Partida Rol por web

- ¡Joder! – Masculló Max mientras esquivaba a Cathbad y salía disparado escaleras arriba en pos de Norna. Jamás había visto a un mendigo placar a alguien con tanto estilo. Lo malo era que el disparo, por muy silenciado que estuviera, habría alertado a todos aquellos hombres de negro. Seguro. Si no el disparo, los gritos de la supuesta madre de la chica.

Si por un casual llegara la policía de verdad… la auténtica… Se iban a meter en un problema de los gordos. En la iglesia, con el cadáver del sacerdote-araña podían tener un pase. Allí, con una señora de mediana edad herida por un disparo, y su hija adolescente alterada… Max cerró los ojos un brevísimo segundo mientras saltaba los escalones de dos en dos. Le daba vértigo de imaginar la burocracia, papeleo y costes en abogados para salir de un lío así.

¿Cómo demonios se había metido en semejante lío? Ah claro, la invitación de Madame Cleo. Pero… ¿por qué le había tocado a él ser Mago? El mundo tenía cierta tendencia a ser irónicamente cruel.

-¡Norna espera! – Gritó mientras corría intentando alcanzar a la muchacha. Su única opción era detenerla antes de que siguiera registrando habitaciones, y luego buscar a la madre entre todos. A toda pastilla eso sí… pues más pronto de lo que creían iban a tener que salir de ese edificio.

Max no tenía ni idea de cómo sortearían esta vez a los hombres de negro. Pero algo pensarían.

En ese momento Max se percató de los gritos de la suplantadora a medida que él había seguido subiendo las escaleras. ¡Es mi hija! ¡No podéis quitármela!

¿Tendrían algún significado real? ¿O formaban parte del teatro que quien fuera que estuviese detrás de todo aquello había organizado para distraerles? Prefirió no pensar mucho en las implicaciones de todo aquello.

Antes de que la situación se descontrolase todavía más, Cathbad se lanzó en plancha sin dudarlo sobre aquel simulacro. Su masa corporal sumada a su inercia bastaron para derribar a la persona, o la cosa, o lo que quiera que fuera aquello, sobre las escaleras. El brujo aterrizó sobre la criatura con toda la dureza que pudo, apresándola en una maraña de extremidades y huesos que se clavaban unos en otros. A la brusca caída le siguió un instante de confusión, durante el que aquel ser aprovechó para continuar gritando, intentando en vano engañar a Norna. Como si hubiese alguien incapaz de reconocer a su propia madre. Agarrando a la «mujer» por la ropa de la pechera, Cathbad le asestó un fuerte cabezazo en el rostro. No pareció afectar mucho a su adversario.

—¿Por qué no te callas un poco? —siseó entre dientes, fulminando con la mirada a aquello. A continuación, levantó la vista hacia la cima de las escaleras—. ¡Norna, date prisa! ¡Hay que largarse de aquí!

Habían caído de lleno en la maldita trampa. ¿A dónde iría la fugitiva en primer lugar? A casa, por supuesto. Y allí estaban sus perseguidores, esperándolos en casa de Norna. Solo esperaba que la cría encontrase a su verdadera madre y pudieran marcharse de allí antes de que llegasen los refuerzos que, sin duda alguna, ya se estaban acercando…

Ethan pasó corriendo al lado de la confusa maraña en la que se habían convertido Cathbad y la falsa señora Weaver. Sus pensamientos estaban tan centrados en Norna que casi llegó a olvidar por unos segundos que no eran otra cosa que ratones corriendo en el interior de la trampa que alguien había dispuesto para ellos.

Más adelante, Max se había adelantado hacia la joven, que seguía abriendo habitación tras habitación en su vana búsqueda. Pero Ethan, al contrario que la joven, sabía a dónde dirigirse. De modo que en lugar de seguir a Max, al subir las escaleras no se detuvo en el primer piso y continuó subiendo hacia la buhardilla. El corazón golpeaba, desbocado, en su pecho, y no se trataba del esfuerzo de la carrera. Se trataba del miedo que comenzaba a hacer mella en su espíritu. Miedo a lo que le esperaba al otro lado de la puerta del desván.

Las palabras desgarradas de la falsa madre retumbaron en la escalera y levantaron tétricos ecos en su conciencia. Había verdadero dolor en el grito de la mujer. Dolor por la herida de bala, pero también el dolor por ser privada de la persona amada. ¿Acaso se había equivocado? ¿Acaso ese ser, aunque creada artificialmente, poseía los mismos sentimientos que uno real? ¿Y sí ese era el caso, entonces en qué se diferenciaba de un ser humano normal? ¿Con qué derecho le habían atacado y herido?

Pero no... No podía ser cierto. Y él no podía permitirse ceder a los remordimientos en ese momento. De modo que ahogó sus sentimientos en rabia, convirtió esa rabia en adrenalina, y se lanzó a abrir la puerta tras la que se escondía la respuesta.

Las gotas de sangre manchaban la pared damasco de un rojo tan familiar, tan conocido por Steeve, que ni por un segundo se le ocurrió que perteneciese a una criatura arácnida como la que había visto en la Catedral. Bajó el arma mientras Cathbad se abalanzaba sobre la mujer que insistía de un modo convincente en su identidad. Y si es la madre? pensó incrédulo al verla en el piso llorar. Steeve estaba convencido que la verdadera madre estaba mal herida en el piso superior y que la impostora era estaba frente a ellos, pero si no era así, entonces arriba había "algo" que estaba parcialmente vivo y que era capaz de confundir a Norma. Maldición.

Se dispuso a subir esas escaleras cuanto antes, con el arma aún en la mano dio un pequeño salto para esquivar al mendigo y a la mujer herida, aunque se tropezó en el intento - Disculpe usted - le dijo intentando ser amable, aunque su tono sonó burlón y contrastó con los sollozos de la madre empapada en sangre a causa de su disparo. En vano sería dar ninguna explicación, así que continuó subiendo. Notó como Max se iba tras Norma y recordó que Ethan había pedido asistencia, así que lo siguió. Los dos iban tras el rastro de lo que habían percibido en la buhardilla, entre ambos se iban a enfrentar a lo que fuese que estaba dando vueltas la realidad de ese hogar. Sus ojos estaban atentos y su arma dispuesta a terminar con esa nueva pesadilla.

La dantesca escena que tuvo lugar en la casa casi desconcentró a Thomas, sentir los sollozos de desesperación y dolor de la mujer causó en el Cuentasueños un pasajero estado de malestar. Aquella reacción que parecía totalmente genuina le desconcertaba, no entendía de las reacciones casi inhumanas de algunos de los presentes, pero el australiano se concentró en la labor que estaba desempeñando. Siguió tocando someramente los patrones mentales cada vez más personas, analizando, clasificando, vislumbrando, una cosa parecía cierta, y quizá por eso era un tanto desgarrador, la supuesta madre de Norna era consciente de si misma.

Lentamente llevó la mano al interior de su chaqueta, acarició su didyeridú presto a usarlo si las cosas se complicaban en exceso, pero en la mentalidad del Despertado australiano prefería ser cauto en sus reacciones y sus acciones.

—Veamos que me muestran vuestras líneas de canción.. —murmuró ampliando sus sentidos mágicos y mundanos.

La mujer que a todas luces parecía angustiada y confusa mueve la cabeza, desesperada, evitando el cabezazo proporcionado por Cathbad, sin poder evitar, sin embargo, que el susodicho la agarre, manteniéndola inmóvil contra la escalera. Mrs Weaver, o lo que sea que fuere aquel ser, forcejeaba entonces, con el ahínco de quien está a punto de perderlo todo. Lo hace de manera poco coordinada, y es su propio gesto, al mover el cuello contra el borde de un escalón, el que provoca que se abra una brecha en la zona posterior de su cráneo, empapando rápidamente su pelo de una sangre que se aunaba a la mancha que el disparo en el hombro había depositado sobre el parqué. Una sangre roja y humana. 

Porque aquella mujer parecía humana a todas luces. Incluso el propio Thomas pudo percibirlo. Su mente quizá parecía algo... Rígida. O encorsetada parecía ser la palabra adecuada. Pero poseía las pautas propias de un humano. Un humano con unas pocas ideas fijas, que en aquel momento atravesaba una fuerte conmoción. 

Max y Ethan corren en pos de Norna, al igual que Steeve, que con menor fortuna ve entorpecido su paso, y por muy poco no pierde el equilibrio, precipitándose sobre Cathbad y Mrs Weaver, que llora ahora, aturdida, emitiendo unos murmullos que bien podrían asemejar al quejido de un animal indefenso y herido- Norna... No... Yo soy tu madre... Soy tu madre...-repite, mientras el eutánatos trata de sortear el obstáculo que suponían ambos cuerpos, agarrándose a la barandilla de la escalera. 

Norna por su parte proseguía en su recorrido frenético. Salía de una tercera habitación, y se encaminaba hacia el vestíbulo de la segunda planta, que daba hacia un segundo tramo de escaleras. Un segundo tramo de escaleras que, por su disposición, debía dar hacia la buhardilla- ¡Mamá!- gritaba- ¡Mamá por favor, responde!- repetía, viendo ahora de cerca a Ethan y Max, alejándose un tanto de ellos mientras echaba a correr por la segunda tanda de escalones- ¡No! ¡No! ¡Dejadme en paz! ¡Tengo que encontrar a mi madre!- añadió, con voz aguda y tomada, entre sollozos. 

Ethan estuvo a punto de detener su carrera al cruzarse con Norna y tratar de calmarla, pero su impulso duró sólo un instante. El que necesitó para darse cuenta de que, en esos momentos, nada que él pudiera hacer podría calmar a una hija que buscaba desesperada a su madre. Una hija que por fin se había dirigido hacia la buhardilla, donde sus respuestas aguardaban... y no estaba nada seguro de que fuese una buena idea que la muchacha llegara primero. No era la primera vez que sus poderes se desataban ante una fuerte emoción. Y estaba seguro de que no sería la última.

De modo que no se detuvo, y se lanzó también hacia la buhardilla, dejando de lado todo el resto del dantesco cuadro que comenzaba a pintarse en la residencia Weaver. Sin embargo, no era sencillo ignorar los lamentos de la criatura que, según creía, había suplantado a la madre de Norna. Pero finalmente, no fue capaz de soportarlos.

-¡Cathbad, no le hagáis más daño! -Gritó, esperando que sus compañeros lo escucharan. -Ella no es culpable de nada... ¡No sabe nada de esto! ¡Pero sí siente! ¡No volváis a disparar sin estar seguros!

Y tras gritar esas palabras, mientras trataba de adelantar a Norna en su carrera por la escalera, su mente se evadió por unos instantes hacia el cristal que colgaba de su cuello, en el que comenzó a aparecer un aterciopelado brillo blanco. No sabía qué los esperaba en la buhardilla, pero estaría preparado para defenderse si era necesario.

A medida que pasaban los segundos y la falsa señora Weaver continuaba llorando y debatiéndose, llegando incluso a herirse a sí misma con un escalón, Cathbad empezó a darse cuenta del inmenso error que tanto Steeve como él habían cometido. Habían subestimado al enemigo. Aquello que luchaba y cuya fuerza se extinguía bajo el peso del brujo no era un autómata programado, sin sentimientos, ni un agente de la Tecnocracia camuflado de otra cosa. Aquella persona creía realmente ser la madre de Norna, y estaba sufriendo enormemente por circunstancias de las que no era conocedora.

Los ojos de Cathbad se abrieron de repente en una expresión de profunda compasión. La culpabilidad hincó sus garras en sus entrañas, y habría querido pedir disculpas a aquella que parecía ser la señora Weaver; en momentos como aquel se sentía un ser mezquino y lamentable, indigno de la Ascensión. Pero no tenía sentido. No podía deshacer lo que ya se había hecho, aunque sí podía enmendarlo.

Lentamente, el hombre se inclinó sobre la mujer, aflojando su presa hasta la mínima fuerza necesaria para evitar que escapase. Susurrando unas palabras suaves en el oído de la señora herida, hizo acopio de toda su Voluntad para ralentizar sus constantes vitales y manipular sutilmente los humores corporales para inducir en ella un repentino letargo.

—Shhh, Caidil gu math*… Shhh… —murmuró, cubriendo los ojos de la mujer con una de sus manos.

Los escalones parecían haberse encaprichado con él, demorando su ascenso mas de la cuenta, pero finalmente logró seguir los pasos de Ethan en dirección a la buhardilla. Cuando alcanzó el primer piso vio que Norma se dirigía hacia el mismo lugar. Al verla aceleró su paso, era mejor que llegasen ellos antes que la joven, de lo contrario corría un gran riesgo. Mientras avanzaba escuchó los gritos de Ethan y abrió sus ojos de par en par. Te olvidaste que afuera hay un par de hombres de negro en un auto esperando una buena escusa para entrar? pensó sin pronunciar mas que - Sshhhhh - invitando al silencio. El arma aún caliente por el disparo le recordó que había sido él quien había llamado la atención de todos los vecinos unos segundos atrás, y no pudo evitar sonreír.

Concentró sus esfuerzos en avanzar cuanto antes, tratando de unirse a Ethan y dejar a Norma atrás, lo que fuese que encontrasen allí era mejor que ellos solos lo enfrentaran. Su arma estaba lista, solo bastaba abrir esa puerta y descubrir la verdad detrás de toda esa locura.

Max se frenó un escaso segundo para retomar el aliento cuando llegó a la división entre el primer y el segundo piso. Por delante de él, Ethan seguía corriendo hacia la buhardilla mientras trataba de adelantar a Norna y que no fuera ésta quien se topara con lo que fuera que les aguardaba al otro lado de la puerta.

Joder, en buena hora se había levantado de la cama. Parecía que se encontraba en un concurso humorístico, de esos de japoneses, donde ponían a prueba a los concursantes una y otra vez… y donde no sólo sus reflejos, habilidad e intelecto eran puestos a prueba… sino también su paciencia. Y lo peor de todo era que sentía como si alguien les estuviera observando por un agujerito todo el rato… o por una cámara. Y esa persona o personas debían estar riéndose de lo lindo.

Escuchó de fondo a su espalda las palabras de la madre de Norna… que parecían una versión en femenino de la guerra de las galaxias entre Darth Vader y Luke…

Yo soy tu padreeee…

Ignoró aquella ironía reprimiendo la sonrisa que estuvo a punto de asomar a su rostro. Aquello era serio, muy serio, y se lanzó de nuevo a la carrera en pos de Ethan, tratando de llegar junto al otro Despertado para que, fuera lo que fuera lo que les estaba esperando, no lo afrontara sólo. Seguramente se arrepentiría de aquello. Su cerebro le decía que lo más sensato era irse por otro lugar… por alguna ventana trasera o algo así. Y simplemente desaparecer.

Pero, simplemente, no podía.

Ajeno a toda la escena dentro de la casa, Thomas permaneció concentrado durante unos pocos instantes más mientras cribaba los patrones mentales presentes en la zona. Entonaba en su cabeza las vibraciones de las mismas, como si cada huella invisible tuviera sus propios acordes. Cuando lo tuvo claro, dilató un poco los ojos y avanzó a grandes zancadas hasta el jardín delantero para buscar los dos patrones que se alejaban con la mirada.

Fue entonces cuando fue consciente de todo lo que había sucedido dentro de residencia Weaver, los sollozos de una madre ficticia eran tan reales como las de una de verdad. Thomas masculló mientras volvía hasta el vestíbulo, sin bajar la guardia, pendiente. Aunque ahora toda su atención había caído sobre la desgraciada copia materna y la sangre que manchaba la escalera.

—Se marchan, son despertados —anunció Thomas haciendo de tripas corazón a la dantesca escena, volvió la cara asqueado —. No percibo más patrones mentales salvo los nuestros, la de la.. ¿copia? y la de esos dos que se marchan.

Los sollozos, los quejidos de la mujer acallan tras ser pronunciadas aquellas palabras murmuradas por parte de Cathbad. Un último suspiro prolongado es todo lo que expresa antes de que sus ojos se cierren, su cuerpo quede desmadejado, y su respiración lenta y apacible. 

Y mientras la paz llegaba a aquella mujer que guardaba asombrosa semejanza con la señora Weaver, un grupo de estómagos encogidos y corazones en plena taquicardia se encaminaba escaleras arriba, hacia la buhardilla.

Era Norna la primera en llegar a la puerta. Hasta ahora su profunda determinación de encontrar a su madre se había mantenido férrea y la había llevado a recorrer frenética cada habitación de la casa, y frente a la entrada de puerta de madera lacada en blanco que llevaba hacia el último piso, un contraste claro se hacía presente en su actitud, palideciendo profundamente su rostro, y temblándole las manos, acercando la diestra hacia el picaporte, sin que en cambio se atreviese a girarlo.

Era Max, en lugar de la joven Despertada, quien se atrevía a terminar aquel movimiento, apartando suavemente la mano de Norna, para abrir y empujar suavemente la puerta, que con un crujido, dejaba entrever, poco a poco, el interior de aquella habitación que a todas luces guardaba todo mueble viejo y trasto inservible que había circulado en aquella casa señorial durante épocas. 

Los pasos cautelosos de unos, y de otros, llevaban al interior de aquel lugar en el que las telarañas parecían haberse acumulado aquí y allá, cubriendo cada esquina, y cada hueco presente entre los muebles, aparatos y cajas que allí se acumulaban. E incluso entre la pila de viejos libros y revistas, y el par de retratos visibles a medias que se apilaban a un lado de la sala.

Y al fondo, bajo la luz de un pequeño ventanuco tras el que se adivinaba un cielo plomizo, y frente al cual se intuía una miríada de destellos producidos tan sólo por el revolotear del polvo en suspensión, se adivinaba un viejo arcón de madera oscura, parcialmente cubierto por una vieja alfombra de estilo persa a medio enrollar. 

Bajo el arcón, y extendiéndose hacia un lado de la sala, se adivinaba una gran mancha oscura y rojiza de olor ferroso sobre cuya lengua final, sin quererlo, los magos habían acabado quedando de pie mientras observaban la sala, comprobando, con sus zapatos, que posee una consistencia ligeramente viscosa, y que en cierta manera, parece estar endureciéndose sobre el suelo. 

Lo primero de lo que se percata Ethan, y que resulta más que evidente a la vista y al olfato, es que la mancha oscura está conformada, obviamente, por sangre. Una sangre que se encuentra casi coagulada, por lo que debe llevar varias horas esparcida sobre la madera del suelo. 

Un vistazo rápido a la sala le permite darse cuenta de que las telarañas, acumuladas en todas partes, parecen estar rotas alrededor del arcón y de la alfombra, en cuyo extremo, casi ocultas a la vista, se encuentran marcas de la misma sangre que empapa el suelo, que reflejan parte de la horma de dos pares de zapatos diferentes.

Además, el polvo y las telarañas parecen estar removidos en la zona donde se encuentran las revistas, los libros y los retratos, adivinándose entre los mismos un rostro que a Ethan le resulta familiar. El de un hombre, de unos cuarenta años, que posee un pelo oscuro y una mirada semejantes a los rasgos que posee la propia Norna. 

Y por último se percata de que la propia Norna parece encontrarse pálida. Muy pálida. Y que sus pupilas parecen desenfocadas, vidriosas. Su respiración, además, parece entrecortada. 

Lo primero de lo que se percata Max, y que resulta más que evidente a la vista y al olfato, es que la mancha oscura está conformada, obviamente, por sangre. Una sangre que se encuentra casi coagulada, por lo que debe llevar varias horas esparcida sobre la madera del suelo. 

Un vistazo rápido a la sala le permite darse cuenta de que las telarañas, acumuladas en todas partes, parecen estar rotas alrededor del arcón y de la alfombra, en cuyo extremo, casi ocultas a la vista, se encuentran marcas de la misma sangre que empapa el suelo, que reflejan parte de la horma de dos pares de zapatos diferentes.