Partida Rol por web

En vista de mis posibilidades de romper cosas, y que la pared y la puerta parecen demasiado resistentes, decido hace lo mejor para todos... Y es romper lo que hay en medio. Porque si algo he aprendido en estos años es a romper cosas y tirar puertas.

Así, dirijo mi hacha hacia las visagras de la puerta, con intención de partirlas en miles de trozos y poder tirar la puerta para gritar alguna frase épica cuando cruce el umbral.

Cuando oyó los disparos, Alaster prácticamente enterró la cara en la tierra. ¡Oh, mi pobre Inglanar! ¡Qué joven te despides del mundo! No eras guapo, ni listo, ni bueno... ni especialmente querido... ni... Durante un momento, Alaster se preguntó si pasar a mejor vida no habría sido una mejora para su monstruoso compañero. Entonces, de pronto, Inglanar estalló en amenazas contra los tiradores. Rápidamente el mago se dio la vuelta boca arriba y miró hacia el guerrero, que sólo tenía una fea herida. ¡INCREÍBLE!, exclamó para sí abriendo mucho los ojos. ¿Sobrevivirá a una segunda andanada? Era el momento de intentar algo. Cogió aire y levantó una mano.

-Caballeros, caballeros... -empezó a decir mientras se ponía a cuatro patas-. Me temo que aquí ha habido un malentendido... ¿No vieron ustedes que a los guardias les pasaba algo extraño? -indicó lanzando una mirada al elfo para hacerle saber que estaba de acuerdo con él-. Mis socios y yo, socios de Garzhal, sentimos informarles de que esta casa está... ¡Maldita! ¡Sí, maldita! -Alaster ya estaba sólo de rodillas y no se atrevió a seguir levantándose, pero hablaba cada vez con más seguridad y seriedad, sacudiendo el polvo de su sombrero.- Harían bien en dejar de disparar a mi... ejem... subordinado para que pueda hacer su trabajo... ¡Sí, su trabajo!

Los guardias de la ciudad se quedan mirando a su superior con cara de duda. No saben muy bien que hacer. La cara del guardia es todo un cuadro. Por un lado sabe que debe detener al bárbaro, pero por otro parece que tiene tantas ganas o más de ayudarle a tirar la puerta abajo. Desefundando su pistola apunta directamente a la cara de Alaster. 

- Si no tiran las armas de inmediato volveremos a abrir fuego. Se lo advertimos por última vez. Detengan al calibán y tiren las armas. 

¿Qué detengamos al calibán? ¡¡Nosotros!! ¿No es ese su trabajo? Venga, estoy deseando ver cómo lo intentan.

—Yo no lo estoy deseando para nada... —murmuró el joven mago.

Alaster sabía perfectamente cómo iban a convencer los guardias a su colega verde: a base de plomo. Para sorpresa de Alaster, aunque el terco calibán le pareciese un imbécil las más de las veces, se dio cuenta de que tampoco le gustaría verle muerto.

—Inglanar... —comenzó, las manos levantadas en gesto de rendición.

¿Pero que estoy haciendo? ¡Si no me hace caso nunca! Alaster se dio cuenta de que tenía más posibilidades de salvar los muebles tratando de dialogar con la guardia.

—Escuchen, ca-caballeros... Señor —se corrigió, dirigiéndose ahora al oficial aparentemente superior—, ya ve que no tengo armas. Respecto a mi amigo —dijo señalando con su cabeza al calibán—, les aseguro que no tiene la más mínima intención de hacerles caso a ustedes o a nosotros; además, está bastante ocupado tratando de demoler la casa como para atacar a nadie... —Trataba de sonar conciliador ahora.— ¿Qué les parece si nos detienen a nosotros, le dejan a él a lo suyo y seguimos charlando en el cuartel?

La cobardía de Alaster era tan real como las armas de los soldados, pero también había visto cierta duda en los ojos del oficial. Tal vez suceda algo con la casa o con Garzhal... Tal vez si les explicamos...

- No me vale. El calibán esta intentando forzar una puerta. Debe detenerse de inmediato ¿que está ocurriendo aqui?

Los guardias se miran entre si con gesto nervioso. Las armas están cargadas y apuntando al calibán, pero nadie abre fuego. 

La escena parece un cuadro. Los viandantes huyendo de allí, los aventureros tratando de hablar con la guardia y estos cagados vivos, observando impotentes, como el bárbaro destruye unas bisagras. 

En una de estas que una de las bisagras al fin cede. La puerta se descuelga más de un lado que de otro, por lo que ya está casi a punto. Con un último golpe del hacha mataginchos, la puerta sale echando hostias e Inglanar... 

Cuenta la leyenda que una vez cada mil años aparece un bárbaro más allá de la bruma capaz de moverse al son del viento. Toda la maldad congregada dentro de la casa de Garzhal estaba dispuesta a devorarlo y a no dejar de él ni constancia en la historia. Con un movimiento felino, el bárbaro se deslizó a un lado, justo al tiempo que el enano y el mediano se apartaban también, pero 2 de los guardias no estuvieron tan ágiles. 

Un brazo de un material similar a la niebla, pero más densa y oscura salió por la puerta, extendiendo sus zarcillos y atrapando a dos guardias por los pies, para después atraerlos a la casa con una velocidad espeluznante. Lo último que se escuchó de ellos fue un grito desesperado de terror. 

El capitán de la guardia, pálido de miedo, no dudó en actuar:

- Derribad esta casa, traed a los zapadores. Vosotros, retiraos a un lugar seguro. 

Lo único que Alaster fue capaz de chillar-como-una-niña antes de salir pitando del alcance de la casa fue:

—¿¡PERO QUÉ COJONES...!?

Fuera lo que fuese lo que acababa de zamparse a dos guardias y hacer que un calibán obeso saltara como un puma con muelles, Alaster no quería conocerlo.

Por un momento, me quedé pensando en qué había pasado. Al parecer, la casa tenía hambre, y quería comerse lo que fuera. Pero eso tenía fácil solución.

Apartándome de ésta, saco un mendrugo de pan de mi morral, y lo tiro dentro de la puerta, a ver qué pasa...

Mientras me apartaba, entrecerré los ojos.

¿Con qué tipo de personas haces tratos, Alaster? comenté frío, sin ningún tipo de expresión.

Por suerte, aquella cosa no había arrastrado a Inglanar, pero se había llevado a dos de los soldados. Cuantos menos mejor pensé.

Deberíamos alejarnos un poco de aquí, hasta que se solucionen las cosas.

Un gorrión se acerca tranquilamente a ver el chusco pan que ha caido al suelo. De la misma manera, un zarcillo sale disparado contra el gorrión, que lo atrapa y lo engulle exactamente igual que a los dos guardias. 

Al momento llegan los zapadores con un carromato lleno de cajas de madera. Los guardias empiezan a apartar a los curiosos que quedan por el lugar. También piden a los aventureros que se aparten. 

Lo de los soldados había impactado al mago, incluso lo había acojonado... Pero lo del pajarillo ya era directamente escalofriante. Vale, Alaster, es hora de moverse.

—Hago tratos con la gente con pasta, elfo —contestó malhumorado el mago levantándose, sin mirar a su compañero—. Como tú.

¿O es que acaso el druida este no hizo tratos también con Garzhal?, pensó de mala leche. De pie de nuevo, Alaster se acercó con paso firme hasta la posición del oficial superior de la guardia.

—Oiga, oficial: usted sabe más sobre esto que lo que quiere dar a entender —recriminó Alaster al soldado, aunque conteniéndose—. La última vez que vine a ver a Garzhal no había entidades ultraterrenas con tentáculos de oscuridad tratando de devorar al primer vendedor de almanaques que apareciera por la puerta... —Alaster esperó a que el hombre le prestase algo de atención. Cuando lo hizo, moderó el tono.— Quizás podamos ayudarnos mutuamente.

¿Ayudarnos mutuamente? ¡No pensará luchar contra ese monstruo! pensé mientras miraba con extrañeza a Alaster. Se cruzó de brazos y esperó a ver cómo terminaba ese diálogo.