Partida Rol por web

Te asomas a la ventana busando aire fresco y la relajante visión del horizonte. Siempre te gustó mirar la lejanía; te hacía sentir algo más libre de lo que eras...

Cuando tus ojos bajan a tu cercana realidad, el patio de armas, se encuentran con el huerto comunal. En el está Carmen, la hija mayor del cocinero recogiéndo algunas hierbas, y muy cerquita suya está Miquel. Parece que están hablando. Un poco más lejos se encuentra Othmán, que con paso tranquilo va al encuentro del marino y la muchacha...

Al ver a la muchacha, Miquel cerró los puños y sintió que su plan se tambaleaba. No era razonable. Ni era lo que esperaba, no con ese padre tan feo… ¿Dónde estaba la justicia de Dios en darle una hija así?  Tenía que ser contrahecha, simpática y sumisa… no eso. No tan como ella. El muy … era afortunado no solo en las cartas, sino también en otras cosas por lo visto.

Sus manos se enrojecieron por el esfuerzo. Serenarse. Calma. Todo esto era por Tobías y más importante aún, por sí mismo, por salir de aquel maldito pueblecito, y volver a donde pertenecía. Pero era muy duro. A pesar que no tenía la menor intención más que entablar una charla y sacarle alguna información, solo mirarla le producía un malestar interior.

Respiro profundo, mirando a otra parte mientras recobraba la compostura, y en eso noto al moro. Mierda. ¿Qué no podían estarse quietos y ser buenos chicos? El, lo mismo que la mujer, se aparecía donde menos oportunos eran. De momento su conexión debía seguir siendo algo privado y esa falta de oportunidad los ponía en riesgo.

Lo saludo con un cabeceo, pues era lo menos que correspondía. Pero al mismo tiempo, le hizo seña con los ojos hacia el patio, de que siguiera su camino para encontrase con esa mujer. A ver si entendía la idea tan sencilla. Que volviera con su “encantadora” ama y lo dejara en paz. 

Vi a Miquel cercano a una mujer. Bella, hermosa, dulce tal vez... pero no tanto como Amira. Él estaba demasiado cerca y por unos instantes me sentí violento, como si hubiese interrumpido algo. Y así debió ser, pues si bien iba a saludar como dictaban las buenas costumbres, leí cierto desprecio en los ojos del pescador. Tanto que pensé que mejor no husmear allá dónde ya tienen la trampa puesta para el ratón. A media altura me giré, sin saludar si quiera, y seguí deambulando por el patio.

Quería saber si Amira estaba bien, así que lo más seguro era ir hacia la torre. Seguramente no me dejarían entrar, pero esperaba verla sino sentirla, viva, radiante... amada.

Los guardias de la torre te confirmaron que arriba, en sus aposentos, se encontraba Amira. Y aunque no te franquearon la entrada, fuero a darle aviso de tu presencia allí. Sólo tenías que esperar un poco a ver si Amira bajaba a verte.

Cuando Othmán ya casi ha llegado a la altura del marino Miquel, torna su dirección hacia la torre. Probablemente, y conociéndolo, Miquel haya hecho algún desplante a Othmán como los que te suele hacer a ti.

Los pasos del moro le conducen a tu torre. Se detiene en el portón...

...no tarda en llamar a tu puerta uno de los guardias:

─Señora. Abajo hay un homne que quiere veros. ─está claro que se refiere a Othmán.

Una vez que Othman desapareció, Miquel volvió su atención a la joven. Con gusto se hubiera mesado los cabellos para desfogar su incomoda desesperación. ¿Qué decirle? ¿Cómo abordarla? Si fuera el hombre de hacía un año, no hubiera vacilado ni medio momento, pero ahora…

*Señor, ten piedad de este pobre pecador…

Rezo mentalmente, mientras se aproximaba. Despacio se inclinó junto a ella, para ayudarla con las verduras.

-¿Le molesta si la ayudo, señorita? +ensayo suavemente. Después de todo tenía tiempo y un pequeño gesto de amabilidad podía servir. Miro sus ojos verdes, al terminar de hablar. Mierda. ¿Tenían que ser bonitos como las aguas? Unas palabras escaparon involuntariamente por sus labios, pero por suerte fueron rápidamente contenidas, y además de los nervios, le nacieron en su lengua natal, no el castellano que usaba aquí. Una frase que en su momento había servido incluso con Isabella, o mejor dicho, había pensado que servia. 

-He vist molts ulls i molts m'han mirat …

La muchacha se enderezó al escuchar tus palabras; ─Vos agradezco la ayuda ─respondió sonriente.

─Miquel vos llamáis, si non recuerdo mal ¿cierto? ─y que en una de esas, entre recolectar y llenar el cesto, agarró tu mano: ─Debéis fazerlo con más tiento, ansí, mirad ─el contacto de su piel te produjo un escalofrío. Tu mente se nubló e incluso creiste que ibas a perder el conocimiento. La imagen de Isabella te golpeó con fuerza.

─Debéis extraer también la raiz mientras tiréis ─te indicaba, pero tu casi ni la oías...

Así debían sentirse los pájaros enjaulados. Con el mundo a sus pies, pero encarcelados por una gavia con barrotes de oro que solo les permitían apreciar una pequeña parte de lo que tenían ante sí. Me preguntaba si algún día podría salir de esos barrotes porque parecía que salía de unos para entrar en otros.

Escuché que un guardia llamaba a mi puerta y me decía que alguien me buscaba. No tenía nada que hacer y por lo que había visto, seguramente fuese Othmán quien me estaba requiriendo. Sentía pesar pues no podía ofrecerle ninguna información y ahora no sabía que camino debían recorrer para poder alcanzar su objetivo: liberar a Tobías.

-En unos minutos voy - dije desde el interior de la habitación.

Esperé unos segundos y baje las escaleras para encontrarme con él.

-Salam Othmán abd-Allah.

A veces la necesidad nos hace echarle huevos a cualquier cosa con tal de seguir adelante. Esta es una de esas ocasiones, al menos en lo que a Miquel se refiere. Parpadea una, dos veces, mientras la dolorosa Isabela regresa al rincón donde la tiene atada con cadenas de vino, reforzando en su lugar la imagen de Tobías, el camino y el mar. Los ojos verdosos de Carmen incluso le ayudan. Si, así como el mar donde pertenecía…

Cualquier nerviosismo que pudiera tener al sentir la mano de la muchacha es firmemente contenido. Asiente a sus indicaciones, y hasta se arregla para sonreír despacio. Baja la vista, tirando firme pero suave como le indica para sacar la planta de raíz, pasándola a su cesto, y continuando con la siguiente.

Tras un par de plantas, la lengua vuelve a tener fuerzas para moverse, así que la usa.

-Sí, soy Miquel, casi como tu padre je... Perdonad mi silencio, me ha sorprendido que me recordaras. Aunque ahora probablemente nos veamos mucho más seguido. ¿Vuestro nombre era Carmen, verdad? 

Los círculos de la espera marcaban el suelo. Mis babuchas ya gastadas estaban pues ardía en impaciencia de ver a la qaina. ¿Por qué tenían que estar separados? Aquel señor no era un buen partido para ella... Ay, maldito Tobías... ¿Cómo iban a hacer para liberarlo?

Cuando la vi bajar, el pálpito fue intenso, casi en la garganta. Los guardias nos miraban con sorna y aunque apremiaba mi corazón el correr a sus brazos, mantuve postura de hermano y no de amante. Así y todo, hube de abrazarla y sentir los frágiles y esbeltos huesos de mi alondra, pecho con pecho. Al oído, bien bajo, le susurré un poema.

— ¡Amira!

Es mi promesa y quien me confunde,
no hay nadie que se apiade de mi ruego
ni de mi tortura de amor
excepto la dueña de la belleza.

Una vez más tranquilo, vi la negación en su mirada. No había averiguado nada. Pero no importaba.

— ¿Hay algún modo en que pueda ayudarte desde fuera? He visto al pescador, junto a una joven cristiana. Muy cerca y me dio la sensación que no era bien recibido. Sólo quería saber que estabas bien en mi ausencia.

Miquel la observa irse entrecerrando los ojos levemente. Nunca trabajo para un noble así que no se imaginaba que le tuvieran tanto miedo. No es normal. Era sabido que Carmen y sus hermanas son los juguetes del Conde, como seguramente de su hijo. Su actitud no daba lugar a dudas que aquel par le debían haber hecho cosas muy feas. Casi sentía lastima por ella… casi. Era una mujer, después de todo. No era tan malo que algunos hombres les devolvieran los golpes que daban, pero debería ser a las mujeres correctas.

Despacio abandono el huerto tras ella, pero solo para ir hacia el patio de armas de nuevo. Lástima que no pudiera llegar a hablar sobre el tema del servicio. Tendría que observarlo en persona. Mientras tanto, se fijó si había alguien entrenando, para pedir una pequeña lección práctica. De lo contrario practicaría solo con algún muñeco o poste. Estaba oxidado en el uso de las armas, así que no vendría mal, y además de hacer tiempo, quizás daría mejor impresión al menos a los jefes.

Y fue ya, durante la anochecida, cuando tras una larga tarde de numerosas e infructuosas pesquizas que parecían no llevar a ninguna parte, la suerte pareció sonreir al desafortunado trío.

Esa suerte tenía cuerpo de joven y como nombre Pablo. Era el mozo de cuadra, que además de las labores del establo también se encargaba de llevar la comida al reo. En el patio de armas os abordó:

─Tsss, eh, aquí. ─Chistó por lo bajo. ─Señora ─el muchacho miraba nervioso en todas direcciones. ─He entregado el vuestro mensaje, como habéisme pedido ─sólo tenía atención para Amira, era como si vosotros dos no existierais en aquel momento ─et Tobías me ha pedido que vos diga algo. ─tragó saliva antes de continuar; ─Mucho ha recordado el día del su arresto en la celda, et tras pensar et pensar, non entiendo como los alguaciles econtraron la daga del señorito Fernando en su casa. Dice que lo único que ocúrresele, es que Gregorio el sepulturero tenga algo que ver. Al parescer ese día fue a su casa interesado por probar algunos nabos del su huerto, cosa extraña aseguróme Tobías.

La luz de un candil se hizo visible arriba, en la muralla. Debía ser uno de los guardias de turno. ─He de marcharme señora. Espero habervos sido útil et que volvámonos a ver. ─el muchacho se esfumó tan presto y sigiloso como había aparecido.

El tal Tobías es un tipo huraño y solitario. Vive extramuros, en una cabaña al lado del cementerio.

Nos encontrábamos reunidos para compartir nuestros descubrimientos, que eran bastante escasos. Estaba desanimada pues poco podía moverme yo libremente por aquel lugar y pocas preguntas podía hacer sin levantar sospechas de los habitantes del castillo.

No habíamos avanzado nada y cada minuto que pasaba era un minuto que perdíamos y en el que quizá no podríamos escapar nunca de ese lugar. Pero no parecía todo perdido. Me acerqué con cuidado a la posición donde se hallaba Pablo y escuché lo que tenía que decir. Había entregado el mensaje al encarcelado y parecía que tenía un mensaje que darnos. El que parecía que había colocado la daga de Fernando en el camastro de paja de Tobías no era otro que el sepulturero.

Ahora teníamos una nueva pista a la que solo podría acceder el marinero porque sería demasiado raro que dos moros como nosotros fuésemos a casa del sepulturero.

-Gracias... - susurré antes que se marchase del lugar.

Seguramente de anciano recordaría que esas arrugas eran de este momento. Miquel no recordaba ninguna ocasión en la que hubiera tenido que fruncir el ceño tan frecuentemente. Tanto por los moros como por el encuentro con el mozo.

Pero era justo la clase de dato que le había querido sacar a Tobias y por los que ahora llevaba el emblema de la Guardia, para moverse más libremente entre la fortaleza y el poblado. Al menos las tetas y encantos de la mora servían para algo, aunque no tenía por qué mencionarlo.

Se rasco la corta barba, pensativo. El sepulturero… ¿Cómo encajaba el hombre en todo eso? Eran varias posibilidades, pero la manera más rápida de descartarlas seria preguntando directamente.

-No salgan mucho.- gruño por lo bajo a sus forzados compañeros, cuando el informante se retiró- Al parecer había un guardia con el hijo del conde poco antes que lo mataron, ayudándolo a “divertirse” con una chica del pueblo… Cuando la chica se les escapo, le cayó la bronca. Esta noche hablare con él en la taberna, a ver si el alcohol le afloja la lengua algo más sobre lo sucedido… Pero puede tener cómplices adentro de estos muros. Guárdense.

Dicho esto se tocó la frente levemente y se despidió. Cuanto menos les vieran juntos mejor. Ahora a encontrar al sepulturero, antes de ir a la taberna.