Partida Rol por web

Berhanu mira con detenimiento, pero no encuentra ninguna trampa.

Poco queda del hombre, excepto algunos restos de ropa y de carne ya podrida.

Miras dentro del pozo y ves una cuerda colgando. Te parece que al fondo del pozo que hay agua y, sobre un saliente, lo que parece una mochila que tiene indicios de estar pudriéndose, pero que parece contener algo. Quizás la mochila sea del hombre muerto a tu lado.

Después de inspeccionar la puerta y concluir que si me iba a caer un cubo de ácido en la cabeza me lo merecía, aunque eso no hacía la perspectiva ni una pizca menos horripilante, me di media vuelta para llamar a mis amigos:

¿Entramos?

-Entremos -comentó el druida tras dejar que la chica revisara el lugar en busca de una trampa o algo así, era bueno tener una rastreadora- Si se pone muy oscuro, crearé una luz para que nos ayude, ¿de acuerdo? -comentó el druida mientras buscaba una piedra que le entrara en la palma de la mano, por si tenía que ocultar la luz no tardar demasiado en hacerlo.

Asentí con la cabeza, en silencio. Aquel lugar no me gustaba nada, demasiado grande y demasiado cerrado. Al menos, la cabaña de Ulizmila no era muy diferente a mi casa, aunque papá y yo guardábamos los calderos en el cobertizo para que no nos ocuparan el espacio vital, y desde luego no tenían tan mala leche como el de esa bruja.

Me rasqué el sarpullido más por nerviosismo que por picazón. Cuando me di cuenta, aparté la mano. Ya era tarde, tenía la mejilla en carne viva.

Tratando de ignorar el escozor, apoyé el hombro en la puerta y empujé.

Entráis dentro del monasterio. Las puertas se abren con inusual facilidad y pronto veís un pequeño vestíbulo oscuro y lleno de hojas que el viento ha introducido con el paso del tiempo. En los montones de hojas no hay nada de interés. Al abrir la puerta, la brisilla que adivináis entra de forma constante se hace ligeramente más fuerte.

La oscuridad es tal que incluso Quarion o Haizti con sus ojos tiene dificultades para ver bien en todo momento. Berhanu, por su parte, es incapaz de ver nada.

A unos 7 pies, podéis adivinar dos puertas, una a cada lado, que custodian el pasillo. Ambas parecen cerradas. Algo más allá, el vestíbulo continua. Creéis que poco más adelante se bifurca, pero no podríais jurarlo.

A pesar del ofrecimiento de Quarion, fui la primera en recurrir a la iluminación mágica. Los ojos de los elfos estaban hechos para ver en la penumbra. Incluso había visto a Haizti en un par de ocasiones leer a la luz de las estrellas, mientras que yo tenía que ir tanteando con las puntas de los pies para evitar tropear con una raíz o caer en un hoyo.

Saqué una segunda flecha de la aljaba y pronuncié las palabras del sencillo conjuro, haciendo que la afilada punta se brillara incandescente. La flecha luminosa reposaba entre corazón y anular, la otra entre índice y corazón, presta para llevarla a la cuerda del arco.

Respiré con calma, como papá me había enseñado y, procurando no hacer ruido, avancé hasta el centro del vestíbulo.

Con la luz, el pasillo se abre ante vosotros. 15 pies de vestíbulo se dividen al final del mismo en tres: un pasillo que lo corta perpendicularmente, hacia el norte y hacia el sur, y unas puertas entre abiertas que dan a lo que parece una gran sala.

En el vestíbulo, a unos 10 pies de la entrada, las dos puertas que habéis intuído, ambas cerradas, se levantan una frente a otra.

El vestíbulo era de esos que servían de lugar de paso de todo el edificio. Atravesado por un pasillo y con puertas en cada una de sus cuatro paredes. Una de ellas, la que habían usado para entrar.

Si seguimos una pared y no la abandonamos, acabaremos antes, propuse. Como si fuera un laberinto.

No lo era, por fortuna; el monasterio no era lo bastante grande. A menos, pensé con un escalofrío, que tuviera un enorme sótano.

Sin soltar la flecha, me acerqué a comprobar la puerta de la derecha.

Berhanu se acerca con cuidado hasta la puerta de la derecha y gira el pomo. Pero la puerta no se abre. No porque esté cerrada con llave, sino porque la puerta parece atascada. No parece especialmente terca, pero desde luego queda claro que hay que darle un pequeño empujón.

La puerta no estaba cerrada con llave, pero el óxido la había dejado pegada al marco. Di un paso atrás y le pegue un buen empentón con todo mi peso, que a decir verdad era poco.

La puerta se abre con un leve crujido, apenas perceptible más que para los que estáis al lado, aunque algo suena que se destroza tras ésta. Cuando miráis dentro una habitación, que parece una sala de espera o algo así, se presenta ante vosotros. Los restos de una silla, ya totalmente astillada y que parece que bloqueaba la puerta, se diseminan por el suelo.

En una esquina, el cadáver momificado de un enano está sentado sobre una silla. El cadáver está en sorprendentemente buenas condiciones. La sala es oscura y huele a polvo y podredumbre. Al lado del cadáver del enano, un vial hecho añicos descansa sobre la fría piedra. En la mano del mismo, un trozo de pergamino escrito con runas.

Antes de entrar observo la puerta y el interior atendiendo a cualquier cosa. Me acerco con cautela y observo el trozo de pergamino. Luego observo al enano y miro a mis compañeros. Me mantengo alerta en todo momento.

- Esto cada vez me gusta menos - afirmo.

Una vez se asentó el polvo y dejé de toser, entré en la sala con la flecha luminosa en alto. En el interior solo nos esperaban el cadáver de un enano, viejo pero sorprendentemente bien conservado y tadovía sentado en una silla, y otra más que se había hecho pedazos al empujar la puerta. Hubiera hecho falta una mujer más fuerte que yo para tirar la puerta abajo en otro tiempo. Ahora, la madera era un colador por la acción de las termitas, hinchada y reblandecida por la humedad.

¿Suicidio? aventuré en respuesta a Hizti, mirando los pedazos de cristal junto al enano. El enano había bloqueado la puerta desde dentro y se había bebido una poción, y en su mano, sellada por la rigidez cadavérica, todavía guardaba un pergamino. No podía comprobar que fuera la nota de suicidio pues no reconocía la escritura.

Arrugando la nariz por el asco, me agaché junto al cadáver y paseé los dedos por los pliegues de la ropa y los bolsillos. La sala debía llevar décadas cerrada; si había muerto con algo útil encima, estaría mejor en nuestras manos.

Quarion siguió a la joven chica que tenía bastante iniciativa y cuyas capacidades mágicas le sorprendían, pues antes de poder hacer nada, la chica había hecho un encantamiento de luz bastante decente para ser una humana.

-No creo que un enano se suicide -dijo el druida- demasiado orgullosos -asintió para sí y observó el cadáver mientras paseaba la mirada por la sala, buscando la planta que les quedaba para poder terminar con el encargo que les llevaba más días de lo que le habría gustado- tenemos que encontrar las setas -dijo mientras empezaba a rebuscar por las paredes y esquinas de la sala.

Me encogí de hombros cuando Quarion mencionó el orgullo enano. No había conocido a más de un puñado de los robustos paticortos, pero suponía que entre ellos los habría tanto orgullosos, como humildes e incluso gusanos abyectos y serviles.

No hemos venido a escribir la historia del monasterio, dije, así que supongo que lo mismo da. Está muy muerto de todas formas. Mientras encontremos esos champiñones de hierro en alguna parte. La herborista había dicho que crecían junto a las vetas de hierro, lo que implicaba que el monasterio se encontraba sobre un yacimiento, y que quizás los enanos lo explotaban, de modo similar a algunos monjes humanos que trabajaban los huertos de los terrenos colindantes. Rezos y trabajos, ¡menudo aburrimiento!. Con fortuna, algún ejemplar se habría colado por las grietas del suelo y no sería necesario descender a las tripas del mundo a buscarlos.

Los bolsillos estaban vacíos, pero de su cinturón colgaba un martillo que, una vez quitado el polvo, brillaba bajo la luz mágica como si fuera nuevo. Con un poco de suerte, sería de plata y sacaríamos unos buenos dineros por él a la vuelta. Acercándomelo a los ojos me fijé en que tenía grabado un símbolo en la cabeza, aunque no tenía ni idea de qué signnificaba o representaba.

¿Te suena de algo? pregunté a Haizti, pasándole el martillo con el símbolo apuntando hacia él.

Si no habéis visto nada más, sigamos adelante.

La verdad es que no. Dice Haizti de forma seca. No hay forma de sacarle muchas palabras, aunque no es menos cierto que, a veces, es bueno que las cosas sean directas y sin florituras.