Partida Rol por web

ASALTO 03

El muchacho hizo un frente común con Pipo contra los asquerosos muertos en vida que se acercaban. Otro tajo de Lejana bastó para cortar en dos a otro muerto viviente, mientras Pipo hacía -a machetazos- que su oponente se convirtiese en una pila de huesos. Pero se acercaban peligrosamente grupos bastante numerosos, demasiados para luchar en solitario. Era momento de reagruparse y cerrar filas.

— ¡Pipo! ¡Conmigo! —llamó Manta a su compañero, pues pensaba moverse un poco hacia el norte y no dejaría al pobre Pipo luchar solo entre los matorrales con el nutrido grupo que se acercaba desde el sur. Le señaló a Pipo al grupo que venía desde el oeste saliendo de la maleza*, ya fuera de los matorrales y alzó su espada bastarda, preparándola, indicando que los recibiría plantado donde estaba y dejando espacio a Pipo para que se uniese a la faena a su lado— Limpiamos este lado y nos unimos a Dedos, Guepardo y Matagatos antes de que lleguen esos.

GRUPO DE BATALLA I:

FASE DE BATALLA 4: ASALTO 04 DE 10

Atravesar el corazón de aquella criatura y ver el efecto que tiene, confirma mi teoría. Apenas ha sangrado un poco y los gusanos negros que entraron en él escapan, pero por lo demás, es igual que hacerle cosquillas. Por suerte Guepardo le remata, y aprovecho los pocos segundos de tranquilidad relativa para hablar.

- Cabo, Guepardo, escuchadme. Está claro que estas criaturas no dependen de sus puntos vitales, así que nada se puede hacer con eso. Parecen, por ello, mucho más duros que un soldado vivo. Llevo un rato pensando en lo que he observado cuando la lluvia de gusanos cayó. No todos han vuelto a la vida de igual forma. Los que son como esos* parecen más débiles que los que son como éste. Debemos ayudar a Uro, o tendrá problemas él solo con todo ese grupo.

Asalto 03

Gorrión estaba lindamente destrozando a uno de esos monigotes, cuando escuchó que su hermano le llamaba con ese odioso nombre. Torció el gesto y, mientras terminaba de apuntillar jubiloso a la cosa agusanada que se retorcía en el suelo, probó a mirar con el rabillo del ojo al lugar donde le señalaba el otro.

Gruñó. Negó con la cabeza. Ya había un hueco demasiado grande debido a su escapada. Había que retroceder, para proteger a la manada, como hacían los animales de la sabana. ¿Su hermano estaba loco, o le faltaba un tornillo?

Se dispuso a acabar con el otro adefesio que amenazaba con flanquearle si le perdía de vista, y se dispuso a retroceder, para que los que venían por su izquierda no rebasaran la linea de defensa.

-Id a ayudar a Uro, entonces-respondió el oscuro, que realmente no era consciente de cuantos muertos se le venían encima al brutal k'hlata-creo que yo podré apañármelas aquí. 

GRUPO DE BATALLA I:

FASE DE BATALLA 4: ASALTO 03 DE 10

Había seguido las órdenes a rajatabla, había que proteger aquel armatoste como fuera si pretendían tomar la fortaleza, aunque cada vez estaba más complicado. Las órdenes de Matagatos eran simples pero muy interpretables y sus compañeros habían interpretado que proteger pasaba por lanzarse hacia el enemigo. Pelagatos no pensaba igual, pero en algún momento debía entrar en acción. Evaluó la situación y una de las opciones más seguras a la par que útiles era acercarse a Campaña. El gigante con la alabarda estaba destrozando a aquellos engendros y él estaría más seguro a su lado además de poder entretener a algunos amigos y dar más libertad de movimiento a su primo para que continuara con el destrozo. Sin embargo aquello era pan para ahora y hambre para el día siguiente. Había otra forma de ser útil a sus compañeros, proteger al mago. Si alguien podía marcar la diferencia por encima de las armas, era Serpiente. El mago podía decantar eso o pararlo, al menos eso quería creer Pelagatos. Por eso no dudó y cruzó el ariete hasta ponerse en una posición cercana al despojo que actualmente era el hechicero, entre él y esos engendros, tendrían que matarle para llegar hasta Serpiente y esperaba que eso diera tiempo suficiente como para que el mago volviera en sí.

ASALTO 04

Escuchaba los sonidos de la batalla desarrollándose a su alrededor, pero su cabeza estaba embotada. Sabía que eso era malo. El furor del combate hacía que uno dejase de prestar atención a lo que le rodeaba, lo cual era un error típico en los novatos..., por no decir que solía ser un error fatal.

Lejana estaba impregnada en el miasma y la sangre pútrida de aquellas criaturas. El muchacho la sacudió con un golpe seco, mientras a él se acercaba lentamente un nuevo grupo de muertos vivientes. Lo bueno es que eran lo suficientemente lentos que uno podía pensar con calma el qué hacer. Pero eran demasiados. Echó un vistazo a la parte delantera de la formación de su pelotón: una verdadera multitud de enemigos empezaba a cercarles el paso. De hecho, ya se arremolinaban en torno a Campaña, Pipo, Uro, Pelagatos e Ikharus. Tenía que ayudarlos en el frente, pero de la forma en que estaban distribuidos, primero tenía que asegurarse de que la retaguardia estuviese despejada. Se enfocó en el grupo de muertos vivientes que se acercaban hacia él. Asió firmemente a Lejana a la altura de su pecho, preparando un potente golpe para cuando llegasen hasta él.

Las cosas habían cambiado muchísimo durante el último año. Estaba seguro de que si en su lugar -en aquellos parajes, rodeado de muertos vivientes ávidos de carne, en medio de la batalla más difícil en la historia de la Compañía- estuviese parado el vago inútil que era hacía un año, ya estaría reposando en el estómago de algún cadáver de esos. Pero no. Este era el Manta que sus hermanos necesitaban, y se permitió sentirse orgulloso de ello. No pudo evitar preocuparse por un momento por su antiguo pelotón. Sintió que los Campamenteros lo necesitaban. «No pienses en ello, sólo te distraerá. Están con Loor, y tienen además a Derviche, a Odio y a Keropis. Pueden lograrlo... Espero».

Manta sonrió y descargó un potente tajo sobre uno de los fiambres que se acercaban, justo al máximo del alcance de su espada, y usó la hoja de doble filo para lanzar un revés a otra de las criaturas, fallando por poco. Maldijo entre dientes mientras se cuidaba de que ni siquiera pudiesen tocarle.

ASALTO 04

Había observado algo raro. Algo diferente, justo antes de que Guepardo rematara a aquella cosa.

La flecha se había hundido totalmente en la cabeza, sin resistencia, y de los tres intentos de ataque que yo llevaba realizados, aquel parecía haber sido el más efectivo.

De nada servía atravesar sus pulmones, ni su corazón. Aquellos órganos no les servían para nada a estas criaturas.

Pero la cabeza parecía diferente, aparte de que su ataque más letal parecía ser el mordisco.

Había que deshacerse de las cabezas de aquellas cosas.

- ¡A la cabeza! ¡Atacad a la cabeza, que es más blanda! ¡Partídsela, cortádsela, destrozádsela! ¡No dejéis que muerdan!.

Para Uro, la advertencia llegaba tarde.

- Matagatos, ve a ayudar a Uro. Puedes curarle. Creo que yo puedo apañarme aquí.

ASALTO 04

Observó a Uro siendo rodeado por una gran cantidad de aquellos seres. No podría aguantar mucho más tiempo. Viendo lo bien que se desenvolvía el cabo, a pesar de su mermada visibilidad, cargó contra uno de los muertos que atenazaba al fanático de la sanguinaria (y desconocida a la par que nada querida por Guepardo) diosa.

Empaló con la Lanza del Jaguar a uno de aquellos seres que se derrumbó con un gran boquete en su abdomen. Y entonces muchos más muertos se abalanzaron sobre él. Sintió los primeros zarpazos y la sangre manar de sus heridas.

El jaguar, invadido por una ira incombustible se preparó para lanzar una tormenta de ataques contra los animados monstruos. Miembros, huesos y órganos putrefactos saldrían despedidos por doquier.

Creyó oír la voz de Dedos, gritando algo sobre atacar las cabezas. Pero ahora mismo se encontraba en un frenesí momentáneo que le nublaba levemente el juicio. 

La rabia lo dominaba. Una rabia al saber que aquella invocación perniciosa no podía terminar bien. Una rabia ante la incapacidad de los mandos y los magos para solucionar un problema que ellos mismos habían causado y ahora otros, fundamentalmente, padecían. Una rabia al comenzar a entender que si no ocurría un milagro, la batalla de Galdan comenzaba ahí mismo y ahí mismo iba a terminar, sin llegar jamás a las murallas.

¿Sí sobrevivimos.. estaremos en condiciones para acercarnos a la muralla? Lo dudo mucho, pensó iracundo descargando un nuevo golpe contra los muertos vivientes.

Asalto 4

Gorrión decidió comportarse con cierta frialdad. Bien, toda la que pudo reunir. Los gusanos, por muchos que fueran, no eran una caza decente. Golosinas. Lo mejor estaba por llegar. Estaba cómodo entre esas ramas y cascotes, las piltrafas intentaban alcanzarle y no podían. Despachó a uno con las manos demasiado largas y se dispuso a enfrentar a los que venían por su izquierda. Nosequién gritaba algo, pero sus gritos de batalla sonaban más altos todavía:

¡AAAAAAAAAAH! ¡¡AAAAAAAAAAH!! ¡¡¡AAAAAAAAAAH!!!

ASALTO 05

Visceras, miembros y astillas de hueso comenzaron a impactar sobre Guepardo. Con cada ataque que lanzaba conseguía perforar los descompuestos cuerpos de aquellos horribles seres, causándoles destrozos.

Destrozó a uno con un brutal empalamiento y su lanza prosiguió el camino ensartando a un segundo. Entre los cadáveres caídos asomó otro reanimado, tratando de devorarle la pierna. Con la punta roma del asta de su lanza, aplastó su cráneo, dejándolo revolviéndose por el suelo.

Y sin embargo más de aquellos seres venían. Empezó a comprender que había algunos más robustos que otros. Y más peligrosos. Tanto él como Uro se veían atenazados por un gran número de ellos. Confió en los refuerzos y continuó combatiendo con denuedo pero, tal y como advirtiera Dedos, comenzó a precisar sus ataques, tratando de reventar sus cabezas como si de melones maduros se trataran.

Asalto 5

Pinchaba y pinchaba. Era fácil, pero no dejaban de moverse. Advirtió que lo único que funcionaba era cortar tendones y músculos, que podían tener las tripas por el suelo y seguir intentando alcanzarle. Era difícil matarlos así, con un colmillo. Hubiera sido mejor atacar con la hoja reluciente que ahora colgaba de su muñeca por su lazo de cuero. Mejor seguir con el colmillo largo, de empuñar la hoja reluciente tendría que soltar el colmillo largo, y este no tenía manera de ser atrapado si se veía obligado a salir de ahí. Se resignó a intentar apuntar a nódulos de músculos necesarios para mover aquellas piltrafas de cuerpo agusanado con aquel colmillo largo y grande.

ASALTO 05

Recibió a sus enemigos con una buena probada de su acero. Sin embargo, no fue suficiente como para que dejasen de moverse. Tenía que atacar de nuevo, y sí que atacó: el primer tajo, descendente, cortó por la mitad al primer muerto, que ya estaba herido. Aprovechó el impulso del ataque para agacharse y dar una estocada con Lejana a la pierna del muerto que caminaba junto al primero. Con una fuerza descomunal y tras clavar su espada en la pierna del muerto, cortó siguiendo la línea de la pierna de su oponente, llegando al torso y siguiendo el tajo hacia arriba. La pierna quedó cercenada y la siguió el torso, cortado a la mitad casi limpiamente.

Por cuidarse de no quedar empapado en el miasma que desprendían aquellos seres, los otros dos que venían junto a los primeros le alcanzaron de refilón con sus zarpas; el primero le dejó una pequeña herida en el hombro izquierdo, y el segundo le golpeó la cota de mallas, pero sus zarpas lograron desprender una de las anillas y clavarse momentáneamente en su piel. Eran las primeras heridas para Manta, luego de acabar ya con bastantes enemigos.

Maldijo por lo bajo y se preparó para acabar con los muertos, pretendiendo ir por sus cabezas.

Asalto 6

Estaba disfrutando de lo lindo. Pinchó a otro una y otra vez. Era divertido. Era una especie de juego antes de que comenzara lo serio. Todavía pensaba en los animales tras su montaña de piedra, ahí delante. Había que llevar la cosa esa por todo este barro. Había que usarlo para subir la pared de piedra. Como si aquella especie de acantilado no se pudiera trepar. ¿No tenían manos sus hermanos para trepar, que había que traer cosas de madera, como si fuésemos castor...

Notó el sabor de la sangre. Jugosa, deliciosa sangre. De repente resbalaba en cantidad por su boca y su garganta. Estaba respirando sangre. No había conocido el su corta vida una sensación más dulce que ese. ¡Sangre! ¡Roja! ¡Caliente!

Le parecía estar como en una nube roja. El mundo era vertical. Notaba una especie de tirones en su cuello, en su barriga. Algo le cogió del brazo. No podía permitir que se le acercaran tanto, tomó el colmillo largo y... pero, cuando miró, se dio cuenta de que ya no tenía mano. Era un muñón rojo. Rojo, rojo, rojo, qué delicia. Se lo llevó a la boca, para saborearlo, pero no supuso diferencia alguna, porque ya tenía la boca llena de sangre, de sangre deliciosa.

Ahora que lo pensaba, el suelo no estaba horizontal, sino vertical.

Lo que andaba tironeando de su cuello dejó de hacerlo por un momento. La piltrafa agusanada se había parado un ligero instante para mirar a Gorrión. Quizá, con su medio cerebro podrido, se preguntaba por qué Gorrión no protestaba por el trato que se le daba a su cuello y otras cosas. ¿Cómo iba a comprender que Gorrión era feliz?

Asalto 06

E hizo caso a Dedos. Se relajó, adoptando una postura hierática por un momento. Agarró con ambas manos la lanza y la recogió observando el objetivo de su próximo ataque. 

Los seres se abalanzaron sobre él, mas este aguantó su postura, calculando. Y repentinamente extendió sus brazos, alargándolos y embistiendo con la lanza contra la cabeza de uno de los pútridos monstruos. El ataque perforó el cráneo y continuó, empalando la cabeza de otro ser contiguo. Ambos cayeron inertes y su peso arrastró la lanza de Guepardo, quedando esta atrapada entre los sesos putrefactos de los muertos.

Intentó sacarla futilmente y su desesperación creció cuando otra de esas aberraciones pasó sobre sus caídos compañeros con la intención clara de morderlo. Tras un último esfuerzo logró "in extremis" liberar el arma con un fuerte tirón que aprovechó para aporrear contundentemente la cabeza del ser. Mas sesos y astillas de hueso salieron volando mientras el reanimado caía.

- ¡Funciona, Dedos! ¡Sus cabezas estallan como melones maduros! - exclamó con una sonrisa aviesa, reconociendo a su compañera el descubrimiento.

Repentinamente notó una presencia a un lado suya, se giró y se vio a sí mismo. Asustado dio un respingo y se puso en guardia contra la aparición. Giró el rostro esperando que sus compañeros vieran lo mismo que él y entonces advirtió que junto a él también habían dos Uros.

Trucos mágicos, comenzó a comprender el jaguar. Observó a Serpiente con una mirada dura y vio como este miraba, precisamente, su zona y la del sanguinario guerrero. Así que es cosa de él. Bueno, esperemos que los monstruos se desconcierten tanto como lo estoy yo, pensó.

Retornó su atención a un grupo de otros cuatro animados que ya se acercaban a por él. Apretó con fuerza la lanza y se dispuso a hacerles frente. Creyó ver una especie de tumulto de aquellos seres lanzándose al suelo a por alguien caído, algo más atrás de los que se aproximaban.

¿No está por ahí Pipo?, se preguntó alarmado.

ASALTO 06

Se encontró respaldado por Dedos y Matagatos, apareciendo desde los laterales y enviando a sus enemigos a la muerte definitiva. Sentía el escozor de las heridas, pero no era el momento para preocuparse por ello, habían más enemigos y Pipo no quiso hacerle caso para reagruparse... no pudo ni tomarse un respiro, pues salió como una bala a la carga para ayudar al nuevo Hostigador.

Llegó, pero demasiado tarde. Vio en primera persona cómo un muerto se colgaba de la garganta de Pipo y la hacía trizas.

— ¡PIPO, NO! —gritó, al tiempo que blandía a Lejana contra uno de los muchos muertos que lo rodeaban, cortando en vertical el cráneo de uno de ellos como si fuese un melón podrido. Manta emitió un rugido de frustración y rabia al ver a los muertos caer como cuervos sobre el cadáver del afable músico de la Compañía.

GRUPO DE BATALLA I:

FASE DE BATALLA 4: ASALTO 06 DE 10

La batalla contra sus supuestos aliados continuaba, Pelagatos se había olvidado completamente de la gente del Triplete y de tomar la Puerta de Galdan, se contentaría con salir vivo a esa primera oleada de no muertos. Su idea de proteger a Serpiente había funcionado bastante bien, el poder de destrucción del mago era mucho mayor y evitando que aquellos engendros lo devoraran, los hostigadores ganaban muchas opciones. Al parecer escapaba de su poder el detenerlos, pero podía matar a varios con rapidez, algo era algo. Campaña por su parte campaba a sus anchas destrozando enemigos como un niño que pisa hormigas, incluso Ikharus se estaba apañando bastante bien. Sin embargo y para su propia frustración, él era totalmente incapaz de hacerles el menor daño posible a aquellas monstruosidades, su espada golpeaba, pero no se clavaba en la dura carne de sus enemigos. Por suerte alguien que combatía en el otro flanco dijo que había que golpearles en la cabeza. No distinguió la voz y tampoco estaba seguro de ser capaz de fijar una zona tan pequeña de golpeo, mientras se defendía de los ataques enemigos, pero no tenía mucho que perder.

Perdido en ese mar de dudas y valorando sus opciones se encontraba cuando la alabarda de Campaña eliminó a sus enemigos. Todos al parecer estaban derramando sangre enemiga, si es que se le podía llamar así, todos menos él. Al quedarse libre de enemigos y ansioso por probar la nueva opción de combate. Pelagatos levantó la cabeza y se lanzó al combate de nuevo. Con decisión le tiró un tajo en la cabeza al primer ser que tuvo frente a él y para su sorpresa le llegó a dar y a herir. La herida era minúscula y casi insignificante, pero la alegría apreció en la boca de Pelagatos que soltó una corta carcajada a modo de autoaprobación. Su enemigo, posiblemente ofendido, intentó atacarle y falló. El oscuro apartó su golpe con el plano de la hoja de su espada larga y acto seguido le golpeó en reprimenda, volviendo a hacerle daño, todo empezaba a ir bien.

Todo, hasta que escuchó un grito familiar, era el mismo grito siempre aunque el nombre que se pronunciara fuera diferente y Pelagatos lo había escuchado ya en más de una ocasión. En ese momento matar pasó a un segundo plano, quizás únicamente debía concentrarse en sobrevivir.

ASALTO 07

El campo de batalla se quedaba cada vez más callado, y al coro de silenciosos muertos, ahora se unía Pipo. Manta intentó saltar a un cadáver algo gordo que estaba puesto de mala manera en unos matorrales, pero se le enredaron los pies y trastabilló. Se recuperó al poco tiempo, para darse cuenta de que los muertos vivientes que se daban un festín con la carne de Pipo desaparecían en una nube de ácido.

ASALTO 7

La batalla llegaba a su fin, por lo menos en la zona ocupada por el Pelotón de los Hostigadores. Ecos de gritos y gemidos llegaban amortiguados por la distancia y la niebla, como ramas podridas sobre la corriente de un manso río. La lucha por la supervivencia continuaba en otros sectores del frente.

Uro intentó relajar su respiración, que abombaba su ya prominente pecho como si fuera a estallar como una fruta madura. A sus pies yacían los cuerpos desmadejados de media docena de cadáveres, algunos despedazados por el salvaje y otros por Guepardo, el Medio Hombre. La inmensa hacha del Cazador de Cabezas había abierto grotescos tajos en la cabeza de sus enemigos, pero no eran menos los que lucían la marca de la broncínea lanza del Jaguar Asesino.

El cuerpo del Ungido ardía de rabia y dolor. La ira embargaba su mente, mientras que un intenso escozor rugía en las heridas que decoraban la piel del k'hlata allí donde los engendros del Señor del Dolor habían logrado alcanzarle. Uro paseó la mirada por el paisaje empantanado y difuminado que le rodeaba, hasta que la clavó como una saeta envenenada en la endeble figura del Mago Serpiente. Sus nudillos se tornaron en nudos blanquecinos cuando el férreo puño se cerró con fuerza sobre el astil de su hacha.

Había una última cabeza que cercenar.

ASALTO 08

Manta suspiró y tomó un buen respiro. Se acomodó la capa negra sobre los hombros, mientras caminaba en dirección a Matagatos. Al pasar, clavó su espada en el cráneo de uno de los muertos contra los que había luchado Pipo, que al parecer no estaba del todo en el otro mundo. Terminó con su esclavitud mágica girando la espada dentro de la cabeza y desclavándola, luego, la limpió con golpe seco al aire.

— Parece que hemos ganado, señor —dijo Manta a Matagatos, evidenciando que en esa zona del campo de batalla casi no quedaban amenazas—. ¿Qué haremos? Esto se ha salido de control. Pipo murió. Podríamos reagruparnos con los Campamenteros, al menos —sugirió—. Es una locura estar solos en medio de este montón de muertos vivientes.

ASALTO 08

Destrozó las cabezas de cuatro de esos seres. Solo faltaba uno. La repentina presencia de Matagatos, decapitando al último, provocó que, durante un instante, se pensara en descargar una lanzada contra él.

Tranquilo, él no es el enemigo, se dijo dominando su frustración, furor y su rabia. Todo esto no debería estar pasando. Pipo no debería haber muerto ni muchos de nosotros tan heridos, recapacitó. Entonces giró su rostro y su mirada se cruzó con la de Serpiente.

Ese sí debería haber muerto o al menos haber sufrido las heridas de los propios monstruos que invocó, razonó con colérica lógica, mirando al incólume oscuro. Caminó con rapidez hacia el mago, plantándose ante él. Si las miradas mataran el brujo tendría ya su vil corazón atravesado. Si es que lo tenía.

- Vamos, mátalo. Es lo que tendríais que haber hecho desde el principio.- le animó el reaparecido Sacorroto. Por una vez en la vida el jaguar estuvo totalmente de acuerdo con el odioso espectro. Agarró con fuerza la lanza, observándolo, calculando como empalarlo.

- Tú. Tú eres el artífice de todo esta masacre. De la muerte de Pipo y de vete a saber cuantos otros compañeros por toda la llanura. No se cómo pero eres el responsable de este desastre.- le acusó, pensando en meterle la lanza por la boca tan pronto la abriera y evitar la tortura de escuchar sus insufribles discursos o veladas burlas.

- ¿Y a que esperas? - se impacientaba la cruel aparición.

Una gran sombra apareció detrás de Serpiente: era Uro. El ensangrentado hombretón, hacha en mano, llamó la atención de Guepardo. En sus ojos brillaba la misma ira que en los del jaguar. Hacia el mismo individuo. Y súbitamente se generó una rivalidad entre ambos: el ver quien iba a tener el privilegio de cortar antes la cabeza a la culebra.