Partida Rol por web

A Partir de Ahora.

Capítulo II

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12/01/2009, 04:50
Claire Windsor-Hancock

Toqué el brazo de mi hermana para intentar tranquilizarla porque no me agradaba en absoluto mirarla así, pero en el fondo sabía que un tanto de razón llevaba; luego me volví al profesor de francés y asentí, después de todo al menos una pieza tenía qe bailar, para eso había ido o al menos con esa intención y no estaba mal aceptar su invitación, miré a Louisa y ella asintió levemente pero con una mirada que me dijo que estaría atenta de cualquier extraño movimiento. Sonreí y apenas sonar la nueva pieza me colgué del brazo de Jean para ir a bailar con él. La música que sonaba era exquisita, ojalá no tuviera que salir huyendo como una cobarde y mi carácter me diera tiempo para agradecer la invitación al anfitrión. Dancé entre los brazos del francés con bastante ligereza, disfrutando cada nota que la orquesta nos regalaba, la bebida había encendido el color de mis mejillas y una sonrisilla tonta se dibujaba en mi cara con descaro total.

-Es una bonita recepción...-musité a Lésdiguièrs.-Y usted es un excelente bailarín.

Lo miré a los ojos por breves instantes, no quería faltar al protocolo y tampoco quería que Louisa viniera por mí a mitad de la pieza, mejor guardar la compostura, así que intenté borrar esa estúpida sonrisa de mi cara. Observé al señor Collins marchar con una de muchachas Cornwell, quizás eran viejos conocidos, sí, la gente en este pueblo se conocía a la perfección; aunque me parecía que Collins no era precisamente de la región. Dejé de pensar en los demás, la verdad es que tampoco me incumbía y continué mis pasos siguiendo a los de Lésdiguièrs.

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12/01/2009, 14:05
Charles Patrick Avon
Sólo para el director

Chales, tumbado sobre su cama, leía distraídamente uno de sus numerosos libros. La chimenea chisporroteaba y ambientaba la escena. Quizá en esta época del año no tendría sentido tenerla encendida, pero la noche se aproximaba, y aquel castillo, abandonado durante los meses de invierno, aún conservaba una gran humedad, que añadida al frío que se colaba por las ventanas, hacía la estancia un poco más fria que de costumbre.

Encendido y cansado por los abrazos de ella,
cual pájaro salvaje que amansan las caricias,
o como el ágil corzo fatigado al correr;
cual el lloroso infante que al mecerlo se aplaca,
así obedece Adonis, se entrega y no resiste,
mientras ella se sacia, sin lograr lo que quiere.

Tras ese último sexteto de "Venus y Adonis" de William Shakespeare, y observando que la noche se le hechaba encima, se levanto de la cama con paso acelerado aunque preciso. Buscó en su armario su traje de gala del ejercito, y todo lo necesario para el gran baile de esta noche.

Su traje, limpio y planchado le quedaba como un precioso anillo de oro y diamantes a la mujer mas bella del mundo. Se ajustó bien su casaca y secogió su espada de la parte de arriba de su armario. Se miró por última vez al espejo y salio de la habitación con la sensación, de que, aun sabiendo que las grandes fiestas no eran de su agrado, esta podría ser una gran noche.

Dió tumbos por la casa, primero para advertir a una de las chicas del servicio de que preparan su corcel para acudir al baile, y más tarde buscó a su padre y a su madre con el fín de conocer si ellos estaban preparados para partir lo antes posible

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12/01/2009, 19:09

La velada se desarrollaba con normalidad, Sir Francis y su colega Patrick no podían pedir más por ser la primera reunión que se brindaba en esta campiña por su parte. Los criados iban y venían sirviendo aperitivos, comprobando que no faltase el agua y el brandy, asegurándose que el salón de baile permaneciera impoluto después de cada danza. Y la noche recién empezaba.

Algunos, comos las hermanas Hancock no se hallaban muy a gusto, la realidad es que Mary Ann quería largarse ni bien llegase la primera oportunidad. Su hermana Claire, al menos podía contentarse con la compañía de Jean y la chaperona Louisa, ya se había quedado dormida en un sillón. Otra persona que ya había abrazado a Orfeo era la madre de las Cornwell, quien se había dedicado a charlar animosamente con una dama de sociedad y, después de unos sorbitos de brandy, había pasado a dormir pesadamente en un sillón. Pero nadie parecía notarlo, el sitio estaba atestado de gente.

En ese momento las puertas se abrieron para la llegada del último invitado. Vestido con suma elegancia y con un brillo de alegría en sus ojos azules, Avon entró en la estancia. Sus ojos buscaron por todo el salón para tener una visión de todo el gentío. Realmente era una escena encantadora.

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12/01/2009, 21:43
Jean Antoine Lésdiguièrs

Seguí los pasos de mi pareja con alguna que otra dificultad, por suerte su destreza eclipsaba la falta de la misma por mi parte, desde luego no era mi mejor campo el baile, pero no había otro remedio que acomodarse a las costumbres de la sociedad, encajar en ella siempre había sido una de las aspiraciones del ser humano, excepto en contadas ocasiones, por supuesto.

Miente usted fatal señorita Windsor digo como respuesta a sus palabras, alzamos el brazo como correspondía, y sonreí mientras mirábamos en direcciones opuestas como tocaba en este momento de la danza. Al volver a cruzar nuestros ojos mi sonrisa seguía presente, pero la suya, divertida, tierna y algo coqueta había desaparecido para mi disgusto, me gustaba que la gente sonriera, si, debía optar por la comedia, quizás sea el único camino que no me conduzca al drama.

Terminó finalmente el baile, una sensación agridulce me invadió, estaba cansado del mismo pero no quería que terminara, ¿Por qué estoy seguro de que usted preferiría estar en mil lugares antes que aquí?, pregunté interesado, la mayoría de las chicas que he conocido matarían por tener la posición de la que disfruta esta jovencita, que gran verdad aquella que dice que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Dije tomando una nueva copa y guiando a la joven con calma hacia un lugar un poco más apartado de la pista de baile, aunque tampoco excesivamente, pero lo suficiente para conversar con más calma.

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12/01/2009, 21:51
Claire Windsor-Hancock

Conforme el baile termina y la gente se hace a un lado, me veo llevada del brazo de Jean a un lugar un poco apartado del resto, miro de reojo a Louisa y para mi suerte se ha quedado dormida. Más lo que no esperaba era la pregunta tan directa y concisa, abro los ojos como unos platos mirando hacia el piso, soy una tonta, lo ha notado y... Respiro profundo y levanto la mirada con una sonrisa, esta vez soy yo la que camina un poco más lejos del resto.

-Verá, señor Lésdiguièrs, hay cosas que no disfruto tanto... Quizás pueda parecerle que el tenerlo todo me hace feliz pero no es así. Disfruto de las sonrisas de niños que no tienen nada que llevarse a la boca, cuando escapo a mis chaperonas y les llevo algo de comer...

Estaba hablando de más pero era verdad y no me apetecía ocultarlo. Muy cerca nuestro había una ventana, me asomé discretamente por ella, me gustaban más los jardínes que permanecer encerrada pero en la sociedad era así. Lo miré a los ojos nuevamente, quizás le estaba aburriendo con mi charla.

-Es verdad, si no me hubiera invitado a bailar, habría encontrado el modo de irme ya a mi casa... Hay ciertas hipocresías que me molestan y aquí, señor Lésdiguièrs, veo muchas.

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12/01/2009, 20:59
Mary Ann Windsor-Hancock

Asentí al profesor sus palabras, aprovechando para bajar tímidamente la cabeza y evitar que mi sonrojo fuera demasiado visible.

ais... un leve suspiro salió de mis labios al ver bailar a mi hermana con el apuesto profesor.

Al menos ella parece divertirse. Esperaba mucho más de esta fiesta sinceramente, pero parece que está todo ya organizado.

Aún así miré al señor Byrne, que seguía junto a mí y le sonreí pícaramente. Parece que nos han dejado solos. Espero que usted no se vaya también cuando termine esta frase o empezaré a pensar que mis palabras no son las apropiadas y por eso todo el mundo se escandaliza.

Me aproveché deliberadamente que mi chaperona roncaba en un sillón cerca de una de las mesas de comida.

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13/01/2009, 18:53
Jean Antoine Lésdiguièrs

Sabía que lo que iba a decir a continuación probablemente me condenara a que una de esas “buenas señoritas” fuera mi única posibilidad de alimentarme por Londres y sus alrededores, pero resulta difícil mantener la boca cerrada en ciertas ocasiones, así que asentí con gravedad algo fingida a las palabras de la chica, no creo que la culpa fuera de ella, más bien me parecía únicamente una jovencita inocente.

Tiene razón señorita Windsor, en este lugar hay mucha hipocresía, es muy fácil hablar de buenas obras cuando por la noche se tiene un lugar confortable al que regresar la rebeldía de escaparse para mezclarse con la plebe, para sentirse bien con uno mismo por compartir lo que me sobra con aquellos que no tienen nada.

Disculpe mi respuesta señorita Windsor, bajo la mirada, he cruzado la línea, pero no quiero mentir, debo hablar con franqueza para no caer en la comúnmente renegada hipocresía estoy seguro de que usted pone toda su buena intención en sus actos, y ojalá muchos de los aquí presentes fueran simplemente una pequeña parte de lo bondadosa que usted es, me siento algo mal, quizás haya sido algo duro, pero también es posible que eso que dice vista mucho en su círculo, y no esté acostumbrada a tratar con gente de fuera de los mismos.

Reitero mis disculpas señorita Windsor, coloco mi mano en el pecho de manera afectada, mientras inclino la cabeza.

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13/01/2009, 19:07
Claire Windsor-Hancock

Levanté la mirada con la respiración agitada, los ojos brillosos intentando que las lágrimas no cayeran, deseando que todo el mundo desapareciera ante mis ojos para no estar allí, para estar muy lejos. Yo no tenía la culpa de haber nacido rica pero eso él no lo entendería porque siempre se nos culpaba de las desgracias de los que menos podían. Callé, callé porque no podía hablar, tenía la garganta cerrada. Una lágrima resbaló por mi mejilla, asentí respirando profundo, no quería llamar mucho la atención.

-Descuide, señor Lésdiguièrs, tiene razón. Permiso.

Mientras me alejaba en busca de la puerta, pensaba en aquellas personas a las que había ayudado según yo, quizás esas personas tenían el mismo pensamiento acerca de mí; quizás no lo tomaban como algo bueno, sino como una limosna, que al menos desde mi corazón no lo era. Ya las lágrimas caían sin que pudiera hacer nada por detenerlas, por eso caminaba aprisa y con la cabeza baja, no esperé a que mi hermana me viera, apenas eché una mirada para ver si Louisa seguía dormida y salí de la casa tan aprisa como pude.

No dudo que muchas miradas se posaron en mí pero muy pocas pudieron haberse dado cuenta de nada, así que enseguida cogí el camino de vuelta a casa, sería pesado sin un carruaje o caballo pero no tenía la cabeza como para robar uno. Odiaba aquel lugar, quería volver pronto a casa, mi verdadera casa. Me secaba las lágrimas mientras caminaba lo más aprisa que podía por la vereda que me llevaría de vuelta a casa y secaba mis lágrimas sin dejar de pensar en esa gente por la que ya no podía hacer nada, era hora de abrir los ojos.

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13/01/2009, 20:20
Elizabeth Cornwell

La joven de las Cornwell desvía su atención de su acompañante, durante algunos segundos, pues al parecer, alguien acaba de llegar...

Al fijarse, reconoce en el recién llegado al Sr. Avon, con quien había mantenido alguna que otra conversación en determinado momento.

Elude un sobresalto, no sabe si la reconocerá, pero prefiere no mostrarse demasiado. Con sus ojos, vuelve a recorrer el gran salón, y ya no ve a sus hermanas, ni a su madre...
No parecen estar cerca...

Vuelve la mirada a su acompañante, expectante, pero el Lord no parece ser un hombre de demasiadas palabras...

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13/01/2009, 21:16
Patrick Collins

Caminó con la señorita Susanne por la mansión, ofreciéndole su brazo previamente con gesto caballeroso. Pasearon por las principales estancias, que le enseñó con algunas indicaciones precisas. Primero el salón del té, donde estaba preparado un sitio habilitado para los invitados que quisieran conversar de forma más discreta en caso de que lloviera o de que no quisieran salir afuera. Estaba decorado de manera algo barroca, pero con buen gusto: lámpara de cristal de bohemia, un espejo rococó, unos lienzos antiguos, una acogedora chimenea, sillones y divanes de tapicería junto a mesas de maderas nobles y buena labra, con el suelo embaldosado y una cristalera de magnífica factura.

Seguidamente, le mostró el espacioso comedor, con la enorme mesa de roble, las lámparas y cuadros, alguno de ellos de incalculable valor. Él le hablaba mientras caminaban, contándole alguna anécdota de cuando eran pequeños y estuvieron en aquella mansión, referente a las trastadas que cometían a menudo y que el difundo barón les reprendía de modo severo.

Prosiguieron por la biblioteca, que era una verdadera joya. Una gran estancia llena de estanterías y con unas elegantes mesas acompañadas por sillones a juego al lado de un espacioso ventanal para poder leer y escribir comodamente. Las estanterías estaban llenas de títulos variopintos: desde botánica hasta equitación, pasando por algunas novelas muy de moda entre la sociedad británica.

Finalmente, terminaron la visita en el estudio, que persnoficaba esa mezcla entre elegancia y tradición: mesa con tapete y butacones forrados, tintero de plata, portafolios de ante, un orbe terrestre al lado, un amplio ventanal junto a él. En las paredes, unos armarios llenos de libros, un retrato del joven barón en uniforme militar, con Patrick adivinándose en un segundo plano junto a la tropa.

-Un viejo pintor español hizo este cuadro. Es el pequeño secreto de mi señor. No se si lo conoceréis por el nombre: Francisco de Goya.

Siguió hablando mientras caminaba hacia unos sables colgados en la pared.

-El modo en que hizo el cuadro es muy curioso. El viejo pintor es muy famoso y es retratista oficial de la corte española, por lo que no hubiéramos podido convencerle. Pero, cierto día, nos topamos en Madrid con un muchacho en apuros, acusado de un robo que no había cometido. Habíamos asistido a su presunta falta, así que mediamos con las autoridades españolas hasta conseguir que fuera absuelto... un asunto de honor, ya sabéis. El caso es que, al parecer, el joven no era otro que el criado personal y más fiel del pintor, que nos invitó a visitarle. Allí, en su hogar, mi señor se maravilló del lienzo en el que trabajaba, demostrándole conocimientos en el arte de la pintura. Goya quedó complacido de la cultura de mi señor, y nos propusó en pago a nuestro gesto realizar esa pintura.

Descolgó el sable, sopesándolo como si recordara algo.

-Este sable perteneció a un oficial francés que, según supimos luego, había servido con Napoleón en la campaña de Egipto. Es un sable a la mameluca.

Lo extrajo de su vaina, mostrándoselo.

-Lo "conseguimos" en la batalla de Salamanca, cuando el regimiento recibió una carga de caballería. Coraceros, para más señas. El oficial atacó a mi señor, que estaba adelantado, y él mató a su caballo de un tiro de pistola. Sin embargo, el animal le hizo tropezar y cayó al suelo, mientras el oficial francés se recuperó de la caída con habilidad simiesca...

Lo contaba gesticulando. Se notaba que le gustaban aquellas cosas, y que vivía aquellos recuerdos con intensidad.

-Echó mano a la espada y paró el primer tajo del oficial. En medio de la confusión del combate, sin embargo, y con el caballo manoteando en el suelo muy cerca de él, se vió en serios apuros. Entonces, desde el otro lado del cuadro, corrí hacia él para auxiliarle, trabándome a estocadas con el francés hasta que, repuesto mi señor, el oficial vió que su tropa se retiraba, puesto que así lo habían ordenado. Sin caballo en el que montarse, y rodeado de casacas rojas, rindió su espada a mi señor, y por eso la conserva en su despacho.

Metió la espada en la vaina, despacio. Luego, como reparando en que la compañía de que la gozaba no era masculina, sino femenina (falta de costumbre y maneras), se puso rojo como un tomate y la miró a los ojos.

-Disuclpe, señorita Cornwell, por este arrebato apasionado. No estoy seguro de si le interesaba algo de lo que he dicho, pero...

No supo si continuar. La vergüenza era muy intensa, y más al mirar aquellos ojos.

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13/01/2009, 22:17
Jean Antoine Lésdiguièrs

Me sentía mal, habría que ser el tipo más insensible del mundo para no sentirse así, la había tomado con la que seguramente era la persona menos culpable de toda la maldita fiesta, mis disculpas fueron aceptadas por plena formalidad, ni siquiera eso merecía. Debía ir tras ella, decirle que no sabía porque había dicho eso, excusarme de mil maneras diferentes, pero sabía que todas eran fútiles palabrejas sin ningún significado real.

La vi alejarse a través del bullicioso gentío que formaban los presentes en la velada, intentado ser invisible, no muchos se habían percatado del incidente, y eso me alivió, y ese alivio me repugnó, se iba sola, solo faltaba que le sucediera cualquier cosa por el camino, esa excusa era perfectamente válida.

Así que avancé con decisión y ligereza tras la joven Windsor, disculpándome educadamente con los que tropezaba en mi afán por no perder demasiado el tiempo, hasta que la música y las luces se fueron diluyendo en mis sentidos, en los cuales la noche volvió a reinar.

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13/01/2009, 22:17
Jean Antoine Lésdiguièrs

La tenue luz fue suficiente para ver el precioso vestido perderse en el recoveco del camino, tuve que echar a correr por el sendero de grava, haciendo ese ruido tan característico y tan molesto en mi opinión. Como yo opinaban mis pies con aquellos elegantes zapatos no adecuados para esta actividad.

Finalmente la alcancé con la respiración algo agitada, turbado por la situación más que por el esfuerzo, y en otro acto de estupidez supina coloqué una mano en su hombro, obligándola a girarse, casi con algo de violencia fruto de la frustración.

Lo… lo siento retiré mi mano, pero la miré a los ojos, buscando que ellos hablaran por mí, que dieran fe de que me sentía el idiota más grande de toda la isla, y probablemente de todo el mundo, pero nunca habían sido especialmente expresivos, ni siquiera en aquellas circunstancias. Todo lo que he dicho antes, soy un estúpido, sé que nada de lo que diga me disculpará, y soy consciente de que perderé mi empleo con todo merecimiento suspiro, tendría que viajar de nuevo, pero no podía dar clase a alguien después de haberla ofendido, y quiero decirle que todo eso no me importa, lo único que realmente me molesta, es él mero hecho de haber sido tremendamente injusto con usted, y haberla hecho sentir mal, pues creo que nadie se lo merece menos que usted mantener la mirada digna era lo único que me quedaba ante ella.

Sé que soy la última persona con la que desearía estar, pero le ruego, que me permita acompañarla a su casa, si es eso lo que realmente quiere, marcharse

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13/01/2009, 22:13
Charles Patrick Avon

Avon entra por la puerta con su espectacular traje de gala del ejército. Se detiene en la puerta y se aproxima al mayordomo.

- Buenas noches, soy Charles Patrick Avon, y me gustaría hablar en primer lugar con el anfitrión. Si me indica donde se encuentra, si es tan amable...

De pronto recordó porque no le gustaban ese tipo de bailes. Demasiada gente estaba allí congregada, muchos le enviaban miradas extrñados o quizá sorprendidos, pero lo que más apuro, sin duda, oprimia el corazón de Charles era la gran cantidad de jovenes señoritas que se encontraban en el lugar.

Cuando los pasos del mayordomo condujeron a Charles hasta el anfitrión, este hizo una pequeña reverencia.

- Es un honor haber sido invitado a este maravilloso baile. Espero que sepa disculpar mi tardanza, más aunque dicen que el tiempo apremia, yo soy una persona sosegada, y a la que le gusta tomarse las cosas con calma... - Hace una parada dramática mientras desvia su mirada desde la cara del anfitrión, hacia el resto de chicas congregadas en la fiesta - ...En el ejercito, por ejemplo, si se tomaba las cosas con presteza, podría ser victima fácil de cualquier buen espadachín...

En ese momento su mirada se cruza con la de la señorita solitaria: Elizabeth Cornwell. En ese momento algo da un vuelco de nuevo en el corazón de Charles.

 

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13/01/2009, 22:43
Claire Windsor-Hancock

La mano que me sujetó me hizo girar, sentí un ligero miedo porque aunque no estaba lo suficientemente lejos de la casa, ya estaba en el camino y podía ser... Pero enseguida reconocí aquel acento y antes que pudiera decir nada, por mi mente pasaron montones de cosas, en especial que venía a terminar de decir lo que pensaba de las personas como yo pero cuando empezó a hablar intenté tranquilizarme, escucharle, después de todo éramos personas y las personas debían dialogar para entenderse.

-No, no es necesario. Prefiero que olvidemos este asunto aquí. Cada quien es libre de pensar lo que más le plazca y puede ser que usted tenga razón y que yo en mi egoísmo no me haya dado cuenta hasta ahora.

Me vi en sus ojos, debía ser una estampa espantosa; una niña llorosa y temblorosa por nada. En nada me parecía a mi hermana o a las muchachas Cornwell todas unas mujeres, me sentí peor que nunca. Ojalá nunca hubiera salido de Londrés, allá era sólo una persona más, escapando para... Jugar, sí, eso era. No volvería a salir de casa, no volvería a pisar la casa de una persona humilde para llevar nada, esas cosas había de dejarlas a personas mucho más buenas que yo. Di un paso hacia atrás para alejarme de él.

-Le suplico que vuelva a la fiesta y lo disfrute y no, no perderá su empleo porque nuestras ideas no sean iguales. Sigo estando interesada en...-sequé de nuevo mis lágrimas.-En aprender su idioma, caballero.

Le di la espalda, ya había sido bastante que me dijera lo que me había dicho para que encima me viera llorar como una imbécil, como una niña. Eché a andar lentamente, realmente era mejor que no estuviera cerca de mí.

-Le esperaré para mis clases y no olvide ser puntual. No es necesario que me acompañe, conozco este camino y dudo que me pase nada-pero volví a darme la vuelta.-Gracias por preocuparse.

Aquella frase fue solemnte y luego volví al camino, a echar a andar. No íbamos a mentirnos, ni él quería estar conmigo, ni yo quería hacerle perder su tiempo aquella noche.

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13/01/2009, 23:35
Susanne Cornwell

Lo tomó del brazo, tímida, su mano practicamente no ejercía ninguna presión, y se dejó conducir por los lugares que él la guiaba, prestando atención a las cosas que le contaba, sonriendo cuando algo parecíale gracioso, sorprendiéndose y maravillándose de la majestuosidad del lugar.

Sin embargo lo que más hizo brillar la mirada de la joven y la hizo expresar sin reparos su asombro, fue cuando conoció la biblioteca. En ese momento se soltó del brazo de Patrick y caminó como hipnotizada hacia el centro del recinto. Alzó la mirada y observó boquiabierta y sonriente absolutamente todo, por lo tanto al hacerlo fue girando lentamente hasta recorrer todas las entanterías de cabo a rabo. Se acercó, animosa, al punto que tenía más próximo a ella y comenzó a ver los títulos de las obras allí almacenadas.

-Este lugar es... increíble... -se acercó a una de las mesas que estaba junto a la ventana y deslizó sus dedos por ella con mucha delicadeza- Nosotros llegamos a tener una biblioteca que era el orgullo de mi padre y uno de mis lugares favoritos... pero en nada se compara a ésta.

Lo miró y su rostro estaba iluminado por una gran sonrisa, ilusionada. Abrió la boca para hablar, pero se arrepintió y bajó la mirada algo avergonzada por esa reacción casi infantil que estaba teniendo.

-Disculpe, lo estoy entreteniendo más de lo debido
-sus palabras fueron acompañadas de una leve inclinación de cabeza-. Por favor, continuemos con el recorrido.

Y así fue, Patrick la condujo entonces al estudio, un lugar tan exquisito como lo era la biblioteca que también gozaba de estanterías repletas de libros. Supuso ella que aquellos eran los títulos favoritos del dueño de casa o bien eran los que él utilizaba con mayor frecuencia, digamos que para trabajar.

Fue en ese lugar donde le pareció ver a Patrick más cómodo y relajado, porque comenzó a narrarle unas historias del todo interesantes y que daban viva cuenta de todo el camino que ambos, tanto él como su señor, habían recorrido. Lo escuchó con atención, había un dejo soñador en su mirada, incluso se atrevería a decir que se había suavizado. ¿Dulcificado tal vez? ¿Era posible que la mirada de un hombre pareciera endulzarse al evocar recuerdos como ese? Aparentemente sí, pero la joven se atrevía a aseverar que más que dulzor, añoranza o cualquiera de esas cosas, lo que Patrick sentía era emoción y orgullo por esas cosas vividas y los logros obtenidos.

Cuando le vio desenvainar el sable instintivamente retrocedió un par de pasos, no porque desconfiara de la pericia de él al manejarla, sino porque las armas le infundían bastante respeto y temor.

Dejó que él terminara su exposición sin interrumpirlo, empero pese a que el tema era muy interesante no era algo que le apasionara en demasía. No juzgaba a los hombres de armas, bien sabía que ellos daban la vida por su país y que gracias a hombres como él Inglaterra era lo que era, pero pese a ese pensamiento Susanne no dejaba de pensar en el sufrimiento de las familias de los soldados, independiente de la bandera bajo la cual lucharan, había tras ellos esposas, madres, hijos. Había tras ellos una familia, gente que los quería y a quienes querían. Había en uno y otro bando gente inocente que lo único que deseaba era vivir, subsistir. Gente como él, como el mozuelo al que habían socorrido aquella tarde lluviosa en que él y su señor se dejaron caer por su casa. Irlandeses, la mayoría tratados como esclavos, vistos con desprecio por la sencilla razón de haber nacido en una tierra sometida al yugo de un país más poderoso. Patrick y Alan habían corrido con suerte, pero lamentablemente muchos no podían contar la misma historia y aquello le resultaba cuando menos deprimente...

Parpadeó rápido al oír que él se disculpaba, se había abstraído tanto en su propios pensamientos que casi no había oído las últimas cosas que él le dijo. Lo notó avergonzado, el arrebol del rostro lo delataba y sonrió.

-¿Pero? ¿Pero qué? -preguntó intrigada- Señor Collins le aseguro que no tiene nada de qué disculparse. Cierto es que algunas de las cosas que me ha mencionado no las he entendido del todo y si me mantengo en silencio no es porque no le preste atención sino porque habla usted con tal entusiasmo que me parece la mayor de las descortecías interrumpirlo con preguntas absurdas... Tenga por seguro que la conversación me está resultado muy interesante y educativa. Por favor, continúe usted.

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14/01/2009, 00:34
Patrick Collins

La señorita le respondió, azorándose. Eso le hizo retomar cierta confianza, al ver que no era el único que se avergonzaba de si mismo por comportarse de ese modo. La estuvo mirando un buen rato sin decirle nada, en silencio. Había algo en sus ojos que le echizaba, una especie de lazo que las mujeres echan a los hombres solo posando la vista en ellos. Entreabrió los labios, dispuesto a hablar. Lo dijo a continuación quizá fue excesivamente sincero, pero en ese momento él se sentía deshinibido en la soledad de aquel despacho.

-He de confesarle, señorita Cornwell, que no tengo mucha experiencia tratando con damas.

Sonrió entonces, como si hubiera recordado algo que le hiciera mucha gracia. Y así era.

-De hecho, la primera vez que me acerqué a una señorita por cuya compañía no tenía que... ya me entiende. Pues ese día estaba tan nervioso que me dió dolor de vientre y no pude pegar ojo la noche anterior. Mi señor tuvo que darme consejos, y yo me sentía tan torpe y poca cosa que...

Se rió de si mismo. En ese momento, hablaba de modo que parecía que ella no estuviera allí. De otro modo, la vergüenza le consumiría de tal modo que no articularía a pronunciar palabra alguna.

-Imagínese el cuadro, señorita Cornwell. Yo, invitando a una señorita al teatro, tan nervioso que estaba sudando, con unas ojeras enormes y cara de haber pasado la noche dando vueltas en la cama. La pobre no se rió por educación, sospecho.

Patrick volvió entonces en si, después de reirse de si mismo. La miró a los ojos, y de repente cayó en la cuenta de que era la primera mujer en su vida con la que se había desenmascarado sin más. ¿Que podía pensar de él? ¿Sentiría lástima o se reiría de él? El misterioso señor Collins, que pretendía dárselas de caballero y seductor. Conocía los rumores de los pueblos pequeños, y sabía que acababa de tirar por la borda su única posibilidad de aparentar lo que no era.

Suspiró, mirando un punto indeterminado del vestido de la dama, reflexivo. Entonces, pensó que no podía vivir una mentira, y que aquel momento era comparable a subir una loma donde el enemigo te espera: no hay retirada posible y solo queda marchar hacia él con valentía y honor. Así que, venciendo al miedo (lo que le provocó un intenso hormigueo en el cuerpo, que le dió una súbita sensación de calor), la miró a los ojos y continuó hablando.

-¿Sabe? No se por que le he contado esto, pero puedo imaginármelo. No se por qué su hermana me ha hecho el vacío en el baile, pero debo pedirle disculpas por eso.

Respiró hondo.

-Ya ve usted lo que queda del flamante caballero que las saludó en la campiña. He roto cualquier misterio sobre mi persona. Mejor dicho... lo ha roto usted. Soy incapaz de contar una mentira o vivir una mentira si usted me mira con esos ojos que parecen... que son los de un ángel del mismísimo cielo.

Apoyó una mano en su propio pecho.

-Ya ve, señorita Cornwell, quien soy yo. Solo soy un pobre irlandés que ha sido lacayo de un lord durante toda su vida, su guardaespaldas personal. Servil ayer y hoy a un inglés...

La miró, porque ella era inglesa.

-No se ofenda, señorita. No soy como otros, y no prejuzgo por tópicos, pues cada persona es un mundo. Aprecio mucho a mi señor, pues para mi no solo es quien me da de comer y vestir, sino un amigo por el que yo daría la vida sin dudarlo. Quizá soy poca cosa, pero antes de conocer a los Spencer yo no era nadie: un maltrapillo que acabaría robando y ahorcado en cualquier plaza, un don nadie que acabaría alistándose como soldado o marinero y dando la vida por aquellos que quitan el pan y la dignidad a los míos. Por eso, señorita Cornwell, soy fiel a mi señor. Más allá de las banderas, del racismo, de la intolerancia. Porque por encima de eso, señorita, está la amistad verdadera, la camaradería de alguien con el que has estado en los buenos momentos, pero también en los malos.

Miró sus manos anchas y gruesas, y las comparó con las de ellas.

-Debo pedirle disculpas. Quizá me he portado mal con su hermana, no lo se. En realidad, ya le digo que se poco sobre las mujeres.

La miró fijamente.

-Solo puedo imaginar una razón por la que ella hubiera desaparecido de nuestra vista...

Ahora si volvió a avergonzarse de si mismo.

-Y he de decir, señorita Cornwell, que quizá esa decisión haya sido sabia. A juzgar por lo que este pobre irlandés siente cuando la mira, y cuando recuerda cuan amable ha sido usted conmigo desde que la conozco.

Ya estaba rojo como un tomate.

-Disculpe. Quizá he hablado de más... No queria convertir este momento en algo violento. Podemos volver a la fiesta si usted lo desea.

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14/01/2009, 02:44
Susanne Cornwell

Lo miró boquiabierta, atónita ante sus palabras. Parpadeó repetidas veces, creyendo que lo que oía no era cierto, que se lo imaginaba. El corazón le latía cada vez más fuerte, le costaba respirar, en ese momento, más que nunca, sintió que el ajustado corsé era una prisión para su pecho y pulmones.

No sabía de qué modo reaccionar, no sabía si las palabras de Patrick significaban lo que ella deseaba significaran. Había soñado secretamente con ese momento, sufrido el día que él estuvo en su casa y creyó notar que él se inclinaba por su hermana. Se había encerrado a llorar en un cuarto polvoriento, lejos de la mirada de sus hermanas, lejos de Anabel porque no quería interponerse de ningún modo entre ellos dos, porque ella daba por hecho aquello, pese a que nada se había dicho y las cosas no habían pasado más allá de unas miradas y un beso en la mano. Era demasiado increíble para ser cierto y por lo mismo estaba que lloraba, la emoción que la embargaba era demasiada, tanta que la asfixiaba.

Repentinamente todo comenzó a darle vueltas, se llevó la mano al pecho y apretó el puño contra éste. Miraba a un lado, luego a otro y volvía a mirar a Patrick. Tenía los ojos vidriosos, quería hablar, gritar, llorar, reír. El hablaba y las dudas respecto a la interpretación de sus palabras se disipaban. Sí, estaba pasando, él lo estaba diciendo. Ella, era ella, no era Anabel... era ella.

-Señor Collins... yo -su voz era prácticamente un susurro-... yo -el esfuerzo que hacía para respirar era evidente-... ne... necesito...

Aire le faltó decir, pero no alcanzó a terminar la frase, de pronto fue como si el tiempo avanzara más lento a su alrededor, la imagen de Patrick parecia alejarse y los sonidos cesar. Susanne Cornwell se desvaneció.

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14/01/2009, 08:45
Francis P. Spencer

Lord Heddington se muestra sereno durante todo el baile. Ejecutando los pasos con correción y sin sonreir demasiado, como manda el protocolo a alguien de su nivel.

Al terminar el baile la compañía se disuelve en pequeños grupos o parejas. Francis y Elizabeth quedan de nuevo solos, aunque rodeados de gente.

Aunque Elizabeth parece haber visto algo, o a alguien, el barón no parece darse cuenta, y comienza a caminar lentamente hacia un lado de la sala mientras sopesa que palabras debe decir ahora, con la esperanza de que Elizabeth le siga. En ese mismo momento un varón se aproxima a darle sus respetos.

-Vaya, así que un combatiente ¿eh? Entonces habré de presentarme como Capitan Spencer- dice, orgulloso de su cargo al desconocido con una sonrisa.- Me alegro de que, aunque tarde, haya podido venir, eh...- se para un momento, dubitativo- Me temo que no conozco su nombre...- en ese momento el Lord se percata del cruce de miradas que acaba de suceder y su semblante se torna serio y mucho menos amigable.

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14/01/2009, 14:54
Patrick Collins

Patrick bajó la vista despues de hablar, avergonzado por su revelación. Susanne comenzó a balbucir cosas y entonces él volvió a mirarla. De repente, vió que tras su último palabra perdía el conocimiento, y se apresuró en sujetarla para que no cayera al suelo.

-Señorita, señorita... -llamó, insistente.

No hubo respuesta, y sus rodillas se doblaban hacia abajo. La postura y la cercanía de ella le dieron en que pensar, sobretodo al sentir su cuerpo suave, perfumado y vestido con aquella bonita muselina. "Demonios, Patrick, no pienses ahora en eso", se dijo. La tomó en brazos, porque era más cómodo transportarla así.

Caminó por el pasillo con ella tomada en brazos, mirando hacia su cuarto. Iba a entrar, cuando reparó en lo inapropiado que resultaría que hubiera una mujer en su cama, desmayada o no. Entonces, fue al cuarto de invitados, que estaba allí cerca. Abrió la puerta con cuidado, y vió el oscuro interior. Apartó las sábanas de un manotazo y la dejó "sentada en la cama" el tiempo justo para descalzarla.

-En que líos te metes siempre -musitó para si mismo.

Una vez descalzada, la dejó en la cama, arropándola para que no le entrada frío. Luego, buscó la lámpara de su cuarto y la encendió, dejándola sobre la mesa. Revisó el estante, encontrando las velas. Las encendió en la lámpara, y las distribuyó en sus candelabros respectivos. Estaba inquieto, tenso. Pensaba en el lío en que se acababa de meter, y la forma de arreglarlo sin arruinar la fiesta. Se iba a marchar aprisa cuando se giró de nuevo a mirarla. Entonces, el corazón se le aceleró, pensando en que ella estaba inconsciente y no podía oirle.

Como un niño travieso, se acercó despacio a ella, como si temiera que despertara. Miró sus labios, pensando en como debería sentirse un beso de ellos. Por momentos, comenzó a sentir la certeza de que la amaba apasionadamente. Antes de que se le ocurrieran cosas más indecentes, se inclinó y dió un beso a esos labios, suave y apenas sin rozar. Acarició su frente con el dorso de la mano.

El ruido de fondo, de la fiesta que estaba en marcha, le devolvió a la realidad. La dejó bien arropada y se dirigió hacia la fiesta.

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14/01/2009, 15:10
Patrick Collins

Patrick caminaba por los pasillos de vuelta a la fiesta. Iba solo, y en su rostro se dibujaba la preocupación. Iba pensando en lo que había pasado, y en el mejor modo de solucionarlo sin que aquello terminara siendo una jaula de grillos.

Primero debía avisar a las hermanas Cornwell, o al menos a una de ellas. Luego, tendría que mandar llamar a un médico. Esperaba que entre todos los asistentes a la fiesta se contara el doctor de la región, porque sino tendrían que mandar llamarlo.

En esos pensamientos estaba cuando, llegando casi al salón de la fiesta, se topó con una figura femenina que estaba en la penumbra. Se detuvo de repente, mirándola con fijeza. Se trataba de la señorita Anabel.

-Señorita Cornwell -dijo, inclinándose un poco.

La anduvo mirando un momento, sin atreverse a decir nada más. Pero luego le pudo el deber.

-Señorita, debo informarle que su hermana, la señorita Susanne, ha sufrido un desfallecimiento mientras la guiaba en una visita por la mansión. No es nada grave, o eso creo. De todos modos, es mi intención procurar que la atienda un médico. Por si acaso.