Partida Rol por web

Abandonó la idea de salir corriendo. Le daba pánico darle la espalada a esa cosa armada como estaba con un hacha y dudaba de que fuera posible salir vivos sin acabar con él. Ya estaba tan cerca que podía verle los nervios de acero y la carne o lo que fuera que usara y le pareció al fin y al cabo un muñeco mecánico con relleno. A pesar del fuego sintió un frío repentino, como si el sudor que empapaba su ropa se hubiera enfriado de repente.

Agarrando a Leonora con fuerza entornó los ojos hasta ver al robot entre las rendijas de sus propias pestañas.

Eres una cosa hecha de otras cosas…

—Una ma, ma, ma… máquina…

Ahora que no tenía nada que pudiera hacer explotar necesitaba aprender cómo eran esas cosas por dentro para atinar en un segundo ataque. En un sueño ella podría haberlo sabido como saben los protagonistas de las series de detectives, por ciencia infusa. Pero había algo bueno de estar en lo que parecía una pesadilla durante el último estertor de un lugar tan especial. Escuchó su propia respiración, y los latidos de su corazón y cerró los ojos, pensando que al final del camino las fronteras entre el sueño y la vigilia estaban condenadas a desaparecer.

Habló segura de sí misma.

—No es un verdadero biohíbrido ¡Puedo Cortocircuitarlo!

Mientras comenzaba a moverse en sincronía con Vesper, notó cómo el hechizo de esta se deshacía como el humo al entrar en contacto con el engendro mecánico que se les echaba encima. ¿Cómo era posible? Es como si un campo antimagia lo protegiera de sus habilidades. La sorpresa fue suficiente como para desconcentrarlo. Quizá Blue intentara detenerlo de nuevo, pero a su alrededor sus compañeros gritaban; Penélope decía que podía sacarlos de allí, la chica del pelo rapado que podía cortocircuitarlo y el resto... el resto gritaban que Margotte estaba ardiendo.

Oz y James trataban de detener a la vidente, que corría aterrada, envuelta en llamas. 

Prioridades, prioridades.

Lo que iba a intentar era vulgar, muy vulgar. Pero estaban cerca del East River, muy cerca. Quizá lograra traer siquiera un poco de agua desde allí. Necesitaba claridad. Echó mano de su bolsillo y sacó una pastilla que se tragó sin necesidad de agua. Se le quedó un poco atascada en la garganta, pero hizo un esfuerzo y la hizo bajar hasta el estómago. Haría efecto rápido y mientras tanto comenzó a concentrarse en la labor. - Ungedvanun Galgraphur Navangalfam'ed'rux - Movió las manos frente a él, en lo que podrían interpretarse como pases mágicos; en realidad, estaba haciendo mediciones, tratando de determinar el volumen de agua que debía traer, visualizando la materia que intercambiaría entre el río y el aire que ahora mismo estaba sobre Margotte, Oz y James. - Vehungraph Fam'edpadongraph Graphur-urun. 

Sintió la claridad de la droga haciendo efecto en el interior de su cabeza. Todo cobró una nitidez casi dolorosa, mientras las formas a su alrededor se volvían más primordiales, más arquetípicas. El fuego era Fuego. Las piedras eran Piedras. Y lo que había sobre Margotte no era Aire, sino - Malsvandonun - Agua. 

Casi lo había logrado, casi. Y ese casi, lejos de disuadirle la había espoleado. Un breve vistazo en derredor la hizo tomar consciencia, a través del punto ciego del rabillo del ojo, de las consecuencias nefastas que estaba dejando el caos circundante, un caos con forma flamígera.

La realidad a su alrededor la alcanzaba: Oz corría, también James. Red se alejaba para asistir. Shoshana gritaba junto a Penélope. Margotte ardía. ¿Dónde estaba Eve? Dudó de si ir a ayudar a la médium que estaba literalmente prendida fuego, pero ya los demás estaban yendo en su auxilio y ella tenía una tarea que llevar a cabo, una que podía darle al grupo la ventana para actuar y alcanzar la salida. Se sintió muy culpable por dentro porque su empatía y su sentido de grupo le gritaba que ayudara a la muchacha, tuvo que hacer de tripas corazón para concentrarse y tomar la decisión necesaria. Si lograba salir de esta, intentaría curarla.

Focalizó su vista en el robot que avanzaba inexorable e intentó registrar qué era lo que había ocurrido, cuál era el mecanismo o proceso detrás de la forma en que había sido desarmado su hechizo de tiempo dejando volar libre su imaginación, su intuición, su lógica. Las mezcló así en su subconciente mediante una ventana físico-liminal que permitía un flujo de conciencia unificado en su visión del universo en el que podía dar nombre a lo desconocido y acertar debido a esa conexión con la energía que movía lo interdimensional y habitaba todas las cosas, aquella que permitía en momentos de vacío de ruido mental tener las certezas de las eurekas. Si lograba descifrarlo, podría mejorar su hechizo y esta vez sí detener en el bucle al ente cibernético, o eso esperaba.

Levantó las manos, ambas, y se puso a moverlas como si lo hiciera con perillas ajustando la onda, tratando de sintonizar o cambiar la sintonía temporal con el ritmo del paso del robot.

Comenzó a levantarse la sudadera, dejando la cintura al aire, cuando notó el bulto del peluche. James y Oz ya trataban de apagar las llamas del cuerpo de la joven. Dejó que su ropa volviera a caer.

Se había imaginado azotando a la francesa con la prenda morada y asesinándola. Visualizó que del ciervito nacían unos rayos oculares, que atravesaban la ropa y pulverizaban el cuello de Margotte como una espada láser. Si aquello era una visión del futuro cercano o no, daba igual. Se alejó de los tres, mientras escuchaba los gruñidos de Red. Él se encargaba. 

Penélope, Blue y Shos se mantenían como última línea de defensa frente al tanque humano. La rubia avanzó con zancadas, dando un leve siseo dubitativo, indecisa en su dirección, hasta que se colocó al lado de la joven rapada. 

¡Puedo Cortocircuitarlo!

Eve se sacó el peluche del bolsillo y se lo enseñó, junto con una sonrisa amplia y hermosa. 

- Puedes hacerlo, confiamos en ti- La rubia habló con la seguridad natural que emanaba siempre. Incluso aunque aquel día se sintiera basura. 

Ella no lideraría el ataque. ¿Quién se lo iba a decir? Lo normal en cualquier otra ocasión para ella habría sido colocarse delante de las tres. Habría echado a correr gritándoles que la protegieran y se habría puesto a meterle puñetazos al terminator para lanzarle contra el río con la fuerza de su mente. 

Decidió ayudar. Aunque aquello también le resultaría beneficioso, seguro. Miró a Shoshana y decidió entrar. 

James y Oz se afanaban por apagar el fuego que envolvía a Margotte cuando, cuan tormenta repentina en la época del monzón, una tromba de agua cayó sobre ellos terminando por extinguir las llamas. La piel quemada de la médium, que había suplicado por el líquido elemento, recibió el regalo alimentándose de él con voracidad. El dolor se mitigó un poco, pero regresó al instante con toda su cruda intensidad.

No muy lejos de ellos Shoshana soñaba despierta para averiguar cómo acabar con el monstruo mecánico. Los ecos del sueño de un científico que había imaginado el diseño de un androide similar llegaron a su mente, y así comprendió cómo podría atacar. Al abrir los ojos se encontró con que Eve estaba junto a ella, dándole ánimos y mostrándole a Cupido, su amigurumi. La skater sonreía, no sólo con los labios, también con su mirada, una mirada tan intensa que sintió que podría penetrar por detrás de sus propios globos oculares.

Frente a ellos el cyborg pareció sucumbir a los esfuerzos de Vesper, y ralentizó un poco su marcha. Si su rostro no fuera el de una calavera metálica habría mostrado una expresión de sorpresa. En lugar de eso levantó el brazo izquierdo, el que tenía libre. Lo hizo muy despacio, apuntando hacia ellos, mientras un mecanismo se activaba en el interior haciendo emerger un pequeño cañón de su antebrazo.

Aunque esta vez sí tuvo éxito, Veper sintió como su efecto perdía fuerza, al igual que en su tentativa anterior, y pudo percibir cómo era la propia estructura del enemigo, tal vez el material del que estaba hecho, lo que estaba dificultando sus intentos.

Aunque intuyó que Eve quería entrar en su mente, dada la situación ni se planteó oponerse. Quizá la chica podría llegar a sentir lo que sentía ella misma, esa excitación que provocó el ingenio del científico en su líbido cuando el problema de la poca eficiencia energética de una máquina autónoma compleja se removía en el sueño mediante la implementación de un flujo eléctrico dual, redundante, con un sistema circulatorio eléctrico centralizado y otro difuso que se retroalimentaban. Una idea genial, un eureka lleno de números que contagió al corazón de Shoshana acelerándolo todavía más.

Cuando la mentalista le enseñó a Cupido Shoshana se permitió el lujo de distraer un instante su atención respondiéndole con una sonrisa de complacencia. Y a punto estuvo de perder el hilo del sueño que había captado imaginando un vestido de ganchillo para Eve.

Llena de decisión, miró de nuevo al frente y en un acto de fe puso a su muñeca entre ella y el Robot para luego cerrar los ojos.

Sintió como la energía imaginando que si la cosa había salido bien todos podrían estar viendo cómo de los ojos de Leonora salían sendos rayos, esta vez como los de las tormentas, y se introdujeran en los huecos de la armadura del robot, a la caza de los puntos críticos de su aparato circulatorio eléctrico.

Menudo bicho raro.

Eve atendió a la clase de circuitos eléctricos al límite de su capacidad de atención. Pensar en ella como una científica le generó auténtico estupor. Apretó a Cupido con ambas manos, pensando que quizá notaría en su interior elementos duros: chips, cables, quizá una simple pila. 

La joven le devolvió la sonrisa y el vestido apareció de pronto, como un fantasma. Aquello le pareció bastante obsceno. Estaba acostumbrada a verse en la mente de los demás. Hipersexualizada, sufriendo violencia a niveles extremos (casi siempre en la mente de hombres heterosexuales educados a base de pornografía monstruosa), en escenas románticas, siendo frágil, poderosa... Lo del vestido le causó tal extrañeza que pensó en Shoshana como una guarra pervertida. Por suerte, esta cerró los ojos antes de ver el gesto de asco de Eve.

Ah, no, esto sí que no.

O bueno...

Quizá le sentaría bien para ir a la playa... Italia, Ibiza... 

Cuando empezó a sentir el arte de Shos obrar en su mente, Eve decidió imitarla llevando a Cupido al frente, no fuera a ser que su conexión mental uniera los circuitos de ambos peluches. Se adentró en la sensación de la muchacha y se imaginó a sí misma modelando los rayos con las manos, acariciándolos como si desenredara hilos. Shoshana podría ser una científica experta en las leyes del mundo dictadas por los hombres. Pero Eve era una diosa. 

El agua cae de pronto, como si mis propias palabras la hubiesen invocado, y el alivio es tan instantáneo como fugaz. Mi piel respira, mi garganta se humedece, y por fin puedo abrir los ojos. Oz y James están sobre mí, con prendas en las manos, tratando de ayudarme. Quisiera darles las gracias, pero en cuanto el agua deja de fluir, el dolor que atraviesa mi piel se me antoja como el de mil cuchillas desollándome.* Tengo calor. Por primera vez en mi vida adulta, tengo calor. Y no es agradable.

Intento ponerme en pie mientras la ropa, en parte derretida y pegada a mi cuerpo, y en parte deshaciéndose en jirones, me roza en lugares de mi piel que están en carne viva. Me tiemblan las piernas, las manos, de pura agonía. Mis pulmones, cargados de humo, se afanan por inspirar y llenarse por completo.

-Sacadme de aquí -ruego con un hilo de voz, los ojos anegados en lágrimas, apoyándome en cualquiera que pueda sostenerme.

La oigo. Viene a llevárseme. Su tacto no es frío, como en otras ocasiones, como cuando me rajo el brazo o me lleno las venas de porquería, sino que ahora es ardiente. Con sus dedos calavéricos, en llamas, me arranca la piel a tiras, se ríe de mí, me da la bienvenida por fin a su reino. No quiero irme, no aún. Aún no es mi momento.

El golpe del agua fue tan repentino como providencial. Por un momento no entendió si había acudido a la llamada de Margotte, pero las llamas sobre ella y a su alrededor se apagaron al instante. Sintió su impacto contundente y frío como una bofetada que hubiera querido sacarle de una pesadilla que en realidad no era tal. Fue entonces al ver a la chica tratar de ponerse en pie, temblando, con los ojos llenos de lágrimas y el rostro atravesado por el dolor, que el corazón de James se encogió transido de odio y desesperación. Estaba gravemente herida y ver su figura delgada y frágil con la piel en carne viva, estaba al límite de lo que podía soportar. La sostuvo pero sabía que su contacto podría producirle mucho más dolor

—Lo siento… —dijo simplemente por tocarla—. ¡Aguanta, Margotte! Penélope nos va a sacar de aquí —afirmó tratando de transmitirle seguridad. Antes de cogerla declamó con la voz más firme que fue capaz de emitir:

Conozco los giros de la mano

de ángeles alejados.¹

Buscaba que sus manos la tomaran por allí donde menos pudieran dañarla y transportarla de un modo que no le afectara y le permitiera respirar lo mejor posible. Si su figura siempre daba la impresión de poder romperse, ahora directamente sabía que no hacerle más daño al moverla era absolutamente vital.

James vio volar los rayos desde Shoshana y Eve hasta la máquina y a ésta alzar su brazo con otra amenaza de muerte. Antes de moverse para alejar lo más posible a Margotte de la amenaza, interpuso su propio cuerpo entre el de la chica y la máquina.

El agua cayó inesperada sobre ellos y Oz dio un paso atrás, dejando que empapase bien a Margotte. Junto a James intentó ayudarla a levantarse, pero una vez la chica estaba a salvo, la mirada del músico se fue directamente hacia Penélope, para comprobar que estuviese bien. 

Les había pedido que ganasen tiempo y de eso se estaban encargando Vesper, Shoshana y Eve, pero viendo el cañón que se alzaba hacia ellos, Oz dudó de si habría sido suficiente. 

—¡Penélope! —llamó—. ¿Cómo vas? 

Él dio un paso adelante, pero no para enfrentarse al falso bombero, sino para concentrar las notas a su alrededor y crear de nuevo un escudo que los protegiese. Respiró despacio, escuchando más allá de las voces, centrando sus sentidos en el rojo y el granate que la partitura dibujaba en su oídos. Frunció los labios y silbó una secuencia de cuatro notas que se intercalaba con el crepitar del fuego. Una breve melodía que se entremezclaba en la partitura, cambiándola, amoldándola a la música de su voluntad. 

Había conseguido apagar las llamas que estaban devorando a Margotte, aunque sabía que la medium aún tendría que recibir cuidados después de esto. Pero parecía que aún estaba viva, y eso era ya bastante. 

Observó que el hombre metálico seguía avanzando hacia ellos. La magia de Blue parecía haberlo ralentizado siquiera unos instantes, pero entonces Red vio con horror que el monstruoso ser convertía una de sus manos en un cañón, ¡estaba a punto de dispararles!

El pintor examinó el entorno, era necesario actuar rápidamente. Penélope decía que podía sacarles de allí, solo necesitaban distraerlo unos instantes. Red observó el callejón en el que se encontraban, se puso firme en el centro de la calle, inspiró y expandió sus sentidos. Las llamas estaban lamiendo el lugar, el humo se extendía y toda la Ciudad Olvidada se lamentaba bajo el peso de la entropía. 

Una de las paredes a la derecha del monstruo estaba muy dañada. Era una oportunidad que se podía aprovechar. Red señaló la pared, y sus ojos vieron las grietas que marcaban el lugar por el que colapsaría más pronto que tarde. - Galgraph Gis'graph Vehgisgundon Orun Ururun - Las drogas aún se encontraban en su sistema nervioso, aportándole claridad y provocándole un incipiente dolor de cabeza que pagaría más pronto que tarde: no tenía más energía, simplemente la había tomado prestada del futuro. Se concentró en la base de la pared y comenzó a transmutar los ladrillos, convirtiéndolos en arena. - Galgraph Urun Galdongon Ururmed Unundon Graphdruxun - Si destruía los suficientes en la base, y unos cuantos en una línea vertical, y se apoyaba en el calor que ya se comía el muro, podría, con un cálculo apropiado, hacer que una gran parte de la pared - ¡Galgraph Dondonvan Talpaun Gisg'graph! - cayera sobre el cyborg.

Los ojos de Leonora y Cupido se encendieron al unísono, y sendos rayos relampaguearon hasta alcanzar a la criatura, envolviéndola. La electricidad pareció recorrer su cuerpo, dándole la apariencia de un monstruo de Frankenstein en el momento en que su padre activa el conmutador que lo conecta con la cometa que ha de darle la vida. Era su muerte, al contrario, lo que las improbables aliadas buscaban. Pero no pudieron cerciorarse de si su ataque había acabado con el enemigo, pues una de las paredes que los flanqueaban colapsó enterrándole bajo una montaña de cascotes.

-¡Ya casi estoy!- gritó Penélope. Se había acurrucado en el suelo, en cuclillas, y con la manga del brazo izquierdo remangada - el riego sanguíneo estrangulado por una apretada goma por encima del codo – se preparaba para inyectarse la droga que había preparado con celeridad. No solía recurrir a algo tan fuerte, pero era sólo a lomos de aquel caballo*, de un color blanco enfermizo, como podrían saltar hacia otro mundo. La Umbra Próxima no era una opción, lo había visto, si salían por allí tendrían que enfrentarse a los espíritus del calor, el negro humo y la llama. Oz supo lo que pretendía nada más verla, pues ya había pasado por allí en alguna ocasión; el sendero que su alma gemela había buscado no iba a ser agradable, ni carente de peligros, pero parecía ser la única opción en la que pensó.

Red también había visitado aquel “lugar” en más de una ocasión, aunque no hubiera sido consciente de ello - lo mismo que Eve y Margotte-. Le pareció vislumbrar de nuevo las formas de un gigante tomando sustancia entre los remolinos de humo. Con cuatro brazos extendidos le presentaba una encrucijada, una mano apuntaba hacia Penélope, la otra hacia el río, al que podrían acceder escalando el montón de escombros bajo el que descansaba el monstruo. Una tercera señalaba a Psycophompe y la última… a Blue.

Un muro más caía sobre aquel engendro. Si antes había sufrido una explosión, ahora era sacudido por la electricidad que parecía envolverlo como una nube. Los cascotes rodaron, las espirales de polvo, humo y cenizas aceleraron su baile impulsadas por el derrumbe, esparciéndose en todas direcciones. Los ojos de James las recorrían llenos de preguntas. No sería la primera vez que aquella cosa era capaz de emerger de debajo de los ladrillos, pero tenían que aprovechar la oportunidad antes de que lo volviera hacer. El tiempo se le antojaba extraño, como si hubiera quedado detenido por la presencia de aquella monstruosidad que parecía retener sus pasos como ocurría en las pesadillas. Sin embargo todo se movía al mismo tiempo frenéticamente mientras sus compañeros desplegaban lo mejor de sí mismos tratando de resolver la situación. Entonces la voz de Penélope advirtiendo que casi había terminado le hizo girarse para buscarla.

El rostro de James se contrajo en una mueca de desagrado y desvió la mirada de la chica. Verla allí a punto de inyectarse heroína le produjo una impresión parecida a la náusea. Que la llave de Pe fuera el caballo y el camino que pretendía atravesar pasara a través del mundo de los espíritus le hizo palidecer mientras se desbocaba su corazón. No… No podía llevar a Margotte hasta los brazos de la muerte misma, esa fue la impresión que tuvo al contemplar una  escena que parecía sacada de sus peores pesadillas. ¿Qué otra puerta podía abrir la heroína que no fuera la de la muerte? Instintivamente atrajo a la medium en sus brazos más hacia sí mientras esperaba que todo a su alrededor le gritara lo mismo que su instinto. Elevó su pregunta hacia las volutas de cenizas y humo que, a diferencia de ellos, parecían volar libres y ser capaces de escapar de aquella encrucijada diabólica.

No era momento para dudar, había que salir corriendo de allí ahora que esa cosa estaba KO, pero a Shoshana le temblaban las piernas. Pensó que si esa cosa se volvía a levantar esta vez no tendría fuerzas para acabar con ella y una bocanada de ese aire con sabor a cemento se le escapó en un amago de sollozo, como un suspiro tembloroso.

Sabía, porque de alguna manera había estado allí, que esa máquina de matar había sido una vez el sueño de un tecnólogo y miró a su alrededor pensando que alguna vez la Ciudad Olvidada también tuvo que ser sueño de alguien. Todas las cosas habían nacido del sueño de alguien. Miró hacia James preguntándose si él también, si fue una vez el sueño de sus padres. El gesto del chico, atribulado y concentrado a la vez, le ayudó a centrarse. Giró a su muñeca y le planchó un poco el pelo con la palma de su mano. La apretó contra su pecho y ambas miraron los escombros. Leonora le confirmó que ya no había amenaza acechando.

—Polvo al polvo y chatarra a la chatarra.

Sonriendo a Eve asistió a Leonora para que le chocara la mano a Cupido.

—¡Mano-Pezuña!

De repente le volvieron las fuerzas. Saltó y gritó.

—¡Es chatarra! ¡Es chatarra! ¡Yupiiiii!

Si no fuera por el estado de la pobre Margotte hasta se habría alegrado por el caos y la destrucción que crecía a su alrededor.

—¡James, James! ¡Es chatarra!

Y se quedó esperando, mirándolo como un perrito mira a su dueño cuando quiere salir a la calle a pasear, deseosa de saber en qué dirección correr.

El monstruo mecánico, fuera lo que fuera (¿y qué podría ser, sino una herramienta de la Tecnocracia?), parecía destruido, por lo que la chica del pelo rapado decía. Destruido con magia y aplastado por una montaña de ladrillos. Su traje estaba lleno de polvo, sucio por el humo y los restos del incendio que terminaba de devorar la Ciudad Olvidada.

Y, en medio de toda la destrucción, la imagen de su avatar, el Gigante Rojo, mostrando de nuevo una encrucijada. Se sentía pequeño ante su imponente masa, formada por humo, llamas y el propio aire, temblando por el calor. Le presentaba varios caminos, y le daba la impresión de que había algo más, algo más. Tenía la sensación de estar en el borde de un precipicio, a punto de caer. Una sensación de vértigo existencial que resultaba casi mareante. ¿Sería un efecto de las drogas? ¿O habría algo más?

El Gigante Rojo estaba ante él y Redmond lo notaba más nítido, más real que nunca.  

- Blue. - dijo, sin mirar a la hechicera. - Margotte. Está herida. 

Las llamas consumían al gigante. El gigante estaba formado por llamas.

Penélope estaba a punto de abrir un portal a un lugar ignoto. 

Y él sentía que estaba al borde de una revelación.

Blue tenía un problema, ella también era adicta. Pero su adicción, más oculta a la vista general, estaba aceptada o normalizada en el mundo en el que existían.

Su temperamento no era dócil ni pacífico, eso no significaba que no buscara la paz y la dulzura ni que no aspirara a brindarlas. No hacía mucho que se había dado cuenta de que para dar aquellos dones debía tenerlos primero dentro de sí, sin embargo eso no implicaba que en el fondo no supiera quién era y no conociera su lado más oscuro; porque Blue era adicta al poder y en la justificación magnánima de sus intentos de matar al ente cibernético y de la lucha en la que se había enzarzado para encerrarlo en su burbuja espacio-temporal, y así dar oportunidad de escape, casi se había olvidado de que existían los demás. Por un momento fueron ella y el monstruo en una batalla de poder.

Quizás nadie allí se había dado cuenta porque era una parte de ella que solía esconder de los demás... Salvo de Red. Red había vislumbrado un poco de todo aquello la noche en que habían compartido secretos y hecho el amor. La sonrisa de satisfacción con la que había contado cómo había hecho que saltara por la ventana el celador del orfanato había sido más que elocuente. Casi se había olvidado de los demás de no ser por la voz que la trajo de nuevo a la realidad mientras miraba estupefacta los ladrillos caídos.

Miró al mago como saliendo de un ensueño y se miró las manos, todavía sentía las reverberancias del tiempo y la electricidad yendo y viniendo por sus dedos, era una sensación deliciosa y arrebatadora. "¿Y a mí qué?" casi se le escapa de los labios. Quiso que aquella sensación no terminara nunca. Quiso, en un rapto de cansancio, olvidarse de la humanidad, irse lejos a estudiar los sortilegios que nadie entendería jamás.

Volvió a observarlo fijo en silencio; "¿Quién es Margotte para mí? ¿Quiénes son estos, si no somos tú ni yo?". Pero eso estaba mal y lo sabía, no era el ser al que aspiraba ser; los que peleaban con uñas y dientes a la par de ellos eran otros seres humanos, compañeros magis, que quizás no tenían el mismo puesto en su corazón pero su existencia, como la de toda vida, no dejaba de ser en cierta forma luminosa y milagrosa. Y ¿Acaso no habían sido Shosh, Red y Eve los que les habían salvado el pellejo a todos a fin de cuentas?

Se retó a sí misma por su egoísmo y su megalomanía pero las dejó que corrieran por su ser libremente antes de volver a ponerlas en su lugar: le recordaban quién era, luces y sombras de una misma persona. Soshana festejaba, le sonrió a ella y a Eve y aplaudió pero se sentía agotada y al mismo tiempo como si fuera un tren a toda velocidad.

Asintió preguntándose qué estaba viendo su mago loco en aquel momento -¿Estarás bien? -preguntó, y se volteó para ayudar a Margotte, era mentira que no le importara, no quería que sufriera. -James, ¿Aguantará Margotte el viaje? -preguntó y extendió los brazos para tocarle pero pensó que era mejor imponerle las manos y evitar el contacto físico para no distraerla con el dolor, dirigió sus ojos azules a la muchacha, se había llevado la peor parte pobrecilla. -Escúchame, en el club tengo todo un huerto lleno de plantas medicinales para ayudarte, ellas y yo te mejoraremos, ¿Sí? Voy a darte energía para tratar de que la muerte no te arrebate -explicó con el tono más maternal del que fue capaz y movió sus dedos suavemente por sobre ella sin tocarla, sopesando su energía.

No cerró los ojos en ningún momento y sintió por primera vez algo de miedo al ver la electrocución del robot. Parecía una preso en la silla eléctrica. Ella nunca había matado a nadie, aunque aquello no era humano. ¿Por qué parecía un asesinato?

El muro se lo llevó y por un momento todo parecía haber terminado. El polvo levantado le besó la cara. Su cuerpo se quedó con una mezcla extraña de adrenalina, disociación mente/cuerpo y quizá un atisbo de ansiedad. Seguía habiendo fuego y seguían allí, pero habían vencido, de alguna manera. 

¡Mano-Pezuña!

Eve dejó que Shoshana hiciera el choque de peluches. Al mirarla parpadeó un par de veces; la imagen del fogonazo del rayo se había quedado dibujada en su retina y allá donde mirara veía un manchurrón rojizo. Una huella del destello blanco que había emergido de Cupido. Aprovechó para hacer que la joven científica tomase su peluche. Seguro que estaba hecho de nanoteconología o una cosa de esas, cuanto más lejos lo tuviera de su cuerpo mejor. 

Al mirar a sus compañeros entendió que la sensación de extrañeza tras la victoria era común. Sus energías estaban alineadas en una espiral enturbiada. Blue se miraba las manos, perdida en algún lugar. Las palabras a la nada de Red le hicieron ver a la francesa, que parecía incluso más cerca de la muerte que antes. 

Mientras tanto, Shos gritaba como una auténtica demente. Se apartó de ella, de pronto algo molesta por su existencia. Chatarra, chatarra. Más vale que así sea. Caminó un par de pasos sin rumbo y miró con desconfianza los escombros. Se le pasó por la mente la imagen de un insecto siendo espachurrado bajo una servilleta.

Penélope.

Se estaba metiendo. Sus pasos la condujeron hacia ella, como atraída por una luz en medio de la noche. Era algo fuerte lo que hacía, pero quizá tendría un par de pastillas para ella. Su mente se relamió. Puede que la falta de meditación y de yoga la hubiera dejado lisiada de su poder. Tal vez fuera la Bestia, que se había hecho una guarida en su Yo interior. O quizá fuera el intentar tantos trucos "cutres", de esos que hacen que el poder te de una ostia de boomerang. Una buena chuche podía remediar todo eso bien rápido. 

- ¿Celebrando la victoria sin esperar a nadie? - Le dijo a Penélope con su carita de niña buena. 

El momento crepitaba, vibrando en la partitura como una nota sostenida demasiado tiempo. Los ojos de Oz estaban fijos en los escombros que habían aplastado la criatura, expectante y preparado por si volvía a emerger de esa montaña. Sus dedos, crispados por la tensión, tamborileaban en su pierna, en un gesto inconsciente que cualquier músico podría interpretar como el de alguien cuya cabeza estaba llena de música. 

Pestañeó con la voz de Penélope, la contempló y vació todo el aire de sus pulmones en una exhalación larga. No le impactaba ni le sorprendía lo que estaba haciendo su compañera de vida, no era nuevo, aunque sí reservado para las situaciones más graves e importantes. 

El momento crepitaba, como uno de esos momentos en que la música cambiaba en una transición. Como en el silencio súbito de una encrucijada, con el aliento sostenido en la garganta y el cosquilleo de la siguiente nota revoloteando en las yemas de los dedos. 

Se corría el riesgo en ese tipo de momentos de caer en una relajación prematura, de acomodarse y adormecer la adrenalina antes de tiempo. Pero aquello aún no había terminado. El rojo y el naranja seguían chisporroteando en sus oídos y el amargor en su paladar anticipaba el viaje al que Penélope los conduciría. 

Con todos los sentidos a flor de piel los hombros de Oz seguían tensos como las cuerdas de un piano. Contemplaba en silencio cómo Blue se acercaba a ayudar a Margotte y la euforia de Shoshana se coló en su cabeza dejando un rastro amarillo limón. Vio a Eve encaminarse hacia Penélope. «Ahí vamos otra vez», pensó irremediablemente. 

Respiró una vez más, todavía en alerta. Estaba simplemente a la espera de que su amiga les abriese el camino para salir definitivamente de allí, pero atento a cualquier cosa, ente, suceso, que pudiera caerles encima de improviso.