Partida Rol por web

El viento llegaba ahora por un punto demasiado cercano a la proa y las velas empezaban a flamear.

-¡Aferra!-gritó Azrûbel-¡Quiero la escota de bolina más tensa que la polla de mi abuelo cuando preñó a mi abuela!

-¡Ceñid! ¡Kirik, cuidado con el timón!-gritó el capitán, que presto corrió al puente de mando-¡Arriba cuatro cuartas a babor, piloto, o perderemos toda la velocidad!

La vela de trinquete del Manawnûl seguía flameando, cuando no pudisteis por menos que mirar al cielo, hacia unas nubes grises veteadas de un negro denso y profundo como el alquitrán, que empezaban a serpentear vertiginosamente por los dominios de Manwë. Y en un visto y no visto, la oscuridad fue completa. Oscuridad, rota por un repentino rayo que golpeó el mar con tanta furia que se os pusieron todos los pelos de punta por la electricidad circundante, y todos quedásteis deslumbrados. El cofre ya no vibraba, pero la runa continuaba iluminada.

-¿Pero qué brujería es esa...?

Pensé cuando vi al cofre en acción mientras intentaba mantener mis cabellos alejados de mi cara, sencillamente me habría maravillado de no ser porque teníamos a los gondorianos a dos segundos de hacernos añicos a pedradas, pero poco me duró eso cuando la obscuridad rodeó el mar que parecía, ante eso, golpear más violentamente contra el Manawnûl como si nos fuera a arrancar de tajo de la succión de sus propias aguas y nos fuera a dar vuelta pero eso no sucedió y el rayo me habría hecho saltar de no ser porque estaba demasiado acostumbrada a ellos.

-¡Si parece que Kreontas es el mejor de los maiar!

Esperaba que la obscuridad y las recientes órdenes del capitán nos ayudasen a escapar.

Azrûbel se desembaraza del sable y la daga umbareana y se encamina al pie del palo trinquete para vigilar la maniobra.

Mientras, Cyryatan le corrige el rumbo a Kirik en una cuarta más y dirige después la mirada hacia un cielo que más parece uno de los tapices que adornan las Estancias de Vairë que un cielo -aún fosco- de primavera. Cuando el capitán vuelve la vista hacia proa, la vela todavía gualdrapea, sujeta por las escotas que los hombres ya van cazando a ceñir.

Y empezando a atrapar viento de nuevo, el Manawnûl da un sensible tirón hacia adelante, machetea la ya fuerte marejada y se inclina más a sotavento, con la regala tan cerca del agua que ésta salta en rociones por encima de la empavesada y corre por cubierta hasta los imbornales, empapándolo todo.

Y así tuvisteis la primera pérdida, un marinero atacado por el inesperado socollazo cayó al mar. En principio se intentó buscar, mas dada la situación, todos sabíais que la pérdida era irremediable.

Apoyado en el ángulo que forman el coronamiento del espejo de popa y la regala de barlovento, abiertas las piernas para compensar la pronunciada escora, Cyryatan lamentó la pérdida del marinero, moderadamente agobiado, pues ni siquiera sabía de quién se trataba exactamente.

Una ráfaga de agua fría saltó desde los obenques hasta la popa, sobre el capitán, Andrea y el timonel, que se agacharon para esquivarla como bien pudieron. Sacudiéndose el jubón de cuero, mojado y revuelto el pelo, el piloto se pasó una manga por la cara, para quitarse la sal que le escocía en los ojos. Después volvió a mirar al cielo. Después hacia la flota gondoriana. Y después esbozó media sonrisa, el muy hideputa, un rictus discreto, no fuera a ser que el capitán y Kirik pensaran que se lo tomaba a broma o que estaba loco. El resto no, pero él sabía que iba a disfrutar con todo esto. De estas no se salía con vida si eras hombre de cuajo. Y nunca vio mal del todo acabar el día a mesa puesta, con el resto de espectrales comensales que Ossë llamaba desde las profundidades, a cenar.

Al menos, y ésa es la parte positiva, el Manawnûl era rápido en barloventear gracias a sus velas de dragón*.

- ¡Ese viejo hijo de perra lo logró! ¡Ahora estamos a mano con esos sodomitas de Gondor! ¡La Ira del implacable Ossë no distingue banderas! - Gritaba el taciturno capitán a grandes voces y dando muestras ya a esas alturas de una clara perturbación emocional. La locura de los mares se cernía sobre sus cabezas, reclamando ya una vida.

Entre tanto intentaba maniobrar en el barco y cumplir con su parte lo mejor que sus nervios, el agitado mar y los vientos le permitían. Sus hombres aún le acompañaban, pero aún así no podía evitar sentir una gran desolación al enfrentarse a los bramidos de aquella despiadada e inmesa mole de agua.

El mítico Manawnûl era ahora apenas un delicado pétalo de sal al borde del Abismo.

No sabiendo si maldecir o agradecer las ideas del capitán y de Kreontas, sujetándose a lo que podía para no ser lanzada fuera del barco por aquellas olas que volvían resbaladizas las tablas y la zarandeaban de un lado a otro, mal como pudo consiguió llegar al sollado de los galeotes.

-¡Palamenta calada!-Gritó a los galeotes ya abajo, ignorandolas miradas confusas de los sotacomitres, mientras se secaba el agua de la cara, que le escocía en los ojos y los labios. Normalmente habrían alzado los remos al encontrarse con una tormenta, dejándolos montados pero fuera del agua para evitar que las olas los partiesen, pero estas no eran circunstancias normales, y si no salían de allí cuanto antes, si sobrevivían a la tormenta aquellos hideputas gondorianos iban a rematar el trabajo por Ossë.-¡Mantened el ritmo!

Ante la mirada furibunda de la comitre, uno de los sotacomitres se acordó por fin de la parte que le tocaba, marcando con su grito el compás de los golpes de los remos en el agua.

No podían buscar refugio tan lejos de tierra, y si la tormenta los desarbolaba la cosa se iba a poner fea. Pero todas esas cosas no le preocupaban mucho. Porque para poder preocuparse de ellas, aún tenían que salir de una pieza de aquel "regalo" que les había dado el cofre.

Se había invocado la ira de Ossë. Por un lado las olas empezaban a levantarse y por el otro los enemigos se acercaban peligrosamente. Mas el pulso del joven piloto era el de costumbre: inalterable como el de un dragón del Brezal Marchito cuando duerme la siesta sobre su tesoro, que es casi todo el día. Sereno, como cuando jugaba a los naipes de farol en las tabernas de Umbar hasta su última moneda cobre.

A todas luces -a estas alturas ya nadie lo dudaba- se avecinaba la madre de las tormentas, y la flota gondoriana seguía empeñada en llenaros el culo de un semen más blanco que el jodido árbol que les hacía de insignia. Salir de ahí era una opción muy loable, sí, pero... ¿hacia dónde? Por una lado estaba la flota gondoriana y el Manawnûl era el epicentro de la tormenta que se estaba formando y que además se expandía hacia la dirección de huída.

La tempestad empezó a tomar proporciones formidables. Un huracán, que en el mar que no opone ningún obstáculo a su furor, es mucho más terrible incluso que en el desierto. Fragor de truenos, mugidos de la tempestad y el mar y el cielo que empezaban a confundirse en la intensidad de las tinieblas. Una inmensidad que se tornaba negra, por momentos. Y ni rastro de Ithil.

Y sintiendo ese desagradable hormigueo que surge en las ingles y el vientre intentáis por todos los medios salir de ahí. Esa desagradable sensación de me van a arrear. No se por dónde pero me van a arrear, fuerte y en cualquier momento. Y no precisamente para que espabile, si no para enviarme a las Estancias de Mandos. O a algún sitio peor.

- ¡Azrûbel! ¡Habías visto algo parecido a esto! ¡A este paso terminaremos todos en las fauces de Ossë! - Gritó de manera trepidante y al pasar el empapado capitán corsario a su parco contramaestre, quién a pesar de la creciente tempestad seguía fiel a su estilo: Estoico e inexpresivo como una Argonath recibiendo las abrasadores rayos de la Estrella del Día.

Con suma dificultad alcanzó tambaleante la ubicación de su siniestro y temerario timonel, a quién tampoco parecía temblarle el pulso siquiera en medio del huracán que se propagaba hasta los confines del firmamento.

- ¡Andrea! ¿Crees poder virar esta cosa? A lo lejos no hay paisajes más que la tempestad...- A la embarcación y sus tripulantes no les quedaba más alternativas que intentar alejarse lo más posible de los nubarrones enfurecidos y aguantar hasta que todo aquello se detuviera o les arrancara la vida en el acto.

El contramaestre niega con gesto adusto a tu pregunta. Con el viento reinante y la lluvia racheada apenas se puede oír. Sólo alguien que flirtee a menudo con la magia oscura habría podido ver algo así con anterioridad. Y efectivamente, Azrûbel no era de los que se perdían en sitios como este. Si se cayera al mar, le saldrían branquias y aletas. Es uno de esos fulanos que no se altera  aunque tengan un temporal con la costa a sotavento y se estén yendo los palos por la borda... una vez estuvo prisionero en Umbar ¿y qué le ocurrió allí? Se largó. Así, por la cara. Robó un barco y se largó.

---

-Délo por hecho, capitán -te contesta seco Andrea, sin temblarle la voz. Tras lo cuál, una fuerte turbonada de agua y viento golpea la popa del Manawnûl-. Convendría ir rizando velas y trincándolo todo para afrontar el mal tiempo. Cuanto antes, señor-apostilla, el pelo mojado molestándole en la cara pero sin soltar el timón para apartárselo.

Las inclemencias de la tormenta arcana estaban haciendo estragos sobre cubierta. Cyryatan maldecía aquel condenado cofre a cuatro voces mientras intentaba no ser arrastrado a las profundidades del mar. Cómo único consuelo en aquella funesta hora, el corsario se contentaba al menos en imaginar que el mismo destino habría de caer tarde o temprano sobre las cabezas de muchos de sus enemigos.

Y si la tormenta arreciaba, al menos ninguno de ellos saldría con vida de aquél trance...

Malditos sean nuestros perseguidores ahora que su suerte les ha vuelto la espalda. – Estaba contento, poco le importaba que el barco se moviera como una ramera el día que llegaba barco a puerto.

Se agarró como buenamente pudo al pasamanos a pesar de que era prácticamente imposible mantenerse derecho.

El tiempo estaba todavía en calma cuando Salêm había tomado su coy, por corresponderle la guardia de media. Tiempo le había costado conciliar el sueño, con los vaivenes del incursor y sabiéndose presa de un enemigo tan notorio. Mas ya debía andar en modorra rendida, cuando un violento bandazo le hizo golpear la cabeza contra una banda. Pensó que pudiera tratarse de un mal sueño, pero no era tal. El Manawnûl gemía de guinda a sentina como cochino en matanza, y las fuertes sacudidas indicaban un brusco cambio en las condiciones de mar y viento. Hasta que no pudo por más que salir a cubierta, mosqueado por tanto murmullo de marinería y viento.

Trabajo le costó mantener en vela la escotilla del tambucho, a la vez que una ráfaga de mar salada salpicó su cara con fuerza, esas gotas cuyos efectos en la piel parecían piedras de honda. Circuló a tientas, la noche se había hecho cerrada a boca de huargo, y a duras penas alcanzó el pasamanos de la escotilla mayor, cerrada a buen viaje (prevención tomada a causa del nuevo cariz abierto). Una mano de persona acostumbrada a la oscuridad le tomó por el hombro. Y escuchó la voz de Haak´r, que reconoció al momento.

-Aférrate a la barloa que acabamos de tender -acercó su mano a la maroma de seguridad, que Haak´r tomó a tientas-. Andamos metidos en malos augurios.

-Ya lo compruebo, mi buen Haak`r, todavía ando ciego de luces pero no de sentidos ¿cuándo ha saltado este maldito ventarrón?-respondió Salêm.

-Hace un rato. Ese agorero viejo y el capitán han tratado de usar el cofre y han invocado al mismísimo Demomio*. Ya andaba cabrilleando el mar con las última luces de Arien, pero en un visto y no visto nos envolvieron una nubes negras cargadas de relámpagos y pudimos observar como el mar se ampollaba en grueso hasta arbolar espuma. Y de acuerdo con el ella el viento roló a componente oeste en tan corto espacio de tiempo, que a nadie le cabe la duda de que sea obra del Demonio*.

Según hablaban los hombres de confianza de Yazân, el viento aumentaba fuerza hasta sentirse cascarrón, con todos los visos de atemperarse en corto. Salêm no había entendido nada, todavía andaba medio dormido... ¿Tramontana dura en esta época del año?¿por culpa del cofre?¿qué cofre?