Partida Rol por web

Coriander miró al tiflin un instante, desconcertada. Debía haber supuesto que Kevveon hablaba ese idioma, pero por alguna razón se le olvidó que podían entenderla ya que era algo que no solía pasar.

-Gracias, supongo... Deberías encontrarte mejor.

El grupo siguió su camino, y Coriander, con la lección aprendida, entró en el espacio abierto pero se quedó cerca de la pared. Al mover las manos una plancha de cristal brillante apareció durante un instante frente a ella para después volverse invisible.

Ioseph se aproximó hacia el enano enfurecido lo suficiente para poder detenerle si intentaba cualquier cosa. Se concentró brevemente para tratar de detectar algún rastro de maldad o corrupción en él.

-No queremos hacerte daño -aseguró, sin darse cuenta de lo poco convincente que sonaba-. Sólo estamos perdidos. Suelta la ballesta, ¿de acuerdo?

Ioseph se dio cuenta de que aquel hombre era malvado. Con un chillido aterrador, el enano se intentó evitarle mientras decía:

-¡¡NO ME ATRAPARÉIS!! ¡¡HABÉIS ESTADO PERSIGUIÉNDOME TODO ESTE TIEMPO, PERO ME HE HECHO FUERTE!! ¡¡NO QUISISTEIS ACEPTAR MIS EXPERIMENTOS PORQUE LOS CONSIDERÁBAIS PELIGROSOS, PERO SI ME HUBIERAIS HECHO CASO HABRÍAMOS CONSEGUIDO GRANDES COSAS!!

Intentó detenerle, pero el enano se escapó de su alcance antes de que pudiera golpearle.

El enano se movió hacia un lado rápidamente y señaló al paladín. Pronunció unas ásperas palabras y de la punta del dedo surgió un proyectil de luz que atravesó la armadura de Ioseph a la altura del hombro dejando un agujero humeante.

Cargó su ballesta y apuntó. El enano enloquecido sabía algo de magia y eso en su aparente estado de locura podía ser peligroso. Había que acabar con él lo antes posible.

El virote le impacto pero no parecía haberle hecho el suficiente daño. 

Avancé hasta ponerme a la par de Ioseph, cargué una flecha y disparé sin pensármelo demasiado. Por suerte, el ataque acertó. Una sonrisa apareció en mi rostro al ver como impactaba en el objetivo. Mis reflejos no se habían deteriorado tanto como pensaba.

Anevia avanzó y, como siempre, tensó el arco y trató de dar al enano, pero la flecha se perdió en la oscuridad sin hacerle ningún daño.

Coriander avanzó volviendo a gesticular apresuradamente y sus compañeros escucharon palabras que les sonaban familiares.

El enano cayó dormido sin remisión.

Arioch corrió hacia el enano dormido dejando la guja atrás y con su daga en la mano. Pateó la ballesta y le arrebató los componentes para los conjuros y cualquier otra cosa a la vista que le pareciese que pudiera usar contra ellos.

-¡Ayudadme! Tengo unos grilletes en la mochila -dijo, atento por si el enano se despertaba.

Fue corriendo a por los grilletes aunque la idea no le hacía mucha gracia. 

-¿Estás seguro que queréis dejarle vivo? Ya has visto de lo que es capaz, puede volverse contra nosotros cuando menos nos lo esperemos?

Le tendió los grilletes a Ioseph y siguió apuntando al enano para, a la mínima resistencia por su parte, disparar.

Avancé y se coloqué detrás de Ioseph con una flecha aún cargada en su arco. No quería dejar a aquel enano con vida después de lo que había visto. Era claramente un demente, su mente había sido nublada tiempo atrás. No había nada que hacer por él.

-Creo que lo mejor es acabar con él, tanto para él como para nosotros. Sería casi como un acto de compasión.

Coriander preparó uno de us hechizos y se agachó para poner una mano sobre el enano en caso de que se despertase.

El enano se despertó de golpe.

-¡¡¡AAAAAARGH!!! ¡¡MALDITOS BASTARDOS!! ¡¡NO ME COGERÉIS CON VIDA, CABRONES DE MIERDA!! -comenzó a vociferar.

Coriander lanzó su hechizo de Toque de fatiga y el enano dejó de vociferar tan fuerte, pero aún jadeando trató de zafarse.

-No puede conjurar ni esgrimir un arma en estas condiciones. Está indefenso. Y no vamos a matar a un hombre indefenso, aunque haya perdido la razón -dijo, mientras ajustaba los grilletes en torno a las muñecas del enano. La idea de ejecutarle le repugnaba, pero no le gustaba que le gritasen a la cara. Clavó la rodilla en el pecho del loco para que no se le escurriese y sintió un aguijonazo de dolor en el hombro, allí donde le había herido el conjuro-. ¡Tranquilízate! Estate quieto, ¡no queremos hacerte daño! ¡Agh, cállate ya!