Partida Rol por web

Mi pierna se resiente por el daño recibido. No obstante, Vuelvo a avanzar y descargo otro tajo sobre la cabeza de Parnassus.
Tras recuperar mi posición de guardia, digo.
Solo hay un modo de juzgar el progreso en el arte de la esgrima. A través de la victoria. Pues únicamente la situación especial de la que gozamos en el coliseo, permite que siga aqui ahora.

-Razón no te falta, Juan; pero en realidad, puedes tomarte nuestra situación como un entrenamiento más duro de lo normal. Aquí los ataques son de verdad, y el dolor y el sufrimiento es el mismo. Ambos hemos sentido lo que supone despertar en la mesa de los Monjes. En ocasiones he deseado no hacerlo. Nuestra situación es envidiable para cualquier luchador. Somos un ejército de un hombre, apenas igualable por ningún soldado.- declaró el esclavo.

Juan se volvió a lanzar hacia su cabeza, y Parnassus se agachó y cargó hacia su pecho. Las aristas se estamparon contra sus costillas, astillando algunas. Pero el combate distaba de estar decidido.

Tras el impacto en mi pecho, mi inclino y lanzo un rápido tajo sobre la pierna izquierda de Parnassus. Mientras recupero mi posición de guardia, digo.
Bueno. Esto he de admitir. Es indudable que nos entrenamos bastante por aqui.

Sin embargo, al retirar el escudo Parnassus quebró las costillas en las que sus aristas estaban clavadas. Los ojos de Juan se nublaron por el dolor y posiblemente el sufrimiento le paró el corazón. Seguramente se ahorró la agonía de ahogarse en su sangre.

El guerrero llamó a los Monjes, para que lo hicieran regresar.

Era una relación extraña. Deseo se sentía incómoda, sabía que el Favorito acataba las órdenes de sus amos con absoluta entrega, y eso incluía las que había recibido acerca de ella. Pero ella no era una Oscura, no aprobaba la esclavitud. El servilismo con el que Parnassus había reaccionado en cuanto había leído el pergamino, la había molestado. Y más cuando ella le había dado la oportunidad de abatir esa máscara de frialdad.

Pero cada cual toma sus propias decisiones... aunque le dolía que hubiera esa diferencia abismal entre el hombre que no se atrevía a mirarla a los ojos, como si ella llevara el apellido de Obsidiana, y el que se comportaba como un compañero más, que bromeaba y la miraba como podían hacerlo Juan Bautista, o Renato... Ricardo era distinto.

Finalmente decidió encontrarle en la arena. Había visto alguna de las durísimas sesiones de entrenamiento del guerrero, y conocía sus costumbres, ahora tenía que estar haciéndolo. Bajó hacia las entrañas del Coliseo, allí donde los guerreros mejoran sus técnicas a costa de morir una vez tras otra. Los Oscuros no sabían lo que les costaba a sus Gladiadores la diversión que ofrecían. O quizá sí...

Cuando llegó, el ancho espacio estaba en semipenumbra, y solo un par de monjes se mantenían a un lado, mientras que Parnassus, en el centro, en el punto mejor iluminado, trabajaba con sus escudos, y un extraño artefacto.

-Veo que usas esa cosa para practicar, Parnassus. Quizá quieras un monigote más real para encajarle tus escudos.

Le guiñó un ojo,  y le mostró su Guadaña Aunque no era necesario, abultaba más que ella...

-Tengo mucho más que encajar que mis escudos, pero cierto es que siempre prefiero hacerlo en compañía.- dijo Parnassus con una sonrisa, mientras la guadaña de Deseo giraba en su busca.

Entrando en la guardia de la hembra, Parnassus aferró el asta de su arma y la hizo girar, enganchando su cuello con la misma, mientras la presionaba hacia su espalda, cortándole la respiración:

-Aun así, debéis saber que mis órdenes no impiden hacerlos daño ahora que no estamos en misión... Aunque no sé por qué me da que es lo que buscas. Sea entonces. Solo confío en que no lo hagas acabar demasuiado rápido...- dijo con una sonrisa ¿pícara? en su boca.

El movimiento fué algo imprevisto, y la cogió por completo desprevenida. Sin casi darse cuenta, nada más empezar a hacer volar su Guadaña, vió como Parnassus la agarraba por el asta, cerca de la hoja, y sin poder detenerle la arrastró. Quedó contra su garganta, siendo inmovilizada y empezando a sofocarla.

-Parece... que lo de... acabar rápido...

Luchaba con todas sus fuerzas para liberarse del mortífero abrazo, pero era inútil.

-...va a depender... de tí...

-O tal vez no...- dijo Parnassus, mientras veía girar a la mujer libre de su presa, con otro molinete de brazos.

El manejar un arma tan pesada durante tanto tiempo había dado una fuerza impresionante a las extremidades de la pelirroja. Quiza no tanta como la del curtido esclavo, pero suficiente para escapar de su abrazo, a pesar de la privación de aire.

Se deslizó entre los escudos, los brazos, y la Guadaña, medio gracias a su esfuerzo, medio por su escurridiza piel untada de aceite.

Sin embargo, el tiempo que había estado ahogándose la había dejado sin aire, sin oxígeno en los pulmones, y sin casi riego en la cabeza. Mareada, tosiendo, y rodeada de miles de puntos luminosos que giraban a su alrededor como luciérnagas enloquecidas, intentó recuperar el aliento y el control de sí misma.

No había opción, debía seguir luchando, y a duras penas tenía a Parnassus localizado entre la bruma de su propia confusión. Hacia él o lo que creía que era él dirigió su arma, aunque se temía que era un ataque pueril para alguien como el Favorito del Coliseo...

La hoja de Deseo choco contra el borde externo del escudo de Parnassus, quedando trabada en la arista lateral externa. El peso de la terrible arma hubiera vencido la guarda, de no ser porque la arista interior de la otra dio apoyo a la interior de la que trababa la guadana, girandola a un lado. Ambas aristas interiores cruzadas se precipitaron sobre la nuez de la mujer proyectandola contra las cadenas de los laterales, con el peso del esclavo impidiendola revolverse. Con el arma aun firmemente sujeta por los expertos escudos, sus posibilidades menguaban por momentos. Si tan solo pudiera girar un poco la media luna para aranar su cara...

-No imaginas cuanto aprecio tu alma indomita, Deseo. Tal vez... tal vez si las ordenes no existieran, si mi casa no hablara por tus acciones... todo seria distinto.- dijo Parnassus en cierto modo leyendo en sus ojos -No te inquietes; si algo aprende un siervo es que todo llega a quien espera. Cuanta paciencia tiene el Destino, mi senora?- termino su desconcertante frase el gladiador.

Parnassus seguía luchando como si estuviera en una maldita pista de baile. Sin problemas, se movía como agua a su alrededor, fluyendo con absoluta naturalidad.  Hasta que cayó sobre ella como una avalancha, trabando sus escudos en el asta de la Guadaña,

Deseo estaba de nuevo atrapada, de nuevo inmovilizada, de nuevo ahogándose. Sus ojos se clavaron en los del de Obsidiana, que seguía hablando, preguntando. Intentó girar la guadaña, en vano. Forcejeó, inútil. Si el luchador esperaba una respuesta por parte de la mujer, esperaría en vano. Deseo empezó a ver las pupilas entre las rendijas del negro casco, tintadas de rojo. Era el rojo de su propia sangre, un velo caía sobre la conciencia de Deseo, un velo rojizo que apagaba sus sentidos.

Estoy muriéndome... ni hablar!! No voy a morirme, no voy a hacerlo!!....

Sacó fuerzas de cada músculo, de cada célula. Cada fibra de su ser se revolvió, luchó, gritó y se levantó.

Y con ellas, Deseo se alzó, maltrecha, agotada, exhausta...

...pero aún viva.

La mente juega malas pasadas cuando al cerebro le falta riego. Deseo e sonreia a si misma mientras se le acababa la vida. Parnassus imaginaba que en su imaginacion estaba libre... quiza incluso venciendo.

Pero la realidad era muy distinta. El aire se termino y el cuerpo cayo inconsciente. El gladiador no siguio apretando: no habia necesidad de enviarla al dolor del despertar con los Monjes. Unas horas y volveria a estar bien; eso era todo.

Parnassus se habia quedado sin su respuesta. Tal vez la obtuviera en otro momento. Al menos esperaba que lo hubiera escuchado.