Partida Rol por web

Fue a la hora, más o menos, de haber perdido al pobre Orejas cuando embocáis en el peor momento. Nunca pudisteis imaginar que la mar pudiera ofrecer una cara tan feroz, al punto que ya nadie gobernaba en ningún sentido, sino que os zarandeaba la mar y el viento a su antojo, y el Manawnûl abatía lastimero cual madero a la deriva. Mientras, oscuros remolinos se formaban en el agua embravecida, y quizás por efecto del miedo y del cansancio creíais vislumbran la efigie de un iracundo Ossë gritando desde el fondo de los vórtices. Y pareciera que con las corrientes se movieran deprisa hacia la flota gondoriana. El conjunto era un espectáculo de locura, y de grandioso deleite de no ser porque os jugabais la gola a una sola carta: la suerte.


Salêm salió de la guardia de capa y a duras penas se dirigió hasta el puente de mando para permanecer cerca de Yazân, eso sí, con el ánimo encogido, que así no dolía tanto. Nadie que no haya conocido un temporal de tamaño sobrenatural podría comprender tal estado de ánimo. Y así creen hasta los más avezados marinos, que el mismísimo Belegaer se los va a tragar como un hobbit despacharía unas tortitas de miel y nueces. Esa es una de las principales diferencias entre los aventureros de tierra y los de mar. No hay orco, trampa o troll comparable a esto.

Entonces, Salêm, al igual que el resto de la tripulación, escucha un terrible golpe. Un crujido sordo que se impone a la vorágine de ruidos y silbidos reinantes...

Aquél infierno huracanado no daba señales de amainar en lo más mínimo. Todo lo contrario, Cyryatan creía ya firmemente que  los dioses conspiraban para hundir su preciada embarcación, como castigo quizás por sus proezas pasadas y por haber jugado con un artefacto que estaba fuera del alcance de lo que correspondía a las facultades de un hombre mundano como él. Pensar en cómo su esforzada carrera naval se arruinaba de manera tan estrepitosa por culpa de aquel infecto cofre, lo llevaba por momentos a la histeria. Todo había sucedido demasiado rápido.

- Debí deshacerme de esa condenada arca tal como aquél desgraciado me lo sugirió en Pelargir... ¡MALDITOS SEAN LOS DIOSES Y SU MISERABLES JUEGOS!

En medio de sus violentas reflexiones se encontraba el capitán, cuando un ruido terrible vino a interrumpirlo a él y todos los que aún se encontraban realizando esfuerzos sobre cubierta. El clamor fue tan tremendo que el taciturno corsario no pudo más que suponer lo peor. Las fatalidades fluían como el agua durante la despiadada tempestad.

Y de nuevo vuelven a oírse las maldiciones del capitán y el inconfundible pito del contramaestre a llamada de emergencia. Que sólo Ulmo sabría de donde sacaba el aire este hombre a estas alturas...

-Maldita sea la bicha que parió al viento. Y alabado sea Eru el misericordioso -brama Salêm-. Hemos debido de partir un palo.

Efectivamente, el palo de mesana se había tronchado en un violento crujido, y se deploma en la toldilla con desorden de verga, jarcia y lona. También se escucha algún perdido lamento, por lo que se podría aventurar algún herido entre los hombres*. De la escotilla mayor aparecen cabezas que se lanzan a la barloa para intentar progresar hasta la popa, decididos a cumplir las órdenes recibidas por Azûbel en la clave sonora habitual.

La situación se solucionó con inusitada rapidez, y sólo Andrea y Kirik salieron heridos, aunque de escasa gravedad. Cyryatan no podía creer que este abigarrado grupo de corsarios -la mayoría de ellos ni conocería a su madre- había cobrado el aspecto de una tripulación decente, ¡y con la que estaba cayendo!, con el personal picando cables y jarcias para solucionar el desaguisado, mientras el incursor seguía debatiéndose entre bandazos y cabezadas cada vez más violentas.

La maniobra duró casi una hora. Para entonces, Elhediel ya estaba completamente operativa, aunque todavía con el susto en el cuerpo. Pero también habíais alcanzado esa situación en la que, con el incursor abatido entre las olas y el viento en tan desbaratadora furia, creías que ibas a sufrir el golpe de gracia con cada cresta que subía por encima de vuestras cabezas. Olas tachonadas de espuma blanca cual boca de dragón marino, salpicada de puntiagudos dientes y chorreante saliva.

Era en estos momentos, cuando la figura del capitán se transformaba en un verdadero dios. Pues de su pericia y de su cuajo dependía que todos salieran -o no- con vida. Y ahí estaba Cyryatan, aferrada la mano izquierda al pasamanos de la timonera; todos los corsarios observando a hurtadillas su imponente figura abatida por los elementos, en la creencia de que era el único factor capaz de sacaros de aquel infierno, si es que eso era posible.

Kreontas, que ya había puesto el cofre a buen recaudo, ayudaba con sus sortilegios a los marineros en apuros, en la medida de lo posible. Y era el único que no se amilanaba -amén del capitán y de Azrûbel- cuando la altura de las olas se hacia formidable, para estupor y espanto de haradrim y númenóreanos.

Debíais andar sobre la hora de las ánimas, cuando Salêm se acercó a Yazân con un trozo de galleta y una rica tajada de paletilla, que se había guardado por si acaso cuando Cyryatan ordenó tirar el lastre por la borda.

-Debe comer, señor. Poco resistiremos si no cargamos la tripa. La tormenta no alimenta esperanzas de remitir.

-Eru te bendiga, Salêm-Yazân atacó la tajada como huargo a gondoriano-. Cualquier aporte iba a ser necesario en...

Fue entonces precisamente, pensando en una contestación adecuada al amable Salêm cuando la vi, al tiempo que se me erizaba el vello de los brazos. Debí ser de los primeros, porque a renglón seguido escuché la ronca voz del contramaestre en ahogado socorro, señalando en la dirección, por el costado de estribor.

-¡La manta!¡La manta negra!¡Mi capitán, a estribor!

Ni en vuestras peores pesadillas habrías osado imaginar tan gradioso y fantasmal espectáculo. ¡Aquello no era una ola, si no una montaña descomunal que avanzaba hacia vosotros!; y no exagero, era una montaña de agua con la espuma en sus bordes altos como las crestas nevadas de las Ephel Dúath en invierno. Y de ver era como la tripulación imploraba su último rezo a Ulmo, porque ningún barco, ni siquiera el Calimon Alcarin, principal estrella del capitán Borathor Marös habría sido capaz de soportar el envite de aquel monstruo. Entonces, Yazân sintió como las manos de Salêm le tumbaban boca a abajo en cubierta, a la vez que le asía su mano al perno más cercano.

-¡Agárrese a muerte, señor, o nos llevará con ella!

Cuando las mantas calientes y el caldo empezaron a hacer que la muchcha recuperase el colo, Elenna decidió que alli ya poco más le incumbía a ella. Y si en otros barcos cuando coincidía que llevaban pasajeras a bordo, no era raro que las damas practicaran la caridad con los heridos, y ayudaran con su gentileza femenina a los galenos en el cuidado de los enfermos, ella sabía más de mandar a los hombres a la enfermería que de ayudar a que salieran de ella. Y puesto que las costillas le dolían,  el barco aún se movía delante de sus ojos, incluso más de lo que las olas justificaban, y poco se podía hacer ahora más que esperar y rezar porque pasara la tormenta, decidió ir a echarse un rato a su coy. Que de todas formas, raro sería que pudiese dormir, entre el dolor y la tormenta, así que pasase lo que pasase, acabaría enterándose. Aunque se equivocó en eso, y al rato de estar en su coy, los ojos se le cerraron, y acabó sumiendose en un duermevela en el que los sonidos y voces del barco se entremezclaban con retazos de sueños y pensamientos apenas conscientes. Sería porque las conversaciones que habían tenido ese día le habían recordado ciertas cosas de su pasado, que en su sueño el barco no era el Manawnûl, sino el Kazuzu, con su padre y el resto de la tripulación a bordo, y en lugar de los navíos gondorianos, la Rosa de los Vientos. Y esta vez, En lugar de prenderle fuego, Perroloco comandaba las olas para que lo hundieran. Despertó con la sensación de estar casi más cansada que antes, pero al menos las voces que oía eran de gente viva, y no fantasmas salidos de su memoria.

Suponìa que tenìa que agradecerle a màs de uno por estar de nuevo lista para pelearse contra aquella maldita tormenta que ya parecìa tener semanas cayendo sobre ellos. Respirò profundo y se incorporò con lentitud, estaba agradecida y con cierta fuerza pero no estaba muy segura de que pudiera ayudar. No es que tuviese miedo pero si un poco de respeto por las fuerzas marinas. Mirè a Elena y le hice un gesto con los ojos.

-Gracias, Elena. Te debo una...

¿Se la debìa? Muy posiblemente si. Podìa escuchar arriba que las cosas estaban mal.

-Parece que algo se rompiò. Habrà que ponernos manos a la obra.

Comencè a arreglarme las ropas, preparàndome mentalmente mientras le pedìa a Eru fuerzas para poder volver.

Y llegó la montaña. Y en un abrir y cerrar de ojos os veis inmersos en la mar, comidos entre sus entrañas, mientras el incursor cruje de dolor y llanto por los cuatro costados, como si se desbaratara en las mil maderas originales que compusieron su inveterado esqueleto.

Así, os veis envueltos en la manta negra, como algunos viejos marinos denominan a tan negativo efecto, si han disfrutado de la suficiente suerte para superarlo.

La ola también la vio el capitán, que sólo pudo emitir una orden con inesperada frialdad.

-piloto, trinca la caña al estrobo.

El resto iba a ser oscuridad y confusión.

Con la oreja izquierda pegada a cubierta, sentí una extraña vibración, como si aquella vida de madera y clavazón se negara a darse por vencida, una lucha final a muerte contra la ira del cruel Ossë. Sumido en la oscuridad y creyendo que descendíamos a las estancias de Mandos. Y entonces sentí un una pesada carga sobre la espalda...

La tremenda sacudida ocasionada por la gigantesca ola descolocó con violencia a Cyryatan de su puesto en el puente de mando, haciéndolo rodar por cubierta hasta impactar estrepitosamente de frente contra el timón del barco. El conmocionado corsario se mantuvo tan inmóvil como un cadáver por unos segundos, pero luego vino a dar señales de vida al intentar incorporarse. Logró ponerse de rodillas, sólo para sentir como un tremendo dolor le laceraba el pecho y le impedía respirar con libertad.

- Arrgh, mierda de ... de huargo sobre el.... altar del miserable Ulmo...

Al sujetarse el pecho con su mano siniestra el tormento aumentó, tanto que el capitán casi se desploma nuevamente sobre cubierta. Pero aquello también pareció permitirle tomar aire más fluidamente, por lo que el númenóreano pudo finalmente ponerse de pie a duras penas y observar los terribles estragos que la implacable naturaleza había arrojado sobre la  cubierta de su atormentada embarcación.