Partida Rol por web

Dagmar mantuvo la mirada fija en la Valquiria que la había llevado hasta allí, preguntándose cuál sería su próximo cargamento, hasta que esta se convirtió en un diminuto punto en el cielo. Multitud de soldados, tanto aquellos que por sus conversaciones demostraban que, como ella, acaban de llegar a Alabastria, como aquellos que por sus gritos de celebración dejaban patente que habían conseguido sobrevivir al enfrentamiento con el enemigo, formaban un gran alboroto a su alrededor. Los lamentos de los heridos resonaban por encima de todos ellos.

La medicae giró la cabeza en busca del otro "Doblesueldo" que iba en el transporte, un tipo callado cuyo rostro había estado tapado por el casco durante todo el viaje, pero no lo encontró. Lo más probable es que se hubiese adelantado al ver que ella se quedaba contemplando el despegue y posterior vuelo de la aeronave. La mujer se encogió de hombros. Tampoco es que la importase no tener compañía de camino a las habitiendas designadas a su regimiento.

De camino a su destino, una explanada abierta en uno de los flancos más expuestos del cuartel, Dagmar no pudo evitar fijarse en el edificio medio derruido al que estaban llevando a los heridos. Una estructura de piedra de dos pisos en la que pudo reconocer la mano de los ingenieros del Munitorum.

Al llegar al lugar asignado a los "Doblesueldos", la medicae esperó pacientemente a que el hombre que portaba los tres galones en el brazo izquierdo terminase de negociar con lo que, por su indumentaria, parecía ser un penal. También estaban allí el nuevo soldado que había venido con ella en el transporte y un hombre con la cabeza vendada que la miraba con intensidad.

- La medicae Schulz y su asistente, Annika, a sus órdenes, Señor - dijo, al fin, cuando el Sargento hubo terminado. El rostro de la mujer, al igual que sus palabras, no reflejaba ningún tipo de emoción - Perdone que hayamos tardado en llegar, pero quise primero echar un vistazo a esa ruina que tienen a bien llamar hospital.

Dagmar hizo una pequeña pausa.

- A juzgar por el estado de su mano y el de la cabeza de aquel otro soldado, y teniendo en cuenta que a los "Doblesueldos" no suelen dejarnos demasiado tiempo para descansar entre misión y misión, creo que debería ponerme a trabajar lo antes posible. Dígame, ¿hay algún otro miembro del regimiento herido? -

Reinhardt no pudo evitar conjurar la mitad de una sonrisa. Parecía que sus nuevos Vástagos se morían de ganas de ponerse a trabajar. 

—No se preocupe por mi mano, no es nada —contestó—. Vaya con Arrin. Su hermano y él recibieron la peor parte en el último combate. 

La peor parte después de lo que le tocó a los caídos, claro está. No quería caer presa del optimismo, no era tan inocente como para ello, pero parecía que habían tenido suerte con las nuevas incorporaciones. 

Desde su tienda, Don Manuel observaba a sus hombres con el aire bonachón y satisfecho del noble que se considera justo para con sus inferiores y que, y esto es importante, habían sido buenos para la carrera de uno. En aquel momento se encontraba en una silleta tumbable en la puerta de su tienda, con los botos descalzados que su escudera estaba ocupándose en frotar con un trapo no muy lejos de allí y apoyados en una pequeña banqueta para mantenerlos relajados en el alto.

El cuadro quedaba completado por el pequeño cajón que tenía a su lado, donde había una escudilla con olivas encurtidas y un vaso de chatillo, así como los rescoldos de un cigarro aún prendido en un cenicero improvisado de una vieja lata; privilegios del galón. En el fuego, no muy lejos, había un puchero en el que se calentaban vino y especias y en breves cualquier cosa que se pudiese encontrar que alargase el estofado, y el vox, fuera del fragor y de la muerte, emitía ahora una alegre y tradicional tonada tyviana sobre la trágica historia de un hombre que deseaba a su amada que fuera devorada por un tigre, y las recriminaciones de esta sobre su condición como varón.

-Por Vida de San Cristófano que esta ha sido muy linda batalla, ¿no creéis?

Comentó, aunque no esperase respuesta real por parte de su compañía. El jerez le ponía de ánimo conciliador.

Ver al nuevo manejarse con las herramientas con tanta destreza le recordó a su hermano, y frunció el ceño esperando el permiso del Sargento. Una de las miradas del Sargento fue suficiente para que se sintiera liberado y estuviera listo para irse, pero la visión de aquella nueva incorporación con el símbolo del cadúceo le mantenía atado al lugar como su de unas cadenas se tratasen. Fue abrir la boca ella y Arrin desenvainó el montante de golpe, haciendo que el penal, que estaba despidiéndose, diera un respingo sin quererlo, pero la atención del especialista estaba centrada en la medicae. Clavó la punta del montante en el suelo delante de él mientras se arrodillaba. Por todos era sabido la devoción que Arrin sentía por San Drusus, al que le dedicaba plegarias antes y después de los combates, y al acostarse y levantarse, y al comer. 

- ¡San Drusus ha escuchado mis plegarias! ¡Oh gracias santo, éste humilde servidor no merece tu atención! Santo, santo, yo te rezo... - rezó enfervorecido, recuperando fuerzas a ojos vista mientras sus ojos se inflamaban de pura fe. Arrin era de los que creía a pies juntillas que con un servicio noble y sincero, con darlo todo por la causa del Emperador, recuperarían al fin el favor del Santo, eliminando para siempre el estigma que pendía de su regimiento. 

Al escuchar al Sargento, Arrin se levantó con gesto poderoso y envainó de nuevo el montante. - ¡Sí, señor! ¡Vamos Shulz! ¡Orrin te necesita! - le urgió a la especialista médica con un ademán. 

No se había girado y dado dos pasos cuando casi chocó con TangTang, que se había introducido en el campamento tras atravesar el espacio que los Doblesueldos habían dejado adrede entre ellos y el resto del campamento con aire de despistado y frunciendo los ojos para distinguir entre los doblesueldos quién era quién. 

- ¡Xan tianquiú! - dijo casi exaltado. Su semblante pasó del típico ceño fruncido que solía llevar a una gran sonrisa. No podía creer que hubiera sobrevivido aquel hombre afable que se le había presentado con una sonrisa sincera y trabando amistad con él enmedio de tanto odio. De hecho aún no terminaba de encajar que tuviera un amigo fuera de su regimiento. Pero en ése momento le daba igual. - ¡Estás vivo! No puedo quejarme, hoy aún puede ser un día feliz! - no era normal ver a Arrin así, normalmente se mantenía estoico y más bien ligeramente agresivo y beligerante, de forma que nadie se atreviera a acercarse al enorme tipo de la enorme espada con cara de mala hostia...pero se habían conjuntado dos hechos simultáneos por los que había rezado con fervor a su santo predilecto, y era imposible que estuviera de mal humor ante tamaña muestra de piedad por parte de su santo protector. ¿Cómo si no había sobrevivido a la carga suicida contra los malditos herejes que le superaban casi 10 a 1? Para Arrin estaba claro que algo estaba sucediendo allí, en aquel planeta. Primero Xan, luego sobrevivir tanto él como su hermano a dos situaciones prácticamente impensables, ahora la medicae y otro manitas. Definitivamente para Arrin, ya habían llegado a su punto más bajo con respecto a su falta, y ahora estaban yendo hacia arriba. 

Lo que sí que estaba era preocupado, y así le pareció tanto a la medicae como a TangTang al decir Arrin - ¡Vayamos a la enfermería, Orrin, mi hermano, está crítico, y necesita de la ayuda de una experta!¡Hablaremos por el camino, Xan! ¡Por San Drusus que me alegro de verte, amigo! - el abrazo que Arrin le dio al del arma de plasma casi le dejó sin aire, y acto seguido, se encaminó hacia el hospital de campaña, sin importarle cómo le mirara nadie. 

Ahora estaba seguro que su hermano viviría. San Drusus les había elegido para algo, y estaban allí para cumplir con la voluntad del Santo. Fuera lo que fuera, si conseguían tan sagrada misión, el Santo les perdonaría y por fin limpiarían la mácula de su nombre. 

Morsov caminaba hacia adelante sin fijarse mucho en los pequeños detalles a su alrededor. Como si estuviera en piloto automático. Su mente parecía estar en algún lugar en el tiempo, alejado del presente.

Miró a Jarl y levantó una ceja ante su comentario. Luego respondió:

—A mí me preocupa más que el enemigo oponga demasiado poca resistencia ante nuestros ataques. Puede que hagamos hecho un avance sencillo en el mapa... ¿Pero realmente estas victorias simples eran lo que necesitaban los Korps de Krieg para continuar? Lo dudo, Brotinn. Aquí hay algo que no encaja; dudo que sepamos realmente a que nos estamos enfrentando hasta que veamos la Ciudadela de Acero con nuestros propios ojos.

Una sonrisa maliciosa se formó debajo de su tupido bigote.

—Solo esperemos vivir lo suficiente para resolver el misterio. Visitemos a los aumentados, seguramente ellos puedan ayudarnos con esto. Mantente alejado de los dispositivos eléctricos.

Eventualmente, los demás varangianos se terminarían separando del grupo para ir a cumplir sus necesidades u ocios. Solo quedarían el sargento junto con su segundo al mando y los dos psíquicos autorizados. Se incursionaban a paso confianzudo al cuadrante de los Drafvelianos.

- Como desee, Señor. A fin de cuentas es su mano, no la mía - respondió Dagmar ante las órdenes dadas por el Sargento. Todavía le queda la otra para agarrársela cuando vaya a mear, pensó, pero se cuidó de exponer sus pensamientos en voz alta. Acababa de llegar y no quería hacer enfadar a su superior.

Tras entretenerse el tiempo justo para poder dejar sus pertenencias en la habitienda que les había sido asignada, la medicae puso rumbo al hospital, acompañada de Arrin.

- No nos hemos presentado - dijo la mujer. - Me llamo Dagmar. Encantada de conocerte. - Annika hizo lo propio cuando ella hubo terminado.

Entonces el doblesueldo salió corriendo a abrazar a un miembro de otro regimiento. No era común que otros soldados mostrasen ningún tipo de simpatía hacia ellos, asi que Dagmar no pudo evitar sorprenderse ante dicho acto. ¿Qué es lo que había pasado para que aquellos dos hombres se llevaran tan bien?

Al llegar a su destino, un tipo moreno, de pelo negro y ojos marrones, salió a su encuentro. Tenía toda la pinta de ser un penal. Dagmar no pudo evitar que una mueca de desprecio pintaste su rostro.

- ¿Tienes conocimientos de medicina? - preguntó sin demasiadas esperanzas de que así fuese, aunque quizá aquella rata hubiese  aprendido algo en el lugar en el que había estado encerrada antes de ser requerida para servir a la Guardia imperial. - Si es así, acompáñame. Si no, apártate. Ya tengo personal no cualificado que me pueda ayudar. -

El recibimiento por parte de la oficial médico fue como Gabarri esperaba. O no le había oído o había pasado de lo que le había dicho pero ahí estaba otra vez la mirada del desprecio. ¿Algún día llegaría acostumbrarse? Lo dudaba, quizá debería dejar de intentarlo y dedicarse a drogarse, beber, robar y pelearse mientras esperaba que le llegase la muerte, al fin y al cabo era lo que todos esperaban de él.

Negó con la cabeza desechando esos pensamientos. - Tengo unos conocimientos básicos, doctora... - dijo alargando un poco el tiempo por si quería presentarse. - No tengo unos estudios formales y dudo que mi habilidad esté a vuestra altura, pero puedo tratar todo tipo de cortes, roturas óseas, quemaduras y heridas de disparo que no precisen una operación demasiado complicada. - añadió mirando a la doctora y a sus acompañantes. - Se que creéis que soy escoria, lo veo en vuestros ojos. - dijo mirando de nuevo a todos. - Diablos, quizás lo sea. Yo sólo quiero echar una mano, doctora.  

De vuelta a la zona penal del puesto 42, el desordenado campamento de las hienas. A su comandante le importaba tres mierdas lo que hicieran en su tiempo libre mientras no le dieran problemas, así que el campamento se había convertido en una suerte de amalgama de tiendas, chabolas de chapa y refugios improvisados hechos con los materiales con los que se tenían que levantar los (insuficientes para todos ellos) barracones oficiales. La única parte que si parecía cumplir con la norma era la extensa valla que rodeaba campamento, patrullada por cadetes de comisario con sus jaurías de penales cerca, vigilando que nadie entrara ni saliera sin permiso.

Ni que fuera difícil conseguir permiso.

Arthur ya había conseguido lo que quería. No tenía tanto tiempo libre como hubiera querido para poder comerciar más y conseguir alguna otra bicoca, pero al menos se las había apañado para ir lo bastante ligero a la siguiente misión. Notó que había más gente en el campamento, los rezagados debían de haber llegado.

- Muchos nuevos ¿eh?- comentó a 34, que se encogió de hombros con nihilista indiferéncia. Un tipo oyó su conversación, se trataba de un gigantón albino del otro lado de la galaxia al que conocían simplemente como Pipe (al menos desde que acabó con los 5 mutantes del barrio viejo de Provostia con una tubería).- Han llegado esta mañana, son del modulo 7B- comentó, lacónico, mientras despellejaba una rata con su cuchillo de aspecto peligroso,- puede que haya gresca, Solotov debía un montón de favores a alguien del 7B- añadió mostrando una sonrisa llena de ceramita.

Lo que le faltaba, más gresca. Se apuró a volver a su camastro, escondido oportunamente bajo una lámina de plastiacero tras un barracón en el que se guardaban requisas de los guardias. Lo último que necesitaba eran más problemas. Tenía que descansar y curar su pierna antes de la próxima incursión.

- Arrin Falkenhorst, especialista en armas, sobretodo cuerpo a cuerpo. - se presentó a su vez. - Y éste es Xan. - dijo, presentando escuetamente al otro soldado. - Orrin es mi hermano. Tiene heridas graves, quemaduras por todo el cuerpo, producidas por el ataque de un acechante, un vehículo blindado ligero...pero Orrin es duro, muy duro. Sobrevivirá. - 

Arrin no dijo nada, simplemente miró con desconfianza al tal Gabarri y al otro soldado que no conocía, buscando con la mirada a su hermano. Cuando lo vio, se acercó a su camastro. 

La expresión de Dagmar cambió al escuchar las palabras de Gabarri. Le había prejuzgado sin saber nada sobre él, dejándose llevar solamente por la situación actual, igual que los miembros de los otros regimientos habían hecho con ella y con muchos otros doblesueldos a lo largo de los años.

- Tienes razón- dijo - He dado por sentado cosas sobre ti sin saber realmente quién eres - Aunque la medicae no había pronunciado en ningún momento palabras como "perdón" o "lo siento", estaba claro que estaba disculpándose - Me llamo Dagmar, y estaré encantada de aceptar tu ayuda si todavía deseas ofrecérmela

Gabarri esbozó un enorme sonrisa al tiempo que le tendía la mano. - Por supuesto, Doctora Dagmar. Cuente conmigo para lo que necesite. - dijo sin perder la sonrisa al mismo tiempo que empezaba a remangarse. Había mucho trabajo por delante. 

¿Otro miembro de otro regimiento ofreciéndoles su ayuda? Sin duda San Drusus estaba empezando a dirigir su mirada hacia ellos. Sin duda, una señal más de que algo importante estaban destinados a hacer. 

Tras resolver el malentendido con el penal, Dagmar siguió a Arrin hasta el camastro en el que se encontraba postrado su hermano, acompañada de Gabarri y de otro de los médicos que allí se encontraban.

- Hola, Orrin - saludó al doblesueldo - Soy Dagmar, la medicae asignada a nuestro regimiento. Tu hermano me ha dicho que un acechante se cebó contigo durante vuestra última misión. ¿Me dejas echar un vistazo? - la mujer no esperó a que el soldado diese su consentimiento, comenzando a examinarle de forma inmediata.

El tiempo transcurría de forma lenta mientras la medicae trataba las heridas de Orrin. Desgraciadamente, a pesar de todos sus esfuerzos, éstas no parecían sanar.

- Arrin, he hecho todo lo que está en mi mano por ahora - dijo con resignación - Dejemos descansar a tu hermano. Quizá pueda conseguir ayudarle en otro momento -

Gabarri se puso un par de guantes. Era, probablemente, la primera vez que atendía a alguien con guantes y en un ambiente como aquel. Sus trabajos habían sido apañaos en callejones, falto de material y hasta arriba de mierda. Decidió observar a la doctora trabajar. Era buena, muy buena. Ojalá los penales contasen con gente como ella entre sus filas. Pero ellos eran prescindibles. 

Cuando vio que la doctora se daba por vencida, dió un paso adelante. - ¿Me deja probar una cosa doctora? - preguntó Gabarri esperando a que le diese el visto bueno antes de actuar. Los cortes que tenía el doblesueldos le recordaban a los que había tenido el mismo después de un golpe. Le cerraron las heridas como había hecho la doctora pero tuvieron que volver a abrirle un par de días después y sacarle una esquirla que se había quedado escondida en una de las heridas y la impedían sanar. 

Demet se mantuvo en silencio un buen rato. Sobre todo, se la pasó rezando cual buena devota tratando de abstraerse del ambiente ruidoso del campamento, producido en su gran mayoría por esos asquerosos penales.

Torció los ojos en un gesto de resignación y disgusto absoluto, al ver que no era capaz de conseguir el nivel de meditación que se había propuesto. “Pues nada, a otra cosa.”

Al volver de forma definitiva del plano místico, vio cómo se habían sumado nuevos devotos a la noble causa en el plano terrenal. Tal vez debería gastar algo de esa simpatía que no tenía y acercarse a, por lo menos, presentarse. Lo pensó, pero no se movió, el cansancio y el mal humor le podían.

 - 01000001 0110101001100001... 01000101 01101110 01110100 01101001 01100101 01101110 01100100 0110111... - Shänshän murmuro algunas frases en techna-lingua mientras tomaba anotaciones en su placa de datos. El informe de la coronel coincidía con los datos de los que disponía hasta el momento; pero por más que entrase dentro de las previsiones que la habían dado se seguía sintiendo mal hacia tal profanación de maquinaria.

 - Muchas gracias, comisaria Kriemhild. Procederé con su requerimiento enseguida -  

Tras escanear y seleccionar las piezas necesarias la tecnosacerdote procedió a limpiarlas y ungirlas cuidadosamente, antes de comenzar a trabajar realmente con ellas. La combi-herramienta se movía con fluidez en sus manos, en consonancia con la mecadendrita de su espalda, soldando, atornillando y puliendo, mientras recitaba las letanías de trabajo.

Una vez terminada la nueva empuñadura la dejo reposar, entonando los salmos de unión, antes de emprender la parte mas delicada. El servobrazo de Fäguäng sujeto la espada con una firme delicadeza que habría estado mas allá del pulso de cualquier humano, mientras la tecnosacerdote, sin dejar de recitar los salmos de unión, realizaba la delicada tarea de separar y adaptar el sagrado mecanismo de la espada de energía a la nueva empuñadura. 

Cuando hubo acabado, la fiel del Omnissiah salmodio el versículo del renacimiento, bautizando y lavando la espada en los óleos sagrados.

 - Esta lista - tendió la espada con reverencia hacia su dueña - Que su filo y su canción os acompañen muchos años -

Orrin observó, con cierto asombro, la "comitiva" que acudió a su retiro forzoso, postrado en aquella camilla. ¿De dónde había salido toda aquella gente? A las doblesueldos no las conocía, no aún al menos, ya habría tiempo cuando saliera de aquella situación tan asquerosa. El resto... Un penal, un quiero-y-no-puedo con plumas en el sombrero y un amarillo, ¿qué pintaban allí? ¿Había hecho amigos su hermano así de fácilmente?

Por si fuera poco, por supuesto, no se habían dignado a aplicarle ningún calmante, y estaba perfectamente consciente. Consciente y cabreado.

-Hola, encanto-saludó a la medicae, a su ayudante o quizás a ambas, con una débil sonrisa-claro, adelante-replicó, con un tono cargado de algo de flema. Cuando le reconocieron, pudieron observar fácilmente donde estaba el problema: aparte de quemaduras, en su torso había tres agujeros, de un tamaño considerable y cauterizados por el calor. Láser. Y no precisamente del que se usa para disparar a mindundis, por decirlo de algún modo. Bajo su piel se adivinaban placas de ceramita, que inevitablemente debían haber sido perforadas, así como una serie de hebras de tejido sintético, aunque por ahora en reposo. 

-Menudo destrozo, ¿eh?-replicó, ahogando una risita seguida de una tos-me parchearía yo mismo, pero no estoy seguro de llegar bien...

Por supuesto, les dejó hacer, confiando en que fueran capaces de remendarle lo suficiente. Quizás, confiaba demasiado en aquella ocasión.