Partida Rol por web

Está claro que los que te siguen no vienen a conversar, así que sin más preámbulos das un volantazo y enfilas el camino del parque. El camión te derrapa un poco de atrás pero logras controlarlo mientras encaras la entrada al parque que está abierta. Pronto el camión circula por un camino de tierra entre los árboles levantando una nube de polvo. Los dos coches te siguen a unos treinta metros y ahora puedes ver que varias personas se asoman por las ventanillas traseras. Se escuchan disparos y las balas empiezan a silbar y chocar contra la carrocería del camión.

Andá, como en la guerra, dice en voz alta, aunque el único interlocutor posible era él mismo. Ya que el polvo genera cierta cortina y además es por la noche intenta acercarse a arbolítos que puedan disimularse con la improvisada cobertura (de polvo), alguna zanja que por la tierra en suspensión cueste más de ver esas dificultades. - Comedo polvo cabrones. Susurraba para si mismo mientras pugnava con el volante.

Disparar era tontería. No podía apuntar, tenía que conducir y además quiería ponerselo difícil a los otros. - Que ellos gasten balas y si tengo que parar, ya me las apañeré y ellos que se jodan con menos munición. Disparad cabrones disparad pensaba mientras esperaba que la carga fuera suficiente blindaje como para parar los proyectiles.

Parecía que la estratagema funcionaba. La tremenda nube de polvo había retrasado un poco a los Ford. Ahora estaban considerablemente más lejos y los disparos habían cesado. La nota negativa la puso que, al pasar a toda velocidad por el centro del parque levantando ramas, hojas y polvo, pasas delante de un coche de la policía que estaba haciendo la ronda nocturna. Con el estridente aullido de la sirena policial, los agentes se lanzan tras de ti colocándose entre tus perseguidores y tú.

Si está demasiado cerca como para que la pega que retrasó a los otros funcione habrá que dar un frenazo, para que se de un susto (o un golpe contra el trasero) así, aprovechando que es más alto y pesado, se hará más daños (o si no, tendrá un susto más gordo) y a ver que pasa.

Clavas los frenos para que el coche que te sigue colisione contra ti, pero el agente que se encuentra al volante no es ningún novato y logra esquivarte por tu izquierda. Acelera y se coloca junto a tu ventanilla.

-¡Detenga el camión ahora mismo! -te grita el agente sentado en el asiento del copiloto.

Una ráfaga con la thompson le hará cambiar de idea.

Mucho pesado para ser una noche tranquila. Eso es que los cabrones estos sabían que habría "fiesta" y le han dejado al novato que se coma el marrón. Lo malo es que estoy haciendo demasiado ruido y essssso no es bueno.

Las balas no tenía intención de matarlo. Solo de rociar el coche y darles un buen susto, a parte de joderle las ruedas y el motor. Sopbre todo las ruedas, ya que por un terreno accidentado como este, les haría detenerse en automático, o quedarse en las llantas en instantes.

Asomas la Thompson por la ventanilla apoyándola en el marco mientras sujetas con la otra mano el volante. Observas divertido la cara de pánico del agente antes de apretar el gatillo. Las balas golpean la carrocería haciendo un ruido como de gotas de lluvia contra metal. El neumático delantero derecho revienta con un estallido sordo y varias balas más agujeran el radiador. El coche patrulla se queda inmediatamente clavado en el sitio cubierto por una humareda que emerge de su frontal.

Este momentáneo respiro te da la oportunidad de salir del parque y terminar de despistar a tus perseguidores. Abandonas la ciudad en dirección oeste siguiendo la carretera 23. Pasas frente a la Cementera Belford Scott, oscura y fantasmal a estas horas de la noche. Un poco más allá hay otro desvío en la carretera. Tomas ese nuevo giro y vislumbras bajo la luz de los faros la mole de la Cervecería. Un muro de cerca de unos tres metros de altura rodea el perímetro. Dentro hay hombres esperando. Te hacen señas para ir atrás donde la verja está abierta. Allí, en un patio cubierto de hierbas, hay media docena de hombres esperando. La mitad lleva linternas.

-¿Qué tal el viaje? ¿Algún problema? -te pregunta uno acercándose a la cabina del camión.

El rostro de John destila ira por los cuatro costados. Saco la Thompson por la ventanilla apuntando hacia arriba y le digo. - Toca. La palabra era algo más que una órden era un ME CAGO EN TU PUTA MADRE. Creo que he matado a un poli que ahora se refresca en el agua, he hecho que varios se estrellen y he dejado un coche patrulla como un colador. Tengo la parte de atrás con más impactos que una galería de tiro y encima te recochineas. El susurro era tan ténue que se notaba que estaba haciendo por controlar sus nervios. Empuña en la otra mano la navaja, aún cerrada. Tenía dudas si abofetearlo o si simplemente hacerle una sonrisa macabra a la altura del gaznate y sacarle la lengua por el tajo. El subfusil vibrava por la ira contenida.

Si las miradas matasen este tio necesitaría 12 vidas para cumplir con todas las veces que ha muerto por el efecto de mis ojos.

Se bajó del camión tras entrar y aparcar con el "barrendero de trincheras" en la mano, apoyado en la cadera, con cierta chulería.

El tipo no parece nada impresionado por tus miradas asesinas. Se limita a encogerse de hombros.

-¿No irás a pensar que este tipo de vida es sólo fardar de dinero y ligar con chicas guapas, no? -después te ignora y se dirige al resto de sus hombres-. Bueno, vamos a descargar todo esto ¡Venga, no tenemos toda la noche!

Todo el mundo se pone en movimiento para vaciar los barriles. Tú también echas una mano en la descarga que os lleva un par de horas. Arrastráis el cargamento al sótano de la antigua cervecería donde queda apilado junto a otras dos docenas de barriles idénticos.

-Bien, hemos terminado por esta noche. Regresemos a la ciudad.

15 de enero de 1921

Seis días después del trabajo para los Moretti (era su cervecería y su licor), te encuentras en la habitación de la casa de Angelo pensando en los problemas de los estibadores con esa banda de los muelles. Ahora tenías armas con las que poder enfrentarte a ellos. En ese momento tocan a la puerta de tu cuarto y al abrir ves que hay dos gorilas esperando fuera junto con un Angelo tembloroso.

-El jefe quiere verte. Ven con nosotros -te dice uno de los maromos sin más preámbulos.

Recoje sus trastos. En esos días se había hecho [Espero que me dejes] Con una mochila deportiva, como la que usaban los atletas de las olimpiadas. Además, había cortado tediosamente uno de los bolsillos laterales por dentro para poder introducir la mano y llegar al arma. Este era en nuevo escondite de su Thompson. Sale tras los matones diciéndoles: - Os sigo. ¿Ve van a encargar liquidar a alguien?

Sigues a los tipos hasta la calle donde ya ha oscurecido. Hay un coche esperándoos y te meten en la parte de atrás. No abandonáis el Distrito Portuario, el coche avanza entre sus callejuelas, girando y tomando intersecciones hasta que se detiene frente a un local: el "Panepinto's Bar"

Este es un pequeño restaurante de modesto aspecto. De las paredes cuelgan fotos de la bella Italia, recortes de prensa y fotos enmarcadas con noticias relacionadas con algunos jugadores de béisbol o estrellas de cine. Tras la barra se encuentra un tipo de unos cuarenta y tantos con unas pronunciadas entradas, vestido con camisa blanca y pantalones negros, secando unos vasos.

-¿Qué hay Frank? -le saluda uno de tus acompañantes- ¿Cómo va la noche?

-Todavía tranquila -le responde.

Junto a la barra hay una puerta que es por donde entráis. Ves un corto pasillo que termina en una sala con un billar donde hay varios hombres jugando. La sala tiene otras dos puertas. Te abren una de ellas que da a un despacho donde te espera un hombre. Tus acompañantes entran contigo y cierran la puerta.

-Buenas noches -te saluda el hombre sentado tras la mesa-. Soy Samuel Leví, consigliere de Don Panepinto.

- Buenos días Señor Leví. Creo que no hace falta que me presente ya que es usted quién me ha hecho llamar Tenía ganas de conocerle. Comenta con una agradable sonrisa. - ¿Qué le ha hecho apelar mi persona a su presencia?

-Verá, señor Dillinger. Don Panepinto y yo mismo apreciamos a la gente con excelentes cualidades. Usted conducía ese camión para los Moretti. Usted solo nos esquivó a nosotros y a la policía y logró llegar con el cargamento sin sufrir ni un solo rasguño. Creemos que los Moretti desperdiciarían sus habilidades. Quiero que trabaje para nosotros, para la familia Panepinto.

- Señor Leví, creo que los Moretti me usaron de carne de cañón y es algo que deseo hacerles pagar, al igual que a los matones que molestan a los estibadores del puerto. Si quiere mi apoyo, soy su hombre. Sonreía por dentro. ¿Qué desea de mi? Es algo que me escama aún. Pensé que me quería para un asesinato rápido y echarme las culpas.

-Excelente, señor Dillinger, me gusta su entusiasmo. Lo cierto es que conocíamos la ruta del convoy gracias a un confidente de los Moretti que trabaja para nosotros. Queremos proteger a ese confidente hasta que podamos sacarle de la ciudad. Para ello tenemos que buscar un chivo expiatorio. Ya hemos pensado en alguien, pero ahora tenemos que colocar pruebas falsas. Y es ahí donde entra usted.

Ya sabe señor que no me gusta ser carne de cañón ni misiones suicidas, pero ... si lo que necesita es rescatar a alguien... Puso cara de melancolía, recordando sus días en las trincheras, pero en breve la trasformó en alegría, al recordar sus victorias. ...coménteme el trabajo.

-Es sencillo. Irá a la casa de uno de los hombres menores de Moretti. Allí dejará las pruebas donde puedan encontrarlas. Ya sabe, recibos falsos de entrega de dinero, un mapa de la ruta, esas cosas. Luego daremos el soplo a los Moretti con nuestro hombre de confianza. Una vez los Moretti se concentren en cazar a ese desgraciado, usted llevará hasta la estación a nuestro muchacho. Ya lo tenemos todo preparado. Rápido y limpio.