Partida Rol por web

La zarabanda de discusiones que en el piso de abajo había estallado se trasladó poco a poco al de arriba: una vieja con una paleta grasienta en la mano, que esgrimía amenazadoramente; un maromo feo, moreno, vestido con ropas de calidad, pero mal afarganadas y mal elegidas, con anillos de oro en sus manos de dedos como morcillas y una cara como un mapa de carreteras, de la cantidad de cicatrices que la adornaban; María, la chica que, asustada, había bajado, y que ahora era arrastrada a su pesar en dirección contraria; López, que era un tipo harto humilde y poco malicioso como para salir solo con garbo de encuentros como este, por mucho que hablara el idioma; los Sorensen, con Gunnar hablando también en su propio idioma (y qué más daba) y otra señora mayor, con moño, joyas caras pero escasas y aires de señora demasiado elegante y discreta para el lugar en el que estaba, que hablaba poco y que subió la última, cuyos ojos quemaban como el fuego.

Field se había intentado acercar a Dominique, para tener que retroceder inmediatamente después, por si a la patada furiosa que se le había escapado al piloto, celoso de su espacio vital, le seguían otras más certeras. Quería tranquilizarle y estaba consiguiendo lo contrario.

Salieron otras dos chicas más de las habitaciones (la fiesta debía haber sido estupenda, y muy cara) que se unieron a las demás, en un pequeño rebaño protector tras el pequeño sofá tapizado con una cara tela. Una vez arriba la procesión que de abajo había subido, la señorona dijo una palabra, y ahí se acabaron las palabras de las gentes de la casa para, por fin, dejar escuchar lo que debía estar siendo alguna débil excusa de López, en tono desesperado e incomprensible. El maromo se había hecho fuerte en la entrada a la escalera, bien afianzado tres escalones más abajo del arranque, contra el pasamanos. Todo muy profesional.

La señora, entonces, se dirigió con voz seca a Sutton, que ahí parecía el ser más presentable. López tradujo:

D... dice la señora que tienen que pagar y marcharse, que ya es de día y es hora de limpiar. Se deben mil pesos. Calculando a ojo de buen cubero, salían unos 300 dólares.

El dinero para pagos, sobornos y demás, lo tenía Sutton en un cinturón de esos que se usan para llevar dinero... puesto, afortunadamente. Y nos referimos a todas las divisas que no tenían uso inmediato en este país (pesos argentinos, chilenos... ), porque de las que sí tenían utilidad, algunos dólares y muchos más pesos bolivianos, tenía todo más a mano: en su cartera, que no encontraba por ninguna parte.

El resto del dinero, que estaba señalado para ser usado en emergencias y en cualquier lugar: dólares en plata y el lingote de oro, se había quedado en la pequeña caja fuerte que el hotelito tenía entre sus instalaciones y servicios. También afortunadamente pesaba demasiado como para llevárselo de cena por ahí.

En todo caso, quizá hubiera sido mejor haber portado los caudales entre más de uno, y puede que fuera una buena política hacerlo de aquí en adelante.

Cuando se hizo patente que Sutton no encontraba la cartera, la gente de la casa se consagró en buscarla por todos los rincones. La búsqueda llevó a la gente a las habitaciones (rodeando a Dominique con toda precaución). No parecía que quisieran poner asunto alguno en manos de la policía, ni nada por el estilo.

Halperin salió completamente vestido de una de ellas. Los demás miembros de la expedición pudieron recuperar sus ropas de entre las sábanas también. Aunque la atmósfera era tensa, también emanaba eficiencia y tranquilidad, de manos de la carismática madama, que había tomado asiento junto a la señora de la paleta grasienta, en una de las sillas que había cerca de las paredes.

Animado por el silencio, de la última de las puertas salió un señor del que solamente Sutton y Nils tenían memoria (memoria vaga y poco precisa, pero algo es algo) Venía sujetando el lazo de su corbata, preparado para afrontar la dura vida del altiplano tras salir de su bien ganado esparcimiento nocturno. Pareció reconocer a todos, y saludó especialmente a Sutton, dándole la mano.

Ah, señor Sutton, dijo mientras saludaba. Aprecio de veras tener la oportunidad de volverle a saludar. ¿Tienen algún problema?

Hablaba inglés de manera más que pasable, aunque su extraño acento hiciera necesario concentrarse en lo que decía.

A Field, en su fuero interno, y ahora que se le iban aclarando las ideas, le parecía muy raro su propio estado físico. No es que se hubiera dado a la borrachera y a la droga con frecuencia, pero eso de no recordar una noche de pasión, o de juerga, o de lo que fuera, le parecía raro, muy raro.

A Sutton, en su fuero interno, y ahora que se le iban aclarando las ideas, le parecía muy raro su propio estado físico. No es que se hubiera dado a la borrachera y a la droga con frecuencia, pero eso de no recordar con más claridad una noche de pasión, o de juerga, o de lo que fuera, le parecía raro, muy raro.

Pickwell vivía en un mundo de miedo y terror. Se creía en algún tipo de entorno extraño y agresivo. Tenía sensaciones olvidadas en la vigilia, pero presentes ahora, que habían surgido a la superficie durante su visión en el viaje de Miami a Taití y que, tras haber sido convocadas extemporáneamente, volvían a surgir. Parecía como si a su mente se le hubiera dado la vuelta como a un calcetín, y ahora estuviera al cargo de todo su cerebro de reptil, su mente básica y animal, y de subconsciente oficiara su inteligencia del día a día.

Al levantar la mirada tengo que hacer un esfuerzo por ver algo, la luz me daña la vista, y eso que estoy en un rincon oscuro. Cualquier movimiento me cuesta horrores, tengo el cuerpo molido, como si me hubieran dado una paliza. Que raro, no recuerdo nada... y porque estoy aqui. Apoyandome con las manos consigo ponerme de pie y dar unos paso hacia la puerta.

Menudo follon, me retumba en la cabeza los sonidos como si tubiera un tambor dentro, siempre la misma historia, no vuelvo a emborracharme en la vida. Al llegar a la puerta me encuentro con Chester, que al verme se asusta y da un salto para atras. Buenas Chester, donde estamos y que demonios ha pasado, no recuerdo nada, y me vienen a la mente vagos recuerdos de una pesadilla donde mordia y pateaba a gente sin rostro...

Todo parece suceder muy deprisa, más chicas saliendo de todos lados, la madame metiendo baza... Cuando el hombre de las cicatrices aparece en la sala me temo algo no muy bueno. Creo que este no está aquí de visita... Lo peor llegó cuando me doy cuenta de que no tengo mi cartera conmigo. Como no podamos pagarles esto se va a poner muy feo... Afortunadamente su actitud a la hora de intentar resolver todo el asunto es más que buena. Mientras batimos la casa de arriba a abajo para encontrar mi cartera mi mente va despejando un poco y me doy cuenta de que, a pesar de estar bastante fresco, no tengo esos recuerdos poco conexos que aparecen al día siguiente de una buena juerga... y de eso se mucho. Esto es muy raro... Si no fuera porque estamos en un país extranjero rodeados de gente que no conocemos diría que me estoy haciendo viejo... 

Cuando aparece el señor haciéndose el nudo de la corbata me cuesta reconocerle, incluso mientras está agitando tan enérgicamente mi mano, como si le hubiera hecho un gran favor. Aprovecho la ventaja para ver si podemos salir de esta airosos. - Yo también me alegro muchísimo de volver a verle. Respecto a nuestro problema, resulta que anoche con todo el jolgorio y la alegría del momento debí perder mi cartera. Me dí cuenta al intentar saldar la cuenta del local y ahora la estamos buscando. No se como podremos solucionar este problema... - Mi voz es muy amistosa y me muestro realmente afligido por los hechos que expongo.

La cartera no aparecía.

En tanto la buscaban, el señor López de Iturralde conversaba con Sutton. Al parecer tenían amigos en común: Heriberto ("el bueno de Heriberto" en algunos ambientes) era agregado en la embajada de España en La Paz y Alfred, amigo desde su graduación en Eton de sir Anthony, había sido una piedra condenada a rodar de embajada en embajada. Pero Alfred y Sutton se carteaban regularmente y la noche anterior Sutton había recordado la mención de este caballero en una de tales misivas, hace ya años.

La cartera no aparecía, y la situación se tornaba incómoda de nuevo. No solamente era problemática la cuestión del dinero. También la documentación necesaria para pasar de una a otra frontera iban a ser un tema candente.

¡Ta, ta, ta, ta! Exclamó el Bueno de Heriberto cuando ya los rostros se ensombrecían. Si me firma usted un pagaré, me haré cargo de la cuenta, y ya me la abonará cuando pueda. No. No se niegue. Los amigos de mis amigos son mis amigos, como se suele decir.

Sin embargo, se habían perdido todos los fondos destinados a ser gastados en Bolivia. Era un problema.

Otro problema era el Viejo. El abuelo de Sutton, sin duda, recibiría la cuenta, ya que el mismo Sutton era difícil que tuviera con qué pagar semejante cantidad, tras la retirada de su asignación. En palabras del Viejo significaba ser desheredado: ¿cumpliría con su amenaza?

La energía que había mostrado Chester en un principio parecía haberse evaporado; permanecía mudo, confuso, sin prestar demasiada atención a lo que pasaba a su alrededor, excepto en lo que respectaba a Dominique, por quien mostraba una preocupación que resultaba aparente para todos.

Ya hemos perdido a Abernale; no podemos permitirnos el lujo de perder ahora un piloto a estas alturas...

La cabeza de Chester estaba de nuevo cubierta por una opaca y espesa niebla. 

Chicos, regresemos tan pronto como sea posible; no creo que debamos quedarnos aquí ni un minuto más de lo imprescindible. Y a partir de ahora, vamos a tener que rumiar mucho más a dónde vamos.

Hasta aquel momento el fotógrafo se había apuntado a un bombardeo, pero tenía la sensación de que habían sido demasiado descuidados y deberían haberse preocupado un poco más de su propia seguridad. Pero parece que Dominique empezaba a recuperar el sentido...

¡Dominique! ¿Te encuentras bien? ¿Puedes andar? Venga, volvamos al aeropuerto.

Chester se acerca al maltrecho piloto para ayudarle a levantarse, ahora que aparentemente ya no hay peligro de recibir una coz mulera.

Salieron a la calle.

Las calles del barrio donde se encontraba el prostíbulo eran estrechas y empinadas. La única casa buena de la calle era esta de donde salían. Tenía, medio tapado por las reparaciones, un escudo antiguo que coronaba la entrada del zaguán tras la puerta. El patio destartalado daba a un portón de caballerías, y de ahí, al barro mezclado con grava gruesa por donde jugaban los chavales que antes habían sido oídos. El balón era de trapo, e iban descalzos.

Las montañas cercaban el tapizado de tejados de teja de barro que trepaba hacia arriba, hacia el centro de la ciudad. En el meollo, una torre de una catedral pintada de blanco, de arquitectura colonial, daba las campanadas de misa de diez. Los tejados eran ahí de mejor calidad y se veían chimeneas humeando, y hasta alguna antena de televisión.

Pasaba un burro cargado hasta extremos inconcebibles calle arriba. Todos os sujetasteis la corbata, terminando de adecentaros. El viento era frío. Lejos de todo, el pico Illimani se erguía blanco y escarpado.

Tengo por aquí mi auto, decía Heriberto. ¿Les llevo al centro?

Había un serio problema, aparte de tener que hacer cuentas y, quizá, apretarse el cinturón, dada la pérdida económica. Sutton estaba sin documentación.

La cosa se pone fea... Buscamos la cartera por todas partes, pero no aparece por ningún lado. La tensión se palpa en el ambiente porque los regentes del prostíbulo saben que sin ella no podremos saldar nuestra cuenta. Gracias a Dios mientras voy hablando con el señor López voy atando algunos cabos sobre la relación que nos une, lo que no dudo en utilizar para, por que no asumirlo, dar un poco de pena a los ojos de "un buen amigo". Cuando se ofrece para pagar la cuenta el temor más inmediato desaparece, pero se que no es el peor... - Señor López, su gesto no tiene precio para mi. Le agradezco enormemente su buena voluntad. Por supuesto abonaré el importe de la cuenta lo más pronto posible.

Perder la cartera trae muchas más consecuencias que simplemente perder el dinero. Me planteo las posibilidades que tengo para intentar encontrarla y decido intentar tomar ventaja de nuevo de la buena voluntad del señor López cuando nos ofrece su coche como transporte. - Dadas las circunstancias un transporte nos vendría muy bien. Nuestro destino será el hotel en el que nos registramos anoche, muchas gracias de nuevo señor López, prometo que no olvidaré toda esta hospitalidad.

Ver a Dominique volver a sus cabales (dentro de lo que cabe) es también un alivio. Solo faltaba eso para completar una noche redonda...

¿En Alto de La Paz? Imposible, eso está a varios kilómetros y ya llego tarde a misa. Pero en el centro podrán buscar transporte, no se preocupen.

Sin duda tenía que confesar sus pecados ante Dios, ya que tanta prisa había por asistir a los oficios.

Dichosa cartera, voy a mirar no sea que este por aqui, y me adentro en la habitacion de donde acabo de salir. Pero tendrian que mirar no sea que la haya cogido alguna muchacha, por equivocacion...

Ahora que al fin habían salido del local y estaban a solas, Chester comenta sus sospechas con el resto de compañeros.

Chicos... creo que ayer por la noche alguien puso algo en nuestras bebidas. O mucho me equivoco, o trataron de drogarnos. Que me aspen si sé con qué propósito, pero parece que nos estén dando caza de algún modo. 

Al ver que Dominique vuelve a comportarse como una persona normal, Chester no puede evitar someterle a un pequeño interrogatorio.

Dominique, ¿recuerdas algo de lo que pasó anoche? ¿Qué sucedió en tu habitación? ¿Vino alguien a atacarte?

Por mas que lo intento no consigo recordar practicamente nada de lo que paso anoche. Tengo vagos recuerdos de algo parecido a una lucha, pero nada mas. No se cuantos eramos y si respondi o no a la agresion, lo que si parece es que algun golpe si me lleve.

Y al final que pasa con la cartera de Anthony, ¿La ha recuperado?, ¿Habeis registrado a las muchachas o a los otros huespedes?. 

La situacion es grave si se queda bloqueado en este pais, vamos, que yo tambien me quedo hasta que pueda viajar, y darnos a la fuga no lo veo viable, porque nos cazarian en el proximo destino...

Tambien se me ocurre ocultarlo en algun baul para pasar las aduanas, pero quien haria los tramites...

¡Tenemos que dar con esa cartera!

No había aparecido la cartera, y la búsqueda había sido profunda y detallada. La madame (cuando no sabía si cobraría seca y seria, y en cuanto se aseguró el cobro, mucho más relajada) colaboró explorando a las chicas, a los cuartos, el suelo, las alfombras, las alacenas y todo lo habido y por haber por dentro y por fuera. La cartera no estaba ahí.

La única manera que parecía factible para recuperar la documentación de Sutton era... hacerse una nueva. Era complicado pero no imposible. Al fin y al cabo, La Paz era capital de un estado:Bolivia, y seguramente habría una embajada de la por muchos llamada Pérfida Albión.

En estas, el señor López de Iturralde estaba sacando su automóvil del patio, donde había estado estacionado. Paró cerca de los juerguistas (iban a ir apretados, pero cabían). Era un Fiat. Grande, apropiado para estos terrenos. No tenía señas exteriores, y estaba algo baqueteado.

Heriberto miraba el reloj. Se me hace tarde. ¿Vienen?

Venimos, venimos.

La perspectiva de quedarse demasiado tiempo en un lugar en el que probablemente alguien había tratado de drogarles - o, aún peor, envenenarles - daba alas a las cansadas piernas de Chester, quien apenas podía recordar a qué se debían las terribles agujetas que le azotaban sus extremidades inferiores.

Señor Iturralde, quizás usted pueda ayudarnos con el trajín que nos espera; ¿sabe cuál es la forma más sencilla de conseguir nuevos documentos de identidad para Anthony? La verdad es que su saber local nos vendría de perlas. - Chester se dio un momento para reflexionar - Quizás la mejor solución sería acudir a la embajada británica; espero que allí podrán echarnos un cable. 

Y hablando de cables...

Chester se volvió hacia Sutton. Anthony, necesitaremos dinero, tanto para devolverle el préstamo al señor Iturralde como para poder continuar nuestra ruta hacia el Sur; ¿sería posible comunicarse con los Todopoderosos Jefazos para que nos mandaran algo? Letras de cambio, pagarés que pudiéramos hacer efectivos en algún banco local... lo que a usted le parezca más conveniente.

Chester, que raramente había tenido más pasta que la que llevara en el bolsillo, entendía poco de letras de cambio, pagarés y otras formas de pagar sin dinero. Aquella sofisticada ingeniería económica se le escapaba casi por completo. Aunque estaba dispuesto a aprender; pagar cosas sin tener un dólar era una habilidad que podía terminar siendo de lo más útil para cualquiera.

Heriberto, llámeme Heriberto, por favor, estamos entre amigos. Pues... todo el mundo llenaba el coche, literalmente. Los Sorensen y López se habían subido a los estribos, y el vehículo trepaba por una cuesta de dudoso firme y empinada pendiente ...supongo que la embajada es el mejor sitio -sonrió-. Hemos tenido problemas parecidos en el pasado, son más comunes de lo que parece. Según cómo y de qué manera, podrá durar algunos días en llevarse a cabo: se de buena tinta que el embajador, el honorable señor Harrison, es persona puntillosa. Pueden aprovechar para contemplar nuestras magníficas montañas, quizá pudiéramos organizar algo en su honor. ¿Una excursión, quizá?

El automóvil aparcó de cualquier manera en la gran plaza coronada por la catedral. Acababa de finalizar el segundo toque de campanas. Los últimos asistentes a la ceremonia de la eucaristía entraban por las enormes puertas. Al lado de las mismas, multitud de gentes pobres y harapientas pedían limosna descaradamente o esperaban discretamente alguna oportunidad de medrar al sol que más calentara. Muchos de ellos parecían veteranos de guerra lastimosamente jóvenes: mancos, cojos, quemados... Viejos y viejas arrugados y encogidos, llamas, alpacas y burritos, losas empedrando la plaza barrida por el viento eterno del altiplano.

Bien. Salisteis todos del vehículo. La embajada está por ahí, señaló la dirección de manera prolija. Si se nos ocurre algo para entretenerles, ya dejaremos un mensaje en su hotel. Dio la mano a cada uno de los presentes y se despidió, para perderse, casi el último que entraba, en las profundidades del impresionante edificio.