Partida Rol por web

"Sé que ha llegado el fin, la oscuridad no es nada nuevo para mi, pero esto... esto es inexplicable. Es más que la falta de luz, son las tinieblas del alma. Ellos han sacado lo mejor y lo peor de todos nosotros... No creo que quede nadie para escuchar esta grabación, Tal vez desde otro tiempo lleguen nuevos inocentes y pueden enterarse de lo que pasó aquí. 

Mi Nombre fue Victor, Antes de la Oscuridad, Antes de ELLOS. Ahora no estoy seguro de seguir siendo el mismo, me dí cuenta que estuve ciego más allá de mis ojos. Nunca antes me encontré con la maldad en su estado más puro. Lo he perdido todo y no sé si entre los escombros y las cenizas pueda encontrar aún esperanza, algo que me ayude a seguir, a luchar contra esto que nos oprime, que esta dentro y alrededor de nosotros. 

Solía regocijarme con el amor de los animales, el puro y desinteresado amor de los perros, pero hasta eso me lo han arrebatado. Entre los sobrevivientes hay un algo que no logro describir, no somos amigos, no sentimos un especial cariño los unos por los otros pero si no estuviéramos juntos seguro no habríamos llegado hasta acá. Pero podremos llegar más adelante o terminaremos por destruirnos...

No puedo imaginar un futuro, pero si lo hay, mucho seguramente no querremos recordar todo esto..."

Chatarra... Todo esto es una mierda, incluido esta... Funciona. De una buena vez por todas funciona.

Reuben Atkinson, sargento segundo de la marina de los Estados Unidos de América, retirado. Vivo para defender a mi nación, pero mi nación no me defiende a mí. Por una tontería, todos los maricas que me rodean deciden entrar en pánico. Maricas, maricas por todos lados. ¿Creen que en mi tiempo nos preocupábamos porque alguien moría de un balazo en la cabeza? Era nuestro pan de cada día; no podíamos estar tranquilos si no sucedía. En cierto punto, se convirtió en una rutina divertida.

El cielo está negro, todo el mundo ha enloquecido por eso. Esto no es más que un ataque terrorista masivo. No sé cómo lo han conseguido esos bastardos, pero lo han hecho. Ellos no son más que malditos rusos intentando infundir el pánico. Solo puedo escuchar a las maricas a mi alrededor gritar de pavor. ¡Rusos de mierda! Vienen a nuestras tierras y destruyen todo lo que Norteamérica ha construido a lo largo de los años. ¿¡Nadie piensa hacer nada!? ¡Todos son unos incompetentes! Pero yo me valgo solo. No necesito más que mi escopeta y cerveza. Estoy en mi casa desde que el suministro de energía se agotó. No hay lugar más seguro para mí ahora. Para cualquiera que escuche esto: si ves una de esas cosas, no dudes en volarle el cerebro. No es más que un ruso infeliz. ¡Bastardos comunistas! ¡Pienso salir vivo de esta, malditos! ¡Nunca podrán contra américa!

¡Solo hay una forma de sobrevivir! ¡Vuélale la cabeza a todo lo que se atraviese! ¡Deja de ser un marica! Necesitas pelotas; toda América necesita pelotas. Es hora de que los hombres tomemos las riendas de este maldito país. Toda esta cosa de la inclusión nos ha llevado a la ruina. Estoy seguro de que gracias a las mujeres nuestras defensas bajaron. Por culpa de ellas y sus malditos ideales... ¿¡Quién dijo que una mujer es apta para gobernar un país!? ¡Basura, pura basura! Antes de la oscuridad estaban todas estas marchas de estúpidos que buscaban la igualdad de todo... ¿¡Qué harán ahora con su igualdad!? ¡Pueden metérsela por el...! Necesito un trago.

¡Todo esto es su culpa, rusos de mierda!

Diez días... Diez días desde que el sol se había ido y la oscuridad había llegado. Cinco días desde que Ellos habían aparecido. Cinco días en que los humanos se habían vuelto las presas de cacería más codiciadas, el trofeo máximo. ¿Su objetivo? Desconocido. ¿Su éxito? Garantizado. Tal vez las lágrimas se habían secado de haber tenido que correr dejándolo todo atrás, perdiendo poco a poco aquello que los modestos llaman cordura y pasando al instinto más primario de todos: el instinto de supervivencia.

Entre escapadas, tal vez lluvias de disparos, gritos, sangre y vísceras, has llegado a lo que se había convertido en un refugio seguro durante los últimos dos días. Había dos cuerpos adentro cuando llegaron. Por las manchas de sangre en el suelo, lo más seguro es que hubieran sido atacados y lograron escapar, pero no por ello sobrevivir. El charco de sangre que rodeaba sus cuerpos ya se había solidificado y al tirar de sus ropas para sacarlos, el desagradable sonido de la tela pegada al charco de sangre acompañó la dantesca escena. Para cualquiera que fuera un poco atento, habría notado algunos patrones en la piel de los dos fallecidos. Sin embargo, también era posible que primara el deseo de deshacerse de los cadáveres.

El refugio no era otra cosa que el gimnasio de un colegio. No es como si lo fueran a necesitar mucho, así que era todo suyo. Gracias al trabajo de Reuben y Fer, habían logrado que una batería mantuviera la electricidad del complejo, o al menos la suficiente para poder mantenerse en la luz. A pesar de esto, las luces comenzaban a titilar y las pocas raciones que tenían empezaban a escasear. Habían tenido que empezar a turnar las linternas para extender su uso, pero su luz se hacía tenue. Si los recursos se agotaban, estaban muertos. Por lo tanto, era el momento de buscar opciones.

En el otro extremo del estadio, en la parte más alejada de los reflectores que habían logrado encender, había un ruido intermitente de lo que parecía una voz de procedencia desconocida. Y casualmente, sonaba en períodos regulares de tiempo.

Rose permanecía tumbada en una de las gradas laterales, con los brazos echados hacia atrás y sus manos sujetando su cabeza a modo de almohada. La pierna izquierda estaba doblada y la derecha apoyada sobre la rodilla contraria. Se le veía cómoda. Movía ambos pies al son de una canción imaginaria mientras contemplaba el techo del gimnasio de forma distraída. No había nada especial en esa escena, y precisamente por eso valoraba lo estaba disfrutando tanto.

Los últimos diez días habían sido una auténtica mierda. Pero mierda de verdad, no como cuando te acabas de comprar un helado y la bola sabor Ferrero Rocher se te cae directa al suelo. En poco más de una semana había puesto a prueba todo el fondo físico que había trabajado los últimos seis años. Como las cosas se complicaran un poco más, se iba directa al foso. 

- Hablando de fosos...

Pensar en los dos cuerpos hallados en el gimnasio le provocó un escalofrío. Había sido repugnante y de un nivel de psicosis que para su desgracia se estaba convirtiendo en algo habitual.

Intentó quitar esos pensamientos de su mente, aunque había una imagen que le aparecía intermitentemente. Igual que esa dichosa voz que tanto le molestaba y cuyo origen no había llegado a comprender. Eran esos curiosos patrones que ambos cadáveres tenían en su piel. Encontrarlos había sido muy chocante, pero no lo suficiente como para que Rose pasara por alto ese intrigante detalle. 

Lo que parecía para muchos un apocalipsis, para Reuben no era más que un día más en el infierno. Los primeros días se mantuvo en su hogar, completamente bloqueado entre tablas de maderas y estantes. Viviendo días solitarios, para variar, con su escopeta a dos cañones y una botella de whisky. Eventualmente, sin embargo, los suministros se acabaron. Obligado a salir de su casa, fue consciente de que lo que sucedía no era solo una conspiración política o un acto terrorista. El caos que Ellos ocasionaban no era posible de que fuese humano, ¿o sí? ¿Acaso importaba?

En la calle fue despojado su escopeta, además de apaleado. Sin su escopeta, Reuben no era más que un anciano cualquiera; aunque con ella también lo era, ¿no? No poseía la agilidad de antaño, y la herida de su pierna derecha solo lo hacía todo peor. Era un anciano solo y miserable, rodeado de un mundo miserable y, no metafóricamente, oscuro. Creyendo que moriría, llegó a aquel bendito gimnasio, donde más de un superviviente pudo asentarse. Los cadáveres no fueron mucho problema.

Reuben se mostraba desagradable, tosco, egoísta. Su rostro, la mayor parte del tiempo, solo mostraba molestia y amargura, incluso cuando sonreía. No hablaba mucho, y cuando lo hacía solo era para decir cosas desagradables o crudas; no había un ápice de sensibilidad en él. Su voz era profunda y áspera, de alguna forma concordaba bastante bien con su figura levemente encorvada y oscura. Su mirada era levemente extraña. Mirarlo a los ojos dejaba en el cuerpo una sensación extraña.

Sentado en alguna de las partes bajas de las gradas, mientras abría una lata con una navaja que siempre llevaba en el bolsillo, aquella voz extraña llamó su atención; había logrado molestarlo lo suficiente. Abrió la lata, sacó un trozo de carne de cerdo con los dedos y se lo llevó a la boca. Al parecer, la comida sería interrumpida por un momento. Lamió sus dedos, cojeando con claro fastidio hacia donde Fer estaba. Miró de forma extraña a las mujeres y al mismo Victor.

—¿Qué mierda se supone que es eso? —ignorando por completo a todos los demás, solo se dirigió a Fer.

«¿Qué queda?»

La soledad me abraza en la eterna sincronía que existe entre mi silencio y el miedo, es una realidad que me sumerge en lo más profundo de este caos donde ni siquiera puedo tener la certeza para estar en pie un día más o si este es el final que tantas veces he implorado mirando hacia un cielo oscuro que nunca me ofrece respuesta. No sé qué hacer, ni siquiera puedo pensar en alguna alternativa que pueda sacarme de la manga. No las tengo, en absoluto. 

He caminado por las calles, he huído cual rata con tal de no ser atrapada y he perseguido la luz igual que una luciérnaga, casi a punto de extinguirse. Pero no sé lo que me queda, ni tampoco puedo recordarlo todo ya que el pasado me resulta demasiado extraño, difuso, ajeno. Tanto que la sensación es de inercia total, a la hora de actuar, al sentir e incluso al pensar mientras naufrago en estos mares que me saben a sal, a dolor, a pérdida. 

«Debes seguir Katrina...»

Es mi mantra, y por esa única razón que se repite cual disco rayado en mi mente, es que estoy allí en aquel gimnasio, en medio de la ruina, de la muerte misma que me recuerda el hecho de que aún no ha venido a besarme. No está escrito en mi destino y por esa razón rodeo mis piernas con los brazos, es un abrazo fuerte, sentido y desolador. No sé qué podemos hacer, al menos Rose está aquí pero no sé si puedo mirarla a los ojos luego de... De eso. 

Niego con la cabeza, el aroma de la sangre me fastidia y al alzar la mirada busco el mar azul de mi amiga, quisiera estar más presente, más cercana mientras los hombres hablan, deciden y yo sólo intento. 

El olor de la sangre no era un desconocido para ella, quizás por eso apenas le afectó demasiado. Por el contrario, los cuerpos sin vida de aquellas dos personas le habían puesto los pelos de punta, aunque se había animado a acercarse para fijarse más de cerca en aquellar marcas. Su truco había sido no mirar sus caras descompuestas, se había obligado a sólo mirar la zona exacta ¿Así terminaría ella? ¿Así acabarían todos? Joder, menuda mierda ¿No? Toda una vida pasándolo mal, para que encima la muerte te acechase, menuda gracieta del de ahí arriba.

Tras unas horas de caminar cómo una leona encerrada por el lugar, de subir y bajar por las gradas canturreando, de investigar hasta el último rincón... La joven terminó por reunirse dónde estaban los demás. Con suavidad se tumbó en su improvisada cama. Los brazos los colocó bajo la cabeza  y las piernas las dejó flexionadas. Sus grandes y oscuros ojos observaban lo que iba ocurriendo a su alrededor, pero sobretodo analizaron al más viejo del grupo. En su rostro se marcó una mueca de desagrado. Menudo pedazo de mierda que era, siempre hacía lo mismo ¿Acaso el resto no servíamos para nada? Apunto estuvo de decirle algo, pero simplemente cerró los ojos y se quedó en silencio. Cómo siempre, para no perder costumbre.

¿Cómo había terminado terminado Víctor en este lugar? Con estos otros sobrevivientes, ¿Cómo es qué, después de 10 días de Oscuridad y 5 días de asalto, este frágil muchacho seguía en pie? Y para colmo Ciego. Lo Habría Atraído la Luz, se preguntarían sus infortunados nuevos colegas. O sería el sonido de personas, otros humanos que no estaban muertos, que quizás tenían el olor de la vida, el sudor, la sangre moviéndose por sus venas aún.

Y si, Víctor sabía como se sentían los vivos y los muertos. Lo había aprendido en un curso intensivo en los últimos días, donde los cadáveres se multiplicaban por montones. Al comienzo de la Oscuridad muchas personas buenas se preocuparon por él, le ofrecieron su ayuda, hasta que se dieron cuenta de lo ridículo que era. El y su Perro guía, Simón, estaban más adaptados a esta situación, para ellos no había nada más normal. Pero conforme pasó el tiempo los ánimos se caldearon y la lucha por sobrevivir se hizo más violenta, Víctor de nuevo estuvo en desventaja. Su Perro duro años entrenándose para ser paciente, dócil  y muy tolerante ante las situaciones de estrés, pero ahora había tenido que defender a Víctor, recobrar sus básicos instintos para que ambos no cayeran. Cuanto lo extrañaba

Ahora sabía que estaba con 2 hombres y 3 mujeres, lo sabía por su olor, por sus pasos, su respiración, hasta adivinaba sus edades, su estado físico. Podía oír incluso si llevaban demasiado tiempo sin comer. Toda esta información era importante, no sabía si serían amables u hostiles. Hacía 3 días que había perdido a Simón. Era difícil saber si se había extraviado, si lo había tomado ELLOS o si había terminado siendo la cena de un grupo hambriento, un grupo como este...     

Solo encontrarlo lo movía. No era ni siquiera instinto de supervivencia, eran las ganas de acariciarlo de nuevo, era ansia de justicia, quizás de venganza.

Había perdido su bastón, el de ciego, el frágil. Necesitaba conseguir uno nuevo, más robusto, no para orientarse, conocía la ciudad de memoria y sus sentido lo alertaban de cualquier cosa a tiempo, para defenderse tal vez, para atacar quizás.

O finalmente, a lo mejor lo había atraído a ese lugar otra cosa, esa voz intermitente que venía de ninguna parte en específico  pero que seguro no sería nada bueno, Quizás algo sabia el ciego este...

Un reloj de pulsera imaginario sonaba en sus cabezas. No faltaba decir que si no se movían, pronto Ellos llegarían. Los reflectores diezmaban su luz tal vez a cada segundo o tal vez solo era su propio temor, pero el tiempo pasaba con rapidez y esa antes luz intensa se volvía tenue.

Para muchos podía ser paisaje pero se escuchaban algunos gruñidos lejanos. ¿Estarían Ellos en camino? ¿Ya los habrían encontrado? Pero no podían entrar... Al menos no aún.

Como si de una alerta silenciosa se tratara, se empezó a escuchar lo que sonaba similar a un radio viejo. Como siempre, rítmico y constante. Solo que esta vez sus sentidos estaban alerta y escucharon algo. Tal vez presas de la curiosidad, dieron unos cuantos pasos más, lo que llevó a que escucharan algo. Palabras al parecer inconexas.

Hotel...

Lima...

Tango...

Y hubo más, pero algo se interponía y hacía más difícil comprender lo otro. Solo esas tres fueron lo suficientemente claras. Se repitió aquello dos veces más y luego se perdió. Como cada día. 

Fer había permanecido en silencio los últimos minutos. Tampoco era algo raro en él desde que se habían juntado con el equipo. Parecía mirar con suspicacia a cualquiera y de vez en cuando emitía un gruñido de aprobación o disgusto según tocase. La situación no era agradable para nadie, aquello se podía leer en la cara de todos los presentes, desde el ciego sin su bastón hasta el anciano sin su escopeta.

En aquel momento, en aquel gimnasio, había perdido el hambre. No era ni siquiera por los cuerpos esparcidos que ya estaba comenzando a acostumbrarse a ver, era más por tener que asumir que estaban tan jodidos, toda la humanidad, que era muy posible que fuese la última noche, una eterna.

Chasqueó la lengua.

Creo que alguien busca supervivientes. O quizá sea una maldita trampa -respondió al anciano, tras escuchar por enésima vez la transmisión-. Está claro que de donde venga la señal hay energía y que aquí estamos quedándonos sin ella.

Estiró sus músculos un poco y en ese momento el gruñido fue de disgusto. Todos estaban muy callados, demasiado aterrorizados, pero no podía culparles.

No sé lo suficiente de electricidad o radio como para usar la señal para rastrear o localizar el origen -chasqueó la legua molesto-. Con suerte será uno de esos generadores que usan una bicicleta u otro modo de acción humana para cargarse y estará en un maldito búnker con suministro para varios meses, o de esos autosuficientes para un grupo reducido. Pero sinceramente, me inclino más porque es una trampa.

Con aquello dicho, el hombre bufó. Estaban en una cuenta atrás, les gustase o no. Y sólo contaban con su ingenio para salir de ello. Sus enemigos contaban con tiempo... y oscuridad.

El tiempo es el límite, la ausencia de luz nuestra perdición. 

Y allí sigo sentada al lado de Rose aún con la indecisión de hablar con ella, acercarme para ver como está mientras el tiempo pasa a velocidad de un rayo. Al menos es la sensación que tengo cuando se vive escapando de lo que se escapa de nuestras manos. Aquí no hablamos de escepticismo, puedo asegurar que todos aquí estamos al tanto de que en el caso de venir la oscuridad, no tendremos posibilidad alguna de volver a respirar un día más. 

De ahí que aquella voz en la radio me genera un escalofrío, que las palabras de Fer calan profundo mientras le ruego en silencio a la luz que se mantenga un poco más con tal de que detenga el avance de lo que sea como sea, está por venir. No lo puedo evitar, tengo demasiado miedo y me abrazo a mi misma mientras pienso en las opciones. Esas palabras que se repiten cual disco rayado en mi mente nos está diciendo algo... ¿Será un acertijo? 

No lo sé, quiero entenderlo. 

—Ellos vendrán, tenemos que hacer algo... 

Más allá de lo dicho por mi compañero, la verdad está ahí. Vienen. 

La respuesta de Fer tenía sentido. El anciano tampoco se fiaba ni un poco de aquella extraña trasmisión. Se acercó un poco más al sonido, trastabillando con su pierna coja, mientras Fer terminaba de hablar. Se quedó en silencio escuchando las palabras que se podían escuchar. No hubo duda, las reconoció al instante.

—¿No podrías decir algo más útil? —gruñó Reuben, dándose la vuelta y mirando a Katrina. El desdén con el que trataba a los demás, sobre todo a las mujeres, no era normal— Es un código militar. HLT; falta lo demás —trastabillando, volvió a la grada donde había dejado su lata de comida, no sin antes mirar a Gwendolyn con una media sonrisa bastante desagradable— Es posible que se trate de un búnker —por un momento, mientras se sentaba, miró a Victor—. Ciego, ¿escuchaste algo más?

Rose se incorporó cuando Fer tomó la palabra. Lo hizo despacio, sin fijar la mirada en ningún sitio en particular. Tampoco en su amiga Katrina. Podía sentir su miedo y su dolor, pero aun así era incapaz de consolarla. Sentía como si una barrera se hubiera interpuesto entre las dos. Aun así, no pudo controlarse al escuchar el comentario del anciano.

- ¿Y tú tienes tienes que ser siempre tan borde? - le contestó con todo el odio y desprecio que acumulaba dentro. - Entérate de una vez que se llama Víctor.

No continuó. También le interesaba la respuesta a esa pregunta.

Ya le había puesto de mal humor. Toda la calma que había llegado a alcanzar minutos atrás se había esfumado.

Maldito viejo.

La Radio tenía una interferencia extraña, el código de palabras que trataba de transmitir, como afirmaba Fer, era cuando menos sospechoso. 

- No se escucha nada más Señor respondió. Es un Grabación, no se transmite en directo, no hay entorno que escuchar. - Lo que deberíamos hacer es hacernos con ese radio y buscar una mejor posición para captar la señal. Tal ves sean Militares, tendrán energía y armas. Pronto tendremos que salir de aquí, es mejor llevarnos algo útil. Como ese radio. Aquí queda poco ya, antes de que les llegue también a ustedes la oscuridad.

No le gustaba sonar tan pesimista, ahora se sentía un poco más cómodo con algunos de sus acompañantes, Katrina y Rose, su voz le hacían sentir bien, incluso Fer. Corto de palabras pero con muchos sonidos expresivos. El Viejo era un asco, pero la verdad le daba más lastima, se escuchaba tan mal al dormir, una respiración que se extinguiría pronto, incluso si ellos no los encontraban.  La pequeña era muy silenciosa, demasiado, un sigilo entre natural y entrenado con mucho cuidado. Le daba un poco de miedo para ser sincero.  

- Me Ofrezco a ir a la parte oscura a por el Radio. Alguien tendrá que hacerlo no? 

Duele un poco ver y más aún saber que hay una barrera existente entre Rose y yo, así que no pretendo forzar nada sólo para darle ese espacio que necesita ahora mismo. Eso no quita que me sienta mal, que tenga una sensación horrible con la cual lidiar mientras acontece lo otro. Incluso ante las palabras de aquel viejo demente, sólo desvío la mirada con tal de no hacer contacto visual mientras me pregunto sobre el hecho de ser tan insufrible. 

Menos mal que Víctor ofrece un poco de luz y a ello me aferro por necesidad. 

—Yo te acompaño. 

No tengo demasiado para perder y sí al menos puedo marcar la diferencia en esta situación, contra ellos, pues lo intento. No tengo más remedio, además lo que "no te mata, te hace más fuerte" o eso dicen. 

Tomar una decisión...

Es lo que implica marcar la diferencia y quizás en ese instante cuando Víctor dijo: yo si me atrevo es cuando también decido hacer lo propio. No hay mejor verdad que las acciones, estos hechos que inescrutables son los que hablan por uno. Así que con todas las de la ley y con mucha carga en mi interior, bajo de esas gradas con la intención de enfrentar mi mayor miedo tras la decisión tomada. 

Claro está que no espero respuesta, que no necesito a nadie más en esto—considerando lo sola que estoy al fin de cuentas— más allá de mis relaciones y esta amiga que está cerca pero lejos a la vez. Ya lo tengo claro, así que dando un paso adelante me acerco a mi compañero para que pueda coger mi hombro y así ir juntos hacia el lugar donde esa radio se encuentra. No sé qué nos puede esperar, cualquiera puede pensar que es la perdición de nuestra existencia. No lo sé. 

Sigo escuchando aquel sonido, muerdo mi labio inferior y doy un paso más pese a que espero que Víctor también lo haga. Ese eco me llama, tienta cual abeja a la flor. Necesito ir hacia allí, quizás cegada, inconsciente, pero debo estar ahí. Doy otro paso más, siento que la oscuridad al fin de cuentas no es tan ajena. Hice cosas malas y miro a los demás... Ellos también. 

Quiero hallar la radio y voy a ella, como sea. 

Sólo que algo me incita a que mi compañero quede más relegado, esa puerta que está entreabierta despierta mi curiosidad pese a estar en medio de la penumbra. Inhalo profundo mientras pienso que dentro de lo malo, ya he pasado por lo peor y sigo allí ferviente con mi convicción. Al abrirla un intenso aroma impregna mi nariz y hace que arrugue el ceño, es putrefacción, es algo sumamente asqueroso. 

Me cubro la nariz y doy un paso más, aquello no me detiene y cuando quiero acordar un poco entre penumbras, adivinando tal vez, la encuentro allí. La radio, ese bendito aparato que se reproduce se encuentra en el interior de un cuerpo cuya identidad ya se ha perdido en los cánones del infierno. Por desgracia yace en el suelo sin vida hace rato, abierto como está con sus vísceras fuera y una expresión de horror refleja su rostro hiela mi piel. Incluso una lámpara se bambolea para ofrecer esa imagen tan lúgubre que genera un escalofrío. 

De repente percibo algo más, una risa macabra que se escucha desde un rincón y aquella lámpara no me ayuda en absoluto a distinguirla. 

—¿Quién está ahí? ¡No te tengo miedo! 

La voz responde. 

—¡Asesina! ¡Esto lo has hecho tú! Jajajajajaja—pronuncia en un tono macabro—. Paga tus pecados, hazte cargo Katrina. 

Mi piel palidece y el horror inunda en todo mi cuerpo, busco con la mirada algo para defenderme y encuentro la mochila de quien ha fallecido. Reviso rápido lo que tiene, temblando y forma muy torpe mientras lo que sea que está ahí, se ríe, respira pesado y se acerca. 

—No, no... 

Y encuentro una linterna, fósforos, cigarros, comida (galletas), agua. Rápidamente cojo la linterna y decido alumbrar a lo que sea que está ahí, muy aterrada. Esto se acerca, más y más hasta que la tenue luz que brilla entre tanta oscuridad me ofrece una imagen que me deja paralizada. Es mi hermano, mi pequeño y querido hermano. 

—Esto no es real, no lo es. ¡No eres mi hermano! 

El niño sonríe. 

—Katri. ¿Me das un abrazo? 

No lo dudo, decido salir corriendo de allí con la mochila y la radio puede irse al cuerno. Prometiendo de corazón no volver a ese lugar, no estar allí con él. Nunca más. 

Wendy no pasó por alto ninguna de las cosas que pasaban a su alrededor, con suavidad se terminó sentando cual indio y apoyó uno de sus codos sobre la pierna para después sostener su rostro. Con cierta pereza rodó los ojos a la par que hacía un gesto de desagrado a las palabras del viejo ¿De verdad íbamos a tener que aguantar sus desprecios? Creo que lo que terminó colmando el vaso fue cómo se refirió a Victor. Chasqueando la lengua se acomodó en su lugar y alzó la voz con mucha tranquilidad.- ¿Borde? Rose, te quedas corta con sólo eso. Es un capullo integral ¿Qué pasa, que nosotras por ser mujeres, o Victor por carecer del sentido de la vista valemos menos? -Lo desafió con una sonrisa ¿Miedo? ¡Já! Que mierdas sabría él de ella y su vida.- Entérate, pedazo de mierda.... -Se inclinó hacia adelante y posó los brazos sobre las piernas.- Más te vale empezar a respetarnos, quizás un día necesites ayuda y... Simplemente dejemos que Ellos se den un festín.-Hizo un gesto con la cabeza hacia la zona de fuera.

¿Que mierdas? Estaba cansada de callarse todo el tiempo, de tener que aguantar cómo les miraba, cómo les ignoraba para todo.-  ¿Crees que irás muy lejos con esa cojera, abuelete?  Vamos, Victor te da mil vueltas en este juego. -Alzó los hombros desenfadada.- Si estás tenso vete a los baños a cascartela, pero deja de jodernos. Empiezas a ser un peñazo...

Tranquilidad chicas. Señor.

Trató de mediar ante la discusión que comenzaba a fraguarse, mirando a todas las partes implicadas. Abrió la boca para ir a pronunciarse, para explicar sobre la situación o porqué era conveniente para todos soportarnos y trabajar juntos. Sin embargo no sería tan fácil.

Katrina gritó y salió corriendo. Quería huir, escapar, de algún tipo de voz.

A pesar de no ver ninguna amenaza directa, había aprendido que aquello no significaba estar a salvo. Así que había que moverse ya, sí o también.

Pero primero... corrí tras Katrina. La mochila la llevaba siempre encima, pero mi propósito en aquel momento era detenerla y pedirle que fuese con los demás. Incluso si tenía que llegar a placar. Fuese lo que fuese que le daba tanto miedo, debía ser aterrador para adentrarse a solas en la oscuridad.

Mientras volvía a la tarea de comer, la respuesta de Rose hizo que Reuben la mirase... de una manera no muy agradable, antes de lanzar lo que parecía ser una carcajada irónica, aunque sonaba más como el jadeo de un perro viejo. No le respondió nada, aunque se notaba que no había reído por gracia. Se notaba molesto.

Con la respuesta de Victor, le perdió total interés al asunto, aun cuando este se ofreció a ir con Katrina por la radio. No le interesaba, no era su asunto. Se abocó a seguir comiendo... al menos hasta que a aquella mocosa se le fue la lengua. La risa que había lanzado cuando Rose le había dicho aquella no apareció. Esta vez, de verdad, estaba mirando a Wendy de una forma... demasiado hostil. Empuñó con fuerza su navaja, notándose su gesto realmente endurecido. Sin embargo, no se levantó. Ignorando a Fer, señaló a Wendy con su navaja.

—Alguien debería enseñarte a cerrar esa boca —iba a decir más, pero el grito de Katrina movió un poco todo. Reuben miró hacia su dirección solo por un momento, realmente poco interesado por lo que le había sucedido. En cambio, volvió a mirar a Wendy con un destello de malicia en sus ojos, volviendo a su tarea de comer.