Partida Rol por web

Tras ellos, entre los humanos hay un gran murmullo de disgusto. Especialmente entre los norteños. "Como se atreven..." "Todos sabemos lo que quieren hacernos los malditos Demonios del Norte" "Ni siquiera deben ser sus esclavos, los habrá cogido por ahí por diversión." "Deberíamos hacer algo." "Sí, colgarlos a los dos, por ejemplo." La tensión se acumula por momentos.

Unos cuatro minutos después de que Delderius entre con los humanos, el elfo oscuro vuelve a salir, llevando uno de ellos. Y con una sonrisa cruel mira a los humanos y norteños, y sus miradas de odio, mientras apunta con su kukri a su prisionero.

- Señores, señores... permítanme unas palabras. En primer lugar, Svaltafer, y ya sabeis como es, está en mi habitación con mi otro prisionero. Sabeis que soy un sádico y un canalla, así que vamos a los hechos. Hecho uno: este humano ha tratado de asesinarme esta mañana, a mi y a otros seis elfos oscuros. Hecho dos: ha fracasado horriblemente. Hecho tres: en vez de matarlo, cosa que podría haber hecho, o entregarlo a los jueces, cosa que podría haber hecho, lo he traido aquí - Delderius mira al resto de gladiadores con gesto sereno y altivo- Hecho cuarto: el motivo de esta situación es la conducta de uno de nuestros gladiadores, o mas en concreto, no asumir un hecho: esta ciudad es de los elfos oscuros. Punto. Algunos de vosotros sois esclavos, otros no. Pero los elfos oscuros no vamos a consentir que nadie nos ataque en nuestro suelo. Antes haremos un genocidio. Hecho quinto: no me apetece tal cosa. Y para eso necesito a la responsable de todo esto. A Melissa. Ella es culpable de cosas peores que el intento de asesinato por una rabieta de estos dos idiotas. Se que lo sabeis. Sabeis que lo se. Así que decidme, ¿qué va a ser?. ¿Una deliciosa orgía de sangre o algo de información para mi?

Silencio. Odio. No había más en aquella habitación. Todos querían matar de Delderius. Maldición, querían matarlos a todos. Incluso los orcos parecían tensos. Siglos de abusos, añadidos a la terrible presión que los jueces ejercían en cada casa y a cada humano, había hecho que la razón hubiese quedado atrás. Varios hombres se pusieron de pie, mirando a Delderius mientras cruzaban los brazos ante ellos.

Algunos comerciantes o admiradores se dirigían con discrección a la salida. Los gladiadores Elfos Oscuros, en una minoría applastante, se miraban entre sí nervosos. Hasta los templados Hakhim tenían sus manos sobre las dagas.

Y nadie hablaba...

Suspiro pesadamente.

- Parece que tenía razón quien dijo que era un error dar tanta libertad a esclavos y a extranjeros. Y es verdad que lo siento. - miro al joven humano con una sonrisa- Parece que tu vida no les importa tanto como les importa acabar con la mia. Ya ves... piensan igual que tu. No les importa que todo esto acabe en un genocidio. Pero a mi si. Yo mato a la gente una a una, o muchos. Pero dejo los genocidios a los humanos, se os da mejor. Ya me has dicho lo que quería saber, niño. - a gran velocidad muevo mi kukri desenvainado, y corto las cuerdas que atan al chaval sin hacerle daño.- Largo - luego me quedo en pie, desenvaino mi otro kukri y miro al resto de gladiadores- Bien. Ahora ya soy todo vuestro. ¿Vais a venir todos a uno a matarme?, ¿empieza aqui y asi los ultimos dias de este coliseo, de esta ciudad y de todo humano en kilómetros a la redonda?

Uno de los gladiadores se acerca al chaval, tomándole el hombro. El resto van sentándose, poco a poco. El joven se detiene. Aunque al ser liberado su rostro expresó un enorme alivio, se forzó a dar la vuelta, desembarazándose del hombre que le protegía. ¿Qué hay del otro?

Delderius volvió a reirse con autentico buen humor. Estaba disfrutando

- Bueno... creo que ya has tenido mucha suerte por esta mañana chaval. Dime una cosa, y se sincero, ¿el otro iba contigo o fue simplemente uno de los que se unieron a la refriega, al que no conocias?

No le conocía. Eso no quiere decir que merezca estar en manos de alguien como vuestro amigo. El joven parecía un poco nervioso ahora. Había estado tan cerca de dejar aquella pesadilla atrás... pero no podía dejar a alguien en un destino tan terrible como en las manos de Delderius y Svaltafer. Lo malo de la juventud es que la vida aun no ha aplastado tus ideales.

- Debe contarme lo que sabe. Como tú has hecho. Y cuando lo haga, dependiendo de si es o no igual de inocente que tu, tendrá o no el destino que tu has tenido. Señores - y dicho esto regreso a mi habitación

Cuando Svaltafer entra en la sala común, puede sentir la tensión en el ambiente. El silencio, antes impensable en el lugar, parecía pesar sobre sus hombros. Como las miradas. Miradas que se clavaban en él como flechas. Querían matarle, todos y cada uno de ellos. Sus hermanos participantes en la arena se habían retirado, bien a sus cuartos o a las calles. Humanos y Orcos esperaban el regreso del último hombre.

No parecían pretender esperar mucho. Y eran cientos.

Siento todas las miradas clavadas en mí, cientos de gladiadores dispuestos a saltar encima mío cual bitres ante una respuesta que no les convezca. Incluso yo me acojono un poco pero no dejo que lo vean, mi gélida cara no va a dejar pasar ese sentimiento de dentro de mi.

- Tranquilizaos todos y no me mireis así, el humano está vivo y comiendo con Delderius, al pobre ya le habían cortado la lengua antes, quien quiera puede subir para verlo con susu propios ojos ... aunque me ha pedido que suba alguien en concreto.

Busco a un mozo de la sala y le pregunto por Anat

- ¡Eh chaval! ¿has visto si esta por la sala Anat?

El mozo niega con la cabeza. No desde hace un buen rato... señor. Aquel chaval, aunque libre, siempre había sido juiciosamente temeroso de los señores de la ciudad. Ahora parecía que había encontrado algunos redaños.

El odio se contagiaba con rapidez. Eso era algo que Svaltafer sabía bien.

- vale gracias.

"Je, yo diciendole gracias a un mocoso con ese, ... en fin todo sea pro mantener la calma"

Me doy media vuelta y me dirijo a la habitación de Delderius para decir que Anat no esta por la sala comun

Deseo llega a la casa y se dirige a la habitación de Delderius.

Ricardo entró en la sala común de la casa de los Condenados. Tenía las manos y la chaqueta manchadas de sangre seca. Su mirada era extraña. Una mezcla de furia y melancolía.

Se hizo el silencio en toda la sala, una sala aun alborotada por el espectáculo de los elfos oscuros.
Despacio, con paso firme, apartando a la gente, se dirigió hacía la zona de los norteños.
Se subió a una silla y alzó la voz.

Hombres y mujeres del Norte. Hoy hemos perdido a un gran hombre, un gran guerrero, un gran lider.
Adrian ha muerto.
Hemos de ir a presentarle nuestros respetos. Todo aquel que pueda que se dirija al bosque y preparemos un funeral digno de tal hombre.

Los norteños saben de quien habla Ricardo. Todos se van levantando, sombríos. Habían perdido tanto... y se les seguía arrebatando. Era fácil leer lo que los puños apretados, los hombros tensos, los labios apretados significaban. Hombres que días atrás eran sumisos encontraban coraje en la indignación de sus hermanos. Meros cocineros y mozos dejaban su puesto, algo que jamás hubiesen osado antes, para dar sus respetos a aquel líder sin proclamar, a aquel que les pedía mesura cuando ahora su corazón les pedía sangre.

Eran un pueblo orgulloso. Eran humanos del norte. Sólo habían necesitado que se lo recordasen.

Poco a poco, los norteños fueron saliendo de la Casa de los Condenados, camino del Bosque antiguo. Por el camino, en su silenciosa procesión, fueron recogiendo a otros. Se unían al grupo en silencio, recogiendo troncos de leña sueltos de las carboneras. Todos cogían uno, para poner una parte de sí mismos en la pira de aquel al que respetaban.

Era un acto de desafío.