Davros se mantuvo junto a Ogna, a la cabeza del grupo, atento a todo lo que sus ojos y oídos pudiesen captar, poca más podía hacer, ya que el idioma de aquellos asquerosos seres era familiar, pero desconocido para él. Todo había salido a la perfección, hasta el momento, pasaron del ejército de Fuerte Bueno, los gigantes de la entrada al campamento de Muzhal, los orcos de la entrada, y los pequeños trasgos huían tras las amenazas de Kormack.

El Gran Muzhal se encontraba frente a ellos y, Davros era el que debía finalizar la infiltración y comenzar la segunda parte de su misión, eliminación.

Aquel enorme orco imponía, con su pesada cota de mallas y la gran maza de armas, pero lo peor de todo era el escenario en el que se encontraban, demasiado estrecho, sin espacio para maniobrar... Kormack no tendría problemas, pero el resto...

No había vuelta atrás, tampoco habían tenido mucho tiempo para prepararse justo antes del combate, aunque Davros había aprovechado para usar su yelmo antes de entrar en la tienda central, al pasar por detrás de otra que le escondía de ojos curiosos.

Era la hora, Davros se adelantó lo suficiente para tener al poderoso enemigo casi al alcance y dijo con la voz más grave que pudo usar y la mirada baja aparentando miedo, evitando la mirada de su oponente, pero controlando sus movimientos - Gran Muzhal, la clave está en ésta espada.- a la vez que la desenfundaba y le mostraba la brillante hoja, apoyada en su mano izquierda, intrigante.

La siguiente acción de Davros sólo podía ser una, y sus compañeros lo sabían.

El empujón de Kormack la dejó vendida. ¡Oh, si hubiera podido se hubiera dado la vuelta y abofeteado al enano! Pero la situación era crítica y debía guardarse sus más íntimos deseos para sí. La tensión se mascaba en el ambiente y tenían que actuar de alguna manera. La porta-antorchas comenzó a actuar de manera extraña, contorsionando el cuerpo como si se atragantara.

Cuando hago así
aparece un chico a mi lado.
No sé mucho de él
porque siempre está muy callado.

“¡Qué chico tan raro!”
Pensé para mí misma.
“Se parece mucho a mí…
pero a la vez es algo distinto”.

Las extrañas palabras de la bardo contenían un poder pocas veces presenciado por sus compañeros. El pastel estaba al descubierto. Ahora sólo podían ver cuál sería la reacción del gran Muzhal. ¿Sería capaz de resistirse al poder de la voz de la bardo? La joven podía ver cómo unos hilos plateados brillaban y salían de sus dedos en dirección al jefe orco, temible y poderosos, pero tan vulnerable a la magia como los demás.
 

Obligados por el súbito arranque de rabia de Kormack los goblins no tuvieron más opción que obedecer al supuesto orco sin siquiera esperar a la confirmación del Gran Muzhal. No hizo falta; su silencio y sus hundidos ojos, los cuales estaban fijos ahora en los cuatro recién llegados, hablaron por sí mismos.

El Gran Muzhal, lejos de pronunciar palabra alguna, apoyó su enorme cabeza en sus peludos nudillos y se inclinó hacia adelante para prestar atención a las interesantes noticias que los orcos que su hermano le había cedido traían. «¿Qué podían saber ellos que sus tropas no supiesen?» Parecía preguntarse en esos momentos. Sin embargo, su semblante cambió a la misma velocidad que Davros desenfundaba su gigantesca espada y decía aquellas palabras en perfecto común.  - ¿UK THALMOK NIM THAK SAMMAT? – Gritó el caudillo orco adoptando un semblante feroz y mostrando sus cuatro enormes colmillos como un animal a punto de saltar sobre su presa.

Kormack y Ogna, que entendían a la perfección aquel gutural idioma, distinguieron como, por su tono, el jefe orco no parecía estar de muy buen humor. Su estado de ansiedad era evidente y de buena gana hubiese saltado de su trono de haber sido porque la joven bardo llamó su atención cuando comenzó a recitar una serie de palabras incomprensibles para él. Un brillo cruzó sus ojos y el gran Muzhal, que no era tonto, lo vio claro. Algo extraño sucedía. ¿Cómo era posible que aquel desgraciado tuviese un arma más impresionante que la suya propia? Y es más, ¿qué hacía aquel otro orco recitando aquel galimatías en el sucio idioma de los humanos? La rabia comenzó a bullir en su interior, era una trampa… ¡en su propio campamento!

Quiso levantarse, rebanar la cabeza a aquellos cuatro malditos, y llegar hasta el final de aquella traición. Sin embargo todo quedó en la intención, pues tan pronto Ogna terminó de recitar su hechizo, los brazos del Gran Muzhal cayeron inertes a lo largo de sus costados y su cabeza se precipitó hacia adelante como si careciese de fuerzas. Estaba perdido…

Mientras veía a sus compañeros avanzar, Losse permanecía, dentro de la tensión, relajado dada su privilegiada posición. Su pulso se aceleró cuando contempló como uno por uno iban entrando en la tienda del Gran Muzhal. Él seguía convencido que aquel caudillo orco sería un experto en la magia. Habían pasado unos largos segundos y seguía sin tener noticias de sus compañeros de aventuras. - ¿Qué está pasando? - Le susurró a Ogna con la esperanza de que pudiera encontrar un hueco para contestarle. Por si acaso, el elfo lunar se preparó por lo que pudiera pasar. Se agachó en la muralla el tiempo necesario para leer uno de sus pergaminos sin que llamara la atención de los gigantes que se encontraban unos metros más abajo*.

El tiempo seguía transcurriendo sin noticia alguna mientras se había incorporado y observaba con disimulo lo que ocurría sin recibir respuesta alguna. Una voz gutural se alzó entonces sobre el resto y la melodía de Ogna comenzó a sonar en el ambiente. Parecía que la batalla iba a dar comienzo.

Davros pudo notar como el gran orco por fin se dio cuenta de lo que estaba pasando cuando Ogna comenzó a recitar uno de sus hechizos. Gracias a la habilidad de ésta, Muzhal no tuvo tiempo de reaccionar, no sabía que tipo de magia era, pero no podía desaprovechar esa ocasión, debían acabar con él y huir de allí lo antes posible. Fuera de la tienda dos gigantes, dos trasgos, dos orcos de elite, dos más con arcos largos en las torres de la entrada y probablemente alrededor de otra docena de orcos repartidos en las restantes tiendas, por los leves murmullos y maldiciones que había escuchado, convertirían su huida en algo más que una tarea complicada, pero nada de eso importaba ahora... Muzhal debía morir.

Si, gracias a un milagro conseguían escapar rápidamente, lo único que sabría el resto de ejército, es que cuatro orcos del Buey Blanco asesinaron al caudillo del Escalofrio, sería un resultado perfecto.

Sujetó su arma con ambas manos, dio un nuevo paso hacia la marioneta en la que se había convertido su objetivo y lanzó sus ataques.

TURNO SORPRESA

¡Lo tengo!

- Tengo a Muzhal.- Susurró para que Losse estuviese tranquilo y pensara que tenía la novia más molona de Amn.

Estaba tan emocionada que no sabía ni qué hacer. Tenía al Gran Muzhal bajo su control. Podía ver perfectamente los hilos que salían de sus manos hacia el cuerpo duro y correoso del orco. Movió una mano y éste la movió igual, cual imagen especular de Ogna, sin poder hacer nada por evitarlo más que lamentarse de haberse topado con una hechicera tan peligrosa como ella. Lástima que su aspecto fuera aún el de un orco. Quería que todo el mundo supiera que ella, Ogna, la anteriormente conocida como porta-antorchas, había derrotado al Gran Muzhal.

- Muahahahaha...- No pudo contener una risa maquiavélica ante lo que se le había ocurrido. Hizo además de coger la espada que colgaba en su cinto imaginario, de forma que Muzhanl debía hacer lo mismo. Se rebanaría el cuello, osea, le haría rebanarse el cuello.

Chúpate esa enano del demonio. Quédate ahí quieto y observa quién es la más grande.

Y con toda su fuerza mental manipuló los hilos mágicos para hacer que el orco se rebanara el pescuezo. Cuál fue su sorpresa al ver que éste luchaba como un jabato acorralado.

​Noooooo, muere, muere, muere... ¡Mátate cabrón!- Tiró de los hilos con fuerza cuando sintió que estos se rompían trastabilleando hacia atrás con tal torpeza que casi se cae de culo.

- Se ha soltado...- Escupió con desgana, también para que Losse se enterara y viniera a rescatarla.

Parecía que, primero Davros y después Ogna, tomaron las riendas de tan delicada situación. El bárbaro optó por desenfundar lentamente su arma mientras la acompañaba de una frase que más que un inicio de dialogo parecía una amenaza. Muzhal lo entendió así, y aunque lo manifestó en un idioma inentendible para Davros y Jeldrich, ambos sabían por la expresión de su cara que la traición había sido descubierta.

Por suerte para el grupo de aventureros, la rápida reacción de Ogna no tardó en mostrarse. Jeldrich no pudo evitar mostrar una sonrisa en su rostro cuando el poder arcano de la poderosa bardo se hacía con el control absoluto del líder orco.

Todo parecía ir sobre ruedas hasta que algo rompió el conjuro. Podría tratarse de un descuido por ella a la hora de controlar el poder mágico, una gran voluntad por parte de Muzhal o quizá que Ogna había apuntado demasiado alto con sus pretensiones a la hora de decidir qué hacer con él. Fuera como fuere, Muzhal estaba nuevamente libre y a tan solo un grito de ayuda para convertir aquella tienda en un frenético campo de batalla.

Jeldrich, consciente de que esa tienda podía convertirse en sus tumbas, decidió erradicar todo posible sonido dentro de la tienda. Extendió los brazos, cerró los ojos y murmurando un breve salmo, los oído de todos los presenten quedaron sordos ante la imposibilidad de provocar sonido alguno. Era el momento de luchar… 

El enano se giró al ver como Ogna y Muzhal repetían movimientos. -¿Quié? - dijo pasmado al ver como de repente Muzhal parecía salir del trance y recuperar su cuerpo. La Bardo había cometido un grave error al no haber arrojado todas sus armas e intentar su jugada con un cuchillo o el arma más inofensiva. Un error que estaban a punto de conocer. Por su parte el nuevo recitaba un salmo. Era hora de entrar en acción y al avanzar entre sus compañeros parecía que nada se oía. Ni siquiera a Kormack avanzar escudo en mano y hacha para atizar a Muzhal y así ponerse entre el objetivo y sus compañeros. El silencio se había hecho y eso les proporcionaba el tiempo suficiente para acabar con su misión sin que los dos gigantes centinelas diesen parte de ello. Y así fue el enano corriendo para golpear con su hacha en la clavícula de Muzhal, según atrevasaba el hacha el aire una estela de fuego iluminaba la tienda quemando la herida. Los gritos e insultos que propiciaba el enano orco se quedaban mudos. Ni siquiera Kormack escuchaba su lenguaje tan vulgar.

Los hilos que unían a Ogna y Muzhal comenzaron a soltarse casi de inmediato, - Mierda... - No acabó de lamentarse cuando aquel silencio, cada vez más familiar, inundó la tienda, ni siquiera podía oír palpitar su acelerado corazón.

El primer tajo fue brutal, de izquierda a derecha, justo por debajo de su armadura, un gran chorro de sangre manó de éste cuando la espada acabó de lamer sus entrañas; el segundo, aunque menos preciso, también acertó. La espada subió de abajo arriba, desgarrando el muslo izquierdo, arrastrándose a lo largo de la cota de escamas para con un corte, no tan profundo como Davros hubiese deseado, en la barbilla del caudillo orco que le hizo volver a levantar la cabeza, mostrando a los cuatro componentes del grupo la furia en los ojos de su enemigo.

TURNO 1

Sacudió la cabeza vigorosamente de un lado a otro para obligarse a centrar la visión. Lo último que recordaba era que cuatro sospechosos orcos habían entrado en su tienda portando noticias del maldito barco volador. Sin embargo, sus sospechas se vieron rápidamente confirmadas cuando uno de ellos comenzó a recitar una serie de letanías en un perfecto común, algo imposible e impensable entre todos los orcos que se habían reunido aquel día allí. Algo no funcionaba bien, lo supo en el mismo momento en que llegaron las noticias de misterioso fuego que estaba devorando uno de los edificios del fuerte y de la salida del ejército sitiado. Lo había advertido decenas de veces: nunca había que fiarse de los humanos, por muy debilitados o sorprendidos que éstos pudiesen estar. De pronto, se encontró devorado por un dolor punzante en el vientre y en el rostro, así como una sensación de abrasión en el brazo y un intenso dolor de cabeza. 

Gritó alto y fuerte, más como una muestra de frustración y rabia que por el dolor que sufría. No sirvió de nada. Volvió a repetirlo pero esta vez llamando a sus guardias y centinelas. Nada. Un impenetrable silencio lo rodeaba. Debía valerse por sí mismo, y así lo haría.

Los conocimientos de Muzhal sobre la magia estaban muy por encima de los que un orco normal poseía; de hecho, si su tribu carecía de un shaman era precisamente porque Muzhal sabía que los manipuladores de magia, aunque hablasen en nombre de un dios, no dejaban de ser una figura de poder que tarde o temprano podía verse tentada a usurpar su trono. Aquello podía verse como una desventaja, pero el caso era que durante más de nueve años él había dirigido la tribu y no había tribu o enemigo que se resistiese ante su poder. El orco evaluó la situación: su gran maza de armas reposaba junto a su costado, por lo que podía echar mano de ella sin problema y tratar de repeler la amenaza, cosa que así hizo. Su movimiento, pese a estar herido, fue veloz y preciso. Tan pronto sus peludas manos asieron el mango del arma, ésta voló en dirección a la cabeza de Davros donde acabaría estrellándose con fuerza. Tras el golpe, una llamarada surgió de ella quemando la cara del bárbaro al igual que Kormack había hecho contra su enemigo momentos antes.

Ya casi tenían a Muzhal derrotado. El enano ya sentía la victoria entre sus dedos, cuando un golpe impactó en la cabeza del bárbaro. Un buen golpe, pero nada que pareciese grave a priori. Excepto el movimiento que hizo el bárbaro. Su mirada se volvió llena de furia y odio. Su pecho hiperventilaba, sus dientes superiores apretaban tanto a los inferiores que parecía que toda la caja dental fuese a explorar. Algo no marchaba bien y algo le decía al enano que no era del orco de quien debía preocuparse. La misma mirada que le sobrecogió en el callejón. ¿Se podría escapar esta vez el enano? ¿Sus miedos eran reales o sólo era Davros disfrutando matando a sus enemigos? Porque nunca había visto a nadie matar con tanto placer... Ni siquiera el mismo. Para Kormack, sólo eran números. Dando un paso lateral para alejarse intentó golpear a Muzhal, pero el enano se había vuelto previsible. Miraba más a Davros esperando ver que hacía que al orco. Con un movimiento de brazo hizo que su escudo se transformase en pavés. Con ese mismo gesto intentó avisar a sus compañeros. No había nada... Sus palabras no sonaban. Kormack se sentía prisionero de la misma trampa en la que había caído instantes atrás Muzhal. Un segundo hachazo fue esquivado por el jefe orco y la cara de Kormack se tornó en preocupación. Su rostro se desencajaba al ver al sádico del bárbaro coger su arma para devolver el golpe a Muzhal.

El golpe recibido, más que adormecer al bárbaro, despertó a su demonio interior; la llamarada, más que quemar su piel su piel, hizo arder la mecha de su furia.

La sombras de la tienda bailaban a su alrededor, la luz rojiza de la hoguera se volvía más intensa aún, una gran sonrisa se dibujó en la cara de Davros, aunque ya no era él, con el fuego del arma de su enemigo lamiendo su piel.

Estrujó la empuñadura de su espada con una fuerza inusitada, para ejecutar dos golpes brutales; el primero, un arco horizontal, de derecha a izquierda, que atravesó parte del muslo izquierdo; el segundo, de izquierda a derecha, buscando la cabeza que encontró en su camino, más baja debido al corte en la pierna anterior, la punta de su espada seccionó parte de su cráneo, mediante un corte limpio que reventó sus dos ojos.

El efímero momento posterior, se hizo largo en la mente de Davros, la espada seguía su camino hasta otro enemigo a su derecha que no había visto hasta ese momento, aunque le resultaba familiar. La lucha interna entre Davros y su bestia oculta se zanjó sin más incidentes aquella vez, cuando miró los ojos que dejaba ver aquel enorme escudo y reconoció en ellos a su insufrible compañero, pero compañero al fin y al cabo.

El grito silencioso paró al mismo tiempo que su espada, a poco más de un pie de aquellos ojos.

Habían cumplido su misión, de una forma impecable, pero ahora deberían conseguir salir de allí con vida.

Davros miró a su alrededor, buscando cualquier cosa que pudiera ser de utilidad, desde objetos útiles para escapar a planos con información sobre sus siguientes pasos en aquella guerra.

Cuando Davros y Kormack se lanzaron al ataque después de que Muzhal lograra deshacerse de su control, Ogna ahogó un chillido de pavor. Pronto se dio cuenta de que no había sido así, sino que Jeldrich, el bueno de Jeldrich, había conjurado una esfera de silencio.

Qué oportuno.- Sin embargo la confianza de la bardo en sus posibilidades se basaba en el poder de la palabra, de su inigualable voz. Es por ello que muda se sentía más vulnerable que desnuda frente a una turba de piratas recién pisada tierra tras una larga travesía. Sin embargo no le dio tiempo a lamentarse demasiado. en lo que parpadeó un par de veces Kormack y Davros, sobre todo éste último, acabaron el trabajo. La mujer no soportaba las miradas cargadas de mala baba que Kormack soltaba a Davros cada dos por tres.

Como si Dav fuera un peligro para nosotros...-¿Acaso no les había puesto el enano innumerables veces en peligro al desbaratar todos sus planes? Aún le guardaba rencor por poner en peligro sus vidas cuando los piratas le capturaron. Se negaba a aceptar lo que ya sabía. No quería ni pensar en que Davros fuera capaz de hacerla daño. Aún así había tomado algunas precauciones. Se acercó por la espalda a su amigo y puso su mano en su musculado hombro, apretando con fuerza en un "estoy aquí contigo" sin palabras.

Miró con preocupación el estado en el que había acabado la tienda de mando del ejército orco. La sangre estaba por todas partes y, con que un orco se atreviera a asomar la cabeza, podría armarse una buena. Aprovechando el silencio, Ogna se puso a revolver en la masa sanguinolenta en la que se había convertido el cadáver de Muzhal.

El gran Charco...- Pensó, macabra. Después continuó con el resto de la estancia por si encontraba alguna pista importante para su misión. Después de revolverlo todo se acercó al lado de la tienda contrario a la puerta y estudió si era posible rasgar la piel que formaba la pared para salir corriendo por allí. Sólo había visto a dos orcos apostados en las torres de vigía, nada que no pudieran solucionar. 

Dos espadazos a Muzhal llenaron a Kormack de sangre. La cabeza había sido cortada con tanta precisión y fuerza que parecía que este ni había tenido tiempo a levantar sus defensas. Aquel orco no había tenido ni la más mínima oportunidad. Kormack cogió su escudo con fuerza y se preparó para el envite de Davros, incluso entrecerró los ojos imaginando la fuerza de sus golpes, pero no venían. Aquella siniestra mirada y su macabra sonrisa estaban clavadas en él. Como un cuervo sentado en el busto de pala. Burlándose de la pericia del enano, deseando un enfrentamiento que nunca llegaban. La espada de Davros aún goteaba sangre y el bárbaro parecía inerte. Su respiración aún acelerada parecía la misma que la de un animal evaluando su presa. La tensión era más que palpable entre ambos guerreros y Kormack no levantaba la ceja, ni parpadeaba por miedo a perder un segundo de reacción. Fue la imrpudencia de Ogna al intentar acercarse al bárbaro por su retaguardia lo que propicio el devenir de los acontecimientos. Los gritos sordos y la cara de susto del enano fueron en vano para disuadir a la bardo. Un roce que hizo sacar al bárbaro de su ensimismamiento. En ese mismo el enano instane vio como la cara de Davros recobraba la normalidad, impotente sólo podía mirar frustrado como el asesino dejaba sitio a su compañero. Compañero respetado por todos. Que nos había salvado una y otra vez. Laureado y admirado. ¿A quién podía convencer de que aquel tipo era en realidad un asesino? Nunca antes se había visto aquella cara de derrota en el enano. Duró sólo unos instantes, lo suficiente para cerciorarse de que Davros había recuperado el control y no se había dejado llevar por la carnicería del combate... Sin duda estaba ante un carnicero. Uno de magnas proporciones. El único que podía cortar la pierna a un enemigo y la cabeza antes de que este tocara el suelo. Una mirada fugaz fue hacia los restos de Muzhal. El mismo silencio que mató a ese bastardo podía haberme matado a mi. O a Ogna y al nuevo... Ignorantes, nunca sabrán lo cerca que han estado de sun fin. El enano miró una vez más a Davros recordando la mirada que le había echado.
Tras unos segundos el enano miró a su alrededor y fue en busca del saqueo. Siempre con Davros en el rabillo del ojo.

Sumergidos en el más absoluto silencio, Jeldrich contempló como Kormack y Davros acababan en un abrir y cerrar de ojos con el Gran Muzhal. El líder orco tan sólo tuvo ocasión de devolver uno de los golpes, que impactó en Davros, sin embargo la respuesta de éste fue tan devastadora que cuando las primeras gotas de sangre del bárbaro tocaron el suelo ya lo hacían junto a la seccionada cabeza del líder de los orcos. – Perfecto…

El plan hasta el momento estaba saliendo a la perfección. Ahora, ocultos aunque no por demasiado tiempo tras las cortinas de la tienda y el silencio mágico, el grupo inspeccionó el cadáver y la tienda para seguidamente continuar con la segunda parte de la misión: el plan de escape. 

Las últimas palabras que Losse recibió de Ogna hicieron que sus sentidos se aguzaran para encontrar una respuesta lo más temprana posible a lo que podía acontecer a continuación. Sin embargo, ni un sonido brotó del interior de la tienda en la que el Gran Muzhal se encontraba.

Se abrió entonces un momento de desconcierto en el que el explorador everlunita no supo bien cómo actuar. Por el tono de voz de Ogna, la preocupación era más que patente; pero a juzgar por la cantidad de segundos que habían pasado sin que nadie se alarmara, todo parecía indicar que la situación estaba controlada, o... tal vez la magia había tenido algo que ver. Sea cual fuere cualquiera de las dos situaciones, el elfo lunar se vio en la obligación de llamar la atención del resto de la compañía del caudillo orco, pues, si todo había salido como esperaban, tendrían que buscar una escapatoria para ponerse a salvo. - No sé qué estaréis haciendo, pero voy a intentar facilitaros la salida. - Dijo a Ogna aún sin saber si ésta podría responderle.

Ni corto ni perezoso, y gracias al aspecto de orco que lucía, intentó distraer a los gigantes y, por consiguiente, al resto de la guardia personal del Gran Muzhal para que esa multitud de ojos se clavara únicamente en él. La falta de disciplina innata del tipo de raza que ahora simulaba le venía genial para llevar a cabo su plan. No emitió ninguna frase, pues el idioma pronto lo delataría, pero soltó una gran risotada procurando que fuera lo más gutural que su garganta pudiera ofrecer, y lanzó el frasco de ácido con el que unas horas antes había amenazado al malnacido de Morwing. - ¡MUAHAHAHA! - El frasco describió una trayectoria perfecta y cayó sobre la cabeza de la criatura de lleno, marcándole de ácido todo el rostro y gran parte del tren superior. Sin duda había sido un lanzamiento perfecto.

Para no levantar sospechas y que estuvieran seguros que era un orco el que había lanzado el ataque, quedó su cabeza asomando hacia abajo para que el gigante lo viera. Quizá las almenas le proporcionaran la cobertura que necesitaba por si decidía replicarle el ataque. La sonrisa en su rostro reflejaba una satisfacción plena, igual que la de los chiquillos que jugaban en Everlund en ésta época del año cuando comenzaban a tirarse bolas de nieve, pero, a juzgar por la cara del gigante, quizá ésta no le duraría tanto.