Partida Rol por web

No hay tambores, no hay trompetas... solo el rugido de los motores que os dejaban en aquel planeta que sería vuestro nuevo hogar.

Han pasado dos largos años, dos amargos años. La victoria en aquel planeta recorrió todo el universo, la 272 ganó una gran fama gracias a aquella batalla de proporciones épicas… llovieron medallas, llovieron rezos, plegarias, canciones, obras… y así un sinfín. Eso era lo que todos esos pusilánimes habitantes del Imperio eran capaces de ver, nadie se paraba a pensar en lo que habíais vivido, aquel horror, aquella atrocidad… la victoria no os hizo más fuertes, os hizo un daño en vuestra alma que ni los rezos, ni el incienso… nada de ello servía. Las pesadillas os asolaban en las noches, risas crueles en vuestras mentes en algunos momentos... cada uno sufrió y pagó el precio por aquella batalla.

Atormentados, vuestra compañía fue cayendo en el olvido poco a poco… no había reemplazos, se decidió, en el alto mando, apartar a vuestra compañía del resto alegando “contaminación demoniaca”. Y debíais dar gracias, sin duda, puesto que aún con esa catalogación sobre vuestras cabezas se os perdonó la vida, pues el Mariscal, Gabriel Zakkai logró así ese indulto por los meritos de guerra.

¿Y el tecnosacerdote? Los del adeptus le repudiaron sin dar explicaciones y relegaron sus funciones directamente a la 272, la cual estimo oportuno dejarlo donde estaba, con quien estaba y como estaba.

Triste es la vida del Guardia Imperial… siempre muriendo y siempre olvidado.

Esos dos años, en su mayoría lo habéis pasado luchando en planetas fronterizos, como tripulación en varios Cruceros… luchando y sufriendo más; pero siempre unidos, vuestros vínculos ahora son inmensos, más que hermanos… habéis llorado juntos, sangrado, matado, enterrado a otros camaradas… fuere como fuere, todo juntos. Incluido el frío y distante tecnosacerdote en algunas ocasiones demostró que aún le quedaba una parte de su alma humana que no había sido consumida por la maquina que parecía ser.

Ahora, el aniversario del inicio de vuestra pesadilla se celebra con un nuevo destino. Sois todos destinados a la colmena Primitice en el planeta Scelus, un planeta del que habíais oído rumores que iban cobrando más fuerza conforme os acercabais a el.

El viaje duró un mes, y vuestra llegada al planeta fue hecha en silencio, sin trompetas ni celebraciones.

Scelus es un planeta árido al que asolan dos soles gemelos que dan un margen de solamente tres horas terrestres de noche. Los días son largos, muy largos, superando las cuarenta horas de duración; pero eso os daba igual dado que viviréis y serviréis dentro de la colmena, fuera de ella no hay nada que hacer, no hay vida ni nada que sea digno de ver.

Los transportes os dejaron el espacio puerto, a varios kilómetros de la colmena, para luego ser transportados en chimeras hacía la Primitice... una sensación de agobio os oprimió el pecho conforme os ibais acercando a aquella mole de acero en la que nada destacaba… la arquitectura de siempre, un “caótico gótico”, torres enormes, tuberías por todas partes, escapes de vapores… eso por vuestra parte claro, las zonas más ricas vivian en la opulencia característica mientras el populacho vivía hacinado en aquella gargantuesca urbe.

Os dieron una hora de asueto, conocer las inmediaciones de vuestros barracones situados en un piso intermedio de miles de ellos para luego, una vez cumplida esa hora, subir con el uniforme de campaña para que el gobernador y el coronel pasaran revista a las tropas.

… había algo raro en aquella colmena, algo que ninguno fue capaz de determinar.

 Sturnn bajó del Chimera, rascándose la barba. Dio una larga y ávida calada a su vara de Lho, la última antes antes de arrojar la colilla al suelo. Observó con ojos vidriosos, vacíos de sentimiento o consciencia, el que ahora sería su nuevo hogar. Expulsó el humo, se echó el petate al hombro y entró en los barracones.

Reimius salió del transporte aspirando el aire de un nuevo mundo colmena, que apenas se diferenciaba del resto. La victoria de la 272 se unía a otra gran victoria triunfal, una muesca más en el rifle. Y nada más. Como debía ser. Como siempre sería. Como siempre había sido. No obstante, algo si había cambiado tras aquella batalla. Hacía mucho tiempo que Reimius no sabía lo que era tener camaradas cubriéndole las espaldas. Antes de ser soldado de asalto, ahora ya veterano y con varios honores, dirigió varias escuadras hacia la batalla en el 8º de Cadia. En varios años de servicio, nunca había llegado siquiera ha conversar más de cinco minutos con nadie. Y eso le llenaba de contradicciones. Siempre había dedicado su vida al servicio del emperador, y al de nadie más, ni siquiera al suyo propio. Pero ahora aquello se tambaleaba. Negó con la cabeza, mientras con el rifle de fusión, que a la larga, sustituyó a su lanzallamas, se pegó con la culata en el muslo, y apretó los dientes. Bajo la armadura, un collarín metálico lleno de púas se le clavó con fuerza sobre la carne desnuda, y sintió un hilo de sangre deslizarse suavemente. Un recordatorio, que él mismo se había impuesto, algo que, si bien no llevaba en batalla, si vestía el resto del tiempo. No debía olvidar a quien servía siempre, a quien debía y debería su vida. 

Ligeramente cojo, se metió en el Chimera, y guardó silencio todo el camino. Trataba de no pensar, de no divagar. Era mejor. Una vez en el apartamento, se desvistió, y remendó mínimamente la herida del muslo, una cinta roja de piel desgarrada y sangre. Podía infectarse. Luego, simplemente, se tumbó en la cama, o lo más parecido, y cerró los ojos, aunque no se durmió. Así estuvo hasta que llegó la hora de ponerse el uniforme de campaña y presentarse ante el gobernador. Sturnn, su Teniente, ya estaba allí. Reimius saludó, inclinando ligeramente la cabeza. 

Entraste en la cantina llamada "El marsupial castrado". Estaba abarrotada de gente, sobre todo había soldados y arbrites, pero también pululaban algunos civiles. El decorado era muy austero, no había nada que destacara demasiado en aquel tugurio. Mesas sencillas de metal, sillas del mismo material... una música bastante fuerte... pero nada mas.

La barra estaba algo más vacía que las mesas, y en ella el cantinero que limpiaba unos vasos te invito a que te acercaras al grito de - Nuevo por aquí, ¿Eh? - resultaba increíble como su voz se izo oír por todo el local, pero que menos, con aquel vozarrón no haría falta ningún ensalzador bucal para dar discursos a la plebe...

Sturnn entró cabizbajo en la cantina, ensimismado en sus pensamientos. Alzó la vista al oír al camarero y esbozó una sonrisa a modo de respuesta. “Je, sí. Acaban de soltarnos a nuestra compañía aquí. Un recafeinado, por favor. Con unas gotitas de caña.” Sturnn se acodó en la barra. “Como se llama, jefe?” Sturnn esperó a la respuesta del camarero. Cogió la taza de recaf que dejó ante él y echó un sorbo. “Dígame, Leo,” comentó Sturnn al camarero "qué es lo que debería saber un novato en la colmena para que no se le note demasiado la novatez?” Sturnn continuó charlando con el camarero, intentando guíar la conversación para enterarse de cosas sobre la colmena, los regimientos con los que serviría, o sobre el gobernador.

Astaldo nunca hizo preguntas, sus Señores mandaban sobre el. Pero tenía opinión, y la forma de actuar no le pareció ni racional ni correcta ya que, tras los encuentros, el tenía información que le podría ser de interés para los Señores de Marte. Pero aún así no protestó. Se quedó con la 272 y se presentó ante el oficial de mayor rango como Medicae.

Su trabajo con los heridos de diferentes batallas era el mejor que podía hacer. Además se encargaba de los ritos de purificación y mantenimiento de los Chimera y Wholhound de la unidad. Seguía siendo rehuido por la tropa, pero eso a el no le importaba. Parecía solo ser comprendido y aceptado por los hombres y mujeres que integraron esa antigua escuadra en el que lo 'empotraron'.

La noticia de un nuevo destino y que la unidad era 'rescatada' del olvido no hizo mas que levantar sospechas en su analítica mente. El destino, una ciudad-colmena disminuyó sus reticencias. El viaje lo hizo callado, pensativo, intranquilo. Su análisis de la situación le hacía pensar que el nuevo destino o bien era el retiro definitivo o era un lugar sospechoso y los activaban por su anterior experiencia. Aunque pareciese completamente irracional, se sorprendió jugando con la posibilidad del retiro.

Tras bajar del transporte, fue al barracón, buscó un lugar amplio donde reubicar su camastro y esperar las órdenes para presentarse ante en Gobernador...

El cantinero, por un segundo te abandonó para servir una bebida a otro cliente pero volvió al minuto. Cogió otro vaso y lo empezó a limpiar mientras te miraba con una sonrisa en el rostro. Carraspeó con fuerza y otro vaso apareció en sus manos. Parecía intentar dramatizar aquel momento, pero duró poco...

 - Eso depende de que quiera saber... - miró con curiosidad tus galones en la solapa de tu uniforme - ...teniente - y te guiñó un ojo. Parecía un hombre dispuesto a hablar, pero no iba a hacerlo sin preguntas concretas.

Por favor, llámame Sturnn - dijo Sturnn al tabernero, con una media sonrisa -. Ya voy a recibir suficientes "tenientes" de los jefes en menos de una hora. - Mientras hablaba, Sturnn dio dos vueltas completas a su taza. Tomó un sorbo corto - Y hablando de jefes... Tengo un don para nunca caerles en gracia a mis superiores, no importa donde vaya. ¿Que crees que puedes contarme sobre el Gobernador? Después de dos años como la última mierda, un poco de buena impresión me vendría bien, para variar. Heh.

Dos giros. Sorbo corto. - Gracias por la información, Leo. Pero basta de hablar del jefe, el trabajo no es conversación de hora libre. Heh. ¿Qué me puedes contar de la vida local? ¿Qué sitios debería visitar? ¿Qué barrios conviene evitar? ¿Dan problemas los pandilleros de subcolmena? - Sturnn absorbió la información, interviniendo en la conversación cuando parecía necesario

Dos vueltas. Sorbo corto. (NdJ: Aquí viene la pregunta del millón.) - No sé si has oido hablar de mi compañía, la 272. La verdad es que me sorprende que nos destinen aquí, pensaba que el administratum ya nos había perdido en los registros. Veo bastante refuerzo de la ley en tu bello establecimiento y no se nos ha informado de que vengamos a suplir a la FDP. ¿Tú para qué opinas que nos necesitan aquí?

 Fortuna...la joven Venris, se habia endurecido y habia cambiado en aspecto y personalidad, ahora no era insensata, o quizas algo infantil, la rudeza, el dolor, la sangre y las batallas...la endurecieron.

Se encontraba, años mas tarde de pertenecer a la 272, junto a los que ahora consideraba su sangre y su carne. Sus hermanos de armas, eran en los unicos que ahora poda confiar, los unicos que sabia siempre tendria cerca. Pues su aun joven corazon, recordaba a su verdadera sangre...Al Inquisidor.

-Maldito seas, hermano, que me abandonas y no velas por mi....pero no pienses asi, Fortuna, él seguro tiene mejores y mas importantes cosas que hacer que preocuparse de su hermana "Muerta" en lo que supuestamente era corazon lo que tenia en su pecho.

Los pensamientos negativos de Fortuna se mezclaban con el odio que la habiaconsumido en su niñez, cuando su hrmano le prometió volver y no lo hizo hasta que ella fue reclutada....

Bastardo...

Ahora..miraba a los que como ella habian sido repudiados...pero que mas dará? si entre ellos no habia secretos, no habia dolor...solo fuerza y guerra.

Dos duros años... dos duros años recordando aquel infierno, con poco más que el reconocimiento del Imperio... si ese reconocimiento pudiese hacer algo para salvar esa parte de su alma, atormentada por las pesadillas de aquella lucha a muerte en los confines del mundo, en aquel planeta helado...

Pero no, nada de eso puede ayudarla... debería estar agradecida por haber salvado la vida gracias al indulto que les concedieron? El Dios Emperador les había dado la fuerza para ganar esa batalla, Él quería que ganaran... y esos estúpidos del imperio los destierran al olvido como aquel que dice... a luchar en tierras fronterizas, lejos de todo lo demás...

Y ahora ese nuevo destino... 

Que irónica es la vida... hace dos años estaban en un planeta donde el hielo y la nieve lo cubría todo y ahora están en un planeta donde no hay ni sombra, un planeta árido, y hubiese dicho inhabitable si no fuese por que allí esta la colmena donde han sido destinados... a ese planeta del cual se oyen rumores no muy tranquilizadores...

Sigue a los demás, hacia los barracones que les han sido asignados, para deshacerse del equipaje en su catre y esperar ordenes... como siempre...

¿Del gobernador? - enarcó una ceja mientras miró a una mesa donde había dos escuchas Imperiales del comisariado... esos cabrones que censuraban, castigaban y condenaban a cualquiera que hablara mal del Imperio, gobernantes y emperador - pues nada que destacar Sturrn, hace bien su función, ni nada sordido por su parte, leal y fiel, gobierna con mano de hierro, como debe ser - parecía sentirse aliviado, pero no sabrias decir muy bien por que

Pues ya has venido al lugar idóneo muchacho - dijo entre risas - pero bueno, lo normal en toda colmena, pandilleros mutantes y sectarios en los niveles más inferiores, pero los arbrites estan ahi, dandoles caña - y volvió a reir, pero algo le escamaba y preocupaba

Siguiendo la conversación, llego el momento de tu pregunta de por que estabaís ahí... y en ese momento se volvió a agitar - mira teniente - dijo serio sacando un papel, apuntando algo en el... espero a que no miraran aquellos dos sirvientes del comisario y te paso una nota - ni se te ocurra leerlo ahora, sera mejor que salgas de aquí ya, creo que tienes una recepcion en breves - recobró esa sonrisa, pero sin duda era muy falsa - un placer conocerle Teniente Sturnn, invita la casa

Dos vueltas. Trago largo. - Gracias por la conversación, Leo. Me alegra ver que todo está en orden en la colmena y que gozas de excelente clientela. - Al depositar la taza, Sturnn cogió con disimulo el papel mientras dejaba unas monedas en la barra. - Sé que invita la casa, pero aún así, no me sentiría a gusto sin dejar una propina a mi nuevo cantinero favorito. Voy a preparar a la tropa para la revisión. Gracias de nuevo y nos vemos pronto.

Sturnn salió del establecimiento, ligeramente cabizbajo, y se dirigió a donde estaban sus hombres para prepararlos para la revisión. El malestar del Cantinero se le había contagiado. Mientras salió, intentó asegurarse de que no le seguían los agentes del comisariado. A esa gente le incomodaban las mentes inquisitivas. Una vez en de vuelta en los barracones y tras ladrar las órdenes pertinentes a sus subordinados, Sturnn echó un vistazo furtivo alrededor de su camastro y, viendo que estaba solo, aprovechó un momento de soledad para leer la nota del camarero. Ya casi era la hora y quería estar preparado.