Partida Rol por web

TERRENOS FUNERARIOS:

- Zona situada en el Llano de Galdan, al Note del Campamento Principal de la Compañía Negra.

Este lugar parece ideal para enterrar cadáveres. Todo parece indicar que ya fue usada con ese propósito hace mucho, tal vez cuando el Llano fue una zona próspera y habitada, o eso cuentan las leyendas.

ENCUENTROS:

- Un viajero poco amistoso.

- Un fantasma vengativo, el General de la Sangre, se siente atraído por la concentración de magia negra que suponen Keropis y Serpiente cuando están juntos.

- En su forma actual, el fantasma no es una gran amenaza, aunque puede ser molesto y atemorizador.

CEMENTERIO DE LA COMPAÑÍA:

- Cuando no está de cacería con Tarado y Pipo, Keropis siempre regresa a este lugar. Parado con su armadura pesada herrumbrosa parece una estatua o un guardián ancestral de un tiempo pretérito y olvidado.

- A veces visita el cementerio el Mago Serpiente.

- Chamán Rojo quería hablar en privado con Keropis, pero no se ha atrevido a salir del Campamento para llegar hasta el cementerio, no fuera que se encontrase con algo peligroso.

- Manta se arma de valor y acude al Cementerio.

TERRENO CIRCUNDANTE:

- Conoces la historia del Llano de Galdan. Era un enclave comercial, un punto intermedio entre Cho'n Delor, la capital del Reino del Norte, y sus tres ciudades fronterizas del Sur (Pastel, Elefante y Panteras).

Había hospederías, mercadillos, teatro al aire libre y otros entretenimientos. Con el tiempo se establecieron en la zona mercaderes y trabajadores varios. Algunos mercaderes ricos fueron enterrados en túmulos.

En tiempos mucho más remotos, esta era la frontera Norte del Imperio Ancestral, por lo que algunos caudillos tribales de tribus que servían al antiguo Imperio de la Oscuridad también fueron enterrados en estos túmulos.

- En época más reciente, un Gran General de Cho'n Delor murió atacando la Puerta de Galdan. Es posible que su cuerpo se encuentre enterrado en la zona.

- Hay marcas ancestrales y totémicas en el interior de algunas tumbas. Algunas son de tu época, otras posteriores.

- Encuentras un buen refugio en el interior de un túmulo.

- Sueles tener un fuego encendido para los visitantes que acuden a verte a ti o a los muertos.

- Has visto algo inquietante, especialmente en horas nocturnas. Una sombra luminiscente que se mueve en el borde de tu conciencia, cada vez más cerca, cada vez más fuerte. Escuchas sus susurros aunque no los entiendes, pero sabes que están lleno de odio. Muy en especial hacia los vivos y hacia los brujos.

AÑO: 201 DE KHATOVAR.

MES: OCHO (MES DE LA CEBRA, SEGUNDO DEL VERANO).

DÍA: VEINTINUEVE DEL MES.

HORA: MEDIANOCHE.

- Keropis ha encendido un fuego para Manta y Serpiente, que se encuentran sentados a su alrededor calentándose.

- Aunque es Verano, esta noche hay una extraña sensación, como de escalofríos, en este lugar. El viento gime de un modo inquietante, las ramas crujen, y las ascuas chasquean.

- Los tres han perdido la noción del tiempo.

No entiende cómo alguien puede venir voluntariamente a este lugar. Es un inhóspito yermo en el que nadie, ni siquiera los muertos, podrían descansar aunque quisieran -y es cierto que muchos no quieren. Por eso agradece el crepitar de la hoguera, ya que aunque no se siente cómodo entre el lastimoso silencio de los difuntos le proporciona un leve calor que calma su ansiedad.

A su lado, Keropis y Serpiente permanecían en silencio. No sabe si ellos encuentran más agradable el entorno, pero él desde luego no lo catalogaría como uno de sus lugares predilectos. Aclarándose la garganta, se decide a hablar.

-Es un buen fuego, Keropis. Gracias -sentencia, su rostro anaranjado por los reflejos de las llamas. El calor de las mismas lame la palma de sus manos y se extiende como un bálsamo por todo su cuerpo.

Enarqué una ceja ante tan insípido comentario, tan forzadamente educado, y luego sonreí. Ahí estaba frente a los dos una de esas personas que consideraban el silencio una carga insoportable, de esas que pretendían llenarlo con conversaciones insustanciales por miedo a que el "vacío" les engullera. Siempre resultaba entretenido ser testigo de ese miedo atávico a los propios pensamientos, a la reflexión a la que el silencio aboca. Así que me decidí a jugar un rato...

No muy lejos de mí un grupo de hormigas avanzaba en una hilera de danzantes sombras. Ora abotargas, ora esqueléticas, las cambiantes llamas parecías transformarlas en un monstruoso cortejo fúnebre. Y seguramente aquella impresión no anduviera muy desencaminada; las cuencas vacías de los muertos allí enterrados bien podían ser ahora su morada además de haber contribuido con sus minúsculas mandíbula a descarnarlos.

Cogí mi bastón, que descansaba a mi lado, y trazando una raya en el suelo partí en dos la columna. En un instante el orden se tornó en caos y, aprovechándolo, cogí entre mis dedos a la hormiga que más se me había acercado. La miré con indiferencia y tras un suspiro la arrojé a la hoguera. Su último aliento fue un insignificante chasquido ahogado por el crepitar del fuego. 

- Dime, Manta, ¿crees que esa hormiga considera que ese fuego ha sido bueno? ¿Crees que le agradece a Keropis haberlo encendido?

Sonreí, una sonrisa de destellos anaranjados.

Repentinamente, el fuego se aviva, y poco después sus llamas se vuelven frías y blancas.

La temperatura de todo el lugar desciende bruscamente y en el suelo se forma una película de escarcha. Las sombras se tornan densas y adoptan formas monstruosas.

Comienza a escucharse un susurro incomprensible, tal vez en una lengua muerta, imposible de entender, suena como un retumbo lejano, su origen parece estar en vuestra propia sangre...

La noche había caído sobre el camposanto como un manto fresco y mullido. Tras las agobiantes horas diurnas, rodeado por el bullicio del campamento, Keropis había abandonado el fuerte para descansar en el cerro bajo cubierto de pequeños túmulos. Como iba haciéndose habitual, Serpiente apareció tras la puesta del sol, con esa sonrisa torcida y maliciosa que el ermitaño estaba aprendiendo a apreciar. Sin mediar palabra, el mago tomó unas pocas ramas secas y encendió un fuego pequeño. Keropis se sentó algo alejado de las llamas, consciente de que el Oscuro había prendido la hoguera más por poblar el cementerio de siniestras sombras que por combatir el escaso frío. Los dos hombres compartieron el silencio de los muertos, midiéndose con la mirada como si pudieran hablar a través de sus brillantes ojos. Dorado contra verde. Oro contra esmeralda.

La aparición de Manta fue una sorpresa para los dos, aunque no pareció haber reacción alguna en el pálido rostro del mago ni en la oxidada máscara del eremita. El k'hlata se sentó al borde de la hoguera, sin saber qué decir ante tan silentes contertulios. El combate de mutismo acabó perdiéndolo Manta, incapaz de resistir callado ante las dos inertes estatuas que le observaban desde el otro lado de las llamas. Y como era de esperar, Serpiente no pudo evitar castigar la debilidad del soldado lanzándole una de sus taimadas preguntas, buscando ahondar en la incomodidad del k'hlata. Se había dado inicio a una de las lides dialectales que tanto gustaban al mago; Keropis aguardó sereno a que Serpiente acorralara al ratón con esa ladina lengua que algún dios caprichoso y malintencionado había tenido a bien otorgarle.

La sonrisa que estaba empezando a esbozar quedó congelada en sus apergaminados labios cuando una sensación gélida y agorera empezó a empapar sus huesos. Había llegado. Esa presencia que hacía semanas que podía percibir, como una sombra vislumbrada por el rabillo del ojo. Esa entidad cargada de odio y malevolencia sobre la que había intentado advertir al mago.

Keropis se levantó como un resorte haciendo chirriar las junturas de su herrumbrosa armadura de placas. Con un movimiento fluído, desenvainó la extraña espada que colgaba de su cintura. El pequeño fetiche de madera que colgaba del cinto, una diminuta figura con la efigie del mismo Keropis tallada cuidadosamente, repiqueteó en el faldón metálico que cubría el muslo del soldado.

- Ya essstá aquí, mago -susurró-. Tu sssurrricato ha llegado...

Manta contempla la actitud del mago Serpiente. Puede entender el rechazo que puede inspirar alguien como él, y no exclusivamente por las habilidades que en él alberga. Se le ve divirtiéndose con la propia torpeza que él mismo ha exhibido ante el horror vacui que le generaba la ausencia de palabras en el círculo de luz arrojado por las llamas.

Podría responder, decirle a la serpiente de lengua de cuchilla que ni le preocupa ni le importa lo que una hormiga considerara del fuego -si es que una hormiga podía considerar tal cosa-, pues sólo le importa lo que él mismo considere. Pero ¡ah!, hasta para el conflicto es Manta perezoso, más aún cuando se reviste de las fullerías y nimiedades del áspid Oscuro. Por ello se limita a mirar esa sonrisa con indiferencia, a contestarla con la misma indiferencia y a encogerse de hombros.

Le interesa más lo que Keropis tenga que decir. Es un misterio para él incomprensible que alguien pueda querer pasar tiempo aquí de forma voluntaria. Pero un escalofrío le recorre la espalda y le llena que una sensación que ni siquiera las crepitantes llamas consiguen aliviar. Menos aún cuando se deforman y cambian desafiando su propia naturaleza.

Manta aleja sus manos del fuego mientras su rostro se tensa con anticipación. De sus narinas empieza a salir el vaho que espira como consecuencia de la repentina bajada de temperatura. Con tiento acerca una de sus manos a su lanza, como si el mero contacto con la trabajada superficie de madera fuera suficiente como para tranquilizarle.

-¿Quién está aquí, Keropis? -pregunta con un hilo de voz Manta que, sin embargo, no ha apartado su mirada de Serpiente.

- "Qué diab..."- la sonrisa había desaparecido de un plumazo.

Prácticamente trastabillando me alejé del fuego sorprendido, perplejo. Aquello no era natural, así que mi primera reacción fue mirar a mi alrededor. Mis ojos brillaron buscando algo que no llegué a encontrar, algo que había esperado encontrar. Pero no, el desconcierto siguió durante unos segundos que se me hicieron eterno, justo hasta que Keropis abrió la boca.

- ¿Mi suricato?- musité.

Entonces comprendí, al menos en parte, y volví a sonreír. Una sonrisa nerviosa, curiosa, deseosa de descubrir, de obtener un quién, un cómo, un por qué... Aunque quizá allí también, muy el fondo, oculta tras una imagen, una ilusión como cualquier otra, había algo de miedo, un temor a lo desconocido que no hacía sino alimentar (como la madera había alimentado el fuego que ahora helaba sus huesos) su excitación. Después de todo, si aquello era lo que parecía, era todo un descubrimiento. Era la primera vez que se enfrentaba a un enemigo que no sangraba, que no era de carne y hueso. Era completamente nuevo.

- ¿Qué, Manta, ahora agradeces el fuego?- exclamé antes de soltar una carcajada.

Había llegado el momento. Y tal como Keropis desenvainaba su arma, yo hice lo propio con la mía...