Partida Rol por web

La joven elfa miró alrededor para ver como estaba la situación, parecía que tenían la batalla a su favor pero los arqueros podían seguir haciendo mucho daño por lo que decidió atacar a estos. En seguida fijo su objetivo, tensó su arco y lanzó su flecha. Pese a que estaba escondido la flecha impactó en él dándole muerte.

¿A quien dispara Wuenipa?

1 - Thorin

2 - Sigmund

3 - Oliver

4 - Liozard

5 - Lihem

6 - Nae

7 - Aeldar

8 - Aran

Wuenipa alzó las manos estirando los brazos hacia el cielo. Su piel adquirió cierto brillo metálico mientras contrajo los brazos. De pronto los estiró de forma repentina hacia el centro de la sala, en dirección a Thorin y de la punta de sus dedos salió un brillante rayo blanco azulado.

Thorin se giró justo en el intante en el que un rayo le impactó en el pecho. De pronto se le nubló la vista, y lo último que vió fué la cara de asombro de Picco. Cayó de rodillas con el hacha aún entre sus manos. Todo se volvió blanco y pronto sintió el frio marmol del suelo firmemente pegado a su rostro. El enano se desmayó con un pitido en los oidos, sin poder ver ni escuchar nada mas.

Un destello súbito inundó todo el gran salón y atrajo la atención de todos los presentes. Un rayo azulado había salido de los dedos de Wuenipa y había atravesado la estancia hasta la posición de Thorin que cayó al suelo desmayado.

Unos instantes antes, Liozard escrutaba a su rival mágica desde la profundidad de su inescrutable mirada. La hechicera comenzó entonces a realizar estudiados movimientos zigzagueantes. El mago centró su esfuerzo en leer aquellos movimientos e interpretar cual sería su siguiente acción. Su sorpresa fue mayúscula cuando la mujer dirigió sus dedos hacia el enano y le lanzó un poderoso relámpago mágico.

La reacción de Liozard fue inmediata e instintiva, y su hechizo de "disipar magia" a punto estuvo de no llegar a tiempo. A pesar de haber detenido gran parte de la descarga, el enano había sufrido parte de esta, y se había caído hacia atrás y había perdido la consciencia momentáneamente. Para consuelo de todos, el enano se repuso y se sentó frotándose la cabeza desorientado.

- ¡Al mago! -gritó Wuenipa al ver que su hechizo había fracasado.

El arquero situado a la izquierda armó su arco y sin más miramientos disparó con decisión hacia Liozard. La distancia era mayúscula y el mago se encontraba parcialmente cubierto, aún así la flecha alcanzó al mago en una pierna provocándole un rascazo por el que empezó a sangrar ligeramente. El anciano dio un respingo por la sorpresa y el inesperado dolor, pero no perdió la concentración y continuó observando la batalla preparando su siguiente acción.

En pie y sin pensar en el dolor gracias al fragor de la batalla y la adrenalina que ello comportaba, Sigmund se lanza a por uno de los lanceros intactos.

-Argh! Áran hay que avanzar y acabar con la maga! - En medio de su grito el guerrero ejecuto un experto movimiento hacia el cuello del lancero decapitándolo gracias al ataque del mandoble casi perfecto.

Aprovechando que la cabeza caía al suelo volvió a rugir para infundir miedo en los adversarios y coraje en los compañeros - No os detengáis! Están cayendo a buen ritmo, no resistirán mucho!

El último lancero que quedaba en pie se acercó a Thorin con su arma en todo lo alto. Consciente de que la batalla estaba prácticamente perdida atacó a la desesperada y gracias a su repentina agresividad logró sorprender al enano y superar sus defensas clavando la punta de su lanza cerca de su pecho. Por fortuna, la cota de escamas impidió al lancero profundizar en la herida, haciendo que esta fuera únicamente superficial. A pesar de todo, el dolor hizo retroceder a Thorin que observó furioso a su adversario.

Una lágrima asomó en la comisura de los ojos de Wuenipa al contemplar el caos que la rodeaba. Sus compañeros y amigos perdían la vida bajo el temible ataque de sus rivales. Los arqueros habían tirado sus arcos, desenfundando sus espadas cortas con la única intención de protegerla a ella, sin embargo, eran conscientes de que resultaba inútil.

- Glen... -susurró con un lamento ahogado al ver cómo uno de sus compañeros era ensartado por una espada enemiga.

Ya no volvería a hablar. Ya no volvería a abarazar a su hijo, el pequeño Renall.

Wuenipa se repuso de aquella sensación. La derrota era inminente y su muerte inevitable, pues la poca vida que le quedaba sería pronto segada por los afilados filos de sus espadas. Consciente de su destino, y obligada por la responsabilidad de evitar que aquellos intrusos se adentraran en el templo, Wuenipa creó a su alrededor un escudo temporal impenetrable, y cuando éste fue estable, comenzó a invocar lo que sería su último hechizo.

Todos vieron como la mujer salía de detrás de la columna que la protegía, exponiéndose a la mirada de todos los presentes. Con el rostro sereno, y el dedo índice estirado hacia el techo ante su rostro comenzó a generar un pequeño punto de luz verde titilante mientras caminaba hacia el centro de la sala.

Una flecha surcó el aire desde la posición de Aeldar pero en lugar de impactar contra el cuerpo de la hechicera como aparentaba, el proyectil salió despedido con una fuerza inusual hacia el suelo, donde se deshizo en múltiples astillas.

Todos contemplaron boquiabiertos a Wuenipa avanzar con calma, no obstante, era Liozard el que parecía más afectado por lo que estaba contemplando.

- No puede ser... -murmuraba estupefacto.

Fueron largos segundos los que el mago tardó en reaccionar pero cuando lo hizo, comenzó a gritar fuera de sí.

- ¡Hay que terminar con ella! ¡Está invocando el "Cataclismo de los primeros tiempos"! ¡Acabad con ella o corred! ¡Todo Willem explotará por los aires!

El mago generó una bola de fuego entre sus manos y la lanzó contra el escudo de la hechicera. Al igual que había ocurrido con la flecha, la bola salió desprendida y alcanzó una de las columnas centrales desprendiendo parte de su cobertura.

La mujer continuaba su calmado andar con los ojos entrecerrados a medida que el punto de luz verde comenzaba a cobrar intensidad. Alcanzó el centro de la sala y su pelo comenzó a agitarse como impulsado por una extraña brisa.

Los diferentes intentos de todos los que se encontraban allí fueron inútiles y todos ellos fueron repelidos con violencia por el escudo que protegía a la hechicera. De pronto, Liozard, gritó a todos sus compañeros.

- ¡Apartaos!

Agitando violentamente los brazos, pequeñas volutas de un extraño brillo surgieron por toda la sala, y una a una se reunieron junto a las manos de Liozard generando una extraña masa azulada. Con un curioso cántico ahogado, el mago extendió las manos y una repentina oleada de energía fue proyectada hacia el escudo de la maga. La fuerza del impacto fue tal, que la energía rebotada chocó contra las paredes de la sala, haciéndola temblar hasta sus cimientos. Liozard cayó al suelo rendido y agotado mientras trozos de las bóvedas comenzaban a caer desde lo alto haciéndose añicos contra el suelo. La estabilidad de la construcción  se vio seriamente amenazada. Todos intentaron refugiarse en el pasillo circundante mientras el centro se veía asolado por la luvia de bloques de roca.

Wuenipa había abierto los ojos y la boca aparentemente poseída por una especie de fuerza. El cataclismo era inminente.

De pronto, una de las ocho columnas centrales, perdió el equilibrio que la mantenía en pie, y poco a poco se fue inclinándo hasta que cayó como un peso muerto. Tras ella, prácticamente la mitad de las piedras que formaban la bóveda central, se desprendieron y cayeron también sobre la posición de Wuenipa, que emitió un sonoro gemido cuando esto ocurrió. Así mismo, numerosas piedras comenzaron a caer aquí y allá descontroladamente. Los compañeros que se encontraban cerca del centro de la sala corrieron a uno de los laterales para ponerse a cubierto. Oliver, Sigmund y Thorin lograron ponerse a cubierto a tiempo, sin embargo, Picco y Aran fueron alcanzados por pequeños trozos de roca desprendidos y sufrieron fuertes magulladuras en la espalda, los hombros y los brazos con los que se cubrieron la cabeza. Lihem y Sigmund tuvieron menos suerte y varias rocas algo más grandes les golpearon en el hombro y en la espalda de forma violenta provocándoles un profundos dolor que persistiría durante días.

Finalmente todos lograron ponerse a cubierto en el pasillo lateral, donde los continuos arcos parecían sostener con eficacia el techo sobre sus cabezas.