanto? ¡Tenemos que irnos ya!

Ajeno a lo que sucedía en la buhardilla, Thomas seguía atento al exterior, con el gesto serio el cuentasueños permanecía pendiente de los acontecimientos que se iban desarrollando a su alrededor.

—Sirenas. No sé si vienen aquí o es por otro asunto. Hay que salir, pronto —anunció mientras echaba una mirada a Cathbad, este parecía tener mayor ímpetu para espolear a los demás. Dispuesto a no verlas venir, Thomas buscó si en la parte trasera, presuntamente en la cocina, había otra salida. Al menos en las películas siempre las había, no había que descartar ninguna opción.

—Avisa a los de arriba —indicó a Cathbad —. Hay que salir pronto, no me gustaría tener que dar explicaciones a la policia.

Detectas la presencia de cuatro patrones vitales mayores dentro de la habitación, que logras identificar como tú mismo, los otros dos hombres que te acompañan, y Norna. Hay además, otro matiz. Un patrón vital menor, que detrás del arcón se revuelve, al escuchar vuestros gritos, y parece corretear tras las pilas de muebles, cuadros y libros, alejándose de vosotros.

¿Un pequeño roedor? ¿Alguna alimaña? ¿Podía ser que al situarse en el mismo lugar confundieras tal cosa con la evidente presencia entrópica que correspondía al cuerpo muerto de Mrs. Weaver?

Detectas la presencia de cuatro patrones vitales mayores dentro de la habitación, que logras identificar como tú mismo, los otros dos hombres que te acompañan, y Norna. Hay además, otro matiz. Un patrón vital menor, que detrás del arcón se revuelve, al escuchar vuestros gritos, y parece corretear tras las pilas de muebles, cuadros y libros, alejándose de vosotros.

Decides entonces "entornar" tu mirada, para ver más allá, y echas un vistazo alrededor de la gris habitación umbral. Y en ella, hay un reflejo del mismo cuadro que has visto sobresalir de entre los demás. Uno en el que observas el mismo rostro, desdibujado, como si de hecho te mirase fijamente durante un instante, para luego perderse tal sensación. 

Vuelves a ver la habitación tal y como es, en la "Realidad". Y posas tu mirada sobre Norna. Está súmamente pálida, y recorrida por un sudor frío. Su aspecto es parecido al que presentaba al desmayarse en la catedral, pero tiene peor aspecto. Has leído la placa que cuelga de su cuello. ¿Se habrá administrado correctamente durante las últimas horas la medicación? ¿Ha comido adecuadamente? No la has visto comer absolutamente nada en horas. Y ha estado sometida a un estrés muy grande. Pero es evidente que en este momento no podrías darle nada, si se encuentra inconsciente. 

Entonces recuerdas a ese chico que estudiaba contigo en la universidad, ese tal Eric, de diseño industrial. Era también diabético, y había compartido un par de salidas contigo. ¿Por qué recordabas aquello? Pues porque una noche os había enseñado una cajita de color naranja, y os había dicho que si bebía demasiado y se desmayaba debíais clavársela en el muslo, y darle al émbolo.  

Antes de bajar, registras las pertenencias de Norna, y encuentras un dispositivo similar a un bolígrafo, así como una cajita de color naranja, similar a aquella que os había enseñado tu compañero de la universidad. También hay caramelos, y un zumo de melocotón. 

El sonido de las sirenas parece acercarse, ahora audible también para quienes se encuentran en la buhardilla, a medida que comienzan a bajar, con Norna arrastrando los pies, y con un brazo apoyado sobre dos de sus acompañantes.

Con dificultad, el grupo esquiva el cuerpo tendido, aún vivo, de aquella mujer idéntica a la encontrada en el sótano, cuyo corazón parecía aún latir. A penas se encuentran todos en el recibidor de la casa cuando un cadillac negro dobla la esquina, y de él emergen cuatro hombres idénticos a aquellos que perseguían a Ethan, Steeve, Cathbad y Max en la catedral. 

No se ve ningún coche de policía a simple vista, pero las sirenas parecen haberse detenido cerca. Y el brillo de sus luces rojas parpadeantes se adivina en el reflejo de las ventanas de las casas de la acera de enfrente, lejano. 

Uno de los hombres ataviados con gabardinas oscuras se acerca, pistola en mano, aunque sin apuntar- Abandonad toda resistencia, depositad a la señorita Norna Weaver en el suelo, dejadla bajo nuestra seguridad y marchaos.-advirtió- O habrá daños colaterales no cuantificables.- dijo, con un tono totalmente desprovisto de emociones, y una expresión tan fría como el brillo acerado de su arma. 

Con Norna entre sus brazos, la mirada de Ethan parecía volar erráticamente por la habitación, como si buscara algo. Para un observador casual, casi hubiera parecido que el joven había cedido a sus nervios y buscaba una salida como un animal acorralado. Sin embargo, los destellos verdeazulados que emitía el colgante de cuarzo sobre su pecho delataban que sus ojos estaban observando mucho más allá de las barreras del mundo físico, y que además estaba encontrando cosas. Más de las que esperaba, menos de las que le hubiese gustado. Y todo eso mientras estaban encerrados en una mortal cuenta atrás. Así que decidió apoyarse en los compañeros que el Destino había decidido poner a su lado.

-Hay algo vivo en esta habitación, chicos. –Dijo mientras seguía observándolo todo, buscando unas respuestas que no terminaban de tomar forma. Su voz temblaba aún, saturada por una confusa mezcla de emociones. Miedo. Frustración. Esperanza. –Podría ser un animal de compañía… quizás pudiera sernos útil… no lo sé… Y hay algo más… algo en la Umbra…

Apenas hubo acabado de decir esas palabras cuando frunció el ceño y, dirigiéndose hacia la zona donde había muchos objetos apilados, abrió la boca y pareció gritar algo. Sin embargo, el efecto fue extraño, porque ningún sonido brotó de sus labios. Su voz no se había proyectado en el mundo real, sino que su poder la había lanzado sin dificultad al otro lado de la Celosía. Esperando aún respuesta, bajó la cabeza para ver en qué estado estaba la joven en sus brazos.

Pero cuando su mirada se posó en el pálido rostro de Norna, cubierto de un sudor frío, los ojos del joven dejaron de moverse como si se hubieran quedado enredados en sus facciones. Enredados de una forma en la que no pudieran despegarse. Por un momento, el tiempo se detuvo para el Despertado, al tiempo que se daba cuenta del estado de la joven. Insulina. Necesitaba insulina, y pronto. Afortunadamente, debía llevarla consigo.

Depositó a la joven en el suelo, y comenzó a rebuscar entre sus pertenencias hasta que extrajo de uno de los bolsillos de su pantalón una pequeña caja naranja de plástico. Con cuidado, extrajo de la misma algo que sólo podía ser algún tipo de jeringuilla y se preparó para inyectársela.

Fue entonces cuando las sirenas comenzaron a aullaron en la lejanía, con su sonido acercándose cada vez más. El efecto doppler hacía que su grito se escuchara más agudo. Pero era evidente qué era lo que estaban buscando. Venían a por ella. Para atormentarla una vez más. Y una rabia desconocida inflamó de golpe el espíritu de Ethan.

No es justo. Nadie debe sufrir así. Le han quitado a su madre. La han engañado desde el principio. Le han quitado su vida, y aún siguen tras ella. Maldita sea, si es casi una niña.

Ethan nunca se había tomado a sí mismo por un héroe, ni nada por el estilo. Pero siempre intentaba, al menos, hacer lo correcto. Y en su interior sentía que lo correcto era protegerla. Y aunque conocía los límites de su propio poder, al menos sí sabía algo que podría hacer. Entretejer su energía con la de la joven, apretando aún más el lazo con el que el Destino los había unido. Caoighmin le había advertido acerca de ello. De los peligros que correría al realizar un Efecto como ese. Pues era magia que no resultaba fácil de romper, y que podía costar la vida, e incluso más que eso, al mago que lo realizara. Pero en ese momento, los riesgos no importaban.

Con cuidado, bajó ligeramente el pantalón de Norna hasta dejar al descubierto un trozo de piel, y hundió la aguja. Al tiempo que presionaba el émbolo de la jeringuilla, cerró los ojos y se concentró.

El colgante de cuarzo se iluminó súbitamente con un intenso brillo de color blanco. En su interior parecía haber estallado el fuego de una estrella. Una llama ardía con intensidad en las profundidades del cristal, la misma llama que componía el propio Patrón del mago. La llama que alimentaba su espíritu, su Avatar. La luz permaneció durante un instante en el interior del colgante, pero después comenzó a rebosar de él, fluyendo como una etérea catarata de fuego sobre el cuerpo inconsciente de Norna. Rodeándolo como si quisiera protegerla. La extraña escena se alargó por unos segundos en los que nadie pareció atreverse a romper el silencio, hasta que finalmente el brillo blanco del colgante se extinguió y el mago dejó escapar un profundo suspiro. Ya estaba hecho.

Cuando Ethan alza la voz, ésta retumba en el grisáceo reflejo Umbral del desván, levantando ecos en las paredes cubiertas de polvo de la Umbra.

-¡Espera! ¡Háblame! ¿Eres su padre? Intentamos salvar a Norna. ¡Ayúdanos, por favor! 

Y sin saber realmente si su ruego había sido escuchado, el joven Despertado mantuvo el oído atento a los ecos de la Umbra, por si esa presencia decidiera responder a sus palabras.

El aullido de las sirenas anunciaba un peligro inminente, y Cathbad sintió cómo la ansiedad se intensificaba, haciendo que aquello se revolviese en su interior, transformándolo, deseando rebelarse, desafiar a quienes acudían para oponerse a él. Su mirada se volvió febrilmente intensa, y cualquiera que lo viese creería hallarse ante un perturbado; su boca, que de repente notaba completamente seca, se entreabrió, dejando su mandíbula colgando en una extraña expresión como de hambre. Los latidos de su propio corazón percutían con el estruendo de la sangre en su cerebro, enfureciéndolo, y los sonidos de sus humores al circular por su cuerpo empezaron a formar una voz extraña e inhumana que no lograba comprender; no obstante, el significado de aquel mensaje estaba claro para él, como si llevase mil años grabado a cuchillo en su corazón.

No cedería.

Tan concentrado estaba en el coche negro que pasaba a toda velocidad, derramando a aquellos indeseables trajeados sobre el pavimento, que ni siquiera pareció prestar atención al alboroto que formaban sus camaradas Despertados al bajar las escaleras a sus espaldas. Frunció el ceño más de lo habitual, lanzando un resoplido de desprecio cuando vio al fantoche sin alma que osó aparecer por la puerta empuñando un arma. «Daños colaterales no cuantificables». Incluso él sabía amenazar con más estilo. En silencio, con una calma espeluznante, levantó la mano izquierda hacia el esclavo de la Tecnocracia, uniendo las puntas de sus dedos pulgar y meñique y apuntándolo con los otros tres. Ese desgraciado desearía no haber nacido.

—En buena hora —reprendió ásperamente a sus compañeros, sin girarse—. Acabemos con esto.

El latido de sus entrañas se contorsionaba y arremolinaba de un modo extraño, entonando un cántico sanguíneo, proveniente de otro mundo.

- ¿Un animal de compañía? – Max repitió las palabras de Ethan, incrédulo. ¿Y qué cojones les importaba un animal de compañía? Norna no había dicho nada y no tenía ninguna pista que les indicara que en esa casa tenían mascota. Y aun en el caso de tenerla… ¿de qué les servía ahora?

Vio con preocupación cómo Ethan buscaba frenéticamente entre las pertenencias de Norna algo

Negó con la cabeza y comenzó a descender a toda velocidad las escaleras. No era momento para buscar gatos, cobayas o lo que fuera que tuvieran en esa casa. Frenó su carrera al llegar al recibidor y ver la silueta de Cathbad frente a un hombre en la puerta.

Ahí estaban. Habían llegado. De momento uno, pero de seguro que había más fuera. Escuchó las palabras atonales de aquel tipo.

¿Daños colaterales no cuantificables? ¿De qué demonios hablaba? Capaz de que esos estúpidos tecnócratas estaban preparados para hacer volar unas cuantas manzanas si no se cumplían sus demandas. ¿Se suidiarían? ¿Les daría igual? Había días en que era mejor no levantarse de la cama… o del sofá de tu oficina si es que te habías quedado hasta tarde trabajando para intentar sacarte unos dólares con los que pagar la pensión de tu ex.

Su vida ya era complicada y una mierda aún antes de ser un Despertado. Ahora, apenas un par de semanas después… era peor. Pero Max lo veía todo bajo otro prisma. Había pensado que no se podía caer más bajo y había errado… ahora su forma de pensar era que siempre podía haber alguien hundido más en la miseria que uno mismo. Y dentro de lo que cabe, aquello eran pensamientos positivos. ¿No?

La mente de Max estaba divagando, pero dejó de hacerlo en cuanto se fijó en la pistola que el hombre llevaba en la mano. El subidón de adrenalina hizo que de repente se sintiera mucho más despierto. ¿Es que no les iban a dar ni un respiro?

Steeve percibió con claridad el motivo por el cual se habían confundido sus sentidos. Ese pequeño rastro de vida había estado justo sobre el cuerpo de la madre de Norna exactamente en el mismo momento en que él había rastreado las presencias vitales de la casa, mostrando vida y muerte a la vez, algo que él había interpretado erróneamente como agonía. De nada servía lamentarse, gracias a esa alimaña habían ido hacia arriba y encontrado la verdad de lo que había sucedido, o al menos parte de ella. 

Desde abajo se escuchaban los llamados a Thomas y Cathbad instando a que bajasen cuanto antes, mientras Ethan les contaba acerca de la anomalía en al Umbría. No le sorprendió, tal vez aún estuviese el alma de esa mujer allí, o la del hombre que estaba en la foto, pero el reino de los espíritus aún le era vedado, muchos del otro lado tenían cosas que reprocharle y él no tenía intensiones de perder tiempo en ello. - Es una puta rata - dijo, sin ocultar su frustración, pero no se detuvo en lamentaciones, dio unos pasos hacia el arcón y se paró junto al cuerpo de la mujer.

Se ajustó los lentes y observó con detenimiento las manchas de sangre, la postura del cuerpo, el doblez de la alfombra, las pisadas de las dos personas que estaban involucradas. Las piezas daban vuelta en su cabeza. Un sonido lejano de sirenas amenazó con distraerlo pero sus pensamientos ya estaban mas allá, fuera incluso de ese tiempo. Sus compañeros ya habían bajado con Norna pero Steeve no estaba solo, siluetas que no conocía estaban a su lado. La verdad que les había sido vedada se abrió para él por unos segundos. 

El tiempo se agotaba. Ethan, incorporándose ligeramente, volvió a guardar el contenido de la cajita naranja en el bolso de Norna. Se sentía extraño, de una forma que no encontraba palabras para definir. Se sentía… más grande, en cierto modo, como si sintiera una parte de su espíritu que hasta ese momento no había estado ahí. Norna. O más bien, la parte de él mismo que había compartido y enlazado con la joven.

Sin embargo, no podía pararse en ese momento a analizar las implicaciones de lo que acababa de hacer. Forzó su percepción, tratando de escuchar si alguna respuesta llegaba desde el otro lado de la Celosía, pero el mundo espiritual se mantenía en una calma densa, casi obstinada. Fuera lo que fuese aquello que había vislumbrado, no tenía intenciones de continuar una conversación. Ni él de precipitarse a perseguirlo.

Trató de levantar una vez más el cuerpo inconsciente de la joven, pero le fallaron las fuerzas, y no se atrevió a bajarla él solo por las escaleras. Un rápido vistazo le confirmó que Steeve no parecía disponerse a bajar las escaleras, por lo que tuvo que pedir la ayuda del detective, que ya se había adelantado.

-Max, espera. –Dijo mientras se preparaba para ponerse en marcha, pasando con firmeza sus manos por el brazo derecho y la cintura de la joven. –Ayúdame a bajar a Norna, por favor.

Juntos, la cargaron escaleras abajo, justo a tiempo de ver cómo Cathbad y Thomas iniciaban una conversación con uno los mismos hombres trajeados que habían abierto fuego contra ellos en la Catedral. La atmósfera se estaba cargando rápidamente, y la tensión crecía anticipando el inminente conflicto. El cuerpo durmiente y herido de la falsa señora Weaver, tendido en un suelo cubierto de lago de sangre fresca, ayudaba a empeorar el macabro ambiente de la escena. Pero no era sólo eso.

Era el propio Cathbad.

En los escasos segundos que habían pasado desde que se separaron, el mendigo había cambiado. Su delgada silueta parecía haberse cubierto de una pesada y oscura aura de violencia. El fuego que ardía en sus ojos, su boca seca y entreabierta, parecían más propios de un animal que de un hombre. Incluso su Patrón vibraba con una rabia primigenia que producía una Resonancia tan acusada que se proyectaba de forma inconsciente hacia los demás.

Ethan sintió cómo su propio corazón se aceleraba en respuesta, y por la forma en la que el cuerpo de Max se tensó a su lado, el detective debía haber sentido una emoción similar. Había llegado la hora de combatir, pero… ¿qué es lo que podría hacer él en un tiroteo? Su cuchillo encantado, que había servido para pelear contra las arañas de la umbra, no parecía rival para una pistola en manos de un asesino.

Maldiciendo entre dientes, agarró a Norna para dejar libres las manos de Max. Él podría marcar la diferencia mucho mejor que él mismo.

Como temía Thomas la cosa se complicaba por momentos, y prácticamente todos seguían arriba a pesar de decir que bajaran. El australiano tomó aire mientras observaba el exterior desde la ventana junto a la puerta principal.

—Toma ya.. daños colaterales no cuantificables —murmuró mientras sacaba de su chaqueta una suerte de flauta extraña acabada por una boca amplia, un curioso cruce entre flauta y trompeta.

—Puedo crear una distracción, pero para eso debemos estar todos abajo para salir de aquí —miró a los que habían bajado —. ¿Dónde están? ¿Qué pasa arriba que están empanados? ¡BAJAD YA, MALDITA SEA! ¡TENEMOS COMPAÑÍA!

Echó el grito moviéndose hasta el hueco de la escalera para que lo oyeran los que estuvieran arriba y apartándose de las ventanas, sujeto con fuerza aquella flauta tribal decidiendo el qué hacer mientras echaba un vistazo, en la medida de lo posible, si esa casa tenía puerta trasera.

Tras inyectar a Norna el contenido de aquella jeringuilla que Ethan había considerado que debía ser insulina, la joven sigue inconsciente. El cuentasueños trata de bajar la escalera, con ayuda de sus compañeros, con ella a cuestas. La bienvenida de los hombres de negro al llegar al umbral de la puerta no se hace esperar. 

Steeve se concentra, y trata de observar la buhardilla a través de sus gafas. Se concentra, observando cada detalle. El rostro varonil, a través del cuadro que sobresale entre los libros y revistas, parece observarlo, y durante un instante, el Eutánatos cree haberlo visto incluso parpadear, antes de que la realidad comenzase a vibrar y las imagenes en aquella sala comenzasen a sucederse, en una suerte de rebobinado rápido, en el que comenzaba a verse a si mismo, y a sus propios compañeros, realizando los mismos movimientos que habían realizado al entrar en la buhardilla pero de manera inversa y grotesca.

Las voces de los allí presentes minutos atrás se elevaban en una suerte de cacofonía propia del reverso de un disco de vinilo, y los pasos, los gestos, lucían rígidos y toscos mientras el grupo retrocedía por la puerta, cerrándose ésta ante ellos finalmente. La sala quedaba vacía, cuando de pronto un sonido extraño se propagó por la habitación y de repente...