Partida Rol por web

Las horas transcurrían en una noche eterna. Por más tiempo que pasase, la luna seguía gobernando los cielos, en ocasiones franca y desnuda, y a veces ocultándose entre las nubes. El único medidor real del paso de las horas era el cometa que, como un lento sol, se había desplazado unos treinta grados con respecto a su ángulo inicial con los restos del barco.

El grupo de magos estaba mentalmente exhausto, y pronto dejó de ser útil en la batalla. Pasaron a convertirse en meros vigías, o a trabajar en la reparación de los proyectiles, o a repasar sus libros de conjuros, en jornadas maratonianas de semiesclavitud dignas de un taller clandestino gnomo.

Tras la gran oleada que llegó con la hidra zombi, los siguientes muertos llegaron afortunadamente en cuentagotas. Toda la responsabilidad recayó sobre los hombros de Tybalt y Flame, en una monótona sucesión de combates menores. Flame echaba su ácido; Tybalt y su excelente guardia se interponían para parapetarla del ataque; Flame rodeaba y flanqueaba con demoledores golpes. Así una y otra vez, contra zombis, esqueletos y otros muertos vivientes difícilmente clasificables.

Tybalt y Flame a penas habían dormido, en cortas e interrumpidas siestas que les llevaban poco a poco a un cansancio certero, bajo el incesante ruido de martillos reparando la munición de la balista. Por primera vez, hubo unos minutos de tranquilidad que les permitieron dormir a ambos a la vez.

Y entonces ocurrió...

Una bola de fuego estallando en la lejanía sobre la nieve de ceniza. Una gran bengala que a todos puso en alerta despertando el turno que en esa ocasión dormía. Esta vez, el grupo de enemigos que se dirigía a la burbuja era numeroso:

Un gigante de dos cabezas, de aspecto sobrenatural y el mismo tamaño que los ogros esqueleto de la otra vez, comandaba un numeroso séquito de esqueletos humanos armados con arcos. Cerraba la comitiva un enorme esqueleto de elefante asomando su cabeza tras la loma y, en su lomo, una destartalada pero suntuosa cabina tapada con cortinas, que quizás Onfale con toda su sabiduría oriental, sepa mejor que nadie definir cómo se llama, pues es medio habitual de viaje para los rajás.

Perfecto. Todo estaba organizado. Leiath descansaba a pierna suelta, se lo había merecido. Aire trabajaba recuperando los proyectiles de la balista en caso de que volvieran a necesitarlos. La idea había sido de Alice pero ya nadie se acordaba de eso, al menos Onfale. Los forzudos del grupo se encargaban de ir matando a los no-muertos que iban llegando a cuenta gotas. El mago, por su parte, se dedicaba al estudio de su libro de conjuros. Tenía que elegir con sumo cuidado los hechizos que iba a memorizar para la nueva jornada que les esperaba que seguro no sería tranquila.

Lo peor vino cuando se fue finalmente a dormir, siempre tapado con el velo para no mostrar su rostro deformado. No lograba quitárselo de la cabeza, nunca mejor dicho, aunque se forzaba una y otra vez a apartarlo de su mente. Dada la situación de extrema gravedad que estaban viviendo no podía permitirse el lujo de arreglar su rostro. Tendría que esperar.

La explosión hizo que se levantara de un brinco, cual gato, con la daga ya en la mano dispuesto a apuñalar a todo lo que se acercara. Pero de nuevo la horda de zombis que se les venía encima estaba lejos. Aprovechó para recoger sus cosas y acercarse a la Bruja de Hala.

- ¡Leiath! Ya viene otra oleada.- Difícil era que alguien permaneciera dormido con semejante explosión.- ¡Dinos! ¿A qué nos enfrentamos esta vez?*

Aire había descansado. La energía oscura había vuelto a ella, y se sentía de nuevo fuerte. Pero, mientras tanto, había querido ayudar a Flame y a Tylbat contra los zombies que les atacaban. Pero, por uno o por otros, nunca llegaba a su objetivo. Aristóteles estaba deseando golpear a todos, pero no lo conseguía. Terminaban ambos sentandose en el suelo del barco, enfadados y sin hablar con nadie.

En esos momentos, estaba mirando al horizonte. Era el turno de su guardia, y sí, se aburría, como no podía ser de otra forma. Cuando estalló la bola de fuego, se cayó al suelo y lanzó a Aristóteles por los aires. Por poco se desnuca, pero la joven le cogió a tiempo, antes de que cayera al suelo.

Y los vio. El gigante de dos cabezas no era interesante. Los esqueletos arqueros, tampoco. Oh, pero el elefante sí que lo era.

¡Un elefante, un elefante! ¿Tenéis plátanos? ¡Seguro que tiene hambre!

Justo cuando pensaba que tendría la oportunidad de descansar como era debido después del largo día rechazando a los no muertos que llegaban a cuenta gotas, una explosión echó por tierra todo viso de conciliar el sueño. Tybalt se levantó desenvainando sus espadas en un acto reflejo mirando rápidamente de un lado a otro tratando de localizar la amenaza. Por un momento barajó la posibilidad de que esa explosión los favoreciese de alguna manera pero poco duró esa idea en su cabeza. 

Una nueva hueste de no muertos avanzaba directa hacia ellos liderada por un siniestro gigante de dos cabezas. -Mierda... estos parecen más organizados. Y eso no puede ser bueno.- Expresó en voz alta sin dejar de mirar al enemigo en la distancia. El grupo enseguida reaccionó preparándose para enfrentar al pequeño batallón que se les acercaba. Por su parte, Tybalt no podía hacer otra cosa más que esperar a que los que consiguiesen acercarse para contener a cuantos enemigos pudiese mientras intentaba acabar con cuanto más, mejor. 

Al resguardo de su cómoda tienda la bruja de Hala descansó placidamente, olvidando por completo el lugar en el que estaba. Su mente volvió a la aldea donde había vivido plácidamente con su madre hasta el desdichado día que se le ocurrió ir a buscarse la vida por su cuenta.

Despertó completamente renovada, se sentía incluso mejor que nunca, y por eso, pese a escuchar las escaramuzas que ocurrían en el exterior, permaneció en su tienda un poco más, rezando a su diosa, dándole gracias por todos los dones que había adquerido.

Se habría quedado más tiempo, pues para ella el tiempo volaba cuando se trataba de hablar a su diosa, pero un tremendo ruido la sacó de su trance.

Salió de la tienda y vió un horrendo espectáculo. Nuevos y poderosos enemigos se dirigían hasta su grupo.

Que nuevos retos nos pondrás en el camino Oh Gran Hala?- se preguntó la jóven.

Querría haber tenido más tiempo pues pensaba alzar un altar en ese mismo punto y además quedaba pendiente el arreglo facial de Onfale, pero no habría tregua.

Usando su mano como viserá, no por que hubiese mucha luz sino más bien por manía, observó a las criaturas que se acercaban. Quizás reconociese el punto débil de algua de ellas y pudiese informar al resto.

La maga miro al horizonte con ojos somnolientos. Estos días de estrés le acabarían pasando factura, ya le estaban empezando a salir ojeras. ¿Qué “mierda” es eso? ¿Hollín sabes que esta pasando? La siguiente pregunta era donde estaba el café, pero habría que esperar para tomar el café.

En la lejanía, los esqueletos tensaron arcos. Era una distancia insalvable para una flecha, y ni siquiera apuntaban hacia el barco, sino a una pequeña colina en el horizonte, junto a la suya. Y mientras las flechas trazaban un arco hasta allí, un anciano calvo con túnica parda salió corriendo desde aquel repecho.

¡Mon dieu! Ya no estoy para estos trotes...

Una anomalía, una rareza: un viejo hombre corriendo sin ser afectado por la energía negativa que impregnaba esta capa del Abismo. Hilarante. ¿Estaría realmente vivo o había encontrado un modo de burlar las Leyes Elementales?

Un segundo anciano, no tan viejo, le seguía muy por detrás. Más lento, quizás por el peso de la armadura, el perseguidor se iba descolgando.

¡Lord Sauvage jamás fuit! Je ne comprend pas porqué no los podemos confronter aquí.

Uno es anomalía; dos ya es casualidad. Y recorrieron un gran trecho en el poco tiempo transcurrido entre los esqueletos disparando sus flechas y las flechas aterrizando sobre la lometa que ambos ocupaban unos segundos atrás.

¡LADY ARQUEEEEETTE! ¡NEEEEEEEEEEE!

Una delgada ancianita de túnica blanca zigzagueó a gran velocidad desde la zona objetivo de las flechas. Una de ellas se le había clavado en un brazo.

¡Sigue à courir! Ya discutiremos cuando hayamos llegado a la bulle. ¡Ne os paréis! El acelerar terminará bientôt.

En poco tiempo, Lady Arquette se puso a la altura de Lord Sauvage. El gigante verde sacó dos enormes jabalinas de su espalda, cogió carrerilla y las lanzó, una con cada mano. La velocidad con la que los viejecitos huían hizo que las jabalinas se quedaran cortas y solo se clavasen en la nieve.

Tras una nueva lluvia de flechas hacia la posición de los tres corredores, Lady Arquette ya iba en cabeza. La anciana se giró y lanzó una bola de fuego que acabó con una veintena de esqueletos. El viejo de la túnica parda ya estaba cansado, y no pudo mantener el ritmo de su carrera, con lo que Lord Sauvage pudo darle alcance. Al final, los tres extraños llegaron a la burbuja a la vez.

Por su parte, el gigante verde se paró a recoger sus armas, y los esqueletos arqueros se reagruparon con los esqueletos supervivientes a la bola de fuego. En treinta segundos estarían en la burbuja.

- ¡La bola de fuego es de esa mujer!- Tras el shock inicial de ver correr a humanos fuera de la protección de la burbuja, Onfale reaccionó rápido. Junto a aquellos desconocidos podrían hacerse más fuertes. Admeá ssuponía un alivio no enfrentarse a un mago del averno.

Puede que la anciana tenga un buen libro de conjuros...- ¿Siempre era tan interesado el perfumista? Algunos dirían que sí, pero el conocimiento, al contrario de lo que pensaban algunos, sí que ocupaba lugar, así que no se podía dejar pasar la oportunidad de echar un vistazo a un libro que pudiera ser interesante. Miró a sus compañeras Becky y Alice con una mirada que no intuía nada bueno.

- Becky, si vas a quedarte aquí pásame esa maza que mostraban antes.- Con gran agilidad Onfale realizó varios conjuros que le ayudarían a protegerse contra las flechas de los esqueletos arqueros pues no quería acabar como la anciana. Suficiente tenía ya con lo suyo.

- ¡Hay que ayudarles!- No sabía si,como decía Leiath, Flame y Tybalt serían suficientes para traer a salvo a los desconocidos. Pero él iba a hacer el paripé, al menos lo intentaría, de salvar a la mujer que había lanzado la bola de fuego. Cuanto más agradecida estuviera con el perfumista enmascarado, más fácil le sería después ojear su libro.

Leiath seguía con la mano a modo de visera cuando vió aquella dantesca escena de ancianos corriendo, huyendo de una hueste de muertos vivientes. Había que hacer algo para ayudarles!

Aquí, aquíiiiiiiii! - gritaba a pleno pulmón la bruja haciendo señales a los fugitivos para que corriesen hasta ellos.
Por Hala, preparad esos virotes, los vamos a necesitar! Flame, Tybalt, ayudad a los ancianos a llegar hasta el barco! Id a por ellos! Mientras el resto prepararemos los virotes y los conjuros.

Sí, era una mandona, pero ellos se lo habían pedido...

La idea de hacerles invisibles no tenía sentido ahora, no cuando serían esos pobres ancianos las dianas más fáciles. Había que prepararse para el combate. Lo primero que hizo, antes de que los guerreros decidiesen si sí o no acatar sus órdenes, fue pedirle a Hala su bendición.

 
Había estado preparando un cojuro que pensó les sería de gran utilidad mientras esperaban la vuelta del mané. Podría consagrar el terreno sobre el que se asentaba el barco y asi hacerles incómoda la estancia a esas criaturas apestosas. No tardaría mucho en prepararlo asi que se puso manos a la obra. Seguramente le daba tiempo a implorar un poco de protección mágica también , antes de que se les echasen encima.

Tybalt observó, con suspicacia, el curioso devenir de los acontecimientos. Por una parte, la disparatada idea de que las explosiones los beneficiasen implícitamente había resultado ser cierta. Aquel extraño grupo parecía estar huyendo de la hueste de no muertos usando todos los recursos que tenían a su mano. Y ciertamente una explosión de ese calibre era un recurso bastante a tener en cuenta. No obstante, el tiflin no pudo evitar sentir cierto recelo al ver que los ancianos huían en dirección a la burbuja. Desconozco si su parte de infernal dota al espadachín de alguna clase de comportamiento territorial innato; pero no se puede discutir que se trata de unos desconocidos que traen consigo a un pequeño ejército de esqueletos liderados por un gigante verde. Se mire por donde se mire, no es una buena carta de presentación.

Entonces Leiath habló y todas las dudas del espadachín se disiparon. Para Tybalt, Hala era su nueva diosa y la bruja su profeta. Así que, sin vacilar ni un segundo, corrió hasta el muro de nieve para ayudar a los tres desconocidos a salvar la improvisada defensa con mayor rapidez. -¡Por aquí, rápido!- Les indicó con un gesto apresurado para llamar su atención. No sabía de lo que eran capaces los otros dos, pero no cabía duda de que la señora y su magia serían un buen aliado para el asedio en el que se encuentran. 

La maga no se preocupó por los ancianos estaba demasiado concentrada preparando los hechizos y deseando utilizar sus conjuros contra “esa cosas verde y grande”.

Aire vio como los ancianos corrían y dio un salto de alegría. ¡Allí estaban!

¡Abuela! ¡Abuelos! ¡Aquí, aquí! ¡Me habéis encontrado! la joven zarandeaba el oso para llmar la atención de los ancianos. Se acercaban a gran velocidad, sobre todo la anciana, y Aire la animaba Mi abuela siempre fue la más rápida y la más mejor. Sí, sí. ¡Alice, has visto! ¡Una bola de fuego! ¡Una bola de fuego!

Becky tendió la maza a Onfale, que se creía que su pergamino era la panacea y no solo un triste conjuro que no era lanzado con el mismo poder que si lo hubiese tenido preparado. Aún así, hay que reconocerle a Onfale los huevos que tien... no, eso no. Pero es bastante valiente.

Con Flame y Onfale avanzando hacia la muralla, los enemigos se seguían acercando a una velocidad de 10 pies por segundo. Y hablando de velocidad, la del conjuro de acelerar que llevaban los viejecitos se había extinguido justo al llegar a la muralla. Lady Arquette puso sus manos, sus rodillas y a cuatro patas empezó a bajar del otro lado con cuidado.

 Ooooh... Mira que ma petit más encantadora... ¡HOLA, MA PETIT!-saludó a Aire con la mano.

El más viejo de todos, Fray Sébastien, se tumbó boca a abajo sobre la muralla y rodó hacia el lado del barco dejándose caer en la nieve y levantándose con dificultad. Pero el de la armadura, Lord Sauvage, estaba teniendo más problemas con el muro.

 ¡Ayudadme! Je ne peux pas passer...

Lady Arquette y Fray Sébastien se dieron la vuelta y le tomaron de los brazos para izarlo hasta lo alto de la muralla, pero por el rabillo del ojo el fraile vió los aspavientos del tiflin. Fray Sebastien soltó el brazo de Lord Sauvage, que volvió a caer del lado de la muralla por la que se aproximaba el ejército de no muertos. Bajo su túnica, el viejo sacó un colgante que blandió como si fuese algún tipo de símbolo religioso, lo que denotaba que aquel fraile era alguna especie de clérigo chiflado, como Leiath, pero en más viejo.

 ¡Atrás... diable! Vous ne pouvez pas engatusarme. Soy hijo de Heironeous, su lumière está conmigo. ¡Atrás! ¡Atrás!

Corriendo como alma que lleva el diablo, Onfale llegó al muro de nieve. al menos allí tendrían cobertura frente a las flechas. Tomó del brazo a la anciana y tratando de expresar con su mirada la mayor amabilidad posible en él, le señaló el camino hacia el barco, donde le esperaban los demás.

- Vaya hacia con ella, rápido.- Dijo refiriéndose a Aire, a la cual la mujer saludaba con la mano.- Mi nombre es Onfale, encantado.- Se presentó apresuradamente con una apresurada reverencia.-Allí estará más segura.- Además la maga sería de gran utilidad bien protegida si tenía más de esas estupendas bolas de fuego. Debían protegerla y así su libro estaría a salvo también. Le sorprendió la reacción que mostró el desagradecido Fray Sébastien y apunto estuvo de decirle que guardara aquel símbolo o se lo metiera por el culo. Sin embargo se contuvo, mordiéndose la lengua, y optó por la diplomacia.- No hay tiempo que perder. Los que estamos aquí somos el menor de sus problemas.- Sin decir más se aupó sobre el muro para tender la mano al hombre de hojalata.- ¡Deme la mano! - Miró alrededor en busca de apoyos.-¡Necesitaré ayuda aquí!- Gritó tanto para sus compañeros como para los desconocidos.

La maga se parapeto esperando que los esqueletos llegaran dentro de la burbuja. Si, Aire, una bola de fuego ¿Sabes he estudiado nuevos conjuros? La maga pelirroja empezó a reírse mientras jugueteaba con los componentes de la bolsa de conjuros lo que le dio aspecto de trastornada. Yo también se nuevos conjuros. Repitió mientras seguía riéndose.

¡Oh, calla! le dijo Aire a Alice, plantándole la mano en la cara y empujándola. ¡No ves que mis abuelos están en peligro! ¡YA VOY, YAYA! gritó la joven, y salió corriendo hacia sus nuevos abuelos. Había perdido a su hijo en el otro mundo, no se iba a despedir de su familia otra vez de nuevo.