Partida Rol por web

¡Oh, cielos! Max arrugó la nariz al contemplar el pegajoso líquido rojo del suelo. Sin duda era sangre, o algo muy parecido. Una noticia muy mala para la madre de Norna... si es que no era la que se encontraba escaleras abajo.

Con cautela, el detective sacó su revólver, e instó a Norna con un gesto a que permaneciera cerca del dintel de la puerta.

- Atentos... - Comentó a todos sus compañeros mientras empezaba a andar muy despacio hacia el arcón, y señalaba con la mano libre un punto en concreto de la alfombra.

Por un instante pensó en que debía de haber mirado primero en la cocina. Seguro que la señora Weaver guardaba como mínimo una botella de brandy para cocinar. Se maldijo por no haber intentado eso lo primero, pero ahora era el ahora, y debía centrarse. Fuera lo que fuera lo que estaba en esa casa, estaría allí cerca... quizá en la zona del arcón. Aunque temía encontrarse a la señora Weaver descuartizada.

Sin dejar de apuntar al arcón, Max se acercó en silencio mientras tragaba saliva. A cada paso que daba escuchaba el quejido de la madera bajo sus pies, y un leve sonido de succión cada vez que las suelas de sus zapatos se despegaban de la sangre del suelo. Asqueroso.

Al llegar junto al arcón dio un repaso rápido a las huellas... dos pares de zapatos. ¿Dos?

Esperó a que sus compañeros tomaran posiciones, y mientras apuntaba al arcón con la mano derecha, usó la izquierda para levantar suavemente la tapa... Temeroso de lo que se iba a encontrar ahí.

Thomas pudo comprobar cómo dos hombres, ataviados con una gabardina negra, desaparecían ahora tras una esquina, aparentemente siguiendo de largo, mientras uno de ellos hablaba por teléfono móvil. A lo lejos, como dos manzanas hacia la derecha, un cadillac negro resaltaba entre la fila de coches de alta gama que se encontraban aparcados alrededor. 

Lo primero de lo que se percata Steeve, y que resulta más que evidente a la vista y al olfato, es que la mancha oscura está conformada, obviamente, por sangre. Una sangre que se encuentra casi coagulada, por lo que debe llevar varias horas esparcida sobre la madera del suelo. 

Un vistazo rápido a la sala le permite darse cuenta de que las telarañas, acumuladas en todas partes, parecen estar rotas alrededor del arcón y de la alfombra, en cuyo extremo, casi ocultas a la vista, se encuentran marcas de la misma sangre que empapa el suelo, que reflejan parte de la horma de dos pares de zapatos diferentes.

Además, el polvo y las telarañas parecen estar removidos en la zona donde se encuentran las revistas, los libros y los retratos, adivinándose entre los mismos un rostro que a Ethan le resulta familiar. El de un hombre, de unos cuarenta años, que posee un pelo oscuro y una mirada semejantes a los rasgos que posee la propia Norna. 

Y por último se percata de que la propia Norna parece encontrarse pálida. Muy pálida. Y que sus pupilas parecen desenfocadas, vidriosas. Su respiración, además, parece entrecortada. 

Al fijarse en la muchacha, descubre además, que una plaquita metálica cuelga de su cuello, junto a un crucifijo, colgando de una cadena. Posee el símbolo del bastón de esculapio, típico de las disciplinas médicas, introducido en un asterisco rojo de alerta. Los pocos primeros auxilios que conoce Steeve le permiten saber que se trata de una placa de alerta médica, que se utiliza en algunos pacientes para alertar de posibles alergias y enfermedades importantes, en caso de que queden inconscientes.

Ethan dio un paso adelante en el interior del desván, saliendo de la densa y pegajosa mancha de sangre que cubre el suelo del desván. Por delante de él, Max se estaba dirigiendo al arcón situado en el fondo de la estancia. Un arcón del que parecía haber surgido la sangre que ahora se secaba, coagulada, en el suelo. Un arcón junto al que un par de pisadas diferentes corroboraban que, desde luego, nada de lo que estaban encontrando era causa del azar.  

Lo único que lo extrañaba era que, en realidad, había supuesto que la Tecnocracia era la que había suplantado a la señora Weaver. Pero un arcón en el sofá... el suelo ensangrentado... todo parecía demasiado apresurado. Demasiado chapucero para ser algo meditado. A menos que también los científicos estuvieran en un aprieto más grande del que fueran capaces de manejar. Pero seguía sin comprender cómo habrían logrado crear algo tan complejo como un clon y no haber podido limpiar el estropicio del desván. Algo no cuadraba en todo aquello.

“Algo que está vivo pero que al mismo tiempo no lo está”

Si la profecía de su compañero se demostraba cierta, entonces “algo” seguía vivo en el desván, pero sentía un amargo presentimiento acerca de ese asunto. Como si levantar la tapa de ese arcón fuese algún tipo de portal… de frontera. Una frontera que, una vez atravesada, no permitiría volver atrás. Pero ya habían llegado demasiado lejos como para echarse atrás. Observó a su alrededor, tratando de buscar alguna pista adicional, y se acercó a un montón de revistas y retratos, entre los que parecía que se había rebuscado recientemente. Entre ellos reconoció el retrato de un hombre que bien podría tratarse del padre de Norna. Con cuidado, examinó la zona para identificarlo y ver si algo pareciera haber sido sustraído.

Estaba a punto de acercarse a Max, pero al girarse, observó el rostro de Norna, que ni siquiera había contestado a la señal de Max para quedarse atrás. De hecho, ni siquiera daba a sensación de haberlo escuchado en absoluto. En algún momento, se había desconectado de la escena. Su pecho se movía espasmódicamente, al ritmo de su respiración, y sus ojos parecían estar enturbiándose rápidamente. Y ninguna de esas señales era buena.

-Norna… hey… -Dijo mientras agarraba su mano. Ya había visto ese estado de la joven en la Catedral, y supo reconocer los síntomas. Sólo quedaba saber si podría llegar a calmarla a tiempo… y si no lo lograba, qué forma adoptaría el descontrolado poder de la joven. –Mírame, Norna. No estás sola. Estoy contigo. Estamos contigo.

Esperaba que la joven fuera capaz de controlarse, pero no podían emplear el tiempo necesario para calmarla. Y además, él era consciente de que él mismo no estaría calmado en absoluto en una situación como aquella. De modo que, con un gesto, indicó a Max que estaba listo.

Ajeno a lo que estaba sucediendo en la planta superior, Cathbad había conseguido sumir a la «otra» señora Weaver en un sueño profundo, anestésico. Se tomó unos instantes para mirarla. No sabía qué artes habría empleado el enemigo para lograrlo, pero lo que había ante sus ojos era un ser humano perfecto. Cuánta crueldad. Habían utilizado a una persona inocente, ignorante de sus objetivos, condenándola a una vida de mentira y sufrimiento. Cathbad podía curar el cuerpo, pero, ¿qué sucedería con su mente, su espíritu? Una criatura así, incompleta, no podía vivir ahí fuera, en el mundo. Por un momento, el brujo sintió una profunda conexión con aquel ser que no pertenecía a ningún lugar, que solo existía por un capricho cuyo alcance no comprendía.

Quizá fuera inútil a largo plazo, pero sentía que debía subsanar su error.

Sin perder tiempo, Cathbad extrajo del bolsillo de su gabardina el cáliz de plata que ya había utilizado en alguna otra ocasión, mientras con la otra mano desempaquetaba hábilmente unas hierbas, que introdujo en su boca y empezó a masticar. Sin perder el tiempo, tomó su cuchillo y apoyó el filo en la palma de su mano.

Sangre por sangre.

Un movimiento fluido trazó una ancha línea roja en la mano del brujo. La sangre oscura empezó a caer en goterones sobre el metal gris del fondo del cáliz, opacando su superficie. Cathbad escupió el contenido de su boca en la copa y mezcló su contenido con los dedos, formando una pasta oscura y olorosa, mezcla de las hierbas y su propia sangre. La sangre tenía poder, especialmente aquella que se ofrecía como sacrificio. Tras pronunciar una rápida bendición, tomó la extraña cataplasma del fondo del cáliz y la aplicó directamente en la herida de bala de la mujer inconsciente, así como sobre la laceración que ella misma se había provocado en el cuero cabelludo. Estaba siendo un ritual improvisado y apresurado, pero Cathbad tenía fe en que surtiría efecto.

La sala a la que acababa de entrar resultaba ser un desafío para sus capacidades como investigador, de no ser por lo apremiante de la situación habría disfrutado cada minuto allí dentro. Sostenía su arma apuntando hacia adelante mientras observaba los detalles frente a él, dispuesto a terminar con cualquier amenaza. Sin embargo, tras unos segundos se dio cuenta que era innecesario. Había suficientes indicios como para sacar una conclusión incluso antes de abrir el arcón al que Max se estaba acercando. Lentamente bajó su arma.

Las telarañas removidas marcaban un camino claro, una repisa con libros y un retrato, y un arcón cubierto de modo improvisado con una alfombra manchada de sangre. Indicios de la salida apresurada de los dos responsables del crimen, quienes habían dejado sus huellas demasiado visibles. Recordó las dos presencias que habían descubierto Thomas y supo que no tenían mucho tiempo si querían darles caza. Había detectado que lo que estaba allí arriba pertenecía a los vivos y al mismo tiempo no, desde el principio había sospechado que se trataba de la verdadera madre de Norma y por ello había efectuado ese disparo sobre la impostora. Sin embargo Thomas había agregado un dato interesante, no había indicios de una mente trabajando allí arriba y la inmensa mancha de sangre reafirmaba sus temores. Esta inconsciente y moribunda. Apretó sus dientes con fuerza, la pulseada del destino y el libre albedrío continuaba incluso allí. Norma había visto la muerte de su madre y aún así ese hecho podía cambiarse, aunque estaban a punto de perder la batalla.

Volteo para ver la reacción de Norma, que había dejado de gritar y tomar la iniciativa, para descubrir el shock en el que se encontraba. Ethan, nuevamente, se dirigió a contenerla y ésta vez Steeve coincidió en que era lo mas adecuado. Reconoció el colgante que la chica llevaba y su respiración se entrecortó al comprender lo que sucedía. El tejido se movía en muchos sentidos, salvar a la madre, perseguir a los dos hombres, contener a Norma, eran tres caminos que tenían frente a ellos y estaban a punto de fallar en los tres. Cerró los ojos un segundo y recordó lo que habían hablado con Madame Cleo horas atrás. Destino o libre albedrío, de eso se trata.

Avanzó tras Max, sospechando que pudiera hallarse allí la mujer a la que buscaban, decidido a atender sus heridas si le era posible. Al hacerlo habló en voz alta sin mirar hacia atrás - Ethan, sácala de aquí. En su cuello esta la respuesta 

Thomas, que se había quedado abajo, había salido a comprobar lo que había percibido tirando de los hilos mentales de la zona. Al salir frunció el ceño, enseguida volvió adentro, no sabía como interpretar del todo lo que había notado, pero tenía claro que prefería interpretarlo de la peor forma recordando los sueños lúcidos que lo condujeron a unirse definitivamente a su llamado destino.

Todo el mundo había subido arriba persiguiendo a Norna, salvo Cathbad al que encontró practicando aquel ritual y causó en Thomas un gesto de resignación. No lo interrumpió, pero se guardó sus propias interpretaciones al respecto.

—Hay que salir pronto, había dos despertados fuera, uno de ellos estaba hablando por teléfono mientras se alejaban —explicó con seriedad, la actitud distendida del cuentasueños se había vuelto más seria, espoleada por el hipotético peligro inminente —. Aquí nos estaban esperando.

Quizá era remarcar lo obvio, pero no faltaba a la verdad, esperaba que el grupo de arriba acabara pronto mientras encendía un cigarrillo sazonado para mantener la calma. Volvió a la entrada, dispuesto a controlar la llegada de posibles refuerzos de los hombres que había visto fuera.

La sangre parecía abandonar por completo el rostro de Norna, cuyos ojos se encontraban clavados sobre el arcón, a medida que Max levantaba su tapa, dando paso a una visión que quizá no sorprendió del todo a los presentes, pero que sí confirmó profundos temores y trajo consigo la pérdida de la vana esperanza que se había ido entretejiendo en torno a la persona, o no persona, de la señora Weaver. 

Y es que en efecto, tal y como la mayoría había sospechado al vislumbrar el charco de sangre que empapaba el suelo del desván, la mujer se encontraba ahí. Casi parecería que se había introducido en el arcón tan sólo para dormir, a juzgar por su expresión serena y la posición fetal que había adquirido su cuerpo para poder caber en aquel reducido espacio. Y así quizá habría sido, de no ser por la notable palidez de su rostro, la rigidez de sus extremidades y el agujero de bala que atravesaba su pecho y encontraba su salida en algún punto equivalente a lo largo de su espalda, perforando la chaqueta de lanilla rosa que llevaba sobre los hombros. 

Un rápido vistazo por parte de Steeve confirmaba lo que parecía evidente a simple vista. La mujer estaba muerta. Llevaba muerta varias horas, a juzgar por el rigor mortis que comenzaba a invadir su cuerpo y por el remansamiento de la sangre en las zonas declive de sus brazos, que eran la única zona visible de su cuerpo por no estar cubierta de ropa.

No había nada que se pudiera hacer por ella. 

Como investigador privado, al darte de bruces con aquella escena, quizá hayas podido horrorizarte. Pero a su vez recuerdas una de esas pocas cosas sobre la investigación forense que has aprendido, y entiendes que la mujer lleva muerta varias horas, a juzgar por el rigor mortis que comenzaba a invadir su cuerpo y por el remansamiento de la sangre en las zonas declive de sus brazos, que eran la única zona visible de su cuerpo por no estar cubierta de ropa.

De igual manera, caes en la cuenta de que quizá nadie, hasta ahora, ha tocado el cadáver. El hecho de que se encontrase huellas de cualquiera de vosotros sobre la madre de Norna, se consideraría cuanto menos, incriminatorio. No hay coartada posible cuando uno se pierde de vista durante una noche entera, y ni siquiera es capaz de justificar cómo demonios algo que debió suceder en el transcurso de un par de cuartos de hora abarcó desde el ocaso al amanecer de aquella mañana de Todos los Santos. 

- Mamá...-repite la joven por última vez, temblando de la cabeza a los pies, con el rubor del rostro perdido, la respiración desbocada y los dedos de las manos casi azules, así como la visión desenfocada- Mi madre está...-dijo, entrecortada, sin llegar a terminar la frase antes de que sus ojos se pusieran en blanco y se cerrasen, cediendo sus rodillas ante la pérdida de fuerza y de consciencia, cayendo estrepitosamente al suelo, sin que, a pesar de posibles intentos, nadie lograse sostenerla a tiempo. 

Al fijarse en la muchacha, tras las palabras de Steeve, Ethan descubre que una plaquita metálica cuelga de su cuello, junto a un crucifijo, colgando de una cadena. Posee el símbolo del bastón de esculapio, típico de las disciplinas médicas, introducido en un asterisco rojo de alerta. Los pocos primeros auxilios que conoce Steeve le permiten saber que se trata de una placa de alerta médica, que se utiliza en algunos pacientes para alertar de posibles alergias y enfermedades importantes, en caso de que queden inconscientes. Aquella en concreto, si decidía, rezaba que Norna Weaver, de 17 años, era diabética tipo 1. 

Y mientras una de las mujeres moría, la otra salvaba, al menos de momento, la existencia, bajo las manos sanadoras de Cathbad que paraban de repente la hemorragia que manaba de su hombro, volviendo plácido el sueño de aquel reflejo de la señora Weaver que parecía totalmente convencido de ser la señora Weaver en si misma. 

Atento al exterior y más cerca de las ventanas, Thomas es capaz de percibir el sonido de las sirenas de algún coche de policía, o varios, a juzgar por la cacofonía. Aún se encuentran lejos, y parecen detenerse en algún punto más o menos cercano a aquella calle. 

Max tragó saliva un segundo… lo que se le antojó una eternidad. Probablemente estaba más acostumbrado que muchos de los presentes a ver una escena como aquella, pero aún así le sobrecogió un poco.

Con todo trató de de ser el primero en reaccionar y dejó caer la tapa del arcón con suavidad, alzando la mano para impedir que nadie se acercara al arcón.

- No podemos tocar nada. Lleva muerta varias horas. – Dijo confirmando con palabras los temores de Norna. La muchacha estaba pálida, pero debía aceptar la realidad. El investigador negó con la cabeza pero antes de que pudiera explicar nada, Norna cayó en redondo, como una muñeca desmadejada.

- No sé qué es lo que está abajo, pero no es su madre. Y hay que largarse de aquí ya. Ya hemos dejado suficientes pruebas nuestras por toda la casa… Si tocamos algo más acabaremos todos en la cárcel sin coartada posible. – Añadió imprimiendo un tono de urgencia en sus palabras.

Sabía más cosas sobre el cadáver de la señora Weaver, sobre cómo había muerto, pero no era el momento ni el lugar para hablar de ello. Los hombres de la tecnocracia estaban en esos momentos tejiendo una red a su alrededor, y ellos debían desaparecer del mapa pero ya.

Max no tenía ni idea de en qué se habían metido, pero estaban enmarronados hasta el fondo. Con cuidado, el detective se asomó al pequeño ventanuco* y echó un vistazo a la calle, pensando en por dónde podrían huir.

-¡Norna! -Ethan se lanzó al suelo tras la joven tratando de sujetarla, o al menos, de evitar que se causara daño en su caída. La energía Cardinal que había reunido en su colgante se disipó, olvidada, causando al resto de Despertados de la sala una extraña sensación de hormigueo en la piel. 

No volvió la vista atrás. Ya había visto fugazmente lo que escondía el arcón, y no tenía ninguna necesidad de verlo de nuevo. Tal vez Max o Steeve estuvieran acostumbrados a tratar con cadáveres, pero él no lo estaba y no pensaba estarlo. Su maestro, Caoighmin, le había advertido que, como Mago, debería estar listo para pelear por sus creencias, pero también le había inculcado el respeto a toda forma de existencia. Y el joven había aprendido bien. 

Con su mente trabajando a toda velocidad, Ethan trató de recomponer en su cabeza el escenario global. Estaban en un barrio casi desconocido, en una casa con una mujer muerta o moribunda, otra creada artificialmente que a estas alturas podría también haber muerto, una joven desmayada y la Tecnocracia acechando a su alrededor.  Y para empeorar las cosas, ni siquiera disponían de otro vehículo que la moto de Thomas. Pero debían irse, y pronto. Y decidirían a dónde una vez se encontraran a salvo.

-Max... Steeve... -Dijo mientras su mano acariciaba el pálido rostro de Norna. Los músculos del cuello del joven Mago se veían contraídos por la tensión y la frustración que experimentaba. Pero aún se negaba a perder toda esperanza.  -¿Estáis seguro de que está completamente muerta? ¿No podrían haber... haber transferido su mente al cuerpo del clon? ¿O algo así? Antes habíais dicho que estaba y no estaba vivo. ¡¿Qué significa eso?! -Su voz se alzó un poco más de la cuenta en esas tres últimas palabras, que retumbaron por la escalera y el altillo como el sordo fragor de un trueno.

Y cuando los ecos de su grito se apagaron, el joven se levantó mientras tomaba en brazos el cuerpo inconsciente de la joven.

Cuando Max abrió el arcón sintió un escalofrío. No provenía del cuerpo sin vida de la madre de Norna, sino de la derrota del libre albedrío sobre el Destino. Desde el principio había sabido que la madre estaba condenada, lo había expresado en la Catedral y lo sostuvo en adelante. El encuentro con Madame Cleo y la postura de los otros despertados le había dado la idea que podían hacer algo, y él lo intentó todo. Pero el cuerpo muerto desde hacía ya varias horas borró toda esperanza de interferir en el curso de los hechos de un modo significativo  Solo podemos dar pinceladas, pero la obra no es nuestra se dijo frutrado. 

Miró hacia atrás y la joven cayó desmayada, tampoco habían podido evitar que entrara en shock. Al menos no está todo patas para arriba, pensó mientras revisaba un poco mejor el cuerpo, solo para confirmar que ya nada podían hacer. Se puso de pie asintiendo ante la propuesta de Max y luego respondió a Ethan - Esta muerta, de eso no hay duda. Pero tal vez haya sido transferida, no puedo explicar eso - sin embargo su último comentario lo dejó pensativo, él mismo había percibido esa presencia en la buhardilla que caminaba entre la vida y la muerte, apenas unos minutos atrás. Si de algo estaba seguro, es que no pertenecía a un cuerpo que hacía horas había muerto. Volvió a concentrarse mientras salivaba sus dedos, frotó sus manos y luego las extendió girando sobre sí mismo dando una vuelta completa, tratando de alcanzar una precisión mayor a la que había obtenido antes.