Partida Rol por web

El guardia no agrega nada más a aquella inexistente conversación, adelanta la mano para tomar las monedas que le ofrecéis y entonces, el otro procede a abrir las puertas de la ciudad, dandoos paso a Tormentos Cristalinos*.

Miro al guardia, mientras da la orden de abrir las puertas. Encerrarme en una ciudad no era algo que me agradara, si no mas bien, todo lo contrario. Pero el futuro de la aldea estaba en nuestras manos.

Espero de pie, cruzandome de brazos, observando como abren la puerta con lentitud. Yo mismo la habria abiertomas rapido, pero no podia esperar mas de sureños como aquellos. Cuando esta abierta de par en par, miro de reojo a Zynna, indicandole con un gesto de la cabeza que me acompañe.

Inicio la marcha, emitiendo algun tipo de gruñido gutural que posiblemente, en las tierras del norte, sea algun tipo de saludo o despedida. no tengo mas intencion de hablar con el guardia, no por ahora.

Al entrar, miro a mi alrededor, paciente. Llevamos viajando mucho tiempo, y el lobo no se hizo en un dia. Zynna y yo mismo necesitabamos reposo, pero un olor a cenizas llega a mis fosas nasales, y oliendo el aire como si se tratara de un lobo, miro en la direccion de la calle.

Por aqui.  Añado, reiniciando la marcha.

Atravieso las puertas, con ese mismo aire de loba enjaulada que ahora mismo tiene Drogo. Dedico a los guardias un ligero cabeceo. No, no hemos venido alli a charlar con ellos. Tenemos un objetivo, y el tiempo corre en nuestra contra.

Olfateo el aire, cuando ese olor a quemado llega también hasta mis fosas nasales. Voy a comentar algo al respecto a Drogo, pero entonces veo que el adelanta, mirándome. Asiento, dandole el visto bueno. A pesar de estar cansada y de que mi cuerpo pide comida y una cama, soy una mujer del norte. Y lo primero es el deber.

-Tu tambien lo has olido, ¿verdad?- le digo. Ya se que, por supuesto, lo ha olido y con creces. Es solo una forma de darle a entender que comprendo el por qué de sus directrices. - Espero que no tenga nada que ver con lo que venimos buscando. - le digo, en un tono mas confidente, antes de echar a andar con el, en direccion al lugar en cuestion.

Acostumbrado a la vida del campo y al pequeño pueblo donde vivía, la expresión de asombro en mi cara seguramente era evidente, la visión de aquella imponente  muralla hecha con grandes bloques de piedra caliza y las altas torres que protegían la ciudad, contrastaba con aquel atardecer y el recuerdo de mi hogar natal,  a poco menos de 20 metros de la entrada, en un movimiento, hice mi capucha para atrás, sin dejar de caminar, alzando la vista contemplaba aquella obra impresionante, un olor muy distinto al de los campos de mi tierra inundaba el ambiente, traído por una fuerte y fresca brisa del sureste, aquella era una ciudad costera, el aroma del mar y el salitre dominaba.

En la medida que me acercaba a la  enorme puerta  en forma de "H",  por la que fácilmente entraría un gigante, note que un par de centinelas custodiaban la entrada y controlaban el acceso a la ciudad.

Uno de ellos se acercó a mí, con un actitud muy marcial, explicándome las normas de acceso a la ciudad me extendió la mano a la espera de la paga de la tasa de entrada.

- Buenas tarde Señores – Replique y sacando las 5 pc de mi bolsillo, las coloque en la mano del centinela, prosiguiendo la conversación, les pregunte.

- He venido para quedarme por tiempo indefinido, ¿cada vez que salga y entre de la ciudad, deberé pagar esta tasa?, esta es mi primera visita a vuestra ciudad, por lo que aún no la conozco, podrían ayudarme indicándome ¿Cuál es el mejor lugar para buscar trabajo, la dirección de alguna taberna cercana a esta parte de la ciudad y un lugar económico para pasar la noche que esta pronta a llegar? No me gustaría tener que dormir en las calles de una ciudad desconocida.

Después de escuchar la respuesta de los centinelas, agradeciéndoles,  entre en la ciudad y me detuve unos minutos hacia  la parte interna de la puerta, ya dentro de la ciudad, a observar los alrededores, para luego proseguir mi camino adentrándome en la ciudad, hacia la dirección que me habían proporcionado los centinelas.

Efectivamente, entrar a la ciudad cuesta 5 piezas de cobre, es el diezmo establecido por el consejo de la ciudad.

Después de tomar las 5 piezas de cobre del recién llegado, el guardia le señaló la posada más cercana. La posada más cercana es El Cuervo de Plata, pero no por ello es la más económica. Digamos que las demás que son más baratas son las que están al otro lado del río, sus nombres son, El Bote del Lagarto, La Pezuña en la Boca, o el Erizo Borracho. Y si lo que buscas es algo de trabajo, eso es más complicado. Pero siempre se dice que en el negocio de Recados de la ciudad siempre andan buscando gente. Aunque hay mucha gente que necesita también ayuda en la ciudad, por ejemplo en el Templo de Pelor.

Al escuchar las indicaciones del guardia de la puerta norte, me sentí algo más aliviado, con esa información podría decidir mi derrotero dentro de la ciudad, ya sabía a qué lugares ir, pero  lo más importante para mí era encontrar un trabajo y un lugar donde dormir, con una expresión de satisfacción le conteste al guardia.

Muchas  gracias, ha sido muy amable suministrándome esa valiosa información.

Dando media vuelta en dirección a las calles de la ciudad, seguí las indicaciones que me había suministrado el guardia, directamente hasta el negocio de recados de la ciudad, para saber  si había algún trabajo que realizar.

Mientras caminaba por los caminos empedrados de la ciudad, observaba el caminar de las personas de arriba abajo, mujeres que cargaban agua, otras con cestas de alimentos, chicos correteando por las calles, hombres y mujeres de distintas razas compartían la ciudad, en ciertos lugares como pequeñas plazas se amontonaban vendedores con tarantines de madera, aquella ciudad se sentía viva y muy activa, mucho más que el pueblo del que venía, ciertos lugares eran como embudos donde se dificultaba el transitar de las personas,  amontonándose y empujándose para poder pasar.

En varias ocasiones se me vino la idea de robar la bolsa del cinto de alguno incauto en esas áreas tan transitadas, para una persona diestra como yo no sería difícil, pero no quise meterme en problemas justo el primer día en la ciudad, por lo que proseguí mi camino alegremente a mi destino.

Llegais hasta el muro de entrada donde podéis ver a los guardias que mantienen las puertas cerradas impidiendo el paso a los recién llegados. Estabas esperando dentro de la ciudad, pero necesitabas pedirle a los guardias que te abrieran la puerta o bien esperar a que se la abrieran a los recién llegados.

Lictea esperaba impaciente delante de las enormes puertas mirando con cara de pocos amigos a sus guardianes.

¿A qué esperan?- Pensó, pero de su boca sólo salió un gruñido.- Grrrr.- Tras un rato más de espera se decidió a comunicarse como una humana, recordando las instrucciones de Daélric sobre ser amable y educada.- Buenos días.- Se forzó en sonreír mostrando sus destartalados dientes.- Tengo que salir de caza. Abrid las puertas.- Le salió con brusquedad, pero se arrepintió al instante y rectificó.- Quiero decir...ejem...- Sé dulce Lictea, como el canto de un ruiseñor-...¿me haríais el favor de abrirme las puertas para que pueda abastecer de caza a la Catedral de Pelor?- Allí estaba ella, vestida con sus ropas de color pardo, su escudo de roble, la cimitarra, la honda y su enmarañado y sucio pelo recogido toscamente en una coleta. Desde luego cualquiera agradecería quitársela de la vista con rapidez.  

Los guardias no demoraron más la espera y abrieron las puertas para que Lictea pudiera salir de allí.

Una vez dados unos pocos pasos fuera de la oprimente ciudad, Lictea empezó a sentirse más ligera, como si se quitara un peso de los hombros. Se dirigió rauda al punto donde se había separado de Lico el día anterior, feliz por la idea de volver a verlo. Se había separado de él en los lindes del bosque, lo cual era bueno pues así podría cazar pequeñas presas y encontrar alguna planta útil, ambas cosas bien necesarias para la Catedral de Pelor. Se sentía como pez en el agua en el bosque, y pronto estuvo agazapada, olisqueando el aire, rebuscando bayas entre las plantas, buscando madrigueras o nidos de aves de suculentos huevos. Siempre con la honda cargada presta a atizarle una buena pedrada a las veloces liebres.

De vez en cuando, mientras se internaba en el bosque, aullaba o pegaba pequeños silbidos para avisar a Lico de que estaba cerca.

El reencuentro con Lico, en la intimidad que les confería el bosque, fue muy importante para aumentar el ánimo de la salvaje mujer. Tan sólo habían pasado una noche separados pero le parecían miles.

- Grrrr.- Le gruñó cariñosamente a su hermano lobo mientras se revolcaban por el acolchado suelo del bosque. Tampoco se excedieron demasiado con las muestras de cariño y pronto estuvieron acechando juntos a sus presas. Con Lico al lado el trabajo era mucho más sencillo.  Ella asustaba de frente a las pobres liebres y Lico las abordaba lateralmente cayendo en sus afiladas fauces. Las que escapaban caían bajo una pedrada certera de la mujer, aunque no siempre acertaba.

- Con esto tendremos suficiente por hoy.- Se colgó al cinturón las cuatro liebres que habían cazado y se dispuso a buscar alguna hierba que pudiera servir a la sacerdotisa de la Catedral de Pelor. Se había entretenido demasiado cazando  con Lico, pues le resultaba mucho más gratificante, así que pensó en algo sencillo y que no le llevara mucho tiempo. Con ayuda de su cimitarra rascó la corteza de los fresnos, la que estaba orientada al sur, para evitar el musgo. Con dicho material podían hacerse infusiones para calmar la fiebre. Lo guardó bien en un saco y azuzó a Lico para que la siguiera.- Vamos, iremos a la ciudad- Le miró con preocupación.- No te gustará, pero no queda otro remedio. Tengo que presentarte a un pajarillo que he conocido, pero no se come, ¿eh?- Afortunadamente Lico sólo comía aves cuando no había otra cosa que llevarse a la boca.

Esta vez Lictea pagó sin rechistar, e incluso sin gruñir. Ya gruñía Lico por los dos al ver tanta gente. El pobre no estaba acostumbrado, pero seguía fielmente a su hermana humana. Le cogió de la piel del cuello y tiró de él.

- Vamos Lico. 

¡Un momento! Dijo señalando al lobo que acompañaba a Lictea. Le he dicho que son 5 piezas por cabeza. Dijo señalando a su compañero animal. Él también paga. Nadie nos garantiza que no sea un druida transformado, o incluso un licántropo. Tan solo pueden pasar gratis, los familares de los hechiceros que son animales suficientemente pequeños, además de mágicos.

Él, dijo señalando el otro guardia, ni es su familiar, ni tú tienes pinta de hechicera.

Filos dedico un largo pestañeo al guarda. Afortunadamente, el no tenia que pagar por Tantor, su lechuza, que viajaba comodamente sobre su hombro. El vinculo con el era dificil de explicar. Seguramente parecido al de aquel desconocido con su lobo. Otra persona hubiera intentado interferir a su favor pero Filos no era esa clase de persona. El solo se preocupaba por su propio bien y, hasta ahora, le habia ido bien asi, seguia vivo.

Metio la mano en su gabardina y tuvo que escarbar para encontrar las monedas. Su situacion era precaria. Lo prioritario era encontrar trabajo. Dejo la puerta atras y dirigio sus pasos al interior de la ciudad, en busca de la taberna mas proxima, donde poder encontrar un encargo y quizas una habitacion asequible.

Una vez traspaso las imponentes murallas, el joven libero a Tantor y lo dejo volar. El buho era perezoso de dia pero ambos compartian un mismo destino y Filos sabia e resultaba mas de fiar sin el animal colgado del hombro.

Se acerco a un porche, donde una anciana barria y le pregunto de buenas maneras

-Buenos dias, señora. Que Tymora la sonria. Seria usted tan amable de recomendarme una taberna economica y concurrida? Ya sabe, de las que rebosan de gente armada, como yo. - dijo, consciente de la enorme hacha de doble filo que colgaba de su espalda.

Bueno, estaba claro que el buen humor con el que había comenzado la mañana pronto iba a agotársele a la mujer lobo. Observó la pantomima con las que los dos guardias actuaban. Se quedó mirando el dedo estirado del guardia que apuntaba a Lico.

- Grrr.- Gruñía Lico algo extrañado con la situación.

Guarda bien ese dedo. Métetelo por el culo si no quieres que mi lobo se lo meriende.- Esto es lo que habitualmente Lictea le hubiera espetado al "bueno" del guardia, pero respiró hondo, ahogó un gruñido, y respondió con una sonrisa de dientes desastrados. La influencia de Daélric estaba haciendo mella en ella.

- Haces bien soldado. Sólo cumples con tu trabajo, como debe ser. Gracias a vosotros la ciudad es "tan" segura. - No habían tardado ni un día en robarle todo el dinero que tenía. Estaba claro que la ciudad corrompía al hombre. Le daban ganas de vomitar. Tormentos Cristalinos debería ser reducida a cenizas y, al parecer, así estaba siendo. No iba a derramar lágrimas por ello. - Vamos Lico, paga tu parte como debe ser.- Acarició al lobo en el cuello, colocándole la bolsita de cuero con las 5 piezas de plata entre las fauces. Era todo lo que le quedaba. Lico permanecía junto a su hermana loba, con el pelo del lomo erizado y mostrando su poderoso hocico chorreante de babas y plagado de afilados dientes.- Yo ya he pagado mi parte, cóbrale a él la suya.- Le dijo al guardia. Si Lico debía pagar que lo trataran con él. Sabía que Lico no atacaría si ella no lo ordenaba, pero quería ver si el guarda era tan bravucón como parecía.

Mientras esperaba observó al otro recién llegado que llevaba un precioso ejemplar de búho sobre el hombro. Eso reafirmaba lo que pensaba de los putos guardias. Sólo le pedían el dinero porque tenían el alma corrompida por el vil metal.

El guardia recogió el diezmo del hombre y abrió las puertas para dejarle pasar. Después se agachó para tomar la bolsita que tenía el lobo entre las fauces. Por alguna razón desconocida, estaba más que seguro y no temía nada de aquel animal. Así que tomó la bolsa y contó que estuviera todo en orden.

A continuación, volvió a abrir la puerta para dejar pasar a la sucia mujer y a su compañero.