Partida Rol por web

Kevveon avanzó a su vez y disparó al mestizo con su ballesta. Fue una lástima que su virote se perdiera en la nada.

Ioseph retrocedió de nuevo para enfrentarse al mestizo que quedaba, pero se tropezó con Cage y falló su ataque.

Con nervio, la bruja cargó de nuevo la ballesta y disparó por última vez al mestizo. Lo mató de un virotazo en el pecho que atravesó la armadura. Volvió a cargarla, por si acaso. Habían dado la alarma.

-No deberíamos tardar demasiado en recuperarnos y seguir -advirtió el elfo-. Seguro que saben que estamos aquí y que se están preparando.

Asentí a Aravashnial. Tiene razón, cuanto más tiempo les demos mejor podrán prepararse. Esto puede llegar a complicarse.... No sabemos cuantos son, será mejor no dejar que se agrupen.

Ioseph se volvió hacia los demás, blanco como la leche. Nunca había matado a nadie. En realidad aún no lo había hecho, pero había participado en una pelea que había terminado con sus adversarios muertos, lo que venía a ser lo mismo.

No había escuchado apenas a sus compañeros. Asintió distraídamente sin saber a qué le decía que sí y esperó a que se pusieran en marcha.

Anevia renqueó hacia sus compañeros de infortunios, había comprado un carcaj con flechas en Neatholm y estaba deseosa de ayudar por una vez, pero todo había transcurrido demasiado rápido.

  —Aravashnial tiene razón... al menos en esto. — se mostró de acuerdo con el félido —debemos seguir, no os preocupéis por mí, yo os iré alcanzando, Ioseph puede avanz...— su voz murió en su garganta al volverse hacia el paladín. —¿Qué ocurre?

Ioseph parpadeó lentamente y se obligó a prestar atención. Había más mestizos traidores por delante, más cultistas demoníacos. Si quería volver a ver la luz del sol no podía flaquear.

-Nada -respondió. La convicción que le faltaba en la voz la compensó recuperando un poco el color-. No, nada. Vamos... Vamos a seguir.

Se llevó la mano al hombro, donde le había herido el enano, y suspiró aliviado al sentir el dolor desaparecer. Shelyn no le había vuelto la espalda. Limpió el filo de la guja en la ropa de uno de los caídos y avanzó hacia la siguiente estancia.

El Tiflin interpretó el rostro del paladín. Él mismo había sentido algo parecido. No se trataba de monstruos ni animales salvajes, era otra cosa, pero el deber de hacer las cosas correctamente era superior al sentimiento personal de lo que era bueno o malo. Así era esta lucha.

-Maese Merrion, debemos de hacer lo correcto, aunque nos duela- No añadió nada más y siguió avanzando.

Miré con curiosidad al paladín. No me esperaba tal cosa de alguien que había demostrado semejante destreza en la batalla. No dije nada, simplemente fingí que no me enteraba de lo que pasaba y fui a recoger las flechas para ver si alguna era servible mientras el joven se recuperaba.

Cuando abrieron la puerta se encontraron con una sala iluminada por una hoguera mortecina en el extremo norte de la habitación, en torno a la cual se arremolinaban diez sacos de dormir raídos cubiertos con pelaje de animales. De las paredes pendían varias pieles tratadas para parecer lienzos donde se habían pintado escenas de mestizos matando criaturas de las cavernas.

En mitad de la habitación había un mestizo vestido con armadura y una clava, nada sorprendido por la aparición del grupo. El otro acababa de abrir una puerta que daba a una habitación pequeña y oscura de la que provenía un hedor a carne seca.

-¡Los intrusos están aquí! -gritó el de la puerta-. ¡Necesitamos refuerzos!

Anevia se había arrastrado detrás de los demás, la pierna era puro fuego, pero a la mierda si abandonaba ahora. No había abandonado en Nisroth, no abandonó en Timon, no abandonó a Beth... bueno, Beth no la había abandonado a ella. 

Así que entró en la habitación la primera, si había que llevarse un golpe, se lo llevaría ella. Su roto cuerpo lo aguantaría. Lo de los diez sacos no presagiaba nada bueno, ¡diez enemigos! Y estaban al caer. Seguro que no podían con todos. La mujer levantó el arco. La flecha, hecha de algún tipo de madera de las profundidades, tembló, no había golpeado una sola vez a ningún enemigo en toda aquella pesadilla, las paredes se le hicieron pequeñas. El aire hedía a mestizo ¿Y si el paladín había visto algo en las criaturas, y si...? todo se ralentizó.

 —No seas idiota. Apunta al pecho, siempre te sale el tiro alto. Hazlo como sabes. Inspira y suelta.

Los demás entraban en la sala, preparados, ignorando a la sobresaltada Anevia. Inspiró y apretó el ástil de la flecha. Disparó.

La flecha se clavó en la boca del mestizo, saliendo por la nuca entre un surtidor de sangre.

— ¿Has visto? ¿Tienes que imaginarte mi voz para poder seguir adelante? Pues es tuya. Estoy detrás de la siguiente puerta, y si no, de la siguiente.

El combate se reanudó. —Joer, Beth, una cosa...

— ¿Qué?

—No estés muerta.

Entré después de Anevia con el rostro cubierto hasta los ojos por mi bufanda roja. No dudé ni un instante, eran enemigos. Un enemigo muerto era un problema menos, así que cargué una flecha en mi arco y me dispuse a disparar al mestizo que se encontraba más cerca de Anevia.

La flecha voló hasta su pecho, clavándose en uno de los pulmones. Una sonrisa apareció en su rostro.

De la puerta abierta surgió un lagarto grande como un pony, de escamas pálidas y ojos rosas, denotando su condición de reptil albino acostumbrado a la oscuridad de las cavernas. Tras olfatear sacando la lengua entre los dientes, el reptil atacó de inmediato contra su presa más cercana: Ioseph. Las mandíbulas del lagarto se cerraron sobre su brazo como un cepo; sus dientes segregaron una sustancia que hedía a veneno.

Coriander se aventuró en la habitación junto con el resto al escuchar los gritos encontrándose al lagarto albino casi de bruces y a Ioshep a punto de ser mordido. La bruja tardó un momento en reaccionar, pero tan pronto pudo hacerlo hizo un repaso mental de sus hechizos y lanzó al monstruo una bola grande y pegajosa que se generó en el aire junto a sus manos.

Los filamentos de telaraña se extendieron por las patas y cabeza del lagarto, obligándolo a soltar su presa sobre Ioseph y manteniéndolo enredado y sujeto al suelo. Rugió, molesto, y trató de liberarse en vano.

Ioseph aulló de dolor y dio un fuerte tirón con el brazo al tiempo que Coriander lanzaba su hechizo. Se desgarró aún más el brazo, que tuvo que curarse para poder sostener la guja. Clavó la hoja en el cuello del lagarto, contento a pesar del dolor de tener un adversario sin inteligencia al que enfrentarse.

Kevveon aprovechó que el lagarto estaba desprevenido para situarse frente al mestizo que quedaba y dejar volar el arma que le habían prestado hasta su cabeza. El lucero del alba giró en el aire hasta su cráneo y se lo reventó. El mestizo cayó al suelo entre gorgoteos. El lucero regresó a la mano del tiflin, que sintió su vibración mágica. Y con esto cumplían la promesa.

Anevia contempló como habían terminado en un instante con los dos mestizos, pero todavía estaba vivo el violento lagarto, así que mantuvo el arco sujeto con la mano izquierda, giró hacia la criatura y disparó.

La primera flecha se clavó entre las patas de la criatura, pero la segunda se incrustó entre los músculos de las piernas. 

La mujer estaba recuperando sus habilidades y sensaciones, su equilibrio con una pierna rota era diferente, pero estaba consiguiendo compensar los tiros. 

Todavía hasta saldrían de esta.