Partida Rol por web

TRIGÉSIMO CUARTO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 7, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: POR LA TARDE. - CLIMA: CIELO GRIS. TEMPERATURA TEMPLADA.

Apareció por allí como un fantasma silencioso que arrastraba sus cadenas, apenas había sentido el hambre rasgar las paredes de su estómago en el transcurso de aquellas horas, no era raro, a veces te llega a pasar. El oscuro había tenido mucho tiempo para pensar y hablar con algún que otro miembro de la compañía, aunque no todo lo que acostumbraba. Se situó tras Barril y saludó escuetamente, casi forzado a cumplir el protocolo, más distraído que atento.

— Cabo, celebro tu vuelta. — Si había pizca de júbilo en él, era tan inexistente como el afecto de Serpiente por nadie más que sí mismo o tal vez, su serpentino acompañante.

La mención de una deuda no saldada devolvió al infante el total control. ¿Cómo había podido olvidar algo tan importante? La derrota de Dolor ante Derviche le costó una moneda de plata, ahora que volvía a tener recursos, estaba tardando en entregarla. Miró alrededor e incluso, se asomó fuera del lugar, con la clara intención de localizar a Caracabra. Se propuso entonces buscarlo tras terminar de comer.

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DÍA: 7, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: POR LA TARDE. - CLIMA: CIELO GRIS. TEMPERATURA TEMPLADA.

Rastrojo se paseaba, majestuoso, por el campamento. Parecía estar buscando a alguien.

Cieeeeelooooo... Cielitooooo... No te escondaaaaas...

Lo importante era que Barril le encontrara ocupado desde aquel momento hasta la reunión. Eso bastaría para que no pusiera a Rastrojo a entrenar. Si el chamán quería escaquearse, el caníbal psicópata de la cara pintada era el candidato principal.

Te encontré.

Su hallazgo no era el gran descubrimiento que quería creer: ni que fuera tan difícil encontrar a alguien en aquel pequeño campamento.

Hola, Cielo-dijo, acercándose; justo después dio un salto instintivo hacia atrás para no acercarse tanto que Cielo pudiera morderle-. En la reunión de este mediodía estuvimos hablando de ti. Eres un tipo bastante popular, ¿eh? Los "magos" vamos a pasar más tiempo contigo los próximos días, por nada en particular. Mmmmh... Si no has comido todavía, puedo volver cuando tengas el estómago lleno.

Lo importante eran las medidas preventivas. Con el estómago lleno, había menos posibilidades que Cielo entrara en un frenesí antropófago.

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A su regreso de la reunión, Ponzoña se mostraba serio y silencioso. Buscó con la mirada a Ballestero y cuando lo localizó, se dirigió hacia él.

-Hola, Ballestero. ¿Alguna novedad? ¿Algo reseñable que haya ocurrido en nuestra ausencia? -le preguntó, confiando en que nada hubiera roto la más que necesaria normalidad del Campamento-. Debo ir a la Tienda de Heridos. Quiero saber cómo evolucionan los heridos y debo hablar contigo de un par de cosas. Acompáñame. 

Con paso lento se encaminó, acompañado de su segundo, hasta la Tienda de Heridos, a la cual también se había dirigido Capitán. Empujó a un lado la tela que hacía las veces de puerta y entró. Esperaba que Plumilla estuviera allí para poder informarle. 

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Ballestero saludó. Usó, como otras tantas veces, el K'latha para hablar con el cabo. A pesar de lo incómodo que se sentía con ese lenguaje, que le dejaba la lengua como de trapo.

―"Señor. Todo normal, excepto que el nuevo patrón, el gordo, ha intentado cotillear sobre la compañía. Le he dicho... "

Mientras caminaban le iba dando cuenta.

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" ...que hable con Capitán. Sabe unas cuantas cosas de nuestro pasado, nuestra relación con el Señor del Dolor. Supongo que ha cotilleado con alguien más. Dice que por aquí el Señor del Dolor es conocido y respetado. Intento que todos roten en todos los trabajos. Hay alguna protesta, pero se va resolviendo."

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Ensimismado en sus pensamientos, no había reparado en que el Chamán Rastrojo se le había acercado para comentarle algo; en otras circunstancias, el detalle de que mantenía una cierta distancia habría sido... digamos que irritante, pero Cielo era más consciente que nadie de la situación, y le entendía perfectamente. De hecho, entendía que eso fuese la norma a partir de ese momento. De todos modos, habló con el debido respeto a alguien que tenía el poder de la magia.

-Gracias por el aviso, estaré disponible cuando lo consideréis oportuno. En cuanto a lo otro -se palmoteó el estómago, visiblemente hinchado- Aún estoy bastante lleno. De hecho, creo que estoy saciado para varios días; el mero hecho de pensar en comer... me asquea.

Que lo mismo era recuerdo de lo que había comido, más que sensación de hartazgo... En todo caso, no era su intención que aquello pareciese una chanza o similar, era la mera y objetiva realidad. Era consciente de que había ingerido una cantidad obscena de carne -humana-, más de la que cualquiera podría haber comido sin caer enfermo o, literalmente, reventado por dentro; desde luego, era una anomalía... con la que se temía que tendría que vivir.

Como un acto reflejo por pensar en comida... su lengua asomó y recorrió sus labios, como relamiéndose por recordar el festín de tampoco hacía tanto tiempo.

-No,... aún no hay hambre -Pensó en voz alta, tranquilizándose.

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-Has hecho bien -dijo a Ballestero en K´Hlata-. De ahora en adelante, este debe ser nuestro único idioma. El oscuro que hablamos es comprensible a sus oídos, no así nuestra lengua madre. O eso creemos. Me molesta pensar que haya soldados que hayan hablado con el gordo. La gente debería saber mantener la lengua quieta en sus bocas. ¿Tienes idea o sospechas de con quién ha podido hablar? ¿Con Grito quizás? -preguntó-. Se avecinan tiempos aún más complicados, Ballestero. Debemos reunir a los hostigadores para hablar con ellos. Quiero dar una serie de instrucciones y algo de información necesaria. Sí, tiempos difíciles. Oigo retumbar los truenos en el horizonte. 

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Analista se había refugiado en su tienda tras hablar con algunas personas. La voz de alarma ante la llegada de desconocidos le hizo salir de la misma para otear en la dirección indicada. El mugido de una vaca le hizo sonreír. Brasili había cumplido. Con agilidad y presteza se encaminó hacia los campesinos. 

-Buenas tardes -dijo a los campesinos-. Seguidme -les indicó para a continuación conducirles hasta los establos en los que estaban los caballos-. Dejad ahí el pienso y los útiles y poned a las vacas en el espacio libre. Ahora contadme todo lo que necesitamos saber acerca de los cuidados de estos animales. No es algo a lo que estemos acostumbrados -afirmó, para a continuación prestar atención a sus instrucciones. Cuando concluyeron, asintió-. Una pregunta. El ordeño diario, ¿una o dos veces? ¿Y cuántos litros pueden llegar a dar cada una de las vacas?

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Guepardo estuvo toda la mañana enfrascado en atender a los animales del establo, cepillándolos, dándoles de comer, hablándoles con palabras quedas en idioma k'hlata, procurando que Dolor observara cómo tratar con los cuadrúpedos mientras limpiaba el lugar, y procurando no mirar fuera, hacia la tienda de los inquisidores, y su lóbrego espectáculo de reanimados que rodeaban su ubicación.

Al mediodía, una vez cumplido con los animales de la cuadra, el jaguar comió con celeridad para así alejarse lo más posible de la tienda de Serpejo y Fadresh, yendo a uno de los extremos del campamento, al campo de entrenamiento, donde poder ejercitarse con su lanza, buscando nuevos movimientos y golpes que emplear con ella. Fue entonces cuando los mandos, después de un paseo de horas, volvieron.

El hostigador los observó, preguntándose de qué habrían hablado esta vez, pero fijándose cómo se tomaban que los muertos en combate del día anterior ahora montaban guardia en torno a la tienda de los seguidores del dios oscuro. No los vio alterarse ni que aquello les llamara la atención, como quien andando por el campo se cruza con una margarita, y aquello reforzó el sentimiento crítico del joven hacia parte de la Compañía, especialmente k'hlatas: aceptaban y normalizaban cosas que nunca debieran ser aceptables ni nunca uno debería acostumbrarse a ellas. Suspiró con resignación y volvió con su entrenamiento. Solo al rato, en un descanso, captó la presencia de campesinos y una hermosa vaca entrando por la puerta del campamento. Le hizo gracia ver aquella estampa y abandonando por un momento el entrenamiento se acercó a los visitantes para enterarse del por qué de su presencia.

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Durante dos o tres horas, los campesinos explicaron a Analista y a quien quiso acercarse para interesarse, como Dedos, Lagrimita o Guepardo, todo lo que había que saberse sobre el cuidado de las vacas.

Resultaba evidente incluso para ojos no expertos que los dos animales eran de la mejor raza. Si algún día había que sacrificarlas, sin duda darían los mejores filetes que la Compañía hubiera probado nunca.

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El mugido me alertó de que algo pasaba. Al mirar en dirección a la entrada del campamento veo como se acercan unos campesinos llevando unas vacas poco antes de que se de la voz de alerta.

Mi mirada viaja instintivamente hacia los guardias qué hay en torno a la tienda del inquisidor. Como alguno de ellos se dé cuenta... Especialmente me fijo en el eviscerado, ya que es el más evidente.

Me acerco hacia donde se han reunido los campesinos con Analista y algunos otros miembros de la compañía y me quedo escuchando sus explicaciones. En todo momento, "distraídamente", me sitúo entre los campesinos y la tienda del inquisidor, buscando entorpecer cualquier visión de los hombres que rodean la tienda para que no puedan precisar lo que ven.

Por otra parte reconozco que todo lo que dicen sobre el cuidado de las vacas me resulta realmente interesante, y le presto toda la atención posible. Además, como recluta es posible que me encarguen su cuidado.

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Poder volver a entrenar después de tanto tiempo en la cama es agradable. El aire fresco se vuelve para mí el mejor bálsamo posible, mientras voy haciendo pases con la lanza y el escudo en el campo de entrenamiento.

Observo mi portalanzas vacío y suspiro, el cabo dijo que me iba a dar lanzas para reponer las que perdí pero todavía no ha llegado el momento.

Hablando del Cabo, le veo que se dirige hacia la tienda de heridos. En cualquier caso yo ya no necesito estar ahí, pues mis heridas han sanado en gran medida gracias a la magia de Rastrojo así que no presto más atención y sigo con el entrenamiento.

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Se dedicó a escuchar cómo cuidar a las dos vacas traídas por los campesinos de Carnonegro. Eran bovinos parecidos a los que el pueblo jaguar, y sin duda otras tribus k'hlatas, pastoreaban de manera habitual. No obstante, a la vez, resultaban muy distintos. Para empezar mucho más rollizas y al parecer mucho más lácteas que sus parientes de la Gran Sabana. Más productivas. Pero también más consumidoras, necesitando diariamente mucho más pasto y agua que las de la sabana.

Acariciando el lomo de los mansos animales y observando cómo se extraía abundante leche de sus ubres, algo que debían hacer con frecuencia para alivio de los bóvidos. Sería interesante tratar con aquellas vacas y ver cómo podían aportar recursos a la Compañía.

- Gratitud - dijo el hostigador a los asustadizos ganaderos nidaleses. En ese momento Guepardo fue llevado aparte por un presente Analista, junto a otros miembros de la Compañía, y dejando a los animales siguió al cronista para ver qué deseaba.

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Qué rápido me quiere despachar, se pone a disposición de los magos, pero usa el futuro verbal, como intentando posponerlo lo máximo posible. Pues no, cara de hez, vas a tener que aguantarme aquí y ahora.

Estupendo, me alegra oír eso. Bien, Cielo. Lo primero que necesitamos saber es si el disparador de tus episodios es la falta de paciencia. Necesito que pienses en la persona más exasperante que hayas conocido. ¿Ya sabes quién es? ¿Ya le pones cara, Cielo? ¿Eh, eh? Una persona realmente exasperante, que te saque de quicio-dio un codazo cómplice a Cielo-. ¿Eh, eh? ¿Ya lo tienes? Pero mira que tiene que caerte realmente gordo, ¿vale? No basta con que te saque de quicio un poquito, ¿lo entiendes? Cómo lo vas a entender. Imagina que estás tumbado en una playa tranquila, pues ahí está él. Pasa a tu lado, la arena salta con sus pisadas y te salpica. Te cae en la cara. Una arenilla se cuela en la comisura del ojo y por mucho que frotas no sale. Se cuela arena en tu bocaza enorme, y notas el sabor, o más bien la textura. Se te queda pegada a los dientes. Tratas de limpiar los incisivos con el dedo, y entonces hace un sonido, ñic, ñic. ¿No es molesto? ¿No es molesto, Cielo? Ñïc, ñic, ñic, no para. ¿Lo escuchas, Cielo? Ñic, ñic, ñic... Oh, qué molesto. Y esa persona exasperante vuelve a pasar a tu lado, hala, más arena. Más ñic, ñic, ñic. Ñic, ñic, ñic... La arena está rascando la cobertura de tus dientes. Está creando surcos. Ñic, ñic, ñic. No sé cómo puedes aturarlo. Ñic, ñic. Qué grima. Aunque pares de frotar, el sonido desagradable se ha quedado grabado en tu oído. Ñic, ñic. Ñic, ñic, ñic.

Rastrojo cogió un puñado de tierra y se lo tiró a Cielo en la cara.

Ñic, ñic, ñic. Ñic, ñic, ñic, ñic...

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No entendía, sinceramente, no entendía a lo que se refería Chamán Rastrojo... él nunca había ido a la playa, ni se había tumbado en la orilla, ni siquiera de un lago; jamás se le había ocurrido que aquello pudiese resultar relajante en modo alguno, pues era sabido que las orillas de los cursos de agua eran unos de los lugares más peligrosos, ya que los cazadores pueden acechar a las presas que, inocentemente, fuesen a hacer lo que decía el Mago, tumbarse a perder el tiempo con la guardia baja.

No, no lo entendía, como que alguien pasease orilla arriba, orilla abajo, intentando fastidiar a base de salpicar con arena... alguien de la Sabana no haría tal cosa, pues un cocodrilo podría salir del agua para arrancarle una pierna por hacer el tonto. Las historias con las que les aleccionaban de pequeños procuraban conseguir que estuviesen con la guardia alta en lugares como el que describía Chamán Rastrojo, por mucho que, amablemente, se empeñase en intentar explicarlo mediante el uso de la arena, cosa que agradeció en su fuero interno Cielo, ya que denotaba el esfuerzo del Mago por hacerse entender...

Tras unos momentos, Cielo recordó la primera parte de lo que estaba contándole Rastrojo, que seguía haciendo ruidos raros y dando vueltas alrededor suyo, cual mosca cojonera, mientras tiraba arena...

-¡Ah! ¡Te entiendo! Te refieres a lo que provocó que.... bueno, eso. -Le había costado un rato.

-No, no es la falta de paciencia; un cazador impaciente se muere de hambre. Aprendes eso desde crío, a esperar y a mantenerte en calma. Simplemente, en medio de la batalla... Recuerdo estar sobre una bala de paja, y también, no sé por qué, no tenía la lanza en la mano, creo que intenté arrastrar a alguien y por eso me desarmé. El caso es que tenía un enemigo enfrente, más o menos... sí, como a la distancia a la que estás de mí, y para no darle ocasión de atacarme, me lancé a luchar con las manos desnudas. Luego todo pasó rápido... Recuerdo haberle dado una dentellada, pero no sé a qué zona, y luego... ya no recuerdo tener el control de lo que hacía.

Se paró unos momentos... Chamán Rastrojo seguía con un " Ñic, ñic. Ñic, ñic, ñic. "; de fondo, unas vacas mugían... no, de fondo no, cerca, de hecho, en el campamento. También se veía a aquellos que deberían estar muertos, andando alrededor de la Tienda del Inquisidor. Curioso. Pese a que estaba nublado, hacía buena tarde. " Ñic, ñic. Ñic, ñic, ñic. "

La larga lengua asomó y repasó la cara de Cielo, limpiándola de arenilla, y entreteniéndose un poco en los lagrimales, antes de volver al interior de la boca, tras lo cual se noto que el guerrero trababa algo, quizá la propia arenilla, mientras, impertérrito, mantenía un gesto de reflexión. Sí, estaba dando vueltas a lo que le había dicho el Segundo Mago, y... no ,no podía ser eso; él procuraba mantener siempre el control... desde hacía mucho tiempo... Lo había perdido por un momento, en el fragor de la lucha.

-No, no es por falta de paciencia, definitivamente. Fue por algo derivado de la lucha, surgió en el ardor del combate cuerpo a cuerpo, cuando tuve que recurrir incluso a los dientes al luchar a muerte. Pero tengo que pensar seriamente en ello. Perder la paciencia y perder el control... son cosas que siempre he evitado. Si eres impulsivo donde mi crié... sueles morir joven.

Miró interesado al Chamán Rastrojo, era encomiable el esfuerzo que estaba dedicando a explicar más allá de las meras palabras algo sumamente profundo. Desde luego, era alguien entregado a su trabajo, y por ello, digno del respeto que todos le proferían.

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―Tengo una idea de cómo se ha enterado, señor. He sido discreto también al respecto de eso, porque creo que la moral está baja. Todos los hostigadores se han enterado perfectamente de que deben ser todavía más discretos que yo. Si me sigue. No habrá problemas.

Por otro lado, señor. Estoy inquieto. Cada vez somos menos. Deberíamos reclutar. Así los hombres tendrán mejor ánimo.

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—Yo sssí que lo encuentrrro molesssto...

La voz de Keropis llegó desde la espalda de Rastrojo. El eremita había dejado de lanzar tajos al muñeco de madera y paja para acercarse a la pareja de mercenarios. De su brazo colgaba el escudo y llevaba empuñado el kopesh.

—No sssé sssi podrrría perrrderrr el contrrrol... —susurró acercándose al mestizo hasta que la máscara mortuoria quedó a escasas pulgadas de la nuca del mago—. Perrro no nosss gussstarrría que perrrdierrra el contrrrol... La última vez casssi decapité a un herrrmano...

La punta del kopesh subió hasta quedar cerca de la oreja de Rastrojo.

—Mi sssagrrrado kopesh ssse cubrrrió de sssangrrre... ¿Puedesss verrrla? —Los murmullos se sucedían como un runrún áspero y desagradable, mientras los refulgentes ojos del Guardián de los Muertos no se apartaban ni por un instante del Segundo Mago—. Ahí, entrrre la herrrumbrrre... No querrrrás que pierrrda el contrrrol...

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Frontera sirvió su parte del rancho al Cabo Barril y asintió.

—Tiene razón, Cabo. No se me olvida mi deuda, es sólo que como hemos tenido tanto jaleo últimamente, no he encontrado el momento, o cuando he tenido el momento, no estaba usted disponible. Después le busco y le doy sus platas.

Siguió repartiendo las últimas raciones del rancho a los pocos rezagados aparte de la plana mayor que no habían comido ya.

Un tiempo después, llegaron unos campesinos al campamento trayendo un par de vacas lecheras. Frontera se quedó embelesado, hacía mucho tiempo que no veía unas vacas tan lozanas. Se dio cuenta entonces de que unos campesinos entrando podría suponer algún problema si se fijaban en los guardaespaldas no-muertos de los Inquisidores, así que "sin querer" armó un estruendo con unas ollas y unos cucharones "que se le cayeron al suelo", llamando así la atención de los villanos. Además, con lo racista que era la gente de por aquí, seguro que después de mirar qué había sido aquel escándalo, se quedaban mirándole, como si un k'hlata fuera algún tipo de monstruo... Pues tenían unos cuantos para elegir en el campamento.

Les dirigieron al establo y vio entrar a Analista y a otros Hermanos, así que habiendo terminando sus tareas, se dirigió allí también a ver qué se cocía y si podía aprender algo sobre las vacas.

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La diligencia de Rastrojo a la hora de cumplir con el que se suponía que era su nuevo deber podía haberme sorprendido si no intuyera que había otras razones para la rapidez con la que se había encaminado a interrogar a Cielo. Fuera como fuera, aunque no confiara en exceso en sus motivaciones, podía seguir resultando útil lo que estaba haciendo.

- Segundo Mago Rastrojo- llamé su atención. - Espero un informe de tu entrevista con Cielo para antes de la próxima reunión, que, por cierto, creo que era esta misma noche. Espero que tengas tiempo. Por si acaso, no obstante, mi pequeña compañera te seguirá para evitar que se pierda información en el proceso. Lo normal, vamos - añadí sonriendo tras dejar descender la víbora al suelo. - En cualquier caso, Cielo, espero que a pesar de los increíbles esfuerzos necesarios para atender a mi compañero del Cuadro de Magos, no te importe que más tarde conduzca yo una entrevista similar. Y si te importa, me da igual, en esta vida no siempre tenemos lo que queremos... Por cierto, Keropis, ya que estás aquí, tú y yo tenemos algo de lo que hablar. Cuando quieras. No corre excesiva prisa.

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Salvado por la campana, Serpiente se había entrometido entre Keropis y Rastrojo justo a tiempo... para Keropis.

Si crees que me vas a intimidar como hiciste con Chamán Rojo, aliento de tumba, piénsatelo dos veces-le susurró a Keropis en las narices-. Si aún me guardas rencor por recomendar tu ejecución, madura y supéralo.

¿Había dado en la diana? ¿Hurgado en la herida? Ni siquiera estaba seguro de que Keropis sintiera remordimientos por lo que hizo a Chamán Rojo. El otro chamán, el verdadero con título oficial homologado, se dio media vuelta por el lado en el que el khopesh no acechaba, dejó sus espaldas al descubierto. Era como si le hubiese tendido una trampa a Keropis, como si estuviera dispuesto a sacrificarse como cebo para que, por volver a herir a un Hermano Juramentaro, Keropis no pudiera escapar del castigo esta vez.

Todo bien, Mago Serpiente. Ya terminé de hablar con Cielo. Tendrás el informe de mis primeras impresiones luego, como pides.

Rastrojo puso la mano en el hombro de Cielo. Los que conocían al chamán sabían que él no era muy dado al contacto físico.

Bien hecho, Cielo. Seguiremos monitorizándote, todo saldrá bien.

Se alejó de allí con la cabeza bien alta. No marchó hacia su tienda de campaña, como sería habitual. En lugar de ello, rodeó la esquina de los establos y desapareció tras ella.

Mierda, casi me cago encima. Pensé que Keropis iba a matarme. Si no llega a estar Serpiente delante, ni le habría hablado así. La madre que lo hizo, menudo cafre. No sé cómo Barril es capaz de hablar intimidatoriamente a todo el mundo, ya solo hablar a Keropis sin que me temblara la voz, con la espada rara al lado del cuello... Joder, qué miedo.

Mientras se apoyaba en la pared para no desplomarse del susto, y se agarraba el pecho para evitar que su corazón palpitante le saltara del pecho, vio a la culebrilla de Serpiente a sus pies.

¿Qué miras? Deja de juzgarme, vil reptil. Como los Espíritus me den poder para transformarme en mangosta, te devoro viva.