Antes de que el demonio pudiera conjurar nuevamente algún poder destructivo, Stein volvió a apretar con fuerza el gatillo de su bólter pesado. Un torrente imparable de proyectiles emergió del arma, atravesando el aire con un rugido salvaje. Esta vez, el escudo arcano de Gi'zgoth'djugruc'kul apenas parpadeó débilmente, totalmente incapaz de frenar la devastadora salva. Intentó moverse, retorciéndose desesperadamente en una grotesca danza, pero ya era demasiado tarde. Seis explosiones consecutivas impactaron contra su enorme torso, despedazando carne y hueso.
Gi'zgoth'djugruc'kul soltó un chillido que resonó en todo el Reino del Rey Oscuro, una mezcla insoportable de dolor y rabia frustrada. Él, que alguna vez había humillado a estos mismos Caballeros Grises cuando apenas eran simples iniciados, veía ahora cómo su poder se disolvía frente a veteranos curtidos en cientos de combates contra seres de pesadilla. El conocimiento de su nombre, aquella arma que antaño tanto esfuerzo les había costado obtener, ahora parecía haber sellado su ruina desde el primer momento del reencuentro.
El demonio se arqueó hacia atrás, con sus alas oscuras extendiéndose en un gesto inútil, mientras numerosas grietas se abrían en su carne marchita. Un multicolor fuego disforme comenzó a escapar desde su interior, consumiendo su cuerpo de dentro hacia fuera en un espectáculo macabro y espectacular. Sus extremidades se retorcieron en ángulos antinaturales, los huesos crujiendo y estallando. En un último y desesperado alarido, el rostro cadavérico del demonio explotó en una explosión de luz púrpura, enviando una lluvia abrasadora de astillas y cenizas sobre los Caballeros Grises y sobre los enormes escalones de la Ascensión Real. Finalmente, lo que quedaba de Gi'zgoth'djugruc'kul colapsó sobre sí mismo, desintegrándose lentamente en polvo humeante, mientras las últimas hebras de su existencia eran consumidas por la misma Disformidad de la que había surgido.
Motivo: Escudo Infernal vs Stein
Tirada: 6d100
Dificultad: 10-
Resultado: 11, 70, 66, 20, 24, 39 (Suma: 230)
Motivo: Esquivar vs Stein
Tirada: 1d100
Dificultad: 54-
Resultado: 61(-10)=51 (Exito) [61]
El modificador de Esquiva está mal. Puse -10 cuando era un malus de +10, por lo que no hay ningún éxito. Vamos, que se traga todo y muere. Él esperaba algo más xD
Los demonios menores que quedaban, son destruidos cuando muere su amo.
@Trebek: Faltaría tu tirada de esquiva del turno anterior para saber si tienes 2 heridas más antes de que Leinad te pueda curar.
Entonces, como si aquella victoria hubiese fracturado algún bloqueo temporal, el río del tiempo volvió a fluir violentamente alrededor de los Heraldos del Amanecer. El griterío, los disparos y la agonía de la batalla bajo las Puertas de la Eternidad regresó como una marea abrumadora.
Al fondo, Sanguinius batía sus alas heridas ascendiendo hacia el cielo oscuro para enfrentar al colosal titán enemigo que encabezaba la marcha, en una desesperada maniobra para ganar unos preciosos minutos más. Alrededor de los Caballeros Grises, los civiles liderados por Euphrati Keeler o Kyril Sindermann, entre otros, corrían desesperadamente hacia las enormes y masivas puertas de marfil y oro, aún entreabiertas, buscando refugio ante las numerosas amenazas. Las tropas imperiales -Custodes, Hermanas del Silencio, y Legionarios leales- retrocedían combatiendo valientemente contra una marea de enemigos que no dejaba de crecer. Las estatuas del Gran Procesional, deformadas por la corrupción del Caos, se erguían ahora como testigos silenciosos de aquella carnicería sin precedentes...
- ¡Resistid! ¡Sólo un poco más! -Clamó Sanguinius, con su silueta majestuosa destacándose en el cielo desgarrado por relámpagos disformes-. ¡La eternidad nos juzga en este día!
- ¿Justicar? Preguntó el Apotellán en un intento de que todos reaccionasen para seguir unas órdenes. Unas órdenes que exigía en este momento y así azuzaba el momento de la decisión del líder, que no era otro que el Hermano Angrón. Todos sabían cual sería el resultado del interior, y esto "de aquí afuera" ya se conocía, pero, también lo de dentro. Lo que decidió y marcó a la Humanidad durante milenios. Si de verdad estábamos aquí por algo importante, sería por eso: "Por lo de Dentro". Y este era el momento de que nuestra huella quedase marcada en la historia. Que la historia fuese otra, y gracias a la acción de todos, pero sobre todo ellos, de 5 hermanos de armas vestido de Gris Pulido o Plateado. Con sus armas, con sus armaduras, con sus mentes moldeadas durante años de esfuerzo y adiestramiento, pero, más que nada, por las últimas vivencias juntos. Por la experiencia acumulada.
- Este es el momento de la verdad. De que la Historia tenga una pizquita de Heraldos del Amanecer. Y se preguntó: - ¿Será por eso nuestro nombre y crearemos un Nuevo Amanecer?
Todo en está realidad parece ser una mentira a medias, pero lo único que importa es que el Ángel luchará solo Digo por primera vez en mucho tiempo reflejando tristeza en mi voz, sin perder la eficiencia mecánica de reparar y revisar las armas.
Nuestra misión se halla al lado de Malcador y allí es donde iremos, almenos yo iré, pero sigo sin entender bien las mareas del caos que nos agolpan sigo sin comprender a que se debe todo esto, porque unos eventos importan y otros son insignificantes, si esto fuera relevante me quedaría aquí y moriría por el emperador llevándome tantas vidas como pudiera, no solo por el asedio, sino porque cada uno de estos monstruos que hoy atacan cubiertos de un manto de sombras en un futuro se convertirán en veteranos de la guerra eterna Digo mientras avanzo hacia las puertas, esperando que mis hermanos me sigan.
Así que aunque los mate ahora muy probablemente estén en Cadia otra vez así que, volvamos cuanto antes para que pueda matarlos definitivamente.
Regresé al lado de la escuadra una vez el demonio cayó. Aunque la voz de Sanguinus resonó por todo el campo de batalla, reclamando el último sacrificio en la defensa de Terra, esas eran unas palabras de inspiración largo tiempo pronunciadas. No nos hablaba a nosotros, y no perderíamos más tiempo en enfrentar al verdadero enemigo. Envainé la Espada Reliquia Titán y asentí, a modo de reconocimiento a mis hermanos.
El tecnomarine volvió a hablar colocándose un paso fuera de la escuadra. Me quedé mirándole unos segundos en silencio antes de continuar hablando. Dejé que el aire saliera por los orificios nasales, largo y profundo, y tomé la palabra.
—Hemos abatido todo lo que nos ha lanzado el falso dios cobarde. Es hora de enfrentarle. Esta batalla no es más qje un lejano eco pervertido en la mente corrupta de esta entidad disforme —dije con rotundidad—. Avancemos
Caminé hacia el interior, cruzando las puertas.
Gi'zgoth'djugruc'kul había perdido la batalla pese a lanzar vientos huracanados y escombros que enterrarían una ciudad entera, los Caballeros Grises prevalecieron y vencieron a su archienemigo contra todo pronóstico. El recordar su nombre y pronunciarlo debilitó sus defensas cosa que se aprovecharon y explotaron. Pese a estar a distancia de disparo Trebek no pudo hacerlo por que tenía que estar más pendiente de esquivar los escombros que le lanzaba el demonio y no perder el equilibrio por el huracán que dominaba aquél lugar no se lo llevara.
Con la muerte del gran demonio, los pequeños también desaparecieron y la Puerta de la Eternidad estaba a salvo, por el momento. El tiempo volvió a fluir con la caída del Gran Demonio de Tzeentch y Sanguinius clamó en los cielos una defensa a la desesperada para acabar con el enemigo. Los humanos que acompañaban a los Astartes seguían corriendo a lo largo del Gran procesional intentando alcanzar el Sancta Santórum. El Justicar Angron dio orden de avanzar y el expiador las llevó a cabo:-Soldados de la Guardia, avancemos.-
Motivo: Esquivar
Tirada: 1d100
Dificultad: 49-
Resultado: 47 (Exito) [47]
Pido disculpas por no haber podido postear a tiempo, ayer me puse malísimo con fiebre y vómitos y aunque hoy estoy mejor no puedo estar mucho tiempo lejos del baño, ya me entendéis.
Cruzo las puertas, no sin antes echar un último vistazo al Ángel, pues él había traído esperanza en ese día. - Sigamos, el tiempo apremia, y esa criatura que nos ha retenido, solo nos ha robado tiempo en nuestro periplo hasta Malcador. Solo quedaban cenizas de la criatura y un recuerdo, pues ya era la segunda vez que lo vencíamos, pero algo me decía que no sería la ultima vez que lo viésemos.
Finalmente, los Caballeros Grises cruzaron el umbral de la inmensa Puerta de la Eternidad, acompañando y protegiendo a civiles y soldados mientras los sonidos desgarradores de la batalla se desvanecían lentamente a sus espaldas.
Ante ellos, las puertas monumentales comenzaron a cerrarse con un estruendo resonante, como si les hubieran estado esperando, sellando tras de sí el caos, la muerte y la desesperación de la Ascensión Real.
Por un instante, pudieron contemplar en silencio la figura luminosa y herida del Gran Ángel, aún combatiendo pese a su lamentable estado tras su enfrentamiento con Angron. Luego, la oscuridad se cerró alrededor, y el silencio solemne del interior del Sanctum acogió a los Heraldos y supervivientes, recordándoles que aunque habían ganado esta batalla, la guerra por la eternidad estaba lejos de terminar...
La primera oleada surgió al oeste, como una bestia imparable avanzando bajo el cielo teñido de un violeta enfermizo. Desde la distancia, se distinguían transportes que vomitaban una masa febril de cultistas: Miles y miles de desertores, asesinos, matones y obreros de manufactorum mancillados por la adoración a los dioses oscuros. Llevaban en los ojos una rabia ciega, instigada por los Apóstoles Oscuros que se movían entre ellos arengándoles, escupiendo promesas blasfemas y falsas esperanzas. Aquel tropel no buscaba abrirse paso; su propósito era morir, alimentando la rueda del Caos y el hambre insaciable de la disformidad.
En cuanto la turba de herejes cruzó la línea marcada por las defensas cadianas, los cañones de la fortaleza de los Puños Imperiales despertaron con un rugido que hizo temblar la tierra, desgarrando el suelo y la carne por igual, disipando a cientos, miles, de aquellos miserables en fulgores anaranjados y nubes de ceniza. La Falange se había desencadenado. Columnas de fuego y humo se alzaron sobre las llanuras de los pilones, pintando el crepúsculo violeta con tonos anaranjados. Pero no importaba cuántos cayeran; los cultistas seguían llegando, como si el mismo Caos los vomitara desde sus entrañas. El campo de batalla se convirtió en un tapiz de humo y metal retorcido, en el que los defensores ya apenas veían el horizonte.
La contienda inicial fue tan feroz que el mundo pareció envolverse en una niebla espesa y letal, obligando a los soldados a respirar a través de máscaras empañadas, y a disparar guiándose más por el oído que por la vista. Los pilones, alzándose en medio de las planicies, impedían a las tropas percibir el alcance real de la debacle. Los defensores disparaban sin descanso, sus fusiles láser y bólteres escupían proyectiles sin parar. Pero la presión era implacable. No habían llegado a cumplirse las primeras tres horas de combate cuando las líneas comenzaron a desgastarse mientras los hombres y mujeres en las trincheras luchaban para recargar, disparar y sobrevivir en medio de una marea infinita de enemigos. En el aire flotaba la desesperación, mezclada con el hedor de la carne quemada y la sangre derramada.
Fue entonces cuando el verdadero asalto comenzó. Cuando las líneas defensivas comenzaban a notar desgaste. A través del polvo y el caos, se alzó una columna negra que cubría dos kilómetros de ancho, una marea de muerte que avanzaba sin detenerse. La Legión Negra se había movilizado. La Guardia Imperial, dispersa por todos los flancos, mantenía la línea a duras penas, mientras el martilleo incesante de las armas enemigas y las detonaciones lejanas del bombardeo orbital hacían temblar las entrañas de la tierra. En el sur, los Templarios Negros de Amalrich y los Puños Imperiales de Garadon se reagruparon, alzando estandartes que aún ondeaban con la furia del Imperio. Más al norte, los Puños Carmesíes y la 4ª Compañía de Ángeles Oscuros de Korahael intentaban contener la crecida enemiga. Allí el Capitán Ruis Tracinto de los Puños Carmesíes pereció bajo el brutal impacto del puño sierra de un exterminador del Caos. La muerte del Astartes dejó un vacío amargo en los defensores, un recordatorio de que las filas cadianas disminuían con cada minuto.
Fue en el sur donde la contienda alcanzó su apogeo, allí donde la Falange había concentrado su furia, y donde, irónicamente, la defensa resultaba más vulnerable. A través de las columnas de humo y los cráteres llameantes, la Legión Negra avanzó en masa. Bajo el estruendo de los bombardeos, la columna oscura se abrió camino, indiferente a las bajas, a la metralla y al fuego continuo. Llegaron con retroreactores rugientes, con Rhinos blindados arremetiendo contra las líneas, con cañoneras ennegreciendo el cielo y demonios aullando desde el corazón mismo de la disformidad.
Y en el centro de esa tormenta de destrucción, se teletransportó Abaddon. El Saqueador cumplía su promesa. Su imponente figura se alzaba allí, envolviendo el campo de batalla en un aura de puro terror. A su alrededor, los arcaicos Justaerin, su guardia de exterminadores personal, apareció portando picas decoradas con los cráneos de los oficiales cadianos que habían perecido en sus manos. A su alrededor, decenas de corpulentos demonios se materializaron, despedazando soldados. En esos instantes de horror, la línea sur amenazó con quebrarse.
Y entonces ocurrió lo impensable. Un destello brillante cruzó el cielo, surcando el aire como una flecha de luz divina. Celestine, la Santa Viviente, había llegado. Su sola presencia hizo retroceder a los demonios más cercanos, que siseaban y se retorcían como serpientes heridas. Tras ella, transportes de asalto imperiales se posaron sobre la tierra sembrada de cadáveres, abriendo sus rampas para dejar salir a cientos de Hermanas de Batalla y miles de Guardias Imperiales. Las guerreras sagradas avanzaron con fervor, disparando a quemarropa, elevando cánticos contra la herejía.
En el otro frente, figuras envueltas en llamas espectrales comenzaron a aparecer desde las sombras del campo de batalla. Era la Legión de los Condenados. Aparecieron sin previo aviso, disparando bólteres con una calma sobrenatural. Nadie entendía de dónde habían salido, salvo los Puños Imperiales a los que previamente habían salvado de una inmensa infestación demoniaca en la Falange, pero su mera existencia era otro mito, otro milagro, hecho carne. Bajo sus disparos los guerreros del Caos vacilaron. Por primera vez en aquella carnicería, la Legión Negra halló un obstáculo que no podía comprender del todo.
Pero aún así, la batalla estaba lejos de concluir, más bien parecía inclinarse hacia un equilibrio precario. Aunque los defensores habían encontrado nuevas fuerzas en los milagros y leyendas de la vieja Terra, la Legión Negra no cedía. Las fuerzas del Caos seguían llegando, una oleada tras otra, interminables como la noche misma. El Imperio mostraba sus recursos más sagrados y sus guardianes más legendarios, pero la Gran Hueste de Abaddon no se detenía.
Al final de aquella jornada infernal, los defensores tuvieron que replegarse hacia el interior de las cuevas, empujados por la hueste de Abaddon. Cada defensor sabía que la esperanza de victoria era nula, pero luchaban aferrándose a cada metro de terreno como si sus vidas y las de todo el Imperio dependieran de ello.
Y en la penumbra de las cuevas, mientras las llamas iluminaban fugazmente los rostros marcados por el intenso combate, Creed susurró:
- Kell, maldito Trono. Tal vez deberíamos ser nosotros quienes hagamos volar este condenado planeta. No le daremos a Abaddon esa satisfacción.
Aquella noche Creed rió, quizá la primera vez en meses, y su risa seca resonó contra la roca, mezclándose con el eco distante de la batalla que aún rugía afuera. Allí, con la sombra de la muerte a sus espaldas y el Imperio pendiendo de un hilo, concluyeron otro maldito día de guerra, sabiendo que la verdadera prueba aún estaba por venir.
FIN DE ESCENA