Partida Rol por web

Miquel suspiro, viendo un segundo la espadita de madera, que se sentía casi ridícula. La charada que había montado exigía ciertos sacrificios, pero incluso la corta hoja real que solía llevar infundía algo mas de respeto. Esto parecia un elaborado juguete de niño, ni mas ni menos, e hizo que algo de rubor tiñera sus mejillas por el embarazo que resultaba esgrimirlo en un patio con verdaderos soldados. 

Miro a los ojos a su rival al pensar en esto. ¿Que tan curtido seria? Al menos, de entrada, iban parejos en sus pertrechos, aunque la maza de madera lucia mucho mas realista y eficiente que la tonta espadita. Suficiente para que se tensara un tanto. Esa cosa dolería. En cuanto a la experiencia del hombre... ni modo de saberlo.

No obstante, calculando de que sus chances seguramente estarian mas altas si no le daba tregua al sujeto, Miquel ataco con rapidez, no muy fuerte, sino mas bien buscando golpear y dejar claro que podía ser efectivo, antes que contundente. 

-No creo que él pueda decirnos más de lo que ya está diciendo... quizá si preguntamos a alguien del servicio... ellos suelen saber cosas sobre sus señores.

No me parecía muy acertado tratar de sobornar a los guardias para hablar con Tobías de lo que sabía o no sabía y menos sabiendo que allí éramos extraños y que hacer algo así podía suponer un castigo peor que la muerte. Lo mejor era preguntar a las criadas o a los cocineros. Si había algo en aquel castillo, ellos lo sabrían, sin duda.

-Quizá las criadas sean una buena opción, ¿no crees?

Esperé la respuesta de Othmán. No era precisamente la que mejores ideas tenía, pero quizá esa fuese la acertada.

Asentí ante las palabras que salían de los labios de Amira. Las criadas. El servicio. Entes silenciosos que eran todo oídos como las paredes. Sólo había que conocer el punto exacto en qué tocar.

— ¡Es cierto! Las cocineras saben más que los propios guardias, pues por sus manos pasa todo lo que se cuece en el castillo. Sí... tal vez tengas razón. — me arrimé aún más a la hermosa bailarina — No sé si harán caso de nuestras preguntas, recelosas de nuestra cultura, pero si son mujeres estoy seguro que se entenderán mucho mejor contigo, sin la presencia de varón alguno. Pero escúchame, Amira. Si es cierto lo que dicen, Tobías no pasará de esta noche sin confesar, si sigue vivo, y sospecho que nos echará la culpa. Lo poco que sé de él es que no es hombre de... hombre de ley. Si supiésemos qué ha sucedido podíamos salvarlo y continuar camino, alondra. Pero si no, con conocer qué habrá hecho con las joyas... a quién se las habrá dado...

Rebusqué bajo mi capa parda mientras procuraba la cobertura del cuerpo de Amira, para sacar unos cuantos oros.

— Ten. Diez maravedíes. Creo que será más de lo que reciben estas siervas. Pero sé cauta. Si les das dinero y son de lengua suelta puede que vayan a contar también otra versión de la historia al señor... o peor aún, a Mendoza. — tras una pausa, sometiendo a mi juicio lo que estábamos planeando, le di un casto beso en la frente — Aguardaré en los aposentos que me han asignado en el almacén, empaquetando las cosas cómo si nos fuésemos pronto. Bettawfeeq...buena suerte.

Se mostró bravucón el guardia, haciendo alarde de su movilidad y habilidad en combate, aunque justamente en eso quedó la cosa; pura bravuconería...

Miquel no vacilo mucho, apuntando entre los floreos directamente al pecho y vientre del rival... 

El golpe del marino golpeó con fiereza la pierna del guardia. Fué tal con la potencia que lo lanzó que perdió momentáneamente el equilibrio haciendo pivotear su cuerpo sobre su tobillo en una posición extremadamente forzada. Tal maniobra hizo que se resintiera la articulación, pero aquello no bastó para frenar a Miquel, quién se encaró nuevamente con el guardia dispuesto a acabar rápidamente con aquella demostración...

Miquel apreto los labios, la prisa le habia causado una imperceptible (al menos, mientras no le hicieran correr) molestia en el tobillo, al pisar mal... Pero deseo que su gesto se tomara como un impetu o espiritu que se alzaba, al ir cobrando ventaja. Asiendo con fuerza la espadita, apunto al vientre del soldado, descargando dos golpes veloces y certeros...

Parecía aquello más una danza, un teatrillo o una mofa a las verdaderas artes del combate, pues ambos contrincantes mostraban estar más dispuestos a hacerse daño en sus propios tobillos que en el cuerpo del rival...

Compungido,Miquel se contenta con golpear e intentar parar, para buscar una mejor chance....

Y que asalto tras asalto no iba la cosa a mejor, cosa que impacientaba enormemente a Hector, quien con mirada furibunda golpeaba con el pie el arenado suelo del patio con ritmo acelerado.

─¡Basta! ─dijo alzando la mano. ─Ya he visto suficiente.

Finalmente eres aceptado como miembro de la guardia, aunque sabes que no es por tu pericia, sino por la necesidad de hombres armados que tiene el conde.

Atraviesas el umbral de la torre tras el alcaide y te adentras en la gran cámara decorada con tapices y dos mesas con candelabros donde Amira demostró su habilidad en el arte de la danza. Al fondo, don Gonzalo permanece sentado en una silla ricamente ornamentada, en compañía de Mendoza, que está de pie a su lado. El alcaide te presenta a su señor.

- Señor, - dice, en un tono mucho más suave y respetuoso que el que te ha dedicado a ti - nos vendría bien contar con otro soldado más. Non sabemos hasta dónde pudieren llegar esos asnos et es mejor estar preparados. Aqueste omne es adecuado.

Mendoza te observa casi con mayor interés que don Gonzalo. Tras un instante de escrutinio, formula una pregunta. - Dime, soldado, ¿cuál es tu experiencia?.

Le cuentas a que te dedicabas antes y en qué batallas has participado, además de tu dilatada experiencia como marino. A don Gonzalo parece bastarle.

Muy bien. Desde agora mesmo te conviertes en mi siervo. Defiende con honor aqueste castillo et hazte valedor de la protección de la casa de Aguilar. ¡Hector! -exclama, dirigiéndose al alcaide-, hazte cargo de él.

Agradeces la confianza depositada en ti y te retiras junto con Hector. Éste te describe cómo es la vida en el castillo. Te cuenta que el hombre que estaba de pie junto con don Gonzalo se llama Alberto Mendoza y es su mayordomo, cosa que ya sabes. Alberto toma la mayoría de las decisiones en el castillo en representación de su señor, y es quien organiza el trabajo y quien recauda los impuestos. Los soldados duermen en una de las torres. Desgraciadamente, no son muchos; contigo, dice, no llegan ni a la docena. Según te cuenta, tu trabajo consistirá, cuando te llegue el turno, en patrullar por los dominios de Zuheros, vigilar a los campesinos, acompañar a Alberto cuanto deba salir del castillo y vigilar la fortaleza desde las torres o desde la puerta.

La prueba había sido bastante mala, como cabría esperarse, pero al menos la necesidad le abría la puerta que su escasa pericia no facilitaba. Miquel se comportó adecuadamente, para alguien con una modesta educación (y mucha necesidad de caer bien): serio, respetuoso, respondiendo las preguntas concretamente y callándose si no le decían de hablar. Luego de la breve ceremonia de aceptación, camino junto a Héctor, asintiendo a sus instrucciones, aunque muchas de las cosas ya las conocía por sus frecuentes idas y venidas. Finalmente, intento meter bocado, buscando redirigir la charla a un par de cosas que le interesaban más.

-Entendido, señor. Quisiera saber cuándo me tocaría una guardia. Si no hay prisa, desearía familiarizarme con los distintos puestos del castillo, y practicar un poco en el patio, todo para irme compenetrando más en este trabajo. Sé que no di lo mejor en la práctica, así que pretendo compensarlo con diligencia. Sino, indíqueme donde debería ir para comenzar mi tarea.

Dijo esto en tono respetuoso pero enfático, tratando de dar el mejor aspecto de ansia responsable, la cual no dejaba de ser sincera. Pero lo que apuraba a Miquel era ver cómo llegar a Tobías, antes que cualquier otra cosa…

Tras escuchar tus palabras el alcaide respondió; ─Mañana faréis vuestra primera guardia. Os toca patruyar la muralla a la anochecida. Hoy tenéis día libre, fazed lo que vos plazca. Disfrutadlo.

Dicho esto se dió media vuelta dejándote ahí plantado.

-Estaré bien - dije dedicándole una sonrisa a Othmán.

A decir verdad, estaba nerviosa por lo que pudiese ocurrir en aquellas cocinas o hablando con las sirvientas, teniendo en cuenta que ella era una mora y los amos de esas tierras eran cristianos y era posible que Mendoza fuese más temido que la amenaza de un ataque de los moros.

Me separe de Othmán y me encaminé hacia donde creía que estaban las cocinas. ¿Qué misterios me encontraría? ¿Sabrían algo? Los sirvientes de los castillos eran ojos y oídos y muchas veces pasaban desapercibidos así que cualquier cosa que necesitase saber, ellos lo sabrían.

Con este permiso y una venia ceremoniosa, Miquel comenzo su recorrido. Ahora estaba mas despejado.

Su primer tarea fue intentar sinceramente recorrer los puestos que habia en el exterior del castillo, mas que nada para guardar la informacion en caso de que se necesitase... otra clase de salida. Aprovecho para introducirse con los guardias de turno, aunque solo un saludo formal, informandoles que era el nuevo miembro. Tambien visito la torre que iba a ser su alojamiento, para ver como dormian los guardias. Por ultimo, volvio a ver al soldado de la nariz rota en las murallas. De inmediato quiso interrogarlo si tendria libre a la noche, pero primero estaba... tenerlo relajado.

-Parece que esa ronda si se podra hacer. +saludo afablemente a Francisco+ Hoy tengo libre, pero desde mañana empezare oficialmente a ser uno mas de la guardia. 

─¡Vaya! ─exclamó Francisco al verte lucir blasón del conde. ─Vedo que sodes agora homne de la guardia. Enhorabuena. ─te dió una palmada en el hombro que casi te lo desencaja ─Paresce que alguien me debe una ronda ─profirió una risotada.