Partida Rol por web

El anciano escuchó lo que decían y a pesar de lo arrugadas que estaban sus manos, su pulso era completamente firme. Se veía bastante decidido, mas no afanado. Escuchó lo que dijeron sin dejar de mirarles, aunque con la tensión, casi podían percibir los otros rifles apuntándoles por si intentaban algo gracioso. De seguro esperaban comprobar que en verdad estaban en problemas y no eran oportunistas.

Después de unos segundos, rio de lado mientras meditaba en lo que había escuchado - Se sorprenderían, señoritas. Aquellos que han vendido a su propia raza por poder sobrevivir en un mundo nuevo. Nuevos dioses. Los he escuchado hablar entre delirios justo antes de ser asesinados o quitarse la vida - y bajó su arma haciendo una señal con la cabeza -. No hay espacio suficiente para el vehículo, así que tendrán que entrar con lo que consideren de valor. No tenemos mucho, pero compartiremos medicamentos y tal vez algo de ropa si la necesitan - y miró a Donna, quien aún estaba manchada de la sangre de la rubia.

A pesar de haberles permitido pasar, los soldados no los desampararon en ningún momento, vigilando sus movimientos a cada paso. Una vez adentro, notaron que había unos cuatro o cinco grupos de niños, cada uno vigilado por dos adultos y los soldados parecían repartirse por el lugar para vigilar los posibles accesos. A la derecha notaron una puerta que, por su posición, de seguro llegaría al faro. Este seguía dando vueltas en la mitad de la eterna oscuridad. ¿Cómo lo mantenían en funcionamiento?

Al fondo de la estancia, guiaron a Donna y a Rémy. En ese lugar había una especie de enfermería improvisada con mantas para mayor privacidad. Había al parecer una chica haciéndose cargo, la cual sonrió amablemente a las dos chicas indicándoles que podían acercarse. El anciano parecía ser respetado por todos los soldados, así que tal vez era un veterano de guerra o soldado retirado. Mientras se preguntaban por su origen, este preguntó - ¿Cómo encontraron este lugar? -.

Un suspiro de alivio surgió de los labios de Rémy cuando vio que la situación parecía llegar a un punto de tregua gracias a la intervención de sus compañeras y los hombres dejaban de apuntarles directamente, pese a que siguieran alerta y con las armas preparadas ante cualquier imprevisto, escoltándoles durante el recorrido por el interior del lugar. Con ayuda de Donna entró en la especie de puesto de enfermería, observando con cierta timidez hacia los lados al acceder. Se sentía una inútil, necesitada como estaba de ayuda para una acción tan simple como caminar. Odiaba haber sido tan torpe... Quizá, si no se hubiera clavado aquel cristal... Brendan, de un modo u otro, siguiese aún con ellos. "Pero no puedo martirizarme ahora" —se dijo, apretando los labios.

—¿Qué opinas de esta gente? ¿Crees que serán de fiar? —le preguntó en un susurro a Donna, aprovechando un instante en el que nadie las miraba.

Luego, le dedicó una sonrisa cordial a la chica que parecía encargarse de ese ala del hangar, buscando con la mirada una mesa camilla en la que tumbarse, para que pudieran tratarle en condiciones la herida de la pierna; la notaba completamente entumecida.

Sentado en el asiento del coche, Will guardaba silencio, aguzando el oído para escuchar la conversación que estaba teniendo lugar a las puertas del refugio. Una conversación en la que dos grupos de supervivientes trataban de vencer el invisible muro de la desconfianza. Al fin y al cabo, cuando se trataba de sobrevivir, la piedad era un lujo que no todos decidían aceptar.

Pero, de algún modo, lo consiguieron.

Y Will hubiera sonreído, de no ser porque las palabras del anciano le helaron la sangre. Delirios. Traidores. Gente que los adoraba a Ellos como a dioses. Y allí, aislado en la eterna oscuridad de su ceguera, no pudo evitar preguntarse si la voz de aquel hombre no estaba lanzando un funesto augurio sobre el futuro que le esperaba.

En silencio, aún pálido por la experiencia del centro comercial y la conmoción de lo que acababa de escuchar, se dejó guiar al interior del refugio en el que decenas de respiraciones lo sumieron en una casi olvidada atmósfera de normalidad.

-No creo que puedas saberlo por las primeras palabras. -Murmuró, cuando Rémy preguntó. -Pero han abierto la puerta en lugar de disparar.

- Lo sabemos -contestó al anciano con pesar-, tuvimos la mala suerte de encontrarnos con un grupo así a un par de días de viaje. Por suerte, pudimos escapar. Muchas gracias por su hospitalidad, sabemos lo difícil que es confiar en extraños, se lo agradecemos de corazón -le dijo con sincero agradecimiento-. En un mapa, lo tenía una persona... -miró a los niños y evitó el adjetivo, aunque seguramente estarían ya demasiado acostumbrados a la muerte- lo cogimos de sus manos en el centro comercial de Radiator Springs. El centro colapsó, era un nido de ellos. El papel tiene un lugar y hora de evacuación, nuestra idea era continuar el viaje hasta allí. Podríais acompañarnos, si quisiérais.

Mara volvió al coche.

- Tenemos que dejar el coche fuera, haremos lo mismo que en el refugio de... -miró a Donna un segundo y no continuó, suponía que el recuerdo todavía dolería-, quitaremos la pieza que nos recomendó Will para que no funcione sin ella. Michael, aparca al lado, intentemos que no sea visto desde la carretera. 

La humanidad de aquellas personas le había devuelto un poco su fortaleza para seguir afrontando la oscuridad. Aún así la preocupación por la confesión de Will seguía rondándola. Junto a Donna, ayudó a bajar a Rèmy del coche, mientras las dos chicas se alejaban, tomó la mano de Will con delicadeza.

- Pienso lo mismo, nos han abierto las puertas, seguramente estén tan asustados como nosotros. Pero -bajó la voz- no bajéis la guardia por si acaso.

Las siguieron hasta la enfermería y se inclinó sobre Will apartando un mechón de su frente. Le susurró algo.

Las siguieron hasta la enfermería y se inclinó sobre Will apartando un mechón de su frente. Le susurró algo.

- ¿Estás bien? Will, no estás solo -apretó su mano con firmeza- voy a estar a tu lado.

No imaginaba lo terrorífico que tenía que ser oírles. Se moría de ganas por besarle y abrazarle, por reconfortarle. Pero no sabía muy bien si Will querría lo mismo o preferiría mantener en secreto lo que había pasado entre ellos. Dudó y acarició su mejilla.

Niños. Aquel lugar tenía niños. La injusticia de aquello lo dejó desgarrado por un momento, pudiendo imaginar a Lisa jugando ahí, recuperando un poco de aquella inocencia robada y a la cual se aferraba. La cual no habían querido quitarle, quizás llevándola hacia esa muerte prematura.

En aquel momento todo le parecía una aberración. Que la vida siguiera, si es que a aquello se le podía llamar vida. Como sacerdote, había tenido que oficiar numerosos entierros y siempre había valorado la necesidad de vivir el duelo el tiempo que fuera necesario para cada persona, pero aquello no lo permitía. Ni a Donna con sus padres, ni al resto con Brendan o con Lisa. Se preguntó cómo lo conseguían. Quizás él no lo lograba porque se había pasado la vida solo, protegido de las pérdidas y los desengaños.

Fuera como fuera, aquella especie de congregación al final terminó por abrirles paso hacia su refugio, aunque hubiera preferido que no lo presentaran en su papel de sacerdote. Dirigió el coche hacia un lugar mientras sus compañeros cuchicheaban, aunque él no aportó nada. ¿Qué podía decir? Lo fueran o no, se habían quedado sin opciones. Y, prácticamente, sin gasolina.

En silencio, hizo lo que había pedido Mara, quitar la pieza del coche aunque sospechaba que si alguien quisiera robarles se llevaría la poca gasolina que les quedaba.

- Gracias por acogernos en estos tiempos difíciles - acabó por decir en absoluta seriedad cuando por fin traspasó el umbral, aunque ni siquiera aquello pudo traerle paz.

La chica les sonrió al fondo mientras las veía llegar y esperó a que llegara mientras sacaba un kit de primeros auxilios y se lo tendió a Donna con amabilidad. Miraba a los soldados con algo de incomodidad – En realidad son algo molestos. Soy Diana – dijo sonriente mientras les cedía el espacio -. Dime si necesitas ayuda, aunque debo quedarme aquí – y señaló a los militares, dando a entender que eran órdenes o algo parecido.

Mientras Michael retiraba las piezas del coche para que no anduviera, Mara le daba luz. Unos gruñidos parecían acercarse, por lo que era necesario apurarse y cerrar la puerta. ¿Funcionaría ese lugar para aislarlos? Por el momento solo lo sabrían si entraban al lugar. Uno de Ellos intentó atacar, pero el anciano le disparó impactando justo en lo que podría llamarse el entrecejo e hizo que todos pudieran entrar. Sellaron las puertas para permanecer cubiertos.

- No podrá ser por mucho tiempo, Padre. Pero al menos que una buena obra haga que los ojos de Dios se posen en su pueblo una última vez – dijo reflexivo mientras les indicaba que se sentaran y fue por raciones de frutos secos para cada uno -. Hemos escuchado de ese refugio, pero no es seguro marcharnos de aquí. Son muchos niños para tan pocos adultos. Provienen de diferentes poblados cercanos y nuestra única esperanza sería poderlos llevar o separados o todos a la vez. Tal vez no sea mucho, pero este lugar es lo único que los separa de la desesperanza. Quitárselos sería que vieran la cara de la oscuridad directamente – mencionó mirando a los diferentes grupos de niños, cuyos rostros variaban entre tristes, asustados y algunos que aún guardaban esperanza en sus corazones.

El anciano los miró de nuevo – Así que Radiator Springs… Ha sido un largo viaje – y les pasó una cantimplora llena para que pudieran destribuirla entre ustedes.

De la nada, se empezaron a escuchar golpes contra las paredes. Uno de los guardias, tal vez asustado o impresionado, disparó repetidamente hacia la pared. Si bien muchas balas rebotaban, otras lograron aflojar el metal. Este se acercó y unas enormes garras se enterraron en su piel. Ellos habían logrado abrir un hueco en la enorme estructura de alguna manera, aunque podrían controlarlo si trabajaban en conjunto. Lastimosamente, la luz del faro no llegaba a esa sección en concreto.

Otra vez comenzaba de nuevo el horror.

Ni siquiera fue capaz de decir cuándo comenzó. Sólo que justo antes había estado comenzando a relajarse con la calidez del refugio, y de pronto se encontraba de nuevo traspuesto, con un sudor frío cubriéndole la espalda y la mente embotada. Temblando, miró a su alrededor, hasta que de pronto creyó ver algo. Un punto negro en la oscuridad, un agujero que perforaba incluso las tinieblas.

Trató de hablar para decir algo, pero las palabras se ahogaron en su garganta, y un instante después ya no fue necesario. El retumbar de las balas ahogó cualquier otro sonido, y Will perdió el equilibrio y cayó al suelo de espaldas en mitad de las aterrorizadas pisadas. Fue desde allí que escuchó cómo una garganta humana chillaba de agonía, y supo que alguien no lo había conseguido.

No podía hacer mucho. Pero, guiado por el puro instinto, sacó su linterna, pulsó el botón y apuntó con ella a la dirección en la que la oscuridad de su ceguera parecía más densa, el mismo lugar donde acababa de escuchar el grito.

—Yo soy Rémy —dijo, saludando a Diana, con una leve sonrisa. Parecía simpática y no tan rancia como la mayoría de militares que les miraban con desconfianza y aires de superioridad.

Trató de relajarse en la mesa camilla, comprobando la herida de su pierna mientras Donna agarraba el kit de primeros auxilios para trabajar en la herida y al menos conseguir que esta dejara de sangrar. Se tumbó, suspirando profundamente, mirando hacia el techo. De pronto, una extraña sensación de melancolía recorrió su cuerpo y su rostro se anegó de lágrimas, formándose un nudo en su garganta. Era como si todo lo que habían estado sufriendo hasta el momento se manifestara de golpe en su cuerpo y en su mente, provocando un torbellino de emociones que la dejaban muy afectada. Rémy no se había mostrado tan vulnerable hasta aquel preciso instante.

—No hemos podido salvarlos... No he sido capaz de salvar a nadie —murmuró, aludiendo a los tristes destinos de Brendan y Lisa, mientras la respiración se le agitaba sin poder evitarlo.

Los repentinos disparos cortaron de inmediato sus ganas de llorar, asomando entonces la cabeza para ver qué estaba ocurriendo en el otro extremo del lugar. Se avecinaban de nuevo los problemas...

Parecía un buen sitio. 

Soldados, niños y enseres de enfermería. Podría ser un paraíso dentro de la oscuridad que nos rodeaba, si no fuera porque parecían los rescatados del Titanic. 

Me encogí de hombros ante la pregunta de Remy. ¿Fiarnos de ellos? Puede. Pero hasta cuándo. Éramos los últimos en llegar y, si las cosas se torcían, llegado el caso, los primeros en abandonar. Ahora mismo solo me fiaba de los míos, y con ello me referia aun grupo especialmente reducido.

- Gracias- Respondí a la chica cuando me dio los enseres médicos.- Y ahora no te muevas mucho.- Susurré a Remy mientras cosía la pierna e intentaba que no se infectara.

Mara charlaba con el viejo jefe y el resto intentábamos descansar el nerviosismo interior que teníamos. Mentiría si tras las palabras del viejo no quería yo lo mismo: quedarme allí. Pero la comida y lo demás no duraría. No para siempre. Era como esperar que el agujero en el que te encuentras se llene de agua despacio, pero tarde o temprano, terminaras por ahogarte.

Tragué saliva cuando Remy empezó a deprimirse.

- ¡Hey!- Dije suavemente poniendo mis manos sobre su rostro.- Tranquila. No es culpa tuya.- La mía si, en casa de mis padres.- No es culpa de nadie.- La di un beso en la nariz y después la abracé, intentando serenarme yo también, pues ese nerviosismo era contagioso, ya que, en el fondo, todos nos sentíamos así. Solo era cuestión de tiempo que alguno se rompiera por dentro. A fin de cuentas, somos humanos.- Ellos son los culpables. Note deprimas, ¿vale? Te necesito... Necesito que seas fuerte, ahora. Tú solo sigue... un paso más... solo un paso más.- 

Tragué saliva. Puede que necesitara que alguien me dijera esas mismas palabras a mí también. Pero con la cabeza de Remy en mi pecho sentía que si al menos conseguía que alguien me hiciera caso, sería un pequeño cabo del que poder tirar yo también. Un clavo ardiendo para dos.

Pero el ruido se sucedió y ellos entraron. Hasta un soldado bien entrenado sabía que no se debía disparar a una puerta que sirve de barricada. Solo se consigue debilitar la estructura. Un fallo humano que pagó con su vida, antes de que las alarmas sonaran en forma de gritos por todos lados.

Mara estaba a punto de echar un trago de agua a la cantimplora cuando los golpes en las paredes la sobresaltaron. Se giró inmediatamente en la dirección de dónde venían. Viendo cómo los soldados agujereaban las láminas de metal con los disparos.

- ¡Nooo! -gritó alargando la mano al ver al soldado acercarse, pero fue demasiado tarde, la garra lo destrozó abriendo un hueco en la enorme pared.

Mara se apresuró a coger su linterna y alumbrar hacia la pared por la que las "Ellos" intentaban abrirse paso.

- ¡Dejar de disparar, necesitamos luz! ¡La pared no aguantará! -les dijo a los hombres armados- ¡Donna, ayuda al soldado! -llamó a su compañera.

¡Maldita sea! ¡Malditos sean! Las lágrimas empezaron a brotar por las mejillas de Mara. Su corazón empezó a latir acelerado golpeando su pecho como si quisiera huir lejos de allí, sus manos temblaban sosteniendo la linterna, las miró un segundo, estaban sucias y llenas de la sangre de Rèmy.

Cada día era más consciente de su propia realidad, no llegarían muy lejos, la linterna se tambaleó entre sus manos y estuvo a punto de caérsele, pero uno de los niños gritó y Mara se giró a mirarle un segundo. Tal vez fue una ilusión, seguramente, fruto del cansancio y el miedo, pero en sus ojos vio a Lisa... ¡era tan injusto! esos pequeños, viviendo un miedo que no deberían conocer. Dejó de alumbrar un segundo para limpiar con el dorso de la mano sus lágrimas, pero luego se atrevió a dar otro paso hacia adelante, no demasiado cerca como estuvo el soldado, pero sí lo suficiente como para que su haz de luz sobre al agujero abierto les disuadiera algo de intentar abrirse paso a través del metal.

Las piernas le temblaban y sabía que de no ser por la adrenalina no la sostendrían en pie. Gritó enfurecida, para liberar el miedo o para asustar lo que había al otro lado.

Ayudé a Remy a incorporarse, para poder ponernos a salvo.

La ayudé a bajar de la camilla y haciendo que se apoyara sobre mis hombros la acerqué hasta una de las paredes cerca de una puerta, para poder salir de allí. El problema era que solo había una puerta y mucha gente. Éramos como hormigas apiñadas en nuestro hormiguero.

Y alguien acababa de gritar muy alto en el agujero de nuestra casita.

El grito de Mara se oyó por encima de los del resto. Quizá porque reconocía la voz de mis compañeros antes que la del resto. El cerebro humano busca patrones que conoce, y uno de ellos fue la vos de mi amiga pidiéndome que ayudara al soldado caído.

Me tiré al suelo para agarrar las manos del soldado que gritaba, debatiéndose entre la vida y la muerte, con el pecho destrozado por unas garras negras. Y tiré, y tiré para acercarlo hasta mí, para poder salvarlo y alejarlo de la oscuridad. Las luces de las linternas parecían las de una discoteca, locas y difusas por el miedo. Yo solo quería salvar a ese soldado, pero...

Ellos me lo arrebataron de las manos, dejando un charco de sangre en el suelo que discurría en línea hasta aquella entrada. Instantes después, entre el criterio escuché el crujir de unos huesos, y como la palabra "Ayudadme" se deshacía en un gorgojeo ahogado y difuso.

No había esperanza. Iban a entrar allí y nos iban a matar a todos, igual que al soldado. Mi mirada se dirigió al suelo, apenada hasta que lo vi.

Armas.

Me tiré de nuevo al suelo y recogí el arma, y desde allí, empece a disparar, tal y como mi padre me había enseñado para cazar zorros y mapaches. Enfoqué los disparos en la entrada y algo tuve que hacer bien, porque escuché chillidos no humanos.

- ¡¡Coged las armas y enfocar con las linternas!!- Grité- Hay que tapar esa entrada. ¡¡Mesas, sillas... lo que sea!! Ya!!

Los demás soldados, pocos, se dieron cuenta de que si querían vivir debían disparar y tapar esa entrada rota. Teníamos armas y algo de luz. Solo esperaba que el resto ayudara con lo que teníamos para tapar la entrada mientras esas cosas empezaban a replegarse de la entrada.

El caos se había apropiado del refugio, convirtiendo la calidez que apenas unos segundos antes reinaba en un gélido horror. Había bastado una herida, un desgarro en las débiles paredes que los rodeaban para que la esperanza comenzara a fugarse como el aire caliente de un globo desgarrado.

Y si nadie hacía nada, se estrellarían.

Afortunadamente, Donna y Mara se lanzaron a actuar, y sus voces trajeron un rayo de esperanza al refugio. Un rayo de esperanza que se convirtió en un estruendo cuando las armas de los soldados despertaron a tiempo de abrir fuego contra la brecha, cubriendo el desgarro con una tormenta de balas.

Y mientras, él… él no hacía nada, salvo sostener su linterna en la dirección que esperaba que fuese la correcta. Las voces de sus compañeras lo habían sacado de su trance, pero seguía desorientado, y temiendo levantarse en mitad del caos sólo para ser arrollado por alguno de los ocupantes del refugio.

Donna pidió mesas y sillas, pero Will sabía perfectamente que esa solución era temporal, en el mejor de los casos. Que Ellos tenían garras capaces de atravesar madera. Si pretendían bloquear esa entrada, necesitarían algo más resistente. Metal… o piedra.

-¿Alguien sabe si hay aquí herramientas de soldadura? -Preguntó, con su mente de mecánico funcionando a toda velocidad. Si pudieran soldar metal a la estructura, aguantaría. Y si no… tal vez hubiera otra forma más drástica. -Hay armas aquí. ¿Hay explosivos? Si han abierto un agujero, podéis taparlo con un derrumbe.

No estaba seguro de si alguien estaría prestándole atención en mitad del caos, pero esperaba que pudieran mantener suficiente sangre fría para hacerlo.

Caos. Desolación. Muerte. Aquellas palabras empezaban a sonar cada vez más cercanas y jodidamente familiares. Mientras permanecía apoyada contra una pared apretando los dientes por sentirse una inútil, contempló estupefacta lo que ocurría con el soldado que era arrastrado hacia la oscuridad. Otra vida sesgada por Ellos. No iban a tener un momento de respiro real ni en un lugar que hasta entonces parecía haberse mantenido seguro. 

Sin embargo, Rémy no quería quedarse quieta viendo como los demás, entre los que se encontraban sus compañeros, arriesgaban su pellejo. Caminó cojeando hasta una de las mesas cercanas, tras escuchar los gritos de Donna, ayudando a uno de los militares con gesto de pasmado a colocarla en la abertura que para bloquearla. ¿Acción arriesgada? Mucho. ¿Necesaria? También.

—¡Rápido, echad una mano! ¡Podemos controlarlos! —exclamó, en un intento de infundir ánimos a los presentes. Era eso o bajar los brazos esperando que el destino decidiera lo que sería de sus vidas.

Un momento de paz. Aquello era todo lo que habían necesitado, un momento para sanar las heridas físicas de Rémy y aquellas que todos portaban tan profundamente en el alma que les habían dejado tiritando desde la última, como si las palabras de aliento de Mara se hubieran congelado en su garganta o la presencia estable de Will hubiera sucumbido ante la desesperación de creer que, de algún modo, estaba perdiendo la cabeza.

Sólo un mísero momento. Que nunca jamás tendrían.

Ni siquiera pudo responder al anciano antes de escuchar el chirrido de las garras sobre el metal. Se quedó quieto en su sitio, sus ojos ni siquiera brillaron en señal de alerta, sus músculos ni tan solo se tensaron. Sólo exhaló un denso suspiro antes de que empezaran los gritos y el caos. Vio a Donna pelear por la vida de aquel hombre que ya había caído en la perdición, les vio a ellos arrebatárselo en un reguero de sangre, dejando una nueva muesca en aquella pared invisible que empezaba a marcar a todos los que habían perdido por el camino sin poder evitarlo.

Donna gritó. La voz de la coherencia, la fuerza de la juventud, todavía luchando, hondeando como una bandera de esperanza para aquella gente que, saliendo de su estupor, empezó a obedecer siguiendo a William en su hacer de enfocar la linterna hacia aquel lugar.

El padre Michael sólo miró, anonadado, sintiendo en el hueco que había dejado su fe una oscuridad más apabullante que la que amenazaba con devorarlos a todos.

Mara cogió otra linterna que había rodado hasta sus pies con el caos y enfocó con ambas a los huecos de la entrada. Parecían replegarse. Donna demostró tener una puntería admirable. La actitud embravecida de la joven les dio fuerzas a todos para volver a ganar terreno.

- Will tiene razón -le gritó a Donna entre disparos- debemos volver a soldar la puerta o volverán a intentar entrar. Que alguien se quede atrás con los niños.

Si tan solo hubieran entrado el coche, los faros habrían disuadido a esos seres de su intento. ¿Quién iba a pensar que aquella vieja camioneta iba a convertirse en su bote salvavidas? Sin dejar de alumbrar, la chica echó un vistazo atrás, para comprobar que el resto estuvieran bien. Rèmy, incluso herida trataba de ayudar con las mesas, Will estaba en en suelo, aunque enfocaba también su linterna tratando de ayudar y Michael, tras lo de Lysa no volvería a ser el mismo, se estaba quebrando, pensó Mara.

- ¿Disponéis de herramientas? ¿Cómo os habéis protegido hasta ahora? -le preguntó al anciano.

Que ellos siguieran ahí era porque habían encontrado la manera de aguantar. Esperaba que este no fuera el final de su viaje. Le daba vueltas a cómo podrían utilizar la luz del faro a su favor, pero no tenía ni idea de cómo funcionaban ese tipo de edificios.

- ¿Podemos enfocar la luz del faro a dónde están atacando? Eso los ahuyentaría -dijo de nuevo dirigiéndose al anciano.