Partida Rol por web

La Compañía Negra 2: La Puerta de Galdan.

El Llano de Galdan.

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22/12/2016, 17:51
Rastrojo.

 Rastrojo, toma asiento-el aprendiz de chamán avanzó dubitativo hasta aquella silla aislada en mitad de la tienda-. Después de los sucesos vividos durante la toma de la Puerta de Galdan, estamos haciendo un informe para evaluar el rendimiento de los miembros de la Compañía con poderes mágicos.

 Puede decirlo con todas las letras, Cabo: Serpiente fue un hijo de puta. Invocando a todos esos muertos vivientes... Tsk. Decepcionante.

 En realidad, Rastrojo, este informe es sobre ti y tu papel en la batalla.

 Necesitamos que nos aclares lo sucedido. Yo te haré una serie de preguntas. Lengua Negra está aquí para tomar nota. ¿De acuerdo? Empieza contándonos cómo viviste ese día.

 Sí, claro... ¿Por dónde empiezo? Antes de la batalla reuní a una serie de fieles que siguen el camino marcado por los ancestros y son respetuosos con los espíritus: Grito, Plumilla, Preocupado... y ese otro, el Campamentero flacucho. Sí, hombre, el que apadrinó a Plumilla.

 ¿Sabandija?

 No. Bueno, no me acuerdo ahora del nombre. Quizás sí. El ritual fue un éxito y, no es por vanagloriarme, pero todos sobrevivieron a la batalla. La lástima fue lo de Tarado... Le invité también al ritual, pero no llegó a presentarse. Si tan solo hubiese venido, ahora no estaría muerto...

 Tarado está vivo, Rastrojo.

 ¿Sí? ¿Seguro? Bueno, no puedo decir que me extrañe. Siempre recé para que los espíritus le protegiesen. El caso es que nos hicieron formar y empezamos a empujar el armatoste escala. Y luego... bueno, luego vino la metedura de pata de Serpiente, y los no muertos se alzaron.

 Según un testigo anónimo, leo textualmente el entrecomillado: "Rastrojo dijo que solo eran ilusiones, que no eran muertos de verdad, pero sí que lo eran, ay, me mordieron, ay, ay".

 Caracabra. Esas seguro que son las palabras de Caracabra. Yo no le daría mucha importancia a su testimonio, Caracabra fue durante varios meses el guardaespaldas de Khadesa. No sé qué obsesión tiene conmigo esa Pitonisa, pero seguro que malmetió para que Caracabra dijese mentiras de mí. Puede que lo dijese, para mantener la moral de la tropa alta. En aquel momento tenía la esperanza de que Serpiente controlaría su estropicio, y los zombis nos ignorarían.

 Según otro testigo anónimo, leo textualmente el entrecomillado: "nos rodearon; vinieron a por nosotros; mientras manteníamos la posición, Rastrojo hizo el mono, trepó al armatoste escala, se le cayó el machete al suelo, y bajó para recogerlo de nuevo".

 Suena a Pelagatos. Yo no daría credibilidad a su versión de lo ocurrido, Pelagatos tiende a decir cosas malas sobre los K'Hlata y los mestizos. No es un testigo imparcial, precisamente. Di el callo como los demás: luchar, mover cadáveres, empujar carro; luchar, mover cadáveres, empujar carro... Por cierto, ¿qué ha dicho Manta de mí? Antes de su desplante al Cabo Matagatos fue muy elogioso, un tipo con buen criterio.

 Rastrojo... Manta está muerto.

 ¿En serio? Vaya, para uno que podía hablar en mi favor.

 Hagamos un salto en el tiempo. Qué ocurrió ante la muralla.

 ¿Cómo que qué ocurrió? Nada. ¿Alguien dijo algo malo de mí sobre mi actuación delante de la muralla? Yo le diré lo que ocurrió. Lo que ocurrió es que hubo un montón de vagos que dejaron de empujar el armatoste escala. Empezamos a retrasarnos, y los idiotas del Pelotón de Infantería extendieron la escala antes que nosotros.

 Urrrrrgh...

 Los... los bravos y competentes guerreros del Pelotón de Infantería. Cabo Lengua Negra, ¿puede tachar lo de idiotas y poner "bravos y competentes guerreros"?

 Es tinta indeleble. No se puede borrar.

 No he dicho borrar, he dicho tachar. ¡Tachar! Miren, es igual. Mi actuación delante de la muralla no tiene mácula. Hasta le hice la primera sangre a la Heroína. Lo recuerdo nítidamente. Tensé mi arco, solté la cuerda. La flecha voló entre la torre y la escala. Y fiú. En todo el brazo.

 Rastrojo, yo estaba allí. Tu flecha se estrelló contra las almenas.

 Eeeh... sí. Esa flecha sí. Pero después le disparé otra flecha. Examine el cuerpo de la Heroína. Examine, examine.

 Rastrojo, luché cara a cara contra la Heroína. Al principio no tenía ninguna flecha. No fue primera sangre. Es más, aún el improbable caso de que la flecha que tenía clavada fuese tuya, no acertaste hasta que la Heroína se estaba desangrando por las heridas y sus movimientos se volvieron más lentos. Para cuando impactó esa flecha, la Heroína era un blanco mucho más sencillo. No fue ninguna proeza.

 Ya, pero... Me gusta pensar que el golpe fue lo bastante desmoralizante como para que no quisiese luchar con todas sus fuerzas. Bien pensado, puede que el disparo que sí acerté antes de subir por la escala fuese a una de las arqueras. Ya sabe cómo va esto, Cabo: vista una puta, vista todas. Las mujeres son todas iguales.

 Te vi dispararle al dragón.

 Buen tiro, ¿eh? La flecha se coló por la boca. Un disparo entre un millón.

 El dragón estaba parado sobre la torre. No era una amenaza. No era una prioridad.

 A ver... ¿no era una prioridad? Dígaselo a los Dolorosos. Al doloroso-rectificó-, al que queda. Si lo hice es porque pensé que podría haber alguien en lo alto de la torre que pudiese manipular al dragón para lanzarnos fuego cuando subíamos. No tenía ángulo de visión. Quizás sí que había alguien. Pero gracias a mi flecha, taponó la boquilla que expulsaba el fuego griego. ¿Porque había una boquilla, verdad? Bueno... imagínese que logro romper algún frasco de fuego griego, y se produce una reacción en cadena. La explosión habría matado a la Heroína en el acto. Y todo habría sido gracias a mí.

 Sí, Rastrojo. Un valioso artefacto volador capturado por la Compañía Negra habría saltado por los aires. Y esa pérdida habría sido gracias a ti.

 Hay más testigos. Nadie te vió matar a ningún zombi. Nadie te vió matar a ningún miembro del ejército enemigo. Nadie te vió auxiliar a un herido, ni ayudarle a subir el armatoste escala.

 Pero sí hice magia. Y magia positiva, no nada que supusiese un handicap al grupo. ¿Vuelvo a repetirle lo del ritual de protección? Y en batalla intenté usar magia para matar a uno de los zombis tochos. Los anchotes y grandes, con espadón. Muy brutos. Pero se me adelantaron y lo mataron antes de que pudiera canalizar la energía de los espíritus. Luego invoqué una jabalina de luz espiritual con la que herí a uno de los zombis. Estaba cansado. Tenía sueño. Así que racioné mis esfuerzos. Me estaba reservando para la pelea en las murallas. Sí, eso es.

 No recuerdo verte usar magia en las murallas.

 Psé... es complicado. Cuando subía por la escala vi un rayo caer sobre Serpiente solo por estar transformado en cuervo.

 ¿Tú puedes transformarte en cuervo?

 Ehm... supongo. Nunca lo he intentado. ¿Quién querría transformarse en cuervo? Si te pica algo no tienes manos para rascarte. En cualquier caso... ¡Protecciones mágicas! Así que todo el poder mágico acumulado no me sirvió de nada. Pero si nuestros enemigos no tuviesen chamanes para poner protecciones mágicas... ooooh jojojojo... Mi papel en el final de la batalla habría sido espectacular. Ya lo creo que sí.

 Ni un solo enemigo caído por tu mano. Ni con magia ni por la fuerza de tus armas.

 Bueno... técnicamente, cuando bajaba por las escaleras de la muralla y usted me mandó dar un rodeo y atacar por la espalda a aquel grupo de veteranos que se parapetaba en la torre... Dentro de la torre, usted no pudo ver mis grandes proezas con el machete, ¿verdad?

 ¿Insinuas que acabaste con la vida de uno de los Veteranos en aquella torre?

 Puede...

 Rastrojo, tenemos los testimonios de Dedos, Grito y Matador. Sabemos lo que ocurrió en el interior de esa torre. Más allá de algún corte superfluo y afortunado a los enemigos que se avalanzaron sobre Dedos, la única proeza digna de mención fue que lograste estampar y romper un buen machete contra un muro de piedra.

 ¡Bueno, tenía que intentarlo! ¿Este farol no cuenta como espíritu de lucha y de superación?

 Hay que tener los huevos muy bien puestos para mentirle a la cara a un superior.

 ¡Exacto! Soy una persona valiente. Un activo valioso para la Compañía Negra.

 Ya es suficiente. Me repugnas. Muchos buenos soldados dieron su vida en esa batalla. ¡Sal de mi vista!

Rastrojo agachó la cabeza y abandonó la silla. Cuando estaba a punto de salir de la tienda, Lengua Negra añadió algo.

 Espera, Rastrojo... ¿Te has enterado? Tragasapos murió en la batalla.

 No... no lo sabía. ¿Significa que ha quedado un puesto vacante en el consejo de magos y es para mí?

 No. No lo decía por eso. He escuchado rumores de que Tragasapos podría ser tu padre. Así que quizás... pensé que querrías saberlo.

 Ah... no. Da igual. Bueno, en realidad nunca sabremos si de verdad era mi padre, ¿no? Así que... Así que no tengo porqué estar triste, ¿verdad?

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22/12/2016, 20:09
Ballestero.

LA LARGA CARRERA HACIA LA PUERTA

Informe de cómo va el avance, decía Analista a Caratótem y Sedoso. Los magos se encontraban sentados cerca del Capitán. Permanecían muy juntos y la mano diestra de Caratótem sujetaba la de Sedoso.

Sus caras reflejaban su concentración.

Todos los pelotones se han desplegado ya, señor, indicó Sedoso. Están cada uno en su posición. Detecto mucha tensión y muchos nervios.

Si, añadió Caratótem. Están agitados. Algo les asusta.

Khadesa se situó cerca de Analista. En voz neutra recitó como un mantra palabras, sin duda, surgidas de sus sueños:

Cieno negro, algo se agita debajo. Algo no va a salir como esperamos. Debes llamar a Portaestandarte. Aunque quizá ya sea demasiado tarde. Una energía corrupta y malévola se alzará. Hasta él en la distancia la sentirá. Puedes seguir ignorándome como has hecho hasta ahora, Analista. O puedes empezar a dar crédito a mis palabras. La Quinta nunca ha fallado en sus predicciones. Porque es la misma Diosa quien se las susurra.

El Triplete ha comenzado a defender la muralla. Algunos dolorosos han caído. Sedoso ignoraba a la Quinta.

Analista, paciente, hablando a la pitonisa como si fuera una niña: Khadesa, hay poderes que escapan a tu comprensión... Y bla, bla, bla.

Ballestero permanecía erguido frente a sus hombres. Miraba la niebla y sabía muy bien qué estaba pasando ahí. Gente que moría. Pensaba que Analista no era un buen capitán. Ver las cosas a través de los ojos de otros era algo engañoso. Eran tan falsas o más que si tenías que imaginar y maliciar qué pasaba estando en circunstancias normales: sin magos que te hicieran el trabajo de buenos mensajeros bien entrenados. Si un capitán no estaba preparado para actuar con los recursos normales y corrientes, tampoco estaba preparado para actuar con otros métodos.

Para empezar, Ballestero habría puesto el puesto de mando más cerca. Y jamás habría consentido en cegarse de esa manera, dependiendo de un único método para ver. Habría elegido... Pero basta de tonterías, se dijo. No estás al mando. Lo único que tienes que hacer es obedecer lo que te digan. Tienes bastante con tus muchachos.

Ahí estaban los muchachos. Ballestero veía por el ojo del culo a los muchachos mientras permanecía de espaldas a ellos, al frente del pelotón, o eso decían ellos cuando creían que no les escuchaba nadie, que Ballestero veía por el ojo del culo. Y ahora, realmente los veía, aunque no dejaba de mirar a los mandos cómo discutían.

Algo va mal, Capitán, dijo Sedoso.

Es normal. Siempre hay algo que va mal.

Khadesa susurró algo, sin duda solazándose de cuánta razón tenía.

Los muertos... los muertos caminan. Sedoso seguía hablando mientras sus ojos ciegos veían el campo de batalla. Están por todas partes. Serpiente no tiene el control.

Andá. La Quinta tenía razón. Bien. Ahora Analista se volvía a pedir su consejo, renunciando al de los otros. Mala cosa. Un capitán mostrándose tornadizo. Y, ¿no parecía indeciso?

Khadesa, dijo Analista, nada está saliendo como estaba planeado. Quizá deberíamos ordenar retirada. Portaestandarte en ningún caso llegará a tiempo. Ahora no despegaba la vista de la pitonisa. ¿Qué me aconsejas tú?

¡No! Pensó Ballestero. ¡Idiota! ¡Para qué tienes aquí tropas de refresco! ¡Tropas de apoyo! Debería estar ordenando un ataque general a la retaguardia de los no-muertos.

Hay que salir a rescatarlos. Ballestero no pudo resistir e intervino. Quizá, después de todo, era mejor no iniciar un ataque general. Yo podría abatir a esos seres a distancia, y si contásemos con un experto en sigilo podríamos abrir un camino hasta los nuestros.

¿Tú no has estado entrenando con Dedos últimamente? Replicó el Capitán, mirando a Ballestero. ¿Sería imbécil?

Khadesa decía algo de abatir al maestro titiritero, fuera quien fuera. Confío en que cumplas tu palabra, siguió diciendo hacia Ballestero. Iré contigo, seré tus ojos. Manteneos alerta, alejaos de los cuervos. Son antinaturales a veces. ¿Ha sobrado algún peto de cuero y botas de los últimos botines? Intentad contactar con Portaestandarte. Aunque si mi intuición no me falla, ya sabe que algo va mal. Y posiblemente acuda. Saldremos de ésta.

Analista, el muy imbécil, quería venir con nosotros. Ya que el pavor le tenía ciego donde estaba, iba a estar más ciego todavía en medio de la batalla. En vez de mandar al Cabo Cortaplumas arriesgaba a mis reclutas y venía él mismo.

Capitán, dijo Ballestero, suspirando para sus adentros e intentando sacar algo positivo de todo esto, si metes mucho ruido y distraes la atención, podría acercarme al Amo de los Títeres, si es que hay uno. Total, con sus inexpertos muchachos, esa armadura y ese caballo no podía hacer otra cosa. Si los magos me dicen dónde anda, por cierto. Quinta: ¿lo sabes tú? Tú lo has nombrado. Podría intentar meterle una flecha por el culo. Miró entonces a los magos. ¿Me podríais ayudar a pasar inadvertido? También se centró en Khadesha. ¿Podrías ayudarme tú? ¿Te atreverás a venir conmigo?

Tranquilo, Ballestero, dijo el capitán, iremos poco a poco. La idea es ir despacio, paso a paso, con sigilo. Despejemos una zona de retirada por si los nuestros deben regresar.

Lo de la mirada peligrosa con que Ballestero respondió al capitán era pura costumbre. Él ni se daba cuenta. En realidad, pensaba que había sido un simple gesto de adquiescencia.

Tornó a donde estaban sus hombres y susurró, proyectando la voz en su dirección: hemos ensayado esto mil veces. No me falléis. El que me falle, encontrará sus pelotas puestas a secar mañana. Tened en cuenta que lo que hay ahí delante es menos peligroso que yo. Oh, algunos me podrían en una pelea. Pero no tienen más interés en vosotros que quitaros de en medio, y basta. Yo tengo un interés personal en vosotros. Me emplearé a fondo.

Esa era su manera de animar a la tropa antes de la batalla. Un discurso corto pero elocuente. No iban a durar ni un suspiro, los pobres niños.

Sus pequeñuelos, les llamaba a la cara con sadismo cuando se encontraba de muy mal humor. Lo que seguía tras eso, comenzaba con un látigo, y había acabado con muchos en la tienda de los heridos.

El capitán dejó atrás a Guardaespaldas para que protegiera al Cabo Cortaplumas.

Penetraron por entre la niebla del Llano de Galdan.

Pronto aparecieron los enemigos.

¡Formad una línea frente al Capitán! ¡Tú y tú! Señaló a los que ocupaban los extremos de la linea. ¡Un paso retrasados para proteger los flancos!

El suelo era asqueroso para moverse. No supo si maldecir su armadura pesada y engorrosa... pero eso traería mala suerte. Intentó encontrar un momento para cargar a su hacedora de viudas mientras corregía a los hombres.

¡Mantened esa línea! ¡Atacad solamente si se acercan! ¡No avancéis hasta que lo diga yo!

Khadesa señaló a Ballestero que había que apuntar a la cabeza de aquellas formas indistintas entre las nieblas y el barro putrefacto del Llano. Pronto se adelantó él solo. El grupo principal se quedó atrás sin mover un músculo para no descubrir el ataque.

Uno de los muertos vivientes se derrumbó pacíficamente con un virote clavado en un ojo. Ballestero se perdió entre las brumas en completo silencio, hasta tal punto que solamente se podía presentir su presencia gracias a que sus aliados tenían una referencia de sus movimientos anteriores.

Quizá se pudo deducir de aquello que el posterior leve tañido como de cuerda de arpa, y el inmediato zumbido de mosquito, habían sido otro virote lanzado por él. Pero no había caído enemigo alguno, por lo que cualquiera con dos dedos de frente tendría muchas dudas acerca de la procedencia de tan equívocos signos.

En su fuero interno, y tras la primera prueba, Ballestero ya había descartado como blancos a los enemigos más débiles. No eran dignos. Él no era un luchador de tres al cuarto para gastar sus preciosos virotes en semejantes piltrafas. Total: que con su siguiente ataque había intentado agredir al enemigo más poderoso, una sombra oscura casi en el límite de su visión que exudaba miedo, terror, angustia...

Demasiado lejos, se dijo nada más fallar el tiro. He de acercarme más. Y rápido. Recargó su ballesta con un movimiento preciso mientras, mentalmente, trazaba un camino para llegar a su objetivo.

Notaba el pulso de la magia en sus manos. ¿Sería cosa de la Quinta?

Se perderá la magia, pensó. Pero ya comenzaba el zigzagueante viaje por aquellas marismas venenosas y había demasiadas cosas a las que prestar atención.

Comenzaba la carrera hacia la Puerta. Era una carrera en zig zag. Una carrera de obstáculos y nervios, en la que había que evitar ser detectado, y matar en silencio.

Se movió como una sombra buscando en lo posible la cobertura de los arbustos. Tenía que acercarse a esa cosa que había ahí. Despedía un soplo de miedo demasiado evidente como para ignorarlo.

Esta vez, a una distancia más prudencial, le puso una flecha en la cuenca derecha de su ojo podrido. ¡Bien! No perdió más tiempo en vanagloriarse, el pulso le corría a toda prisa, pero se mantenía muy quieto, salvo por los movimientos calculados, precisos.

Cargar, apuntar, tomar aire, un latido de corazón, soltar el gatillo, cargar...

Así cayó su enemigo, así cayeron sus mejores escoltas. Tenía que ser el último mono de aquél ejército de carne putrefacta el que denunciara su escondite con un gritito ridículo. Tuvo su premio: un virote de su Hacedora de Viudas atravesando la frente con tanta fuerza que no quedó alojado en el cráneo, saliendo por el otro lado y perdiéndose entre la niebla asquerosa tras una nube de materia gris y purulenta.

Su posición había sido revelada. Al menos en esa parte del Llano de Galdan. Se giró para ver cómo iban los demás, dispuesto a correr... mejor dicho, a caminar rápido. Con la impedimenta que llevaba y en aquel cenagal no era posible hacer más.

A simple vista la batalla era muy confusa, pero Ballestero veía lo suficiente. Intentó ladrar un par de órdenes (¡replegaos! ¡formad líneas, idiotas!) pero ya la naturaleza se estaba encargando de los que desobedecían o no eran capaces de controlar sus emociones.

Observó cómo aquellos que se habían adelantado temerarios morían. Cómo los que se mantenían en grupos cerrados conseguían prevalecer, uniendo de manera inteligente sus ataques siempre al mismo, eliminando adversarios, defendiéndose si se encontraban en los flancos, para así impedir la ruptura de los cuadros.

Estaba demasiado ocupado para fijarse en los detalles. Más adelante lloraría y maldeciría por partes iguales a todos los caídos. Por su mala suerte, por su estupidez. Lo haría en la intimidad.

Una cosa le llenó de orgullo, mientras se movía a toda velocidad (dado el estado del terreno): ninguno había huido de la batalla. Todos cumplieron, todos fueron valientes.

Cruzado de nuevo el campo de batalla, trabó línea de visión con los otros dos monstruos a los que había visto venir. Contra estos solamente la astucia podía. La habilidad, más bien. Tuvo suerte. Una flecha en cada cabeza, y los gigantes se desmoronaron.

De nuevo a la carrera, haciendo paradas para derribar a los monstruos menores que se acercaban demasiado. Evadir el cuerpo a cuerpo era esencial.

Por fin tuvo a la vista al grupo principal: Analista había perdido su caballo. Corría con sangre en la cara, rodeado de los fieles, que levantaban una muralla de carne a su alrededor. Bien hecho. Creyó ver a Khadesa correr más atrás. No estaba en mala posición para ayudar, así que preparó a Venganza de la Bruja.

Lanzó una rápida mirada para saber cuántos virotes le quedaban. Había pasado de la mitad del primer carcaj. Mala cosa.

Corre, corre, corre, las botas se hundían en el barro fétido haciendo plop, plop, plop. Le dolían las piernas de luchar contra el barro. Deseó ser garza, deseó ser culebra, deseó no tener piernas.

Los dedos, en cambio, los tenía insensibles ya de fábrica. Su Hacedora de Viudas, nombre cariñoso que reservaba para Venganza de la Bruja, tenía el cable caliente, y la craquelina chorreaba grasa y barro.

El capitán hacía avanzar a los hombres e indicaba a Ballestero cuáles debían ser sus objetivos. Bien. Vio por entre las brumas que le había asignado a Khadesa como compañera... con una ballesta sin virotes. Se acercó a ella gritando que los suyos valdrían, pero no. Cuando estuvieron juntos recordó, observó: aquel juguete del capitán no servía para sus virotes. Un error imperdonable que le había hecho dejar de disparar. Eso y su tiro erróneo realizado a media carrera conforme tomaba su nueva posición le llenaron de pesar. Con el cansancio venían los errores.

Lo hecho, hecho estaba. Así venían dadas. Así los dioses y su torpeza se conjurarían un día para que muriera. No cabía preocuparse más. Tomó nuevos blancos.

Al final de aquella pequeña escaramuza, yacían algunos de sus pequeñuelos en el suelo para no volver a levantarse más. El caballo de Analista estaba muerto. Analista mismo había sufrido bastantes heridas. Ballestero miró hacia la Puerta. Parecía que todo estaba bastante despejado, aunque algunos pequeños grupos de muertos menores se movían por ahí. Sería fácil esquivarlos.

Se lanzó a correr de nuevo, las piernas ya tan insensibles como los dedos. La barriga dolorida a base de andar agazapado de mata en mata. Encontraron otro grupo, tal y como había planeado. Lo que había visto en la Puerta le conminaba a correr. Indicó lo que tenían que hacer, por señas: se levantó de donde estaba su escondite e hizo el gesto que, en lenguaje de batalla, quería decir: acudir en ayuda de compañeros superados ampliamente en número. Seguidamente, con otro gesto de la otra mano, indicó la trayectoria a seguir, que rodeaba a los débiles no-muertos que les cerraban el paso. Completó la pantomima con el siguiente signo, seguidme esquivando a enemigos menos poderosos.

La carrera siguió. Dejando atrás a los otros, Ballestero pasó por toda la llanura. Renunciaba al sigilo cuando el campo estaba vacío. Se escondía cuando unos pocos enemigos menores amenazaban con retrasarle.

Llegó. Llegó. Llegó solamente para acabar con algunos monigotes, pero cuando llegó, la cosa estaba ya resuelta. Vengó a algunos de sus compañeros muertos, que se movían bajo las murallas como marionetas animadas por la magia negra. Así vengó a Escudo y a algunos otros. Ya estaba la Compañía en lo alto de las murallas. Ya habían anulado al dragón. Ya yacía en lo alto la Heroína muerta. Miró a los no-muertos que había al pie. Acabó con un par de ellos cuando se abrieron las Puertas de Galdan.

Ver pasar a todo su pelotón y a Analista convertidos en no muertos para sembrar el pánico en el Reino Pastel casi fue demasiado para él.

Sin embargo se repuso. Meneó la cabeza, mientras les dejaba ir a su aire. Una sonrisa torcida. Mal capitán era Analista, que había quedado a cargo de una tropa ligera, inútil para el combate frontal y, en vez de esquivar a esos bichos que se movían torpes, aprovechando su movimiento más rápido, se había lanzado contra ellos. Se merecía su destino. No así sus muchachos. Era fácil. Ellos eran más rápidos. Incluso vestido con una cota de mallas, Ballestero pudo esquivarlos. Pero Analista decidió presentar batalla, para permitir que él y Khadesa avanzaran más rápido. Quizá, después de todo, la culpa no fue de la estupidez de Analista. Quizá no habían comprendido sus señas. Quizá intentó cumplir con el consejo que él mismo le había dado al comenzar esta aventura insensata. Presentar batalla para que él y la Quinta pudieran seguir adelante. Eso decidió. O, más bien, Ballestero prefirió pensar que Analista había decidido con gallardía cuando, después, pasó lo que pasó.

Por fin, se levantó del escondite donde se había metido. Comenzaba el trabajo penoso: enterrar, vigilar... ¿Le volverían a conceder el honor de tener reclutas a su cargo? Se encogió de hombros. La sensación había sido, cuanto menos, curiosa. Bien sabía que él peleaba mejor en solitario pero... no podía evitar sentirse triste. Podría haber hecho mucho más. Solamente de haber tenido tiempo para endurecerlos, para adiestrarlos.

Recordó de nuevo con orgullo: ninguno había huido de la batalla. Todos cumplieron, todos fueron valientes.

Quizá no servía para mandar tropas, pensó.

Se colgó a Venganza del hombro y caminó lentamente hacia la puerta. Tocaba rapiñar un poco de botín.

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22/12/2016, 21:41
Pelagatos.

El Periplo del Escudo

Había terminado la batalla, habían ganado, era un día glorioso que pasaría a engrandecer la leyenda de la Última de las Doce Compañías Libres de Khatovar. Muchos eran los que habían llegado con expectativas al combate y habían fenecido, otros pocos habían combatido y logrado hazañas dignas de héroes que también tendría su lugar en los importantes e imperecederos Anales que relataban la historia del grupo de mercenarios. Pero había una tercera subdivisión, en la que se encontraba él, Pelagatos el hijo del Teniente Rompelomos, había sobrevivido a la batalla. Por mucho que lo pensara, lo había hecho, no era capaz de explicarse como había logrado salir con vida, pero ahí estaba. Sin embargo sus hazañas eran inexistentes.

Pasó la primera gran parte de la batalla transportando un indigno armatoste-escala. Él iba a ser un gran soldado de Caballería y la Caballería no se encargaba de esas cosas con sus propias manos, hacer eso no le beneficiaba de ninguna forma. Cumplía las órdenes dadas por Matagatos porque era un buen Soldado, pero no entendía como alguien como él, de su clase y su raza se tenía que prestar a magullarse las manos mientras hacía el trabajo de una bestia de carga. Entendía que los K´Hlata como Uro o Ponzoña, con aquellos desorbitados músculos, que le resultaban obscenos a la vista, pudieran hacerlo, pero no pensaba que eso fuera una tarea para él.

Su mente estaba concentrada en maldecir su poco gloriosa situación cuando algo salió mal, no sabía el qué, ni cómo, pero era un problema con la magia de su escamado primo. Desconocía todo acerca de ese General de Sangre que vociferaba y por qué ese advenedizo de Manta parecía conocerlo. Ya había chocado con el regalo de Lengua Negra cuando les explicaron la estrategia a seguir y éste había comenzado a cuestionarlo todo, ¿quién se creía? Su ego estaba demasiado hinchado y alguien debía explicarle cuál era su lugar, Pelagatos hubiera estado encantado de no ser porque estaba rodeado de una enorme horda de seres no muertos.

El Cabo de los Hostigadores ordenó que protegieran el armatoste y eso es lo que iba a hacer Pelagatos. Con rapidez sacó su espada larga y se dispuso a hacer lo mismo con el escudo, cuando recordó que lo había dejado entre sus pertenencias en el Campamento Principal. Bufó al recordarlo, pero no había tiempo para detenerse y pensar en esas cosas, ya conseguiría un escudo si podía.

Todo aquello había empezado por la magia y lo único que tenía de magia a su alcance, era su primo Serpiente, Pelagatos confiaba en que pudiera arreglarlo. El mago estaba hecho un guiñapo en medio del peligro, por eso el oscuro se movió con rapidez y se interpuso entre él y los enemigos. No tuvo mucho que hacer, sus compañeros liquidaron a los muertos pertinentes con velocidad. El problema vino cuando durante unos tensos segundos varios hostigadores quisieron ajusticiar al mago. Pelagatos obviando lo que la sensatez le decía trató de evitar que cortaran en finas lonchas al hechicero.

Matagatos puso cordura a aquella creciente espiral de locura, necesitaban un mago pese a que ese mago fuera Serpiente. Pero el regalo de Lengua Negra decidió sacar sus patas del tiesto y cometió deserción. Además de estúpido, torpe y negro era un desertor, un maldito derroche de virtudes ese Manta. Con dos miembros menos todos los hostigadores continuaron avanzando y Pelagatos tuvo que volver a empujar como un animal de tiro el armatoste. En los combates poca gloria obtuvo contra los no muertos, consiguió abatir a varios de los más débiles enemigos y logró ser complicado de matar. Tras recibir su primera herida el hijo del Teniente, tuvo claro que no quería más cicatrices en su cuerpo y adoptó un estilo de combate tremendamente defensivo que ampliaba de forma escasa sus posibilidades de sobrevivir, pero al menos las ampliaba.

La muerte le pasó de cerca, cuando se trabó en combate con uno de los más poderosos no muertos a los que se enfrentaban. El ser le sacaba varias cabezas y sus golpes eran demoledores, por fortuna casi mágica la espada de Pelagatos se interponía antes de que su enemigo lo aniquilara, en un momento consiguió golpear con gran potencia a su enemigo. El impacto fue tan fuerte que creyó haberlo derrotado, pero nada más lejos de la realidad, el horrible ser continuó con su ataque sin cesar. Ponzoña apareció a su lado teniendo poca fortuna, la maza del Hiena no logró dañar a aquel enemigo. Pelagatos lanzó una mirada rápida al segundo al mando de los Hostigadores, el mensaje no era muy claro pero se debatía en pedirle que acabara rápido con el enemigo o que hiciera que dejaran de pegarle a él. No tuvo que llegar a rogar de palabra, la maza acabó lo que su espada larga no pudo.

Tras ese combate sintió su brazo dolorido al detener los poderosos golpes y temió que la espada se le mellara si continuaba usándola de tal modo, así que registró entre los cadáveres y consiguió un pesado escudo y una oscura y maligna espada que le atrajo inmediatamente. Sin pensarlo echó mano del arma, pero esa no fue una de las mejores ideas que había tenido, su mano se quemó y durante unos instantes unas voces le atormentaron en la cabeza, mientras le ordenaban matar a sus compañeros. Haciendo acopio de su fuerza mental Pelagatos consiguió deshacerse de la espada y continuar junto a sus compañeros, llegando frente a la muralla.

Las bolas de fuego caían a su alrededor y los hombres de la Compañía Negra morían a pares, mientras Pelagatos se maldecía por conseguir un escudo momentos antes de tener que volver a perderlo. Desde su herida en el entrenamiento con Sicofante, sus capacidades motoras habían quedado severamente disminuidas y trepar para llegar a lo alto de la muralla iba a ser una de las peores situaciones de su vida. Matagatos recitó el orden de subida y su posición era de las últimas, al mismo tiempo que Rastrojo. Sus compañeros abrirían brecha y él con suerte llegaría a rematar a algún moribundo que estuviera ahogándose en su propia sangre y no opusiera mucha resistencia.

Mientras su Cabo se marchaba a enfrentar a la horda de muertos que les perseguían, Pelagatos afrontaba su propia batalla titánica, el ascenso por la escala. Subió con relativa facilidad para lo que él había esperado, sin embargo una vez arriba debía saltar para alcanzar la muralla. Los más intrépidos miembros de los Hostigadores y del pelotón de Infantería del Cabo Barril luchaban codo con codo por despejar la muralla y dar muerte a la terrible Heroína de Galdan, guerrera casi legendaria que colmaría de gloria al que la abatiese. Por su parte Pelagatos estaba en la parte alta de la escala pálido como la nieve y con las dos manos sujetando temblorosas los asideros de la escala, mientras él hacía amagos poco convincentes de intentar saltar. Resoplaba con inseguridad y trataba de no mirar al suelo, pero era incapaz de encontrar fuerzas para dar el paso definitivo. Pensó en su padre y a la larga tradición de soldados oscuros que habían dado gloria al grupo de mercenarios, aunque únicamente fuera por no deshonrarles, no podía morir cayendo desde una escala por no ser capaz de saltar. Espoleado por la vergüenza y atemorizado por las grandes posibilidades de quedar en ridículo, Pelagatos saltó al adarve pocos segundos después de que la Heroína fuera mortalmente dañada.

Una vez arriba no tenía claro a qué lugar debía ir, pero tras una rápida mirada localizó las anchas espaldas de Ponzoña y Campaña, tras ellas era más complicado que le hieran a él, y siguió a ambos guerreros al interior de la torre. Allí luchó contra un grupo de Veteranos de Galdan, tropas duras y curtidas que defendían la fortaleza. Se trabó en combate especialmente con uno al que no conseguía herir pero tampoco dejaba que éste le hiriera, el combate era todo lo frenético que el joven Oscuro podía lograr y en un golpe de fortuna consiguió dañar a su enemigo levemente, tanto fue así que el propio Pelagatos dudó de haber golpeado al hombre con el filo del arma en vez de con el plano. Sus compañeros demostraron mayor fortuna y consiguieron liquidar a sus parejas y ayudarle con su oponente. Ya dentro de la fortaleza y sin tener que trepar, podía quedarse con un escudo que le protegiera para lo que quedaba de batalla. Rapiñando el cadáver de su último contendiente tomó un escudo duro y consistente y salió al exterior para contemplar la situación de la batalla y decidir qué zona podía necesitar de su apoyo. Cuando lo hizo contempló que habían ganado y los enemigos se batían en retirada.

Apesadumbrado, recapituló su mayor herida se la había infligido un objeto inanimado fruto de su codicia, había perseguido durante toda la batalla un escudo para protegerse y cuando lo había conseguido la batalla se había acabado. Su aporte a las bajas del enemigo había sido nimio y había llegado a la parte más cruda de la batalla cuando el enemigo más peligroso había sido aniquilado. Pelagatos dejó caer con desdén el escudo mientras resoplaba y con cuidado se sentó en lo alto de la muralla, únicamente le faltaba despeñarse tras tanto esfuerzo. En esa posición y con la espada cruzada sobre sus piernas se puso observar como la destrucción se abría paso en los reinos Pastel mientras él continuaba allí fatigado, poco herido y sin grandes hazañas, pero vivo.

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23/12/2016, 07:22
Cielo, Escuadra Barril, Infantería.

Cielo: La Batala de Galdan.

En el momento que recibió el tajo Cielo se dió cuenta de que ese, le mandaría al suelo. Maldijo su perra suerte y la mala posición, más expuesta, en la que se encontraba. Si se trataba de brujería eso nunca lo sabría. Tampoco sabría hasta su despertar que el resultado de la batalla de Galdan fue victoria para la Compañía Negra, victoria a un alto coste, pero a fin de cuentas, victoria.

Le hizo cierta gracia recordar las palabras de Barril antes de salir del campamento sobre el asunto de las pinturas y la no armadura: ¨Si no llevar armadura perjudica al pelotón, pediré tu traslado.”

Si sobrevivo a esto me caerá vareo. - Pensó. Qué curioso morir aquí después de lo que hemos pasado.

No podía olvidarse del comienzo de la batalla, con un plan perfectamente trazado por Analista, y Rompelomos dispuesto a ejecutarlo. Por primera vez en tiempo Infantería tenía un objetivo claro y una sección de la muralla que tomar, las certezas, generan confianza.

Cargaban con su escala llenos de humor y bromas, Arqueros detrás, escuadras de Dolorosos delante. Descraciadamente nada hacía presagiar el caos que el infortunado de Serpiente, maldito sea su nombre, estaba a punto de desatar.

Concentrando las energías del Señor del dolor, Serpiente hizo lo que ningún K´Hlata en sano juicio, y menos un Rey de la Sabana como él, considerarían algo bueno, jamás. Alzó a los muertos para que les ayudasen. Las miradas entre Indómito y él dejaron clara la opinión de ambos sobre el asunto. Aquello no podía ser bueno. Si hubieran sabido lo acertados que estaban le hubieran lanzado sendas lanzas al brujo Oscuro.

Junto con los muertos se alzó aquel rey espectro, que puso a todos aquellos muertos en su contra. Si a eso se unía aquel dragón que escupía fuego, matando y dispersando a los Dolorosos, la batalla parecía perdida antes de empezar. Esos cabrones del Triplete acabarian con ellos sin sudar una gota.

No se pueden contar las veces que maldijo a Serpiente, y se juró a sí mismo que mataría a aquel inútil si sobrevivían a aquello.

Las palabras de Barril les reconfortaron cuando el toque ordenó avanzar. Aquello no dejaba de ser un suicidio, pero no estaban en la Compañía Negra, y menos en Infantería para tener el privilegio de conocer su día. Rubricarían una actuación digna de ser leída en los Anales por generaciones.

Miró a su hermano Grito, que reía divertido ante la perspectiva del combate, tantas carreras, canciones y entrenamientos accidentados después, Infantería demostrará su valía, no le cabía duda sobre eso.

No tardaron en verse rodeados. Las órdenes fueron limpiar, y eso hicieron. Se movieron como una auténtica unidad, atacaron, retrocedieron, apilaron cuerpos, y avanzaron a ayudar a los Dolorosos. Fue precioso, una autentica coordinación de pelotón, arrojaron lanzas, las recogieron, y abrieron un pasillo para la retirada de los Dolorosos. El Cabo, Lagrimita, Desastre, Matador, Grito y los demás se comportaron como auténticos infantes y verdaderos hermanos, llenando a Cielo de orgullo de pertenencia a este pelotón.

Cielo odiaba a aquellas criaturas, combatir contra seres que no sangran, iba en contra de todo en lo que creía, y los de su tribu habían aprendido desde niños a enfrentarse a los no-muertos. Sin embargo se movió, y clavó su lanza en varias criaturas, reprimiendo arcadas.

Los siguientes movimientos les llevaron cerca de los Hostigadores, que aparentemente ya no combatían con esas critaturas, aunque a su llegada, la lucha se reanudó, más al Este, los Campamenteros parecían tener problemas, y Cielo se preguntó cómo le iría a Derviche. Ojalá sobreviva, si no no va a tener gracia meterme con ella. Vió a Dedos y Matagatos, el médico parecía tener problemas de vista.

Las nuevas órdenes fueron avanzar hasta la muralla. Y eso hicieron. No sólo eso. Cielo fue el orgulloso cobrador de la primera sangre enemiga. Jamás se había sentido tan vivo. Aquello le grantizaría Grog por muchos meses a cuenta de contar la historia. La rabia creció en su interior y también la sed de sangre. En ese instante supo que no pararía de luchar y matar en aquella muralla, hasta que acabasen con él, claro.

Antes de acceder a la muralla mató a tres enemigos, y Grito le secundaba, ambos repartían dolor y muerte, como hermanos, entre precarios equilibrios y carcajadas. Sin duda ambos combatirían hasta que les tumbasen.

Desgraciadamente eso fue lo que sucedió. Tras matar mucho y bien entre los Regulares, Barril les encargó a Grito y él, que evitasen que los Veteranos saliesen de la torre, la lucha codo con codo con la que habían fantaseado tantas y tantas veces. Hirieron y fueron heridos, en una lucha de desgaste con la puerta por medio.

Por eso, tras un movimiento erróneo, del que se arrepintió al instante, Cielo se expuso demasiado, y ya sangrando abundantemente, pinturas emborronadas, recibió el tajo que lo tumbó.

Si me voy, me he llevado a unos cuantos cabrones por delante. - Pensó, y abrazó el cálido hálito de Madre.

Tus heridas sanarán, hijo. Tu historia no ha terminado, esta no era tu historia, aún debe ser contada.

Se sumió con sumisión en la oscuridad, y recordó aquel entrenamiento con Desastre, que le forjó su amistad, aquellas noches de Grog, el pique y el duelo con Derviche, y los consejos de Sombra del Mal. Recordó haber arreglado sus problemas de tribu con su hermano Indómito, y todo había sido vivido, a su manera.

Su vida no había sido ni buena ni mala, ni más valiosa que cualquiera de las vidas que pueblan la tierra. Pero había merecido la pena vivirla, y dejar de ser Sadaya, para ser Cielo, cielito lindo. Infante del Pelotón Barril, de la Compañía Negra.

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23/12/2016, 13:34
Lombriz.

DESPERTAR ENTRE MUERTOS.

Lombriz despertó desorientado hacia el final de la batalla, a los pies de la muralla junto a una de las escalas, incapaz de recordar cómo había llegado hasta allí.

Aun a ciegas, a gatas, y por puro instinto, asió su escudo y su lanza y salió del armatoste en el que estaba. Se incorporó con dificultad, sus músculos le fallaban. Aunque no era consciente de ello, estaba cubierto por sangre y vómito propios.

Olía a polvo y carne en avanzado estado de putrefación. El polvo levantado le impedía ver más allá de un centenar de pasos. Oía gritos de batalla, pero no escuchó gemidos de moribundos, más tarde comprendió que se debía a que los no-muertos daban cuenta de los heridos con rapidez.

En el cielo, grandes aves de rapiña que comenzaban a acudir, volaban en círculos sobre la explanada esperando el final de la matanza.

Anunciado por un prolongado grito, un cuerpo se estampó contra el suelo junto a él levantando una polvareda.
 
Lombriz se giró y contempló abrumado las imponentes murallas y en cuyos torres graznaban centenares de cuervos ansiosos y hambrientos. En sus adarves las diminutas figuras de los miembros de la Compañía Negra se abrían paso a golpe de lanza y espada.

A su espalda y de oído reconoció a Tarado batiéndose. Sin pensar, por puro instinto, Lombriz se aproximó para auxiliarle. Se acercó a una de las figuras que hostigaban a su compañero y con un golpe certero de lanza le atravesó la cabeza. Le sorprendió la lentitud de su oponente. ¿Como podía no haberle visto venir? Pero al enfrentarse al segundo enemigo comprendió que se enfrentaba a adversarios que ya estaban muertos, con girones de carne colgando, con huesos expuestos al aire, ciegos y sordos, pero reflejando en su rostro descompuesto el odio que el General de la Sangre sentía por los vivos.
Lombriz no pensó, con movimientos precisos se posicionó para encararlo y le atravesó la cabeza.

Entonces escuchó los gritos de la aterrorizada Plumilla acosada por Asesina. Reyezuelo yacía moribundo a poda distancia de Plumilla y un Tosco se aproximaba hacia ellos. Tarado ya no estaba para ayudarle a combatir pues había iniciado su ascenso por la cuerda hacia lo alto de la muralla, quedando los destinos de Plumilla y Reyezuelo en manos de un Lombriz malherido y al límite de la extenuación.

Su mente estaba perdida en varios momentos de su vida y en ninguno al mismo tiempo. Una parte de su consciencia creía que era el mendigo que siguió durante años a la Compañía Negra. Lombriz y lloró y suplicó pidiendo auxilio con ese trabajado tono de voz imposible de ignorar, aunque luego no recordó haberlo hecho.

Sin embargo otra parte de su consciencia estudiaba la mole de carne congestionada que, aplastando lo que pisaba, se acercaba a él alzando en cada mano armas retorcidas y oxidadas que un hombre no podría levantar con ambos brazos. Lombriz lo veía aproximarse y calculaba desde detrás del gigantesco cuerpo otro Tosco abatido. Se deshizo de su escudo y esperó calculando hasta que llegó el momento, recorrió tres pasos a la carrera, apoyó su peso sobre el montículo de carne y lo utilizó para impulsarse. Agarró la lanza con las dos manos dirigiendo la punta hacia abajo y cayó sobre la enorme criatura. En primer lugar sus rodillas calleron sobre los hombros del Tosco haciendo que su cabeza se alzase y entonces clavó su lanza con todas sus fuerzas atravesando de lado a lado la cabeza de la criatura.

Instantes después abatía también a la Caminante Asesina y ayudaba a Tarado, Sabandija y el Chamán Rojo a subir a Plumilla y Reyezuelo a la seguridad del adarve.

Al llegar a la muralla la lucha se había desplazado a los últimos reductos donde se atrincheraron los defensores supervivientes. Los sonidos de las puertas abriendose se impusieron sobre los menguantes sonidos de la batalla y los no-muertos comenzaron a cruzar las puertas como una marea putrefeacta.

Lombriz contempló el desfile hipnotizado. Aunque posteriormente los magos de la Compañía coincidieron en que lo que percibió fue sólo una alucinación reminiscente de su pasado como esclavo del Profanador de Mentes y que fue por tanto un delirio de su dañada mente, Lombríz sintió que tiempo se detuvo para él, el mundo dejó de existir cuando posó la mirada en el General de la Sangre. Creyó que el General de la Sangre le devolvía la mirada y la clavaba en él, creyó que el General de la Sangre le llamaba... y sintió una necesidad de acudir tan poderosa que hubiese saltado de la muralla de no haberse anticipado el Chamán Rojo para evitarlo.

Después de una eternidad el ejército de no muertos terminó de cruzar las Puertas de Galdan alejándose y una parte de lo que Lombriz fue un día marchó con ellos. Se volvió y contempló a los afanados miembros de la Compañía Negra como si los viese por primera vez. La Compañía Negra era el lugar al que pertenecía ahora y había mucho que hacer.

Alguien insistió en tratarle las heridas y Lombriz se dejó hacer sin prestar mucha atención ni sentir dolor. Su mirada se enfocaba a la explanada ahora ocupada por buitres y cuervos y a la que pronto comenzarían a acudir las hienas y otros depredadores y carroñeros terrestres. Lombriz les estaría esperando, quería salir a cazarlos y a conseguir agua fresca, esas bestias les proporcionarían una carne que sería muy oportuna para suplir cualquier escasez de alimentos en los próximos días.

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23/12/2016, 18:03
Indómito, Escuadra Barril, Pelotón de Infantería.

Indómito Galdan.

Dolor, de todo lo sucedido en aquella batalla, lo que más recordaba Indómito era el dolor que le provocaban las quemaduras de aquella bola de fuego.

Indómito supo que había errado al principio de la batalla, cuando aquellos no muertos se alzaron y vio la desaprobación en los ojos de su hermano Cielo.

No estuvo atento, le alcanzaron los muertos y le golpearon, a partir de ahí había tenido que huir, usar lanzas a distancia y exponerse lo menos posible, todo por ser útil a la unidad.

Maldijo su torpeza, pero se adaptó y sobrevivió a las criaturas, y cargó con la escala hasta que sucedió algo que no esperaba.

La bola de fuego, la bola le golpeó sin posibilidad alguna de evitarla, ese podría haber sido su fin, después de tanto movimiento, lanzas, esquivar enemigos, le parecía increíble e injusto, acabar así. Era el colmo de la mala suerte.

Sin embargo, quisieron los dioses o los espíritus que abriese el ojo, atherido de dolor, con la piel hirviendo llenándose, rápidamente de ampollas. Decidió refugiarse tras el armatoste-escala de los Hostigadores.

Sin duda apenas podría caminar en ese estado, y mucho menos ser de ayuda en el combate por la toma de las murallas que iba a producirse.

Pidió ayuda al bujo, al traidor que había levantado aquellos muertos que se habían puesto en su contra, suplicó por dos veces, algo de curación, para poder empuñar su lanza y ayudar a sus hermanos, pero no halló respuesta alguna. Esa maldita criatura oscura llamada Serpiente, sencillamente no le hizo caso.

Acumulando odio dolor y desesperación Indómito no tuvo más remedio que huir de los Caminantes que venían del Norte.

Huir significaba avanzar hacia Galdan. Vio la escala de Infantería colocada antes que ninguna, y vio a Grito y a Cielo llegar a lo más alto y empezar a combatir con los enemigos. Un gesto de Cielo fue inequívoco. Su hermano Rey de la Sabana había cobrado la primera sangre. Eso le alegró y acrecentó su rabia por no poder subir a ayudar, en su estado sólo sería un estorbo.

A pesar del dolor, Indómito terminó llegando, tarde, a la muralla, a tiempo para ver los cadáveres de los enemigos, para ver caer a Cielo ante las acometidas de un Veterano, y para ver cómo se abrían las puertas de Galdan y sus enemigos huían.

Y entonces Indómito rió, y se desmayó en el suelo.

He vivido para contarlo, Indómito ha cumplido. Pudo así cerrar los ojos y tallar figuras en sueños, hasta que despertó, en la tienda de los heridos, junto a su hermano Cielo.

Está vivo, gracias a los espíritus.

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24/12/2016, 03:22
Derviche.

La noche había empezado, y tras la orden de partida al alba, Derviche se escabulló en la oscuridad, como solía hacer cuando tenía algo en mente. Salió del campamento y se alejó varias decenas de metros al Norte, donde había un pequeño montículo con hierba y un árbol raquítico. Se agachó, metió el brazo en un hoyo de la tierra y sacó lo que había ido a buscar.

Entró de nuevo en el campamento, seguramente los centinelas la habían visto, pero ninguno abrió la boca por miedo a que la fanática fuese a pedirles cuentas después, saldándose todo con dientes rotos y otra amonestación verbal o física para Derviche.

Aquello cambiaría tras la batalla.

Llegó a la zona de su tienda, la del pelotón de Campamenteros, y entró en esta con un conejo vivo en las manos.

Dentro de su tienda, se puso de rodillas tras desnudarse y alzó al conejo lo que pudo, hasta topar el techo de lona, entonces, procedió.

Derviche comenzó a entonar los cánticos sagrados para el sacrificio al Jaguar. Se los sabía de memoria, aunque hacía demasiado tiempo que no los pronunciaba, ni siquiera en el duelo contra Cielo, ya que para aquella situación, se había limitado a pintarse como una hija del Jaguar. Lo de ahora era distinto.

Mimi kuonyesha kafara hii.

Apretó el cuello del conejo con una mano.

O mungu mwenye nguvu Anyuwoh.

Con la mano libre le partió el pescuezo como si de una ramita de árbol se tratase.

Kukubali damu hii na wote kuja damu.

Comenzó a despellejar al animal, y verter su sangre en un odre de madera.

Furahini pamoja nafsi kwamba anatoa katika vita.

Mordió la carne del animal, un par de veces, se la tragó cruda, pringándose la boca y el cuello de sangre, la cual ya caía por sus manos y brazos hasta el codo.

Kulaani mimi kama mimi kushindwa Hell cha waoga.

Con la sangre del odre, comenzó a hacerse dibujos tribales, no eran símbolos de guerra, si no de sumisión al Jaguar, símbolos en definitiva, de un sacrificio humano que ejecutaría la voluntad del Dios asesino y cazador de la fanática. Así eran sus hijas y mujeres, las hembras del Jaguar, sacrificios que cazaban otros sacrificios para contentar a su Dios. Acompañó la pintura de su cuerpo con una letanía repetitiva.

Kama mimi kuangalia saa yangu kama binti Mimi ni wako na unipe nafasi katika viwanja vya milele uwindaji.

Una vez finalizado el ritual, se echó sobre la manta, con la sangre aún caliente en su cuerpo, mientras dejaba los pensamientos negativos a un lado, y se concentraba en disfrutar de la matanza que se avecinaba, la responsabilidad que ella tenía en la misma, como hija del Jaguar, debía recolectar suficientes almas antes de morir.

Porque sabía que iba a morir y le daba igual, ni siquiera le importaba llegar a ver las murallas. Su misión era la de otorgar sacrificios al Jaguar.

Mientras en su cabeza acontecía una orgía de sangre, muerte y destrucción, sus dedos bajaban a su sexo para el deleite supremo. Una buena noche.

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El dia se hizo noche, las nubes se oscurecieron de manera antinatural, una energía mágica maligna, recorrió todo el barrizal kilométrico en el que se encontraban. Las risas se ahogaron en las gargantas de sus compañeros, las palabras murieron y las lágrimas afloraron, junto a los reclamos de venganza contra todo en general.

El Señor Del Dolor los había traicionado, Serpiente los había traicionado.

Que los muertos escapasen al control del magucho, era obra de los Dioses, seguramente asqueados ante tal soberbia humana. Habían cometido una herejía, y los vivos pagarían con sus vidas y almas.

La horda de muertos se les echó encima. Cadáveres putrefactos, torpes y lentos, mezclados con otros de más inteligencia, amalgamas de carne que parecían gigantes esculpidos en hueso y músculo, liderados por criaturas de ojos de fuego azul, rodeados de un aura mágica de maldad e inteligencia suprema.

No estaban preparados. No todos al menos.

Mientras la mayoría actuaba como patitos sin su madre, los verdaderos guerreros de los Campamenteros, y Piojillo, se lanzaron de cabeza contra la horda de criaturas salidas del infierno.

Derviche asumió que era la hora de la verdad, se abría la veda para la cacería en pos de la gloria del Dios Jaguar. La fanática sonrió mientras los demás se angustiaban ante la situación antinatural.

Ella no, ella cargó contra bosques de miembros putrefactos, segándolos como la hoz siega el trigo, con el gesto serio, concentrada en su deber. En su cabeza sólo había un cometido.

Sacrificios para el Jaguar. Se alegró de que el eremita estuviese a su lado.

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La primera oleada cayó igual que las hormigas bajo una bota firme y rápida, pero el verdadero peligro se les echó encima.

Derviche, sin pensarlo apenas un segundo, cargó contra aquel cadáver hechizado, junto al bravísimo y resolutivo Keropis, enzarzándose los tres en una danza de hojas mortales.

Rápidamente los dos Campamenteros comprobaron que aquel encuentro los superaba en demasía. La criatura era más rápida, más fuerte y con mejor técnica que la de ellos. Sin inmutarse, desviaba la hoja de Keropis con la suya propia, mientras que con el escudo bloqueaba las salvajes acometidas de la fanática.

Presa de la rabia, Derviche descuidó su defensa, golpeando cada vez con más fuerza y rapidez, la ira se apoderaba de ella, hasta que la criatura, rápida como el relámpago, le hundió la punta de aquella maldita espada en el muslo, casi hasta el hueso.

Iba a ganar, los iba a matar a los dos. Aquello amargó a la Jaguar, la cual se resignó a una muerte rápida, sin haber sido capaz de cumplir con su Dios. Cuando recibiese el golpe de gracia, su alma viajaría hasta el Jaguar, donde sería expulsada de los dominios de la caza eterna, y se convertiría en presa. Mil veces muerta por las fieles que sí lo habían conseguido.

Por la eternidad.

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Peonía tenía su menudo cuerpo magullado, los labios hinchados y los ojos morados. Aún era una niña, pero ya la estaban entrenando para matar, al igual que sus hermanas. Aquel día la habían emparejado con  Grandota, una joven enorme de gran fuerza, debido a su cuerpo privilegiado. El combate con palos había durado poco. Sadaka cargó, Grandota bloqueó, y luego la apaleó hasta casi dejarla en la inconsciencia.

Madre Wanai paró el entrenamiento y se llevó a Peonía, arrastrándola por los pelos hasta la puerta del templo del Jaguar

- Peonía, no vales nada, llevas tres años entrenando y todavía no has aprendido, el Jaguar no quiere hijas así, tienes que espabilar o el próximo entrenamiento no lo pararé, dejaré que Grandota te remate como a un perro. -

Las lágrimas afloraron en los ojos de la chica apaleada, mientra Madre Wanai seguía con su charla, la cual en realidad no era una bronca, si no un aleccionamiento. La connimaba a perserverar, aprender de sus fallos, revolverse ante la adversidad y vencer la dificultad.

Las lecciones de Madre Wanai siempre eran educativas a su manera, aunque a Peonía le costaba más que a ninguna aprenderlas.

Desde chica, la Jaguar había estado muy unida a su madre, ya que su padre había muerto combatiendo contra los enemigos de la tribu. Peonía siempre había sido una niña buena, alegra, risueña y amiga de todos. Había nacido para hacer el bien y de su tribu un lugar mejor, nunca había pensado, tras morir su madre de enfermedad, que su destino sería el templo de las aislacionistas sacerdotisas del jaguar.

Pero así fue. Arrancada de su confort, ya no vería jamás a sus amigos, no al menos con los mismos ojos. 

A pesar de ser dulce y risueña, ninguno de ellos se depidió de la niña. Tan sólo Gato, el joven hijo del héroe de la tribu. Escondido tras unos matorrales, alzó la mano con lágrimas en los ojos, para darle el último adiós a su amiga.

Cuanto cambiaría la cosa después. Ella convertida en Derviche, él en Guepardo. Odio eterno entre ambos.

Una semana después, tras duros entrenamientos y lecciones de las Madres, Peonía fue emparejada de nuevo con Grandota. Todas daban por hecho que la enorme cría derrotaría a la menuda y fina Peonía. Si volvía a darse el mismo resultado de la semana anterior, seguramente las Madres darían el visto bueno a que Grandota la rematase allí mismo, dando el paso de la niñez a la edad adulta, y con ello, un nuevo nombre.

Todas reían, arengaban a Grandota, nadie quería allí a Peonía, no encajaba con los ideales del Jaguar, tocaban las palmas y cantaban la muerte de la menuda cría que se enfrentaba a un rival superior. Nadie se dio cuenta de la mirada resolutiva de Peonía, nadie, excepto Madre Wanai. Ella si lo vio, y sonrió al tiempo que callaba.

Peonía cargó, Grandota bloqueó, la furia de Peonía partió el palo de Grandota y la derribó al suelo.

Cuando las Madres mandaron parar el entrenamiento, Peonía no hizo caso, se avalanzó sobre la aturdida Grandota y la mató, mordiéndole el cuello hasta arrancarle las venas y la vida.

Se hizo el silencio, Madre Wanai se levantó y proclamó ante todas.

- He aquí Sadaka, la nueva hija del Jaguar. -

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La cosa mejoró y empeoró casi al instante.

Odio había salvado a Derviche y Keropis, momento en el cual, la fanática respiró aliviada de corazón. Tenía otra oportunidad para seguir reuniendo sangre y almas para su Dios.

Pero otra cosa le llamó la atención.

Contempló a Loor, con aquel 'palito', como Derviche solía llamar al arma de la segunda al mando, demostrando con insultante supremacía sus dotes de combate.

Se movía como un relámpago, con la fuerza de las montañas, golpeando a todas las toscas bestias que salían a su paso, un espectáculo, en definitiva, que hizo vibrar de emoción a la Jaguar, la cual se quedó varada en el barro, contemplando con éxtasis creciente la danza mortal de Loor. Resopló excitada mientras la veía danzar y matar, hasta al punto de mojarse. Si sobrevivían a aquello, tendría unas palabras con Loor, muy diferentes a las que habían cruzado con anterioridad.

Se tuvo que obligar a moverse, cuando vio la muerte de Rompelomos. Otro gran guerrero abatido por una de esas criaturas hechizadas, batiéndose en duelo mortal, acompañado de un bravo Segundo Guardaespaldas, el cual no pudo hacer mucho por defender a su jefe, mientras los maguchos miraban.

Cerdos asquerosos e inútiles. No valían para absolutamente nada.

Corrió como una loca, patinando a veces sobre el barro, para llegar en auxilio de un asaltado Segundo Guardaespaldas, sólo para que al llegar, otra horda de cadáveres se les echase encima.

Pero lo peor estaba por llegar.

Los compañeros caídos por los muertos se levantaban, con los ojos sin vida y las ansias de carne fresca incitándolos a atacar a sus hermanos vivos. Otra aberración y otra herejía más.

Serpiente tenía que pagar con su sangre.

Aquello no podía ser, Rompelomos tenía su alma atrapada y no se lo merecía, en realidad, no se lo merecía nadie, ni siquiera el eunuco de Guepardo, la gatita de Dedos, o el imbécil de Tarado.

Se abrió paso entre las filas de muertos, escudada por sus hermanos guerreros y Piojillo, hasta tener cara a cara a Rompelomos.

-kutoa mapumziko ya milele, ni shujaa ambaye anastahili.-

Elevó su plegaria, mientras le hundía la cimitarra en el cráneo hasta casi el pomo del arma. Rápido, efectivo. Justicia

Recogió la espada del Teniente, para darle honores póstumos, si es que había un mañana tras aquella locura sin sentido, locura en la cual, Derviche se sentía en su salsa.

Entonces, fue testigo de la peor de las traiciones de Lengua Negra, el bastardo. Impelido seguramente por el miedo, ordenó una loca carrera empujando el carro de las escalas.

Dejaron atrás a todos los heridos que no pudieron seguir el ritmo, o se habían quedado rezagados como Derviche.

Aquello le dolió más que cualquier cosa que el inútil de su jefe hubiese hecho con anterioridad. Incluso en aquel justo momento, su asco y odio hacia él, superaban al que sentía por el eunuco. Guepardo era escoria, pero al menos peleaba por sus hermanos.

Los muertos cercaban a los rezagados mientras Derviche gritaba improperios contra Lengua Negra, el cual seguramente ni los escuchó.

Tuvo que llegar Loor y cortarla en seco para hacerla reaccionar. Los muertos las acechaban.

.....................................................................................................................................

Todo pesaba.

Loor pesaba, su armadura le pesaba, las dos cimitarras, el escudo y la espada del Teniente le pesaban. Estaba herida, cargando con Loor y avanzando a toda velocidad por el barro, mientras las hordas hambrientas marchaban detrás de ellas, con ansias de carne.

Derviche resoplaba como un ñú, debido al esfuerzo, el sudor le corría a raudales por todo el cuerpo, entremezclándose con la sangre y el barro acumulado en la batalla.

- No sé por qué me has cogido, no te he dado permiso. - Comentó Loor, resignada por los acontecimientos, herida casi hasta la muerte, pero aliviada al fin y al cabo de que Derviche la rescatase.

Derviche apretó los dientes mientras respondía casi en un susurro furioso.

- Cállate, Loor, tengo que hacerlo. ¿No lo ves? Te lo advertí, Lengua Negra es un bastardo inútil, te ha dejado aquí tirada a tu suerte, mientras que el retrasado de Lombriz va en la escala, y eso, de suerte, si no lo llegan a poner ahí, sería ahora mismo pasto para los gusanos. -

Sus palabras evidenciaban rabia, pero también determinación y lealtad hacia la elegida de la Diosa. Quien sabe si había otro sentir oculto en sus palabras. Ya nadie lo sabría, tras la futura muerte de Loor, a excepción de Derviche misma.

- Sigue siendo tu jefe, tu hermano, no tienes que hablar así de él, ha obrado bien, está intentando sacar a todos los que pueda con vida del barrizal. -

Lágrimas de rabia afloraron de nuevo en los ojos de la Jaguar.

- No es mi hermano, no es mi jefe, tan sólo mira por sí mismo, te lo he dicho mil veces, y el tiempo me ha dado la razón, deberíamos de colgarlo en la viga más alta del campamento, te juro que lo estrangularía con mis propias manos y luego le arrancaría esa lengua negra infecta que esconde tras sus dientes y... -

Loor le puso la mano en la boca.

- Cállate y sigue corriendo, o perderás las fuerzas. -

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Era increíble, pero lo habían logrado.

Estaban frente a las murallas de las puertas de la muerte.

Por fin los maguchos habían sido útiles, cubriendo de nieblas y sombras a la Compañía Negra. Las flechas de las vestales apenas producían daños en sus compañeros, pues la visibilidad era cuanto menos difusa. Aún así, la situación era precaria en su flanco. Mientras infantes y Hostigadores asaltaban su trecho de muralla a una velocidad y efectividad pasmosas, los Campamenteros se encontraban asediados nuevamente por los muertos, a sus espaldas. Al frente estaba la muralla fuertemente vigilada y defendida.

La muerte iría a buscarles rápidamente, pero antes, había algo más que hacer.

Derviche recordaría con posterioridad y a solas, en su cabeza, la amargura de aquel tramo de la batalla. De como tuvo que cargar contra más compañeros muertos, y dar paz a Belleza y Ridvan.

Belleza, la guapa y pobre inútil que no estaba hecha para pelear. En el fondo no le caía mal, le recordaba en cierta parte a cuando ella misma era Peonía y no Derviche. Pero la dulzura y amabildiad no tenían cabida en ese mundo, por eso acabó así, muerta y revivida antinaturalmente.

Acabó con su sufrimiento antes de que su corazón se rompiese, cuando vio al poderoso Odio caer muerto.

Derviche gritó de pura rabia y dolor. Odio, a su manera, era su amigo y hermano, estaba hecho de la misma pasta que ella, se complementaban muy bien. Uno odiaba a todos, la otra sentía rabía infinita contra los mismos que él.

Su muerte fue un duro golpe, y con sus ojos en llanto vivo, con el pecho agitado por la zozobra, acudió a su cadáver para darle el descanso final. No podía dejar que su alma quedase atrapada por aquellas hechicerías.

Atravesó su cabeza entre llantos desconsolados.

Todavía azotada por la pena, su pecho subía y bajaba con violencia mientras se secaba los ojos, y pudo ver de milagro, como Plumilla y Loor estaban a punto de morir a manos de dos de aquellas bestias toscas, uniones de carne y hueso sin control, coronados por armaduras de púas y hierros oxidados.

Iban a convertirse en el almuerzo de las bestias. La carne vírgen siempre sabe mejor.

Derviche usó su pena para transformarla en rabia, y cargó contra aquellas criaturas.

Plumilla estaba de rodillas, casi implorando la intervención de cualquier Dios, y Loor simplemente cerró los ojos resignada.

Apareció Derviche, consciente de que o se salvaban las tres, o ninguna.

Utilizando toda su potencia, se metió entre los dos toscos, y con una precisión quirúrgica, les reventó el cráneo a ambos.

Dos golpes, dos muertes, dos salvaciones in extremis.

Había cumplido con el cupo de almas para su Dios. Había salvado a Loor.

Miró la escala, ya asentada, y sonrió de manera demencial.

Tocaba subir y que comenzase la diversión.

............................................................................................................................

 

 Tarado le bloqueaba el paso. El imbécil estaba en la punta de la escala, repartiendo espadazo como si sus oponentes fueran moscas y el en vez de una lanza, tuviese solo sus manazas.

Derviche no era capaz casi de controlar su rabia, demasiado tiempo acumulándola en su interior.

- ¡QUÍTATE DE ENMEDIO IMBÉCIL INÚTIL! -

Gritó desaforada la Jaguar, al tiempo que daba una voltereta magistral por encima de su compañero, para posarse grácilmente encima de la muralla. Sus pies acariciaron la piedra.

Estaba arriba, era la hora de divertirse.

Mientras la locura se apoderaba de ella, un Veterano guarecido con la puerta de la torre, descargó su arma sobre la Jaguar. No importó, Derviche esquivó la hoja con facilidad al tiempo que sacaba sus armas y escudo. Sonrió mientras fintaba al Veterano, escupiéndole sangre y saliva a la cara.

-JAjajJAJAjajAJJAja, Te VoY A MAtAR y ME cOmERrÉ Tu coRaZÓn, JAjJAJaJAjajJAJA-

Poseída por el poder del Jaguar, y ayudada por las ansias de violencia de la Diosa, Derviche se enzarzó en un brutal intercambio de golpes con aquel Veterano, a pesar de que a la fanática le quedaba poca vida en su cuerpo.

La sangre salpicaba por doquier, Derviche en vez de golpear con precisión, aporreaba de manera brutal, con el filo de su cimitarra, el cuerpo del veterano, mientras este, por su parte, se las arreglaba a veces para introducir el filo en la carne de la Jaguar.

No le importaba, aquello era súper divertido, y seguiría haciéndolo hasta su muerte o la del Veterano, la que llegase antes.

Cantaba mientras peleaba. Cantaba mientras la sangre salía despedida a chorros. Cantaba mientras mataba y se iba muriendo.

Adelante hijas del Jaguar, estad listas, ¡La caza empieza ya!, Matad, mutildad, degollad, que el Jaguar en su trono feliz será.

.....................................................................................................................................

La batalla terminaba. Las fuerzas la abandonaban. Las heridas cobraban sentido, su dolor arreciaba, como olas pulsantes de agonía. Se sentía más débil a cada segundo que pasaba. El crujir de las puertas al abrirse la obligó a postrarse de rodillas, mientras un dolor brutal de cabeza amenazaba con hacérsela estallar.

Su respiración se agitó, a su mente acudieron todas las muertes que tuvo que presenciar, el descanso que a muchos tuvo que dar. No vio a Loor a su lado, ni a Keropis, ni a Piojillo, ni a nadie. Tan sólo a Ubhuti saltando escaleras abajo.

Sintió miedo, pánico, dolor, agonía y desesperanza. Estaba desvalida, como cuando era una cría pequeña llamada Peonía.

Quería pedir ayuda, pero las palabras se le atascaron en la garganta, el poder se desvanecía, su visión se volvió gris y todo se ralentizó.

Pronto empezó a marearse, y se sintió más sola que nunca, como perdida en la oscuridad. Vio de nuevo a Ubhuti antes de que desapareciese de su vista, alzó una mano mientras débilmente susurraba.

- A... aa... ayuda. -

Todo se volvió negra oscuridad.

.....................................................................................................................................

 

Derviche se despertó. Estaba de pie, cubierta de barro y sangre, con las dos cimitarras asidas. Una en cada mano. Ella sabía cual pertenecía a cada mano.

Sus pies estaban sobre hierba fresca y húmeda, en un pastizal interminable, salpicado de pequeños arbolillos en la lejanía.

Escuchaba tambores, y en el horizonte, vislumbraba siluetas diminutas y borrosas que se acercaban a gran velocidad. Eran voces amigas y hasta le sonaban familiares.

Comprobó que estaba ilesa, las heridas se había borrado de su cuerpo, el cual se encontraba ahora en plenitud. Todo potencia.

El sonido de tambores se hizo más intenso, y Derviche cayó en la cuenta que eran los ritmos de su tribu, los ritmos de caza del Jaguar. Las voces se volvieron claras, un cántico femenino, alentándola a que corriese a cazar a los indignos, que había llegado su momento. Las figuras las rodearon, ahora nítidas y claras. Eran las Mujeres, Madres e Hijas difuntas del Jaguar, aquellas que habían logrado contentar a su Dios.

¡Oh Alma de Bronce Oh!, ve a cazar para el Jaguar, ¡Oh Alma de Bronce Oh!, tu tiempo de caza eterna ha llegado ya, ¡Oh Alma de Bronce Oh!, tu sitio te ganaste aquí.

A Derviche le embargó la felicidad, había muerto y estaba en el cielo del Jaguar, ahora sólo le aguardaba la caza eterna, todo era perfecto, salvo una figura oscura que aguardaba tras un matorral.

Aquello no era bueno, tenía que cazarlo y averiguar qué era. Acompañada de cánticos y tambores, Derviche fue a paso lento hasta la figura. Se puso en guardia al llegar al lado de aquel misterio oscuro, entonces la figura se puso en pie. Una armadura oxidada que cubría un cuerpo vendado, exhudando un olor pútrido en oleadas rancias por doquier.

Derviche se preparó para atacar...

Abrió los ojos.

Sentía un dolor agónico por todo el cuerpo, pero no era un dolor mortal, notaba como su carne rozaba contra una pesada armadura, miró a su alrededor. Estaba todavía en la muralla de Galdan, habían ganado, eso era cierto.

Levantó la mirada y se encontró con los ojos de Keropis, el cual la portaba en brazos, de manera protectora.

El eremita, Keropis.

Su hermano, hoy, mañana y siempre. Con una sonrisa cayó de nuevo en la inconsciencia.

Notas de juego

La oración del principio:  Te ofrezco este sacrificio, oh poderoso dios del jaguar, acepta esta sangre y toda la sangre venidera, regocíjate con las almas que te brinde en esta batalla. Si fallo condéname al infierno de los cobardes. Si cumplo mírame como la hija tuya que soy y concédeme un lugar en los terrenos de la caza eterna.

Plegaria a Rompelomos: Dale descanso eterno, es un guerrero que se lo merece.
 

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24/12/2016, 20:03
Dedos.

Matagatos duerme. O eso parece. Bastante apacible aunque de vez en cuando se mueve. Quizás incluso a sus pesadillas les haya vencido en cansancio. Tantos heridos por curar, tantas pérdidas que lamentar, tantos asuntos que retomar... O quizás tras la victoria los malos sueños han desaparecido. ¿Sería eso posible? Tendría que preguntar a Cielo.

Siento deseos de acariciarle, pero tengo miedo de perturbar su sueño, así que me dedico a observarle, a seguir con la mirada los contornos de sus facciones, mientras jugueteo en silencio con el saquito.


Ha funcionado. He mantenido el muñeco a salvo, y Matagatos está a salvo. Creo que jamás podré agradecérselo suficiente a Chamán Rojo. Ojalá hubiera tenido un muñeco de Pipo, y de Loor...

Sí, claro, y de toda la Compañía. Sabías que muchos no sobrevivirían.

De hecho no esperaba sobrevivir yo. Habría sido lo normal, lo predecible. Yo soy una inútil, pero Pipo sobrevivió al ataque del Triplete, y Loor era tan fuerte, tan capaz... No esperaba perderles a ellos. Les echo de menos.

Bueno, no tanto. Descubriste el punto débil de los no-muertos. Conseguiste información valiosa sobre lo que aguardaba en la muralla a través de la niebla, mucho antes de llegar. Supiste que el dragón era una pantomima. Gracias a tu esfuerzo la escala avanzaba a buen ritmo a pesar de que no podían empujarla todos los necesarios. Acabaste con un veterano. No has sido tan inútil, y deberías alegrarte de que al menos habéis sobrevivido vosotros.

Sí, aún recuerdo la sensación al volver a verle y comprobar que estaba bien. La verdad es que es muy curioso lo que llego a recordar de aquel día, y lo que no.

Recuerdo la niebla, el silencio aún por encima del ruido del armatoste. La espalda de Pipo mientras movíamos la escala. Aquella horrible voz... lo dispuesta que estaba a defender a Serpiente ante las amenazas de Uro y Guepardo. Los gusanos. El recuerdo de aquellos gusanos negros brotando de la herida en el corazón de un no-muerto me perseguirá en sueños mucho tiempo. Y el cuerpo de Pipo deshaciéndose bajo el ácido de Serpiente...


Agito la cabeza para alejar aquel recuerdo de mi mente. Aún me dan arcadas al pensarlo. Me concentro en el tranquilo respirar del oscuro para sosegarme, y que el estómago deje de retorcerse.


Recuerdo la escala mientras subo por ella, y ver a Matagatos luchando desde lo alto de la muralla. Lo asustada que estaba cuando vi que los muertos, incluido Ikharius, le rodeaban. Intenté acabar con él, pero siempre que disparo a algo que está cerca de Matagatos me pongo tan nerviosa, tenía tanto miedo de darle a él, que fallé. Recuerdo a Hechizado ayudándole, partiendo sus cabezas con los cascos. Pero lo que tengo más presente es el miedo que pasé desde el momento en que le perdí de vista para seguir las indicaciones de Barril y rodear la torre. Todo ese tiempo asimilando que podría ser la última vez que lo vería vivo...


De repente me doy cuenta de que desde hace un rato me cuesta respirar tranquila y sin hacer ruido.


Ya pasó, Alika. Deja de temblar. Está a tu lado. Está a salvo.


Me descubro apretando con fuerza el saquito, pero ya no me es suficiente, así que, a pesar de que me arriesgo a despertarle, me acurruco a su lado, apoyando la cabeza en su pecho, dejando que por instinto, aún dormido, me rodee con su brazo y me atraiga hacia él. Le abrazo con fuerza, de nuevo con temor a que no sea real.


Ya pasó, Gacela, ya pasó...

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25/12/2016, 10:13
[RIP] Loor.

Todos los hombres mueren. A pesar de ser princesa de su tribu, a pesar de haber podido tener una vida regalada... el destino de Loor como última de sus hermanos siempre había estado escrito: ser la enviada de la Diosa, la representante de la misma, llevar el conocimiento de la Diosa, los secretos de esta, fuera de las tierras de las Lágrimas de la Diosa, a cualquiera que pudiera escucharlas, quisiera o no.

Loor había intentado cumplir esa obligación en todo momento, cada día de su vida. Recordaba aún, en estos últimos segundos de su vida, la alegría con la que había recibido la noticia del regreso de la Compañía Negra, y la gratitud ante su padre cuando este le había dicho que debía unirse a la compañía de mercenarios más importante del mundo, y la más grata a los ojos de Su Señora.

Loor a la Diosa.

Sí, había tratado con todas sus fuerzas de llevar la fe a todos esos desalmados de diverso pelaje a los que, a pesar de todo, había llegado a considerar familia. Había discutido con ellos, sangrado a su lado y, siempre, siempre, había tratado de evitarles mal, de evitarles daño.

Loor había intentado cumplir con su obligación.

Y había fracasado.

En ese postrer momento, cuando malherida como estaba comprobó que el ataque del muerto viviente iba a acabar con su vida, no tuvo tiempo de pensar en nada. Sólo en suplicar perdón a la Diosa por no poder cumplir su misión. La Compañía Negra daba la espaldas al único ser divino que sentía afecto por ella, y ni la Diosa se beneficiaría de su fe, ni tampoco la propia Compañía Negra tendría quien le valiera en las esferas de los dioses.

Por su fallo, por su fracaso, el mundo seguiría siendo el infecto lugar de miedo, guerra, sangre y sufrimiento. No sería purgado. El Edén seguiría lejos de ellos.

¿Y entonces qué? Loor no se había hecho ilusiones en toda su vida, y tampoco cayó en esa trampa en el momento de su muerte. Adoraba una diosa atrapada en el submundo por los turbios manejos del dios de la sangre, y del resto de los dioses y demonios que, aliados con este, y temeroros ante el poder de la Única que los superaba a todos, la habían atrapado. Ella adoraba a la Diosa. No esperaba ninguna vida futura, no esperaba ningún reencuentro con Hermana, ni con Belleza, ni con Niña de Oro. Tampoco esperaba la misericordia de la Diosa puesto que, atrapada, no podría darla.

Si hubiera tenido que apostar, hubiera apostado por el tormento en los infiernos de este o aquel dios, al menos, hasta el grato momento que la Diosa se alzara y los destruyera a todos. ¿Y entonces? ¿recuperaría el alma de su fiel Loor? La princesa K´Halata no lo sabía. Pero lo descubriría: antes o después, lo descubriría.

Perdonadme Diosa: he fallado. Perdonadme padres: he fallado. Perdonadme hermanos de la Compañía: he fallado.

¿Sintió en medio de ese dolor cierta satisfacción por el resultado de la batalla? ¿Por su contribución decisiva para que parte de los Campamenteros hubieran sobrevivido ese día aciago? Lamentablemente, no. Lo que sintió fue una profunda rabia. La batalla estaba ganada, los gritos por la muerte de la Heroína resonaban por todo Galdan. Iban a huir. ¡Si tan sólo en vez de escapar arriba los Campamenteros se quedaran abajo protegiendo a los heridos! ¡Si tan sólo...! De todos los Campamenteros, en ese momento, sólo fue capaz de recordar con algo parecido al cariño a dos: Odio y Derviche. ¡Ojalá Derviche al menos sobreviviera a la batalla!

Había intentado subir, también ella, al ver los tórpidos y cobardes intentos de los últimos Campamenteros, ascendiendo cuando, en el fondo, fácilmente hubieran podido vencer a los enemigos que restaban. Ese pensamiento, ese riesgo que pensaba, le habían obligado a asumir y que, finalmente, le había costado la vida, emponzoñó sus últimos instantes.

¿Recordarían entonces que fue ella quien avisó de donde atacar a los muertos vivientes? ¿Que ese aviso hubiera podido incluso salvar la vida al Teniente si hubiera aceptado escucharlo en vez de hacer caso omiso? ¿Recordarían que había corrido hasta la extenuación por todo el campo de batalla, eliminando Caminantes, y sobre todo Toscos y Embrujados, evitando que sus hermanos sucumbieran? ¿Recordarían que había dado órdenes adecuadas, evitando que...?

Inútil. Inútil todo.

Diosa, perdóname. Diosa, ilumínalos.

Malherida como estaba, era imposible sobrevivir a ese golpe. El ataque le desgarra las entrañas. Oscuridad. Loor muere.

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25/12/2016, 12:38
Campaña.

Campaña descubrió los cuerpos inertes de Uro y Serpiente en el piso superior de la torre. Al principió pensó que estaban muertos, pero su primo no parecía tener heridas, de modo que se arrodilló ante ellos para comprobarlo. Enseguida sintió la respiración de Serpiente y notó como su pecho se movía de arriba a abajo. Comprobó que Uro también estaba vivo, aunque su respiración era más débil. El cuerpo de Uro estaba lleno de cortes, pero parecía que por el momento estaban cerrados y no sangraban. Campaña se alegró al comprobar que sus compañeros se encontraban fuera de peligro y decidió llevarlos abajo, donde su primo pudiera corroborar su diagnóstico inicial. Con cuidado de no abrir sus heridas, Campaña se echó el cuerpo de Uro sobre los hombros y recogió el cuerpo de su primo Serpiente con una única mano. Bajó las escaleras de la torre y atravesó la puerta que conducía a la muralla. Depositó los cuerpos con cuidado junto a los demás heridos y vio a Matagatos ocupado con otros compañeros.

Campaña apoyó los brazos sobre una de las almenas de la muralla y contempló el campo de batalla. El suelo grisáceo del pantano tenía ahora un siniestro color rojizo, sobre todo en la zona más cercana a la muralla, donde aún permanecía la escala que les había permitido trepar hasta allí. La niebla mágica de los magos de la Compañía se había disipado ya, aunque Campaña aún no conocía el triste destino de los magos, y se podían distinguir con claridad todos los cuerpos desmembrados de los muertos reanimados. Aquella había sido, sin duda, la mayor batalla a la que Campaña había asistido, y se sentía satisfecho con su actuación y con el resultado. Las órdenes eran tomar la Fortaleza de la Puerta de Galdan y eso era exactamente lo que habían hecho. Trató de trazar una línea imaginaria siguiendo el recorrido que habían hecho con la escala, y enseguida los recuerdos empezaron a brotar en su memoria. Campaña recordaba la batalla por fragmentos, pero tenía muy claro el comienzo: todo había empezado con aquella canción.

Cuando empuñó a Svraisse para enfrentarse a los muertos reanimados, Campaña había escuchado claramente una canción que parecía provenir de la propia arma. Por un instante sintió el alma de Divisora muy cerca de él, como otorgándole fuerza y decisión para afrontar la batalla. Se sintió seguro, todos sus temores hacia aquellas criaturas se esfumaron, y con aquella voluntad inquebrantable se lanzó a la carga contra los muertos reanimados. Los primeros instantes fueron tensos, pues una de esas criaturas fue capaz de morderle mientras otra le agarraba con fuerza. Sin embargo, haciendo gala de su monstruosa fuerza, se zafó de la presa y machacó a sus enemigos con feroces cortes de su alabarda. Había tantos enemigos a su alrededor que no podía dejar de atacar. No pensaba, sólo actuaba. Lanzaba un tremendo corte al frente, partiendo en dos a uno de los muertos reanimados, y un instante después giraba sobre sí mismo para rebanar la cabeza de otra de esas criaturas. Se movía tan rápido y sus ataques eran tan fuertes que no dejaba tiempo de respuesta. En cuestión de segundos, una docena de muertos vivientes volvían a estar muertos y sus restos se esparcían por el campo de batalla.

Campaña se tomó su tiempo para limpiar a Svraisse, que en aquel momento estaba completamente cubierta de vísceras y sangre oscura y espesa. La sangre cubría también su armadura, ocultando el brillo que la caracterizaba. En cuanto terminó se dirigió de nuevo hacia la escala, debían continuar avanzando hacia su destino.

Lo siguiente que recordaba Campaña era destrozar otro grupo de muertos y correr hacia uno de los manteletes que llevaban las escuadras de Dolorosos. Una bola de fuego había destruido casi por completo a los integrantes de aquellas escuadras, y los supervivientes habían abandonado los manteletes justo en mitad de la trayectoria de la escala de los Hostigadores. Con la ayuda de Uro y Cielo, Campaña arrastró el mantelete y lo apartó del camino de la escala. Todos se afanaron en apartar los cuerpos de aquellas criaturas para dejar el paso libre y, en cuanto fue posible, volvieron a tomar posiciones para continuar el avance hacia las murallas.

Los instantes posteriores resultaban confusos para Campaña. Recordaba un fogonazo cercano y el esfuerzo de empujar la escala, pero lo próximo que recordaba con claridad era comenzar a trepar por la escala. Había subido con rapidez y decisión, sin perder la concentración y sin trastabillar. Cualquiera podría haber pensado que no le costó nada hacerlo, pero la realidad era muy distinta, trepar en esas condiciones y con la pesada armadura de Campaña no era tarea fácil. Sin embargo, la voluntad de Campaña era realmente fuerte, y a menudo le ayudaba a superar sus limitaciones. Una vez en la cima de la escala, y mientras la batalla estaba en su máximo apogeo sobre la muralla, Campaña se alzó a pulso sobre el último tramo y cayó pesadamente sobre el adarve. Con un rápido movimiento empuñó de nuevo a Svraisse y dirigió un feroz ataque hacia la Heroína. La mujer esquivó el golpe por muy poco y se zafó del combate saltando fuera de su alcance. Había demasiados enemigos cerca como para ir a perseguirla, de modo que Campaña decidió apoyar a Ponzoña contra los Veteranos que se atrincheraban en la torre cercana. Campaña ya había vencido anteriormente a uno de esos hombres en la batalla en la que había acabado con la vida de la Segadora y sabía que eran enemigos experimentados. Sin embargo, tenía la seguridad de que entre él y Ponzoña serían capaces de alzarse con la victoria.

Así fue como entre los dos consiguieron presionar a los Veteranos hacia el interior de la torre y entraron para continuar la lucha. Entre los dos despacharon a los cuatro enemigos en una frenética danza de cortes mortales. Ninguna armadura era capaz de contener el filo de Svraisse ni la ferocidad de la maza de Ponzoña. Apenas tuvieron unos instantes para recuperar el aliento y prepararse para otra oleada de Veteranos que avanzan por encima de la puerta de la fortaleza. Esta vez la batalla estuvo más igualada, pues Caracabra y Pelagatos se unieron a ellos para enfrentarse a los enemigos. Tras una nueva lluvia de acero, los cuatro enemigos yacían inertes en el suelo de la torre, con sus sesos esparcidos por todas partes. Poco después la Compañía Negra conseguía abrir las puertas de la Fortaleza, dejando avanzar a la horda de muertos reanimados hacia el interior del Reino Pastel.

Campaña se giró para contemplar lo que había al otro lado de la Puerta de Galdan. Los enemigos se habían batido en retirada hacia los edificios que había allí, pero no habían sido capaces de contener a los muertos reanimados y los gritos de las personas habían sido poco a poco sustituidos por los inquietantes y monótonos ruidos de los muertos. Campaña pensó que seguramente tendrían que limpiar toda aquella zona de las criaturas que quedasen antes de poder avanzar, pero aún pasarían algunos días mientras el campamento de la Compañía Negra se trasladaba a la Fortaleza de la Puerta de Galdan. Aún quedaba mucho trabajo por hacer.

Campaña se miró las manos, manchadas de sangre seca de sus enemigos. Después agarró a Svraisse con una mano, apoyando el mango en el suelo y observando con detenimiento su majestuosidad. Descubrió en ella un extraño y tenue brillo y se preguntó cuántas vidas había segado aquella arma. Eso le recordó algo que le hizo sonreír: tenía un buen puñado de tatuajes que encargar a su prima Khadesa.

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25/12/2016, 18:50
Lagrimita, Escuadra Barril, Pelotón de Infantería.

"CUANDO LAS LÁGRIMAS SE MEZCLAN CON LA SANGRE."

El vívido sueño recién traído de vuelta a la consciencia cada vez perdía más importancia conforme las horas de la noche se iban sucediendo. En las semanas anteriores había intentado desentrañar su significado sin éxito aparente. Ahora una nueva batalla se cernía sobre la Compañía, e iba a ser la madre de todas las batallas: La Puerta de Galdan. Una fortaleza inexpugnable hasta ahora para cualquier enemigo. Salvo que esta vez la Compañía Negra estaba por medio, y las probabilidades tendían a retorcerse siempre que ésta estaba por medio.

El ya no tan joven Oscuro había puesto en paz sus asuntos terrenales. Había dictado las líneas de sus últimas voluntades a quien tuviera la potestad de llevarlas a cabo si su paso al Otro Lado se sucedía. Su encuentro y despedida con su madre fueron momentos que atesoraría, que le darían fuerza en los momentos difíciles de la batalla. El deseo de perseverar, y vivir para sentir su calor y olor de nuevo, el amor de sus caricias. Había compartido momentos con sus hermanos que no creía posible que se dieran realmente. Incluso Korvald tuvo unas palabras casi amables para con él. ¿Qué estaba pasando? Lagrimita no lo sabía, pero continuaba caminando el sendero que el Destino le marcaba. Y conducía hacia Galdan.

Barril les había reunido la tarde anterior, para darles instrucciones que parecían surgir de la reunión que los mandos habían tenido el día anterior a la lucha. Las instrucciones recibidas no tenían mucho de novedoso, salvo prevenirnos por medio de una oscura referencia sobre ciertos eventos que podían dar al traste con la moral de las tropas. Tras reforzar los lazos entre hermanos de Escuadra, nos dispersamos, para que cada uno pasara las horas previas a la batalla como mejor le dictara su voluntad.

La noche había pasado y las órdenes nos convocaban al despuntar el alba para batallón y llamada. La Compañía iba a asaltar la Puerta. Lo íbamos a hacer. Orgullosos, desfilamos formando ante la fortaleza improvisada que nos había servido de campamento hasta ahora. Era un lugar teñido por el pesar, y abandonarlo para acometer una empresa como la toma de la Puerta de Galdan, se le antojaba animado a Lagrimita. Cuando el Dragón del Triplet lanzó su ígneo desafío encaramado en la muralla, algo hirvió en la sangre de Lagrimita, ya que no se le antojaba mejor fin que enfrentando una de esas míticas criaturas. Cuan diferente sería la batalla a lo que él tenía en su mente como modelo de una.

Tras la orden de avanzar, las diferentes Escuadras comenzaron sus movimientos. Y entonces todo se volvió oscuro. Por algo dicen que donde va la Compañía llega la Oscuridad, y esta no iba a ser una excepción. Serpiente desató algún tipo de pacto mágico con el Señor del Dolor, ya que en toda la Llanura de Galdan el suelo se agrietó, vomitando una horda de criaturas no muertas, que parecían seguir la voluntad de aquel que las había animado: Serpiente.

Y así lo parecía hasta que la voz de un poder diferente llenó la Llanura, haciendo que el infierno se desatara contra las fuerzas que marchaban para tomar Galdan. Los miles de no muertos se volvieron contra los vivos, buscando su carne y su sangre con un hambre no humana. El desconcierto se propagó entre las fuerzas de la Compañía y llegó a paralizar momentáneamente a otras tropas no tan bregadas, como los Dolorosos. Pero el cuerno del Teniente Rompelomos dio una orden inequívoca con un tono claro y audible en todo el campo de batalla: Avanzar.

En el camino a la muralla, oleadas de no muertos cercaban a la Escuadra Barril, que si bien en un primer momento pudo evitarlas, finalmente tuvo que pelear por su vida y por las de un condenado grupo de Dolorosos que habían quedado cercados por las odiosas criaturas putrefactas.

La Escuadra Barril se batió como nunca, sembrando el suelo de decenas de restos de los hambrientos no muertos. Escoltados por Tsaro y Msoro, los cuales hacían una escabechina particular, arrojando por el Llano restos de miembros y cabezas de los cadáveres animados. Finalmente la mayoría de los Dolorosos fueron incorporados a la marcha de la Escuadra, esta vez tomando bajo sus hombros la escala, para que de esta manera los más experimentados Infantes pudieran hacer frente a las hordas de enemigos que acechaban en el camino hacia la aún lejana muralla.

Lagrimita se batió bien, derribando a múltiples enemigos, usando su estilo particular de lucha de espada y puñal. La mayoría de los muertos no eran rival para el ágil Oscuro, el cual se resentía no obstante de moverse en un terreno tan difícil como el cieno del Llano, el cual menoscababa su velocidad. Derribó incluso a uno de esos Toscos gigantes con una hábil estocada que le perforó el cerebro por completo. No obstante la fuerza de los muertos era terrorífica, y sólo el hecho de que la cada vez más espesa alfombra de sus propios caídos dificultaba el avance de los atacantes, evitaba que fueran arrollados por la mera masa numérica.

Entonces Desastre señaló algo al Cabo Barril, y este cambió la ruta. Parece que habían visto una manera mejor de llegar a la muralla, un territorio despejado de enemigos hacia el Este, en la previsible ruta de las Escuadras que debían tomar las Puertas y abrirlas. Pero Hostigadores y Campamenteros aún estaban lejos, y viramos en dirección a la muralla como alma que lleva el diablo.

Sólo para recibir de pleno el ardiente fuego del Dragón del Triplet.

La terrible llamarada castigó las filas de la mayoría de los Infantes y Dolorosos, si bien muchos consiguieron ponerse a cubierto, no fue así para Barril y Preocupado, que acusaron el calor de las llamas en su plenitud. Humeando y chamuscados en mayor o menor grado, la Infantería siguió avanzando.

A pesar del cieno, los muertos hambrientos, el rescate de los Dolorosos, el cambio de rumbo, y el aliento del Dragón del Triplet, la Escuadra Barril fue la primera en apuntalar una escala en la Muralla de Galdan, y en subir por ella para presentar batalla a los defensores del adarve, haciendo que su sangre regara la muralla que defendían.

La lucha se volvió caótica allá arriba. Los hombres gritaban, las arqueras disparaban, y la sangre empapaba armas y suelo por igual, haciendo que el estrecho espacio de la muralla se convirtiera en una carnicería. Lagrimita, tras abatir a la arquera que más problemas estaba causando atrincherada tras las filas enemigas clavando una certera jabalina en su pecho, haciendo gala de una agilidad preternatural, se abrió paso ágilmente por el adarve usando la cuerda y el arpeo que Grito llevaba consigo para tomar pie en el suelo al otro lado de la muralla en apenas unos segundos, a tiempo para ver como los primeros de la Compañía en alcanzar la muralla, flanqueaban y derrotaban a la invencible Heroína. El Oscuro no perdió el tiempo, ya que parecía que en el otro lado de la muralla los Campamenteros estaban teniendo problemas. Una carrera desesperada, escoltado por su infatigable amigo Preocupado, les llevó a la muralla gemela del lado Este de la Puerta.

El correr por un terreno estable como ese daba alas a los pies de Lagrimita, acostumbrado a hollar durante lo que le parecieron horas el pesado cieno del Llano. Subió los escalones hacia el adarve de dos en dos, y con una fuerza nacida de la determinación por el cumplimiento de la misión, cargó contra la reforzada puerta de madera que bloqueada, impedía el acceso a la torre. Un tremendo puntapié partió el mecanismo de cierre con un estruendo rasgado, haciendo que la puerta batiera sobre la pared de piedra con un ruido seco. Los hombres agazapados tras la puerta observaron la figura de Lagrimita: un solo hombre, acorazado, empuñando una espada larga en una mano y una daga de pedrería en la otra, ambas manchadas de sangre negra. Era un hombre que resollaba, sangraba en varios puntos de su cuerpo, la piel enrojecida en el brazo izquierdo. En general no tenía aspecto de encontrarse muy bien. Se sonrieron unos a otros mientras aprestaban sus lanzas, incitando al agotado Lagrimita a entrar a luchar contra los nueve que se atrincheraban en la torre. Lagrimita fue el último ser humano que muchos de ellos vieron. En cuanto a objetos, fueron los aceros que blandía, hundiéndose en sus cuerpos o separando cabezas del tronco.

Cuando activó el mecanismo, Lagrimita se apoyó en la pared. Puso sus manos en las rodillas y con disgusto advirtió que estaban impregnadas de sangre a medio secar. Se las miró disgustado. No eran las manos, siguiendo la sangre, vio que estaba de sangre hasta los codos, salpicaduras de la misma sustancia teñían su coraza, pantalones y botas, además de su cara, según pudo notar. Las empuñaduras de sus armas estaban pegajosas del mismo líquido vital.

Salió al aire libre, observando cómo oleadas de muertos transponían el enorme portal, y se diseminaban por el país enemigo. Era una figura solitaria en lo alto de la torre observando el campo por el que habían sangrado, y en el que tantos Hermanos habían dejado sus vidas en pos de la victoria. Un soldado Oscuro, teñido de carmesí, sintiendo como el viento le golpeaba. La sangre de su rostro se mezcló con sus lágrimas mientras daba rienda al torrente de sentimientos que recorrían su interior. Allí estaba solo. Allí no tenía que dar cuentas a nadie. Una pequeña voz en su interior se preguntaba qué había sido de sus hermanos y de Padre.

Cuando Preocupado tocó su espalda sacándole de su trance, sólo vio sangre en el rostro de Lagrimita. Sangre aún húmeda de sus enemigos. Lagrimita sonrió y le abrazó. Y como Hermanos, bajaron de la maldita Fortaleza de Galdan.

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25/12/2016, 19:25
Sabandija.

Los nervios previos a la batalla atenazaban los músculos de Sabandija y le dejaban la boca tan seca y pastosa que su lengua podría parecer la de un felino, áspera como la corteza de una acacia. El silencio se instauró entre los Campamenteros y Sabandija no iba a romperlo. Pero en su interior se acribillaba a preguntas, dudas sin resolver acerca del asalto, que le sumían en un ánimo constante de desasosiego.

Después de todo, no había tanta diferencia con la última batalla de la Compañía donde había participado. Allí empujaba un ariete y aquí un armatoste-escala, tan pesado o más que aquel. Aún así el joven K´Hlata lo intentaba. Intentaba con todas sus fuerzas no sumergirse de lleno en su pesimismo, un lago oscuro y de aguas frías donde solía hundirse sin remedio. De poco habían servido las palabras de Loor acerca de sus habilidades. Mucho menos las heridas recibidas durante los mismos entrenamientos, que le habían obligado a permanecer convalenciente un valioso tiempo en el que podía haber hecho algo.

Eres un cazador de hombres y eso es lo que vas a hacer. Tienes un arco y la protección del hechizo de Rastrojo. - Trataba de convencerse una y otra vez, pero el Destino se empeñaba en echar por tierra sus convicciones.

Un cazador guarda sus fuerzas, como el leopardo. Se mantiene oculto, inmóvil acechando a su presa, en un estado casi vegetativo, consumiendo las mínimas energías. Todo ello para darlo luego todo en un único asalto, raudo, veloz, y potente. Fallar supondría no comer ese día y reducir las posibilidades para el siguiente ataque. Pero los planes de la Compañía eran otros. Sabandija tendría que empujar la pesada escala por un terreno prácticamente intransitable. Lo veía con sus ojos expertos de explorador. Cuando llegaran a la muralla estaría tan cansado que no podría ni tumbarse en el suelo a la espera de que Sierra le hiciese de todo. La visión de la mujer alejó unos instantes sus miedos para deleitarse en su cuerpo. Ella había hecho todo el trabajo, pero él había aguantado como un campeón sus envites. Y no era la única mujer que había probado desde entonces, pero sí la única que no le había cobrado por ello. Cada vez el recuerdo se le antojaba más lejano.

Luego estaba la protección de Rastrojo. Tenía una gran fe en el Chamán, pero su subconsciente, caprichoso y espoleado por el miedo, le repetía, una y otra vez, que ya había gozado de ella en la última batalla.

Esta vez es diferente. Lo noto. - Había presenciado el ritual en persona. La otra vez sólo había comprado una ristra de batatas, tubérculo al que se le presuponían capacidades protectoras. Pero ahora éstas estaban bendecidas con un espíritu protector. Uno que alejaría al malnacido de su hermano, siempre culpándolo, siempre tratando de llevarlo consigo al mundo de los muertos.

Ya estaba acostumbrado a la ausencia de órdenes. Al menos en un principio tenia un objetivo:empujar el carro sin descanso. Luego ya vería qué hacer. Al menos con el arco a su espalda se sentía un poco más seguro. Llegada la hora del combate podría quedarse atrás, en una posición segura, junto a Plumilla. Sin embargo...

La visión de los cadáveres levantándose dejó a Sabandija tan pálido que pareciera Oscuro. Las piernas le temblaban y, como si la vibración se transmitiese por la estructura ósea del explorador K´Hlata, los dientes castañeaban al mismo ritmo.

- Po-po-por to-todas partes. - Al menos él tenía la protección del espíritu maternal capturado por Rastrojo y obligado a introducirse en las batatas. Lo apretaba con tanta fuerza que casi lo hizo puré. Aún así estaba intranquilo. ¿Y si no funcionaba? La última vez, cuando había caído gravemente herido, Rastrojo le había dicho que la magia de Serpiente, sucia y maligna, había interferido en la protección chamánica. ¿Cómo iba a funcionar el amuleto ahora con todo plagado de aquella magia, aún peor, que el Señor del Dolor había esparcido por todas partes? Si salían de esta esperaba vivir lo suficiente para ver cómo decapitaban al mago.

- Son lentos, son lentos, son lentos. - Repetía una y otra vez Sabandija mientras empujaba el armatoste algo más aliviado por ver que los cadáveres eran torpes y cada vez tomaban más distancia frente a ellos. Sin embargo eran muchos, salían por todas partes y pronto tuvieron que vérselas con ellos.

- ¡Aaaaaaah! - Gritó al ver que tenían encima a varios cadáveres andantes y putrefactos. ¿Eso era lo que el Señor del Dolor les otorgaba? ¡Menuda ventaja! Agachó la cabeza para no ver sus ojos inexpresivos, pero que le parecían a la vez hambrientos.

Cuando volvió a levantarla vio todo plagado de enemigos. No tenía a donde ir y, posiblemente, mantenerse unidos sería la mejor opción. Eso sí, como viera que se le acercaba uno de esos lo más mínimo y sus compañeros no se ocupaban de él haría lo que tenía que hacer.

- ¡Aaaaaah! - Volvió a gritar al ver que un cadáver estaba ya junto a Reyezuelo.

No había manera de avanzar. Cuando algunos de los Campamenteros soltaron el carro ya no había quien lo moviera. El problema era que, al no avanzar, más de aquellos seres, aunque lentos, les iban alcanzando.

- No te dejaré solo. - Le dijo a Lombriz, pero sus actos contradecían sus palabras. Se separó de su compañero Campamentero, quien pudo escuchar cómo se tensaba un arco. Lombriz era de lo más parecido que Sabandija tenía a un amigo dentro de la Compañía y se le acercaban tres monstruos. Aunque no iba a huir necesitaba espacio para disparar con el arco. Entrecerró un ojo apuntando a la cabeza de uno de aquellos seres, esperando no clavarle la flecha a Lombriz. Con el otro lanzaba miradas furtivas hacia la posición de Plumilla. ¿Qué estaba haciendo su Hermana de Capa? Si no reaccionaba pronto tendría que protegerla.

Empezaron a caer sus compañeros en una orgía de sangre y vísceras. Entre Chamán Rojo y él habían conseguido salvar a Lombriz y el guerrero rojo lo había depositado en el armatoste. El espectáculo era pavoroso y Sabandija se mantenía alejado del peligro gracias a su arco, pero pronto se le acabarían las flechas si seguían así.

- Que los espíritus me perdonen. - Dijo Sabandija junto al cadáver de León Anciano rebuscando entre sus pertenencias y cogiéndole el arco y un carcaj con flechas. ¿Para qué lo quería él ya? Si había algo peor que ver a sus compañeros caer y ser devorados fue verlos volver a levantarse, hambrientos, y volviéndose contra ellos. Debían volver a avanzar cuanto antes.

¡Cazador de hombres! - Muy interesante, pero de nada servía contra aquellos monstruos sin alma e invulnerables al dolor, como Campaña. Toda su determinación se había ido al traste. Ahora sólo pensaba en empujar el carro para poder trepar a la muralla y morir al menos bajo la espada o flechas de enemigos normales. Junto a la escala ya apoyada en la infranqueable muralla, Sabandija disparaba flechas con una precisión sin igual. No había manera de que las arqueras de Galdan se cubrieran de ellas a menos que se ocultaran por completo tras el adarve. 

Las órdenes de Lengua Negra les obligaron a trepar por la escala. A pesar de estar tullido de un brazo, Sabandija trepó con esmero y agilidad. Un salto final y sus pies se posaron en la muralla despejada por la avanzadilla. Desde ahí siguió usando su arco como en trance. Cuando quiso darse cuenta las puertas de Galdan estaban abiertas y la muerte se extendía sin freno por terreno enemigo.

Habían ganado, pero, ¿merecía la pena? Tratando de volver en sí localizó a Lombriz y Plumilla. Si al menos Rastrojo también estuviera vivo... Tendría que agradecerle su protección de alguna manera. Por primera vez había sobrevivido sin daño alguno a una batalla y apenas podía creérselo.

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26/12/2016, 00:06
Caracabra.

La magia no era cosa de hombres, sino de mujeres. Era una cosa clara, y sencilla, y el deforme Caracabra lamentaba profundamente que el resto de hermanos de la Compañía no lo comprendieran. Si en vez de Serpiente estuviera con ellos Khadesa, seguro que todo hubiera ido mejor. Y que los muertos vivientes no se hubieran rebelado contra ellos, causando la muerte de tantos buenos amigos.

Pero ya estaba hecho.

Caracabra se dejó caer, tremendamente herido por las heridas que el Veterano le había propinado, superando una y otra vez sus defensas.

Necesito mejor armadura y mejor defensa - pensó para sí el deforme guerrero mientras observaba a su alrededor la alegría de sus compañeros al confirmar la victoria, y como muchos intentaban salvar a los más malheridos. Él no estaba en peligro de muerte, pero tampoco estaba suficientemente bien como para que su ayuda no fuera, en realidad, una molestia.

Sentado en la torre, con la fría pared detrás suya, notando como la respiración iba calmándose, y como la sangre caía lentamente, manchando el suelo a su alrededor. Pensaba en Khadesa. Esperaba de todo corazón que estuviera bien. Debía estar bien. Observó a Serpiente caído y, por breves instantes, se preguntó si estaría muerto. Pero no, no tendrían esa suerte. El tonto de Serpiente y el tonto de Rastrojo. ¿No le había dicho ese palabrero que los muertos vivientes eran sólo ilusiones? Por su culpa habían estado a punto de arrancarle un brazo. Quizás él no era el más listo... pero los hombres que usaban magia eran aun más tontos que él.

Sentado, rememorando, el deforme guerrero trata de moverse lo bastante como para que el dolor deje de ser importante. Y más o menos lo consigue. Su joroba molesta, sí, pero como todo uno termina acostumbrándose. Como también a los andares y las piernas deformes, o a que nadie le mire ni dos veces. Estaba vivo. Era un Hostigador, y estaba vivo. El pensamiento le hizo sonreír mientras recordaba como había peleado junto a Ponzoña, como había superado el miedo que le inspiraban los muertos vivientes, mientras recordaba las instrucciones de las buenas mujeres sabias que le habían ayudado. 

Había sido útil, y lo sabía. No sólo había cumplido órdenes, y había empujado el armatoste. Había subido hasta la parte superior de la muralla. Pero sobre todo había terminado eliminando a dos Carcomidos, un Caminante y dos Toscos, y además había herido en varias ocasiones a la Heroína, contribuyendo a que fuera eliminada. Quizás nadie recordara su éxito al herirla, y sin duda su nombre no aparecería en los Anales.

Pero había contribuido, había peleado junto a sus hermanos y no había retrocedido. Podían seguir sin ser capaces de mirarle por lo feo que era...

Pero él sabía la verdad: era un Hostigador. Y había peleado bien.

Apoyado contra la pared, cansado, Caracabra sonrió con una sonrisa horrible, pero llena de placer.

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26/12/2016, 12:40
Chamán Rojo.

El ruido de la puerta de Galdan abriéndose sería algo que recordaría toda su vida. Como hipnotizado por aquel sonido se dejó caer al suelo, en lo alto de la muralla, los pies colgando del lado interior de la misma a una caída de nueve metros de altura. De pronto todo el esfuerzo que había realizado se le echó encima, como una pesada carga, y se sintió desfallecer. Le costaba horrores respirar y sentía un cansancio extremo que le daba ganas irrefrenables de vomitar.

Desde allí arriba, a pesar de estar en una posición segura, el avance de los no muertos era un espectáculo aterrador. Lo mismo que habían sufrido ellos, un avance lento, pero inexorable de la Muerte, lo sufrían ahora sus enemigos. Podrían acabar con algunos fácilmente, pero tarde o temprano caería alguno y, entonces, se levantaría contra sus propios compañeros. Eso era algo que no era fácil de superar. Poco a poco irían ganándoles en número hasta arrasar con todos ellos, tal era el poder del Señor del Dolor.

Para un K´Hlata era algo repugnante, pero no podía dejar de ver el golpe maestro en todo aquello. La batalla estaba ganada, la Puerta de Galdan había sido abierta y el precio a pagar era asumible. ¿Qué eran unas pocas vidas de mercenarios en comparación con el éxito alcanzado?

Un frío gélido comenzó a entumecer el cuerpo del guerrero chamán. No era para menos, pues había perdido mucha sangre que, ahora, empapaba sus ropas tribales y comenzaba a coagularse. El tajo que le había dado aquel poderoso no muerto tardaría en curar. Había estado muy cerca de morir, de convertirse en uno de ellos, de ser rematado por alguno de sus compañeros, pero aún así había sobrevivido. Para ello había tenido que recular, tomar una actitud mucho más conservadora en la batalla. Quizá algunos dirían que cobarde, pero eso al falso chamán le daba igual. A estas alturas de su vida ya no le importaba lo más mínimo lo que dijeran los demás mientras él sobreviviera. Se llevaba para sí el haber salvado a Lombriz y no haber abandonado su cuerpo como pasto para los hambrientos muertos. No había podido hacer mucho más, pero se las había arreglado, a pesar de su frágil estado físico, para trepar a la muralla a una posición segura. Estaba a salvo. ¿Cuántos habían caído? Muchos Campamenteros no lo habían logrado. León Anciano, Asesina, Perdida, Reyezuelo, Astado... Odio, Niña de Oro y Loor... Los espíritus habían querido purgar a los Campamenteros de aquella falsa fe al igual que el agua decanta las impurezas para luego continuar pura y limpia su camino. Una sonrisa mezquina se dibujó en su rostro fatigado.

Con un gesto cansado se quitó la máscara chamánica hecha con un cráneo de carnero que había llevado toda la batalla. De poco le había servido para aquel "aliado" inesperado. Le hubiera gustado levantarse y buscar a Dedos para saber si había sobrevivido a la batalla. Pero no podía, no tenía fuerzas. Sólo podía mantener la mirada en la masa de muertos que se internaba en Galdan. 

Miró a su lado y vio la inconfundible figura del Guardián de los Muertos. No iba a dar a basto tras la batalla.

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26/12/2016, 12:59
Piojillo, Jefe de los Campamenteros.

LÁGRIMAS EN EL LLANO.

Estaba exhausto, no cabía duda. El pobre Piojillo, no sólo tenía que cargar, junto con el resto de sus compañeros Campamenteros, con el dichoso armatoste escala, sino también con el peso de aquella armadura que le había otorgado Lengua Negra, regalo de los Hostigadores, según parecía. Bien sabía que no estaba acostumbrado a moverse con aquel peso extra, pero el pequeño K´Hlata pensaba en el asalto al Fuerte Chuda y de las heridas que trajo de allí consigo. Pensó y no lo hizo mal, sabedor de que su triste armadura de cuero, ajustada por él mismo para abaratar su coste, sería traspasada como la mantequilla por las fuerzas enemigas. Es por eso que quiso ponerse aquella pesada armadura, aun a riesgo de perder movilidad y ganar cansancio.

El trayecto hacia las famosas Puertas de Galdan, por el Llano, era árido, pero no se apreciaba ningún tipo de peligro. Hasta que los muertos comenzaron a levantarse. Quizás fue el único momento de vacilación en toda la batalla, cuando el Campamentero no podía creer lo que estaba viendo. Cientos, quizás miles, de seres que deberían estar muertos, despojados de toda vida, levantándose y dirigiéndose hacia su escuadra. Lengua Negra dio la orden y el pequeño guerrero soltó el armatoste escala. Tenían que protegerse de aquellos seres antes de seguir avanzando. En primera instancia se dirigió a un grupo de aquellas criaturas, acompañado por Derviche y Keropis, al que encontraba cierto parecido con esos seres de ultratumba.

Tras un par de golpes, el cerebro de Piojillo entendió, como el resto de la Compañía, que a esos seres era mejor matarlos reventándoles el negro cerebro que tenían dentro del cráneo. Pero no era tarea fácil. Había diferentes tipos de muertos entre los enemigos. Unos eran simples trozos de carne que andaban hacía ellos, mientras que otros eran enormes bestias con extrañas armas que podrían seccionar un miembro de un solo golpe. Pero entre todos ellos se distinguía a unos seres que portaban espadas, casi como si tuvieran cierta inteligencia, solo les faltaba hablar.

La batalla contra los no muertos continuó, mientras el campo de batalla se iba tiñendo de sangre, producto de las heridas y las bajas de su escuadra. Incluso el Teniente Rompelomos cayó víctima de uno de esos seres, para después levantarse desprovisto de vida y volverse uno de esos seres, en busca de sangre de sus antiguos camaradas. También León Anciano, el más viejo de los Campamenteros murió a manos de una de esas cosas, mientras Loor u Odio se defendían como podían de los más duros no muertos que había.

Con bajas y compañeros heridos, volvieron a retomar el camino y empujar nuevamente el armatoste escala, pues más de esas cosas se aproximaban desde el Norte y tenían que llegar a las dichosas murallas de Galdan.

El camino se tornó perezoso, pues varios compañeros dejaron de empujar el armatoste. Unos por estar maltrechos, como Lombriz, a quien Chamán Rojo situó sobre el armatoste, incrementando su peso. Pero otros compañeros estaban en perfectas condiciones y no hacían por empujar. Esto desquició al guerrero K´Hlata, quien gritó en varias ocasiones para llamar la atención al grupo.

Y, por fin, las murallas de Galdan. Ya estaban allí, sólo tenían que esquivar las flechas de las arqueras. Incluso los Hostigadores, realizando una maniobra similar, se aproximaban por el flanco Oeste. El plan era simple, colocar el armatoste escala y subirlo. Una vez allí, podrían acabar con el enemigo de frente.

El caso es que Piojillo no estaba preparado para lo que vio. Fue testigo de la brutalidad del enemigo. Varios compañeros de la Compañía Negra, pertenecientes a los Exploradores, estaban en jaulas y los bajaron de las murallas. Entonces vio como la mayoría estaban ya muertos y transformados en esos seres de muerte que les pisaban los talones. Las lágrimas se derramaban por la cara de Piojillo al ver que su antigua compañera, Belleza, ya no hacía honor a su nombre sino que tenía la mirada perdida y buscaba matar a quien tuviese delante. Un golpe de lanza, dos, tres, no sabe cuántos dio, pero sí sabía que había tenido que matar a varios y algunos eran viejos compañeros, incluso acabó con el cadáver del Segundo Guardaespaldas, para impedir que regresase como un enemigo.

Pero lo más duro estaba por llegar. La muerte de Odio dio una idea al Campamentero. Él tenía en su poder una espada de esas criaturas que parecía tener poder para acabar con esas bestias, eludiendo sus defensas, así que fue a por ella. El problema fue el ataque psíquico que recibió su cerebro. Oleadas de maldad y muerte por todas partes que a duras penas pudo soportar. Para cuando se repuso, pudo acabar con más de sus enemigos e incluso trató de salvar a Perdida, que momentos después acabaría “perdida” a manos de las abominaciones.

Para cuando llegó a la cima de la muralla, tras varios intentos fallidos en treparla, fue testigo de que ya casi habían acabado con el enemigo y los pocos que quedaban huían como podían. Pero Piojillo había matado a un montón de no muertos, había puesto su granito de arena.

Antes de que se abriesen las puertas de Galdan y dejasen entrar a toda esa horda de muerte, recogió unas flechas de aquellas famosas arqueras, quizás como botín de guerra. Lo siguiente fue recibir unas gratas palabras de su superior, Lengua Negra. Sabedor de la maestría a caballo del K'Hlata, se le asignó ir a lomos de Hechizado, para avisar en el Campamento Principal de los acontecimientos. En su galopar dejó caer sus lágrimas por todo el llano de Galdan. Al menos, había sobrevivido, como le prometió a Cochinillo, su viejo amigo. Ya habría tiempo de beber por las almas de los amigos caídos en combate.

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26/12/2016, 13:35
Capitán Matagatos.

Como todas las noches desde que despertó del coma, Matagatos volvió a sufrir aquella horrible pesadilla. Ese sueño en el que caminaba sobre una montaña de cuerpos, intentando alcanzar el estandarte de la Compañía, en el pináculo de aquel siniestro monte, bañado en sus lomas por un mar de sangre. Ése mismo sueño en el que los muertos que componían las laderas se alzaban, retorciéndose, volviendo a luchar unos contra otros, y abalanzándose contra él, amigos y enemigos fallecidos.

Cuando despertó aquel día, no era del todo consciente de lo apropiado del sueño. Por fin iba a ocurrir, era el día elegido para ejecutar aquel maldito plan suicida. Aquella nefasta broma pergeñada por el Capitán Analista y el Teniente Rompelomos, que Matagatos estaba seguro de que les iba a salir muy cara. Distaba mucho de ser el plan de ataque que él habría ideado, pero no le quedaba otra que obedecer.

Al principio todo fue de acuerdo al plan, empezaron a empujar aquel maldito armatoste por el terreno enlodado. Serpiente ejecutó aquel ritual que les ayudaría en la batalla. No se había especificado la naturaleza del ritual, pero el Oscuro era lo bastante inteligente para poder sumar dos y dos, y con todos los cadáveres que se había traído a aquel llano y enterrado de cualquier manera, era evidente que tendría que estar relacionado. Fue en aquel momento cuando Matagatos recibió el primer ataque, uno que le marcaría para toda la batalla. Una salpicadura de barro y restos putrefactos, directa a sus ojos. Aunque los lavó como buenamente pudo, con algunos odres que llevaban en el armatoste, estaba poco menos que ciego. Disponía de una visión borrosa a apenas un par de metros, y después… Solo niebla. Empezar la batalla de aquel modo no presagiaba nada bueno.

Fue después, sin embargo, cuando las cosas empezaron a ir realmente mal. Los no muertos se alzaron, sí… Pero, junto a ellos, se alzó otro ser, que tomó el control de todos ellos y les instó a devorar a todos los vivos, lo que les incluía a ellos. A partir de ese momento, la lucha dejó de ser un asalto ordenado para convertirse en una pelea a vida o muerte. Las órdenes de Matagatos en aquel primer momento fueron claras: proteger el armatoste. Y eso hicieron, despachando a los muertos, atacando a sus cabezas como Dedos sugirió. Aunque en el proceso el Cabo se enteró de algunas cosas. Cosas que habría agradecido saber en su momento.

La presencia de un fantasma en el cementerio, uno que atacó a Manta, y que Serpiente teóricamente expulsó… Un ataque del que nadie le informó jamás. Y que parecía que ahora había tomado el control del ritual. Todo esto, por tanto, se podía haber evitado. Khadesa le advirtió, pero después de lo ocurrido en la Guardia de Honor, y con la inminente cercanía del asalto, no quiso hacer caso a algo que no tenía sentido. Ahora lo tenía. Tenía todo el sentido del mundo. Y no porque la predicción se hubiera cumplido, que también… Si no porque resultó que, después de todo, sí había algo en el cementerio.

Consiguieron acabar con aquella primera oleada, teniendo que lamentar algunos heridos y, sobre todo, la muerte de Pipo. Había luchado con fiereza, pero en determinado momento uno de los caminantes se le echó encima, con un desgarrador mordisco a la yugular. El pobre Pipo cayó, desangrándose como un cerdo, por un afortunado mordisco de una de aquellas cosas.

Tras aquella primera oleada, la cosa se puso peor. Varias voces se alzaron, pidiendo la cabeza de Serpiente, teniendo que acallarlas Matagatos para después pedir explicaciones al Mago. Y la explicación fue breve y concisa: ya no había modo de parar eso, y la única salvación estaba en la muralla. Y dado que era lo que debían hacer, así lo ordenó… Para darse de bruces con Manta. Manta, aquel que Lengua Negra le había dado para paliar la marcha de Loor, resultó no estar dispuesto a cumplir aquellas órdenes.

Una breve y amarga discusión se desató, en la que el ex Campamentero olvidó totalmente los rangos, faltando al respeto a Matagatos y señalando que aquel plan era un suicidio, que debían reagruparse con el resto, que no podrían avanzar siendo sólo doce… A pesar de que el Cabo Oscuro le recordó que su escaso número también les dificultaba abrirse paso hacia la retaguardia, donde se encontraba la mayoría de los no muertos, y que si se agrupaban demasiado serían un blanco estupendo para las armas de asedio del Triplete.

Todo ello dio igual. Manta desobedeció, se alejó diciendo que iba a ayudar a la Infantería, con la excusa de no abandonar a los suyos. Irónicamente, para hacerlo, abandonaba a los suyos, dejando a los Hostigadores con dos hombres menos.

Durante unos momentos, Matagatos se planteó cortarle la cabeza allí mismo a ese traidor, pero finalmente desechó la idea, pues no les sobraba tiempo ni energías para semejante acto, además de que no sería del todo adecuado para la moral. Así que se tragó su rabia, y, una vez despejada la ruta, siguió empujando junto al resto.

En determinado momento, la escuadra Barril se unió a ellos, aunque el Cabo no fue consciente de ello hasta que los tuvo realmente cerca, y se preguntó qué demonios hacían allí, pues no era la sección que se les asignó, además de que al juntarse demasiado las armas de asedio podían reparar en ellos. Poco después, esa misma escuadra se les adelantó, confirmando con un repentino resplandor en la “niebla” los temores de Matagatos: las armas de asedio les habían visto, aunque en esta ocasión sólo la escuadra de Barril y los Dolorosos que llevaban con ellos habían pagado el precio.

Siguió el avance, teniendo que parar de vez en cuando a despachar enemigos. El Oscuro derribaba los muertos a pares sin dificultad, sin que ninguno de ellos lograra siquiera arañarle. No parecía haber nada allí capaz de matarle, mientras luchaba junto al resto de su escuadra y se esforzaba por avanzar hacia el brutal combate que les esperaba en las murallas, y que irónicamente, sería su salvación. Cada vez más, sin embargo, la situación y la ceguera le hacían creer que se encontraba en aquel maldito sueño.

Finalmente llegaron a las murallas, y las instrucciones de Matagatos fueron muy claras. El núcleo duro de los Hostigadores, encabezado por Ponzoña, debía subir primero y abrir brecha para el resto, subiendo los heridos los penúltimos y el último, él mismo. En otras condiciones, habría encabezado el asalto a la muralla, pero con la visión tan mermada, probablemente supondría más una carga, así que se asignó una tarea mucho menos agradecida: contener a la marea de muertos mientras el resto subían, comprarles todo el tiempo que pudiera.

Y a ello se dedicó, cortando y pinchando como un matarife, mientras escuchaba, cada vez más claramente, las carcajadas dementes de mujer de su sueño. En algunos momentos él también tuvo ganas de reír, regocijándose en la alegría de la matanza. Portaestandarte, hacía no demasiados días, le había dicho que tenía la guerra en la sangre, y que no debía preocuparse. En aquellos momentos, con incluso los más poderosos de aquellos seres cayendo ante él a una velocidad de vértigo, el Oscuro no podía quitarle la razón. Hechizado había acudido al galope junto a él, aplastando cráneos con sus pezuñas a su lado.

Sin embargo, sabía que no podría seguir así eternamente. Era sólo cuestión de tiempo antes de que recibiera algún golpe afortunado u ocurriera algo. Cada dos por tres miraba para atrás, frustrándose al ver a soldados perder el tiempo en vez de subir, pidiendo sanaciones a aquel que no podía otorgarlas y, en general, demorándose sin hacer nada. Esos vistazos le costaron su primera herida en aquella batalla, y esas demoras la vida a Ikharus.

Grupos enteros de enormes monstruosidades no muertas, armadas con terribles y retorcidos objetos, avanzaron hacia él, junto a Ikharus reanimado. Pero no se dejó vencer. Un mal golpe hizo que una de aquellas espadas saliera volando de sus manos, aterrizando en los dioses sabían qué lugar, y desde luego totalmente fuera de la muy mermada visión del Oscuro. Las monstruosidades lograron encajarle otros dos golpes. Sin embargo, incluso con una sola espada y herido, el Cabo Matagatos logró dar buena cuenta de todos ellos. Y, finalmente, todo el que había podido había subido, y el que no, estaba muerto. Así que, tras instar a Hechizado a que escapara de allí, el Oscuro avanzó todo lo posible hacia la escala de los Hostigadores, con las dementes carcajadas aún resonando en su cabeza.

Trepó todo lo posible, y justo cuando estaba en la cima, listo para saltar, los muertos llegaron de nuevo, golpeando la escala, buscando derribarle de ella. Por desgracia para ellos, el hijo de Portaestandarte demostró cierto equilibrio, además de ejecutar el salto en aquel mismo momento, llegando a las murallas.

Mas todo el trabajo duro estaba hecho. Aunque muchos de los suyos estaban malheridos, la mayoría de las fuerzas presentes del Triplete habían caído. Intentó abrirse paso hasta los enemigos restantes sin éxito, que finalmente cayeron también, y poco después las puertas se abrieron. Matagatos estaba cansado, herido y más que medio ciego, además de haber perdido una de sus espadas… Pero estaba vivo.

En aquel momento, las hordas no muertas traspasaron las puertas, y el odio del General de la Sangre por el Triplete hizo que se olvidaran de ellos, al menos de momento. Más tarde le comunicaron, mientras atendía a los heridos, que el Capitán Analista y el Teniente Rompelomos, así como Manta, habían muerto. Encajó la noticia con furia, pues los dos responsables de aquel plan habían caído sin pagar las consecuencias, y el traidor había escapado a su castigo.

Pero quizás no del todo. Cuando se nombrara un nuevo Analista, Matagatos tenía claro lo que iba a solicitar: que se borrara el nombre de Manta de los Anales de la Compañía. Semejante traidor no merecía un hueco en unas páginas llenas de nombres de héroes.

Otras muertes, como la de Loor, le dolieron más. Probablemente había sido su deseo de servir junto a los Campamenteros lo que había matado a la guerrera, y con su fallecimiento habían perdido a una soldado ejemplar.

Pero no había tiempo para pensar en todo eso en aquel momento. Decenas de heridos esperaban sus cuidados, tras lavarse los ojos y tratárselos él mismo todo lo bien que pudo. Y mientras muchos otros descansaban tras la lucha, para él empezaba otra igual de dura o más que la anterior, a pesar de su cansancio y de sus heridas. Pero era una lucha en la que sólo él podía tomar parte, así que, tras hacer acopio de las medicinas con las que contaban, empezó a tratar a los heridos más graves, mientras las dementes carcajadas de la mujer, poco a poco, se desvanecían…

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26/12/2016, 17:34
Grito, Infantería, Escuadra Barril.

Cuando las cosas no salen como debían salir.

El barro en el suelo me hace pensar que de llanura Galdan no tiene nada. Es solo una porquería de pantano fangoso y sucio, casi tan sucio como la estrategia que el Dios del Dolor planificó para esta batalla. Nada sé de ella, pero cuando veo como los muertos se levantan gracias a las acciones de Serpiente, entiendo de qué se trataba.

La escalera que ayudo a cargar es lo que considero como un recurso válido y honorable para conquistar una fortaleza enemiga. Trepar las murallas mientras se evitan los ataques de los defensores y combatirlos sobre los muros es un acto heroico que todo guerrero que se aprecie desearía realizar, pero la idea de utilizar a los muertos como soldados para acabar con los vivos es una deshonra tremenda, además de algo muy mal visto por los espíritus. De seguro que nos traerá mal yuyu hasta el fin de los tiempos.

Pero todo sale mal pues aquel muerto con voz grita y todos los zombies se vuelven en nuestra contra, como enemigos jurados de todo ser viviente. Trago saliva pues la idea de enfrentarme a lo muertos no es algo que me anime. No es algo que le anime a ningún buen K'Hlata.

Pero ellos no me preguntarán si deseo luchar o no, buscarán mi carne para arrancarla de mis huesos.

Las hordas de muertos comenzaron a atacarnos y me uní a la lucha mientras intentábamos no dejar de avanzar con la escala pues quedarnos parados en el llano es sinónimo de morir. Debemos movernos y no permitir que los muertos nos rodeen.

Pronto descubro que los enemigos no son realmente algo que temer pues mi lanza les da muerte de inmediato, tal como dijo el Cabo Barril, al atravesar sus cabezas. No son criaturas muy resistentes ni tampoco demasiado hábiles, por lo que la batalla no es tan terrible como podría haberlo sido.

Avanzamos hacia el Sur, siguiendo las órdenes del Cabo, intentando reunirnos con la escuadra de Dolorosos que lleva uno de los manteletes para evitar los ataques a distancia. Al llegar, salvamos a algunos acabando con los muertos que les asedian mientras conseguimos sacar los cuerpos que nos interrumpen en el avance.

Las nuevas órdenes son reunirnos con los Hostigadores para asaltar la muralla con una fuerza más imponente. Avanzo acabando con muertos y despejando cuerpos del camino, habiendo ya perdido la cuenta de cuanto he conseguido. Mis manos están empapadas de la misma podredumbre que la punta de mi lanza a partes iguales.

Los Hostigadores necesitaban nuestra ayuda aunque no lo digan y acabamos con varios de los enemigos que les asedian. Me adelanto y acabo con enemigos que cubren la ruta del Sur. Después de un largo rato trabajando, conseguimos encaminarnos hacia la muralla de la Puerta de Galdan.

La altura de la muralla es impresionante, apabullante y desde la parte superior disparan muchas flechas y cae fuego expulsado por el famoso Dragón del Triplete. Le miro y la bestia es aterradora, una abominación que fue capaz de acabar con gran cantidad de soldados. De pronto, una bola de fuego cae sobre algunos de mis compañeros y veo como arden entre las llamas. Por suerte, nadie fallece después de tan terrible ataque y la escuadra consigue reagruparse, aunque el estado de algunos de los miembros es lamentable. El Cabo Barril es uno de los más afectados.

Seguimos avanzando y conseguimos posicionar la escala para subir. Tengo el honor de ser el primero en escalar y lo hago con emoción mientras veo a los regulares que protegen esta parte del muro. Subo con ganas y, cuando ya no tengo más espacio para subir, utilizo mi lanza para atravesar a los defensores. Sus ataques no son capaces de llegarme, pero mis ataques les ensartan como los débiles basuras que son.

Después de unos segundos de combate, conseguimos subir el muro y comenzar a avanzar por el muro, tomándolo para la Compañía Negra. Acabamos rápidamente con los enemigos de esa zona cuando los Regulares son derrotados, pero de pronto, comienzan a bajar desde las torres los Veteranos del Triplete.

No les permitiré rodearnos, por lo que me posiciono en la puerta cerrada de aquella torre y me preparo para recibir a los enemigos. Tensos segundos pasan antes de que la puerta se abra y, sin siquiera mirar quien lo hizo, ataco con mi lanza para atravesar al enemigo.

Parece fácil, pero los Veteranos no son como los Regulares: Sus protecciones son gruesas y sus cuerpos fuertes. La punta de mi lanza les impacta varias veces, pero no es capaz de quitarle la vida a ninguno, mientras que Cielo acaba con uno de ellos. Pero mientras tanto, muchas espadas me golpean y siento como la sangre sale de mi cuerpo con rapidez, llevándose mi vida con ella.

Llega el momento en que comienzo a marearme de tanta sangre perdida, pero lo peor es que mi lanza choca contra la piedra y salta por los aires hasta la parte inferior de la muralla. La veo caer y sé que no tengo mucho más que hacer. Saco mi machete y continúo luchando, pero estoy muy herido. Retrocedo un poco y me retiro para dejarle lugar a alguno de mis compañeros.

Una vez fuera, comienzo a buscar un arco con el que seguir matando enemigos sin exponerme tanto, pero las cosas salen mal. Mareado y sangrante, tropiezo y casi caigo de la muralla, pero consigo quedarme en la escalera sin morir en un descenso que no podría resistir.

Subo nuevamente y encuentro un arco para poder usarlo, pero entonces Cielo cae inconsciente y el Cabo Barril me tiende su lanza, por lo que suelto todo lo que tengo en las manos y vuelvo al combate, esta vez a través de la puerta de la torre. No consigo mucho por las heridas que tengo, pero, con la ayuda de los Hostigadores, conseguimos derrotar a todos los enemigos.

La Heroina fue asesinada entre varios guerreros y el Triplete se retira al Sur, los que nos hace victoriosos. Sonrío, con sangre saliendo de la comisura de mis labios. Me dejo caer en el suelo, descansando para no terminar de morir en una batalla que ya terminó y en la que, casi por milagro y gracias a los espíritus, sobreviví.

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26/12/2016, 21:50
Khadesa la Quinta.

Agazapada, contemplo Galdan. Los muertos que jamás debieron abandonar sus lugares de reposo avanzan como autómatas. Las puertas están abiertas. ¿A qué precio? Miro a mi alrededor. Todo muerte y destrucción. Loor. Esa mirada infernal. Oh, Diosa, ¿cómo permitiste que tu preciosa Guerrera terminara así? Rememoro la salida del fuerte. ¿Por qué apoyé esa locura? Poco hemos hecho y sólo se ha procurado más muerte. Analista en su caballo que pronto cayó pasto de los enemigos, Ballestero y los Reclutas apenas formados en combate. Y yo misma. Algo me llamaba y tenía que hacerlo. Avanzar con cuidado, acabando con los putrefactos cadáveres que se alzaban. Débiles en su mayoría. Pero capaces de hacer daño. El dolor de mi espalda me recuerda que yo también he sido herida. El zarpazo por descuidar mi defensa ante la visión horrenda, el miedo al combate que me paralizó dando la oportunidad... Pero de todo se aprende, mi magia no era necesaria, pero sí mis habilidades de furtivismo y sigilo. La magnífica sensación de triunfo al ver que caen bajo mi mano, Analista ofreciéndome su arma.

Todo se nubla y siento que lo veo como si no fuera yo misma. Analista... Ahora camina como ellos. Me apoyo en la ballesta que fuera suya y que me entregó. Suya, de Analista. Abandono la idea de levantarme y avanzar. La tomo en ambas manos y la examino. Densas gotas caen en la madera. Alzo la vista, pero no llueve, no son sino mis lágrimas por él. Por todos nosotros. ¿Podrá la Compañía sobrevivir a este mazazo? De rodillas en el fango grito de rabia. Dejo salir todo el dolor. ¿Y si no hubiera cedido y me hubiera mantenido firme en mi certeza de salir a investigar en el Cementerio? ¿Si hubiera seguido mis instintos, mis sueños? Los sollozos desgarran mi garganta hasta que el dolor es insoportable. No quiero ir hacia las puertas. No así. Doy rienda suelta a toda mi rabia, mi tristeza, mi miedo, mi desesperación. En mi pecho un nudo de angustia me frena en mi ansia de correr a su encuentro y no hallarlo. No hallar a mi corazón, a mi vida entera. No ahora que ya nos unimos. El recuerdo de su cuerpo yacente, medio muerto tras la batalla de Fuerte Chuda, las noches en vela y los días de vigilia a su lado hasta verlo de nuevo regresar a mi lado.

Alzo la vista. ¿Estará vivo? Mi mano acaricia la figurilla que me tallara Ponzoña. El terror de llegar allí y no verlo me paraliza como un veneno que recorre raudo mi cuerpo. Matagatos, hermano mío. Campaña, Lengua Negra, Pelagatos, Lagrimita, Dedos, Caracabra... Serpiente. También tú, a ti también te quiero encontrar vivo. Me limpio las lágrimas, pero el polvo y el barro de mis dedos emborronan mis rasgos. Así, como una máscara para ocultar mi debilidad. Bajo nuevamente la vista a mi ballesta. No soy inútil. Sé aprovechar las sombras, buscar la debilidad. La acaricio. Y una promesa nace y cobra forma. Nadie daña a la Compañía y sale indemne. Porque con la Compañía, la oscuridad siempre llega. Quiza no sea yo, pero habrá un legado para la siguiente generación. No seremos la última. La Compañía es algo más que la sangre. La capa negra y el broche de plata no son sino el símbolo externo de algo más profundo. Galdan no será olvidado... ni perdonado.

Me levanto y yergo, cuadrando los hombros y elevando el mentón, desafiando al destino. Avanzo con sigilo y cuidado evitando a los muertos, dejando que pasen todos antes de ponerme a descubierto. Busco, afanosamente un solo rostro. Hago recuento de los vivos, me faltan demasiados. Coloco la ballesta a mi espalda y camino despacio.

Es hora de sanar a los vivos y honrar a los caídos.  

Notas de juego

Para escuchar mientras leéis:

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27/12/2016, 13:15
Guepardo.

Dio gracias al Jaguar de que Lombriz y Tarado andaban cerca, ensartando a la reanimada Asesina. Terminó de descender por la escala, asió una de sus inertes piernas y tiró de ella sacando la mitad del cuerpo que aún quedaba bajo el carro. Rápidamente se agachó, con la Lanza del Jaguar preparada, temeroso de ver un desenlace trágico. Y sin embargo allá la encontró: acurrucada, temblorosa y gimoteando. Suspiró sonoramente de puro alivio y le tendió la mano. Hicieron falta muchas palabras amables y suaves para que la aterrada Plumilla reaccionara, reconociendo a Guepardo como un amigo, vivo, y tomara su mano. La sacó de allí, embarrada y cubierta de sangre, se la echó a la espalda y le pidió que se agarrara a él. Enganchó su cinturón a sus cinchas y la aseguró a él. Aliviado vio como los dos valientes campamenteros se hacían cargo de Reyezuelo, entonces pudo subir con tiempo y paciencia por la escalinata. Ya no había prisa. Las puertas abiertas eran un constante reguero de esas criaturas reanimadas que pasaban de Galdan a tierras del Triplete, luego no era una opción. Y arriba nadie parecía prestar atención al lado externo de las murallas, así que las treparía. Y eso hizo.

Haciendo honor a su nombre trepó felinamente por las escalas hasta alcanzar las almenas. Varios meses de entrenamiento trepando baobabs habían sido determinantes.

Así como evitó que Piojillo se precipitara al vacío cuando trataba de escalar la muralla y lo ayudó a subir, ahora fue él quien ayudo al Hostigador y la Campamentera a terminar la subida. Tan pronto estuvo arriba observó los numerosos heridos entre ellos... y una caída Derviche a sus pies, atendida por Keropis. Algo golpeó en el interior del Jaguar al ver a su compatriota caída. No entendía qué había pasado, pues hace un instante la había dejado en pie y ahora volvía y la encontraba moribunda. Y para colmo su sanadora yacía semiinconsciente a su espalda.

Depositó con cuidado, en una zona abrigada de la muralla, a Plumilla y, aunque no pertenecía a aquel Pelotón, trató de ayudar a los heridos. Buscó con su mirada a Loor, su antigua hermana Hostigadora. Ella podría ayudarle a organizar a los Campamenteros. Preguntó por ella. El silencio y las miradas al suelo le dieron la respuesta. Y maldijo de nuevo, por enésima vez, al Señor del Dolor, a Serpiente... ya no, a los líderes que diseñaron el ataque y al maldito Triplete. Ella no debería haber venido con los Campamenteros y él debería estar con sus hermanos Hostigadores, atendiendo a sus heridos. ¿Qué hacía ahí, entonces? ¿Por qué demonios había corrido para auxiliarlos, dejando atrás a los suyos?

Recordó el tortuoso avance por la Llanura de los Hostigadores y el terrible hechizo del Señor del Dolor a través de Serpiente. No, hechizo no: maldición. Tan pronto hordas muertas se alzaron, se volvieron contra los vivos exterminando a buena parte de la Compañía Negra. Perfectos aliados. Enviados desde el más allá para castigar la blasfemia y la arrogancia de los que juegan con las almas y los cuerpos de los que están muertos y no deberían volver.

Recordó también que, tras la primera oleada de muertos, Uro y él estuvieron a punto de que Serpiente se uniera a esos seres. Dentro de toda la vorágine de muerte rememoró haber logrado reír en su interior: ver como un mago habitualmente mofante, burlesco, despectivo y de palabras seguras, inteligentes, confusas y ridiculizantes, se tornaba en un hombrecillo asustadizo, titubeante, que entre chillidos temerosos intentaba explicar que la culpa no era suya para evitar la ira de los dos guerreros, era la causa. ¿Dónde habían quedado esa altanería, seguridad y burla, inherentes en él? Y de inmediato, conforme el mito de gran mago se desmoronaba a ojos del Jaguar, Guepardo supo que decía la verdad: un hombre tan patético no podía ser el causante de todo lo que estaba pasando. Sólo un peón, como el resto.

No recordaba a cuántos de esos seres había abatido. Muchos. De todo tipo. Y aun más y más rápido gracias al descubrimiento de Dedos para acabar con ellos con gran rapidez. Bendita Dedos. Se hartó de reventar cabezas, haciéndolas estallar como bodoques de barro. Y después de crear montañas de cadáveres con ellos junto a sus compañeros, se hartó de tener que despejar el camino de cuerpos para que los carros de las escalas pudieran avanzar. Y así sucesivas veces. Pero seguían viniendo.

Con la muerte de Pipo, la baja de Ikharus, con quien cargó para evitar que quedara abandonado, y la deserción de Manta, - Oh, estúpido prepotente. Gran luchador y con razones para protestar, pero no insubordinarse. Muerto por su indisciplina, arrogancia y su lengua ligera -, ellos eran cada vez menos y los muertos no paraban de llegar. Resultó una agonía el mover los enormes y pesados armatostes, por un lodazal, sin apenas brazos, teniendo que parar cada poco para enfrentar nuevas acometidas de esos monstruos. Creyó que no alcanzarían nunca la muralla. Pero, ¡Por el gran Jaguar!, lo lograron.

Recordó subir tras Uro, Ponzoña y Campaña por la escala. Saltar como un felino sobre las almenas y adentrarse, tratando de descender las escaleras que llevaban ya a suelo del Triplete, donde Uro y Barril desarrollaban un combate mortífero contra la Heroína de Galdan. Sus compañeros llevaban la peor parte, pese a ser dos magníficos luchadores, recibir la ayuda de Caracabra y haber herido seriamente a la mujer. Trató de auxiliarles, pero se demoró pues una escuadra entera de Regulares cortaba el paso de las escalinatas, impidiendo apoyo alguno. Cuando se le abalanzaron encima su "armadura de mujer" le protegió soberbiamente, logrando que la decena de hombres no le rozaran y pudiera exterminarlos a todos en breves segundos con la Lanza del Jaguar, en una danza de la muerte. Le resultó casi más difícil no tropezar con los cadáveres en su carrera para ayudar a Barril y Uro en un momento crítico: a pesar de sus grandiosos esfuerzos la increíble mujer no caía y amenazaba con matarlos a ambos en cualquier momento. De nuevo los espíritus, el Jaguar y tal vez alguna versión de esa condenada diosa, lograron que llegara justo a tiempo para embestirla. No con su temible lanza: con su hombro. Lo impactó en el abdomen de la mujer y lo alzó de golpe y con él a la Heroina que dio una vuelta de campana y cayó de espaldas, dando sus huesos contra el suelo. Y ese fue el final del combate: aturdida, al intentar alzarse, bajó su guardia y los presentes, y algún que otro llovido, le dispensaron una lluvia de ataques que la guerrera no pudo soportar. El corte de Uro en su cuello fue la herida por donde el alma de esa luchadora abandonó el cuerpo.

Va por ti, Sicofante.

Y tras ello, observando la muralla de la Infantería y Hostigadores limpia de enemigos y otros muchos huyendo tras la muerte de su comandante, corrió compulsivamente hacia la muralla del pelotón de Lenguanegra. ¿Por qué? Necesitaban ayuda... todos ellos... y sin embargo sólo tenía una persona en mente.

Peonia, pensó con cierta angustia. Sí, corría por ella.

Ahora todo eso había pasado y cuando visualmente logró ver en el otro lado de la muralla a Matagatos, supo que no habría mejor sanador que los atendiera y que su presencia allá no era indispensable. Así que permaneció con los Campamenteros no sabiendo si algún otro era ducho en la curación aparte de la incapacitada Plumilla. Por su parte, el Hostigador tenía ciertos conocimientos de sanación. El haber pasado tantos meses, durante diversas batallas, en la tienda de heridos le había hecho observar, preguntar, aprender y ayudar a otros sanadores sobre el tratamiento de heridas o enfermedades.

Qué ironía. La primera batalla que recuerdo que no termino convaleciente, postrado en un camastro, y en la que siento que mi padre se siente conforme con mi actuación, pensó.

Por ello permaneció con los Campamenteros y comenzó a atender a Derviche. Antes que al resto. A pesar de que Keropis ya estaba con ella. Cierto miedo le embargaba mientras extraía unos paños limpios de su bandolera y comenzaba a vendar a la Jaguar. Miedo de que pudiera morir. De que pudiera convertirse en uno de esos monstruos reanimados. De que se marchara.

- Vamos, Sadaka, aguanta - dijo entre dientes mientras trataba sus heridas, con cierto nerviosismo. Poco a poco fue dándose cuenta que estaba estable y no corría peligro. Al parecer la asistencia inicial de Keropis había sido muy adecuada. Suspiró aliviado y miró al ermitaño. Nunca le había caído bien, especialmente al sentir en él una presencia sobrenatural. Un hedor... mortecino. Y sin embargo asintió con la cabeza, en señal de gratitud. - Será mejor que movamos a los heridos dentro de las torres. Aquí, en la intemperie, no es el mejor lugar - dijo confiando a su compatriota, la mujer que deseaba su muerte, a manos del enmascarado Campamentero. Se sorprendió al darse cuenta que, en algún momento, había cogido la mano de la guerrera. Con delicadeza la soltó, y tras ello se dirigió a asistir a Plumilla. Cuanto antes se recuperara la sanadora del pelotón, antes podría tratar a los suyos.

Comenzó a ponerse el sol y a la niebla y penumbras de Galdan se sumaron las sombras. Agotado y tras dispensar cuidados a los heridos Campamenteros y dejarlos al abrigo de las torres, se permitió contemplar los restos del campamento del Triplete, dibujado por los últimos rayos de luz. Abandonado ante el paso de las hordas de muertos que se perdieron por el horizonte, persiguiendo a sus ocupantes. Una victoria terrible, amarga e incierta. A un precio desmedido. Muchos, amigos y hermanos, demasiados, habían muerto. En cuerpo y alma, volviendo a la vida en forma de esos monstruos. Un terrible destino sólo reservado para los miembros de la Compañía, que recibieron el embrujo del Señor del Dolor, alzándose tanto en la llanura como en las murallas. No así los Soldados del Triplete, pues ninguno volvió a levantarse.

Incluso cuando cayesen, seguirían luchando para el Señor del Dolor. No habían vendido sus brazos y espadas. Habían vendido su alma. ¿La Compañía Negra? No. La Compañía Maldita.

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27/12/2016, 13:30
Analista Lengua Negra.

Galdan. Las puertas del infierno. Diario privado de Lengua Negra sobre los Anales de las Campañas para el Señor del Dolor.

Cho'n Delor nos había alquilado. O comprado. Somos mercenarios y contratamos nuestros servicios a cambio de dinero. Ofrecemos nuestras vidas por causas que no son las nuestras. No preguntamos. No nos responden. No hay explicaciones más allá de lo necesario. Lo legítimo, lo moral, lo bueno de la causa es algo accesorio y no requisito imprescindible. ¿Es un buen estilo de vida? Tampoco importa la respuesta. Es nuestra forma de enfrentar la realidad, el destino que buscamos durante generaciones. Galdan sólo es una etapa más en nuestro recorrido. Puedo afirmarlo tras haber sobrevivido a sus puertas, tras la permanencia de la Compañía Negra, de la Duodécima de Khatovar y del éxito de nuestro contrato. ¿Precio pagado? Alto. ¿Futuro? Me queda claro que la Compañía necesita una profunda reestructuración interna, maximizar los efectivos, las fuerzas, eliminar lo inútil, afianzar la hermandad de sangre. Nuevos nombramientos son necesarios para cubrir la cúspide descabezada. Ha habido una siega y solo los más fuertes han sobrevivido.

Será un ímprobo trabajo que, posiblemente, genere nuevas disensiones internas aunque también calculo que la muerte, el sufrimiento, la sangre han unido a nuestros hombres, mujeres y hermanos más de lo que cualquier otra cosa hubiera podido hacer.

Y habrá que depurar responsabilidades. Propias y ajenas. ¿Hicimos cuanto pudimos? ¿Obramos como un todo ligado y organizado? ¿Nuestra soldadesca actuó con profesionalidad? ¿Los magos fueron realmente eficaces? Y Cho'n Delor, el Señor del Dolor, ¿nos condujo a una trampa? Serpiente, su instrumento, ¿por qué fracasó?

Todo comenzó como debía. Un avance lento, las escalas avanzando bajo el esfuerzo de reatas de hombres que, como mulas de carga, avanzaban hacia la victoria o el fracaso. Hombres dispuestos a pelear contra hombres, batiéndose de igual a igual, capaces de sacrificar su futuro por proteger el de su hermano. Pero la promesa de la batalla del hombre con el hombre pronto quedó truncada. La magia ejerció su imperio, un imperio que excede al del hombre mortal, al del soldado que empuña su espada. Un grito inhumano se extendió por el páramo que atravesábamos y los muertos se alzaron de su descanso, hambrientos, feroces, buscando un enemigo al que batir entre los vivos, regentados por un poderoso brujo no muerto. Extraños seres, de carne corrompida, músculos de cuerpos sin piel, fauces con dientes que asomaban por bocas sin labios, ojos sin brillo que miraban, buscaban y encontraban.

El lento avance se transformó en una agonía, en un tránsito marcado por las constantes y necesarias paradas para enfrentar a enemigos que no entendíamos, a los cuales no sabíamos cómo abatir, que mordían, arañaban y abatían en el mejor de los casos o que flotando corpóreos en el aire, sajaban con sus espadas, arrancando la vida y sumando a sus filas a sus neonatos, antiguos miembros de la Compañía y que pasaban a engrosar sus huestes, enfrentándose al que fuera su hermano, su amante, su amigo, su hijo o su padre. Para cuando comprendimos que debíamos atacar sus cerebros, cercenando de cuajo el poder que los sustentaba, fueron demasiados los heridos, los caídos.

Hubo valor, hubo desesperación, consciencia de lo inevitable, hasta de la propia debilidad y también orgullo, egoísmo, suficiencia. No es momento de poner nombres, de deshonrar la memoria, de negar el mérito pese a lo improcedente. Algunos se alzarán en meses venideros en la Tienda de Grog y alzando sus peltres y con la lengua suelta por el alcohol presumirán de lo hecho al tiempo que brinden por los muertos. Nadie les recordará que de haber mantenido las posiciones, de haber actuado como un solo cuerpo, de haber formado un círculo alrededor de las escalas, muchos aún estarían vivos. Pero encerrados en la autocomplacencia, enterrando los remordimientos, culpando a terceros se justificarán, brindarán por la victoria una vez más y se refugiarán en sus tiendas para vivir sueños agitados en los que su consciencia no bastará para acallar su conciencia.

Y hubo traición. Inesperada aunque no por ello sorprendente. Un nombre, Manta, que no volveré a pronunciar ni escribir. Pediré que toda referencia a él sea borrada, desapareciendo así cualquier mención a su persona de los Anales. Y abogaré para que su cuerpo, ahora yacente en el páramo en el que encontró la muerte por dos veces, no reciba ritual ni despedida alguna. Que su espíritu vague intranquilo y penando por todos los males de los que fue causa por toda la eternidad.

Pero pese a todo o gracias a todo ello, avanzamos y alcanzamos la muralla que era nuestro destino. Débiles, heridos, con un enemigo no buscado que nos drenaba las fuerzas. Mi cuerpo se bañó en sangre propia y ajena. Y una vez más fui consciente de mi debilidad, de mi físico, de la vergüenza de mi padre. La voluntad, el empeño, el esfuerzo pueden toparse con los límites de la realidad y estamparse contra ellos. No soy ya el niño que decretó el fustiarium o que casi murió en la pelea de los Tres Castores. Pero sigo sin ser el hombre que debiera. Mi mente vuela alta y orgullosa, pero mi cuerpo débil y magro me aferra a la tierra. Y mis Campamenteros lo perciben. Para algunos es motivo de desprecio no velado. Otros lo aceptan y pese a todo me respetan. Sin embargo, esto es el fin. Lo sé. En este presente en el que nos lamemos las heridas, no hay sentido para que Hostigadores y Campamenteros sean dos fuerzas separadas. Deben constituir una única unidad bajo el mando de mi primo, Matagatos. En cuanto a mí, conozco mi destino. Me enterrarán en vida, en la tienda del Analista, entre ríos de tinta y continentes de papel, cuero y papiro. No es a lo que aspiro ni lo que deseo. Y posiblemente sea mi fin. Padre sigue siendo un espectro que yace en su camastro sin medicina que lo salve. Serpiente es un parásito del poder. Matagatos un hombre que gira en torno a una sima profunda y negra de la que no sabe ni quiere separarse. Mis lazos desaparecen. La Compañía se sumerge en las brumas y yo debo buscar mi propio destino, en ella o fuera de ella.

Las paredes de piedra están ante nosotros. Los enemigos se alzan sobre sus almenas. Los muertos avanzan hacia nosotros desde la retaguardia. El sonido metálico de las escalas al chocar chirriantes contra la roca marca el comienzo de una nueva acción. Las órdenes habían sido claras. Y sólo puedo obedecer asumiendo el sacrificio. Ascendemos unos y otros, dejando atrás a los débiles y heridos, condenados a una casi segura muerte. Nunca habrá cicatrices para estas heridas y nuestras noches estarán agitadas por su recuerdo.

Dos torres, dos mecanismos, dos acciones para unas puertas indestructibles aunque no inexpugnables. Hay gritos. De dolor y de triunfo. La Heroína ha caído, sus fuerzas huyen en desbandada, pero los más leales permanecen. Los más leales o los que no pueden huir y se resignan a vender caras sus vidas. A estas alturas, sólo es una cuestión de tiempo. Los goznes de las puertas gimen cuando gracias a Ponzoña y Lagrimita estas se abren como una boca gargantuesca que da paso a los muertos que, abandonando a los miembros de la Compañía Negra, avanzan por su garganta para abatir a su ancestral enemigo.

Victoria, gritos de triunfo, llanto, lágrimas y sangre. La Duodécima ha vencido. ¿Precio? No confundamos valor con precio.