Partida Rol por web

Kartag se mostró hosco cuando cayó el ogro a manos de un conjuro lanzado por el Bozak de bronce. Sus escamas se erizaron y vibraron como si un escalofrió hubiera recorrido su espina dorsal ante la nueva amenaza. Asintió cuando la espada de Tarben cerceno el cuello de caudillo ogro, dejando fuera de juego a un posible muerto viviente al servicio del mal. Vio a Desdemona descompuesta y al mirar en derredor cayo en la cuenta de que Tarben también habia caído, sus compñaeros nunca lo habrían abandonado a su suerte. Con pesar se acercó al malherido minotauro y exclamo: Quo loass! Irradiando la palma de su mano una cálida energía que recorrió el hombro de Zoak al sentir su contacto. Luego dirigió su atención sobre el bozak de bronce que volvía a reclamarles la figurita de Khas, sus palabras sonaban frías y huecas al igual que sus intenciones. El hecho de que volara frente a ellos con suma facilidad le puso en tensión al igual que a Baigron el cual parecio bastante sorprendido. Algo le decía que ese ser era más de lo que aparentaba. Ese poder le estaba conferido a los Sivaks. ¿Y si se tratará de una ilusión? Intentando descreer se concentra para ver la amenaza real.

Yo soy Kartag, un humilde servidor de la Mantis. Saludándolo a continuación con respeto, después de todo les había ayudado en cierto modo. Oh poderoso Hijo del Bronce ¿Dinos tu nombre para saber a quién dirigirnos? Esperando una respuesta, prosiguió: ¿A quién servís? Y por qué buscáis las piezas con tanto interés?

Un semblante frio y arrogante observaba a Baigron mientras este, mas que malhumorado, echaba en cara al recien llegado el no haber intervenido antes. Cuando este acabó, desdeñó sus palabras con el dorso de la garra que no portaba la varita negra:

— Ay, bendita oscuridad, es que todos los Baaz teneis que ser tan limitados??!! Quien te crees que paralizó al semiogro?? — dijo, volviendo a señalar, de nuevo, al cadaver sin cabeza del orog que había unos pasos hacia el carro, cortesía de Zoak — Si no intervine antes, fue porque vuestro compañero, aquí delante, desdeñó mi ayuda — acabó, con otra tensa sonrisa, señalando con la varita a Anubis, que observaba la conversación con interés, pero aun sin intervenir.

— El caballero?? — preguntó, con un desprecio que no se molestó en ocultar — Acaso tengo yo pinta de ser su madre?? Si quería suicidarse, quien era yo para impedirselo?? — acabó sus ronda de preguntas, con otra sonrisa tirante.

En ese momento, el draconiaco Kapak, con el emblema de Majere luciendo en el cuello, se dirigió a él con palabras mas medidas, y con un respeto que pareció agradecer el bozak.

— Mi nombre?? Es irrelevante, pero me puedes llamar así: Hijo del Bronce. No eres el primero que lo hace... — dijo, observando con interés a su congénere, como tratando de recordar si había tratado antes con él — Mi interés por esas piezas no difiere mucho del vuestro... — agregó, de una forma mas bien críptica.

— Vuelvo a repetir: estais al borde del colapso, y creo que en pocas condiciones de negociar nada, así que, dadme esa figurita de Khas, o le pediré, diligentemente, a vuestros cadáveres, que me la entreguen!!

Su tono, hasta ahora cordial, aunque altanero y frío, se tornó en crudo y bronco, mientras contiuaba suspendido en el aire, majestuoso, con esa extraña varita retorcida en la mano izquierda, mientras la derecha la mete por el cuello de su túnica negra, y un extraño y familiar brillo morado empieza a iluminar un colgante, o algo, que parece tener colgado a al cuello, bajo la tunica.

En ese momento, Anubis se da cuenta de que Zoak da un respingo, al notar una vibración en el petate que lleva colgado al hombro, y lo mira extrañado...

Quizá influenciado por el modo en que el Monje de Majere observaba al recien llegado, o porque sus conocimientos le decían que no debería poder volar con tanta fluidez, Anubis se unió a esa mirada escrutadora del draconiano kapak, y observó con calma posibles fisuras que indicasen que aquello fuese una ilusión... Pasaron unos segundos, y ambos se miraron: no parecía que el Hijo del Bronce no estuviese allí.

Sin embargo, el aprendiz de Tunica Blanca quedó con el runrún en la mente: quizás estuviese involucrado algun tipo de magia...

— ^** Ectum inmole estes maleficarum!! ^** — graznó, el Hijo del Bronce, desde las alturas, mientras la mano que la mano que había metido por el cuello de su túnica agarraba su colgante, que latía con una malsana luz morada. En ese momento, Zoak soltó su mochila, como alarmado.

En ese momento, varios zarcillos como de niebla que pulsaba con el mismo brillo morado, empezó a filtrarse desde el herboso suelo de la colina, como tratando de trepar por las botas de cada uno de los heroes. Sin embargo, solo con patear ligeramente, los zarcillos se deshacían como si nunca hubiesen estado allí. Sin embargo, ante la vista preocupada de todos los presentes, los zarcillos envolvietron los cadáveres tanto de la Bruja Hobgoblin, como del propio Akromm, como de su lugarteniente orog, y lo que era peor, del propio Leviathan, que, ante el estupor general, empezaron a moverse, como desperezándose. La imagen, grotesca a mas no poder, revolvió las tripas de todos, intrépidos aventureros, pues lo visión de su compañero, con sus heridas fatales, y su mirada vacua, era algo dificil de soportar.

— A MI, EJERCITO DEL SEPULCRO!!! — bramó ahora el Bozak, mientras se elevaba un poco en el aire, rodeado de la mortecina luz morada.

En lo alto de la colina, para empeorar las cosas, un ejercito heterogeneo de cadaveres en mayor o menor grado de descomposición empezó a recortarse contra el gris de las nubes de lluvia, para, seguidamente, empezar a avanzar atendiendo a la llamada de su lider, arrastrando los pies por el barro.

— La pieza, o formareis parte del Ejercito de Chemosh!! — repitió su petición, al grupo, entrecerrando los reptilianos ojos, mientras se colocaba la máscara de hueso con forma de calavera, que le delataba como uno de sus sacerdotes...

— No tan deprisa, pérfido!! — se oyó otra voz, desde la zona del afloramiento rocoso cubierto de espinas por el que había salido el grupo. Al mirar hacia allá, todos pudieron ver como Loren Kenither, el Alcalde de Delembert, aparecía allí, montado en un caballo blanco. Su Túnica, del mismo color, ondeaba al viento y, de alguna forma, parecía esquivar el "chirimiri" que caía. En su mano portaba un cetro de color caoba, con tallados en plata y piedras preciosas, y cuando el grupo de muertos vivientes de el Hijo del Bronce hizo ademán de torcerse a por el recien llegado, una esfera de pura luz amarilla rodeó al anciano, haciendo chillar de un modo que helaba los huesos a los zombies y esqueletos que se acercaron a sus bordes.

Tras el alcalde, apareció, recortándose contra la cresta, un grupo de jinetes armados, y ataviados con el emblema de la Villa. A la cabeza de ese pelotón, de unos 30 hombres, estaba, orgulloso, el Capitán Griwett, con su coraza impoluta, y su lanza de caballería descansando en posición, mas que dispuesto a utilizarla en una carga de su imponente garañon negro.

— Jajajaja!!! — graznó el draconiano bozak, cuya túnica crepitaba con la energía del colgante que llevaba, que refulgía con el pulso cada vez mas firme de color morado — Creeis que vosotros, simples mortales, podeis siquiera osar a enfrentaros al poder de la Muerte??!! — continuó, abriendo los brazos, mientras los muertos se acercaban a la posición en la que los heroes empezaban a organizar una defensa, mientras miraban con estupor como el cadaver de Leviathan se levantaba sobre una rodilla, agarraba su espadón, y se ponía de pie, mirando con ojos inexpresivos al que ahora era su maestro.

El rostro seguro del alcalde se irguió, orgulloso, antes de mover levemente el cetro que manejaba con la mano derecha:

— No eres el único al que ayudan los difuntos, siervo del Mal!! — Su voz, potente, llegó sin problema hasta la zona en la que estaban los heroes y su enemigo, al que, incluso a través de la máscara de hueso, se le adivinó el fruncir de cejas.

En ese momento, la niebla amoratada empezó a desparecer, mientras un brillo plateado empezaba a iluminar el lugar, abrasando la carne de los muertos que empezaban a amontonarse cerca de su señor, con una salvedad: Leviathan. El cadaver del caballero se desprendió de su hálito maligno, y se tumbó de nuevo, como echándose a dormir sobre la hierba. Su espíritu sí se mantuvo de pie, libre de toda herida, orgulloso, como era en vida. Miró a sus compañeros por un momento, y sonrió, señalando a un punto entre ellos, y el grupo de muertos, donde había aparecido el Hermano Estiben, el Santo de la Ermita que habían liberado de las garras del Mal apenas un par de dias antes. El espiritu del anciano señaló al Bozak, con una mirada decidida, pero antes de que pudiese hacer nada, el Hijo del Bronce activó algun tipo de mecanismo, y desapareció, sin duda transportado a otro lugar.

Barriendo con el brazo la zona en la que estaba, Estiben cortó los lazos que unían a los cadáveres de Akromm, Shûlz y su guardaespaldas, con el Dios de la Muerte, y estos se desmadejaron sobre el embarrado suelo de las afueras de la torre.

A un toque de cuerno, los 30 jinetes de Delembert cargaron contra el ejercito de muertos que bajaba por la ladera de la colina.

Enseguida los heroes, sin duda alentados por esa ayuda que había aparecido cuando mas oscuras eran sus opciones de salir indemnes de aquellas ruinas, se unieron a la refriega que siguió y, en pocos minutos, no quedó un solo muerto viviente en pie.

El padre Estiben se mantuvo observando, acompañado por el espíritu de Leviathan, que sonreía, satisfecho, viendo como se manejaban sus compañeros, en el combate.

Cuando todos los muertos vivientes fueron derrotados, Estiben asintió a los heroes, y empezó a andar, colina arriba, aunque tras un breve trecho se paró, esperando a Leviathan, que se había demorado mirando a sus compañeros. No dijo palabra, solo sonrió, y se despidió con la mano, tras lo que echó a andar hacia donde esperaba Estiben. Tras un fogonazo de luz plateada, ambos desaparecieron.

Para entonces, el Alcalde, Loren Kenither y su escolta de 30 guerreros, liderados por el Alguacil, habían llegado hasta ellos.

— Saludos, nuestros ilustres visitantes!! Mis condolencias por la muerte de vuestro compañero, el Caballero Sir Leviathan de Sharkenar... — dijo, con voz grave, colocando una mano sobre el pecho — No tengais duda de que se dispensará un funeral con honores para él — continuó, aunque enseguida reparó en algo, por lo que preguntó — No estan todos. Donde está el otro Caballero, Sir Tarben Uth Crownguard...??

Cuando veo que los cadáveres que siembran el campo de batalla comienzan a reanimarse por medio de la pérfida nigromancia, no necesito ver nada más.

Borracho de energía arcana, siento la mirada del radiante Solinari sobre mí. No. Siento que yo soy Solinari. Durante un instante, los prodigios de Magius, de Par-Salian, de Raistlin y Palin Majere... no son para mí más que juegos de niños. Ellos acariciaron el poder de las Tres Lunas pero yo cabalgo el frenesí de las 21 constelaciones (ahora 19) y la magia no tiene secretos para mí.

No me muevo. No hablo. Mi conjuro transita del mero deseo al hecho consumado en una infinitesimal fracción de segundo y un cielo sin nubes descarga sobre el nigromante draconiano la furia de los cielos.

Mientras el caos se desata a mi alrededor, soy consciente por vez primera de que he pecado de orgullo al tratar de manejar unos poderes que están muy por encima de los mortales. Ahora debo pagar por mi insensatez.

Todo lo que pasa a si alrededor es como un sueño, escucha las voces a lo lejos como amortiguadas, como si todo lo que estuviese pasando no fuese real o con ella, realmente la mente de Desdemona esta muy lejos de allí, desde que escucho las palabra de Baigron y este le dio la estatuilla, no dejo de abrazarla contra su pecho, si el draconiano quería arrebatársela, tendría que arrancársela de sus manos muertas.

Cuando escucho de nuevo el nombre del caballero caído, sus piernas no la sostuvieron más, y cayó de rodillas, abrazando aun la estatua, deshecha en un mar de lágrimas, que no paraban de brotar de sus ojos ya enrojecidos.

Momentos antes de que El Ermitaño, el Padre Estiben, Nuncio de Mishakal desplegase el poder limpido y santificador de la Diosa de la Curacion y la Vida sobre El Hijo del Bronce y su séquito, Anubis, que había estado callado, concentrado, entró en acción. Había ingerido todo el contenido de la Poción Metamágica que habían encontrado en las ruinas de la Torre de Helion, lo cual le permitía modelar y retorcer los conjuros que lanzara durante un corto periodo de de tiempo de un modo casi perfecto. Cuando el Draconiano ascendió, empezando a levantar a los muertos, y mostrándose como un Sacerdote de Chemosh, el Dios de la Muerte, el abanasinio se concentró en la magia que crepitaba en su interior, y la liberó sobre él en la forma del conjuro mas destructor que poseía: Rayo Abrasador. Pero la mñagica poción le permitió transformar esa energía ignea en un rayo, que crepitó por sus brazos, potenciado hasta mas allá de las caoacidades del aprendiz de Tunica Blanca, hasta ser liberado hacia su enemigo. Sin embargo, pese a su preparación, la sensación de poder le desbordó por un momento, y pese a que el rayo salió en arco hacia el draconiano en las alturas, parte explotó a apenas unos centímetros de sus dedos. La onda expansiva le lanzó para atrás un par de metros, dejándole el pelo, rojo como el fuego, encrespado y electrificado.

El rayo llegó hasta el Hijo del Bronce, pero unos centímetros antes de golpearle, se materializó frente a él un escudo de energia, que crepitó con fuerza, absobiendo la energía poderosa del conjuro, aunque desestabilizó por un momento al draconiano, que miró con odio al mago.

Justo entonces, Estiben, rodeado de un halo de pureza que parecía doler en los ojos del draconianio, le señalaba con el brazo extendido. El draconiano observó por un segundo el panorama, y asintió, crujiendo con fuerza sus mandíbulas. Tocaba huir, para continuar, sin duda, la lucha otro dia. Antes de desmaterilizarse, graznó, mirando a sus adversarios:

— Hoy dormireis pensando en que habeis vencido, pero os digo una cosa: nada mas lejos de la realidad!! Volveré, y entonces acompañareis a vuestros compañeros en el Eterno Sueño!! Mi Señor tendrá esas piezas, y entonces se hará con el Tablero...!!! — tras lo que despareció, como si nunca hubiera estado allí.

Minutos despues, el ejercito de Muertos, sin guía que los comandara, fue arrasado por la fuerza combinada de la Caballería de Delembert, el poder de Mishakal canalizado por Estiben, y la enorme pericia del grupo de heroes..., con excepción de Desdemona. La planar, nada acostumbrada a dar muestras de ningún sentimiento cercano a la pena, lloraba desconsolada, de rodillas en la herbosa colina en la que estaban los restos de la torre, mientras abrazaba con fuerza la estatuilla de Khas que, para su sorpresa, representaba a la perfección la figura de Tarben.

Ninguno de los hombres de Delembert que se acercaron osaron romper el momento de dolor de la pícara, pero en la mirada del Alcalde Kenither se dibujaba un semblante grave de comprensión.

— Señor!! Se escuchan voces en lo alto de la colina, dentro de los arbustos de espinos...!! — rompió el silencio la voz de uno de los jinetes de Delembert, el picado de viruelas que había interactuado con el grupo al llegar a La Fonda del Jabalí. El Alguacil Griwett hincó tacones a su garañon negro, y seguido por tres de sus hombres subió el camino hasta el punto en el que el picado de viruelas se mantenía en posición, mientras trataba de discernir algo en aquellos arbustos de espinos.

Al rato, Erilyn Windfellow salía, temblorosa, y se encaminaba hacia el Capitan. El anciano guerrero había desmontado, y tenía la espada a medio desenvainar, pero cuando reconoció a la joven, dijo:

— Glover, rápido, cede tu capa a la joven Windfellow: está empapada!!

Tras envolverla en la capa, el joven picado de viruelas la ayudó a subir a su caballo, y juntos bajaron de nuevo por el embarrado camino hacia donde descansaban los demás.

Al ver a la joven pelirroja perdida dias atrás, el Alcande Kenither asintió a los heroes, tras lo que dijo:

— Paladine bendito, es una suerte volver a veros, joven Erilyn!!

— He de agradecer mi vida a  mis liberadores, aquí presentes... — dijo ella, señalando con el brazo al grupo, con una sonrisa vergonzosa. Entonces, la joven reparó en el cadaver de Sir Leviathan, y el color desapareció de su cara, tornandose esta tan pálida como lo estaba cuando la encontraron. Hacía solo unos minutos el gigante solámnico se había despedido de ella: parecía tan invencible!!! Entonces le sobrevino una nausea, y doblandose como un delicado junco, vomitó sobre la hierba.

Mientras uno de sus hombres se hacía cargo de la joven, Loren Kenither volvió a dirigirse hacia el grupo:

— Señores, hemos de irnos de aquí. Pronto anochecerá, y para entonces deberemos estar guarecidos tras la empalizada del pueblo, donde podremos hablar sobre el enigma de la explosión, y de los magos negros, o la ausencia de ellos..., pero, decidme, donde está el Caballero Tarben??

Anubis, junto a Zoak, habían liberado al joven Asthor Ferak, el aspirante a escudero que, gracias a los Dioses, solo estaba inconsciente, atado al carro. Sin duda, cuando despertara, para él sería un duro golpe la pérdida de los dos Escuderos de la Corona.

En apenas unos minutos, y bajo el auspicio severo de Lord Griwett, el cuerpo de Leviathan fue colocado con solemnidad sobre la carreta, con su arma y su capa tapando su cuerpo: en verdad parecía que descansaba. La lluvia, pertinaz hasta entonces, había limpiado la suciedad de su cara, aunque poco podía hacer con la lividez de su piel.

Baigron rugio en desafio ante el alzamiento de los muerrtos, tratando de llamar a lo que sea que aun quedaba de resquicio de poder divino en el. Por el momento, su capacidad para hacer que los muertos volvieran a sus descansos era aun una baza que podia jugar. Concentrandose en el poder, el draconiano fijo su mirada en el cabron alado, pasara lo que pasara, Baigron se iba a llevar al bastardo con el.

Hincando sus garras en la tierra, Baigron se iba a lanzar a una carrera demencial a por el volador, iba a acumular toda la fuerza que le pudieran dar sus musculos para saltar y ensartar al "hijo del bronce" con la espada elfica de Tarben. Era una suerte de venganza que Baigron queria desatar sobre el tunica negra de los demonios pero antes de que pudiera hacer nada, la magia de Anubis fue mas rapida, estrellandose contra la proteccion del draconiano.

Desconocidos llegaron, cabalgando justo a tiempo para expulsar al hijo del bronce que ya no era tan arrogante cuanto las tornas se volvian contra el. Baigron clavo la espada en el suelo y se arrodillo, dejando que el cansancio acumulado y la adrenalina liberada se hicieran cargo de su mente por un momento.

En medio de todo el meollo, hubo un pequeño milagro con la sorprendente superviviencia de inocentes atrapados en todo este embrollo. Eso siempre era de agradecer, sin embargo Baigron estaba mas preocupado con otros menesteres, a Desdemona le habia afectado mucho la muerte del caballero y Leviathan habia caido tambien. Pese a que Baigron no era muy propenso a socializar, sabia que eran hombres de honor y eso habia que respetarlo.

Colocandose delante de Desdemona para darla tiempo a llorar en paz; Baigron fue el primero el hablar a las preguntas del recien llegado.

Tarben cayo en combate contra los esbirros del ogro, señalo Baigron con la espada elfica al cadaver en concreto, en su muerte, el cuerpo de Tarben se volvio una estatuilla, ahora en manos de ella; señalo Baigron a la desconsolada Desdemona.

Dejadla llorar a los caidos en paz, esa estatuilla es lo ultimo que la queda de el.

El anciano Capitan de la Guardia de Dembelert desmontaba con pericia, aunque algún que otro achaque, mientras Baigron contaba, en pocas palabras, el triste final del heredero de Crownguard. Tras alisarse un poco la sobrevesta que llevaba sobre el peto de la coraza, miró con aire serio al draconiano, y dijo, para sorpresa de todos:

— Mi tatarabuelo se licenció como Caballero junto a un antecesor del jóven caído. Eran horas funestas para la Caballería, tratando de llevar el mundo a aguas mas mansas tras el Cataclismo, pero solo tenía palabras de respeto y admiración para aquel Caballero... Espero que los Dioses del Bien lo tengan en su gloria... No os preocupeis, hombre-dragón, no solo respetaremos el luto de la mujer, si no que, personalmente, me encargaré de escoltar el cadaver del Caballero de Sharkenar hasta la Villa de Solace, donde hablaré con el Destacamento de los Caballeros  que allí, se encuentra, si es que este mundo no ha cambiado de lo que nos contaban nuestros padres, ante de "La Ausencia" — acabó, con un puño sobre el pecho, quizá elevando unas mudas palabras en memoria de los caídos, momento en que se giró hacia uno de sus hombres, un sargento, que esperaba unos pasos detrás de él:

— Preparad el carro para transportar al caído, y disponer alguno de los caballos para los heridos. Quiero una pira en la que quemar los cuerpos de la escoria goblin... Todo eso con hombres vigilando el perímetro. Lo dejo a su criterio, Sargento Bonnen... — El sargento, un algo rollizo aunque poderoso hombre entrado en los cuarenta, que tenía un bigote al estilo de Solamnia, asintió energicamente, devolviendo un saludo militar a su superior, aunque a nadie le pasó por algo que, en el momento en que los ojos de hielo del Alguacil se posaron en su rostro, dejando a su criterio la defensa del lugar, al hombre le costó tragar, por un momento. Enseguida se giró, dando las órdenes oportunas, mientras el anciano militar asentía, al parecer complacido.

— Siento vuestra pérdida, mi señora... — dijo el Alcalde, compungido, en voz baja y sin acercarse a donde Desdemona lloraba desconsoladamente, con la figurilla de Khas, con los rasgos casi perfectos de Tarben abrazada sobre el pecho — ... y la vuestra caballeros, y siento también no haber podido acudir con mas presteza, pero nos encontrábamos abatiendo a un nutrido grupo de muertos que bajaba de las montañas y acudía hacia aquí. Fue entonces cuando el espíritu de Estiben, el Ermitaño, se me apareció, y me contó como habiais liberado el mal que asolaba la Ermita, y me conminaba a que acudieramos aquí, pues "... el siervo de la Muerte planeaba un golpe sobre mis salvadores...". Hemos acudido lo antes posible, pero veo que no ha sido suficiente...

Meneó la cabeza, mientras miraba al suelo, al parecer también abatido. Parecía haber envejecido varios años en apenas unos segundos.

Todo ocurrió muy rápido, el draconiano de bronce desplegable su poder sobre ellos augurándoles una muerte prematura cuando un rayo de luz y esperanza apareció en el último instante cambiando las tornas en un alarde de poder y magia. Loren Kenithar, poderoso emisario de mishakal y las huestes de Dembelert abatían y exterminaban al ejército de muertos.

Tras recuperar el aliento, la noticia de la muerte de Tarben, sumada a la de Levithan fue demasiado para el disciplinado Kartag, el cual sintió un fuerte pinchazo en su duro corazón. Los dos caballeros habían sucumbido haciendo honor al Código y la Medida. Con lágrimas en sus ojos acaricio la frente de Leviathan el cual yacía tendido sobre el carro. Pudo distinguir con detalle que la figura que acariciaba con sumo cariño Desdemona, se asemejaba a Tarben, haciendo que se preguntara como había sido posible tal proeza. Mirando al lluvioso cielo masculló una plegaria a Majere rogando por el alma de sus camaradas, mientras regresaban a la seguridad de la Villa de Dembelert.

Desdemona no recordaría mas que como una nebulosa los dos dias que siguieron a la retirada de la torre destruida hasta la seguirdad de la vieja Villa de Delembert. Fue siempre en ultimo lugar, solo acompañada por Baigron. El hosco Clerigo Draconiano se había erigido en su escolta, y observaba desde una distancia respetable, como la planar acunaba aun la estatuilla de marfil durante todo el viaje de vuelta.

La lluvia les dió una tregua cuando bajaron a la planicie de montaña sobre la que se establecía la Villa, de nuevo en el mapa de Ansalon, tras haber desaparecido, tras la explosion que destruyó su torre, la magia de ocultación que Helion, el Nigromante, había colcado en la Delembert, casi cien años antes. La gente los recibió a la entrada de la Villa, pero un solo gesto del Capitán Griwett hizo que solo el silencio acompañase a la fúnebre porcesión, con todos los aldeanos llevandose una mano al pecho, y bajando la cabeza al paso de la carreta que portaba los resto de Sir Leviathan de Sharkenar. Solo un grito ahogado rompió el silencio, cuando Clara, la madre de Erilyn Windfellow, rompió a su vez el cordon, y se fue a fundir en un abrazo con su hija, para ella resucitada de entre los muertos. Entonces, ni el ferreo alguacil puso objeccion alguna.

Al dia siguente, despues de que todos se asearan, alimentaran y descansaran, y el propio Alcalde Lord Kenither dirigiese los preparativos del cadaver de Leviathan, tuvieron lugar los funerales de ambos Caballeros de Solamnia caídos en combate. Acto solemne que acabó con la proclamación por parte del Alcalde de que una de las fuentes de la Villa se pasase a llamar: Fuente de la Liberación, en memoria de Sir Tarben y Sir Leviathan, cuyos nombres uno de los canteros de Delembert talló en la piedra de la Fuente.

Al dia siguiente, un fresco dia despejado, en el que ni una sola nube, por pequeña que fuese, alteraba el azul profundo del cielo, Lord Griwett, junto con una escolta de doce soldados de Delembert abrió el camino de la caravana que llevaría a los nuevos heroes de Delembert, junto a su compañero caído, de vuelta a Solace. El seco alguacil no cedió ni un ápice, y se empeñó en hacerse cargo de todas las labores de vigilancia y guardia durante el camino, por lo que todos los heroes pudieron dedicarse a meditar sobre todo lo ocurrido desde que llegaran a esa extraña aldea perdida en el tiempo. Sin duda habían conseguido superar grandes retos: primero liberando a la Ermita del Mal que la había emponzoñado, y despues, desentrañando el misterio que había seguido a la extraña explosión que había destruido la Torre de Helion, haciendo perecer a Elzid El Negro, a la vez que acaban con el pequeño demonio que lo pergeñó todo, y consiguiendo liberar a la atolondrada Erilyn Windfellow, causante involuntaria del cambio en la actitud de hechicero, lo que, a la postre, había acelerado los hechos. Despues — todos hubieron de cerrar los ojos cuando la pena volvía a invadir sus corazones — se habían enfrentado al poder de Akromm, el Dador de Muerte, y su tribu, que había acudido a saquear la torre, tras explosión. Pese ese enfrentamiento, que finalmente pudieron ganar, había tenido un coste terrible, con la muerte de los dos Escuderos de la Corona... Habían recuperado la estatuilla que habían venido a buscar, sí (la cual, milagrosamente, parecía ahora alberga el espíritu de Tarben), pero la sensación era de derrota, máxime teniendo en cuenta que El Hijo del Bronce, el siervo de Chemosh que les seguía, y que quería apoderarse de la pieza, había huido, y los había emplazado a un enfrentamiento en el futuro...

La llegada a Solace fue igual de silenciosa, al menos por la avenida que les llevó hasta la plaza del Ayuntamiento, donde los recibió Palin Majere, cuyo rostro parecía haber envejecido aun mas, y en cuyos ojos se veía el pesar por la muerte de aquellos a los que había pedido que fuesen a investigar la extraña reaparición de Delembert. Tras una breve reunión en la que los heroes informaron al Alcalde de todo lo necesario, este firmó los despachos pertinentes para que, a través del Sheriff, Sir Gerad uth Mondar, y el Destacamento de Caballeros de Solamnia destinados en la ciudad de los Wallenwoods, se repatriasen los restos de Sir Leviathan a su Thelgaard natal. Tras eso, Palin se reunió en privado con Lord Griwett: tenían mucho que hablar, dado que Delembert pertenecía a la jurisdiccion de Solace.

El Sheriff, que la primera vez que se reunieron con él resultó ser brusco incluso, se mostró incluso amable, aunque hosco con ellos, y cuando Zoak dijo que viajaría todo el camino hasta Thelgaard acompañando a los restos de su amigo, el Caballero de Solamnia no puso pega alguna.

Así fue que, una mañana de principios del otoño, el cuerpo de Sir Leviathan, magicamente conservado en un sarcofago de plata adornado con filigranas de la Orden del Martin Pescador, salió de Solace rumbo al norte, donde, tras cruzar el Canal de Schallsea, le llevaría a su ciudad natal, donde descansaría con otros heroes de la caballería pertenecientes a su familia, en el panteón de la familia Sharkenar.

Por su parte, llegaron al acuerdo de que las pompas funebres de Sir Tarben se hiciesen a las pertenencias del Clerigo de Kiri-Jolith, quedandose el grupo con la Estatuilla de Khas en la que parecían haberse alojado el Caballero tras su muerte.

Y así, con la pena cicatrizando en los corazones de todos, excepto Zoak, que acompañab al destacamento de Caballeros hacia el norte, el resto del grupo se recostó sobre las sillas que ocupaban en El Ultimo Hogar. Nada volvería a ser igual, lo sabían, pero debían decidir sus pasos en el futuro inmediato, si es que decidían continuar con la misión que el ferviente Tarben les había impelido a seguir, ahora que él no estaba.

Fuera, el viento movía las hojas que empezaban a cambiar de color, de los viejos Wallenwoods, llevandose lejos el humo de los hogares...