Partida Rol por web

Como advirtió Cornelius, Novokovo es una comunidad pequeña. Por la cantidad de casas que observáis a la distancia, tiene que tener una población de entre 500 y 800 personas. Las viviendas son de madera y parecen acogedoras, aunque no hay grandes estructuras a la vista. Muy cerca están los campos de cultivo y el cementerio.

Llegáis hacia el mediodía. Resulta extraño cómo, a medida que os acercáis, el clima se enrarece y la temperatura desciende. Un frío invernal lo envuelve todo, como si la primavera no alcanzara a Novokovo. Más inquietante aún es el manto de neblina a ras del suelo. Los jirones de niebla se enroscan en torno a los cascos de vuestros caballos y se extienden por toda la aldea. El cielo está cubierto por nubarrones grises y negruzcos.

Nadie os recibe. Un rápido vistazo por la amplia calle principal devela el porqué: la atención del pueblo está puesta en otra cosa. En la plaza mayor de la aldea hay una turba furiosa, armada con antorchas, azadas, picas, palos y horquetas. Son unos cincuenta campesinos gritando improperios frente a un edificio.

—¡Que salga el alcalde! —gritan—. ¡Que salga el alcalde YA!

Cuatro guardias con mosquetes los contienen a duras penas para que no ingresen a la vivienda por la fuerza.

—¡Queremos ver al alcalde Minsky! —grita una mujer.

—¡Esto no puede seguir así! —vocifera un joven.

—¡Mi familia está pasando HAMBRE! —exclama otro.

—¿¡Pero es que nadie va a pensar en los niños!?

—¡Atrás! —grita un guardia—. ¡No se permite el paso! ¡El alcalde ha dicho que hablará más tarde! ¡Atrás! ¡Atrás!

Un hombretón de unos cuarenta años, provisto de un vozarrón ronco, se hace oír entre los demás:

—¡Que Minsky dé la puta cara de una vez por todas! ¡Si Minsky hace lo que le dictan sus santos cojones, entonces yo también! ¡NO PAGARÉ MÁS IMPUESTOS HASTA QUE LA BRUJA SEA COLGADA!

Los otros campesinos lo aplauden.

—¡Llevamos tres meses así! ¡TRES MESES ACOSADOS POR BRUJERÍA! ¡Si Minsky no tiene huevos para hacer lo que hay que hacer, NOSOTROS lo haremos! ¡Y si alguno de mis hijos muere de hambre, JURO POR FENRE que el ayuntamiento va a ARDER!

Evidentemente, este hombre se ha convertido en el improvisado líder de la turba.

El profesor Kotzträppus se abrió paso entre la multitud, llamó la atención de aquel hombre al que llamaban Erik que parecía encabezar el grupo y descabalgó frente a él con medida calma.

Comprobó con sorpresa que sus manos y pies estaban ateridos de frío, y en los pliegues de su sayo se acumulaban pequeños depositos de escarcha aquí y allá. Jirones de neblina espesa se enredaban en los pies hasta los tobillos.

- Soy Cornelius Kosträppus - el vaho salió de su boca cuando se dirigió al hombre de manera cortés y hablando con un tono más bajo de lo normal, tratando así de obligar a aquella muchedumbre a prestarle atención. El aldeano parecía un muro ante el frágil erudito, que se mostraba humilde pero investido de autoridad.

- La gravedad de los asuntos que están afectando a las gentes de Novokovo no es ajena a la Alta Inquisidora, que nos ha enviado a mis compañeros y a mí para esclarecer los hechos que suceden aquí y evaluar la ayuda que sus familias necesitan.

- Para poder comenzar nuestra labor cuanto antes es necesario que nos permitan interrogar al alcalde Minsky, no hay tiempo que perder, se lo ruego, permítanos pasar y colaboren en nuestra investigación, por la gracia de Fenre.

Ser Gherim van Wayden emerge como una amenazadora sombra imbuida en púrpura y plata tras el hermano Cornelius, aún a lomos de su yegua albina.

—Silencio —reclama el Ejecutor clavando los espolones esmeralda que son sus ojos en el que aparenta ser líder de la turba. Su mirada recorre durante un instante a cada iracundo campesino que compone esa suerte de muchedumbre que asedia la casa consistorial antes de regresar al que ejerce de cabecilla.

—No es a ti a quien corresponde decidir quién o qué arde aquí —añade a modo de recordatorio al tiempo que desafía a los guardias del cabildo a seguir cerrándole el paso.— La Inquisición ha llegado. Y con ella el Fuego de Fenre. Abrid paso a la Inquisición. El Alcalde tiene una audiencia ineludible en su agenda en estos momentos. Más os vale llevarnos ante él.

Acto seguido desmonta de su corcel y deposita las riendas en la mano de uno de los guardias del cabildo.

—Lleva los caballos al establo. En mi ausencia, respondes con tu vida de su cuidado —añade en lo que el centinela ignora es un juramento letal.

Heinrich, sumido en sus pensamientos, levanta la vista para ver aparecer, antes de lo que pensaba la aldea de Novokovo. Ciertamente su aspecto se define bastante bien con "embrujado". Una sensación de intranquilidad lo embarga segúun se van introduciendo en la aldea. Ver a una masa enfurecida con palos y antorchas no es el mejor clima para trabajar.

Quizá sería bueno no anunciarse a los cuatro vientos- piensa mientras empieza a escuchar las voces, primero de Cornelius y luego del Rostro de Plata precisamente anunciarse- Tarde para eso -concluye el propio Heinrich para sus adentros.

Las intenciones y las maneras de proceder, habían quedado claras, nada que añadiese ahora sería de utilidad, así que eligió permanacer callado y unos pasos por detrás de sus compañeros. Él, aunque obviamente era visible, no había llamado tanto la atención al no hablar. Si algo recordaba de la guerra, es que ante situaciones ciertamente intimidantes pero al mismo tiempo al borde del descontrol por lo emocional, las respuestas son dos: recular o atacar al motivo inmediato de esa emoción. Por si acaso, él estaría pendiente de que ni Cornelius ni Rostro Plata eran atacados por la espalda.

Mientras se bajaba del caballo tocó con la mano la empuñadura de su pistola para asegurarse de que estaba lista, y discretamente, la amartilló, sin llegar a cogerla.

Le tendió su ayuda para bajar del caballo a la voz de Fenre y se dispuso a entrar en el edificio que congregaba allí a tanta gente. No sin antes dejar las riendas, a imagen de su compañero, a uno de los guardias.

Finalmente habían llegado, el lugar se mostraba ante ellos pero era demasiado lúgubre y frío, claramente el mal parecía haber arraigado en aquel lugar, un mal que debía ser purificado y exterminado y esa, esa era su misión... 

Los ojos de Laurien miraron a la turba con pesar pues nunca le habían gustado aquellos actos, podía entenderlos y comprenderlos pero no defenderlos pues habían otras formas y esperaba que sus compañeros pensaran como ella... Y entonces, observó como hacían uso de la palabra antes que de la violencia y respiró aliviada.

Cuando Heinrich le ofreció la mano para bajar del caballo le dedicó una amable y dulce sonrisa, asintiendo con la cabeza y tomando su mano para desmontar.

- Gracias. - Dijo en un tono de voz suave y privado.

Sus manos eran pequeñas y suaves, las manos de alguien que no había hecho demasiadas labores manuales ni habían sujetado apenas un arma.

Una vez hubo bajado soltó la mano de su compañero mientras sus mejillas se sonrojaban ligeramente y soltaba la mano para caminar tras sus compañeros. 

De pronto, cincuenta pares de ojos se posan sobre el doctor Cornelius. No obstante, el erudito no logra hacerse oír entre la multitud, y aquellos pocos que lo oyen lo miran con extrañeza [1].

—¿Este anciano viene a ayudarnos?

—…Oh, genial, otro forastero, como si aquella extranjera que vive al lado de la casa del carpintero no fuera suficiente…

—…está senil...

—Creo que dijo algo sobre una inquisidora…

—Yo entendí que dijo no sé qué cosa sobre “el queso de ahora”.

—¡Que salga el alcalde! —siguen gritando los demás—. ¡Que-sal-ga! ¡Que-sal-ga!

Pero cuando el hermano Rostro de Plata se adelanta a lomos de blanquecina yegua y pide silencio, el silencio aparece. De golpe, todos están callados. Desde las ventanas de las casas contiguas asoman otras personas, atentas al espectáculo. En los rostros que hasta hace segundos había furia, ahora asoman las dudas y el miedo [2].

—¡La Inquisición! ¡Erik, es la Inquisición! —le dice una hombre al líder de la multitud.

—…oh, mierda… —farfulla una mujer.

—¡Cuidado! —susurra otro—. Ya sabéis lo que hacen los inquisidores cuando algo no les gusta…

Erik, el líder, sostiene la mirada al Rostro de Plata, desafiante. En la mano sostiene una azada. Heinrich advierte que hay unos seis o siete campesinos, menos propenso a dejarse intimidar, listos para una gresca. Ninguno de ellos, sin embargo, se mueve para atacar.

—El fuego de Fenre –repite con escepticismo—. Si habéis venido a ayudar, os damos la bienvenida a Novokovo. Espero que el fuego de Fenre no se apague al primer soplo de viento. Sería bueno que solucionéis el problema que tenemos cuanto antes. Estamos perdiendo la paciencia, ¿eh? La vida de nuestras familias no es un juego.

>>¡Vecinos! Vamos a dejar esto en manos de los inquisidores... por ahora. Que se nota que son gentes educadas –dice, mirando a Cornelius y a Laurien—. Tantos libros que habrán leído, algo de brujas han de saber. Mientras tanto, yo no voy a pagar más impuestos –escupe al suelo y abre el paso. De a poco, la turba de campesinos se dispersa.

Los guardias se hacen cargo de vuestros caballos, con miedo y respeto. En el salón principal del ayuntamiento os espera el alcalde de Novokovo. Es un sexagenario de buen porte. Le falta un ojo. La cicatriz indica que fue arrancado con un cuchillo. Está sentado en un sillón, bebiendo una copa de agua. Os hace un gesto para que os sentéis en los asientos vacíos.

—¿Los campesinos se han marchado? Ah, por Fenre, cuando yo era joven, nadie se hubiera atrevido a desafiarme así… Algunos dicen que la vejez me ha puesto blando. Yo creo la vejez me ha hecho prudente. Ciertos eventos desafortunados me enseñaron que puede más la flexibilidad que la intransigencia.

>>Sois los enviados de la Alta Inquisidora, presumo.  Gracias por acudir en nuestra ayuda, hermanos. Soy el alcalde Vladimir Minsky, y este –señala a un sacerdote de Fenre sentado en otro sillón—es el sacerdote Timur, el párroco de la aldea. ¿Cómo son vuestros nombres? Supongo que habéis oído los rumores sobre lo que está ocurriendo aquí. Decidme en qué os puedo ayudar con vuestra misión. Todo lo que esté a mi alcance lo haré.

El párroco Timur viste ropa carmesí, como todos los sacerdotes, y lleva el símbolo del Dicasterio en un collar: un corazón atravesado por una espada. Os saluda con el gesto típico de la iglesia de Fenre, dándose un ligero toque en la frente, en los labios y en los ojos.

—Loado sea Fenre, hermanos —dice con una sonrisa—. Estoy ansioso por ver las hogueras. Esas brujas no se van a cazar solas. Jé.

Ser Gherim centra su aquilina mirada en el hermano Timur.

—Loado sea —replica devolviendo idéntico gesto de saludo con una fría cortesía.

—Habláis en plural —añade, certero como un puñal dirigido al pulmón entre las costillas.— Y habláis como si el mal que asola esta tierra fuese, en efecto, cosa de brujas. Quisiera saber por qué, hermano. Compartid vuestros indicios con nosotros.

Las palabras de Ser Gherim están imbuidas de una solemne quietud. El Ejecutor, el único hombre que viste el púrpura en la estancia, vuelca entonces la mirada en el alcalde Minsky.

—Se me conoce por muchos nombres, Sire. Uno de los más comunes es el de Rostro de Plata —revela sin mácula de orgullo en la voz—. Ese os bastará —Ser Gherim calibra entonces la reacción e inteligencia de Minsky, no añadiendo nada sobre la identidad de sus compañeros.

—Esta situación se ha dilatado demasiado, no hay más que admirar vuestra popularidad entre los lugareños. ¿Por qué el Deicasterio no ha sido informado antes? —inquiere, esta vez con dureza.

El profesor Kotzträppus ha reconocido a dos de los personajes del pueblo, leído en el diario de viajes del hermano Cristoff.

Trata de no hacer notar su desagrado por el alcalde Minsky, pero se trata del mismo Minsky, despótico y cruel, que hace treinta años ya ejercía su crueldad sobre estas gentes. No se fía de él en ebsoluto, y tampoco del párroco Timur.

Ya encontrará mejor situación para compartir esta información con el grupo, de momento prefiere hacer que Minsky crea que está de su parte en este conflicto.

El segundo personaje que ha reconocido es a Erik, otrora un niño travieso, sin duda su vida aquí hace que tenga muchos vínculos y conocimientos. Necesitamos tenerle de nuestra parte.

Por supuesto que Cornelius tiene sus reservas con todo este tema de las brujas y piensa que hay algo más detrás. Quizá una lucha de poderes, quizá elementos más oscuros, quizá ambas cosas.

El profesor Kotzträppus devolvió respetuosamente el saludo inclinándose ante aquellos hombres, representación del poder en aquellas tierras, al menos en la teoría.

De manera amistosa se posicionó entre Rostro de Plata y el párroco, elevando sus palmas hacia arriba en actitud conciliadora

- El viaje ha sido largo, hermano Inquisidor, y a juzgar por cómo estaban los ánimos esta mañana, estoy seguro de que estos días tampoco han sido relajados para el Señor Alcalde y el hermano Timur, me temo.

- Además pensando también en la hermana Laurien, que necesitará asearse y aliviar la carga de nuestro viaje, y en nuestro buen Heinrich, que me atrevería a decir en base a lo que le conozco, precisará una reconfortante comida, pues si queremos dominar la naturaleza, primero hemos de aprender a obedecerla.

- Todos estamos aquí como pastores de Fenre, la oveja infectada debe ser entregada a las llamas purificadoras, pero antes debemos despejar todas las dudas, las nuestras y las de las gentes de este pueblo, pues la duda, amigos míos, es enemiga de la fe.

Mientras entraban en la casa del alcalde, Heinrich reflexionó sobre lo que había visto desde su postura más rezagada. Sin duda aquel hombre, Erik, era el líder nato de Novokovo, ahora mismo, más que el alcalde al parecer. Era un elemento a tener muy en cuenta. Dados sus argumentos y la mención a la vida de sus familiares, junto con la extraña apariencia de la aldea y la poca información que tenían hasta el momento, le hacía tener un grado de empatía hacia el mismo. No obstante, no dejó de grabar su cara y la de los pocos aldeanos que plantaron cara con él al Rostro de Plata. No quería entrar si tenían mas o menos razón, pero por lo que a él atañía, debía considerarlos como un peligro potencial, aunque habría que ver, en caso de apuro, cuantos seguían si la cabeza (Erik) caía. Seguramente ninguno, pero la experiencia le decía que la otra alternativa, era que fuesen todos, alzados entorno a un nuevo mártir. 

En estos pensamientos estaba cuando la voz del alcalde lo sacó de ellos, de golpe, hizo un saludo cortés, sin verbalizar nada, dentro del protocolo que escasamente conocía, y analizó aquel nuevo entorno. Sin duda, había visto talantes como aquellos. El alcalde le recordaba a sus antiguos capitanes del ejército. Por mucho que la edad lo hubiese traído a menos. Le gustó, sin más. Quien no lo hizo tanto fue el sacerdote. Con sus escuetas palabras le indicó su instinto que era de aquellos que no movían un dedo por nada, pero se atribuían todos los méritos ajenos. Un parásito del poder al que se pudiera arrimar.

Independientemente de todo esto, Heinrich no podía permitirse el lujo de dejar de sospechar de todos y cada uno de los habitantes de Novokovo. Las apariencias engañan mucho, más en situaciones como aquellas, y peor aún siendo él un inquisidor. Nadie confiaba en ellos, y hacían bien, vista la historia. 

Buscó algo donde sentarse, a ser posible al fondo de la estancia, lo más alejado posible del grupo. Quería analizar la expresión corporal todos en conjunto y evitar que se fijaran en el lo máximo posible, y estando cerca, no podría controlarlo todo como quisiera. Una vez encontrado el lugar, se sentó, y simplemente, escuchó y observo mesándose el bigote, casi en un acto reflejo.

Como de costumbre, la cabeza de Heinrich ante situaciones complejas, hervía de pensamientos y preguntas. No obstante, prefirió callar. La erudición de Cornelius y lo incisivo del semblante y las preguntas de Rostro de Plata le parecían mejor que cualquier de sus preguntas, al menos, en aquel momento.

"Un hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras"

Aquella frase que con tanto aprecio guardaba de tiempos pasados resonó como sin buscarlo, y confirmándole que quizá, lo mejor ahora mismo, era el silencio.

Cuando Cornelius hizo mención a su persona y a la comida, simplemente sonrió y asintió con la cabeza y esperó a las respuestas para las preguntas del incisivo Rostro plata, sin contestar a la que le había hecho el alcalde sobre su nombre. 

No, definitivamente no le gustaba la violencia y las formas de aquellas gentes causaron que la joven les mirara con pesar y tristeza, pero no por ellos sino por sus almas y porque estaban condenándose...

Suspiró mientras caminaba detrás de sus compañeros, observando con curiosidad cuanto la rodeaba pues al ver aquel lujo y lo que tenían las gentes de fuera podía entender ligeramente parte de los motivos de su enfado... Aún así, ellos tenían un trabajo, uno que había tardado demasiado en llegar hasta la Inquisición y debían averiguar el por qué pues claramente el mal campaba a sus anchas por Novokovo.

Miró al alcalde con indiferencia pero al mirar hacia el hermano Timur le dedicó una sonrisa algo más cercana.

- Loado sea

Tras las palabras de sus hermanos les miró con agradecimiento, esperando por las respuestas. 

Rostro de Plata le pregunta al párroco por qué habla de brujas y no de una bruja.

—Mera suposición, hermano Cara de Plata. La muy zorra ha causado unos desmadres que no veas. ¿Una sola bruja es capaz de causar todo eso? Digo yo, alguien ha tenido que enseñarle a nuestra bruja a hacer las cosas que hace, ¿no? —el sacerdote Timur se expresa de manera vulgar, y acompaña sus palabras con ademanes bruscos y groseros. No es un hombre refinado—. O es una bruja, cómo se dice, auditadacta. Autitotacta. Autodidacta, eso. Autodidacta y poderosa. Pero en mi opinión, hermanos, lo que tenemos aquí es una bruja maestra y una bruja aprendiz.

Cuando Cornelius dice que la oveja infectada debe ser entregada a las llamas, Timur asiente fervorosamente, dándose palmadas en el muslo.

—¡Ea, ea! Bien dicho, hermano. Yo soy un simple sacerdote del común, no soy un inquisidor, pero confío plenamente en vosotros. Sé que os cargaréis a esa maldita oveja infectada. Hogueras, eso necesitamos, muchas, muchas hogueras.

Hay algo extraño en el párroco Timur. Cuando hizo el gesto de saludo-bendición típico de los sacerdotes, lo viste dudar [1]. Como si no recordara la forma correcta de hacerlo, como si no lo hiciera seguido o, simplemente, como si no lo supiera. Lo hizo rápida y desprolijamente, para que no se notara.

Hay algo extraño acerca de Timur [1]. Como si estuviera impostando un acento occidental, aunque cada tanto se le escapa una palabra con acento oriental, un acento como el tuyo. Tu mente vuelve a tus días de soldado, a la Guerra de los Destronados, a aquellos días aciagos en los que combatiste por el Reino de Herenhout en su guerra contra el Imperio Antoniano. En la guerra conociste a miles de hombres. En un ejército hay de todo: valientes, cobardes y especuladores.

Timur te recuerda a un sargento particularmente mediocre del segundo regimiento de infantería del ejército de Herehnhout, un tal sargento Waldo. Un borracho a quien nadie calificaría como valeroso. Nunca tuviste trato personal con él, pero por los azares de la guerra compartiste campamento con Waldo algunas veces, hace unos siete u ocho años. Aunque claro, en aquel entonces Waldo no usaba barba ni cabello largo…